[3823]
Le ruego que me conceda su perdón, mi muy apreciada Señora, por el silencio de mi pluma. Me han tenido abrumado tantas cruces, enfermedades, traiciones y fatigas inmensas, que para darle una pequeña idea de ellas necesitaría cincuenta hojas. Sin embargo, incluso en medio de mis tribulaciones no he dejado de pensar en usted, ni de rezar por usted y por Augusto. ¡Qué gran felicidad, Señora, me ha producido la noticia de la boda de Augusto con la señorita de Tanquerelle des Planches, que es bien digna de él! Puedo decirle que esto me ha hecho olvidar mis penas.
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Soy testigo, Señora, de las promesas que hizo por esto. He penetrado mucho su corazón y conozco a fondo su alma. Por fin ha merecido usted esta gracia; Dios debía concedérsela, y Augusto, por su entrega a su madre, ha sido bendecido. He dado muchas gracias a Dios, mi querida Señora, por esta ventura. Ahora hay que rogar porque él tenga hijos, y Dios se los concederá.
En cuanto reciba la espléndida casulla que usted me ha enviado (que es la única que se ha salvado, me dicen, en el naufragio en las cataratas), con ella cantaré la santa Misa por usted y por sus hijos. En medio de las desgracias y de las inmensas pérdidas que he sufrido, el buen Dios me ha hecho muchas mercedes, entre ellas la de un milagro que ha librado de la muerte a todos los misioneros y a tres Hermanas de San José cuando uno de mis misioneros, por imprudencia, en vez de desembarcar a todos en Asuán, hizo entrar todas las embarcaciones en las cataratas, donde una de ellas quedó destrozada al estrellarse contra los escollos, y se perdió toda la carga.
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Pero con las provisiones y los objetos de culto podían haberse perdido las Hermanas y los misioneros, y por gracia de Dios sólo un agricultor se hundió en el agua y se ahogó. Esta caravana, que salió de El Cairo el 24 de octubre, aún no ha llegado completa a Jartum. Ha sido para todo mi Vicariato una verdadera desgracia, que me ha puesto en un gran aprieto y producido unos perjuicios inmensos, además de un retraso en los asuntos. Todo por la imprudencia y testarudez de un solo hombre. ¡Pero fiat!
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He tenido unas pérdidas de más de treinta mil francos, ¡alabado sea Dios! Pero entre estas grandes cruces y otras aún más terribles, el Señor bendice este inmenso Vicariato, la Misión más vasta y difícil de la tierra, que es mayor que toda Europa y está poblada por más de cien millones de infieles. He podido construir una soberbia casa en Jartum para las Hermanas de San José y otra en el Kordofán; además he abierto y erigido canónicamente la nueva Misión de Berber y he emprendido la fundación de la Misión entre los pueblos Nuba, al sur del Kordofán y de Darfur.
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Nuestra Madre General, Sor Emilie, ha contribuido de nuevo a consolidar las casas de sus Hermanas en mi Vicariato. Me ha dado una Superiora Provincial, que yo le había pedido con insistencia, la cual debe ir a mi residencia episcopal. Esta Madre es Sor Emilienne Naubonnet, de Pau, que ha sido durante treinta años Superiora en Oriente: una estupenda mujer, modelo de misionera, llena de valentía y abnegación. Llegó hace tres semanas a Jartum, donde he podido conocerla bien. Estoy satisfecho de ella.
La Madre Emilie no podía atender mejor a mi ruego que mandándome Sor Emilienne. Esta ha formado y educado en Siria a casi todas las Hermanas árabes, de las cuales tengo tres en la Misión. Se trata de verdaderos soldados, que ganan muchas almas, y que se hacen respetar y temer de los turcos y de los africanos.
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Una de estas magníficas Hermanas, viendo que yo no lograba disuadir de su conducta a un hombre que vivía amancebado, se presentó por las buenas en casa de éste, sacó de allí a la concubina y se la llevó a nuestra casa, donde, tras convertirla e instruirla, hizo que yo la bautizase. Ahora es una buena cristiana, que viene a confesarse todos los domingos. El que era su amante ha acudido repetidamente a mí para reclamar a su pareja; pero siempre le contesté que no era asunto mío, y que fuera a hablar con las Hermanas. Ha ido varias veces, sí, pero en vano, porque al cabo de un mes, la concubina convertida le ha mandado recado por la Hermana árabe, diciéndole que no quiere volver a estar con él; que es cristiana. ¡Son unas Hermanas bien útiles en las Misiones! Le contaré más dentro de poco.
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Le digo en secreto que la S. C. de Propaganda, en la asamblea del pasado agosto, me ha elevado al episcopado; pero antes de ir a Roma para la consagración es preciso que abra y ponga en marcha la nueva Misión de los Nuba. Es un viaje inmenso el que debo emprender. Creo que podré estar en Roma el año próximo. No necesito decirle que, esté en Roma, en Francia o en el extremo del mundo, apenas consagrado Obispo quiero verla, ir a su casa y pasar algún día con usted, con Augusto y su esposa, y espero que esté la señora María. Entonces le hablaré también de la Misión más laboriosa y colosal de todo el universo. Deseo tener la foto de su nuera, cosa que he rogado a Augusto. Déme noticias acerca de su nacimiento y de su educación, y sobre la circunstancia humana que ha determinado este acontecimiento. Espero que la joven comparta su vida con usted.
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Le deseo tal suerte. Usted ha merecido este ángel para usted y para Augusto. Salude de mi parte a la señora María y a todos los que conozco de su familia. Sor Emilienne, la Superiora Provincial de Africa Central, a la que he hablado de usted, me ruega que le presente sus respetos. Por mi parte, le ruego que me dé noticias de Urbansky, y en la esperanza de volver a escribirle a usted pronto, me declaro en los Corazones de Jesús y María con todo mi corazón
Suyo devotísimo
Daniel Comboni
Original francés.
Traducción del italiano