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Hace seis años que tuve el honor de conocer al ilustre Director de la Santa Infancia, quien acaso no haya olvidado haber visto en Roma y en París a un pobre misionero superviviente entre tantos como han muerto en Africa Central, el cual se movía mucho para fundar la Obra de la Regeneración de la Nigricia y establecer de forma duradera la fe católica en esta parte del mundo, la más infeliz y abandonada. Pues bien, ese pobre misionero es el que se honra en escribirle desde el centro de Africa para implorar fuertes ayudas de la admirable Obra que usted dirige.
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Unida a la presente, le envío una petición para el Presidente del Consejo de la Santa Infancia, y le ruego insistentemente que me escuche y apoye mi causa, la cual es santa y conforme al objeto especial de esa Obra sublime, que ha poblado el cielo de pequeños ladrones del Paraíso.
Antes de hablarle de la deplorable situación de la infancia en este Vicariato, me permito decirle dos palabras acerca de mi obra y sobre cómo Dios mismo la ha dirigido.
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En 1846 Gregorio XVI, de santa memoria, erigió el Vicariato de Africa Central y lo confió a Mons. Casolani, Obispo de Mauricastro y Vicario Apostólico, quien obtuvo la colaboración de dos padres jesuitas, el P. Ryllo y el P. Pedemonte, y de dos alumnos del Colegio de Propaganda. Esta, por estar el P. Ryllo mejor informado del camino más seguro para emprender la obra, que era el de Egipto y de Nubia, puso al frente de la Misión a dicho padre, el cual en 1848 condujo la expedición hasta Jartum, donde murió. Bajo el gobierno de su sucesor, Mons. Knoblecher, la Misión hizo progresos porque pudo abrir, además de la Estación de Jartum, una entre los Kich, a 6° de lat. Norte, y otra en Gondókoro, a 4° de la misma latitud, junto a las fuentes del Nilo.
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Pero como la diferencia climática entre Europa y Africa Central es enorme, de cuarenta misioneros que fueron directamente de Europa a Sudán murieron treinta y cinco, y cuatro volvieron a Europa para no regresar jamás a la Misión. El restante, que soy yo, marchó a Europa con la idea de volver para sacrificar aquí la vida. Entonces Propaganda probó a enviar los Franciscanos, que en 1861 ocuparon el Vicariato; pero después de haber perdido veintidós de los suyos, todos regresaron a Europa, excepto tres, los cuales, habiendo sido abandonadas todas las Estaciones, menos la de Jartum, permanecieron en ella hasta el año pasado. A causa de la supresión de las Ordenes religiosas en Italia, los pobres Franciscanos, que obtenían de los conventos de Italia la mayor parte de sus misioneros, se vieron forzados a abandonar Africa Central y también las otras Misiones. Fue entonces cuando la Santa Sede confió este gran Vicariato a un nuevo Instituto que he fundado con la ayuda y protección del señor marqués de Canossa, Obispo de Verona.
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Desde 1857, cuando me encontraba en la Misión de los Kich, en el Nilo Blanco, aquí en Africa Central, pasé por todas las pruebas de este difícil apostolado. Y habiendo estado once veces a punto de morir a causa del clima y de las enormes fatigas, me vi en la necesidad de regresar a Europa, donde, al cabo de unos años, ya restablecido, pensé en el modo de volver a este campo de batalla para sacrificar en él la vida por la salvación de los negros. Fue el 18 de septiembre de 1864 cuando, al salir del Vaticano, donde había asistido a la beatificación de Margarita Mª. Alacoque, se me ocurrió presentar a la Santa Sede la idea del Plan para reanudar el apostolado de Africa Central. El Sdo. Corazón de Jesús me hizo superar todas las enormes dificultades para realizar mi Plan orientado a la Regeneración de la Nigricia con la Nigricia misma.
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En 1867 fundé en Verona el Instituto de las Misiones para la Nigricia, y al final del mismo año abrí dos casas para negros en El Cairo. Usted, que tiene una inmensa práctica en obras de este género, no necesita que le explique toda la historia, la finalidad y la importancia de estas obras preparatorias para implantar establemente el apostolado en las regiones centrales de Africa. Yo tenía que proporcionar a la Obra un cuerpo de eclesiásticos mediante el que cubrir siempre las necesidades de personal de la Misión. Y además tenía que buscar la manera de que los misioneros europeos pudieran conservar la salud el mayor tiempo posible en estos lugares abrasadores de Africa Central.
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A este fin, con la poderosa protección de Mons. Canossa (su padre era hermano de la venerable Fundadora –cuya causa de beatificación se está tratando ahora– de las Hijas de la Caridad de Verona, que están también establecidas en Hong-Kong y en Hu-Pé, en China; y el Obispo es también cuñado de la señora Teresa, marquesa Durazzo del S. Corazón, de París), fundé el Instituto de las Misiones para la Nigricia en Verona, que fue canónicamente aprobado por el Obispo, y establecí en El Cairo dos Instituciones preparatorias para las Misiones de Africa Central, las cuales me han formado en cinco años 54 buenos colaboradores, que son ahora muy útiles para mi Vicariato.
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Como los Padres Franciscanos no ocupaban de él más que la ciudad de Jartum con dos misioneros, queriendo hacer llegar mi obra a los países de Africa Central que no habían oído nunca la Palabra de Dios, y viéndome bien provisto de buen personal indígena, en 1871 envié al Kordofán cuatro exploradores por ver si era oportuno fundar en su capital, El-Obeid, una Misión y ocupar útilmente a dicho personal en aquello para lo que había sido educado. Los exploradores, mandados por el P. Carcereri, mi actual Vicario General, en ochenta y dos días de viaje llegaron al Kordofán, y, tras reconocer bien el país, les pareció conveniente establecer una Misión en El-Obeid según las enseñanzas que habían recibido en El Cairo.
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Entonces fui a Roma con ánimo de solicitar el Kordofán para mi Instituto de Verona. Pero la Santa Sede, después de la renuncia de los venerables Padres Franciscanos a Jartum y a Africa Central, decidió concederme todo ese Vicariato, que es mayor que Europa entera y se extiende hasta los 12° de latitud Sur.
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A mi vuelta a El Cairo hice los preparativos para la gran expedición a Africa Central, y el 26 de enero de este año partí de la capital de Egipto con un grupo de 33 personas, entre misioneros, monjas, maestras negras y hermanos laicos. Tras un fatigoso viaje de 99 días llegué a Jartum. Luego, habiendo permanecido un mes allí, salí para el Kordofán, donde me encuentro desde hace 50 días. Sólo el viaje de la expedición desde El Cairo hasta Jartum y El-Obeid me ha costado 22.000 francos, y esto sufriendo mucho, no bebiendo nunca vino ni yo ni los demás, y soportando una gran pobreza. Pero como esta Misión es ardua, difícil y dolorosa, es preciso que los misioneros estén dispuestos a un martirio lento y continuo.
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Ahora en Jartum y en El-Obeid tenemos en propiedad las casas de los misioneros; pero las de las Hermanas las he tomado en alquiler, y pago 1.200 francos anuales en Jartum y un poco menos en El-Obeid. Aquí nunca hemos bebido vino porque es demasiado caro: una botella normal de vino corriente para la Misa, que en El Cairo cuesta 60 céntimos, aquí no se encuentra por 5 francos. Las patatas están a 130 céntimos el kilo. Todo lo que es más necesario para la vida cuesta aquí una barbaridad. En Jartum tenemos el pan muy caro; pero es que aquí no lo hay en absoluto, por lo que nunca comemos pan, sino fahit, una especie de pan de sorgo silvestre, que en Europa apenas comerían las gallinas. Pero nosotros estamos muy contentos porque hacemos la voluntad de Dios y buscamos la salvación de las almas más abandonadas de la tierra.
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Una de mis primeras preocupaciones es la de fundar dos grandes orfanatos para la infancia dirigidos por Hermanas. Es preciso que le dé una idea de la deplorable situación de estos países para que pueda usted comprenderlo todo. La abolición de la esclavitud, decidida por las potencias europeas en París en 1856, es letra muerta para Africa Central. Los tratados existen sobre el papel, pero aquí la trata está en pleno vigor. Todos los meses del año, exceptuada la época de las lluvias ecuatoriales, salen hombres de Jartum y de El-Obeid que se dirigen a las tribus de negros cercanas. Entran en ellas armados de fusiles y pistolas, y de pacíficas familias se llevan violentamente los niños y niñas, pequeños y más crecidos. Para vencer la resistencia que les oponen los padres, muchas veces matan a éstos. Y con todos esos niños y sus madres, si son jóvenes, se encaminan al Kordofán y a Nubia para venderlos.
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Entre ellos van desde niños de dos días hasta muchachas y mujeres de veinticuatro años aproximadamente; madres muy jóvenes de catorce a veinte años, con dos o tres criaturas; y madres también que aún llevan en el vientre a sus hijos, y que completamente desnudas son conducidas a Nubia, al Kordofán o a Egipto. Cada año se roban varios cientos de miles de estos seres, quizá medio millón. Desde El Cairo hasta Jartum, nosotros hemos visto más de treinta caravanas y embarcaciones de ellos. Y desde Jartum hasta el Kordofán, más de mil de estas personas, todas desnudas y atadas por el cuello, de las que tiraban los chilabas (mercaderes de esclavos). Una vez robados estos pobres niños y niñas, el amo dispone de ellos a su gusto, destinándolos sobre todo a los harenes y a la prostitución.
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En El-Obeid son innumerables los recién nacidos de los que se deshacen fuera de la ciudad, enterrándolos o dejándolos tirados en el suelo para que se los coman los buitres y otras aves, con los camellos muertos, los burros y los otros animales. Hace quince días, dando un paseo fuera de la ciudad, vi cientos de estos pequeños cadáveres, o trozos de los mismos. Reclamé ante el Bajá, el cual dio orden de enterrar a todos los negros muertos. Además, cantidad de niños son vendidos con sus madres por 90 o 100 francos. Nosotros tenemos numerosas madres con sus pequeños, que hemos adquirido o que nos han dado, y nosotros los hemos metido en pequeñas cabañas que hemos construido y comprado fuera de la misión.
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He aquí la gran necesidad de fundar un gran orfanato y confiarlo a las Hermanas. Ya he comprado para él un terreno cerca de mi residencia; pero necesito dinero tanto para la construcción como para mantener y educar a estos niños. Mujeres que los amamanten las hay en abundancia, incluso de once años, que podemos comprar o alquilar. También en Jartum se necesita un gran orfanato.
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Expuesto todo esto, debe tener además en cuenta, Monseñor, que aquí nunca se ha predicado el Evangelio, por lo cual ya puede imaginarse los desórdenes, la corrupción y los efectos de la corrupción. También es preciso pensar que de los cien millones de infieles de que consta mi Vicariato, ochenta millones de ellos van desnudos completamente, hombres y mujeres. Ahora bien, para establecer la fe católica hay que vestir al menos a las mujeres y un poco a los hombres. Pero vestirlos supone un gasto enorme, porque una pieza de tela corriente, que en El Cairo compraríamos por 10 francos, llegada al Kordofán cuesta como poco 40 francos; y una caja de vestidos y camisas de mujer, que me han enviado de Francia gratuitamente, sólo su transporte hasta el Kordofán me ha costado 67 francos. Calcule ahora los gastos que puede suponer la creación de un orfanato para nuestros negritos.
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En el momento en que le escribo, Monseñor, no disponemos ni de ropa de cama para nosotros, porque hemos tenido que hacer una camisa a cada niña y mujer de nuestro Instituto femenino, y también una a los chicos. Así que dormimos vestidos en nuestro angareb, que está formado por unos maderos informes, atados con cuerdas hechas de fibra de palma, o de piel. En El-Obeid hay comerciantes árabes que tienen tela, pero para comprarla se necesita un dinero del que no disponemos. Otra cosa he de advertirle. Las camisas no les duran a los negros como en Europa, donde hay buenas casas, y camas y sillas. Aquí los niños duermen sobre el suelo desnudo o, si las tenemos, sobre esteras. No hay sillas: duermen y se sientan siempre en el suelo. No tienen zapatos: van siempre descalzos.
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Y con todo, la alimentación y el vestido de cada niño y cada niña, incluso pequeños, nos cuesta 7 francos con 74 céntimos al mes, sin contar la casa, ni las nodrizas para los lactantes. Pero esto no puede seguir así, porque los niños morirían. Se necesitan de 8 a 10 francos por cada uno. En Jartum es más caro. Añada las medicinas que hemos traído de El Cairo, y que puestas en el Kordofán salen por una enormidad. Añada también los gastos de adquisición.
Todos los días vienen esclavos negros que aspiran a ser liberados de la crueldad de sus amos. Se presentan a mí madres encintas con niños. Si no las admito, los sicarios de aquellos las castigarán con la muerte. He podido comprobar que a algunas de ellas, incluso embarazadas, les han dado muerte.
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Y ¿qué puedo hacer ante este desdichado panorama? Elevar los ojos al cielo, confiar en la Providencia y aceptarlas. Así las cosas, no teniendo ahora tiempo para seguir contándole miserias, me dirijo a la Obra de la Santa Infancia y le ruego insistentemente que acuda en mi ayuda con una buena asignación anual. Si viera usted, Monseñor, el estado de las poblaciones de Africa Central se convencería de que ninguna de las misiones de China y de los otros países del mundo merece ser socorrida como la mía.
En China las Misiones están establecidas desde siglos; aquí en el Kordofán hace sólo 486 días que la fe católica ha llegado por primera vez, de modo que hay que crearlo todo. China es un país civilizado; Africa Central no. A diez días de distancia de El-Obeid, e incluso a tres días, los nativos, hombres y mujeres, van completamente desnudos. Y aquí las mujeres llevan puesta por la calle una pequeña toalla; las chicas, van sin el menor vestido, o con un cordoncito de piel abajo. No tengo palabras para expresarle las miserias de estos lugares, y muchas cosas ni siquiera se pueden decir, por pudor. Así pues, recomiendo esta santa causa a su admirable corazón: defienda, Monseñor, la causa de Africa Central.
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Por nuestra parte, los misioneros y misioneras estamos dispuestos a morir mil veces por la salvación de estas almas. Nuestro grito de guerra será siempre durante toda nuestra vida: «Nigricia o muerte».
Con la gracia de Dios, seremos fieles a nuestro propósito.
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No quiero ocultarle que, cuando la Santa Sede me confió esta vasta y laboriosa Misión, mi conciencia estaba un poco titubeante, porque conocía mi pequeñez ante esta tarea enorme que Dios me había confiado por medio de su augusto Vicario Pío IX, y pensaba que con nuestras fuerzas nunca conseguiríamos establecer el catolicismo en estas inmensas regiones, donde la Iglesia, a pesar de los esfuerzos de tantos siglos, jamás lo había logrado. Entonces puse toda mi confianza en el Sagrado Corazón de Jesús y decidí consagrarle todo el Vicariato el 14 de septiembre próximo. Al objeto de llevar a cabo esta gran solemnidad mandé una circular, y rogué al admirable apóstol del Sdo. Corazón, el P. Ramière, que redactara el acto de consagración solemne, lo cual ha hecho. Se lo enviará.
[3319]
Y ahora, por esta vez, termino, rogándole que destine a la infancia de mi Vicariato una buena asignación, y que la envíe a El Cairo a mi representante, D. Bartolomé Rolleri, Superior de los Institutos de negros de Egipto. El me hará llegar todo a mi residencia principal por medio del Diván de El Cairo.
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Hasta el momento, las autoridades turcas han sido buenísimas con la Misión. He venido al Vicariato con un firmán del Emperador de Constantinopla en el que otorga al Vicariato todos los privilegios concedidos a los cristianos del Imperio turco. Ello ha contribuido a que yo fuera muy bien recibido en todas las principales ciudades de Sudán, y hace que seamos completamente libres. Pero a dos días de aquí, donde no hay ningún gobierno, el único firmán que tenemos es el de la Providencia divina. No obstante, la fama de nuestra Misión de El-Obeid ha llegado a todas partes del Reino de Darfur y del Imperio de Bornu, extendiéndose también entre los Bogus y los Nuba. Un rey de estos últimos ha venido a invitarnos a construir una iglesia y crear escuelas en su tribu, donde hay un conocimiento ideal de Dios, pero falta completamente el culto y no se reza. Los de allí detestan el Corán y han matado a todos los que les han hablado de él.
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Mi objetivo actual es consolidar Jartum y El-Obeid como bases de operaciones. Luego nos extenderemos hasta más allá de las fuentes del Nilo, donde hay una población idólatra aún no maleada y un clima muy bueno.
Encomiendo esta petición a la Inmaculada Virgen María, a fin de que inspire a la Santa Infancia el acudir en ayuda de esta Misión, de la que depende, tal vez, la salvación de todos los pueblos de este inmenso Vicariato.
Daniel Comboni
Original francés.
Traducción del italiano