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Mons. Soubiranne, habiendo conocido y apreciado desde los orígenes la Obra de la Regeneración de la Nigricia, quiso favorecer la causa de los dos Institutos de negros fundados por mí El Cairo, y me consiguió para ellos, de la admirable Obra de las Escuelas de Oriente, una modesta ayuda en 1868 y en 1870.
Además me hizo esperar ayudas de mayor importancia para cuando yo emprendiera el ataque –me decía– de Africa Central por la parte de Oriente, mientras que Mons. el Arzobispo de Argel la atacaría por Occidente, por el desierto del Sáhara.
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Pues resulta que precisamente la Santa Sede me ha confiado hace poco el Vicariato Apostólico de Africa Central, tarea inmensa porque es, lo creo bien, la Misión más vasta y laboriosa del universo entero, ya que su territorio contiene cerca de cien millones de infieles; y con la gracia de Dios he emprendido enérgicamente esta guerra apostólica.
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En Jartum, la capital del Sudán oriental (15° de lat. Norte) he fundado ya dos instituciones considerables, y he abierto otras dos de suma importancia en El-Obeid, desde donde le escribo. Esta última ciudad, que cuenta con una población de 100.000 almas, es la verdadera base de operaciones para penetrar en el centro de Africa, que se adentra hasta distancias enormes. Mi jurisdicción espiritual se extiende, en efecto, desde las fronteras de Egipto y de Tripolitania hasta los doce grados de latitud Sur.
Ya comprende, señor Presidente, la importancia de que, antes de atacar esta gran masa de idolatría y de barbarie, yo refuerce lo más posible mis dos Misiones fundamentales de Jartum y El-Obeid.
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He aquí, pues, las diversas instituciones que solicitan ya la asistencia de la admirable Obra a cuyo frente está usted:
1.o En El Cairo, el Instituto de negros que dirigen nuestros misioneros de Verona, fundado para las Misiones de la Nigricia. Esta casa tiene en la actualidad poca gente, porque he sacado de allí cierto número de individuos ya formados, para trasladarlos aquí, a Africa Central.
2.o En Jartum, el Instituto de negros, con la escuela de la parroquia y de la Misión. Estos dos Institutos, que cuentan con un gran número de niños, está dirigido también por nuestros misioneros de Verona.
3.o En El-Obeid, el Instituto de negros, con muchas personas y bajo la misma dirección.
4.o En El Cairo, la escuela de negras, dirigida por las Hermanas de San José de la Aparición.
5.o En Jartum, la escuela parroquial y el Instituto de negras. Ambas obras están dirigidas por esas mismas religiosas, y tienen muchas alumnas.
6.o Finalmente, en El-Obeid, una escuela y un Instituto de negras, que permanecerán bajo la dirección de las maestras negras que hemos educado en El Cairo, hasta la llegada de las Hermanas de San José de la Aparición, las cuales están de viaje y las estoy esperando.
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Permita que a esta árida enumeración añada alguna observación susceptible de hacerle comprender mejor mi pesada carga y la apremiante necesidad que tengo de su ayuda.
Salvo las escuelas externas de Jartum y de El-Obeid, que nos producen algunos honorarios, todas las otras obras corren a cargo de la Misión. ¡Y menudo gasto, señor Director! No se trata solamente de dar instrucción a nuestros pobres negros: casi siempre hay que comprarlos con dinero contante y sonante, porque es bien escaso el número de los que nos son cedidos gratuitamente. Pero es que además, antes de alojarlos, alimentarlos, curar sus enfermedades, estamos obligados a vestirlos, puesto que todos, tanto chicos como chicas, nos llegan completamente desnudos.
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Ahora bien, aquí en Sudán la mayor parte de los productos de vestido y de alimentación, como proceden de Egipto, sólo se obtienen a un alto precio. Así, por ejemplo, un trozo de tela que en El Cairo se vende a 10 francos, traído a Jartum cuesta cincuenta. Del mismo modo, el vino para el Santo Sacrificio nos cuesta aquí a cinco francos la botella, cuando en El Cairo se vende a 60 céntimos.
Es por esto por lo que me dirijo a la generosa caridad de sus piadosos Socios y le ruego, en nombre del Divino Redentor, que tenga compasión de las obras de mi grande y pobre Misión. Todo aquí es inmenso y plagado de obstáculos; pero hallándose todo en manos de Nuestro Señor, y habiendo hablado Su Vicario, yo estoy lleno de confianza.
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El Vicariato de Africa Central, fundado en 1846 por el Papa Gregorio XVI, antes había devorado, en el espacio de quince años, la vida de 35 misioneros. De 40 que habían afrontado las penalidades, sólo 5 lograron sobrevivir. Dios quiso que yo estuviese en este número, después de haberme visto once veces al borde de la muerte.
Esa expedición apostólica fue seguida de un nuevo envío, ahora de 60 padres franciscanos. De ellos 22 murieron, 2 se quedaron en Jartum, y los demás volvieron a Egipto o a Tierra Santa.
Fue después de estas primeras y dolorosas pruebas cuando el Santo Padre actual confió el Vicariato de Africa Central al Instituto de Misioneros de la Nigricia, que nosotros (el Obispo de Verona y yo) habíamos fundado con la asistencia de Nuestro Señor, y hacia el cual solicito hoy su benévolo interés.
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Así, el año 1871 envié, bajo la guía del P. Carcereri, mi Vicario General, cuatro exploradores muy decididos que llegaron hasta el Kodofán, donde comenzaron a predicar el Evangelio.
Al año siguiente yo mismo me puse al frente de una gran expedición de treinta personas, entre religiosos y hermanas. Remontamos el Nilo, atravesamos el desierto y, con la evidente protección de Dios, después de noventa y nueve días de peligroso y penoso viaje, llegamos a Jartum sin incidentes y sin pérdidas.
Tenga a bien aceptar, etc., etc.
Daniel Comboni
Provicario Aplico. de A. C.
Original francés.
Traducción del italiano