[3]
La confianza que expresa en su carta me impulsa a darle a conocer el verdadero estado en que me encuentro; es más, me sirve de gran consuelo revelarle la turbación que ahora agita mi espíritu. Como creo haberle dicho alguna vez, me siento inclinado a recorrer el arduo camino de las Misiones, y concretamente, desde hace más de ocho años, las de Africa Central, objeto al que dirigí parte de mis estudios. Consciente de mis intenciones, el Superior siempre me ha tenido en cuenta para emplearme en la fundación de su Misión en aquellas desiertas y abrasadas soledades; y con tal fin desde el año pasado tiene decidido enviarme allá en la próxima expedición, que saldrá a últimos del próximo mes de agosto o a primeros de septiembre, siempre y cuando pueda resolver los muchos asuntos de la Misión y a la vez los de Roma y de Viena. En lo que respecta a estas dos, ya tiene casi todo a punto, por lo cual ya a mi regreso de Limone me ha dado aviso de prepararme para la empresa, y que por tanto arregle los asuntos familiares y cuanto me sea preciso. Hacía mucho tiempo que yo suspiraba por este momento con más ardor que una pareja de fervientes enamorados suspiran por el momento de la boda. Lo malo es que me asustan dos graves dificultades, sin cuya resolución yo no me decido a ir a la Misión, y las dos son formidables.
[4]
La primera es la preocupación de abandonar a mis pobres padres, que en este mundo no han tenido otro consuelo que el de un único hijo; pero ésta espero que la superaría, porque las características de nuestra Misión, con la dureza del clima y los asuntos que la ligan a Europa, nos obligan cada año –como mucho cada dos– a venir aquí, y por tanto no habría un total abandono; sería como pasar un año o dos sin verse, aunque la continua relación podría suavizar toda lejanía; y esto, como decía, no me produce tanto pesar, y mucho menos cuando ellos ya me han escrito que se ponen en manos de la Providencia, y que se resignan, aunque con dolor, a la momentánea separación. La otra dificultad es que quiero que antes de mi marcha se les asegure a ellos una cómoda existencia, la cual yo obtengo con la liberación total de toda deuda.
En efecto, creo que cuando mi pequeño terreno esté libre de las cargas que las tristes circunstancias pasadas le han creado, con mi sueldo, con lo que se saque del terrenillo, y con las misas que yo celebre en la Misión según las intenciones de cierta persona que entregará las correspondientes limosnas a mis padres (y espero, incluidos también los viajes, poder celebrar doscientas al año), ellos puedan vivir holgadamente.
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Pero, de momento, ¿cómo conseguir eso? Yo ahora no tengo medios ni quiero procurármelos de manera mezquina o audaz. Por eso no sé qué va a pasar. Claro que sin haber resuelto todo esto no quiero ir a la Misión africana. Pero en mi caso se encuentra también D. Melotto. De modo que no se sabe qué ocurrirá. Lo cierto es que esta incertidumbre, y mucho más para mí la preocupación de alejarme aunque sea momentáneamente de mis padres, dadas las actuales circunstancias, como sabe, y especialmente pensando en mi madre, me produce un gran desconcierto.
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Eso sí, una vez que haya resuelto los dos problemas mencionados, tengo decidido irme; pero la idea de la pena de mis padres, del aislamiento en que se encontrarán, eso es lo que me conturba. Yo no le tengo miedo a la vida, ni a las dificultades de la Misión, ni a ninguna otra cosa; mas en lo que respecta a mis dos viejos, me echo a temblar. Así, en tal incertidumbre y consternación de ánimo, he decidido hacer los ejercicios para implorar la ayuda del Cielo. Si abandono la idea de consagrarme a las Misiones extranjeras, soy mártir para toda la vida de un deseo que nació en mi alma hace más de catorce años, y que fue siempre creciendo a medida que conocí la sublimidad del apostolado.
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Si abrazo la idea de las Misiones, hago mártires a dos pobres padres. Tampoco vale pensar que una vez que mueran ellos, entonces podré dedicarme a las misiones: ¿acaso debo desearles la muerte? Esa idea no es de cristiano ni de sacerdote, sino de vándalo y de caníbal; y siempre he deseado, y siempre desearé, morir yo antes que ellos. Por otra parte, si no se va a las Misiones antes de los treinta años, es mejor renunciar a ello, porque, avanzada un poco la edad, no será posible aprender las diversas lenguas aún desconocidas de las tribus de Africa adonde iremos, y porque la experiencia enseña que aventurarse en aquellas regiones a una edad mayor que la mencionada, acarrea una rápida muerte.
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Por tanto, no sé decirle nada de cierto ni de concreto: sólo que ora estoy inquieto, ora esperanzado; ya me asaltan ideas seductoras, ya descorazonadoras. Si consulto con mi conciencia, me siento inclinado a decidirme a marchar; si miro a la familia, me quedo aterrado; si pienso en el mundo, resolviéndome a la empresa, debo esperarme la maldición de quien conoce mis circunstancias familiares y piensa como el mundo; si pienso en mi corazón, éste me sugiere sacrificarlo todo y volar a las Misiones, y despreciar toda habladuría. Imagine la tormenta de mi alma, la lucha, el conflicto que me conturba.
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Pero en medio de esta lucha universal de mis ideas, encuentro oportuno el proyecto de hacer los ejercicios, de consultar a la Religión y a Dios; y El, que es justo y todo lo gobierna, sabrá sacarme de este atolladero, arreglarlo todo y consolar a mis padres, si me llama a dar la vida bajo la bandera de la Cruz en Africa; o bien, si no me llama, sabrá poner tales obstáculos que me sea imposible la realización de mis planes. Por eso lo mejor es exclamar con Samuel: loquere Domine, quia audit servus tuus; y sicut placuit Domino, ita factum est: sit nomen Domini benedictum.
[10]
Siento, por un lado, que no haya pasado por Toscolano; pero por otra parte es mucho mejor para Limone porque así este pueblo participa de los benéficos influjos de su presencia. El retrato del superior todavía está en elaboración; o, mejor dicho, hace más de un mes que ni yo ni mis compañeros sacerdotes tenemos noticia de él. En cuanto sea puesto a disposición del Insto., lo primero que haré será mandarle una copia. Del Margotti, cuando llegué a Verona ya se habían agotado los ejemplares, por lo que ya está en marcha otra edición milanesa, que de un día a otro saldrá a la calle: en cuanto esté disponible se lo mandaré. Por lo que respecta a mi Breviario, la primera vez que vaya a Limone se lo llevaré.
[11]
He aquí en substancia el conflicto que ahora se libra en mi corazón. Yo no sé qué partido tomar: si la Providencia se muestra benigna a mis deseos, arreglándolo todo, asegurando a mis padres una subsistencia cómoda en el futuro, volaré alegre a la gran empresa; si Dios no quiere de mí esta obra, bajaré la cabeza y bendeciré doloridamente la voluntad del Cielo. Sed hoc sub sigillo secreti, inter nos, por favor; pero escríbame algo agradable, consuele hábilmente a mis pobres padres, y consuéleme también a mí: escríbame. ¡¡¡Ah, cómo confortan las palabras de un amigo lejano!!! ¡Ni siquiera en el Instituto me atrevo a hablar claro más que con dos o tres buenos amigos! ¡Ellos me consuelan y me hacen sentir pequeño! Pero quien me conforta, al ser un compañero inmerso en mis mismas circunstancias, es D. Melotto. El tiene mis mismos deseos; eso sí, menos fervientes, porque hay naturalmente menos fuego en Lombardía que en la provincia véneta... Le encuentro más resignado que yo. Por lo cual necesito ser recordado en el gran Sacrificio, cuando, bajo los chaparrones de Limone, en la iglesia de S. Benito, alza Ud. la hostia pacífica de la consolación.
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Espero, por otro lado, darle noticias concretas antes de mediados de agosto. Que sea lo que Dios quiera; en todo hay que adaptarse […]. Beltrame ya ha escrito su viaje por el Bahar-el-Azek: es un tomo como el de Tiboni, y pronto será impreso en […] por el Comité de Misiones en Viena, luego en Verona.
Entretanto, reciba los saludos de todos los hermanos sacerdotes y especialmente los del conturbado
Su afmo. am. y s.
Daniel Comboni Sac.
N.B. La quinta hoja de la carta está un poco estropeada.