[3514]
Debo confesar francamente que he faltado a mi deber y a las imperiosas exigencias de mi corazón al guardar silencio durante tanto tiempo. He imitado al pie de la letra a los remolones. Apenas nombrado por la Santa Sede Provicario Apostólico de Africa, y vuelto corriendo a Verona, había pensado pasar por Brescia y acercarme a Limone; mas la necesidad de marchar a Viena y a El Cairo con gran rapidez me impidieron, muy a pesar mío, ir a Brescia y estar allí un día, como era mi propósito. Pero desde El Cairo, Jartum o el Kordofán deseaba ardientemente informar a V. E. y a su venerable y Rmo. Secretario de los felices progresos de la ardua empresa africana. Y no lo hice. Aunque a lo mejor le habrán dado una lánguida idea de mi santa Obra nuestros pequeños Anales del B. Pastor de Verona, que por orden mía deben de haber llegado a sus manos apenas publicados, y quizá las «Misiones Católicas».
[3515]
En cualquier caso, y pidiéndole perdón por tan largo silencio, le puedo asegurar que, en mi indignidad, ni un solo día he dejado de rezar y hacer rezar aquí, en el corazón de la Nigricia, por V. E. Rma., por el Rmo. Carminati y por toda mi querida diócesis natal de Brescia, de los que guardo el más vivo e imborrable recuerdo. Ahora le voy a dar sólo una rapídisima noticia de la buena marcha de esta Obra del Sdo. Corazón, porque mi brazo, que se encuentra roto, me impide extenderme sobre ella. El 16 de noviembre con mi Vicario General salí de El-Obeid, capital del Kordofán, para volver a mi residencia principal, en Jartum. El 25, por la mañana, a los nueve días de un fatigoso viaje a lomos de camello, mi montura, ya enloquecida y asustada, echó a correr más veloz que un caballo y acabó arrojándome al suelo, donde quedé medio muerto y vomitando sangre. Ni siquiera tuve tiempo de encomendarme al Sdo. Corazón. Habiéndome recobrado un poco, me di cuenta de que tenía el brazo izquierdo fracturado.
[3516]
Hice armar en el desierto la tienda, y después de estar cuarenta y dos horas seguidas con el brazo metido en agua y vinagre de dátiles, tuve que montar de nuevo en el camello y viajar sobre sus lomos durante cinco días, para que no pereciéramos en el desierto. A cada paso del animal se renovaban los dolores lancinantes en el brazo izquierdo, roto y contuso. Sólo Dios sabe lo que sufrí. Cuando por fin llegué al Nilo Blanco, a Omdurman, el Gran Bajá de Jartum me envió su vapor, que me llevó a la misión. Pero en toda Africa Central no existe un médico conocedor de los primeros rudimentos de medicina y cirugía.
[3517]
Nuestro médico es Jesús Crucificado. El Bajá me mandó su matasanos, que redujo la fractura y me puso el brazo en cabestrillo. Durante ochenta y dos días lo tuve así, colgado del cuello, con grandes dolores. Pero el brazo quedó mal unido y retorcido, y sin fuerzas para mover una hoja. Celebré misa el 2 de febrero, aunque con grandes dificultades, y obligado a sostener la hostia entre el dedo índice y el medio, porque no podía unir el pulgar con los otros dedos. Después de muchos ruegos de mi Superiora árabe, permití que me visitara uno que decía ser médico, árabe también. Vino en la víspera de San Faustino y Santa Jovita. Era un Sansón por la fuerza y un Judas Iscariote por la catadura. Examinado el brazo, me aseguró que en veinticuatro horas estaría curado si yo me dejaba hacer una operación. Consentí.
[3518]
Al día siguiente se presentó con ocho estaquillas de palmera, un puñado de pelos de cabra, un trozo de cola de tigre, y goma. Venía acompañado de otros dos elementos musulmanes. Me trincó el brazo y, ayudado por los otros dos, me lo retorció literalmente, para luego, sirviéndose de su pulgar con toda la fuerza de que él era capaz, empujar el hueso, que sobresalía medio dedo, hasta llevarlo a su sitio. Finalmente impregnó con la goma una tela de lino, en la que puso los pelos de cabra y el rabo de tigre, y me envolvió con ella el brazo. Ató luego alrededor las estaquillas de tal modo que me parecía detenida la circulación de la sangre, y me dejó así medio muerto en el angareb (especie de catre donde dormíamos). ¡Cuánto debió de sufrir J. C. cuando lo ataron y clavaron a la Cruz! Pero el caso es que, al cabo de ocho días de tener el brazo continuamente así sujeto, encontré que estaba casi curado, con el hueso de nuevo en su sitio; y ahora que le escribo me encuentro en condiciones de trabajar como antes. De esto debo dar gracias primero al Señor, después a San José, y luego a ese medicastro turco, que me curó a su manera poco amable y delicada, pero efectiva.
[3519]
No obstante, ésta se la guardé a mi querido ecónomo San José, al que me había encomendado para un feliz viaje del Kordofán a Jartum. Por haber dejado este querido santo que yo tuviera tan terrible caída del camello, le multé a base de bien con mil francos oro por cada día que tuviese que llevar el brazo en cabestrillo. Y como lo tuve colgado del cuello sus buenos ochenta y dos días, sin yo poder decir misa, salvo cinco veces, mi venerado ecónomo fue condenado a pagarme la multa de 82.000 francos. Así, el día de San Faustino y Santa Jovita, Protectores de nuestra querida Diócesis bresciana (día 82.° de mi tremenda caída en en desierto) firmé por cuenta del querido santo una letra de cuatro mil cien marengos con vencimiento a seis meses; y ya veo que el buen Ecónomo hace, como siempre, honor a mi firma, porque desde ese día hasta hoy en que escribo a V. E. he recibido 38.706 francos oro, entre los que están los 5.000 florines que me han mandado desde Praga ese milagro de caridad que son S. M. Apostólica la Emperatriz Maria Ana y el Emperador Fernando I, y los 4.000 francos recibidos desde Viena de esa alhaja de verdadero Príncipe católico que es S. A. Imperial y Real el Duque de Módena Francisco V.
[3520]
Además, aunque mi ecónomo fue siempre muy pobre en su vida, ahora que es el administrador de los tesoros del Cielo no ha dejado nunca de ayudarme, y en sólo seis años y medio desde que comencé la Obra me ha suministrado 600.000 francos, es decir, me ha pagado letras por importe de treinta mil marengos. Le aseguro, Monseñor, que el banco de San José es más sólido que todos los bancos de Rothschild. De este modo, sin encontrarme con un solo céntimo de deuda, este estupendo ecónomo mantiene para la Nigricia dos casas en Verona, dos en El Cairo, dos en Jartum y dos en El-Obeid, la capital del Kordofán, que tiene más de 100.000 (cien mil) habitantes, y donde por primera vez se celebró misa y se adoró a J. C. en 1872.
[3521]
Me he alargado demasiado sin darme cuenta. Paso a darle un breve informe sobre la marcha de mi Obra. El 26 de septiembre de 1872 dejé Verona con una expedición de trece personas. Luego, habiendo arreglado muchos asuntos en El Cairo, el 26 de enero de 1873 salí de esa metrópoli en dos grandes embarcaciones fluviales con treinta y un acompañantes, entre misioneros, monjas de San José de la Aparición, hermanos artesanos y maestras negras; y remontando el Nilo, y cruzando el gran desierto de Atmur bajo 60 grados Réaumur desde el mediodía hasta las cuatro, tras noventa y nueve días de penosísimo viaje llegamos a Jartum, donde fuimos recibidos con gran júbilo por gente de todas clases. Después de un mes de estancia en esta capital (de 48.000 habitantes), a bordo de un vapor que me facilitó gratuitamente el Gran Bajá de Sudán –con el cual vivo en mucho más amistosa armonía que la existente entre los pobres Obispos de Italia y sus gobernadores civiles y alcaldes– partí de nuevo por el Nilo Blanco hasta Tura-el-Khadra. Allí me hice con diecisiete camellos sobre los que atravesar las interminables landas de los Hassanieh y de los Bagara, y en sólo nueve días de rápida marcha llegué el 19 de junio a la capital del Kordofán, El-Obeid, donde los turcos me recibieron con no menor fiesta que en Jartum.
[3522]
Cuando en octubre de 1871 ordené desde Dresde al P. Carcereri, mi actual Vicario General y entonces Vicesuperior de los Institutos de negros de Egipto, que partiese de El Cairo con otros tres compañeros para efectuar la exploración del Kordofán, le hice disponer de 5.000 francos para este largo y fatigoso viaje exploratorio. Hoy tenemos en El-Obeid una parroquia, dos casas pagadas –una para los misioneros y otra para las Hermanas– y una misión en plena actividad. Algo similar ocurre en Jartum, donde desde 1863 hasta 1869 no había más que un Padre franciscano, y hasta enero de 1873, dos solos Padres de la misma Orden, en una buena casa construida por los misioneros alemanes bajo la dirección de mi ilustre antecesor, Mons. Knoblecher, en 1856; en cambio, ahora hay dos Institutos, una discreta parroquia y la nueva casa que estoy construyendo para las Hermanas de San José, las cuales hacen allí una gran labor.
[3523]
Pues bien, ¿a quién debo estos buenos resultados? Enteramente al Sagrado Corazón de Jesús, al que consagré todo el Vicariato, con la bendición del Santo Padre Pío IX, el 14 de septiembre, en que hicimos una solemnísima función precedida del solemne bautismo de doce adultos y concluida con la confirmación de veinticinco neófitos. Compuso la fórmula de consagración el Apóstol del Sdo. Corazón, el P. Ramière. Al mismo tiempo, en Jartum, yo redactaba en latín una pequeña Oración por la conversión de mis cien millones de camitas, que son la décima parte de todo el genero humano (y que constituyen el Vicariato Apostólico de Africa Central, el más grande y poblado del mundo). Ahora el Santo Padre Pío IX ha concedido la magnífica indulgencia de 300 años a quien rece una sola vez esa oración, e indulgencia plenaria a quien la rece cada día durante un mes.
[3524]
Ya ve V. E. cuánto interés tiene el Papa por esta santa Obra, nacida el 18 de septiembre de 1864, día de la beatificación de Alacoque. He escrito luego al Santo Padre Pío IX para que me conceda que el viernes después de la Octava del Corpus Domini, consagrado al dulcísimo Corazón de Jesús, en todo el Vicariato de Africa Central sea fiesta de precepto y se celebre con Rito doble de primera clase, con Octava; pero aún no he obtenido respuesta, porque es un asunto grave y Roma es eterna. Pero yo no dejaré de insistir hasta que la Santa Sede me otorgue esta gracia.
[3525]
Es el Corazón de Jesús el que debe convertir a la Nigricia. Parece que el Santo Padre ha concedido tal gracia a la República del Ecuador, en América, postulantibus aquel Presidente y el Arzobispo de Quito; por eso espero que se conceda también a esta mi abandonada parte del mundo africano ecuatorial, que se halla desde hace tantos siglos entre las sombras de muerte.
[3526]
Todos mis esfuerzos han ido dirigidos hasta hoy a consolidar y establecer bien las dos capitales misiones de Jartum y El-Obeid, que son la base de operaciones para llevar la fe a todas las inmensas tribus del Vicariato.
[3527]
Jartum es la base de operaciones para llevar la fe a todas las tribus de la parte oriental del Vicariato, que se extienden entre Abisinia, los Gallas y el Nilo Blanco hasta las fuentes del Nilo, a doce grados de latitud Sur, donde termina mi jurisdicción. El-Obeid, que constituye la verdadera puerta de la Nigricia, es la base de operaciones para llevar la fe a todas las tribus, reinos e imperios que encierra la parte central de mi Vicariato. El clima de El-Obeid es sano, y espero conseguir que se levante allí un Consulado de Austria-Hungría, cuya bandera es en esta parte símbolo de protección de la Religión católica.
[3528]
En base a este plan de organización del movimiento del apostolado de Africa Central, el Corazón de Jesús nos allanó un nuevo camino para nuestra labor evangelizadora. El pasado 16 de julio, día consagrado a la Virgen del Carmen, miércoles, a las ocho de la mañana, cuando salíamos de hacer la Hora de adoración de la Guardia de Honor del Sdo. Corazón (que he establecido cada miércoles, expuesto el Santísimo, en todo el Vicariato y en los Institutos de negros de El Cairo), un jefe de los pueblos Nuba, vasta tribu del suroeste del Kordofán, entró en la misión con un séquito de quince personas y me invitó a crear una iglesia y dos casas en su tribu de Delen, en la que todos estarían dispuestos a hacerse cristianos. Como tengo bastante experiencia en el trato con los negros y los turcos, y los conozco, me mostré dispuesto a cumplir los deseos de aquellos pueblos, pero anduve cauto en creer; por eso rogué al jefe que volviese en septiembre, para entretanto yo medir mis fuerzas y obtener los debidos informes.
[3529]
Entre el Kordofán y los Nuba viven los nómadas Bagara, que se dan a asesinatos y a la trata de negros, etc. Una vez que se hubo marchado ese jefe, me procuré informes precisos, sondeé al Bajá del Kordofán, etc. Me fueron ofrecidos doscientos soldados para acompañar a mis exploradores a los montes de los Nuba. El caso es que en la mañana del día de la Asunción de la Virgen María, el 15 de agosto, decidí llevar a cabo la exploración de aquellos pueblos, todavía no visitados por ningún europeo, y todos idólatras. Así que ordené a mi Vicario General, el cual estaba aquí en Jartum, que al día siguiente de la solemne consagración del Vicariato al Sagrado Corazón de Jesús, que él debía efectuar en Jartum, partiese con las convenientes provisiones para El-Obeid, donde prepararíamos juntos tan importante expedición.
[3530]
En tanto que efectivamente él venía de viaje, el 24 de septiembre, día consagrado a la Virgen de la Merced, también miércoles por la mañana y después de hacer la Hora de adoración pro Nigricia, el gran jefe de los Nuba, que es mago, rey, sacerdote y médico, entró en la misión acompañado de más de veinte personas y me repitió la invitación a establecer la Iglesia en su país. Se puso muy contento cuando le dije venía de viaje el misionero que debía ir a visitar sus tribus, determinar el lugar donde fundar la misión, y luego volver para hacer los preparativos y procurar lo necesario para esa fundación. El jefe visitó la iglesia y quedó impresionado al contemplar la imagen de la Sma. Virgen y el cuadro del Sdo. Corazón, y, sobre todo, al verme tocar el acordeón y el pequeño órgano de la iglesita. También provocaron su admiración nuestras azadas, picos, sierras, gubias, y otros instrumentos de artes y oficios. Total, que se quedó con nosotros unos días, y se marchó.
[3531]
Llegado el P. Carcereri, rechazó los doscientos soldados, contentándose con un guía, y acompañado de otro misionero y siete personas más partió para el territorio Nuba. Recibido allí con entusiasmo, determinó el primer lugar de misión, tras lo cual regresó a El-Obeid. Los interesantísimos pormenores de esa expedición, así como de todo el Vicariato, podrá oírlos V. E. Rma. de boca de mi mismo Vicario General, el P. Carcereri, al que he enviado a Europa, es decir, a Roma, Viena, Verona y París, por asuntos de la Misión. En el momento en que escribo él debe de haber llegado a El Cairo, pues salió de Jartum el 11 de diciembre del año pasado. Le he encargado que vaya a saludar a V. E. Rma. y al veneradísimo Carminati.
[3532]
Quizá el Señor disponga que mi querida Patria, la diócesis de Brescia, me suministre en tal ocasión algún santo y capaz misionero bresciano, o algún buen obrero o hermano coadjutor. En cuanto Carcereri llegue a Brescia, suplico humildemente a V. E. que lo encamine para visitar a las Hijas del Sdo. Corazón, donde murió su venerable hermana; el naciente Instituto del excelente D. Pedro, en Castello; a las hermanas Girelli, en Cda. S. Antonio, y al P. Rodolfi. Espero que la estancia de mi Representante en Brescia bajo las alas de V. E. sea bendecida por el Sdo. Corazón. Mi prima Faustina Stampais, de Maderno, que abrió la casa femenina del Kordofán, y es hija de Santa Angela bajo la dirección de las piadosísimas y buenas hermanas Girelli, me pide que presente sus respetos a V. E., de quien recibió la Confirmación.
[3533]
El 11 de diciembre me llegaba a Jartum una segunda caravana de Hermanas y misioneros. Ahora también El-Obeid dispone de un Instituto de Hermanas. Una de ellas, Sor Xavérine, de Bayeux, en Francia, por aborrecer el camello, que es una cabalgadura molestísima, se hizo cuatro días de desierto en burro; pero como a la quinta noche las hienas devoraron el lomo y dos patas del asno, recorrió el desierto a pie durante trece días, viajando trece o catorce horas diarias, a veces bajo cincuenta y sesenta grados Réaumur. Me llegó a Jartum muy cansada; pero ahora está estupendamente.
[3534]
No le puedo expresar con palabras la favorable impresión que han causado las Hermanas a estas gentes. Es la primera vez desde que el mundo es mundo que Esposas de Cristo vienen a estas abrasadas landas. A mi llegada, muchos turcos quedaron atónitos al ver a nuestras Hermanas. Había quien las creía hombres venidos de la Luna, y quien las veía como mujeres pero de otra raza. Lo cierto es que los turcos de aquí sienten un gran respeto por las Hermanas. Las tengo de Jerusalén, y también de Siria, Monte Líbano, Armenia, Francia, Malta e Italia, y todas hablan tres, cuatro o cinco idiomas; las tengo jóvenes de veinte años y otras de hasta cuarenta. Pero todas están provistas de una fuerte y sólida educación religiosa, de una probada moralidad y de un coraje viril: no temen los difíciles y peligrosos viajes; duermen bajo un árbol donde horas antes quizá estuvo una hiena o un león; descansan de noche al raso sobre la arena, o en el rincón de una vieja embarcación; entran en las casas de los infieles, curan sus llagas y los invitan a la fe; van a los tribunales; recorren los mercados y regatean el céntimo por la misión. Mientras, otras se ocupan de la escuela y de la cultura moral de las niñas; y se presentan ante el Bajá, y con valentía y pulidas maneras protegen la causa de los desdichados; y se hacen respetar por los turcos, por los poderosos, por los soldados, por los africanos; y trabajan por la Iglesia tanto y a veces más que los mismos misioneros, e incluso que los más diligentes de ellos.
[3535]
En suma, después de las experiencias vividas en medio de los mayores peligros, ante los cuales se asustarían en Europa los hombres más bragados, estas Hijas de la caridad católica muestran total serenidad, portándose como si fuera la vida normal, y se hacen respetar por todos. Es, en una palabra, la fuerza de la gracia de la vocación apostólica, que obra estos prodigios en las misiones. Y mientras que hace diez años muchísimos religiosos huyeron espantados de estas arenas ardientes aunque en Europa habían recibido no vulgar educación, ellas me instan a menudo a que nos lancemos a las tribus más centrales, donde es mayor la necesidad, para llevar a esos negros la eterna salvación.
[3536]
En tanto que la caridad de Cristo las sostiene en estos peligrosos trances, su corazón arde completamente de amor divino: el Corazón de Jesús es todo su consuelo, su fuerza, su vida. ¡Ay!, este mundo tan turbulento de hoy no puede comprender las delicias que experimentan los amantes del sacratísimo Corazón de Jesús sufriendo y muriendo por su amor. Una cruz, una tormenta, una aflicción soportada por el Corazón de Jesús vale cien veces más que las diversiones y las falsas delicias del mundo.
[3537]
Desearía, Monseñor, decirle algo de los admirables rasgos de la gracia de vocacional de nuestras Hermanas de San José de la Aparición, que fueron las primeras entre todos los santos Institutos de la Iglesia en afrontar el desierto africano y en presentarse en medio de estos pueblos, los más necesitados del mundo; pero por ahora me limitaré a exponer un solo hecho, ocurrido el pasado octubre, cuando yo me encontraba en el Kordofán y mi Vicario General estaba entre los Nuba.
[3538]
Había aquí en Jartum una negra cristiana de unos veinticuatro años, de nombre Teresa, bautizada el año pasado, y que estaba al servicio de un señor cristiano. Yendo al mercado a hacer unas compras, fue raptada por un musulmán. Este, para asegurarse la presa, hizo valer ante el Cadí, o juez del tribunal, que Teresa era suya, que había huido de su casa sin motivo, y que indebidamente se había hecho cristiana. El Cadí preguntó a la joven si era cierto que había huido y si se había hecho cristiana: ella contestó que sí. Entonces el juez le presentó el Corán, y la amenazó con quinientos golpes y con la muerte si no abandonaba el cristianismo y volvía a la religión mahometana. Ella dijo resueltamente que era cristiana católica y que moriría cristiana. Entonces le ataron fuertemente los pies, la despojaron de la ropa y le administraron en los pies y en todo el cuerpo trescientos golpes de corbach, látigo de piel de hipopótamo. Después la invitaron reiteradamente a abrazar de nuevo el islamismo; y ante su rotunda negativa le dieron, en las condiciones de antes, otros trescientos latigazos, y luego doscientos más: en total ochocientos. Brotaba la sangre de las carnes desgarradas, y de los huesos rotos se salía la médula, pero la chica no hacía más que repetir: Ana Nassrani, «yo soy cristiana».
[3539]
Si hubiese estado yo en Jartum, de seguro el Cadí no habría cometido semejante demasía, porque sabe hasta qué punto la misión está en condiciones de hacerle rendir cuentas. Pero la misión desconocía todo esto. Por casualidad el amo cristiano de Teresa, el verdadero, llegó a saberlo, y corrió a la misión, donde no estaba el Superior. Sólo había otro misionero, D. Vicente, el cual fue rápidamente a la policía a reclamar la cristiana; pero allí fue insultado. Vuelto por fin el Superior, el canónigo D. Pascual Fiore, y enterado del caso, se sirvió de los señores más influyentes ante el Cadí para liberar a la cristiana: todo resultó inútil. Así las cosas, ¿qué hizo él? Se presentó ante mi Superiora, Sor Josefina Tabraui, de treinta y un años, nacida en Jerusalén, la cual estaba en la cama con elevada fiebre, y le contó el doloroso asunto.
[3540]
Y ¿qué hizo la Superiora? «Yo –dijo– me voy a ver al Bajá». Entonces, sin pensar en el ardor de la fiebre (ella está ahora en las últimas, y hace quince días le administré todos los Sacramentos y la bendición papal in artículo mortis) se levanta, se viste, toma consigo otra Hermana, armenia, y con un bastón en la mano, casi incapaz de tenerse en pie, se llega a duras penas al Diván del Gran Bajá y reclama con energía que sea llevada inmediatamente a la misión la muchacha maltratada, reservándose la posibilidad de poner en mi conocimiento el delito cometido por odio a la religión católica. El Bajá declaró que no estaba enterado de nada, pero que daría satisfacción de todo al Provicario Apostólico. Trató a la Hermana con absoluta gentileza, y le rogó que perdonase al juez y que acudiese a él en todo lo que deseara, pues se sentiría dichoso y honrado de complacerla. La conversación duró media hora. Tras arrastrarse ella de vuelta hasta el Instituto, encontró ya allí a Teresa, a la que dos soldados habían llevado, llena de heridas, con las carnes desgarradas y los huesos dañados (ahora se va curando, contenta de haber sufrido por J. C.) Tendría muchas cosas que escribirle también sobre los horrores de la esclavitud.
[3541]
Por centenares salen los traficantes de esclavos armados de fusiles a cazar a los negros, y, para robar mil de ellos, matan por lo menos doscientos. Se ve cómo llevan a pie, mezclados, a estos esclavos de toda edad y sexo, pero entre los que abundan sobre todo las chicas de cuatro a veinte años vestidas como nuestra madre Eva en estado de inocencia: unas sujetas por el cuello, con cuerdas, a una larga viga que, en fila, portan sobre los hombros diez o doce de estas infelices en fila; otras atadas con las manos a la espalda, o llevando en los pies gruesas cadenas de hierro, etc., etc. Así, empujadas por las lanzas de esos bandidos, viajan a pie durante dos, tres meses, haciendo jornadas de doce o quince horas. Hay otras, hasta 800 (ochocientas) que viajan en una sola barcaza, estibadas en cuatro pisos toscamente construidos con juncos en la embarcación, y así recorren más de mil millas. Esas desventuradas deben satisfacer todos los deseos de los tiparracos que acabarán vendiéndolas, después de, como dije, haberlas arrebatado violentamente del seno de sus familias, matando al padre o a menudo a la madre o a los que las defienden.
[3542]
Esta no es más que una lánguida idea de los horrores de la esclavitud que azota a mi Vicariato. Aunque mi Vicario General le contará mucho más, nunca podrá describir con suficiente viveza los horrores como son en realidad. Ya ve, Monseñor, qué Misión me ha confiado Dios. Pero el Corazón de Jesús triunfará de todo. ¡Ande!, encomiéndeme, junto con mi Misión, al Sdo. Corazón de Jesús; haga rezar en Brescia y en otros lugares a las admirables Hijas del Sagrado Corazón, que están tan bien imbuidas de las maravillas de la Caridad de Jesús crucificado y traspasado por lanza cruel. De ese Corazón deben brotar las aguas salutíferas que han de lavar estas pobres almas infelices, y conducir a los más de cien millones de infieles de mi Vicariato de Africa Central a los caminos de la eterna salvación. También le ruego que haga difundir en nuestra querida Diócesis bresciana la oración pro conversione Chamitarum Africae Centralis, que por orden mía le remitirá el excelente Rector de mi Insto. Africano de Verona, D. Antonio Squaranti.
[3543]
Envío mil respetuosos saludos al fortísimo paladín del sacerdocio cristiano y bresciano, el Rmo. Carminati, así como a las Hijas del Sagrado Corazón, con la Madre Gesualda, y dé recuerdos a su piadoso y fiel camarero. Concédame su santa bendición, mientras me complazco en declararme en los SS. CC. de Jesús y María con filial devoción y respeto
De V. E. Rma.
hummo. devotmo. y atto. hijo
Daniel Comboni
Provicario Aplico. de Africa Central
Apelo a su innata bondad para pedirle benevolencia para tan torpe escrito, en consideración al brazo aún no bien curado y a que en los desiertos de Africa Central todavía no es conocido Monseñor dalla Casa [escritor del s.XVI, de pulido estilo].