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Me llena el alma de consuelo y de gran alegría el encontrarme nuevamente entre ustedes, después de haberme enfrentado a graves peligros y de haber soportado en las tórridas regiones de Africa Central muchas adversidades y sufrimientos para enarbolar sobre sólida base el estandarte de la fe cristiana, que en su ciudad de Colonia, llamada la santa, difunde de manera tan espléndida sus rayos luminosos en las obras religiosas, en la heroica constancia, fidelidad, abnegación y admirable caridad de sus obispos y de su clero lleno de celo, y en la conducta verdaderamente edificante del buen pueblo católico.
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Después de haber dejado atrás Africa Central con sus inmensos territorios de negros y los duros viajes por el desierto, me siento feliz de poder expresarles a ustedes, que tanto se preocupan por aquellas tierras, cuán profundamente reconocido les estoy, egregios Señores, porque fueron ustedes los primeros que me prestaron su magnánima confianza y me concedieron los medios para emprender la santa obra de la regeneración de la Nigricia, finalidad para la que la Santa Sede, tras concienzudo examen y en vista de la actividad del excelentísimo Comité de la «Sociedad para el socorro de los pobres negros», me confió el Vicariato Apostólico de Africa Central con una población de cien millones de infieles; un Vicariato que es con mucho el más vasto y difícil de todos los vicariatos y diócesis del mundo entero.
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Gracias a la generosa decisión y al empuje de ustedes fue posible dar comienzo a una obra tan colosal y santa, que redunda en gloria de Dios, y que aspira a la salvación de las almas más abandonadas e infelices de todo el universo.
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Todavía recuerdan ustedes que en cierta ocasión, cuando en 1865 vine por segunda vez a Colonia, y me encontraba aún lejos de toda humana ayuda, después de haberles expuesto con total humildad mi proyecto y de haberlo hecho examinar por su iluminado juicio, la clarividencia de ustedes comprendió que sólo con el sistema que yo exponía en mi Plan, fundado en el pensamiento de los espíritus más lúcidos al respecto que he conocido, era posible difundir la luz de la fe en las religiones de Africa Central. Estábamos en un tiempo en que las opiniones sobre la realización del Plan eran aún muy dispares y las ideas sobre muchos puntos todavía muy oscuras. Con su encomiable decisión ustedes me concedieron 5.000 francos anuales para la fundación de un Instituto en las costas de Africa, con objeto de formar elementos válidos para ser utilizados en el interior de Africa.
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Esos 5.000 francos fueron la primera chispa de aquella caridad entusiástica convertida luego en llama en diversos países tanto de Europa como de América para promover esta gran obra de la conversión de los negros. Cuando se hubo visto el buen resultado de esta primera fundación, por mí obtenido en Africa con la ayuda de ustedes, otras asociaciones, como la ilustre Sociedad de la Propagación de la Fe de Lyón y París, así como la benemérita Presidencia de la Sociedad de María, de Viena, fundada por el rey Luis I de Baviera, llamada Ludwigverein, junto con otras pequeñas Sociedades de Francia y de Alemania, se apresuraron a proporcionarme los medios para extender en mayor medida mi gran obra en Africa Central. Obtuve también considerable ayuda de la Corte real de Praga, del emperador Fernando I y de la emperatriz María Ana, como asimismo del difunto duque de Módena y de la Corte real de Sajonia, y de muchas principales y nobles familias de Alemania y de Austria.
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Comparen lo que era el Vicariato en el año 1865 con lo que es actualmente, y a través de las muchas cosas convenientemente hechas se convencerán de que los resultados de su Sociedad para el socorro de los pobres negros han sido verdaderamente extraordinarios.
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En 1865 no existía en Europa ningún Instituto orientado a la formación de misioneros para conversión de los negros en Africa, ni ningún Instituto de Hermanas para la misma finalidad. Sólo había un Instituto para niños en Jartum, fundado por mi predecesor Mons. Knoblecher, y atendido únicamente por un sacerdote tirolés, el P. Fabián Pfeifer, y algún Padre franciscano, que se sostenía con las limosnas de la insigne Sociedad de María, las cuales ascendían a 3.000-4.000 francos anuales.
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Examinen ahora los resultados de su generosa ayuda a la gran obra, de la que con la siguiente enumeración quiero darles una idea esquemática, y los encontrarán relevantes:
1) La Santa Sede me confió la dirección de este inmenso Vicariato, que se podría considerar el apostolado más difícil del mundo.
2) En el año 1867 conseguí fundar en Verona un Instituto para las Misiones de la Nigricia, que hoy está provisto de rentas suficientes para su normal mantenimiento y cuenta con un buen número de candidatos que se preparan para las misiones de Africa.
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3) En 1872 fundé en Verona el Instituto de las «Pías Madres de la Nigricia», en el cual se forman Hermanas misioneras que luego deberán educar a las negritas en los Institutos de los países africanos. Este Instituto veronés, que funciona ya muy bien, nos prestará una extraordinaria ayuda en la Nigricia.
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4) En 1867 fundé en Egipto dos establecimientos como estaciones de aclimatación y de preparación para las misiones de Africa Central: uno destinado a los misioneros y el otro al Instituto de las Hermanas de San José de la Aparición.
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Hasta el pasado año por el alquiler de estas dos casas en el Viejo Cairo tuve que pagar la cantidad anual de 2.000 francos. Pero gracias a la benévola protección de Comthurs Ceschini, agente diplomático de Su Majestad el emperador Francisco José y del Cónsul austrohúngaro en Egipto, últimamente obtuvimos como donación de Su Alteza el Kedive, en el mejor barrio de El Cairo, un terreno valorado en 43.000 francos para edificar en él nuestros establecimientos. Las obras de los mismos van ya tan avanzadas que en el mes de julio de este año los misioneros y las Hermanas podrán ocuparlos.
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5) En Jartum he levantado un gran edificio, una construcción de 122 metros de longitud para las Hermanas de San José de la Aparición, donde hay locales de enseñanza para las negritas, un asilo para las esclavas que busquen allí refugio, y otro para huérfanas, así como un hospital y una capilla. Los misioneros del Instituto Africano de Verona viven en la casa que edificó allí Mons. Knoblecher, donde reciben enseñanza los negritos, y que había sido abandonada definitivamente en 1861 con las Estaciones de Santa Cruz y de Gondókoro, en el Nilo Blanco, y en 1865 la de Schellal. Ambos Institutos tienen un hermoso huerto-jardín, el más amplio y hermoso de todo Sudán, y que da a la misión una producción anual por valor de 1.000 táleros prusianos. Asimismo Jartum es la sede del Provicario, provista en lo posible de edificios para todas aquellas obras cristianas de caridad que son indispensables en una parroquia.
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6) Similarmente he fundado en El-Obeid dos grandes casas, para los misioneros y para las Hermanas, con iglesia parroquial y capilla. Aquí las construcciones son de tierra y arena, que en la estación seca resisten lo suficiente.
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Pero dado que en la estación de las lluvias (jarif) este material se vuelve poco resistente, nos dirigimos a la generosidad de Alemania y de toda Europa para obtener medios con los que construir una iglesia y viviendas de ladrillo. La misión de El-Obeid es el punto central de comunicación y de partida para conseguir que llegue la fe cristiana a las tribus de Africa Central y a la parte occidental del Vicariato, como Jartum es el punto de partida para introducirse en el este y predicar la fe entre las tribus que ocupan extensísimos territorios del Nilo Blanco hasta allende el Ecuador, en los 12° de latitud sur.
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7) El año pasado se erigieron provisionalmente dos casas de misión en Delen, entre los pueblos de Gebel Nuba, al suroeste del Kordofán; pero están hechas sólo de paja y de ramas de árboles, hasta que más adelante dispongamos de medios para construirlas de modo más sólido y situadas en un punto bueno y central de Gebel Nuba, quizá al pie de los montes Carco.
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8) También levanté un edificio de sólida construcción en Berber, entre los 17° y 18° de lat. norte, a orillas del Nilo, y mediante decreto canónico del 1 de abril de 1875 lo confié a la Orden de San Camilo.
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La casa de Schellal, construida por mi estimadísimo predecesor Monseñor Kirchner, de Bamberg, ahora párroco de Schlitz y miembro del Parlamento de Berlín, se presta muy bien para los misioneros y las Hermanas que desde Egipto se dirigen al Vicariato. La reabriremos cuando aumente el número de obreros evangélicos y apenas esté dispuesto el ferrocarril hasta Jartum.
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Así pues, Señores, todas estas considerables fundaciones han surgido desde que ustedes, con la deliberación de 1865, me prometieron su extraordinariamente importante cooperación. Todo esto se ha realizado en ocho años, de 1867 a 1875, en un tiempo en que a menudo he encontrado en mi camino las situaciones más adversas, y he tenido que luchar contra innumerables obstáculos y contra dificultades internas y externas; en un tiempo en que el bien debe sufrir mil antagonismos, y en el que se querría hasta destruir a la Iglesia de Cristo. Pues bien, a pesar de esto la mano omnipotente de Dios ha intervenido de manera tan visible en nuestra obra, que ustedes tienen motivos para reconocerlo con alegría y sentir una bien merecida satisfacción.
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Por lo cual, ya que sus esperanzas no han sido defraudadas, no dejen de socorrer a esta santísima obra, redoblen su celo y búsquennos entre el pueblo católico de Alemania nuevos bienhechores, que con sus oraciones y con sus donativos contribuyan a promover la conversión de la Nigricia, recordando el dicho de San Agustín: «Quien un alma para Dios ganó, la suya predestinó».
La bendición del cielo no ha de faltarles a ustedes ni a los católicos en la lucha que se ha entablado entre el cielo y la tierra, y su coraje será fortalecido nuevamente cuando oigan que la causa de Dios, mediante su gracia, celebra continuamente nuevos triunfos. Dentro de unos meses espero poderles enviar un resumen histórico de esta gran obra nuestra que ustedes protegen.
Daniel Comboni
Provicario Apost. de Africa Central
Original alemán.
Traducción del italiano