[5067]
Sólo ayer, a nuestra llegada a esta última ciudad de Egipto, supe que el Señor ha hecho una gran visita a su familia, la cual me es tan querida. Don Squaranti estaba informada de ello ya en El Cairo, un mes antes; pero, conociéndome bien, también conmigo guardó silencio. Cuando lo supe yo, Sor Teresa aún no estaba al corriente de ello. De hecho, en el viaje por el Nilo, varias veces se lamentó de que mientras que había recibido carta de mi padre y del Instituto de Verona, no le había llegado siquiera una línea de su familia.
[5068]
Don Antonio me dio la noticia ayer a las diez de la mañana. A la una del mediodía yo no quería ir a comer, porque era demasiado grande mi dolor y temía que Sor Teresa, que se sentaba a mi derecha a la mesa en el barco, me leyera la expresión de la cara. Al final fui, a instancias de D. Antonio, y traté por todos los medios de mostrarme desenvuelto. Fue imposible, y Sor Teresa leyó en mi rostro, aunque aparentó despreocupación. Pero apenas terminada la acción de gracias, voló a la habitación de D. Antonio y le pidió que le hablase claro. Oyéndola suspirar, yo también fui allí. Ella nos decía: «Pero díganme la verdad, que estaré serena y resignada: mi padre... ¿ha muerto?»
[5069]
Don Antonio y yo, petrificados, con un ahogo que nos impedía proferir palabra, nos pusimos a soltar torrentes de lágrimas; y sólo al cabo de unos diez minutos pudo salir de nuestros labios un sí. Pero qué sufrimiento... Yo sabía que su familia era la más feliz del mundo, que hasta entonces Teresa no había conocido lo que es la muerte de un ser querido: nunca había perdido a nadie de su familia. Y entonces pude medir toda la amplitud de su dolor. Ella quería a su padre con un amor tierno, ya que jamás había dejado pasar un día sin hablar de él, como habla a diario de su madre, de sus hermanos y hermanas y de su tío.
[5070]
Pero me quedé asombrado del heroísmo de esta hija suya, que también lo es mía. ¡Una hija incomparable, una verdadera santa, y uno de mis mayores consuelos en mi espinosísima carrera apostólica! Apenas salido aquel «sí» de mis labios, ella se hincó de rodillas, y con los brazos abiertos hacia Dios y delante de nosotros, exclamó: «Jesús mío, Corazón de mi Jesús, María Inmaculada, San José, a vos ofrezco con toda el alma y el corazón a mi querido papá: acogedlo en el cielo, os lo ofrezco. Hágase vuestra santísima voluntad, etc.; pero dadle el paraíso, donde espero reunirme con él cuando a vos os plazca. Y concededme la gracia, Jesús mío, de proteger, confortar y defender a mi querida mamá y a mi familia: os encomiendo mi papá, mi mamá y mi familia. Pongo en el Corazón de Jesús a mi mamá y a mi familia: hágase siempre vuestra santa voluntad, oh Dios mío. La Cruz es grande, extraordinaria; pero vos la habéis llevado por mí: sed por siempre bendito. ¡Oh papá, ya no te veré más en la tierra, pero seguro que te veré en el cielo! Ruega por mí, por mamá, por nuestra familia...», etc., etc.
[5071]
Estuvo más de un cuarto de hora así, arrodillada ante Dios y ante nosotros; las palabras que le salían, eran palabras de la más sublime santidad y religión. Casi nunca he visto una hija con tanta ternura y amor hacia sus padres, y jamás he conocido una mujer tan fuerte, tan generosa, tan noble, tan cristiana. ¡Bien digna es de la alta misión y empresa a que Dios la ha llamado! Pero si debo de sentir orgullo por una hija tan excepcional, tan santa, debo sentirlo también por quienes la formaron en tanta perfección y santidad: debo enorgullecerme de usted, Sra. Estrella, y de mi querido Sr. Lorenzo, que instilaron e hicieron nacer en el corazón de esta incomparable hija tan alto grado de piedad, fervor, celo, candor y generosidad; que la formaron de tal modo como para poderse comparar a las sublimes mujeres del Evangelio, que acompañaban y servían a los Apóstoles en su predicación.
[5072]
Sor Teresa es una perla, digna de usted y del Sr. Lorenzo, y merecedora de parangonarse con las Lucinas y Petronilas y con las mujeres del Evangelio. Por eso estoy seguro que el padre que crió y educó una hija como ésta, se halla ahora en el paraíso gozando del premio a sus virtudes, a su fe y a su exquisita religiosidad. En una palabra, el Sr. Lorenzo, cuya profunda fe, virtudes y adhesión a la Iglesia y a Pío XI eran conocidas de todos, está en el cielo, y en muy alto lugar de gloria, desde donde ruega por usted, por Sor Teresa, por su familia. Y en la hipótesis de que un ángel le preguntara si estaría dispuesto a volver a la tierra para disfrutar de cien años más de vida, él respondería con un «no» rotundo, porque allí se goza de Dios, y porque desde el cielo es más útil a su familia que en la tierra, si viviera.
[5073]
Por tanto, después de haber rendido su tributo de dolor y lágrimas a su incomparable marido (acto el más sagrado, debido y loable, al ser las lágrimas la expresión santa del perfecto amor deseado por Dios en los hijos y en la esposa), usted debe estar alegre, tranquila y contenta, porque su querido Lorenzo está en el paraíso gozando del premio a esa vida que llevó de verdadero cristiano, y desde el cielo se encuentra en mejor situación de proteger a su familia que aquí abajo, y de ayudarlas a ustedes a hacerlas seguir santamente este terrenal peregrinaje, para luego reunirse con él cuando lo quiera el Señor.
[5074]
Y lo que le digo a usted, se lo digo también a sus hijos e hijas, a D. Luis (a quien escribiré apenas disponga de tiempo), y a mi querido amigo el Sr. Francisco, digno hermano del Sr. Lorenzo y verdadero padre de todos. Sí; usted debe estar alegre, resignada y contenta. De Sor Teresa me ocupo yo: ella será uno de sus más grandes consuelos. Dios ama, y con predilección, a la familia Grigolini, porque es una familia verdaderamente cristiana, llena del espíritu del Señor, y de firme e inquebrantable fe y religiosidad. Que Dios ama a esta querida familia, lo ha demostrado llamando a sí al Sr. Lorenzo, tan buen padre, buen esposo, buen hermano, buen cristiano... ¿Amó el Padre Eterno a su divino hijo? Lo amó con un amor infinito, y por eso quiso que muriese entre tormentos en la Cruz.
[5075]
Jesucristo amaba a su Santísima Madre; sin embargo, aunque Madre de Dios, quiso que fuese la Reina de los Mártires. Jesucristo ama a su Iglesia inmaculada, su Esposa; sin embargo permite que esté atribulada hasta el fin del mundo, quiso que nadase en la sangre de los mártires, y ahora la ha afligido con la muerte de Pío IX. Los santos tuvieron toda clase de sufrimientos: incluso se puede medir la grandeza y elevación de su santidad por el tamaño y cantidad de las cruces y dolores que soportaron. ¿Qué no sufrió Santa Isabel Reina, que después de haber probado las delicias del trono se vio abandonada y pidiendo limosna con sus hijos, etc.? ¡Y es que Dios a los que mucho ama, a sus predilectos, les da cruces! Por eso afirmo que Dios ama a su familia, porque le ha mandado una cruz grandísima, arrebatándole al Sr. Lorenzo. Puesto que tal ha sido la voluntad del Señor, usted debe armarse de valor y pensar que Dios la ama. Confórtese, anímese, pues. Y cobre ánimo también el resto de la familia, como hace su querida hija Teresa.
[5076]
En efecto, después de un cuarto de hora se levantó y se retiró a su habitación, donde encontró a las Hermanas, que, contristadas, se pusieron a besarla y a bañarla con sus lágrimas. Yo me mantuve a su lado, y la dejé llorar durante algunas horas. Mas luego le expuse las verdades antedichas y otras, que no comprende quien no tiene fe, pero que comprendió bien Teresa. Estuvimos juntos toda la tarde, hasta las diez, cuando me retiré a mi cuarto. Ella pasó la noche en parte llorando, en parte durmiendo, y a la mañana siguiente asistió a todas las misas que en el barco celebramos en sufragio del Sr. Lorenzo, por quien todas las Hermanas ofrecieron su comunión. El día de ayer lo pasó un poco entre llantos y rezos, y trabajando, y casi sin dejar de hablar del Sr. Lorenzo y de usted y familia.
[5077]
Esta noche, Teresa ha dormido y descansado; ahora se encuentra muy aliviada, y espero que se repondrá pronto, sobre todo rezando por él y por usted. Además está rodeada de un ambiente de paz espiritual: las Hermanas la quieren y respetan como a una madre. Desde el día en que salió de Verona hasta hoy (y yo he estado siempre con ellas), entre estas cinco hijas ha reinado una armonía celestial: nunca vi una nube entre ellas. Se quieren más que si fueran hermanas en la carne, se ayudan mutuamente y lo que agrada a una agrada a las otras. Además, la voluntad de Teresa es la voluntad de todas, sus intereses son los intereses de Dios, y todos los días oigo el nombre de usted.
[5078]
Teresa es una verdadera hija. Constituye mi consuelo y el de mi querido D. Squaranti; y todos, animados de un mismo espíritu, no deseamos más que salvar almas y cumplir con nuestro deber. Nosotros no cambiamos nuestra condición por una corona, por un trono: somos más felices que reyes; y preparados a sufrirlo todo y a morir por Cristo, los días se nos pasan con la velocidad del rayo. Mañana entraremos en Nubia, o sea, en el principio de ella. Allí comienza también mi Vicariato, que es la diócesis y la misión más grande y poblada del universo, porque contiene cien millones de infieles y supera la extensión de toda Europa.
[5079]
Quería escribir a D. Luis (que debe de tener una hermosa alma y una mente recta, como veo por los sentimientos que expresa a su hermana) y a mi querido Sr. Francisco; pero me veo en medio de un fárrago de cosas que hacer, por la descarga de nuestras dos grandes embarcaciones, y por las cartas que tengo que escribir para muchas partes de Europa y del mundo. Mientras, todos estos días celebramos las misas por el querido Sr. Lorenzo, a quien sentimos como algo nuestro, entre otros motivos porque nos ha dado una digna y querida hija suya que guiar al cielo. Pero... bien entendido, Sra. Estrella, que nosotros no vamos a ir solos al cielo, sino que llevaremos detrás una procesión de almas salvadas de las bocas del infierno; por lo cual, cuando vayamos allá los misioneros y las Hermanas, San Pedro tendrá que abrir de par en par las puertas del paraíso. Así lo esperamos, después de que el Señor nos haya concedido la gracia de sufrir y padecer mucho por El.
Muchos saludos a cada uno de los miembros de su familia, a Francisco, a su esposa, y naturalmente a mi querido Arcipreste Gazzolato, de parte de quien bendiciéndolos a todos de corazón, en los Sdos. Corazones de Jesús y María será siempre
Suyo afmo. en el Señor
† Daniel Comboni
Obispo de Claudiópolis i.p.i.
Vicario Apostólico de Africa Central