[4771]
Mediante el augusto signo de la Cruz, por voluntad de la Sabiduría eterna, el mundo hoy cristiano salió de las espesas tinieblas en que lo había mantenido la ley antigua; sólo la Cruz tuvo la fuerza de producir tal milagro, y por eso todas las obras que vienen de Dios deben nacer a los pies del Calvario.
[4772]
Así, en favor de la santidad de una obra hablan las señales de reconocimiento, que consisten en la Cruz, en el dolor, y en las oposiciones, que a menudo levantan contra las obras de caridad los más graves obstáculos. Sí, sólo en este Vía Crucis cubierto de espinas maduran, se perfeccionan y encuentran su triunfo final las obras de Dios. Es un camino que recorrió también el Hombre-Dios para llevar a cabo su obra de redención universal.
[4773]
La Virgen Santa e Inmaculada fue primero Reina de los Mártires y luego se hizo Reina del cielo y de la Tierra. Del mismo modo, todas las Ordenes religiosas, todos los establecimientos e Institutos de la Iglesia de Jesucristo fueron fundados sobre las espinas, de las cuales vemos brotar las más heroicas virtudes, que difunden su bendición y sus beneficios por todo el universo.
[4774]
Los mártires y todos los santos anduvieron por ese camino, y nosotros medimos lo sublime de su santidad por la intensidad de los sufrimientos que tuvieron que soportar en su vida terrena. Finalmente también la Iglesia de Jesucristo y el Papado, desde San Pedro hasta Pío IX, siguiendo el ejemplo del Fundador divino, llevan los signos de esta lucha ininterrumpida.
[4775]
La Iglesia, la más augusta creación de la omnipotencia y del amor divino, lo más perfecto que ha salido de su diestra, esta sublime maravilla de su eterno saber hacer, esta arca de la Nueva Alianza, esta mística nave que durante diecinueve siglos ha soportado incólume el embate de terribles olas levantadas continuamente contra ella por las furibundas fuerzas del infierno, durante más siglos seguirá navegando majestuosamente, hasta que entre en el puerto de la eternidad.
[4776]
Algo similar ocurre con la sublime empresa de la regeneración cristiana de la Nigricia, la cual tiene a orgullo haber recibido de ustedes y de toda la Alemania católica la primera chispa de vida, el primer impulso, las primeras ayudas para su progreso y para su seguro desarrollo.
[4777]
También esta empresa apostólica ha seguido la suerte de todas las obras santas que brotan del seno de la Iglesia de Jesucristo, en cuanto que los obstáculos y las hostilidades a los que se ha tenido que enfrentar desde el mismo instante de su nacimiento pueden ser considerados como garantía infalible de su éxito y de un futuro feliz.
[4778]
Luego, gracias a las sabias disposiciones de la Santa Sede, esta santa obra ha entrado en una etapa en la que tendremos la dicha de poder darle una mayor expansión. Por eso no creo que resulte enfadoso a los egregios miembros de la Sociedad de la Alemania católica que yo les presente un cuadro de la historia del Vicariato de Africa Central y de las obras para la evangelización de la Nigricia, obras que podrán conseguir la conversión de ésta del modo más práctico y mejor. Al mismo tiempo hago una descripción concisa de la situación actual de este importantísimo apostolado.
[4779]
El Vicariato Apostólico de Africa Central fue erigido con un decreto de Gregorio XVI, de santa memoria, el 3 de abril de 1846. Sus límites son:
Al norte, el Vicariato Apostólico de Egipto y la Prefectura de Trípoli.
Al este, el mar Rojo y los Vicariatos Apostólicos de Abisinia y de los Gallas.
Al sur, las montañas [de la Luna], que según los geógrafos modernos se hallan entre los 10° y los 12° de lat. norte.
Al oeste, el Vicariato de la Guinea y la Prefectura del desierto del Sáhara.
[4780]
El Vicariato supera en extensión al conjunto de Europa. Abarca las posesiones que la corona jedivial de Egipto tiene en Sudán, y que forman una demarcación cinco veces mayor que Francia. Incluye también las tribus entregadas al fetichismo y los territorios de los pueblos primitivos, que no pertenecen a la Nigricia central, y algunos reinos en los que mandan reyes y sultanes que en mayor o menor grado han abrazado las leyes de Mahoma.
[4781]
Según el cálculo aproximativo de mi insigne y experto predecesor el Dr. Knoblecher, su población asciende a unos noventa millones de habitantes; según mis propios cálculos y los datos estadísticos de Washington, el número se acerca a cien millones de almas infieles. De ahí se sigue que el Vicariato Apostólico de Africa Central es con mucho el más grande y poblado de la tierra.
[4782]
Desde el punto de vista histórico, este inmenso Vicariato se puede considerar dividido en tres distintos períodos:
El primero es aquel en que estuvo bajo la dirección del P. Ryllo S.J., que en 1848, en Jartum, sucumbió a las fatigas de la vida misionera; del célebre Dr. Knoblecher, que hizo el sacrificio de su vida en 1858, en Nápoles, y de Monseñor Kirchner, que en 1861 cedió el Vicariato a la benemérita Orden Seráfica.
[4783]
El segundo período es aquel en que el Vicariato, desde 1861 a 1872, fue administrado por los RR. PP. Franciscanos, bajo la alta dirección del reverendo P. Reinthaller y del Rmo. Delegado y Vicario Apostólico de Egipto.
[4784]
El tercer período, en fin, se corresponde con el tiempo que lleva bajo mi dirección, desde que la Santa Sede lo confió en exclusiva al Instituto para las Misiones de la Nigricia por mí fundado en Verona, del que es protector el Excelentísimo Obispo Marqués de Canossa.
[4785]
Las relaciones anteriores, publicadas por la esclarecida Sociedad de Colonia, nos dejan ver que en el primer período del Vicariato de Africa se erigieron cuatro estaciones:
1) La de Jartum, capital de las posesiones egipcias en Sudán, situada en la Alta Nubia, junto al Nilo Azul, entre los 15° y 16° de lat. N.
2) La de Gondókoro, en la región de los negros Bari y junto al Nilo Blanco, entre los 4° y 5° de lat. N.
3) La de Santa Cruz, en tierras de los negros Kich, situada también junto al Nilo Blanco, entre los 6° y 7° de lat. N.
4) La de Schellal, emplazada frente a la isla de Filé, en Nubia Inferior, en el Trópico de Cáncer.
[4786]
En el primer período trabajaron en condiciones dificilísimas más de cuarenta misioneros europeos, que fueron casi todos víctimas de su heroica caridad, de los esfuerzos sobrehumanos y del clima letal.
[4787]
En el segundo período, en que fueron abandonadas las lejanas estaciones de Gondókoro y Santa Cruz, y posteriormente también la más cercana de Schellal, toda la actividad apostólica se concentró en la misión de Kartum, a la que el Provicario Apostólico Dr. Knoblecher había dotado de una amplia residencia y de un extenso jardín plantado de palmeras, gracias a los medios suministrados con generosidad por la Presidencia de la Marienverein de Viena.
[4788]
Allí trabajaron 50 miembros de la Orden Franciscana –en su mayor parte laicos–, de los cuales sucumbieron 22 en el primer año. Los supervivientes, gravemente extenuados por las enfermedades y las grandes fatigas, se retiraron en su mayoría a Egipto o a Europa, mientras que sólo unos pocos sacerdotes y laicos continuaron al servicio de la misión, y proporcionaron gran ayuda espiritual a los católicos de Jartum, que pertenecían al Vicariato apostólico de Egipto.
[4789]
En el tercer período se ha erigido una nueva misión en El-Obeid, la capital del Kordofán, con un edificio para los misioneros y otro para las Hermanas de San José, y a media jornada de distancia se ha fundado la colonia agrícola de Malbes, formada por algunas casas adecuadas con un poco de terreno cultivable para exclusiva utilidad de la misión, y con el fin de instalar allí familias de negros convertidas al cristianismo, para poco a poco constituir con ellas poblados completamente cristianos.
[4790]
En Gebel Nuba, al suroeste del Kordofán, entre los 9° y 11° de lat. norte, se ha erigido también una misión, y en Jartum se ha abierto un hermoso Instituto para las Hermanas de San José de la Aparición, dotado de orfanato y de hospital. También en Berber se ha fundado una nueva estación, que durante dos años han dirigido los Padres de San Camilo de Lelis, pero que ahora está a cargo únicamente de los sacerdotes de mi Instituto de Verona.
[4791]
A todos estos establecimientos han suministrado nuevas fuerzas dos casas de Egipto destinadas a la preparación y aclimatación de misioneros. Por ellas han pasado en los últimos años sacerdotes de mi Instituto para las Misiones de la Nigricia de Verona, algunos Ministros de los Enfermos, y Hermanas de San José de la Aparición, de Marsella, tan llenas de celo.
[4792]
En este tercer período ni un solo sacerdote europeo ha muerto por la inclemencia del clima: todos, sin excepción, están aún vivos, y su salud es excelente a pesar de las fatigas y de las muchas penalidades y sacrificios que tienen que soportar. Pero tuvimos que llorar la muerte de algunas Hermanas no habituadas al fatigoso trabajo misionero, y que no gozaban de la mejor salud cuando se entregaron a obras de caridad cristiana tan difíciles.
[4793]
De aquí aparece claro que el Vicariato apostólico, desde el principio, entró en la senda inevitable que la divina Providencia le ha trazado. Sí, toda obra santa, antes de llegar a su realización, debe pasar por una escuela de pruebas, que consiste en una serie de duras batallas y sacrificios.
[4794]
En este punto, permítaseme explicar rápidamente el origen de la santa obra de evangelización de la Nigricia por mí fundada; cómo surge bajo la protección del veneradísimo Obispo de Verona, y cómo, con la asistencia de los Sagrados Corazones de Jesús, María y S. José, en tiempos bien calamitosos, luchando contra los más graves obstáculos, consigue a pesar de todo echar raíces en Verona, en Egipto y en Africa Central esta obra, mediante la cual ahora se obtiene vida y mantenimiento para el Vicariato.
[4795]
Entre los primeros cinco misioneros que en 1846 la Santa Sede envió a Africa Central bajo la guía del magnánimo P. Ryllo, estaba el sacerdote D. Angel Vinco, natural de Cerro, en la diócesis de Verona, y miembro del Instituto Mazza, maravilla de caridad cristiana, fundado por el insigne D. Nicolás Mazza, al cual debo yo también mi formación sacerdotal y apostólica, habiendo sido alumno de ese Instituto desde 1843 hasta 1867.
[4796]
Después de la muerte del P. Ryllo, Vinco regresó a Europa en busca de limosnas y de nuevos apóstoles de Cristo, y se detuvo dos meses en dicho Instituto. El fue el instrumento de que se sirvió la Providencia para inducir a D. Mazza, aquel extraordinario sacerdote, a que tomase nuevas decisiones y enviase a Africa Central los miembros más idóneos de su floreciente Instituto, ya que la situación de infelicidad y miseria en que yacían los pueblos negros lo habían conmovido profundamente, después de oír los relatos del misionero vuelto de Africa.
[4797]
Fue en enero de 1849 cuando yo, aún estudiante de 17 años, postrado a los pies de mi venerado Superior D. Nicolás Mazza, prometí consagrar mi vida al apostolado de Africa Central; y con la gracia de Dios no he incurrido en infidelidad a mi promesa. Entonces empecé a prepararme para esta santa empresa, y luego, en 1857, cuando ya había comenzado el tercer período de la misión, D. Nicolás Mazza me envió junto con varios sacerdotes más, bajo la dirección del valeroso D. Juan Beltrame, a Jartum y a las estaciones del Nilo Blanco, donde pasé un difícil tiempo de prueba y más de una vez padecí violentas fiebres ecuatoriales que casi me llevaron a la tumba. Allí tuve ocasión de estudiar y conocer a fondo la lengua denka, y con ella las costumbres y usanzas de muchas tribus negras del interior.
[4798]
Una orden de mi Superior me obligó a abandonar aquellos lugares y, después de mi regreso a Europa por la ruta de Dóngola y Wady-Halfa, tuve que ir a las Indias orientales, a Arabia y a las costas orientales de Africa, por asuntos importantes. Mientras, el Vicariato había sido confiado a los PP. Franciscanos.
[4799]
En el año 1864, el 18 de septiembre, cuando me encontraba en Roma y en la basílíca de San Pedro asistía a la beatificación de Margarita María Alacoque, como un relámpago me iluminó la idea de proponer para la cristianización de los pobres negros un nuevo Plan, cuyos diferentes puntos me vinieron de lo alto como una inspiración. A continuación, dicho Plan obtenía el beneplácito de Su Santidad el Papa Pío IX, que lo hacía remitir a la S. Congregación de Propaganda Fide. Fue traducido a varias lenguas y se hicieron de él varias ediciones. Sobre la base de este Plan, yo intentaba dar a la misión entre los pobres negros de Africa Central una organización dotada de mayor vitalidad y solidez. Por eso propuse que en un lugar adecuado de Europa se fundasen dos Institutos, uno masculino y otro femenino, con objeto de formar personal para la dirección de estas misiones de Africa Central, tanto misioneros como misioneras. Similarmente, en un lugar de clima sano de la costa africana había que erigir dos Institutos como estaciones de preparación y de aclimatación, antes de que el personal misionero penetrase en las zonas interiores de Africa.
[4800]
Pero, como me encontraba solo, sin las ayudas ni los medios económicos necesarios para realizar mi Plan, con el permiso de mis Superiores, S. Em.a el Card. Barnabò, Prefecto de Propaganda, y el Rvdo. D. Nicolás Mazza, me vi obligado a recorrer durante tres años Italia, Francia, España, Inglaterra y los países germánicos, sobre todo Austria, tratando de estudiar continuamente las Misiones Extranjeras y sus instituciones, que en Francia y en Irlanda están admirablemente organizadas. En todas partes procuré ampliar mis conocimientos, tratando además de conseguir apoyo y dinero mediante una clara exposición de la importancia de la obra que yo pretendía emprender. En esto me fueron de mucha ayuda S. Em.a el Card. Barnabò y otras destacadas personalidades eclesiásticas y seglares, pero sobre todo las exhortaciones y las palabras proféticas que nuestro incomparable Pío IX me dirigió en septiembre de 1864, palabras que me impresionaron profundamente: «Labora sicut bonus miles Christi pro Africa».
[4801]
Aunque veía ante mí obstáculos casi insuperables y dificultades enormes contra los que tendría que luchar tanto en Europa como en Africa, confié siempre en el Corazón divino, que padeció también por Africa. Ni por un instante me abandonó la esperanza en el éxito final de mi grande y sublime empresa.
[4802]
Cuando en 1865 propuse mi proyecto sobre la seguridad de la misión de Africa a la estimadísima Sociedad para el socorro de los pobres negros de Colonia, ella dio su aprobación y, guiada por la mayor benevolencia, reconoció la importancia de llevarlo a cabo. De esta Sociedad vino la primera promesa de una ayuda continua, con la generosa declaración, confirmada por el Rmo. Dr. Baudri, Obispo de Aretusa i.p.i. y Vicario General de la Archidiócesis de Colonia, mediante la cual el Consejo central de dicha Sociedad se comprometía a dar 5.000 francos anuales para la fundación de una casa misionera en las costas de Africa. Este fue el primer estallido de entusiástica generosidad, que en todas partes de Europa, y especialmente en las principales asociaciones de Lyón y París, abrió las fuentes de la beneficencia.
[4803]
Sólo en 1867, con ayuda de Dios, encontré el verdadero punto de apoyo en el que erigir sobre sólida base el edificio de mi Plan. El ilustre Marqués de Canossa, luego Obispo de Verona y ahora elevado a la dignidad de la púrpura, digno retoño de la célebre Condesa Matilde de los memorables tiempos de Gregorio VII, y digno sobrino de la Condesa Magdalena de Canossa, fundadora de las Hijas de la Caridad, que lo educó en los años de su juventud, mostróse complacido cuando el pío P. Olivieri le presentó un grupo de negritas. Por eso, movido a compasión, no sólo le dio una cantidad de dinero, sino que además influyó en su amigo el venerable D. Mazza, para que las acogiera en su Instituto de Cantarane, a fin de que fuesen instruidas en la fe cristiana y se hiciesen luego aptas para difundirla en su patria bajo la dirección de los misioneros. Recomendó también que se recogieran negritos en Institutos situados en la costa africana, ubicación que parecía servir mejor para el fin, ya que en Europa los negros morían. Si al P. Olivieri, aquel verdadero ángel de misericordia, le hubiese sido concedida más larga vida, seguramente habría realizado más tarde su proyecto de trasladarlas al interior como mensajeros apostólicos.
[4804]
Cuando me enteré del inmenso celo que animaba a este admirable Prelado a trabajar por la salvación del pueblo más infeliz de la tierra y supe hasta qué punto acariciaba en su corazón esta idea, me decidí a ponerle a él, a quien yo conocía desde mi juventud, completamente al corriente de mi gran Plan. Rogándole que prestase a mi obra su poderosa ayuda y que tuviera a bien presidirla él mismo, le prometí solemnemente consagrar a ella hasta la muerte, con la gracia de Dios, toda mi actividad, y con la ayuda del patriarca San José suministrar el dinero y todos los otros medios necesarios. Este magnánimo Obispo, animado de verdadero espíritu apostólico, se puso al frente de mi obra y asumió la presidencia de la misma, aunque no se le escapaban las desfavorables condiciones del momento, como tampoco las graves dificultades que iba a encontrar, e incluso la exigüidad de las fuerzas que yo podía poner a disposición de ella.
[4805]
Pero cobró aliento y fuerza en las palabras de Pío IX, del Card. Prefecto de Propaganda y de un gran número de príncipes de la Iglesia con los que se encontró en Roma en las fiestas del centenario del martirio de los Príncipes de los Apóstoles. Así, bajo su providencial protección, en 1867 se abrió en Verona un Instituto destinado a la formación de misioneros para la Nigricia, y un segundo orientado a la preparación de personal misionero femenino, el de las Pías Madres de la Nigricia, dirigido por las Hijas de la Caridad.
[4806]
Para suministrar ayudas a estas instituciones fundé la Asociación del Buen Pastor, que el Santo Padre enriqueció con muchas indulgencias, y que entre sus miembros en la ciudad cuenta con muchas personas, tanto eclesiásticas como seglares, distinguidas por su piedad y caridad. Todo esto se llevó a cabo casi inmediatamente después de cuando, por consejo de Su Eminencia el Card. Prefecto y del Obispo de Verona, yo dejé para siempre el Instituto Mazza, a fin de poder dedicarme desde entonces totalmente y sin molestias a mi obra, y con la aprobación del Jefe de la Iglesia emprender la fundación de Institutos, todos los cuales yo quería poner bajo la protección de la Santa Sede.
[4807]
Para jefe del Instituto de misioneros de la Nigricia, que debía convertirse en un seminario orientado al apostolado en Africa Central, propuse al sacerdote D. Alejandro Dalbosco, hombre de excepcionales aptitudes para ese cargo, que había sido compañero mío en la misión de Africa Central, donde su nombre se bendice todavía.
[4808]
En el otro Instituto, a causa de mi ausencia de Europa y por los malos tiempos, sólo se pudo pensar en 1872. Siendo de la máxima importancia erigir también en Africa un Instituto para alumnas, en primer lugar tuve que realizar varios viajes con vistas a obtener información sobre las Ordenes religiosas femeninas más adecuadas a este fin. Dios quiso que, conforme a los deseos de la Santa Sede, mi elección recayese en la benemérita Congregación de las Hermanas de San José de la Aparición. Esta Orden ha sido la primera, desde las Cruzadas, que ha enviado monjas europeas a Oriente y a Tierra Santa, y también tiene casas en Malta, en las costas orientales de Africa, en Australia, en la India y en Italia, aparte de las de su país de origen, Francia, donde está muy extendida.
[4809]
Habiendo logrado reunir en Europa ayudas para mi obra, ya podía ir, siguiendo mi Plan, a buscar para ella una fundación en los países periféricos de Africa. Después de larga y madura reflexión me decidí por la capital de Egipto, dado que, por estar situada entre Europa y las zonas de intenso calor, posee un clima medio y se presta a que los europeos destinados al apostolado de Africa Central pasen allí su tiempo de preparación, y porque El Cairo tiene en el Nilo una vía de comunicación perfectamente libre con las provincias egipcias de Sudán, las cuales ocupan en el Vicariato de Africa Central una extensión como cinco veces la de Francia.
[4810]
Con la aprobación de Propaganda, y con la de Mons. Luis Ciurcia, miembro de los Menores Observantes de San Francisco de Asís, Arzobispo de Irenópolis y Vicario y Delegado Apostólico de Egipto, en noviembre de 1867, con la bendición del Santo Padre y del Obispo de Verona, zarpé de Marsella a bordo de un barco de la Marina imperial francesa, llevando commigo tres misioneros, tres Hermanas de la mencionada Orden y dieciséis negritas educadas en los Institutos de Europa (nueve de las cuales eran alumnas del Instituto Mazza). Por la extraordinaria bondad de los Gobernantes franceses obtuve el viaje gratuito para 24 personas desde Roma a Marsella y de allí hasta Alejandría. Tras mi llegada a El Cairo, la víspera de la Inmaculada Concepción de María, bajo la protección del Rmo. Delegado Apostólico y Arzobispo de Egipto, abrí dos Institutos en el Viejo Cairo, no lejos de la Sagrada Gruta, donde según la tradición la Sda. Familia habría transcurrido la mayor parte de sus siete años de exilio. Yo mismo me hice cargo de la dirección del Instituto de negritos, y la del Instituto de negritas la asumió Sor María Bertholon.
[4811]
En la dificilísima fundación de estos dos Institutos, yo y mis compañeros de misión recibimos muy eficaz ayuda, con el consejo y con los hechos, de Mons. Luis Ciurcia, que fue para mí un verdadero padre y protector, y del P. Pedro de Taggia, Presidente y párroco en el Viejo Cairo, el cual me asistió afectuosamente con su gran experiencia, y con celo extraordinario y rara abnegación se esforzó en serme útil. Este incomparable hijo de San Francisco, amante del sacrificio, hacía ya 35 años que trabajaba en la cura de almas de las misiones de Egipto y de Siria, en las cuales muchas veces se encontró en las situaciones más desesperadas y sufrió contrariedades de todo género. ¡Cuánto bien nos hacían sus frases de aliento, y qué tranquilizadoras eran sus palabras de consuelo!
[4812]
Igualmente recordaré siempre con gratitud hasta el fin de mi vida los sabios consejos y la protección de Mons.Ciurcia, así como el cariño con hechos del Rmo. Padre de Taggia y nuestro querido Director, que se me ofreció con tan extraordinaria bondad y solicitud; y de los beneméritos Hermanos de las Escuelas Cristianas de El Cairo, del P. Pedro y de su sucesor el P. Fabián, y de muchos otros Franciscanos de El Cairo y de Alejandría que podría aquí mencionar. ¡Dios pague en la eternidad todo lo que han hecho por mí!
[4813]
Sobre la organización de los Institutos de Verona y de El Cairo, y respecto a las Reglas vigentes en ellos, ya les he dado a ustedes noticia en los Anales de Colonia, y en un futuro también tles haré llegar información sobre su desarrollo.
[4814]
En mi expedición a Egipto del año 1876 tenía como compañeros a los Ministros de los Enfermos, de la Orden de San Camilo de Lelis, Estanislao Carcereri y José Franceschini, a los cuales, tras la supresión de su Orden en Italia, mediante rescripto de la Congregación de Obispos de fecha 5 de junio de 1867, el Obispo de Verona, como Visitador Apostólico de la Provincia lombardo-véneta, les había concedido que se pudieran agregar por cinco años a la obra africana. Debo reconocer y alabar la actividad y el celo que ellos desplegaron en los Institutos de Egipto; hasta el punto de que durante mis dos viajes a Europa, a los cuales me vi obligado por los intereses de nuestra gran empresa, decidí confiar la dirección de los Institutos de El Cairo al P. Carcereri hasta octubre de 1871, en que le sucedió el Rmo. Canónigo Pascual Fiore, que ahora es mi Representante General en el Vicariato.
[4815]
En octubre de 1870 tuve la gran satisfacción de poder presentar en el Concilio Ecuménico Vaticano mi Postulado en favor de los negros de Africa Central, publicado en los Anales de la Sociedad de Colonia, y que fue suscrito por un gran número de Obispos de las cinco partes del mundo. Habiendo recibido la aprobación de la S. Congregación a la que corresponde examinar los asuntos propuestos por los Eminentísimos Padres Conciliares, el ilustrísimo Mons. Franchi, Arzobispo de Tesalónica i.p.i., entonces Secretario de dicha Congregación y ahora Prefecto de Propaganda, lo presentó al Santo Padre Pío IX. Era el 18 de julio, día de la definición del dogma de la infalibilidad del supremo Pastor, solemne sesión a la cual tuve la dicha y el honor de asistir. Luego pasó a manos de la Congregación para las Misiones Apostólicas y de Ritos (usos) Orientales.
[4816]
Dada la buena marcha de los Institutos de preparación y de aclimatación de Verona y de Egipto, que justificaban las mejores esperanzas, yo podía proceder a trasplantar sus elementos más adecuados al interior de Africa. Consideré primero la operación desde todos los lados, y mandé hacer también a otros los más concienzudos estudios al respecto. Las experiencias del primer período del Vicariato habían demostrado que los negros del Nilo Blanco, a causa del continuo contacto con los mercaderes musulmanes y orientales, y también con los comerciantes cristianos europeos, pero sobre todo con los chilabas, traficantes de carne humana, se habían corrompido completamente en sus costumbres. Estos negros albergaban todo vicio; y por otra parte sabían que el Gobierno egipcio actúa al margen de la ley y de la moral, porque envía expediciones militares para monopolizar todo el comercio, especialmente el de los colmillos de elefante, y mantiene la trata de esclavos de manera tan intensa que la población situada en las dos riberas del Nilo hasta el Ecuador, como consecuencia, es diezmada del modo más horrendo.
[4817]
De aquí resultaba claro que era el momento más propicio para penetrar en el interior y fundar una estación entre aquellas tribus que se encontraban entre el Nilo y el Níger, incluso porque esta región, siendo más elevada, ofrecía mayores ventajas desde el punto de vista de la salud que las depresiones pantanosas del Nilo Blanco, entre Jartum y el país de los Bari. Al elegir para nuestra actividad apostólica precisamente estos territorios situados al oeste del Nilo Blanco, yo tenía también otra razón muy importante, y era que allí nunca había penetrado el cristianismo ni se había predicado el Evangelio; además, dado que todo el Vicariato estaba en manos de la benemérita Orden Franciscana, que tenía su sede y su punto de referencia en Jartum, y que podía extender su campo de trabajo a las regiones del Nilo Blanco y del Azul, ello permitiría ciertamente que nuestra Misión se metiese en el interior, al oeste del Nilo Blanco, para colocar allí a los sacerdotes de mi Instituto de Verona y a las Hermanas de San José de la Aparición.
[4818]
Con este fin recogí precisas informaciones sobre el reino del Kordofán, cuya historia precedente yo conocía a fondo, tanto la de tiempos anteriores a la ocupación egipcia, cuando mandaban allí sultanes indígenas originarios de Darfur, como la posterior a la conquista de aquellas tierras por el cruel Defterdar en nombre del gran Mehmet Alí, Virrey de Egipto, en 1822. Ningún misionero católico había entrado jamás en el Kordofán, y yo sabía que en la capital de dicho reino había un continuo aflujo de gentes procedentes de las cien tribus del interior: de los grandes reinos de Darfur, Waday, Baguermi y Bornu, situados todos en la periferia del Vicariato Apostólico de Africa Central. Por tanto me decidí a fundar una sucursal en la capital del Kordofán, que según mi idea debía constituir el centro y el punto de partida para la actividad apostólica entre las tribus de la parte media del Vicariato, de suerte que Jartum quedaría como el natural punto de referencia y de partida para el trabajo en las regiones orientales y meridionales del Vicariato.
[4819]
Reafirmado en esto por la prudente opinión del P. Carcereri y de los misioneros de mi Instituto de Egipto, que entretanto se habían habituado en El Cairo al calor africano, resolví enviar al Kordofán para una exploración al P. Carcereri, que se me había ofrecido, junto con un misionero de mi Instituto de Verona. Además, irían con ellos dos hermanos laicos: Domingo Polinari, de Montorio, y Pedro Bertoli, de Venecia, pertenecientes al mismo Instituto. Pero habiéndome pedido repetidamente el P. Carcereri que en lugar del misionero veronés pusiese a su lado un miembro de su Instituto religioso, el P. Franceschini, le di de buena gana mi consentimiento. Facilité a la pequeña caravana el dinero necesario para el viaje y víveres para dos años, y desde Dresde mandé por carta minuciosas instrucciones y directrices al P. Carcereri, respecto a que tomase la ruta del desierto de Korosko por Jartum y se adentrase con los camellos en el Kordofán, y explorados los puntos principales, abriese su residencia en la capital, El-Obeid.
[4820]
Su principal tarea debía ser la de conocer las condiciones de la zona, la población y sus notas características, el gobierno del país y la influencia del clima; deseaba además que me diese un informe detallado, y que esperase ulteriores decisiones mías y la aprobación de Propaganda. Salidos de El Cairo los viajeros el 26 de octubre de 1871, ya en febrero del año siguiente el P. Carcereri había llevado felizmente a término la proyectada expedición. Yo recibí su informe en Europa, el cual publiqué en los Anales de esta Sociedad, cuyos miembros conocieron así el contenido del mismo.
[4821]
Como el P. Carcereri me comunicaba que se podía comprar a precio moderado una casa cómoda, aunque hecha sólo de arcilla y arena, me apresuré a mandarle desde El Cairo la cantidad necesaria para la adquisición, con la invitación a que no se movieran de allí hasta ulteriores decisiones, y a que se ocuparan de aprender la lengua y, si era posible, de ganar para el cielo algún alma in articulo mortis, especialmente entre los niños. Entretanto yo estaba muy ocupado con mi obra de Verona, y en tratar de recoger en Austria, Alemania, Polonia y Rusia las cantidades necesarias para el mantenimiento de los Institutos de Verona y de Egipto.
[4822]
Luego, con las indispensables instrucciones y recomendaciones que me proporcionó el Obispo de Verona, fui a la Ciudad Eterna a fin de obtener para mi obra la sanción de la suprema autoridad de la Iglesia, después de haberle sometido todos mis planes y deseos.
[4823]
No puedo dejar de mencionar aquí el donativo de 20.000 francos oro que me concedió la insigne munificencia de Sus Majestades Apostólicas el Emperador Fernando I y la Emperatriz María Ana de Austria, mediante el cual me fue posible adquirir un inmueble para un Instituto misionero de la Nigricia, adyacente al seminario diocesano.
[4824]
En Roma, adonde llegué el 7 de febrero, tuve el honor de ser recibido con particular bondad y favor por la S. Congregación de Propaganda, así como por el inmortal Pío IX. Presenté al Card. Barnabò un informe con todos los detalles sobre mi actuación, al que añadí las credenciales del Obispo de Verona con decreto de erección canónica del Instituto misionero para la Nigricia, así como el conjunto de las disposiciones y reglas destinadas al mismo y a las casas de Egipto, además de documentos sobre los medios de subsistencia para el mantenimiento del Instituto de Verona. Finalmente entregué también una petición que había incluido el Obispo de Verona, con todas las formalidades, y las enviadas por las Sociedades de Colonia y de Viena, en las que con toda sumisión se suplicaba a la Santa Sede que tuviera a bien conceder al Instituto de Verona para la Nigricia una especial misión en las regiones de Africa Central, independiente de cualquier otra jurisdicción.
[4825]
El prudente y experto Card. Prefecto estudió detenidamente el asunto y se informó sobre la organización de mis Institutos, sobre los medios financieros –absolutamente necesarios para garantizar el futuro de un Instituto– que estaban a mi disposición, y sobre la posibilidad de conseguir realmente buenos resultados en tan difícil empresa. Me encargó luego que presentase en la asamblea de los Cardenales de la Congregación de Propaganda un informe general sobre el estado del Vicariato Apostólico de Africa Central –informe que fue recibido en febrero de 1872–, y que yo mismo me personase allí a explicarles los medios que con toda modestia consideraba más susceptibles de aportar mejoras. Eminentes Prelados, a quienes atañen los asuntos eclesiásticos de tan gran parte del mundo, discutieron mis ideas en una Congregación general de Propaganda. Una vez repartidos entre los Emmos. Sres. Purpurados mis «Memorándum», impresos en la Imprenta Políglota, el 21 de mayo tuvieron ellos una sesión en el Vaticano y acordaron lo siguiente:
[4826]
1) Entregar todo el Vicariato Apostólico de Africa Central al nuevo Instituto de las Misiones de la Nigricia fundado en Verona, tras la renuncia de la benemérita Orden Seráfica a trabajar en el mismo.
2) Poner en mis manos la dirección general de las Misiones de Africa Central, dándome al efecto el título de Provicario Apostólico, y otorgándome facultades extraordinarias para el ministerio apostólico en la nueva viña del Señor.
[4827]
Estas decisiones obtuvieron la aprobación de Pío IX el 26 de mayo, tras haber sido sometidas al Supremo Pastor por el Excmo. Mons. Simeoni, entonces Secretario de Propaganda (ahora este ilustre Prelado ha sido hecho Cardenal Secretario de Estado). En junio siguiente, Propaganda me transmitió el correspondiente Breve pontificio con mi nombramiento como Provicario Apostólico.
[4828]
Habiendo finalizado mis asuntos en Roma, y después de que Su Santidad Pío IX me recibiese en audiencia privada yendo yo acompañado del P. Pío Hadrian, originario de de la región del Nilo Azul, en Nubia Superior, y sacerdote de la Orden benedictina de primitiva observancia de Subiaco, me trasladé a Viena a rendir homenaje a Su Majestad Apostólica el Emperador Francisco José, augusto protector de nuestras misiones de Africa Central, y recibí gentiles acogidas y benevolencias y alguna merced.
[4829]
Con la ayuda del activísimo Rvdo. D. Antonio Squaranti, Rector del Instituto Africano de Verona y mi Procurador general, arreglé todos los asuntos pendientes, y acompañado de un considerable grupo de obreros evangélicos emprendí viaje a Egipto, a cuya capital, El Cairo, llegamos el 26 de septiembre de 1872. Mandé enseguida algunos misioneros al Vicariato, nombré mi Vicario General por tiempo indefinido al P. Estanislao Carcereri y le encargué tomar posesión en mi nombre de la casa de Jartum, que los PP. Franciscanos estaban a punto de dejar, habiendo sido ya reclamados por su Superior. Además le ordené que alquilase una casa adecuada para acoger a las Hermanas negras que desde El Cairo yo quería llevar conmigo a Sudán, donde deberían prestar servicio como maestras.
[4830]
Efectivamente, en enero de 1873, al frente de más de una treintena de personas emprendí viaje en dos grandes barcas por el Nilo, con dirección a Sudán. La pequeña expedición constaba de misioneros, monjas, hermanos laicos, maestras negras, ayudantes y alumnos negros. Instalé provisionalmente a las Hermanas en una casa alquilada, hasta que los medios nos permitiesen tomar para ellas un establecimiento misionero en propiedad.
[4831]
Era la primera vez que unas religiosas pisaban el interior de Africa. Desde el tiempo en que la Virgen María, allá en el templo de Jerusalén, fue la primera entre todas las hijas de Eva en enarbolar sobre la tierra el glorioso estandarte de la santa virginidad, y luego, desde que se difundió en la Iglesia el candor de esta sublime virtud, hemos visto en todo siglo formarse nutridas filas de santas vírgenes que, sometiéndose a la más perfecta obediencia, fueron enviadas a todas las regiones a dispensar por doquier los beneficios de la caridad cristiana. Hoy vemos a estas heroínas, sobre todo a las admirables Hermanas de San Vicente de Paúl, trabajar en casi todas las misiones católicas del mundo: las encontramos en Inglaterra, en América, en Alemania, en San Petersburgo, en Constantinopla, y también en Siria, en Armenia, en Persia, en Mongolia, en la India, en China, en Australia, en todas las costas de Africa.
[4832]
Hasta las poblaciones seguidoras fanáticas del Corán, entre las cuales las mujeres están en una situación de inferioridad y se convierten en objeto de vituperables pasiones, no pueden por menos de estimarlas y ofrecerles su ayuda con gran veneración. Sí, ellas son dignas de admiración por estas altas virtudes de generosidad cristiana, y no es raro el caso en que sultanes musulmanes manifiesten tales sentimientos. Sólo Africa Central no había visto nunca religiosas católicas ni los maravillosos resultados de su obra.
[4833]
Esta sublime misión, por voluntad de Dios, estaba reservada a la benemérita Congregación de las Hermanas de San José de la Aparición de Marsella; y las primeras intrépidas religiosas que se consagraron a tan extraordinaria obra provenían de Oriente, y no poseían grandes talentos, ni estaban provistas de excesivos conocimientos, ni gozaban de la mejor salud. Pero se traslucía en ellas una gran pureza de costumbres y una caridad ardiente. No deseaban otra cosa que convertirse en portadoras de salvación para ese pueblo, el más miserable de la tierra, para que en ellas se hiciera verdad luminosa la sublime afirmación del Apóstol de las gentes, San Pablo, de que «Dios ha escogido lo que en el mundo es débil para confundir a los fuertes; Dios ha escogido lo que en el mundo es innoble y despreciado, y lo que es nada, para reducir a nada las cosas que son al parecer grandes, a fin de que nadie pueda gloriarse ante Dios».
[4834]
De estas tres Hermanas, dos siguieron un espléndido itinerario en la tierra, y el recuerdo de sus extraordinarias virtudes ciertamente entusiasmará a aquellas que las sucedan en este arduo apostolado y les servirá de estímulo para asemejarse a estos modelos. Se trata de Sor Josefina Tabraui y Sor Magdalena Caracassian.
[4835]
Tras 99 días de largo y difícil viaje, entramos en la capital de las posesiones egipcias en Sudán. Allí fuimos objeto de un solemne recibimiento por parte del ilustrísimo Cónsul austrohúngaro, del Bajá de Jartum, de toda la población católica y hasta de los acatólicos y musulmanes. Instalé a los misioneros en las grandes dependencias del magnífico edificio que fundó mi predecesor el Dr. Knoblecher con los abundantes donativos de los católicos austríacos. Para las Hermanas misioneras y las maestras negras alquilé por un año una casa, la cual había pertenecido a un señor maltés, el difunto Andrés de Bono.
[4836]
El organizar estos establecimientos en Jartum e instalar la nueva administración para la misión, me llevó un mes entero. Puse como Superior al P. Carcereri y nombré su ayudante al Canónigo Pascual Fiore, de la archidiócesis de Trani y miembro de mi Instituto veronés. Luego dejé Jartum a bordo de un vapor del Gobierno, que la gentileza del Gobernador General, S. E. Ismail Ayoub Bajá, había puesto a mi total disposición para el uso personal. Después de navegar 127 millas contra corriente por el caudaloso Nilo Blanco, desembarcamos en Tura-el-Kadra, y con 28 camellos atravesamos los densos boscajes de Assanieh y las áridas estepas del Kordofán. Así, el 19 de junio llegamos a El-Obeid con gran alegría de todos, y especialmente del Gobernador General del Kordofán, que el día anterior, probablemente por miedo, había suspendido provisionalmente la trata de esclavos, que hasta entonces tenía lugar regularmente en las plazas públicas de esta populosa ciudad.
[4837]
No disponiendo yo de suficientes Hermanas de San José de la Aparición para erigir en el Kordofán un Instituto estable destinado a alumnas, y dado que en todas las misiones de Africa Central la enseñanza y la educación de la parte femenina de la población debía correr a cargo de mujeres, hice que fuera a El-Obeid mi prima Faustina Stampais, natural de Maderno sul Garda, de la diócesis de Brescia, que hasta entonces había trabajado en Jartum, y que anteriormente había prestado servicio con celo extraordinario en el Instituto de las negritas de El Cairo. La instalé con dos maestras negras en una casa adecuada, a fin de que se ocupasen de la instrucción de las negritas que fueran rescatadas o que siendo esclavas buscaran refugio allí.
[4838]
Más tarde, después de que hube comprado y restaurado una gran casa, separada del Instituto de los negritos por una vía pública, mi prima se encargó de su administración hasta febrero de 1874, cuando se entregó ese establecimiento a las Hermanas de San José de la Aparición. Así, en breve tiempo, con ayuda de los solícitos misioneros y Hermanas, conseguí organizar los dos Institutos del Kordofán, que serán muy beneficiosos para el importantísimo apostolado en la Nigricia de Africa Central.
[4839]
Por ahora no quiero extenderme en detalles sobre el apostolado de los misioneros y de las Hermanas tanto en el Kordofán como en Jartum, el cual en general ha dado satisfactorios resultados. Paso en silencio también mi actividad específica y la situación del país, tal como yo lo he encontrado, y la horrible realidad de la esclavitud. Todo esto formará parte de un especial informe, que dejo para más adelante. Aparte de que ya he dado al respecto varias noticias desperdigadas en los Anales de las asociaciones de Francia, Alemania, Austria e Italia. Por eso, como me propuse desde el inicio, seguiré trazando un cuadro general de toda la obra.
[4840]
Ya en 1849, en Verona, conocí yo a un excelente joven negro, de nombre Bajit Caenda, perteneciente a la familia de los Condes Miniscalchi, el cual había nacido en Carco, en la tribu de Gebel Nuba, y era famoso en toda Italia y especialmente apreciado en Propaganda. A este africano, ferviente católico, me unieron durante años vínculos de amistad e identidad de intereses por su patria. Conmigo, también la catolicísima Verona admiraba asombrada a este Nuba, que tenía una fe sólida y una piedad extraordinaria, y que a tan sobresalientes cualidades unía una gran firmeza de carácter. A través de él pude formarme un alto concepto de los Nuba, y más de cien veces dije al excelente Bajit: «No descansaré hasta haber plantado la Cruz de Cristo en tu patria». En los primeros años de mi ministerio esto fue irrealizable, porque entonces la actividad apostólica de los misioneros de Africa Central se limitaba al Nilo Blanco. Pero cuando llegué al Kordofán como administrador de esa demarcación apostólica y tuve ocasión de oír hablar a diario de la tierra de los Nuba, y de la fidelidad y valor de los esclavos originarios de allí, que continuamente llegaban a El-Obeid, mi corazón se llenó nuevamente de un ardiente deseo de llevarles la luz de la fe.
[4841]
Me afané de todas las maneras por conocer a este pueblo cercano, y conseguí información sobre él de uno de los jefes de la policía del Diván, copto herético, una de cuyas mujeres era pariente del gran jefe Nuba, con el cual él mantenía estrecha amistad. Pronto me ofreció la Providencia ocasión propicia de conocer a ese hombre. En efecto, había llegado a El-Obeid un jefe Nuba de Delen, llamado Said Aga, y Máximos, el oficial de la policía local, me lo trajo a la misión en la mañana del 16 de julio, justo cuando salíamos de la iglesia al terminar la hora de adoración al Smo. Sacramento, que yo he introducido en todas las capillas de Egipto y del Vicariato, y que se hace cada miércoles para impetrar del adorable Corazón de Jesús la conversión de la Nigricia. Yo traté al jefe Nuba con toda deferencia, y le mostré los varios talleres de artes y oficios, así como la pequeña escuela de los negritos y de las negritas; toqué un poco el armonio; lo llevé ante el altar mayor, donde le enseñé la imagen de la Virgen y otras cosas.
[4842]
Al ver cuán viva satisfacción mostraba Said Aga ante todo aquello nuevo para él, le expuse mi deseo de conocer al gran jefe, y no le oculté mi intención de fundar una misión entre los Nuba. El buen Said Aga, maravillado de cuanto había visto en la misión, se sintió obligado a hacerlo nada más volver a su país, y habló del asunto al Coyur, su superior, de modo que el Coyur Kakum decidió visitarme en el Kordofán.
[4843]
En efecto, dos meses después de la marcha de Said Aga, en la mañana del miércoles 24 de septiembre, cuando salíamos de la hora de adoración al Sdo. Corazón de Jesús, fue para mí una gratísima sorpresa ver entrar en la misión de El-Obeid al gran jefe de los Nuba con un séquito de más de veinte personas, en parte jefes menores y siervos. Todo el día me entretuve con él y con su séquito; le hablé largamente del proyecto y le mostré todo. Los talleres y el sonido del armonio lo llenaron de inefable estupor. Quería tener todas las herramientas y utensilios que veía: palas, azadas, garlopas, sierras, limas clavos, etc. Luego, al verme accionar con los pies el fuelle del armonio, mientras simultáneamente mis dedos se movían sobre las teclas, de las que sacaba acordes armoniosos y melodías, él y su séquito llegaron al colmo del asombro y el estupor, y exclamó: «Ayaeb (o sea, «¡maravilla!»). Tú lo sabes todo, tú haces cosas maravillosas».
[4844]
Se acercó al armonio y, habiendo intentado en vano sacar de él sonidos, exclamó: «Tú eres el hijo de Dios; de un trozo de madera sabes sacar sonidos maravillosos, sonidos aún más bellos que el canto de las aves y de los hombres. Mis Nuba no me creerán cuando les hable de todas estas maravillas».
[4845]
Luego los llevé cerca del establecimiento de las negritas y les presenté una de ellas, educada en el Instituto de Verona, de nombre Domitila Bakhita, y otras más, algunas Nuba, las cuales sabían hacer unas labores tan perfectas y escribir tan bien que los llenaron de un asombro todavía mayor. El jefe me dijo: «Tú eres el más grande mortal de la tierra, no hay nadie semejante a ti».
[4846]
Yo le expliqué que en Europa había miles de hombres que sabían mucho más que yo; que había miles de hombres muy preocupados por los negros, y que nos daban dinero para que fuéramos a enseñar a los negros cuanto saben los blancos; hombres que eran cristianos y veneraban a un Jefe glorioso y muy sabio al que llamaban Papa, supremo Pastor de todos los cristianos. «Sí, este Jefe supremo de toda la cristiandad del mundo, que es el Vicario (el Ukail) de Dios en la tierra, os quiere mucho y me ha mandado a vuestro país para haceros el bien, a fin de que conozcáis la verdad y consigáis la salvación eterna». En este punto todos respondieron: «¡Ayaeb!» (maravilloso). Y el Jefe dijo: «Nosotros somos ignorantes, no sabemos nada. Ven a nuestra tierra a enseñarnos lo que tenemos que hacer, como se debe según tú, y nosotros y nuestras mujeres, nuestros hijos e hijas, nuestros esclavos, nuestras vacas, nuestras ovejas, y hasta la tierra y las hojas de los árboles, estaremos a tu servicio».
[4847]
En los cuatro días siguientes repitió la visita a la misión, y quedamos de acuerdo en que tan pronto como terminase la estación de las lluvias, yo iría con unos compañeros a visitar a los Nuba y probablemente, después de explorar con detención el país, erigiría entre ellos una misión en un lugar adecuado. Con esta esperanza, y llenos de alegría por mi proyecto, tomaron el camino de regreso.
[4848]
Ya en junio, tras venir a verme el jefe Nuba Said Aga, yo había informado a mis misioneros de Jartum del acontecimiento y sobre mi intención de preparar una expedición entre los Nuba. Al P. Carcereri le entusiasmó de tal manera esa noticia que me hizo repetidos e insistentes ruegos de que le permitiese acompañarme allí, y hasta se ofreció a efectuar ese viaje de exploración incluso sin mí, en cuyo caso él diferiría de buena gana su viaje a Europa para ponerse de acuerdo con su Superior General. Yo medité sobre el asunto y le invité a venir a El-Obeid. Era mi intención que fuera precisamente él quien realizara el viaje de exploración, o, en caso de que fuese yo, dejarlo en El-Obeid como mi Vicario.
[4849]
El 1 de octubre llegaba el P. Carcereri a El-Obeid y finalmente decidí que fuera él quien realizara el viaje de exploración junto con un compañero, el P. Franceschini, como era su deseo. Pero le destiné además un segundo compañero en la persona del Sr. Augusto Wisnewsky, hombre muy valiente y de gran experiencia, de la diócesis prusiana de Ermland, el cual llevaba veinte años en la misión, e ininterrumpidamente, con celo incansable y con gran prudencia y constancia había prestado ya buenos servicios en las antiguas estaciones del Vicariato, y era además experto en viajes al interior de la Nigricia. Así pues, los tres se prepararon para el viaje de exploración entre los Nuba. Para mayor seguridad me dirigí al Bajá del Kordofán y conseguí para nuestros viajeros una escolta militar, al frente de la cual fue puesto el mencionado oficial de policía Máximos. Provistos de todo lo necesario, salieron de El-Obeid en la tarde del 16 de octubre de 1873.
[4850]
En mi opinión, el viaje habría requerido muchos meses; pero en muy breve espacio de tiempo ellos estaban ya de regreso, tras explorar tan sólo en dos días el territorio Nuba más cercano, Delen. Es cierto que habían hablado con el gran jefe, el Coyur Kakum, quien desde una altura les mostró muchos poblados dispersos a los pies de las colinas situadas alrededor, y que el P. Carcereri los había señalado sobre un mapa publicado en Verona. El 28 del mismo mes él se encontraba ya de nuevo en El-Obeid y podía confirmarme todo lo que me habían dicho en sus visitas Said Aga y el gran jefe.
[4851]
Después de haber organizado del mejor modo posible la misión del Kordofán, me trasladé a mi residencia principal de Jartum en compañía del P. Carcereri y de los hermanos laicos Wisnewsky y Domingo Polinari. En este durísimo viaje tuve la desdicha de romperme el brazo izquierdo, cuando ya habíamos dejado a nuestras espaldas un difícil recorrido de ocho días por el desierto. El día dedicado a Santa Catalina de Alejandría, mi camello se espantó por una hiena que había cerca, y por tratarse de un animal verdaderamente asustadizo y tímido se dio a una loca carrera por el desierto, como si la hiena lo siguiera, y acabó arrojándome al suelo violentamente, de modo que me hizo echar sangre por la boca. Perdí el conocimiento y quedé como muerto.
[4852]
Veinticuatro horas más tarde desperté dentro de una tienda que habían instalado los excelentes Wisnewsky y Domingo, que además me vendaron el brazo con pañuelos mojados, asegurándolo con un lazo. Enseguida tuve que volver a montar en camello, dando por dentro gracias a la Providencia que, llena de misericordia, en este infortunio me había hecho encontrar como único remedio al menos el del agua. Los cuatro días que tuve que pasar sobre el camello me resultaron muy difíciles, porque el animal tenía un modo de caminar irregular, pesado, y se volvía continuamente de todos lados para defenderse de las moscas, así que los dolores que yo sufría se volvieron violentísimos y a duras penas pude llegar a Omdurman, que está situada frente a la confluencia del Nilo Blanco y del Azul. Sobre un vapor que me había dispuesto la bondad del Gobernador General, viajé hasta la misión. Dos médicos y cirujanos árabes se encargaron de curarme el brazo, que tuve que llevar en cabestrillo tres meses. Durante todo ese tiempo dormí muy poco, dado que no podía acostarme. Tampoco me fue posible en ese tiempo celebrar la santa misa.
[4853]
El 11 de diciembre, inmediatamente después de marcharse el P. Carcereri a Europa, me llegaron cuatro nuevas Hermanas de San José de la Aparición, acompañadas del Sacerdote D. Juan Losi, perteneciente a mi Instituto de Verona, y de varios laicos blancos y negros. Entonces me vi obligado a construir un edificio más amplio, porque la casa tomada en alquiler al albacea del Sr. Andrés de Bono, llamado Latif Effendi, fue reclamada por los herederos para albergar en ella al vicecónsul prusiano, el Sr. Rosset, y también porque nos quedaba demasiado pequeña. El nuevo y grandioso edificio, de una longitud de 112 metros, lo hice construir, sobre sólidos cimientos, de piedra y ladrillo, gracias a las limosnas recibidas en parte de las sociedades benefactoras europeas, y en parte de la munificencia de Su Majestad Apostólica el Emperador Fernando I y de Su Alteza Imperial, su consorte, la Emperatriz María Ana de Austria y de Su Alteza Imperial el difunto Archiduque de Austria-Este Francisco V, Duque de Módena. Destiné esta casa a todo el personal femenino de las obras misioneras de Jartum.
[4854]
Mientras yo trabajaba con mis compañeros en el campo de la misión, el P. Carcereri establecía en mi nombre un acuerdo de cinco años con el Rmo. P. Camilo Guardi, Vicario General de los Ministros de los Enfermos. En ese acuerdo se estipuló que los religiosos Camilos, en cuanto a jurisdicción y cura de almas, dependiesen del Provicario de Africa Central, como los párrocos de una diócesis dependen de su Obispo; y además que se fundase una casa en Berber con un Superior que asumiese los deberes parroquiales con respecto a los católicos que se encuentran dispersos en la provincia de Suakin, en el mar Rojo, y de Taka, no lejos de la frontera septentrional con Abisinia, así como respecto a los habitantes católicos del antiguo reino de Dóngola, a occidente del Nilo, en Nubia Superior. Firmaron este acuerdo ambas partes, las cuales se comprometían a actuar con arreglo a los correspondientes derechos y deberes por espacio de cinco años, transcurrido el cual se debía hacer un nuevo contrato sobre la base de experiencias del apostolado en favor de los negros.
[4855]
Entretanto, en Roma, el 14 de agosto de 1874, la S. Congregación de Propaganda, en la asamblea general en el Vaticano, se ocupó muy a fondo de los asuntos del Vicariato de Africa Central, para dar a su dirección un sistema que garantizase seguridad y permanencia, con el cual hacer posible un mayor desarrollo. El Card. Franchi, Prefecto de Propaganda, y sus Eminentísimos colegas me autorizaron mediante un documento a fundar una nueva misión en Gebel Nuba con los medios que estaban a mi disposición, a fin de que aquellos infelices se convirtiesen al cristianismo. Se dignaron darme instrucciones llenas de sabiduría práctica y de magníficas directrices para el mayor bien de este Vicariato tan arduo y laborioso. Me dieron sobre todo normas de conducta respecto al horrible flagelo de la esclavitud y de la espantosa situación de los negros que de ella se deriva.
[4856]
Se establecieron, en fin, los principios a seguir en la formación de los negros para el sacerdocio, así como el modo de combatir las malas tendencias predominantes entre aquellas poblaciones, y las costumbres perversas y viciosas arraigadas entre los cristianos del Vicariato. El ilustre príncipe de la Iglesia concluía estas normas con algunas palabras honrosas para mí, las cuales refiero aquí no sin repugnancia, y lo hago sólo para que los bienhechores de nuestra gran obra conozcan mis fatigas y las de mis compañeros para la cristianización de la desdichada Nigricia, y todo lo que con la gracia de Dios hemos logrado; y también para que aumenten la caridad y el celo por nuestra obra en todos los que siempre nos han ayudado con su beneficencia, y que nos mandan medios cada vez más abundantes para estas importantísimas misiones. Ojalá puedan propagar por toda la Alemania católica lo que se propone la benemérita Sociedad de Colonia para el rescate y la educación de los pobres negros. El final de la carta reza así:
[4857]
«Por lo demás tengo el placer de comunicarle que mis Emmos. Colegas han tributado elogios a la laboriosidad con que Ud. ha emprendido la ardua empresa de la evangelización de esas gentes, y le animamos a continuarla no cediendo al desaliento por los obstáculos que habrá de encontrar, sino esperando de la divina ayuda, que sin duda no le faltará.
Alejandro Card. Franchi Prefecto»
[4858]
Cuando me llegó a Jartum el escrito oficial de la Congregación de Propaganda, en que se me concedía autorización para fundar una misión en Gebel Nuba, mandé al Kordofán una pequeña caravana provista de todo lo necesario para comenzar enseguida la obra. Ordené al Superior de El-Obeid, D. Salvador de Barletta, que se uniera a la nueva expedición a territorio Nuba. Al mismo tiempo, para hacer honor a las obligaciones asumidas en el acuerdo con el P. General de los Ministros de los Enfermos, fui a Berber y compré una de las más hermosas y cómodas casas de la ciudad, que pagué al contado. Dejé allí al P. Franceschini con un hermano laico de mi Instituto, encargados de iniciar las obras de rehabilitación necesarias para alojar convenientemente en el nuevo establecimiento a miembros de una Orden religiosa.
[4859]
Hacía poco que me encontraba de vuelta en Jartum, cuando llegó allí una caravana de 16 personas de mi Instituto. Eran misioneros, religiosos de San Camilo de Lelis, y Hermanas, que guiados por el P. Carcereri habían tomado la ruta de Wady-Halfa y Dóngola, y realizado así el viaje desde El Cairo en 103 días.
[4860]
Mandé enseguida algunos sacerdotes y hermanos laicos al Kordofán y ordené la marcha hacia Gebel Nuba, nombrando jefe de la misión al eximio, infatigable y laborioso D. Luis Bonomi, de mi Instituto veronés.
[4861]
En abril de 1875, por la ruta del mar Rojo y del desierto de Suakin, llegaba a Jartum la Superiora Emilia Naubonnet, acompañada de una joven y pía Hermana. Esta excelente Superiora, natural de Pau, en Francia, asumió la dirección del principal Instituto de las Hermanas de San José de la Aparición, en Jartum, bajo cuya jurisdicción están todas las casas y Hermanas que esta Congregación religiosa tiene o pueda tener en Africa Central. La misericordiosa gracia de Dios nos ha enviado como un señaladísimo favor esta mujer extraordinaria, porque la acción de las comunidades femeninas es indispensable en un Vicariato tan grande y arduo, y constituye uno de los principales medios de éxito, tanto en lo relativo a la enseñanza como en todas las obras de caridad, y forma como una salvaguardia para las Hermanas que vayan destinadas a las misiones de los países del interior.
[4862]
Por otra parte, los misioneros necesitan la ayuda del trabajo femenino en lugares donde reinan costumbres primitivas. La Madre Naubonnet, veterana de las misiones de Oriente, fue una de las primeras monjas que se establecieron allí después de las Cruzadas. Nueve años estuvo de Superiora en Chipre y más de veinte en Siria, donde fundó casas en Saida, en Deil-el Uamar y en Beirut. En Siria, en la horrible matanza de 1860, hizo prodigios de caridad y asistió a miles de infelices. Recogió con el más amoroso celo a los pobres huérfanos, cuyas familias habían encontrado la muerte en el cuchillo de los crueles drusos, y los albergó en la casa que ella había fundado en las antiguas ruinas de Sidón. Fue para mí una gran alegría que una mujer como ella viniera a prodigar el copioso tesoro de su experiencia por el bien de los desdichados pueblos de Africa Central. Esta mujer eximia, dejando tras sí treinta años de ininterrumpido trabajo en Oriente, se somete con humildad y obediencia a la llamada que le llega, va al mar Rojo, remonta el Nilo, deja a sus espaldas las landas desiertas y se presenta en Africa Central, donde encuentra un nuevo campo para su espíritu de sacrificio, para su constancia en el duro trabajo, para su perspicacia.
[4863]
Instalados los religiosos de San Camilo en Berber bajo la dirección del P. Carcereri, y confiada la misión de Jartum al canónigo Pascual Fiore, me embarqué en un vapor del Gobierno con un considerable grupo de misioneros y Hermanas, para visitar el Kordofán y Gebel Nuba. En la fiesta de la Asunción de María llegábamos a El-Obeid con treinta camellos. Allí administré el sacramento del bautismo a 16 adultos, que habían sido preparados por los misioneros y las Hermanas, y el santo sacramento de la confirmación a varios católicos: ceremonias confortantes que mis misioneros y yo hemos celebrado varias veces en las principales estaciones del Vicariato, como ya se notificó en los Anales franceses, alemanes e italianos. El 15 de septiembre emprendí el viaje hacia Gebel Nuba en compañía de algunos misioneros y Hermanas, llevando con nosotros doce camellos.
[4864]
Había recorrido ya cinco jornadas y nos encontrábamos en medio de un bosque de Shinjokae, cuando nos salió al paso, a caballo, un bribón árabe Bagara, de la etnia de los Omur. Yo le regalé un turbante –o sea, un largo y ancho trozo de seda–, que él se enrolló alrededor de la cabeza para defenderla de los ardientes rayos del sol, y le encargué de anunciar al gran jefe y a los misioneros nuestra próxima llegada al país de los Nuba. El árabe, esperando una ulterior propina, picó espuelas y voló a Delen. Tuvimos la agradable sorpresa de que el jefe nos viniera al encuentro a caballo, a media jornada de Delen, seguido de lanceros y de más de cincuenta Nuba, en parte armados de fusiles, y llenos de alegría por nuestra llegada. Apenas me vio el jefe, bajó del caballo, se acercó a mi camello, me besó la mano y repetidamente me hizo unas profundas reverencias, mientras en dialecto árabe del Kordofán me decía: «Dios te ha enviado a nosotros; todo está a tu disposición: nuestras familias, nuestros hijos, nuestras vacas, nuestras ovejas y cabras, nuestras cabañas y nuestros campos. Tú eres nuestro padre, y nosotros tus hijos; estaremos contentos de hacer todo aquello que nos mandes».
[4865]
Acogí con benignidad tanta gentileza, y contesté que precisamente había ido allí para ser su padre, y que si ellos se portaban como verdaderos hijos, y seguían las instrucciones de los misioneros y de las Hermanas, y cumplían de buena gana nuestros mandatos, serían felices, primero en este mundo y luego, un día, en el cielo. Después hice comprender al jefe religioso y político que él debía preceder con el ejemplo a sus súbditos aceptando dócilmente todo lo que nosotros les enseñaríamos en nombre de Dios. Finalmente, ayudado por el Coyur Kakum, bajé del camello.
[4866]
La noche era deliciosa; en el cielo, plateada, brillaba la luna, y centelleaba una miríada de estrellas. Nosotros tendimos nuestros colchones sobre una amena llanura, y encima de una manta extendida en el suelo preparamos la cena, reparamos fuerzas alegremente y bebimos el agua que nos trajeron los Nuba. Esas buenas gentes nos estuvieron velando durante toda la noche y encendieron grandes hogueras para ahuyentar a las fieras y para calentarse un poco ellos mismos. Por su parte, el gran jefe se creía el más rico de la tierra porque poseía una ordinaria manta militar, en la que pasó envuelto toda la noche. Y preguntándole yo al amanecer si había dormido bien, me contestó con aire de gran satisfacción: «¿Cómo no iba a dormir bien bajo la protección de Dios y de una manta tan buena? (que en Europa habría costado cinco francos). Llevo conmigo sobre mi caballo este regalo tuyo, y con ella me cubriré siempre por la noche en mi cabaña».
[4867]
Después monté en el caballo del jefe; pero me lo tuvo que llevar un sirviente, porque desde el día en que el camello me arrojó al suelo y me rompí el brazo izquierdo, me daba cierta aprensión el cabalgar. A mediodía llegamos ante el recinto de la misión entre los aplausos de complacencia y júbilo del pueblo y de los Coyur menores (sacerdotes), y fui recibido con la más viva alegría por el Superior y los otros compañeros de misión. La acogida que me dispensaron los Nuba y su jefe estuvo llena de exquisita gentileza. Recibí visitas hasta de varios «Ñuma», un pueblo primitivo, aunque valeroso, que va completamente desnudo. Son grandes, fornidos y muy feroces, y matan sin piedad a cuantos chilabas musulmanes intenten hacerlos esclavos en sus rapaces correrías. Vinieron a verme también los habitantes de las colinas limítrofes, por lo cual tengo fundadas esperanzas de poder hacer un gran bien en estas tierras, mucho más de lo que es posible entre los pueblos contaminados por los errores del Islam. Sin embargo, como también aquí hay que luchar contra muchas supersticiones, entre las cuales figuran en primer lugar las extrañísimas ceremonias y costumbres de un espíritu llamado «Okuru», el cual ejerce sobre ellos un influjo de dominio absoluto, era necesario que antes de empezar la labor apostólica de la predicación del Evangelio estudiáramos a fondo los dialectos de los Nuba, porque el árabe aquí no basta.
[4868]
Así pues, sin perder tiempo me puse a estudiar esta lengua, con ayuda del eximio D. Luis Bonomi, quien, con D. Jenaro Martini, en los seis meses de su estancia entre los Nuba, había aprendido ya de ellos muchas palabras. El gran jefe, que estaba muy familiarizado con el árabe del Kordofán –en el cual me hacía yo entender–, y que mostraba además una extraordinaria inteligencia, se esforzaba en enseñarme muchas cosas de su lengua.
[4869]
Los lectores enterados por otros relatos de los disparos de fusil con que se festejó mi llegada, seguramente pensarán que los Nuba han alcanzado ya un grado de civilización que les permite disponer de armas de fuego como nosotros en Europa. Pero no es así. Los chilabas, esos traficantes de carne humana, armados de lanzas y flechas envenenadas, dejaban a menudo el Kordofán para hacer incursiones en las zonas montuosas de Gebel Nuba y en las llanuras de los Yangué, de los Schiluk, de los Fertit y de otras tribus. Allí atacaban a los pobres negros, con intención de tomarlos como esclavos, y, atados por los pies, con una cuerda al cuello y bajo un yugo sujeto a una gruesa viga, conducirlos desnudos a los mercados de esclavos de El-Obeid, Dóngola y Jartum, desde donde serían llevados, para su venta, a Egipto, a los países del mar Rojo o a Siria.
[4870]
Pero cuando con el progreso de la civilización entraron en uso en Egipto las armas de fuego de baqueta, y comerciantes sirios, turcos y europeos introdujeron en Sudán tanto el fusil Remington como el Chassepot, provistos de buenas municiones, los chilabas abandonaron el arco, las flechas y las lanzas y se pusieron a dar caza a los negros con la pólvora y con el plomo. Los Nuba, pueblo valiente y guerrero, escondidos entre los montes, a menudo se defendían muy bien de sus agresores y no pocas veces conseguían incluso apoderarse de sus armas y municiones. Desde entonces se han hecho respetar de sus enemigos, y ahora están todavía en mejores condiciones de mantenerlos alejados de su territorio. Fue por esto por lo que, nada más verme, querían obtener de mí pólvora y sobre todo balas, pues se les habían acabado y tenían sólo unas pedrezuelas que encontraban en abundancia en sus montes graníticos, con las cuales iban saliendo del paso.
[4871]
En este punto debo llamar la atención sobre la tarea extremadamente difícil de la que debe encargarse el misionero en Africa Central, donde viven tantos pueblos de diferentes lenguas. De éstas se cuentan más de cien, que son de origen semítico, y están constituidas en su mayor parte de palabras monosilábicas. Como esos pueblos carecen de toda cultura y escritura, expresan tan sólo las ideas más necesarias y se limitan a las poquísimas palabras que ellos, en su primitivismo, necesitan para sus razonamientos de poco alcance. Resulta por eso muy difícil hacerles comprender la sublimidad de nuestra santa religión. Aparte del árabe, dividido en muchos dialectos africanos y hablado por la población musulmana en las posesiones egipcias del Vicariato, se encuentran en él esas más de cien lenguas diferentes, que han permanecido desconocidas para los investigadores europeos, y de las que no existe un diccionario, una gramática, ni siquiera un libro que trate de ellas. Carecen hasta de palabras tan simples como «leer, «escribir», «aprender», «silabear».
[4872]
Mientras que los misioneros destinados a la India, Persia, China, Mongolia, América, o Australia pueden aprender las lenguas de estos países incluso ya en Europa, en las casas de formación, con ayuda de diccionarios, gramáticas y libros, el pobre misionero de Africa Central con esfuerzos increíbles debe sacarlo todo de boca de los indígenas, que en el mejor de los casos, si han sido esclavos entre los musulmanes, comprenden un poco el árabe. El misionero de la Nigricia no sólo está expuesto a toda clase de privaciones y a un clima abrasador, sino que además, como vemos, debe luchar contra las inauditas fatigas del aprendizaje e investigación lingüísticos, y está obligado a componer diccionario y gramática, ofreciendo los verbos con sus conjugaciones y las declinaciones de las palabras. Y todo esto no lo lleva a cabo con ayuda de hábiles maestros y de libros, que den normas al respecto, sino que lo ha de hacer con un salvaje cualquiera, que no sabe ni comprende nada, que no tiene ni idea de lo que es la gramática, y que sólo conoce algunas palabras de árabe.
Todos los que se han puesto a aprender lenguas pueden comprender, pues, hasta qué punto son grandes las dificultades que he indicado.
[4873]
Yo mismo pasé por estas experiencias desde 1858 a 1859, cuando me encontraba en la tribu de los Kich, en la estación de Santa Cruz, entre los 6° y 7° de latitud norte, con mis compañeros el tirolés José Lanz, Juan Beltrame y Angel Melotto, ya que fuimos nosotros los primeros que, con una paciencia constante, compusimos el primer diccionario y la primera gramática denka, junto con el primer catecismo católico en esa lengua. Don Bartolomé Mozgan, natural de Liubliana, y fundador de la mencionada estación, antes que nosotros había escrito sólo cierto número de palabras, que dejó a su sucesor, Lanz. Nosotros utilizamos ese manuscrito para nuestro estudio, y también nos sirvieron de ayuda dos alumnos que sabían un poco de árabe. Los resultados de nuestras investigaciones fueron comunicados al docto canónigo Mitterrutzner, rector del Gimnasio episcopal de Bressanone y secretario del Obispo Fessler durante el Concilio Ecuménico Vaticano. Este eximio canónigo, el mejor conocedor del apostolado de Africa Central, es uno de los más insignes y activos miembros del Comité de la Sociedad de María.
[4874]
Dos jóvenes negros de la tribu de los Denka y de los Bari le ayudaron en la preparación de un vocabulario, de una gramática y de los Evangelios dominicales y festivos en lengua bari-denka en los que figura al lado la traducción alemana, cuya edición, con notas en latín y en italiano, salió a la luz en Bressanone (1864) y se distingue por su gran precisión y una gran profundidad de estudio. Este hombre, que tiene un gran talento para los idiomas y vastos conocimientos de filología, ha sido indeciblemente útil a los misioneros en los territorios de esas tribus primitivas, y a su solícita ayuda y a sus atenciones debemos el progreso de esta santa obra evangelizadora. Además, por nosotros y para nuestra obra, recaudó donativos entre los buenos católicos tiroleses y bávaros e indujo a trabajar en Africa Central a misioneros tan activos y relevantes como Gostner, Überbacher, Lanz, y muchos otros.
[4875]
El infatigable Beltrame hacía editar más tarde en italiano una gramática muy clara de la lengua denka, y actualmente la Sociedad Geográfica Italiana se ocupa de la edición de su vocabulario bari-denka, para enriquecimiento de la ciencia y sobre todo para uso de los futuros misioneros del Nilo Blanco. Dado que el denka y el bari, al igual que todas las lenguas aún desconocidas de Africa, como también la de los pueblos Nuba de que hablamos, carecen de signos gráficos, siguiendo el consejo de muchas autoridades he decidido adoptar los caracteres latinos, como hicieron Mitterrutzner y muchos otros, pues esto tiene particularísima importancia para los misioneros de la Iglesia Católica que van a esos países. En lo concerniente a la pronunciación de este idioma africano, para aproximarla al latín lo más posible, he decidido seguir parcialmente el sistema que establecieron Lepsius y el insigne y docto filólogo el conde Miniscaldi-Evizzo de Verona, el cual lo propuso al Instituto de Venecia.
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En cuanto a la terminología de la Iglesia Católica, para expresar en las lenguas africanas los santos sacramentos, los artículos de fe, la Eucaristía, la transustanciación, la santa misa, etc., he determinado conservar en latín las expresiones de la Iglesia Latina y dar luego la explicación correspondiente en su idioma a los pueblos de Africa Central, y además realizar en su lengua una transcripción lo más clara posible de las materias catequísticas. La prudencia y considerable importancia del sistema que nosotros practicamos aquí resultarán evidentes a cualquiera que conozca la historia de las herejías de los primeros siglos de la Iglesia de Jesucristo.
[4877]
Así pues, en compañía de D. Luis Bonomi me puse a estudiar con la mayor aplicación la lengua del interesante e inteligente pueblo Nuba, entre el que me encontraba. Ambos recorrimos los alrededores para aprender de los indígenas la naturaleza de sus supersticiones religiosas, sus usos y costumbres, sus habilidades técnicas aún en ciernes y sus tradiciones. Sobre los resultados de nuestras investigaciones, los misioneros Martini y Bonomi han publicado unos breves apuntes, que irán seguidos de una descripción más detallada cuando hayamos estudiado mejor la lengua del país. Porque es mi intención no publicar nada si primero no he hecho yo mismo las más profundas indagaciones al respecto.
[4878]
Quiero transcribir aquí un informe oficial del 8 de octubre de 1875, que envié a la S. Congregación de Propaganda desde Delen, la primera estación en territorio Nuba. Reza así:
…………………………………
[Véase carta al Card. Franchi del 8/10/1875]
[4879]
Como he indicado desde el principio, dado que todas las obras de Dios traen su origen del Calvario, también la misión entre los Nuba ha tenido que recorrer esta vía dolorosa y llevar las señales de la Cruz. Mientras escribía la anterior relación a la S. Congregación de Propaganda, enfermaba D. Jenaro Martini de fiebres intermitentes, y dos días después les ocurría lo mismo a los Padres Camilos Franceschini y Chiarelli. Domingo Polinari las venía padeciendo desde hacía tiempo. Sor Germana Assuad, de Alepo, Superiora del Instituto de las negritas, quien ya de tiempo atrás sufría violentos ataques nerviosos, empeoró tanto que temí perderla. Todos los negros y negras que estaban al servicio de la misión cayeron enfermos uno tras otro. Igualmente yo me vi afectado de violenta fiebre, y ese mismo día D. Luis Bonomi, que desde su salida de Europa había gozado siempre de la mejor salud, también se vio afectado por la enfermedad, que asimismo tomó en él un cariz peligroso.
[4880]
El amor misericordioso del Omnipotente había librado sólo a Augusto Wisnewsky y a Sor Magdalena Caracassian, que al menos pudieron cuidar a los demás. Pero, transcurridos unos días, enfermó también ella, y el buen Wisnewsky, por su parte, empezó a sentirse mal; de modo que al final todos los integrantes de la misión entre los Nuba sufrimos la enfermedad y nuestro establecimiento se vio convertido en un hospital. No se puede describir con palabras lo grande que era mi congoja, porque en aquel tiempo gravitaba sobre mí todo el peso de la responsabilidad y me dominaba un gran desaliento. La fiebre se manifestó en todos con intermitencia, por lo cual aquellos que un día gemían bajo la violencia de la fiebre, al día siguiente hallaban tregua y podían ayudar a los que se encontraban en medio de un ataque febril. Pero D. Bonomi iba tan mal que yo dudaba de su curación. En tal coyuntura yo recurrí al remedio que en mis veinte años de experiencia había resultado siempre mejor en estos ataques de fiebre africana; es decir, el cambio de aires, según el aforismo de Hipócrates: «Huye del lugar donde has enfermado» (Fuge coelum in quo aegrotasti).
[4881]
Teniendo yo allí reunidos miembros de diversas Congregaciones religiosas, sentí pesar sobre mí una gran responsabilidad con respecto a ellos. Esto me decidió, dada también mi enfermedad, a optar por el cambio de aires, porque veía que nada válido se podía hacer en este estado de emergencia, y que tal debía de ser la voluntad de Dios. Mi plan era que nos retirásemos de Delen por algún tiempo. Pero ¿cómo ponerlo en ejecución? Hacer ese viaje a pie habría supuesto para todos una muerte segura, y no disponíamos ni de camellos, ni de caballos, ni de burros, porque en toda la zona no había más que cuatro o cinco de esos animales. Por otro lado, nuestra provisión de sal para condimentar las comidas y el poco caldo, único alimento de los enfermos en estado febril, nos llegaba tan sólo para otros veinte días. Y la mayor parte de nosotros no estábamos aún acostumbrados a viajar a lomos de vacas y toros, como se suele en el país.
[4882]
¡Ah!, qué días de dura prueba fueron para mí aquéllos, y cómo me devanaba los sesos tratando de hallar la manera de salir de nuestra desdichada situación, la cual iba a empeorar aún más con la llegada de un mensaje del Gobernador del Kordofán, que desde Birch, a tres jornadas de Delen, me comunicaba que por el momento yo debía suspender la estación de Delen, no pudiéndonos garantizar él la vida contra las amenazas de la vecina tribu de los nómadas Bagara. Al mismo tiempo el Mudir había mandado veinte camellos para nuestro traslado. Además, el portador del mensaje había contado a la Superiora enferma que en Birch y alrededores había un millar de soldados y cuatro cañones, con los que el Gobernador pensaba atacar los poblados sometidos al jefe Kakum, porque éste no había querido pagar el tributo, como era su deber. Al enterarse de tal nueva, la Superiora se apresuró a hablar conmigo para rogarme que nos marchásemos inmediatamente, porque de lo contrario también nosotros seríamos masacrados por los soldados musulmanes, que en tales circunstancias suelen ser muy crueles.
[4883]
En vista de esta peligrosa situación, mandé a llamar al Coyur Kakum y le aconsejé que pagase el tributo que le correspondía, como había hecho en años anteriores. Pero él me explicó que a la sazón le era absolutamente imposible, y que yo podía escribir al Gobernador rogándole un aplazamiento hasta la próxima cosecha, cuando todo quedaría liquidado. Así pues, envié enseguida al Gobernador un mensajero con una carta para informarle de ello.
[4884]
Esta nueva circunstancia acrecentó aún más nuestra angustia; así que después de rezar fervorosamente al divino Corazón de Jesús, a Nuestra Señora del Sdo. Corazón y a todos nuestros Santos protectores, reuní en nuestra cabaña a los cuatro misioneros para saber su opinión. Todos ellos se mostraron de acuerdo en el abandono provisional de la estación, comprometiéndose a volver en caso de que recuperasen la salud. Don Bonomi hizo constar que, de no haberse encontrado tan mal, se habría quedado allí pese a todos los mensajes del Gobernador; pero que acataba totalmente mis decisiones.
[4885]
De la misma opinión eran las Hermanas. Por eso, teniendo también en cuenta que escaseaban las medicinas, me reafirmé aún más en mi idea de retirarnos a Shinjokae, donde nos quedaríamos hasta que todos estuviéramos restablecidos. Además allí, por la bondad del Gobernador, podríamos obtener la sal que nos faltaba y las otras cosas necesarias. Yo sospechaba también que el Gobernador, con ese mensaje, no buscaba otra cosa que nuestro alejamiento de los Nuba, en favor de la ignominiosa trata de esclavos, pues me había llegado información fidedigna de que el jefe de los Bagara había dicho al Gobernador del Kordofán que mientras nosotros estuviésemos entre los Nuba, se vería en la imposibilidad de ejercer la trata de esclavos para pagar el tributo anual que él les había impuesto.
[4886]
Sin perder tiempo, los camellos fueron cargados con las cajas, y toda la estación, con las cabañas y cuanto se encontraba en ellas, quedó bajo la protección del jefe Kakum en la mañana del 30 de octubre, cuando se produjo nuestra marcha. En los viajes a través de las selvas y de las abrasadas zonas desérticas de Africa tengo siempre por costumbre ser uno de los últimos en montar en el camello, para poder vigilar la carga y no perder de vista al personal, asegurándome así de que nadie queda atrás y de que todo va bien. En los bosques impracticables, los camellos con sus cargas no avanzan nunca de modo ordenado, y a menudo andan dispersos sobre una superficie de una o dos millas, sin que la gente de una parte de la caravana sepa verdaderamente dónde están los demás. En la mañana del 30 de octubre se ordenó la salida de los camellos según fueran cargados de bagajes o de personas, operación ésta que duró hasta las siete, y entonces monté también yo en mi camello con el jenízaro que el Gobernador había enviado para darme escolta. A las siete ya estaba en marcha la totalidad de la caravana, que debía cruzar durante catorce horas un bosque habitado por leones y otras fieras.
[4887]
Llevábamos apenas una hora de camino, cuando el P. Franceschini se sintió mal por un ataque de fiebre tan atroz que tuvo que bajar de su montura, y las Hermanas y yo corrimos hacia él para socorrerlo. Después de permanecer tendido sobre la hierba una buena media hora, se sintió nuevamente en condiciones de subirse al camello. Entonces ordené a las Hermanas, a Augusto y al jenízaro que fuesen junto a él. Reemprendió la marcha con dificultad; pero, al cabo de una hora de fatigoso viaje, el P. Franceschini dijo que no podía más, que le costaba mucho respirar. Tambaleante, lo llevamos bajo un árbol, le empapamos la sienes con agua e hicimos cuanto pudimos para que se recobrase en todos los aspectos. Pero, dado que la fiebre seguía aumentando, que él tenía unos espantosos dolores de estómago y que empezaba a agotarse el agua que traíamos en dos pequeños recipientes, y que además las provisiones y los colchones iban en la parte de caravana separada de nosotros, mandé inmediatamente a dos guías que partieran en sus camellos a toda velocidad para avisar a D. Luis y al P. Alfonso de que hicieran volver enseguida los camellos cargados de víveres, colchones, etc., porque por el momento no era posible continuar el viaje. Afortunadamente yo llevaba conmigo los santos óleos para cualquier contingencia, de lo cual di muchas gracias al Señor.
[4888]
El estado del P. Franceschini emperoraba considerablemente, y ya no teníamos a mano agua para mojarle las sienes y darle fricciones en el pecho. Sentíamos con dolor la impotencia en que nos encontrábamos y no veíamos vía de salida ni medio alguno para librarnos de aquella angustia. Pasadas tres horas de indecibles dolores, el P. Franceschini, que yacía en el suelo sobre una manta, cayó en un sueño profundo. Habiendo sudado durante media hora, al despertar se sintió mejor: ¡gracias sean dadas al Señor! Eran ya las dos, y los que nos debían traer colchones, agua y víveres no habían venido todavía. Consumidos por una sed abrasadora y sin disponer de nada con que calmar el hambre, estábamos todos tirados por tierra. Como el P. Franceschini se encontraba un poco aliviado y yo lo tenía por un joven animoso y enérgico, le propuse que intentase montar de nuevo en el camello para reunirnos con el resto de la caravana. Así continuamos nuestro viaje bajo un calor de lo más horrible, que nos hizo sufrir mucho.
[4889]
Tras cuatro horas de dura marcha, divisamos desde lejos una de esas charcas de agua sucia y negra, en las que las vacas, las ovejas y las cabras suelen entrar para apagar, según la necesidad, la sed. Allí abrevamos nuestros camellos, y aunque el agua era mala y nauseabunda, con ella saciamos también nosotros nuestra sed ardiente, y en ella encontramos el mejor de los alivios. Mientras, había caído la tarde y se podía sentir el rugido de los leones. Durante dos horas tuvimos que atravesar un espeso boscaje, en el cual nuestros albornoces y turbantes, y los velos y hábitos de las Hermanas quedaron completamente desgarrados por las plantas espinosas. Considerando yo muy peligroso continuar en la oscuridad de la noche, y dado que el rugido de los leones se hacía cada vez más fuerte y que nosotros notábamos al máximo el cansancio, decidí hacer un alto, pese a estar en desacuerdo con esto Augusto, el jenízaro y los camelleros, quienes sostenían que seríamos presa de los leones si seguíamos allí.
[4890]
Mandé, pues, desmontar enseguida y ofrecí a los camelleros y al jenízaro tres táleros megid (= 14 francos) si continuaban el viaje para alcanzar al resto de la caravana, que debía esperar hasta nuestra llegada. Además ellos tenían que volver rápidamente trayéndonos los colchones y todo lo necesario. Pero se negaron en rotundo, objetando que era absolutamente imposible aventurarse a través del bosque, porque serían víctimas seguras de los leones. Así las cosas, hice encender a nuestro alrededor un gran fuego para mantener a los leones alejados, que debía durar toda la noche. Luego extendimos en el suelo nuestras mantas y nos acostamos.
[4891]
Pasamos una noche horrible, atormentados por el hambre y la sed. ¡Y qué grande era la angustia de mi alma! Estando completamente sin noticias de la otra parte de la caravana, temía que ésta se hubiese perdido o que se hubiese vuelto atrás. Por otra parte, todos estábamos abatidos por la fiebre en mayor o menor grado, padecíamos con tan prolongado ayuno, y no sabíamos en qué paraje nos habíamos detenido ni lo lejos que podíamos estar del final de nuestro viaje. Afortunadamente, el jenízaro encontró aún en su bolsa un trocito de carne cruda de un carnero matado tres días antes; pero eran apenas cinco o seis onzas, y encima estaba medio podrida. Buscando en mi morral apareció una cajita con otro trocito de carne, salada, de unas ocho onzas, que yo había comprado en Jartum. ¡Qué contentos estábamos con este descubrimiento! A falta de un recipiente para preparar ese poco de carne, pusimos los dos trocitos en la doka (un hierro en forma de «U», en el que los árabes sudaneses cuecen su pan), y a los pocos minutos de tenerla al fuego nos repartimos la carne, que en menos tiempo de lo que se tarda en decirlo había desaparecido.
[4892]
¡Cómo alabamos al Señor, que se había acordado misericordiosamente de nosotros entre los rugidos de los leones, en medio de la selva! Al amanecer, exhaustos de hambre y de sed, ateridos de frío y deshechos de cansancio, proseguimos nuestro camino, y tras un viaje de ocho horas llegamos a Shinjokae. Allí, alojados en las cabañas de los salvajes, encontramos a los otros componentes de la caravana, los cuales habían llegado unas horas antes que nosotros. Entonces quedó resuelto el enigma y nos enteramos del resto de la historia. Los camelleros que yo había enviado desde el árbol junto al que nos habíamos refugiado con el P. Franceschini, en vez de hacer que esperase la caravana, como yo les había ordenado, incitaron a nuestros compañeros a proseguir la marcha, y dijeron que yo les había dado orden de continuar y que nosotros los seguíamos por un camino más corto.
[4893]
Muchas horas después, como no nos veía llegar, D. Bonomi ordenó a los camelleros que se detuvieran y se dispuso a enviarnos agua y provisiones. Pero ellos se obstinaron en lo que habían dicho antes y no quisieron volver atrás, por lo que nuestros compañeros se vieron obligados a seguir el viaje ignorando por completo dónde nos encontrábamos, y sintiendo por nosotros la misma preocupación que nosotros sentíamos por ellos. En Shinjokae nos detuvimos algunos días para reponernos. Mi idea era que los enfermos se quedasen allí un tiempo más prolongado, para luego volver a Delen; pero, en vista de que su estado no era muy bueno, los mandé a nuestra casa misionera del Kordofán. Ocurría, por otra parte, que del poblado de Shinjokae habían huido todos los habitantes, llevándose sus ganados para que nos cayeran en manos de las rapaces tropas del Mudir, las cuales, además del tributo debido, se habrían apoderado de sus animales, provisiones y esclavos; y ellos, encima, se habrían visto obligados a mantener a la soldadesca. Por esta razón no encontramos carne, ni mantequilla, ni nada para alimentar convenientemente a nuestros enfermos, y decidí continuar el viaje hacia Berket-Koli, donde con su gente se hallaba el Mudir, por medio del cual podríamos conseguir lo necesario.
[4894]
A fin de que los lectores comprendan aún mejor la necesidad de mi resolución, permítaseme insertar aquí cuanto sigue:
Desde hace ya mucho tiempo el Gobierno del Kordofán, con intención de conquistar las tribus limítrofes y finalmente los territorios habitados por diversas tribus árabes nómadas, ha venido cobrando a estas poblaciones tasas anuales, ya sea en dinero, en grano o en esclavos. Como había gente que incitaba a la resistencia y se negaba a pagar tales tributos, se había introducido la costumbre de que cada año el Gobierno mandase a estas tierras algunos altos oficiales con cierto número de soldados para obtener por la fuerza el pago, y en tales circunstancias no era raro que se recurriese a los apaleamientos y a los latigazos. Pero además, como ya hemos señalado, estas tropas gubernativas se entregan a toda clase de rapiñas y saquean y destruyen las casas de los pobres indígenas.
[4895]
A una jornada de Shinjokae, oí que también Birket había quedado vacía de sus habitantes por el mismo motivo, y que el Mudir con sus tropas había ido a las montañas de Tegueta, pero dejando atrás un oficial y algunos soldados, que ponía a mi disposición. Como desdichadamente la fiebre no cesaba entre los misioneros y las Hermanas, y carecíamos de todo, decidí dirigir la caravana a El-Obeid, donde en casa propia los enfermos podían tener todas las comodidades y las medicinas adecuadas, y era de esperar que todos se recuperasen perfectamente. Este viaje estuvo entreverado asimismo de preocupación y ansiedad, porque era dificilísimo llevar a los enfermos a lomos de los camellos, con un sol abrasador de día y mucho frío de noche; y esto fue siempre así a lo largo del viaje por el desierto interminable.
[4896]
Nosotros esperamos que todo esté escrito en el libro de Aquel al que hemos consagrado toda nuestra vida, una vida llena de peligros y dolores, con el único y sublime fin de conseguir arrebatar almas del poder del espíritu enemigo. Finalmente, después de 18 días de viaje desde que dejamos a los Nuba llegamos destrozados, pero vivos, a nuestra residencia de El-Obeid. Si nos libramos de tantos peligros, fue debido a la divina gracia. Con indescriptible alegría nos recibieron los nuestros, que estaban no poco angustiados a causa de nosotros. Por disposición de Dios ocurrió que estaba presente en esa capital el Dr. Pfunt, un buen médico y naturalista. Confié a este hombre excelente mis enfermos, los cuales, tras repetidos y violentísimos ataques de fiebre, que se presentaban de muy diversas formas, y después de haber tomado muchas medicinas, con la ayuda de Dios todos, sin excepción, recuperaron la salud, porque Dios no abandona nunca a quien confía en El.
[4897]
Sólo a la inagotable bondad de Dios debo el haber conseguido salvar la vida a todos los compañeros de la peligrosa misión de Gebel Nuba.
[4898]
En la capital del Kordofán encontré importantísimos mensajes que hacían necesaria mi inmediata marcha Jartum y a Egipto. La emprendí sin dilación, apenas hube arreglado las cosas necesarias con los compañeros y con el Gobernador. Encargué a D. Bonomi que con algunos de los nuestros abriera nuevamente la misión de Gebel Nuba en cuanto el estado de salud se lo permitiera. Conmigo venían Sor Germana y Augusto. Después de atravesar las inmensas llanuras y los espesos bosques de acacias tropicales, en Tura-el-Khadra nos embarcamos junto con el general americano Colston, a cuyo encuentro había sido enviado el barco, y así llegamos felizmente y en buena salud a Jartum.
[4899]
Antes de dejar la capital de las posesiones egipcias en Sudán, debo referirme brevemente a una pequeña parte del apostolado de Africa Central, concerniente a varios miles de cristianos coptos heréticos que viven en Nubia y que dependen de la sede episcopal de Jartum. Esta pequeña chispa de cristianismo, que recuerda sus tiempos gloriosos, y que se ha conservado hasta nuestros días en medio de las tinieblas del islamismo y del paganismo, merece una mención, tanto en interés de la historia de la Iglesia como respecto a la misión de Africa Central.
[4900]
Nubia, como ya dije, constituye una parte de las inmensas regiones etiópicas, las cuales abarcan casi todos los países de Africa que se extienden entre los dos trópicos, el mar Rojo y el océano Indico hasta el Níger y Guinea. Los antiguos consideraban Etiopía dividida en varios territorios cuyos nombres variaban según los autores, y de esas divisiones la más conocida es la de Tolomeo: la isla de Meroe, la Etiopía situada debajo de Egipto y la Etiopía interior. La isla de Meroe era el espacio comprendido entre el Nilo, más allá del desierto, y el Nilo Azul, territorio que según algunos se extendía ilimitadamente a la derecha del Nilo Blanco. Nubia, la actual Abisinia y los territorios de los Gallas, que Tolomeo indicaba como la Troglótida de los antiguos, y que ellos consideraban la India, formaban la Etiopía situada debajo de Egipto.
[4901]
La Etiopía interior estaba integrada por todos los territorios comprendidos entre el sur del Níger y el suroeste de Abisinia, y las tierras de allende la línea del Ecuador. Por Etiopía en general, algunos historiadores antiguos entendían una mitad de Africa, dividida en Africa alta y Africa baja, consistente en un reino grande, inmenso, que posteriormente los árabes, los turcos y las poblaciones vecinas redujeron nuevamente hasta dejarlo en poco menos de la mitad. Abisinia, Nubia y una parte de Guinea constituyen la alta Etiopía. Los etíopes, que antaño formaban una nación grande y poderosa, extendieron su dominio hasta Siria; pero el gran Sesostris, rey de Egipto, los sometió. En la antigüedad Etiopía era famosa por las guerras que sus habitantes hacían contra los egipcios, y también por la riqueza de su comercio. Este país producía cobre, hierro y otros minerales, y era también inmensa su riqueza de piedras preciosas, especialmente de esmeraldas.
[4902]
El Abad Tergi de Lauria nos da una descripción de Etiopía y de sus provincias. Nos dice que el gran reino de la alta y baja Etiopía estaba formado por cuarenta reinos, que él enumera, y habitado por cristianos heréticos y negros idólatras. Nos presenta un cuadro de las muchas lenguas, condiciones morales y características de estos pueblos, que obedecían a un único monarca, llamado «Negus», el cual se jactaba de descender del rey David a través del hijo de Salomón y de la reina de Saba. Nos cuenta que este monarca tuvo en tiempos 72 reyes tributarios, y habla de la Etiopía inferior con sus provincias, así como de la famosa isla de Meroe con sus capitales y la ciudad de la reina Candace, y da la serie cronológica de todos los príncipes de Etiopía, desde la reina de Saba hasta el emperador Fasílides, en 1660, perseguidor de los católicos. Según la tradición, esta reina habría construido y engrandecido la ciudad de Soba, de la que todavía hoy se ven unas ruinas en el poblado de Sobam en la margen derecha del Nilo Azul, a tres horas de Jartum.
[4903]
Rinaldi refiere que los Etíopes tomaron de los judíos la circuncisión, y que sus sabios, antes que el eunuco de la reina Candace (el cual fue el primer pagano en hacerse bautizar) se habían convertido al cristianismo y adoraban a un Dios inmortal, principio de todas las cosas, y a un Dios mortal sin nombre. Añade que Etiopía, a excepción de Abisinia, era desconocida para los antiguos romanos, y que éstos descubrieron tal parte de Etiopía en tiempos del emperador Constantino el Grande. Todavía se encuentran vestigios del poder romano anteriores al nacimiento de Cristo en algunas localidades de Nubia inferior, sobre todo en la isla de Filé. Por dos vías se propagó en Etiopía el Evangelio. La primera fue mediante el eunuco de la reina Candace, al que se refieren los Hechos de los Apóstoles. Esta residía en Axum, la capital del reino, en Gojjam, no lejos del Nilo Azul, donde siguiendo una inspiración divina mandó construir un magnífico templo de cinco naves, en honor a Dios y a Santa María de Sión. Después de haber sido bautizado por San Felipe, el eunuco predicó el Evangelio en las provincias situadas a orillas del mar Rojo y penetró en Etiopía, donde convirtió a la religión de Jesucristo un gran número de infieles.
[4904]
La otra vía, la que nosotros conocemos, fue por medio de San Mateo, que enseñó el Evangelio en Etiopía inferior; y algunos sostienen que en Nubia inferior predicó el cristianismo San Marcos. Además, al comienzo del siglo iv, durante el imperio de Constancio y de Maximino, la Providencia se sirvió para iluminar a este pueblo de otro eficacísimo medio. Meropio, filósofo de Tiro, emprendió un viaje hacia la India, o sea, hacia la Etiopía situada debajo de Egipto, con dos niños versados en varias lenguas, de los que uno se llamaba Edesio y el otro Frumencio. Pero estando entonces levantados en armas los etíopes contra los romanos, Meropio fue muerto, y los dos niños llevados al rey de los etíopes, que les tomó afecto y cuando hubieron crecido les asignó puestos de honor en la corte. Allí se ganaron tanta estima que, después de la muerte del rey, se les confió la dirección y el cuidado del heredero del trono.
[4905]
Cuando éste alcanzó la mayoría de edad, Edesio regresó a Tiro, donde fue ordenado sacerdote, y Frumencio, a su vuelta a Alejandría, informó de la situación en Etiopía a San Atanasio. Este lo consagró obispo y lo mandó allí de nuevo para que se ocupase de la conversión de los etíopes, cosa que logró maravillosamente durante el gobierno de Abraha.
[4906]
Con ayuda de un aspirante al sacerdocio que le dio San Atanasio, Frumencio erigió su sede episcopal en Auxuma, o Axum, la capital del reino. Desde aquel tiempo Etiopía fue gobernada por muchos obispos, en dependencia del correspondiente metropolitano, y permaneció siempre bajo la jurisdicción de los patriarcas de Alejandría. Entonces también encontró acogida en Etiopía la vida monástica, por obra de los famosos anacoretas y monjes de la Tebaida y de Egipto. Nos lo atestiguan los restos de muchos monasterios erigidos en diversos puntos del territorio según las reglas de San Antonio y de San Basilio, así como también los relatos de los escritores eclesiásticos. Hasta mediados del siglo v, el cristianismo en Etiopía se mantuvo en su integridad.
[4907]
Pero en el año 499 Dióscoro, Patriarca de Alejandría, cayó en el error de Eutiques, Archimandrita de Constantinopla. Dióscoro era un hombre ambicioso y violento, pero gozaba de mucho prestigio en aquel gran Patriarcado. Quiso tratar el asunto de Eutiques en el Latrocinio de Efeso y consiguió arrastrar al error a casi todos los obispos dependientes del Patriarcado de Alejandría. Así tuvo su origen la herejía eutiquiana, que apartó de la unidad católica a la famosa Iglesia de Alejandría; de modo que poco a poco toda Etiopía, que formaba parte de este gran Patriarcado, se pervirtió igualmente. Aunque rodeados por todas partes de poblaciones bárbaras, los habitantes de este gran reino gozaron siempre de la misericordiosa bondad del Todopoderoso, que en el Antiguo y en el Nuevo Testamento difundió sobre ellos magníficos rayos de su santa y verdadera religión. Pero arrojados en las tinieblas del error, privados de obispos fieles a la Santa Sede, y de toda ayuda, perdieron la pureza de la fe y se convirtieron en desdichadas víctimas de las falsas doctrinas, permaneciendo bajo la égida de los obispos herejes que se les enviaban desde el Patriarcado de Alejandría.
[4908]
«L’Oriente Cristiano» refiere los nombres y la historia de cuarenta metropolitanos de Etiopía. Según el 52 canon árabe, los etíopes no pueden elegirse un Patriarca entre sus hombres doctos, porque éste se halla bajo la jurisdicción del Patriarca de Alejandría, y corresponde a esta sede el nombramiento y la consagración del llamado metropolitano católico para Etiopía, el cual es dependiente y no tiene derecho a nombrar metropolitanos, como el Patriarca de Alejandría; aunque goza de igual dignidad, no tiene el mismo poder. Prácticamente el metropolitano católico es el Patriarca de los abisinios; pero es sólo el Vicario del Patriarca de Alejandría, pese a tener bajo su gobierno un número mayor de personas que él.
[4909]
Los etíopes han mantenido siempre un alto concepto de la gloriosa sede patriarcal alejandrina, que les enviaba los obispos, y han permanecido siempre fieles a ella. Nunca permitieron que su metropolitano eligiese más de siete obispos, por miedo a que la Iglesia etíope llegase a tener doce de ellos, número exigido por los orientales para tener un Patriarca, a fin de que no se sacudiese el yugo de la Iglesia alejandrina nombrándose un patriarca independiente de la misma. Hoy no hay motivo para ese temor, porque existen sólo dos sedes episcopales. Sus titulares, que reciben su mandato del Patriarca de Alejandría, son: el Obispo de Abisinia, con una jurisdicción muy extensa, y el de Jartum, con jurisdicción sobre un par de miles de coptos, que en gran parte pertenecen a la diócesis de Esneh, y que viven dispersos en los vastos territorios coloniales egipcios de nuestro Vicariato.
[4910]
Las divergencias religiosas de los cristianos disidentes de Etiopía consisten en la circuncisión, la purificación, la celebración del sábado, el ayuno hasta la puesta del sol, la abstinencia –en muchas zonas– de las carnes porcinas y de los pescados sin escamas, el divorcio, y también en la poligamia, que se da, aunque raramente. Niegan la existencia del purgatorio, y creen que el Espíritu Santo procede sólo del Padre y que la naturaleza humana de Cristo es igual a la divina. Admiten en Cristo una sola voluntad, repiten el bautismo y afirman que las almas de los justos gozan de Dios sólo llegado el fin del mundo. No conocen el santo viático, ni distinguen entre pecados de pensamiento y deseos contrarios a los diez mandamientos de Dios. Además creen que el alma no ha sido creada por Dios, sino que proviene de la materia. Rechazan el Concilio ecuménico de Calcedonia, en que fue condenado Dióscoro, y no reconocen el primado de la Iglesia católica apostólica romana, ni al Papa como Vicario de Cristo. Cuando administran el bautismo, no pocas veces marcan una parte de la cara con un hierro candente. La Iglesia católica hizo repetidos intentos para devolverlos al recto camino de la fe, pero obtuvo en esto un resultado mínimo.
[4911]
Gran preocupación por la salvación espiritual de los etíopes mostraron los Papas romanos. Entre ellos, sobre todo: Alejandro III en 1177, Inocencio IV en 1243, Alejandro IV en 1254, Urbano IV en 1261, Clemente IV en 1265, Inocencio V en 1276, Nicolás III en 1277, Nicolás IV en 1288, Benedicto IX en 1303, Clemente V en 1305 y Juan XXII en 1316. Estos Papas se esforzaron en arrancar a los etíopes de la marea de la herejía y del Islam, en que desdichadamente se habían dejado envolver gran parte de ellos. Por una súplica del rey de Etiopía, Alejandro III concedió a esta nación hasta una iglesia en Roma y en Jerusalén, para que fueran educados en la religión católica sus súbditos. Concedió a los etíopes la iglesia y el claustro de San Esteban de los Negros, detrás de la basílica vaticana; e Inocencio III confió esta misión a la Orden de Predicadores.
[4912]
Eugenio IV fue el primero que buscó la unión de los coptos o jacobitas de Etiopía y Egipto con la Santa Sede apostólica, en el Concilio ecuménico de Florencia, e invitó amablemente al Patriarca Juan, porque éste había enviado al Supremo Pastor el abad Andrés, del convento de San Antonio, de Egipto. Dicho abad se presentó ante el Papa como legado del Patriarca de los jacobitas y del rey de Etiopía, en compañía de un diácono, de tres enviados del rey Zereiacob, del emperador Constantino de Etiopía y del abad Nicodemo, legado de los etíopes residentes en Jerusalén. En 1442 Eugenio IV tuvo la paternal satisfacción de volver a unir con la Iglesia católica a los jacobitas o coptos, asunto sobre el cual hizo una instrucción y un decreto.
[4913]
Mientras la herejía luterana proseguía su obra devastadora en la Alemania católica, David, el rey de los etíopes, se alió con Portugal contra el Patriarca de Alejandría, y mandó a Francisco Alvarez a visitar al Papa Clemente VII, con cartas en las cuales reconocía a éste como Jefe supremo de la Iglesia universal y le rogaba que invitase a los príncipes cristianos a defenderlo contra los musulmanes. El Papa se dignó otorgar a la Iglesia etíope la dignidad primacial, nombrando para este cargo a Juan Bermúdez.
[4914]
El rey Claudio, viéndose siempre amenazado por los turcos, buscó auxilio en Juan III, rey de Portugal. Como consecuencia de ello, de acuerdo con el Papa y con San Ignacio de Loyola, fueron mandados a Etiopía doce jesuitas, y se eligió Patriarca al P. Juan Núñez, un portugués, a quien se unieron los PP. Andrés Oviedo y Melchor Cornaro en calidad de obispos auxiliares. Esto no duró mucho, y el rey Claudio mostró al respecto una gran indignación. No se permitió la entrada del Patriarca en Etiopía, y Monseñor Oviedo sufrió persecución en su sede, no resultando así ninguna ventaja para la Religión.
[4915]
Cuando en 1559 Claudio fue muerto y le sucedió Neva, éste se mostró tan hostil a la Iglesia romana que hizo encadenar a Oviedo, pensando en matarlo posteriormente. Sin embargo, al morir Neva en 1562 y sucederle en el trono su hijo Sarezza Denghal, que tenía mejores sentimientos hacia los católicos, éstos consiguieron que se les dejase practicar su religión. Con todo, los etíopes persistieron siempre en sus antiguos errores. Terminado el Concilio de Trento, Pío IV quiso que Sarezza le enviase legados, y mandó a Etiopía con ese ruego al Patriarca de Alejandría, el jesuita P. Cristóbal; pero fue inútil. Entonces Pío IV escribió al rey Sebastián de Portugal, y al tío de éste, el Card. Enrique, que luego subió al trono, pidiéndole que entrase en relaciones con el rey de Etiopía. Mas, dado que este monarca y la población se mostraban muy reacios, ordenó al Patriarca Oviedo que se trasladase a Japón. Pero el rey no lo dejó salir de Etiopía, y Oviedo perdió tristemente la vida en Tigré, donde murieron también sus compañeros.
[4916]
En 1597 se dirigió a Etiopía el P. Supi con varios de sus hermanos de religión, y en el intento de penetrar allí perecieron a manos de los turcos, que se habían apoderado de la costa del mar Rojo. En cambio, en 1603, el P. Páez logró introducirse, y el rey Zadanguel, lleno de afecto hacia la Santa Sede, le encargó que escribiese al Papa diciéndole que podía elegir un Patriarca; pero el Abuna, o metropolitano herético, indignado, provocó una rebelión contra el rey, que perdió en ella la vida. Su sucesor, Susneo, para congraciarse con los portugueses, protegió a los jesuitas y llamó a su corte al P. Páez. Además escribió al Papa comunicándole que podía mandarle misioneros, en tanto que su hermano Zela se declaraba católico públicamente, y con un decreto se ordenaba abrazar la doctrina católica. El rey reprendió al Patriarca herético, los monjes y los sacerdotes que habían conspirado contra su vida, y, renunciando a sus primeros errores, despidió a sus concubinas y declaró formalmente que sólo reconocía a la Santa Sede y quería obedecer únicamente al Papa. Informado de ello, Gregorio XV hizo Patriarca de Etiopía a Alfonso Méndez, de la Compañía de Jesús, el cual tuvo una excelente acogida por parte de Susneo y recibió de la familia imperial muchas pruebas de fidelidad y devoción hacia la Santa Sede. Pero habiéndose producido a consecuencia de ello tumultos entre los etíopes, que se aferraban a las costumbres antiguas, el rey tuvo la debilidad de volver a aceptar el cisma de Alejandría, declarando que la Iglesia alejandrina era la misma que la romana.
[4917]
Todos los grandes se mostraron hostiles a los padres jesuitas, y después de la muerte de Susneo se expulsó a todos los europeos de Etiopía. Mientras, para suceder a Méndez se nombró Patriarca a Apolinar d’Almeida, que fue asesinado en 1638; y Pedro II, rey de Portugal, designó como primado al P. Luis da Silva. Si bien todos los esfuerzos y la solicitud de Inocencio X por los etíopes se mostraron infructuosos, Urbano VIII obtuvo del Patriarca de los coptos, Mateo, una carta de sumisión, y bajo Alejandro VII se alimentó la esperanza de ver volver a la obediencia de la Santa Sede al Patriarca de Alejandría, ya que, por obra del Menor Reformado P. Salemma, había enviado una profesión de fe según los principios de la Iglesia Católica. Pero también entonces acabó imponiéndose el temor a los turcos, así como la acostumbrada inconstancia y sentimientos adversos de los coptos y de los etíopes, siempre tenazmente adheridos al cisma; y el entusiasmo por la verdadera doctrina de Jesucristo se desvaneció.
[4918]
Inocencio XII dio 50.000 escudos para las misiones entre los etíopes, y nombró misioneros a los Padres Menores Reformados de S. Pietro in Montorio, de Roma. Superior de éstos fue el mencionado Salemma, que, provisto de cartas apostólicas y regalos, se presentó en Egipto e invitó al Patriarca de Alejandría a sumarse a la unidad católica. Pero, aun aceptando cartas y regalos y manifestando desear la unidad, éste declaró que por el momento no la podía ratificar, por la guerra estallada en Egipto y por la oposición de los grandes del país; de modo que la Santa Sede se limitó a enviar misioneros sólo a El Cairo. Clemente XI hizo todo lo posible por ganar Etiopía para la verdadera Fe, y quiso invitar al rey Dodemanut a trabajar en favor de la deseada reconciliación, para lo cual envió al P. José, de los Menores Reformados de San Francisco, recomendándolo cálidamente al Arzobispo de Etiopía y al Abad general de los monjes de San Antonio.
[4919]
La Santa Sede intentó en diversas ocasiones mandar a aquellas tierras hombres de esta Orden, así como capuchinos y carmelitas; pero no tuvieron buena acogida, y muchos murieron a manos de los turcos, mientras que otros fueron víctimas de los mismos etíopes. Finalmente Etiopía estuvo más de medio siglo sin apóstoles cristianos, hasta que con Gregorio XVI se fundó la misión de Abisinia, con objeto de ejercer el apostolado entre los etíopes, a instancias de mi queridísimo amigo el eximio señor Antonio d’Abbadie, que durante muchos años, con su hermano, recorrió aquel país en todas las direcciones. La misión fue encomendada a los Paúles; el Vicariato de los Gallas, en 1846, a los Capuchinos, y respecto al Vicariato Apostólico de Africa Central se dispuso lo que ya he referido.
[4920]
En la actualidad se halla vacante la sede episcopal de los coptos de Jartum, de cuya administración se encarga un Gumus (arcipreste) llamado Abuna Hanna, con el cual está en buenas relaciones la misión católica. Los coptos se dedican al comercio o trabajan como funcionarios en el Diván del Gobierno, donde a menudo son escribientes. Se encuentran dispersos por todos los territorios de las posesiones egipcias de Sudán, desde Suakin hasta Darfur, desde Taka hasta Dóngola y desde Jartum hasta el país de los Bari; pero viven en mayor número en Jartum, Dóngola, el Kordofán, Suakin, Berber y Kassala, y el jefe supremo de la Iglesia copta disidente a veces manda sacerdotes a todos estos lugares para la administración de los sacramentos.
[4921]
Después de tantos siglos en contacto con los musulmanes, los coptos, como es natural, han adoptado muchas de sus costumbres. A pesar de la larga, secular persecución por parte de los seguidores del Islam, que literalmente diezmaron a la nación copta, la herejía eutiquiana se ha conservado entre ellos. Como en las Iglesias separadas de Oriente está permitido el matrimonio de los simples sacerdotes, los obispos son reclutados entre los monjes, los únicos que mantienen el celibato. Aunque en el fondo los monjes coptos están muy versados en la Sagrada Escritura y especialmente en el santo Evangelio, en sus monasterios hay mucho que desear en cuanto a oración y obediencia, dos cosas esenciales que caracterizan el estado religioso. Pero las sublimes tradiciones de los primeros eremitas y cenobitas no se han olvidado entre los coptos disidentes, sino que son incluso loablemente recordadas. A pesar del gran número de monasterios que se ven en las orillas del Nilo y en la Tebaida, aquellos de los que salen los obispos son sólo tres: los monasterios de San Antonio, de San Pablo y de San Macario.
[4922]
Ello es señal de la gran devoción que los coptos tienen a los tres grandes santos, que en los desiertos de la Tebaida mostraron clarísimamente la victoria del espíritu sobre la carne. Los monasterios de San Antonio y de San Pablo se hallan junto al mar Rojo, en el desierto que a la derecha del Nilo se extiende casi enfrente del Sinaí. El monasterio de San Macario está en la orilla derecha del Nilo, inmediatamente después del Delta. Sólo el monasterio de San Antonio tiene derecho a proveer la sede del Patriarca, el cual, una vez en posesión de su cargo, no ejerce ningún poder sobre los sacerdotes en lo concerniente a las funciones de iglesia, porque esto corresponde a la jurisdicción episcopal.
[4923]
El Vicariato de Africa Central goza de la alta protección de Su Majestad [Francisco] José I, Emperador de Austria y de Hungría, bajo la representación de un cónsul en Jartum, y la misión está en buena armonía con las autoridades, de las que ha obtenido preciosos favores, entre los cuales debe recordarse la exención de los impuestos. Fue mi primera intención, apenas entré en posesión del Vicariato, dar con toda diligencia una buena consolidación a sus dos misiones principales, las de Jartum y el Kordofán, como puntos seguros de apoyo y centros de comunicación para poder extender el trabajo apostólico a los lugares más importantes del Vicariato.
[4924]
La misión de Jartum es la base de operaciones y el punto de comunicación para llevar la verdadera fe y la verdadera civilización a cada uno de aquellos reinos y tribus que forman la parte oriental del Vicariato, limítrofe con el Vicariato de Abisinia y la tribu de los Gallas, y hasta el Nilo Blanco allende el Ecuador y las fuentes del Nilo. La misión del Kordofán tiene el mismo cometido con respecto a los reinos y tribus que constituyen la parte central y occidental del Vicariato. Allí la misión ha encontrado no pequeños obstáculos por parte de las autoridades locales, en lo concerniente a los problemas de la esclavitud y la abominable trata de negros.
[4925]
Sobre este punto tengo pensando escribir una relación especial, porque merece un más amplio tratamiento. Sin embargo empieza a vislumbrarse un destello de esperanza sobre esta importante cuestión, la cual debe comprometer, con tan alta participación, a la humanidad. Ultimamente el Virrey de Egipto ha nombrado Gobernador General de las posesiones egipcias de Sudán a Gordon, un excelente militar inglés, con el grado de Ferik-Bajá. En la guerra de China se distinguió luchando contra los rebeldes, y muestra las mejores intenciones de quererse ocupar de la abolición de la esclavitud. Este habilísimo personaje de magnánimos sentimientos es además un hombre intrépido y decidido, por lo cual tengo confianza en que asestará un golpe mortal a la trata de esclavos. No obstante, siempre es de temer que las poblaciones de Sudán, los traficantes árabes y los Gobernadores musulmanes le pongan obstáculos, porque sacan gran ganancia del comercio de esclavos, el cual constituye la más notable fuente de beneficios para las autoridades locales.
[4926]
Para curar estas heridas abiertas de la humanidad, esta estridente injusticia, no hay más que un medio: establecer en esas regiones la Fe católica y predicar en ellas el Evangelio de Jesucristo, que enseña la igualdad de todos, esclavos y libres, y que trajo a la tierra para todos la libertad de los hijos de Dios. Sólo la Religión Católica puede asistir al glorioso inglés en tan humanitaria obra y desterrar de esos infelices pueblos este azote multisecular. El insigne general Gordon encontrará en la misión católica la mejor ayuda y la más valiosa asistencia en la realización de su sublime tarea.
[4927]
El magnánimo y docto Rey de los belgas, empujado por los mismos motivos, ha tomado últimamente la noble iniciativa de dirigir todo el influjo de la ciencia y todas las fuerzas de la civilización moderna hacia este fin, para que sea extirpada de la tierra africana la ignominia de la esclavitud y de la trata de esclavos. El recibirá igualmente la más eficaz ayuda en la acción apostólica de los predicadores del Evangelio, sobre todo en Africa Central, donde se encuentra el centro del comercio de esclavos. Alabado sea este insigne monarca católico, en cuyo noble corazón encuentra eco el grito de dolor de estos infelices pueblos africanos, que gimiendo tienden las manos a la Iglesia Católica e imploran de la civilización de los pueblos de Europa que se los socorra en la multisecular calamidad que los oprime.
[4928]
El augusto monarca belga ha logrado sacudir de su letargo a las potencias de Europa y de América (Inglaterra constituyó siempre una loable excepción, al dedicar a este fin inmensos medios y fuerzas) y las ha puesto en movimiento para dicha gran obra. En nuestra época moderna, en la que encontramos tantos desastres, esta vívida chispa llenará de entusiasmo los corazones que hasta ahora habían permanecido insensibles, y en los que aún no había despertado el sentido de la justicia y de la caridad. La conducta del magnánimo rey Leopoldo II está verdaderamente en consonancia con la alta misión de príncipe católico. El recibirá gloria imperecedera por haber llevado a cabo bajo su mandato una de las más nobles obras humanitarias de los siglos cristianos, la cual difundirá sus bendiciones y beneficios por la parte más abandonada de la tierra.
[4929]
Y la misión de Africa Central, la más poblada y extensa del globo, tendrá la noble satisfacción de haber cooperado a esta gran obra, paradigma del verdadero progreso, que inspirada por alta sabiduría y dictada por cristiana caridad, llevará a la más sublime gloria a quienes sigan la invitación del augusto monarca.
[4930]
El 19 de diciembre de 1875, junto con mi secretario, D. Pablo Rossi, de Legnago, y algunos otros, partí de mi residencia principal, tras administrar el bautismo a varios adultos de ambos sexos, preparados por los misioneros y las Hermanas. Hice una visita a la estación de Berber, y con diez camellos entramos en las abrasadoras arenas del desierto y atravesamos las áridas montañas pertenecientes al territorio etiópico que separa el Nilo del mar Rojo. En esta ruta hay ocasión de admirar bosques petrificados y de encontrar piedras graníticas y alabastros orientales. Tras cuarenta días de penosísimo viaje nos detuvimos en Suakin, donde quizá por primera vez en trece siglos se celebró el incruento sacrificio de la santa misa según el rito católico –celebración que corrió a mi cargo– sobre las amenas orillas nubias del Eritreo (el mar Rojo de los antiguos). Después de haber yo visitado a los cristianos de todo rito, sobre un vapor del Gobierno egipcio arribamos en cuatro días al puerto de Suez, donde recibimos amable hospedaje de los reverendos Frailes Menores Reformados, y dos días más tarde, en perfecta salud, llegamos a El Cairo.
[4931]
Aquí no puedo pasar en silencio las muchas atenciones y los grandes favores que dispensó a la misión de Africa Central el ilustre comandante Ceschini, el cual es el agente diplomático y el Cónsul general de Su Majestad Apostólica el Emperador de Austria-Hungría en la corte del Jedive de Egipto. Si este último, después de vanos intentos realizados anteriormente, nos regaló un trozo de terreno destinado la construcción de dos casas en El Cairo como estaciones de preparación y aclimatación para los misioneros y las Hermanas que han de trabajar en el apostolado de Africa Central, se lo debemos a él.
[4932]
La parcela edificable que obtuvimos gratuitamente de la liberalidad del Virrey de Egipto, por valor de 43.000 francos, está situada en el barrio de Ismailía, uno de los mejores de El Cairo. Yo hice construir los edificios hasta la segunda planta, y desde julio del año pasado instalé en ellos a los misioneros del Instituto veronés y a las Hermanas de San José de la Aparición, que desde 1867 estaban alojadas en el Viejo Cairo en dos casas de alquiler. Tengo puesta mi esperanza, y mi confianza también, en que mis benefactores de Europa me ayudarán a seguir levantando estas casas, porque de ellas depende la conservación de la vida y de las fuerzas de los obreros evangélicos destinados al clima tórrido de Africa Central.
[4933]
Obedeciendo a la invitación del Emmo. Card. Prefecto de Propaganda, dejé la tierra clásica santificada por el exilio de la Sagrada Familia y en abril de 1876 me trasladé a la capital del catolicismo. Durante mi ausencia del Vicariato, los misioneros del Instituto de Verona, siguiendo mi Plan para la regeneración de Africa, se ocuparon de la formación de negritos y negritas, para los cuales he preparado lugares de residencia situados a jornada y media de El-Obeid, a fin de evitar que entren en contacto con los musulmanes y pierdan así la fe. En la llanura de Malbes, que está provista de agua y ofrece un terreno cultivable, se han instalado negritos convertidos, salidos de los Institutos de El-Obeid.
[4934]
Aparte del aislamiento de los musulmanes, la llanura de Malbes ofrece a los convertidos la ventaja adicional de que pueden practicar allí la agricultura y el comercio, con que conseguir ganarse la vida. El lugar es, por otro lado, idóneo para mandar allí a nuestros misioneros enfermos de la misión del Kordofán, con objeto de que, permaneciendo en el campo, se recuperen. Esta colonia se convertirá pronto en una aldea, en un pueblo, en una ciudad, cuyos habitantes serán en su totalidad católicos, y cuya dirección correrá a cargo de los misioneros y de las Hermanas en lo referente a la salvación eterna de las almas. En todas partes donde domina el Islam se utilizará este sistema. Así la misión católica conseguirá, con el tiempo, enarbolar el estandarte de la Cruz y hacer que reine la ley del Evangelio en las numerosas tribus de Africa, sobre las que continúan pesando, desde hace tantos siglos, las sombras de muerte.
[4935]
Tras ofrecer estos datos históricos sobre el Vicariato y sobre la obra de la regeneración de la Nigricia, es tiempo de echar una mirada a la realización de la labor apostólica en el Vicariato, con sus dificultades y esperanzas.
[4936]
Cuando el misionero ha terminado su formación en el Instituto veronés se le manda al Instituto de aclimatación de El Cairo, y sólo después se le traslada al interior, a Jartum, para trabajar con todas sus energías en beneficio de la infeliz Nigricia en aquella estación, o en otro lugar al que sea destinado. Dondequiera que haya de emprender su lucha contra las dificultades, en ningún sitio las rehúye. Son sobre todo las varias religiones el principal obstáculo que encuentra para su trabajo. Aquí yo debería mencionar todos los errores del cisma copto y del Islam, que está difundido en las dos Nubias, en los pequeños y grandes reinos del Kordofán y de Darfur, Waday, Baguermi y Bornu, así como en todas las tribus nómadas árabes, las cuales ocupan alternativamente un vastísimo territorio.
[4937]
En cambio, hay otras partes del Vicariato inmunes a esta corrupción: se trata de lugares situados más hacia el centro, en los que reina el paganismo. Mas para no cansar a mis lectores repitiendo algo sobre lo que ya han leído largo y tendido –si bien todas esas descripciones están muy lejos de aproximarse a la verdad–, me limitaré a señalar aquí alguna cosa.
[4938]
Mahoma utilizó un arte tan depurado para atraerse los espíritus y los corazones de los musulmanes, que a duras penas el poder humano logra contrarrestar la funesta seducción de esa doctrina. Oriente, que ya por todo su modo de vida halaga los sentidos y hace tan pronunciado el contraste de las pasiones, pronto fue presa de Mahoma. En cuanto a fe, él no propuso nada nuevo; pero sedujo al pueblo con una cantidad monstruosa de proposiciones de fe, las más ordinarias y generales, y con un culto que consiste sólo en exterioridades y que, al mismo tiempo, sigue los más bajos instintos y pasiones.
[4939]
El Corán legitima una vida desenfrenada y ve en la mujer, que no está santificada por la religión, un puro instrumento de inmoralidad, además de considerarla sobre todo como un accesorio de casa. En los harenes, el Corán hace que se vuelva bestial todo sentimiento humano y que se ahogue en el hombre cualquier noble pensamiento y todo sentido de la virtud. El intelecto se obnubila y no puede comprender nada elevado; el alma se envilece y no puede ya lanzarse hacia la sublimidad de la Religión Católica.
[4940]
Aunque la civilización cristiana se abre ahora paso de tantas maneras y el Islam entra en contacto con las costumbres europeas, ¿qué conquistas y qué progresos puede realizar con respecto a los musulmanes? ¿Logrará sacudir al musulmán de su indolencia y hacerle abandonar sus inclinaciones animalescas y antisociales? Y si lo consigue, ¿no es esto completamente contrario al Corán, que lo manda expresamente? En verdad ya haría mucho la civilización europea si indujera a los mahometanos a abandonar sus cabañas y campamentos al aire libre, para construirse viviendas mejores. ¡Pero nunca logrará también que el hombre sea ennoblecido, que piense, sienta y actúe de manera digna del ser humano! Podrá despertar el espíritu de egoísmo y de común interés; pero nunca obtendrá influencia sobre el alma, ni podrá conseguir jamás que surja el sentido de la justicia. El amor y el respecto al prójimo no serán nunca el vínculo que una a la sociedad musulmana.
[4941]
La civilización europea habrá conseguido mucho cuando pueda decirse a sí misma que ha hecho nacer en los musulmanes la idea de ir hacia una reforma de los principios que se basan en el Corán; porque el Corán prohíbe toda novedad, toda instrucción de mayor profundidad, mientras que por el contrario asegura la satisfacción de los deseos viles, de las pasiones bestiales, y permite a sus seguidores la mayor violencia contra los infieles. La sociedad humana, tal como nosotros la concebimos en el verdadero sentido de la palabra, no puede acomodarse al Corán; la verdadera civilización y el Corán no pueden estar juntos. Uno destruye al otro. Ninguna fuerza humana puede vencer, pues, al Corán, como tampoco pudo el protestantismo, que le declaró la guerra a orillas del Nilo, y que hubo de abandonar aquellas tierras cuando en Esneh obtuvo sólo dos conversiones, y éstas gracias a cierta cantidad de dinero. Los rigurosos seguidores del Corán, los fanáticos adoradores de Mahoma, condenan cualquier discurso sobre la religión y declaran santo al que se deja pisotear por el caballo blanco sobre el que el sumo sacerdote, en tiempo de la gran peregrinación a la Meca, avanza en dirección a la mezquita; santo es aquel que, tras continuadas aclamaciones religiosas a Mahoma, enferma o enloquece. Todos acuden enseguida a socorrer a semejante héroe, al que ahora se honra y se pide consejo, y al que a su muerte se levantará un monumento. En este aspecto, Nubia ofrece un triste espectáculo.
[4942]
Si una instrucción más profunda y todo discurso de religión están prohibidos, ¿cómo hacer arraigar novedades beneficiosas y nuevas doctrinas de fe? Es imposible obtener el abandono del Corán, que ellos observan con fanatismo y rigor, si antes no se consigue poner en claro sus fundamentos; mas no es concebible una instrucción superior sin renunciar al Corán. Y ¿quién osaría procurar tal cosa, si el mismo Gobierno veda todo intento de conversión?
[4943]
Quien se hiciese partícipe de una instrucción más alta sufriría las censuras de todos y el rechazo de sus padres. Platón creía que sólo una poderosa antorcha constituía una maravillosa fuerza capaz de aclarar las tinieblas del paganismo y de volver a levantar a la humanidad caída. Similarmente, para renovar el espíritu y el corazón degradado del Islam se necesita un medio verdaderamente prodigioso y una iluminación sobrenatural, que nosotros encontramos en la gracia de Dios. Los medios humanos son incapaces de ello; sólo la Iglesia católica es susceptible de triunfar aquí, porque únicamente el Señor, que en su poder sacude los cedros del Líbano y hace temblar las columnas del firmamento, podría, por medio de su religión, arrojar luz sobre tanto error espiritual.
[4944]
Sólo el que un día transformó los bosquecillos y templos de los idólatras en lugares santos de su verdadera religión, sólo El, podría plantar la Cruz sobre las ruinas de las mezquitas. Y también sólo de este modo los mahometanos, llevados por el camino de la salvación, podrían tener todas las ventajas inherentes a la civilización cristiana. Aunque el Señor, en sus inescrutables designios, quisiera servirse para sus obras de medios puramente humanos, ¿quien no vería en las prescripciones fanáticas del Corán los mayores obstáculos para alcanzar el éxito? Se trata además de sustituir la religión musulmana por una tan abominada de ellos, que la sola denominación de cristiano les suena como el más grande insulto y afrenta.
[4945]
¿Habrían de cambiar su cómoda religión por la Religión Católica, que exige la renuncia a uno mismo, la mortificación de la carne y el sacrificio? El hacer que entiendan la sublimidad de la Religión Católica, la santidad de su doctrina, la belleza de su liturgia, presenta obstáculos y dificultades casi insuperables: ellos no están en condiciones de comprender las cosas elevadas, dado que se encuentran en un lamentable estado moral por la corrupción que les permiten las leyes.
[4946]
Pero el misionero confía en la misericordia de Dios y, dispuesto a la lucha, parte al campo de trabajo guiado por la esperanza, que no lo abandona nunca. Mientras, sopla sobre la embarcación un viento favorable, y el viaje comienza.
[4947]
¡Qué panorama! ¡Se despliegan ante él las siempre nuevas maravillas del Nilo! En la orilla derecha se divisan las montañas de Mokatan, en el desierto de Nubia, y a la izquierda del Nilo las colinas líbicas, que corren paralelas al río, pero separadas de él por una llanura a veces cultivada y a veces convertida en un desierto arenoso. Siempre se tienen ante los ojos las más impresionantes vistas. Aquí, una isla con pastos verdeantes, donde un pastorcillo negro cuida su rebaño de cabras, no lejos de una pequeña cabaña que apenas se distingue entre las abundantes palmas datileras que la circundan. Allí, más de esas palmas, formando un bosque con árboles Dong que hacen gala de sus frutos. Ya las orillas se acercan y muestran al viajero las bellezas de sus contornos; ya se separan de nuevo, para hacerle encontrarse de repente en un lago. Luego, rocas desnudas y ásperas vuelven a encerrarlo y rodearlo de espanto, mientras en este promontorio rocoso el río recibe violentos azotes del viento. Al concluir este día con paisajes de gran variedad descubrimos en lontananza los límites de las agitadas aguas, teñidas del más vívido color fuego por el sol del ocaso, y creemos navegar por un esplendente mar en llamas.
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Pero en medio de todos estos magníficos encantos de la naturaleza, la mente del misionero a menudo se aleja y se llena de pensamientos amargos, cuando en el crepúsculo oye la ronca voz de muecín, que desde lo alto del minarete llama a los seguidores de Mahoma a la oración. Y la tristeza lo invade cuando piensa en la desdichada situación de estas pobres almas. En el profundo silencio que envuelve las orillas, en las cuales se alza acá y allá una cabaña, él piensa en la calma anterior a la tempestad, y le parece que estos infelices duermen un sueño cruel del que sólo habrán de despertarse con el rayo de la cólera divina. Y debe ahogar todo dentro de sí. El viento sopla propicio. Los marineros duermen bajo los palos de las velas. La luna difunde ahora su pálida luz sobre la llanura, interrumpida de cuando en cuando por formaciones rocosas que hacen estremecerse.
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Y es en estos momentos cuando, como un lamento por el cristianismo antaño aquí floreciente y del que ahora contempla las ruinas, el misionero sumido en profunda oración, en medio de estas soledades inconmensurables, cree oír la voz del Divino Pastor, que busca la negra ovejita extraviada; y recobrando nuevamente la confianza, espera firmemente que caigan los obstáculos levantados por el Islam contra la conversión de sus seguidores, y que el poder del mal no envuelva por más tiempo a la Nigricia; y una multitud tan grande de infieles da al misionero las mejores perspectivas para su actividad, sobre todo en las regiones todavía no contaminadas por la corrupción musulmana. Ahora las cataratas le obligan a interrumpir su viaje, porque el Nilo, detenido en su curso por masas rocosas, se precipita espumeante y fragoroso entre los escollos, ciñéndose a ellos en tortuosa corriente. Entre estas rocas quebradas que yacen en el lecho del Nilo y diseminadas a lo largo de las orillas los navegantes pueden encontrar la muerte, y por los palos de las embarcaciones hundidas, que sobresalen del agua, se ve que ésta, imponiéndose, ha obtenido con frecuencia tristes victorias. Hay, sí, otro camino; pero el desierto, con su desmesurada extensión, tiene también sus grandes inconvenientes.
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El misionero debe recordar siempre que doce pescadores salidos de un oscuro pueblo de Judea, después de dirigir la mirada a la altura del Gólgota, se dispersaron por el mundo y, fortificados en la fe del Salvador divino y seguros de la victoria, experimentaron gran gozo en sus dolores y sufrimientos. Del mismo modo, tampoco el misionero de Africa Central retrocederá, por fatigosa y llena de renuncias que pueda ser su vida. Si él es prudente y se vale de los medios que la experiencia le pone en las manos, su actividad dará los mejores frutos en beneficio de los cien millones de almas que desde hace ya tantos siglos están en poder del maligno.
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Si se consideran las distancias, la pobreza de los medios de transporte que se deben usar, la falta de viento favorable en los viajes por los ríos y la indolencia de los marineros, los desplazamientos en estos países son extremadamente largos en su duración y a menudo peligrosos. Cuando el viento es desfavorable, el misionero se ve obligado a pasar las noches en la orilla solitaria, donde muy raramente encuentra cobijo bajo un árbol espinoso. También puede suceder que tenga que pasar de este modo muchos días y noches. Luego, durante semanas y meses, debe sufrir en el desierto la holgazanería de los camelleros. Debe estar preparado para soportar grandes sacrificios cuando, solo sobre la grupa desnuda de un camello, avance por el desierto interminable y atraviese las peladas montañas graníticas o los inmensos bosques del interior. Aquí ha de temer el encuentro con los animales feroces y el encabritarse del camello, de lo que puede resultar malparado; esto cuando no sufre el ataque de alguna enfermedad. En todo caso, por mal que esté, debe continuar el viaje entre dolores y sin que se le pueda dar ningún alivio: quedarse atrás le haría morir de sed, y los camelleros, que son responsables de su vida, no se lo permitirían nunca, por ningún motivo.
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En el inmenso desierto el sol lo achicharra a sus anchas con sus rayos de fuego, y el ir sentado en la grupa del camello de la mañana a la noche lo muele y agota sus energías. Y cuando ya de anochecida desmonta, no puede pensar todavía en el descanso, porque debe errar solo por la llanura desierta para recoger las plantas secas y ramas de arbustos mediante los cuales prepararse la modesta cena; y con bastante frecuencia se da el caso de no tener otra cosa que pan y cebollas, y en la cantimplora un poco de agua que, aunque siempre caliente, corrompida e insalubre, constituye lo único de que dispone el viajero del desierto para apagar la sed. Luego se tumba sobre la arena, dándose por muy dichoso si una peña lo protege del viento. Todas estas incomodidades del viaje no le abaten demasiado, porque en las estaciones misioneras su vida no es mucho mejor: incluso si no lo atormentan las enfermedades, las más de las veces está agobiado por el cansancio y las numerosas dificultades a que ha de hacer frente, y con el alma llena de tristeza por las muchas desilusiones que tiene que sufrir.
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El misionero encuentra un gran obstáculo en el libre ejercicio de su vocación apostólica: la lacra de la esclavitud. Yo puedo decir que es la mayor de todas. Continuamente se repiten esas sangrientas cazas del hombre. Grupos armados invaden los países montuosos del interior y los pobres agredidos, al verse en la necesidad de defender a sus familias, son muertos en el acto por la ferocidad de unos seres inhumanos, los ladrones de hombres, que en los pacíficos pueblos de Africa Central han quedado hasta ahora impunes. ¡Cuántas caravanas de esos nativos hechos esclavos, que tienen que soportar marchas agotadoras bajo un sol ardiente, sobre una arena que abrasa, y casi desfallecidos de hambre y de sed! Además a estos infelices se les carga con la scheva, o sea, una viga con un yugo al que va sujeto el cuello del esclavo. Sin piedad, los malvados chilabas obligan a avanzar a estos pobres camitas, que no raramente van marcando su recorrido con la sangre que sale de sus pies hinchados.
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Muchos de ellos no llegan a terminar el viaje, y sus cadáveres sirven de pasto a las hienas. Si en estas correrías que destruyen la felicidad de familias enteras se roba una madre con su hijo, los bárbaros que los llevan como esclavos no permiten que ella a lo largo del viaje ayude a su niño. Por amor, toma en sus brazos al hijito que le queda; pero el chilaba se lo arrebata enseguida y lo atraviesa con su arma tan pronto como lo ha arrojado contra la arena. La pobre madre siente desgarrarse su corazón y de buena gana moriría con su criatura; pero ya siente sobre la espalda el látigo y el palo, y tiene que continuar, muda, su viaje.
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¡Y cuántos miles de pobres negros, medio exhaustos por el hambre y las penalidades, se ven en los mercados de esclavos! Allí se puede comprender el oprobio que representa para la humanidad la esclavitud. Hay quien ve en ésta un medio de civilización; pero ¿cómo se puede defender la violación de los derechos naturales más santos? ¡Se presencian allí unos malos tratos tan vergonzosos, tamaña crueldad, que son capaces de romper hasta un corazón de piedra! En esos lugares, el dinero hace mercancía de la humanidad, y lo que impera es sólo el interés más bajo y degradante. Y cualquiera puede figurarse que la suerte que los espera cuando, ya vendidos en el mercado, pasan a ser posesión del comprador, es menos bárbara entre los paganos que bajo el Islam. Su amo tiene sobre ellos derecho de vida y muerte, y lo poco que ganan tienen que dárselo a él. Algunos de esos amos hasta los obligan a robar en los graneros de otros, que a alguna distancia de la casa de los propietarios son custodiados por esclavos.
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Y aquellos infelices se ven ante la disyuntiva de enrojecer con su sangre el látigo del robado si son descubiertos, o el del propio amo si por la noche no llevan a éste la cantidad de grano pedida. El esclavo no encuentra nunca asistencia: muere solo, abandonado a sí mismo, y por su muerte nadie derrama lágrimas de compasión. Así termina su vida, llena de privaciones y tormentos. Su cadáver es enterrado en la arena y pronto es presa de los perros y de las fieras... Pues bien, si a pesar de todo esto se pretende considerar la esclavitud como un medio de civilización, ¿por qué se permite entonces a los esclavos pasar a menudo días enteros en la ociosidad?
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¿Por qué se les prohíbe tener contactos con el misionero, por el que serían instruidos en la Religión Católica y en todas las cosas útiles? Pero lo cierto es que si un esclavo logra huir porque no puede seguir soportando los malos tratos y se refugia en la misión, su amo usa toda la astucia imaginable para recuperarlo e incluso recurre a la fuerza, aunque en la misión esto no sirve de nada. Y todo esto se hace porque el esclavo, encontrándose en la misión para el curso de enseñanza, ya no puede ser vendido, dado que recibe de la misión, con la firma de nuestro protector el Cónsul, la declaración de estado libre. La codicia más vergonzosa es la única causa por la que todavía subsiste la esclavitud; y ella es un gran obstáculo para el ejercicio del ministerio apostólico. Esto dificulta nuestra obra no sólo entre los musulmanes, sino también allí donde tenemos las estaciones, como en Berber y en El-Obeid.
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En Jartum el trabajo misionero es igualmente difícil, al habernos visto en la necesidad de fundar las estaciones a doce o quince jornadas de distancias unas de otras, porque así de lejos están las poblaciones importantes de cincuenta mil y cien mil almas, ya que el resto de los habitantes se hallan dispersos en núcleos aislados y de escasas familias establecidos en las peladas montañas del desierto. Aquí topamos también con la natural apatía de los indígenas, que, según el precepto del Islam, deben permanecer en la ignorancia, lo cual permite que la corrupción se desarrolle incontrolada.
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Pero todo esto no consigue desmoralizar al sacerdote ni al laico católicos. Antes al contrario, el misionero se debe conmover profundamente viendo languidecer tan alto número de personas en tanta miseria. Y espoleado por esto, ha de sentirse dispuesto a emprender cualquier cosa con tal de alcanzar el sublime ideal que se ha propuesto.
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La Cruz es el sello de todas las obras redentoras de Dios; por eso, cuanto más ardua se presente la regeneración de estos pueblos, tanto más hermosa ha de ser la victoria que consigamos. Y como nada es imposible, las dificultades no nos abatirán en absoluto, sino que se volverá cada vez más vivo en nosotros el amor hacia los rescatados y así aumentará nuestro interés por ellos.
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Cuando dispongamos de los medios necesarios que nos faciliten la entrada en las familias para ganarnos su afecto y estima, el misionero encontrará también en ellas un terreno adecuado para el cultivo, en el que podrá trabajar con fruto.
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Aunque el misionero católico vea sin recompensa su obra entre los musulmanes, a los que con todo empeño trata de convertir, tiene ocasión de hacer mucho bien entre los europeos de Berber, Jartum, El-Obeid y de las provincias dependientes, los cuales viven dispersos con sus familias. Probablemente aumentará mucho su número a causa del comercio, que adquiere cada vez más desarrollo, y de los trabajadores que van destinados allí. También entre los europeos ya se ha impedido mucho mal y se ha hecho mucho bien, y el misionero encuentra igualmente en ellos un vasto campo en el que dispensar bienes espirituales. Con visitas, admoniciones y amenazas consigue mucho, y al pobre que se pone enfermo le asegura una incomparable acogida en el hospital de la misión.
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Por influencia de los misioneros se han formado matrimonios legítimos con las parejas amancebadas, y mediante la labor de las Hermanas han sido instruidas las concubinas negras y abisinias en la doctrina católica. Se ha reavivado la vida eclesial en muchas familias en las que se hallaba dormida, y con gran satisfacción se ha visto a muchos a los que la codicia empujó desde su patria católica a estas lejanas tierras volver a los sacramentos de la religión y, unidos en fraternal igualdad con los neófitos negros, asistir a las celebraciones litúrgicas y saciarse en las fuentes de la salvación que el Pastor celestial les hace accesible.
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Pero la acción apostólica no limita su labor benéfica a la población europea que vive en territorios predominantemente musulmanes, sino que se extiende a los griegos cismáticos y a los coptos que también abundan allí. Aunque entre éstos no se ha alcanzado todavía ningún buen resultado, tenemos muchas esperanzas puestas en el futuro, sobre todo respecto a aquellos lugares donde no hay sacerdotes que los dirijan y por tanto son todavía gentes de buena fe, gracias a lo cual también el misionero católico goza entre ellos de prestigio y estima. Asimismo, algunas conquistas para la Cruz se deberán hacer entre los griegos cismáticos.
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Sin embargo, un campo con perspectivas de mayor fruto que el de los musulmanes y el de los cismáticos es el constituido por los esclavos que están al servicio de las familias musulmanas, los cuales superan ampliamente en número al resto de la población, y por provenir de las tribus paganas son mucho más propensos a abandonar el Islam, que su situación les forzó a abrazar.
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Los adultos volverían seguramente a la inconstancia si entrasen de nuevo en contacto con sus amos musulmanes. Por eso, al acogerlos en la Religión Católica, el misionero debe cuidar mucho de que o permanezcan en la misión, o entren al servicio de una familia católica, o bien se unan en matrimonio con una de las muchachas negras convertidas al catolicismo que reciben su formación en nuestros Institutos, y vivan de ejercer el oficio aprendido entre nosotros. Los que se refugian en la misión son considerados como hijos adoptivos y provistos de todo lo necesario para su educación moral y su bien material. Aprenden a leer, a escribir y a hacer trabajos manuales útiles, sin que les exijamos mayores conocimientos. Además les dejamos conservar sus costumbres en todo aquello que es conforme con la religión y los usos cristianos. Esta juventud, en la que depositamos las mejores esperanzas, representa un consuelo para el corazón del misionero, que la rodea de amorosos cuidados.
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Por mis descripciones, bien pueden comprender ustedes que los gastos de esta obra apostólica han de ser muy relevantes. Y de que se les pueda hacer frente depende mucho el éxito de nuestra obra en esas tierras, porque:
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a) Considerables son los gastos para un sistema misionero que es el único posible en tales lugares y el único que da resultados. Al no existir allí edificios adecuados, nos vemos obligados siempre a construirlos para instalar en ellos a todo el personal de la misión, más los negritos y las negritas. Mientras éstos se forman, debemos ocuparnos de su alimentación y vestido, y luego la misión ha de buscar el sitio donde colocarlos, como ya he dicho. Fácilmente se convendrá en que los gastos totales habrán de aumentar cuando crezcan las conversiones.
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b) Los lugares están aislados, falta a menudo el agua, y en las pequeñas ciudades y en Sudán tenemos que traerlo todo de Europa y de El Cairo.
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c) ¿Qué gastos no requieren continuamente sólo los Institutos de Verona y de El Cairo, las continuas expediciones, los transportes, las pérdidas por descuido, las enormes distancias, los cambios del valor monetario en diversos países? Con todo, es para mí una satisfacción ver que ni siquiera en las regiones musulmanas del Vicariato nuestra obra misionera africana se muestra imposible, como podría creer alguien sabedor de las pocas facilidades que tiene allí el misionero; pero hay obstáculos que superar. Si el misionero emplea las precauciones aconsejadas por la experiencia, tampoco el clima le resulta allí fatal.
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Si se tiene en cuenta que se han fundado dos grandes establecimientos para el Noviciado en Verona y dos en El Cairo, aparte de la casa de Schellal, y un gran edificio en Berber, dos en Jartum y uno en El-Obeid y en Malbes, y que se han empezado dos construcciones también en Gebel Nuba, y todo sobre terrenos propios, se encontrará que se ha pensado seriamente en todas las necesidades.
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Gracias sean dadas a Dios por todo, y que nuestros generosos bienhechores reciban eterna recompensa por habernos ayudado con sus abundantes limosnas y con sus fervientes plegarias –o sólo con éstas si no pudieron contribuir de otro modo– a nuestra sublime obra para el triunfo de la Iglesia Católica. El cuadro histórico que he preparado para ustedes, y en el cual he pasado por alto muchas cosas, es un testimonio de que esta obra ha surgido al pie de la Cruz, y que lleva el sello de la Cruz adorable, por la cual se convierte en obra de Dios.
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El Salvador del mundo realizó sus maravillosas conquistas de almas con la fuerza de esta Cruz que derrocó el paganismo, derribó los templos profanos, trastornó las potencias del infierno y, según la frase de San León Papa, se hizo altar no de un único templo sino altar de todo el mundo. Esta Cruz, que emprendió su vuelo desde lo alto del Gólgota y que llenó el universo de su fuerza, en los templos recibió adoración, y en las ciudades la veneración más grande; fue respetada como distintivo en las banderas e invocada sobre los majestuosos mástiles de las naves. Dio a la frente sacerdotal la consagración, y a la de los monarcas una coronación sagrada. Sobre el pecho de los héroes comunicó entusiasmo. Tierra, mar y cielo reconocen a la Cruz y en todas partes se le rinden honores.
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Entre los dolores y las espinas ha nacido y crecido la obra de la Redención, y por eso presenta un desarrollo admirable y un futuro alentador y feliz. La Cruz tiene la fuerza de transformar Africa Central en tierra de bendición y de salvación. De ella brota una fuerza que es dulce y que no mata, que renueva las almas y desciende sobre ellas como un rocío restaurador; de ella brota una gran fuerza, sí, porque el Nazareno, levantado en el árbol de la Cruz, tendida una mano a Oriente y la otra a Occidente, recogió a todos sus elegidos en el seno de la Iglesia; y con sus manos traspasadas sacudió, como otro Sansón, las columnas del templo, donde desde hacía tantos siglos se prestaba adoración al poder del mal.
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Sobre aquellas ruinas El enarboló la Cruz maravillosa que todo lo atrae hacia sí: «Si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad me ipsum» (Cuando sea levantado del suelo, atraeré todas las cosas hacia mí).
† Daniel Comboni
Original alemán.
Traducción del italiano