[5270]
Esta mañana he recibido tu apreciadísima del 21 de junio. Las distancias se hacen más cortas también con la Nigricia, porque hoy los vapores navegan por el Nilo, y hay ferrocarriles. Hace tiempo, me llegó una carta sumamente grata de tu M. Superiora con fecha 9 de enero pasado. En Korosko, en el umbral del gran desierto, recibí la noticia de tu grave enfermedad; y las Pías Madres de la Nigricia (venían cinco conmigo) del Instituto que he fundado en Verona, los misioneros y yo, rezamos por tu curación subidos en nuestros camellos y bajo 60 grados de calor, mientras viajábamos por las ardientes arenas 17 horas al día. Pero ¿cómo hacer para responder a más de mil cartas que me han llegado de todo el mundo bajo el peso de tantas cruces y aflicciones, de las que te daré ahora rápida referencia? Por eso no debes tener en cuenta mi silencio, aunque quizá haya sido demasiado largo.
[5271]
Mientras tú vivas y yo viva debes escribirme siempre a Jartum, incluso cuando esté de visita por mi inmenso Vicariato, que es la diócesis más grande, poblada, laboriosa y difícil del universo. Y me debes dar noticias primero de ti; segundo, de las Madres hijas de mi querida Falconieri; tercero, de todas las otras negritas con las que tratas, indicándome su nombre, tribu, edad, monasterio, estado religioso, etc. Puesto que eres Nuba, te diré que la misión que he fundado en la tribu de los Nuba está en marcha. He mandado allí, entre otros, un santo sacerdote misionero, que está aprendiendo la lengua; se trata de D. Juan Losi, de Piacenza, al que he nombrado Párroco. Don Luis Bonomi, veronés, es el Superior. Están trabajando activamente. Las gentes de allí van todas desnudas, hombres y mujeres; pero tienen una buena disposición. Cuando en 1875 fui a fundar aquella misión, pedí al gran jefe que vistiese a sus mujeres. El me dijo que era imposible, porque con el vestido no tendrían hijos.
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Entonces mandé en servicio de esa misión algunas familias de negros recién convertidos, cuyas mujeres van siempre vestidas; y cuando alguna de éstas tuvo hijos, el gran jefe exclamó: «¡Anda, el Provicario tenía razón!». Así que ahora empiezan a vestirse los que encuentran algún trapo. El próximo octubre, desde el reino del Kordofán pasaré a hacer la visita Pastoral a Gebel Nuba para preparar las cosas, a fin de establecer allí a las Hermanas veronesas, que en la actualidad tengo instaladas provisionalmente en Berber.
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Deja ahora que sólo de pasada te explique algunas de las dificultades tremendas –aunque siempre queridas, por venir de Dios– que me tienen abrumado. Dáselas a conocer a las otras religiosas africanas, para que desde sus monasterios se rece por mí y por la conversión de la Nigricia.
Tras mi partida de El Cairo con los misioneros y las Hermanas en una de las mayores embarcaciones fluviales de vela de Egipto, frente a la bella ciudad de Minieh, en el Alto Egipto, chocamos con un ancla oculta bajo el agua, que abrió un boquete en el barco, y en menos de una hora éste estaba tan lleno de agua que su borda quedó casi al nivel del río. Con la ayuda que nos prestaron las autoridades conseguimos llegar todos a tierra sanos y salvos, aunque con un gran susto; pero yo sufrí pérdidas por más de diez mil florines, entre materiales, medicinas, libros y comestibles destruidos.
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Tenía conmigo suministros para diez establecimientos, comprados con dinero recogido con tanto esfuerzo en el viaje que hice por Europa después de mi consagración. Ya en Nubia, al comienzo del gran desierto, me enteré de que gran parte de los camellos habían muerto de hambre y de agotamiento, y encontré allí comerciantes árabes que desde hacía seis meses esperaban en vano camellos con los que transportar sus mercancías. El gran jefe del desierto me aconsejaba que regresara a El Cairo (después de 44 días de mi partida) y que probara la ruta del mar Rojo y de Suakin. Pero, cómo hacer, con tanta gente y con poco dinero en el bolsillo?
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Después de atosigar a mi ecónomo San José, decidí dividir en dos mi caravana (que necesitaba cien camellos), e ir yo con el personal por el desierto de Korosko y de Berber, más corto aunque más difícil, y mandar la mayor parte de los suministros salvados y que no podían echarse a perder (como hierro, abalorios, etc., etc.) por la ruta más larga pero menos dura del reino de Dóngola. Envié, pues, el grueso de la caravana por el Nilo hasta Wady-Halfa, donde debían hacerse con 60 camellos, y forcé a mi amigo el gran jefe del desierto a que me diera a mí enseguida 50 de esos animales, de los cuales cargué sólo 40 con el agua (que enseguida se corrompió), el personal, las provisiones de boca y los equipajes. El 17 de marzo, por la tarde, entramos en el espantoso desierto, yendo a marchas forzadas, y sustituyendo los camellos que caían y morían con los diez camellos de repuesto que llevaba conmigo.
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El desierto estaba lleno de cadáveres de camellos y de mercancías abandonadas sobre la arena. No te puedo decir lo que sufrimos entonces con la sed, los 60 grados de calor, el cansancio. Yo sería incapaz de sufrir la centésima parte por convertirme en el mayor rey de la tierra. Pero se trataba de salvar a la Nigricia, de ganar a los negros para Cristo, y nosotros consideramos nuestros padecimientos una mignognola, bien poca cosa: incluso recibir cien veces el martirio y la muerte es una insignificancia, para el alto fin de salvar a la Nigricia. Después de trece días de desierto llegamos a Berber, y desde allí, tras bautizar a algunos negros adultos convertidos, arreglar matrimonios con parejas amancebadas, confirmar, y dejar instaladas a las Hermanas veronesas, partí para Jartum.
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Mi entrada en la capital de Sudán como primer Obispo de la Nigricia fue un verdadero triunfo de la Religión. Bajaes, cónsules, muftíes, cristianos, herejes y musulmanes concurrieron a hacer espléndido mi triunfo o, mejor, el triunfo de la Fe. Pero, ¡ay!, toda esta poesía en tres días se trocó en prosa. Una vez calmado el entusiasmo de las fiestas, pasé al examen de los asuntos del Vicariato, y encontré en éste una deuda de 40.000 francos, que yo ignoraba por completo. Y ¿cuál había sido la causa de ella?: algo querido y dispuesto por Dios.
[5278]
Una espantosa y tremenda carestía asola al Vicariato desde hace casi un año, por la falta o escasez de lluvias que hubo el año anterior. Cuando en Italia el trigo cuesta tres veces más de lo normal, se dice que hay carestía. Pues aquí no ya tres veces, sino diez, doce veces más de lo ordinario cuestan el trigo, el durrah, la leche, los huevos, la carne y los productos de primera necesidad. Los ocho bueyes que trabajaban en mi huerta de Jartum han muerto casi todos por falta de heno, que no hay; y los dos que aún quedan, viven de grano. Y es preciso alimentarlos así, porque de lo contrario el trabajo de veintisiete años resultaría destruido. Este año hay una gran pérdida. Por ejemplo, para alimentar a los negritos y negritas de los dos Institutos de Jartum, y a nuestros tarabla, u hortelanos, y a las familias pobres que nos dejaron mis antecesores, y son viejos incapacitados, sólo de durrah (maíz) necesitaba yo 300 ardeb (sacos) anuales, que en años anteriores pagaba a unos 3 florines el ardeb. Ahora, con gran dificultad se encuentra un ardeb de durrah a 35 ó 40 florines. Haz tu cálculo respecto a los otros establecimientos del Vicariato.
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Encima, en el reino del Kordofán hay una extrema escasez de agua. Las Hermanas llevan seis meses sin hacer la colada, porque el agua turbia y salobre para beber, hacer la comida y lavarse cuesta bastante más que el vino en el Tirol. De madrugada, a las cuatro, una Hermana se levanta, toma cuatro o cinco chicas y va a los lejanos pozos públicos (porque los nuestros llevan secos seis meses), y allí tienen que esperar a veces hasta el mediodía para conseguir agua turbia y fangosa a florín y medio, e incluso a dos florines, la bormah (4 litros). Los pueblos son abandonados a centenares y a miles por sus famélicos habitantes, que marchan en busca de comida, y que –por decirlo en una palabra– van cayendo como moscas. Nosotros hemos atendido las más extremas necesidades no sólo de los cristianos, sino tambien de los musulmanes. Pero ya hemos agotado todos nuestros recursos, y tengo que multiplicar las deudas para sostener los establecimientos.
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A esto se añaden tremendas enfermedades, como el tifus y la viruela, que producen un sinfín de muertes. Aquí, en Jartum, yo he tenido siete en una semana. Y encima mi camarero, al que yo había traído de Roma, y que era un ángel, se me murió de una insolación en pocas horas. En pocas horas también, el 30 del pasado junio, se me murió D. Policarpo Genoud, joven sacerdote de Bolzano, ordenado en Trento en el otoño de 1876. Total, que estoy lleno de cruces, nado en la angustia y en la desolación, y veo un futuro sombrío. He estado dos meses y medio enfermo, con una debilidad extraordinaria. Nosotros bebemos siempre agua, de manera que ya ni recordamos el sabor del vino. Durante dos meses y medio no he dormido más que cinco minutos cada veinticuatro horas. Tenemos de 32 a 34 grados Réaumur [40° y 42° C] en nuestras habitaciones, y hay que correr de acá para allá a todas horas por necesidades del ministerio, sobre todo para bautizar, confirmar, etc. Por las mañanas tengo un desfallecimiento que raras veces me permite decir misa. Ahora quizá dormiré una hora escasa cada veinticuatro; pero estoy siempre agotado, tanto por el trabajo como por tener que estar escribiendo a Europa para conseguir limosnas y ayudas. En suma, es un martirio prolongado y penosísimo.
[5281]
Mas en medio de tantos sufrimientos es inmensa mi satisfacción espiritual por las almas ganadas y por el progreso de la Obra de conversión de la Nigricia. Las Obras de Dios deben nacer y crecer al pie del Calvario, porque la cruz es la marca de santidad de una Obra. La misma Madre de Dios fue la Reina de los mártires, y es preciso pasar por el martirio, por la sangre y por la cruz. Yo estoy quebrantado en el cuerpo; pero, habiéndome encomendado al Corazón de Jesús, aunque se hunda el universo me mantengo más que firme e inamovible en mi grito de guerra, con el que fundé y puse en marcha, contra tantos obstáculos y al precio de tantas penas, la obra de la Redención de Africa; me mantengo firme, decía, en mi grito de guerra: Nigricia o muerte.
[5282]
Sí, podrá hundirse el mundo; pero yo, mientras el Corazón de Jesús me asista con su gracia, permaneceré firme e inamovible en mi puesto, y moriré en el campo de batalla. Para aumentar mis dolores un misionero incluso bueno, D. Esteban Vanni dalle Puglie, con el pretexto de que se le había despertado una antigua enfermedad (aunque la verdad es que, según dijo a un compañero suyo, podía soportar doce cargas de sufrimientos, pero no trece) me pidió y obtuvo su repatriación, y sabía ya bien el árabe.
[5283]
Para colmo, mi propio Vicario General, que gobernó el Vicariato durante mi última estancia en Europa, cansado de los padecimientos (lo ha pasado muy mal, y me ha dejado, no por culpa suya, muchas deudas), salió ya para Europa la semana pasada. Me temo que otros dos me pedirán marcharse para el próximo otoño, y que tres Hermanas francesas, las cuales también han padecido mucho, se volverán igualmente a Europa. Africa Central es la más ardua y laboriosa misión del universo. Probaron a trabajar en ella los Jesuitas (que quiérase o no, son los primeros y más dignos misioneros de la Iglesia Católica), y luego se marcharon.
[5284]
Probaron también los buenos Padres Franciscanos, que siempre disponen de personal excelente y santo; pero tuvieron que abandonar. Entonces, ¿por qué el más pequeño e insignificante de los Institutos, como es el microscópico que fundé en Verona, ha podido consolidar el apostolado de Africa Central y encima extenderlo, algo que no lograron hacer mis antecesores? Porque yo, de acuerdo con Pío IX, consagré solemnemente el Vicariato al Sagrado Corazón de Jesús, a Nuestra Señora del Sagrado Corazón y a San José; porque en todos los Santuarios del mundo por mí visitados, y en casi todos los más fervientes monasterios e Institutos de Europa se reza intensamente por la conversión de la Nigricia, y porque yo he sido el primero en hacer que colabore en el apostolado de Africa Central el omnipotente ministerio de la mujer del Evangelio y de la Hermana de la caridad, que es el escudo, la fuerza y la garantía del ministerio del misionero.
[5285]
Pero más importante que todo es la plegaria; porque Jesucristo, todo un caballero, mantiene su palabra, y ha proclamado el petite et accipietis, el pulsate et aperietur, que vale más que todos los tratados de los soberanos y de los poderosos de la tierra. Por tanto tú, que has sido llamada a servir y a santificarte en el Santuario de un monasterio, puedes ser verdadera misionera y apóstol de Africa, tu patria, si siempre rezas y haces rezar, y suscitas y solicitas de otros monasterios las más fervorosas y asiduas plegarias por la conversión y redención de los más de cien millones de negros, tus hermanos, que la Santa Sede confió a mis cuidados.
[5286]
Y no sólo has de rezar y hacer rezar: debes servir de impulso a los monasterios de las negritas conocidas tuyas, e incluso a algún excelente bienhechor, de tantos como tiene el católico, devoto y generoso Tirol, a fin de que concedan a Africa Central el óbolo de su caridad, mandando las limosnas, ya sean pocas o muchas, al Ilmo. y Rmo. Prof. Mitterrutzner, Director del Gimnasio Episcopal de Bressanone, que desde hace casi treinta años es un asiduo benefactor de Africa, verdadero padre y amigo fiel y eterno de la Nigricia.
[5287]
Africa Central saldrá de la actual desolación. Pero, ¿podré yo verme aliviado de tantas preocupaciones y miserias? ¿Podré alguna vez levantar la cabeza entre tanta ruina? ¡Oh, querida hija mía!, los Corazones de Jesús y María, mientras saben dar las necesarias píldoras del sufrimiento, tienen aprestados muchos remedios. En las barbas del Padre Eterno y de mi San José hay muchas libras esterlinas, muchos napoleones de oro y muchos florines. Por eso en la fiesta del Patrocinio de San José de este año, que fue el 12 de mayo, con mucha autoridad y aplomo (porque el ecónomo debe obedecer al Jefe), después de misa me presenté a San José y le dije claro y directo: «Mi querido ecónomo, me encuentro en un buen lío: estoy plagado de deudas, y a la vez necesito alimentar y mantener los trece establecimientos que he creado y que poseo desde Verona a Gebel Nuba. Si dentro de un año no me equilibras el presupuesto, es decir, si para dentro de un año no has pagado todas mis deudas, sosteniendo además toda la Obra, de forma que yo pueda plantar el año que viene la Cruz de Jesucristo, tu Hijo putativo, en las fuentes del Nilo, allá en el Ecuador, en los lagos Nyanza, me dirigiré a tu mujer..., y verás cómo ella hace lo que no has hecho tú».
[5288]
¿Crees, hija mía, que mi ecónomo San José me va a volver la espalda negándose a atender mi ruego? Es imposible que diga que no, porque es el rey de los cumplidores, y se trata de la gloria de su Jesús, su Hijo putativo, que apenas es conocido en algunas partes de este Vicariato. Se trata de liberar de las cadenas de la muerte eterna a la décima parte de todo el género humano. Además San José me ha tratado siempre bien, con respeto y sumisión, como un buen subordinado a su superior; así que estoy seguro de conseguir antes de un año no el «equilibrio presupuestario» siempre prometido y nunca realizado por los ministros Lanza, Sella, Minghetti, Cairoli, y todos los otros del pesebre italiano, sino un equilibrio de la economía del Vicariato auténtico y real, y digno de San José.
[5289]
Aquí podría hablarte de las conversiones obtenidas por Dios; de las almas salvadas, entre las cuales he bautizado (cosa rarísima en las misiones de Oriente) dos adultos musulmanes, que hicieron un catecumenado de cuatro años; de la abjuración que he recibido de un comerciante hereje, etc., etc. Pero entre las cosas que te debería decir, hay una que no puedo dejar de referirte, siquiera sucintamente, y es la suma ventura de tres esclavas abisinias, que después de haber vivido entre los falsos placeres del mundo como concubinas de un rico comerciante, con sólo dos días de forzada o espontánea penitencia, como ladronas afortunadas robaron el paraíso por obra de la misión, y especialmente de nuestras Hermanas de San José de la Aparición. Te lo cuento en dos palabras.
[5290]
En Cadaref, una de mis provincias limítrofes con Abisinia, un rico comerciante griego de Esmirna, súbdito austríaco, compró una bellísima abisinia de diecisiete años y se la llevó a casa como concubina. Al cabo de unos meses compró otra abisinia, y la llevó junto a la primera y para lo mismo. Finalmente compró una tercera, ésta de dieciséis años, con la que en cuatro años tuvo tres hijos, los cuales viven todavía. Los hijos de las otras murieron todos. El año pasado este comerciante falleció en Cadaref. El Cónsul austríaco de Jartum recibió de Viena orden de vender todos los bienes del difunto y mandar el dinero a Esmirna a su familia legítima. Así estas tres pobres concubinas, ya de entre veinte y veinticuatro años de edad, y con los tres hijos mencionados, se quedaron sólo con las provisiones que había en casa y con alguna alhaja de oro recibida de su amo.
[5291]
Las tres eran musulmanas. Salieron adelante por algún tiempo. Pero, habiéndose producido la carestía, no tardaron en terminar con las provisiones y con el oro que tenían; por ello, tras un viaje de trece días, se presentaron en Jartum para reclamar ayuda del Cónsul austríaco. El Cónsul les contestó que había enviado todo el dinero a Esmirna, y les sugirió que vinieran a la misión católica a pedir alojamiento. La madre de los tres niños respondió: ¡Ni hablar! Nosotras no vamos a donde los perros cristianos... Pero el buen Jesús las esperaba precisamente en la misión para hacerlas objeto de una venganza digna del Redentor del mundo; y la Virgen María, por tamaño insulto (perros cristianos), las esperaba precisamente en nuestra casa, para una venganza digna del título de Madre y Refugio de los pecadores.
[5292]
Las tres jóvenes concubinas, con un hijo de un año y dos hijas de 3 y de 5 años, vagaron varios días y noches por Jartum. Pero, reinando el hambre, no encontraban ayuda eficaz de los musulmanes; de modo que, como les había recomendado el I. R. Cónsul, se presentaron en la misión, donde se les asignaron 8 piastras khorda (15 sueldos austríacos) al día, y dos habitaciones en la zona destinada a las refugiadas: en medio de las estrecheces, la misión no podía hacer más. Entonces se hizo cargo de ellas una excelente Hermana árabe de las nuestras de San José, Sor Germana, de Alepo, verdadera misionera y apóstol excepcional, a la que primero hice Superiora del Kordofán, luego llevé conmigo a Gebel Nuba y ahora tengo aquí en Jartum. Total, que en menos de un mes Sor Germana convenció a las tres concubinas para que se hiciesen católicas, y se puso a instruirlas en las cosas principales de la Fe. Mientras las estaba instruyendo, a mediados del pasado junio, enfermó de viruela una de ellas y fue asistida por las otras. Entonces me mandó a llamar para el bautismo.
[5293]
Bautizada, y habiendo recibido de mis manos la confirmación, ya toda contenta deseaba el paraíso: allí fue a su muerte, el 16 de junio (hace 40 días). Encontrándose ésta aún enferma, por haberla asistido contrajo también la viruela la que era madre de los tres hijos. Me manda a llamar, me encomienda el niño, rogándome que sea para él un padre, y confía las dos niñas a Sor Germana, a la que pide que les sirva de madre. Habiendo solicitado y obtenido el bautismo, muere toda contenta dos días después que la primera, y vuela a robar el paraíso. Esta joven madre, que podía andar por los veintidós años, poseía unas cualidades eminentes tanto de cuerpo como de espíritu. Tenía un carácter y una firmeza de hombre, y creo que con su trato y con sus razonamientos podía estar a la altura de una dama europea. Vino muchas veces a verme para que hablase en favor de su causa, ya que el padre de sus hijos le había prometido el oro y el moro para ellos.
[5294]
Pero después del bautismo estaba alegre y contenta de morir, segura de que la misión iba a ser más que una madre para sus niños. Antes de que ella muriese enfermó también de viruela la tercera de las jóvenes. Bautizada y confirmada, al cabo de tres días moría igualmente ella, llena de consuelo. Y es así como estas tres señoritas ex concubinas, después de haber gozado del mundo durante algunos años (porque su amo las trataba muy bien) y de haberse divertido a su capricho, por gracia del buen Jesús y de la Virgen, y por obra de una joven de treinta y dos años, Sor Germana Assuad, estas tres famosas ladronas se robaron en solo cinco días de enfermedad el paraíso, dejándome a mí en herencia los tres hijos, con orden absoluta de hacerlos cristianos.
[5295]
La meditación sobre los caminos admirables de que se sirve la Providencia para salvar las almas más abandonadas de tu querida Africa te la dejo a ti, que te complaces en pensar siempre en Dios en los sagrados recintos. Lo que yo añado es que Dios se ha servido de esta circunstancia para levantar en Cadaref (donde jamás hubo un sacerdote católico, exceptuado D. Jenaro Martini, a quien mandamos allí en septiembre de 1876) una nueva misión, porque la semana pasada yo envié a mi mencionado misionero D. Martini, de Turín, a hacer una exploración por toda la provincia de Cadaref, que es mayor que todo el Tirol; y después de que me haya mandado un detallado informe, iré yo mismo con D. Squaranti a fundar allí la nueva misión.
[5296]
Termino porque estarás cansada, como lo estoy yo, que he escrito de un tirón toda esta tabarra. Pero recuerda mi afán de que se rece mucho por la conversión de tu Africa, a la que he consagrado mente y corazón, sangre y vida; y tengo el deseo de ser víctima de su salvación. Es la parte del mundo más abandonada y relegada. Aquí sudaron y murieron muchos píos, excelentes y santos sacerdotes, cultos y doctísimos, del Tirol italiano y alemán, enviados a estas tierras por el incomparable Apóstol, Amigo y Protector de Africa Central, el bienhechor y benemérito Prof. Mitterrutzner, de Brixen; y el ejemplo de algunos de estos santos sacerdotes tiroleses, con los que tuve ocasión de convivir, lo propongo a mis misioneros como modelo de constancia, firmeza y celo apostólico. Nosotros no somos dignos siquiera de besar los pies a un Gostner, un Lanz, un Überbacher, un Pircher, ni a otros como ellos. Pero basta.
[5297]
Me congratulo enormemente de que la Santísima Virgen, que inspiró a los Siete Santos fundadores del Instituto de los Servitas, te haya admitido a ti para formar parte de esa selecta pléyade de vírgenes esposas de Cristo. Doy las gracias a tus pías Madres por permitirte compartir tanta ventura. Pero tú, en la perfecta observancia de las reglas de tu Instituto, debes ser una apóstol continuamente activa y solícita de la Nigricia, y levantar siempre los brazos al cielo, como Moisés, a fin de implorar la conversión de Africa, y las gracias necesarias para mí, primer Obispo de esta colosal diócesis; para mis misioneros, y para mis Hermanas, tanto francesas como de Verona.
[5298]
Te estoy muy agradecido por la carta de felicitación que me mandaste con ocasión del día de mi santo, San Daniel, Profeta en la Fosa de los Leones (también yo estoy en medio de los leones, y mandé ayer uno al Cónsul austríaco en El Cairo, junto con un leopardo), que la Iglesia celebra el 21 de julio. Ese día, en efecto, fue de gran fiesta aquí en la misión, y, además de todos los miembros de ella, recibí visita de Bajaes, de Cónsules y de Grandes de Sudán. En suma, he hecho de Arlequín en el papel de Príncipe.
[5299]
A la Superiora, a todas las Madres, al Rmo. Decano, a la Hna. de la Caridad Carolina Rosa, y a quienes conozco, así como a las negritas con las que estás en contacto, mil saludos y bendiciones de quien se dice
Tuyo afmo. en el Señor
† Daniel Comboni
Obispo de Claudiópolis y Vicario
Apostólico de Africa Central