[4726]
Comenzó congratulándose con la ciudad de París por haber levantado en su seno un trono a Nuestra Señora de las Victorias. Ella es realmente –dice Monseñor– la Reina de esta capital y de Francia entera. De Ella parten cada día estas gracias innumerables que difunden la vida cristiana en el alma de sus hijos, felices de venir a arrodillarse a sus pies.
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Pero esta influencia no se detiene en Francia. Se extiende mucho más allá, por todo el universo. Si contemplamos Oriente, Occidente, las islas de Oceanía, América, las costas de Africa, en todas partes encontramos la influencia de N.a S.a de las Victorias. Ella es la Reina del mundo entero.
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Y por mi parte – añade Mons. Comboni–, yo vengo a poner a los pies de N.a S.a de las Victorias los intereses de cien millones de hombres; vengo a rogarle por Africa Central, la más abandonada del mundo, en la cual aún no se ha alzado nunca el estandarte de la Fe.
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Vengo a interesaros por la suerte de este país que habita en las tinieblas de la muerte, a fin de que me ayudéis con vuestras plegarias a obtener una maravillosa victoria sobre el demonio, que allí reina soberano, para que estos pobres pueblos entren, a su vez, en el rebaño del Divino Pastor.
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Después de esta introducción conmovedora, Mons. Comboni nos dio una visión geográfica e histórica de su Misión.
El Vicariato Apostólico e histórico de Africa Central fue erigido mediante un Breve de Gregorio XVI de fecha 3 de abril de 1846. Sus límites son: al norte, el Vicariato Apostólico de Trípoli; al este, el mar Rojo en las costas de Nubia, y los Vicariatos Apostólicos de Abisinia y de los Gallas; al sur, la región de los Montes de la Luna; al oeste, el Vicariato de las Dos Guineas y la Prefectura del Sáhara.
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Este Vicariato tiene por tanto una superficie mayor que la de Europa. Abarca todas las posesiones del Jedive en Sudán, las cuales ocupan un espacio como cinco veces el de Francia. Comprende además algún reino sometido a príncipes adeptos al islamismo.
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Pero la parte más extensa contiene tribus árabes, nómadas y musulmanas, innumerables tribus de pueblos fetichistas y muchos estados independientes, la mayor parte sometidos a las más groseras supersticiones.
La población del Vicariato se estima en cien millones de infieles, de lo cual resulta que la Misión de Africa Central es la más vasta y poblada del mundo. Y también es la más difícil y laboriosa.
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Monseñor nos ha expuesto algunas de las dificultades con las que se enfrenta cada día el misionero en aquellas tierras. La primera son los viajes. Una vez pasado Egipto, que posee ferrocarril y embarcaciones de vapor, hay que servirse de barcas y de camellos. Estos emplean 30 días en atravesar el desierto hasta Jartum, centro de la Misión.
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El misionero debe viajar bajo una temperatura de 60 grados, no teniendo para saciar su sed más que un agua pronto alterada por el ardor del sol, y expuesto a ese terrible viento del desierto, para resguardarse del cual sólo encuentra difícilmente un árbol. Si los días resultan peligrosos, las noches lo son todavía más a causa de las bestias feroces que merodean por aquellos lugares.
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Y cuando después de muchos meses de viaje el Misionero llega por primera vez a aquellos países, no encuentra ninguna de las cosas necesarias para la vida. Unicamente tendrá un techo bajo el que resguardarse cuando él mismo se haya construido un cobijo.
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Un segundo enemigo del misionero son las enfermedades perniciosas, las malas fiebres que reinan en esos climas abrasadores. ¡Cuántas víctimas han producido ya! ¡De los más de 40 misioneros que trabajaron en aquella Misión entre 1846 y 1861, 36 murieron! Posteriormente estuvieron allí 50 franciscanos durante dos años, y 22 de ellos perecieron a su vez, mientras que los demás se retiraron sin esperanza de poder hacer algo...
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Un tercer obstáculo es el desconocimiento de las lenguas de aquellos pueblos, las cuales son tan numerosas como difíciles. Se cuentan más de un centenar, y algunas de ellas no están fijadas por escrito. Sin dificultad se puede imaginar lo que tiene que costar al misionero la instrucción de un solo individuo, cuando al prepararlo para el bautismo debe instruirlo en las verdades fundamentales de nuestra santa religión. ¿Cómo hacer comprender las bellezas del culto católico a hombres con los que no se pueden intercambiar los sentimientos?
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A esta dificultad se añade otra para el misionero encargado de instruir a los infieles: la necesidad en que se encuentra de variar sus métodos según los individuos a los que se dirige. Algunos se desenvuelven entre musulmanes, y hay que separarlos de ellos, so pena de verlos perder la fe. Ya se comprenden las pesadas cargas que gravitan sobre el misionero obligado a alimentar y albergar a los niños arrancados a la infidelidad.
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Pero entre todas las calamidades que hacen estragos en estos países donde el demonio reina como dueño y señor, no hay una más grande ni más tremenda que la esclavitud. Nosotros querríamos que todos nuestros lectores hubiesen oído los desgarradores detalles que Mons. Comboni dio sobre este triste hecho.
Es un error creer que la trata de negros ya no existe. Ha sido abolida sobre el papel, pero en la realidad sigue vigente.
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Hoy se ejerce todavía como en el pasado este infame comercio. Traficantes de esclavos salen en grupos armados con los medios de destrucción que la industria moderna pone en sus manos. Merodean por las montañas donde viven diez, quince mil negros, que no tienen otras armas que sus arcos y flechas. Matan a muchísimos de ellos y los otros, en masa, son llevados prisioneros por los vencedores.
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Una larga cuerda atada a su cuello los une entre sí como los eslabones de una cadena sin fin, mientras que sus despiadados captores, palo en mano, los empujan como un miserable rebaño hacia el país donde los venderán a otros amos no menos inhumanos. Huelga decir los malos tratos de que son objeto a lo largo del camino a través del desierto...
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Aquí también la Iglesia Católica es la única con poder suficiente para destruir esta infame costumbre. El rescate de los esclavos ha sido el objeto constante de sus esfuerzos. Desde que ella existe no ha dejado de combatirla y la combatirá sin descanso, respondiendo así, con sus actos, a las injusticias y a las calumnias de los que la acusan de ser enemiga de la libertad.
Como se ve, grandes obstáculos esperan a los misioneros que penetran en esas regiones de Africa Central.
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Mas a pesar de tales dificultades los misioneros están llenos de ánimo. No temen las privaciones, ni las enfermedades, ni la muerte. Sus precursores les han dado ejemplo. No se quedan atrás. Monseñor Comboni es el primero que les traza el camino a seguir. Es un verdadero apóstol, que se hace todo a todos por ganar aquellas almas para Jesucristo.
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Su palacio episcopal es, durante el verano, un magnífico palmar cuyo follaje lo protege muy insuficientemente de los ardores de 68 grados. Y se ha construido, según el lujo del país, un palacio para el invierno, de barro. Sobre esto nos cuenta una pequeña anécdota.
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Mientras él edificaba este palacio, una sequía persistente azotaba la región. Los jefes de las tribus fueron a verle y le dijeron: «Tú necesitas sol para tu casa, pero nosotros necesitamos lluvia para nuestros campos. Ruega a tu Dios que haga llover». El Obispo se puso a orar con sus misioneros y sus Hermanas, y al tercer día sobrevino una lluvia torrencial. Los buenos negros quedaron tan agradecidos que regalaron tres bueyes al Vicario Apostólico.
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Resultados consoladores han venido a estimular los esfuerzos de estos intrépidos obreros del Evangelio.
Han construido numerosas iglesias en Jartum, en Nubia y en el Kordofán. Además han fundado, en la ciudad de Jartum, una gran casa para las Hermanas de San José de la Aparición, de Marsella, la cual alberga una escuela, un orfanato y las obras inherentes. Otra Orden de Religiosas, llamadas Pías Madres de la Nigricia, viene en ayuda de las primeras para las necesidades de la Misión.
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Gracias a las medidas tomadas por Mons. Comboni, la mortalidad ha disminuido sensiblemente entre los obreros apostólicos. Dos Institutos construidos en El Cairo acogen a los misioneros y misioneras, que en ellos se aclimatan y se preparan así para su apostolado. Los resultados han demostrado la excelencia de este tipo de noviciado. En cinco años ningún sacerdote europeo ha muerto por la dureza del clima; todos han gozado de la mejor salud, a pesar de las fatigas, los largos viajes y las privaciones que han debido imponerse.
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En vista de los resultados satisfactorios, y reconociendo que esta misión ofrecía garantías de estabilidad, la Santa Sede le dio un Obispo, Monseñor Comboni, que fue consagrado el 12 de agosto último. El Santo Padre le regaló, con este motivo, un magnífico anillo y una cruz de enorme valor, lo cual hacía decir al santo Obispo que a su humilde persona Pío IX había hecho un regalo soberbio.
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Esta rápida exposición muestra que, aunque el Vicariato de Africa Central ha seguido en los comienzos el camino de las pruebas, las luchas y los sacrificios, que la Providencia asigna a todas las obras santas, el futuro se le presenta muy esperanzador. La simiente está echada. La gracia de Dios, las bendiciones del Cielo vendrán a fecundarla y hacerle dar fruto.
Por esto, al terminar, Monseñor nos ha suplicado que elevemos nuestras plegarias a N.a S.a de las Victorias.
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Plegarias por el éxito de esta obra, y plegarias por una Misión que el mismo Soberano Pontífice llama la más grande, la más colosal, la más humanitaria de todas las que existen.
N.B. Resumen de una conferencia de Mons. Comboni.
Original francés.
Traducción del italiano