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A los noventa y ocho (98) días de mi partida de El Cairo, llegué finalmente con la gran expedición a Jartum. No le puedo expresar con palabras los sufrimientos, las incomodidades, las fatigas, como tampoco las ayudas y las gracias del cielo, ni las vicisitudes, en fin, de esta peligrosa y difícil peregrinación. Los Smos. Corazones de Jesús y María, que fueron incesantemente el dulce y suave argumento de nuestras esperanzas y plegarias, nos han salvado de todos los peligros, y protegido a todos y cada uno de los miembros de nuestra considerable caravana, especialmente en el arduo y terrible recorrido por el gran Desierto de Atmur, en el que durante más de trece días, desde las doce del mediodía hasta las cuatro de la tarde, tuvimos 58 grados Réaumur [72,5 grados Celsius (!)] y en los que cabalgamos sobre los camellos de dieciséis a diecisiete horas diarias; pese a lo cual el 4 de los corrientes todos llegamos sanos y salvos a Jartum. Dos despachos telegráficos, uno mío a El Cairo y el otro del I. R. Cónsul austrohúngaro a Londres, anunciaban en el mismo día este acontecimiento.
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Por estar muy cansado, no le hablaré ahora de la favorable impresión que mi llegada a Jartum y la de las Hermanas ha producido en todo Sudán; ni de los asuntos de la misión, y cómo la he encontrado; ni del verdadero milagro que la Marquesa Magdalena de Canossa, muerta en olor de santidad, hizo en Schellal en favor de mi Superiora, Sor Josefina Tabraui, que, curada de mortal enfermedad al tercer día de una novena, pudo atravesar incólume en Gran Desierto, etc., etc. De todo esto le escribiré dentro del mes. Ahora me limito a informarle de la feliz llegada de la caravana a Jartum, para la cual lo tenía preparado todo mi Vicario General, a quien tres meses antes yo había hecho venir aquí con este fin, tras la partida de los dos franciscanos que ocupaban esta Estación.
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Ya desde mi entrada en el Vicariato, en las primeras cataratas del Nilo, empecé a mostrar a los Gobernadores turcos el Gran Firmán que Su Majestad Apostólica el Emperador Francisco José I obtuvo del Gran Sultán de Constantinopla a favor de mi Vicariato de Africa Central; por lo cual todas las autoridades turcas rivalizaron por favorecernos en todo a lo largo del dificultoso viaje. En Korosko, en sólo dos días conseguimos tener a nuestra disposición sesenta y cinco selectos camellos para el desierto; en Berber, el mismo Bajá Gobernador me dio su embarcación para llegar navegando en quince días hasta Jartum, etc., etc. Luego, la entrada en mi sede fue un verdadero triunfo, que me dejó desconcertado. El Cónsul austríaco, con uniforme de gala, seguido de toda la colonia cristiana de cada secta de Jartum, fue a mi encuentro al barco y me dirigió un emocionante discurso, en el cual me felicitaba en nombre de S. M. Apostólica por mi nombramiento como Provicario y por mi llegada al Vicariato, y en nombre de toda la colonia cristiana de Sudán y de la ciudad de Jartum me daba las gracias por ser el primero en traer Hermanas a Sudán para la educación de la juventud femenina, y me invitaba a tomar posesión de mi sede.
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Yo, después de una apropiada respuesta, y presentados los misioneros y las Hermanas, por las calles principales de la ciudad, entre el estruendo de los morteros y de los fusiles, rodeado de los misioneros y del Cuerpo Consular y seguido de toda la colonia cristiana, me dirigí a la iglesia y luego a mi señorial residencia, donde el Cónsul me presentó la gente principal de la colonia. Por la tarde vino a visitarme con su numeroso séquito el jefe turco del Gobierno general de Sudán, el cual, felicitándome por mi llegada, se ofreció a servirme en todo lo que pudiera ser de mi agrado. ¡¡¡Veremos!!!
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No faltó luego quien repitiese una benévola frase del Cónsul, o sea, que daba cordialmente las gracias al Pontífice Pío IX por haber dado nueva vida al Vicariato, y por haber mandado a las Hermanas al servicio de la misión. El Doctor Angélico rogaba así: da mihi, D.ne, inter prospera et adversa non deficere, ut in illis non extollar, in istis non deprimar. Por mi parte, después de haber oído los Hosanna, me preparo para el Crucifige.
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Ayer, además, hice mi entrada solemne. Inter Missarum solemnia pronuncié en lengua árabe mi Pastoral, en la cual expuse claramente el objeto de la misión recibida del inmortal Pío IX. Asistían más de ciento treinta católicos, gran número de herejes de todo cisma, musulmanes e idólatras, por lo cual estaba llena la capilla, los pórticos y el patio de la misión. Se me aseguró que desde hacía once años largos nunca se había oído en Jartum la palabra de Dios desde el altar; algo que todavía no puedo creer. Aquí nos aguarda no poco trabajo porque, a excepción de dos familias, todos viven en concubinato. Confío en la gracia del Sdo. Corazón de Jesús, al que dedicaré solemnemente todo el Vicariato el cuarto domingo de agosto, dedicado al Sdo. Corazón de María. El Sdo. Corazón de Jesús, invocado por los miembros del Apostolado de la Oración, como escribió el P. Ramière, debe hacer el milagro de conseguir la conversión de los cien millones de almas, de que consta esta inmensa misión.
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La nueva misión del Kordofán parece estar en un buen comienzo; pero necesito dinero para los establecimientos. Aquí en Jartum, las Hermanas y las maestras negras se alojan en un palacio situado a tres minutos de distancia del jardín de la misión, separado de él por medio de una amplia calle de Jartum.
Tenga a bien recibir los respetos de mi Vicario Gral., el P. Estanislao; de los misioneros y de las Hermanas, y de su
Indignmo. hijo D. Comboni
Provicario Aplico.