[2969]
¡Cuánto lamento que haya caído enfermo nuestro querido, venerado e incomparable Sr. Rector! Ya había hecho yo mis planes para ir juntos a ver al Rmo. P. General de los Jesuitas... y conducir nosotros mismos a Verona... Pero roguemos insistentemente al Señor que nos conserve a este hombre providencial. El lunes pediré para el Sr. Rector una bendición especial de nuestro Santo Padre. Vemos a menudo a Su Santidad, y hace días me pidió que saludase a V. E. Anteayer mandé a D. Perinelli a pedir al Papa que le diese la Comunión con sus santísimas manos, y, en efecto, ayer por la mañana tuvo la gran dicha de comulgar de las mismas manos de S. S. en su capilla del Vaticano.
[2970]
Le doy las gracias por las bellísimas estampas de la novena, una de las cuales hice llegar enseguida a manos del Santo Padre. Han gustado mucho en Roma, y, habiéndoseme acabado, precisamente deseaba comprar más. Y he aquí que la bondad de V. E. me ofrece la ocasión: por lo tanto me alegraría de que ordenase enviarme al menos cien, al precio establecido. Di la Reminiscencia a Giacobini y a muchos; pero tengo ejemplares todavía. Giacobini y otros a los que se la di son justamente los que presiden la Sociedad para la Santificación de las Fiestas, que ha hecho un gran bien en Roma. A algunos del Corso que habían abierto en la Fiesta, distinguidas familias romanas les invitaron a presentarles sus cuentas, con la idea de dejar de comprarles para siempre. Entonces los infractores se pusieron a rogar a sus clientes, prometiéndoles cerrar. Todo fue inútil: los transgresores pagaron su culpa. Es un espectáculo la conducta de los romanos, y sobre todo de la juventud católica. De palabra le contaré muchas cosas.
[2971]
Los días se me hacen largos hasta el martes que viene. Pero el Señor es bueno, y estoy contentísimo: los Cardenales tienen sumo interés por la Obra, bendicen el coraje y el celo de V. E., y dicen cosas que para su humildad sería embarazoso oír. Pero somos marionetas de Dios: por tanto, sólo a El el honor.
[2972]
Me ha conmovido saber que esas más de cien personas, almas elegidas, han ofrecido su vida por la conservación del Papa. El lunes se lo contaré al Santo Padre, que se pondrá contento. En Roma, a nadie le importa ni el Parlamento, ni el Gobierno, ni el Rey: en Roma sólo reina Pío IX. Es una gran satisfacción saber la piedad de nuestros buenos veroneses: seiscientas comuniones en la Scala, quinientas en los Colombinos. Casi diría que nuestro clero no va a la zaga de ninguno. ¡Gloria a Dios y a Verona! Como le escribí, he buscado y hecho buscar por toda Roma el libro de Santo Tomas sobre los Evangelios traducido por Tommaseo, sin haberlo podido encontrar. Suspendo ya la búsqueda.
[2973]
En cuanto a esas buenas almas de Lonato que escriben diciendo que D. Comboni acosa con continuas propuestas a Cerebotani, ruego a Dios que las bendiga. Hace más de dos meses que no he visto ni hablado a D. Cerebotani, ni oído hablar de él. En todo el tiempo que llevo en Roma lo vi tres veces. En la primera me manifestó estar descontento con su situación, añadiendo que su inclinación es la de dedicarse al ministerio y a la salvación de las almas. Entonces, como hago con todos, le dije: «Venga a Africa». «Hace tiempo –me respondió– que tengo esa intención, pero en cierto modo me lo impiden circunstancias familiares». Esto fue la primera vez. La segunda vino con D. Peloso, al que dije en broma señalando a Cerebotani: «Ahí tenemos un futuro misionero de Africa», y lo comentamos y nos reímos juntos. La tercera vez, ya no se habló de ello. Esta es la verdad, que V. E. puede decir y hacer leer a esas buenas gentes de Lonato, las cuales pueden a su vez ponerse en comunicación con D. Cerebotani en Roma, el cual corroborará la verdad de mi afirmación. La única recomendación que le hice es que se encomiende a Dios, consulte consigo mismo y con su confesor, y pida consejo a algún sabio personaje; y en caso de que en él persista el deseo de las misiones, que escriba a V. E., poniéndose totalmente en sus manos y dejándose guiar.
[2974]
Y que si V. E. tiene a bien aprobar su vocación, la Misión, omnibus absolutis, podrá dejarle la limosna de la Misa para su familia y para contribuir a pagar las deudas familiares. A lo que Cerobotani contestó: «Eso no estaría mal. Porque si continúo en Roma como estoy, lo que cobro no basta para vivir, y no puedo ayudar a mi familia. Y si voy de párroco o de cura, tampoco podré ayudar a mi familia, porque o bien seré más pobre que ahora, o si recibiese un buen beneficio tendría que socorrer a los pobres. Otras ocupaciones fuera del ministerio no las quiero, pues me metí a sacerdote para dedicarme al sacerdocio. Así que me inclino por las misiones, y especialmente por la de nuestro Obispo, etc.» Me parece que razona bien, y que piensa más prudente y cristianamente que las buenas almas de Lonato, cuyas ideas tienen más que ver con la tierra que con el cielo. Esto es todo. Pero, por lo que observé, todavía no veo demasiado claro en cuanto a esta creída o pretendida vocación; por lo cual no he hablado ni hablaré más con Cerebotani, limitándome a responder a sus preguntas si me las hace.
[2975]
Mons. Ciurcia, en sustancia, escribió a Propaganda mostrándose un hombre muy sensato y consciente: señaló que es preciso mantener en su sitio y frenar al P. Carcereri, quien por otro lado posee óptimas cualidades. Así que Barnabò me dijo: «Voy a tener que ataros a los dos con veinticuatro cadenas, porque si las rompéis no habrá quien os sujete, y acabaréis los dos en el Cabo de Buena Esperanza», y se reía mucho. El martes haga un Memento por el éxito de la Ponencia. Presente mis respetos al Rector del Seminario, y dígale que se cuide, porque su vida es preciosa.
Reciba las filiales muestras de devoción de
Su indignmo. hijo
Daniel Comboni
Desearía el nombre, apellido y dirección de los que debo suscribir ad annum a la La Voce della Verità.