Comboni, en este día

C. presenta un informe (1871) al Consejo central de la Obra del Buen Pastor.
A Don Bricolo, 1866
Dios me ha dado una ilimitada confianza en El, de manera que ningún obstáculo me hará abandonar la empresa.

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Nº Escrito
Destinatario
Señal (*)
Remitente
Fecha
111
Mons. Luis de Canossa
0
Turín
14. 8.1864

N. 111 (107) - A MONS. LUIS DE CANOSSA

ACVV, XVII, 5, B

Turín, 14 de agosto de 1864

Ilmo. y Rmo. Monseñor:


 

[789]
Mi querido Rector D. Bricolo le habrá manifestado el motivo por el que me encuentro en Turín. La Providencia me destinaba al mismo tiempo a cooperar en la obra que ahora paso a mencionarle.

Será del conocimiento de V. E. Ilma. que el «desgobierno» de Italia ha promulgado la providencial Ley de igualdad, mediante la que somete a los clérigos a reclutamiento militar, eliminando de esta manera el privilegio de exención del que disfrutaban antes, para incremento del Clero italiano. El diligentísimo Can. Mons. Ortalda, Director de la pía Obra de la Prop. de la Fe en Turín, tuvo la idea de emprender una campaña con la venerable hueste de los misioneros italianos esparcidos por dos mundos, compuesta por cerca de 35 Obispos y 1.500 Misioneros, para hacer derogar la inicua ley. Estos, como granaderos del ejército de Cristo, a fin de asegurar sucesión a todos los campos de sus fatigas, presentarán el próximo octubre, por medio de nosotros, una Alegación al Senado (de la que le envío a Ud. un borrador impreso); esta Alegación tiene la aprobación, hasta ahora, de más de cien Obispos, y del Emmo. de Angelis (a quien, sin querer, el Gobierno de Piamonte ha puesto en situación de hacer más que en Fermo, por ser el Angel del Consejo de toda la diócesis de la alta y media Italia sometidas al Gob. Ital.), la cual Alegación me encargaré luego de hacer que sea presentada al Card. Barnabò y al Papa para su sanción. A la lista de Obispos y Misioneros italianos se añadirá la de agentes y misioneros diplomáticos, que acabo de terminar con ayuda del Ministerio de Asuntos Exteriores.


[790]
Habiéndose determinado incluir en la lista de Obispos y Misioneros italianos en el extranjero también los de Roma y Venecia, con la aprobación de De Angelis y de todos, me he ocupado de recoger, entre los otros, también los del Véneto, Trento y Trieste. De ahí que con Mons. Ortalda hayamos decidido dirigirnos a V. E. Rma. para tener a todos los Misioneros del Véneto, el Tirol y el Triestino, dado que en su mayoría pertenecen a Ordenes religiosas, de cuyos Provinciales pueden los Obispos solicitar el nombre y apellido, el lugar de origen y la Misión a que pertenecen los Misioneros. Por lo cual le rogamos, Monseñor, se sirva rendir este servicio a la santa Causa, que favorece además a esa parte de Diócesis, que está sometida al Gobierno de Turín. Cuando V. E. haya obtenido la lista, le suplico tenga la bondad de entregármela a mí o, en mi ausencia, a D. Bricolo. Le rogaría que diera enseguida las órdenes oportunas, y transmitiera sin demora el aviso a los Obispos del Véneto, y a S. A. de Trento, para que puedan hacer pronto la lista requerida.


[791]
El Card. De Angelis habla a menudo conmigo de su antiguo Predicador, y manda que le dé recuerdos. Si desea algo de Piamonte y Lombardía, no tiene más que ordenármelo.

El jueves y viernes pasados, con el Can. Ortalda y el Can. Anglesio, compañero del Ven. Cottolengo, y Director del […], fui a Génova para el envío de cinco Misros. a China. Estuvo presente en la Sagrada Función, con la viuda Brignole, la Mqsa. Durazzo Negroni, prima de la Mqsa. Clelia. Esta envía sus saludos a su cuñada la Marquesa.


[792]
Estos días, con la gracia de Dios, y con la ayuda de D. Bosco y de la Condesa Gloria, camarera de la dfta. Mqsa. Barolo, pude enganchar en el lazo de Cristo a la Sra. Antonieta Manca, de 25 años, una de las favoritas, entre muchas docenas, de S. M. Víctor Manuel II, Rey de Italia, la cual se alojaba en mi fonda del Buey Rojo. Está bajo la protección de la Condesa Gloria, que la ha colocado en una villa suya, y después de hacer los ejercicios espirituales y de ser confesada por un santo Sacerdote, será enviada a Cagliari a casa de su madre. A este fin, ya he avisado a ese Vicario General, que procurará devolverla al lado de su marido (si éste quiere). Mire, Monseñor, qué cosa inaudita. Antonieta Manca fue, hace años, a ver al Rey para obtener el traslado de su marido desde Turín a Cagliari, su lugar de origen. Ella valde pulcra placuit regi, y esa esposa fue echada a perder. Abandonó al marido, y tenía una asignación de 500 francos al mes, además de muchos títulos de 1000 francos de la deuda pública que le daba a menudo el Rey. Ella misma me lo ha contado, y está arrepentida de sus fallos. La Cdsa. Gloria, que me ha sido encomendada por D. Bosco, continuará la santa obra.

Presente mis respetos a Mons. el Vicario General, al Marqués Octavio y a las Mqsas. cuñada y madre, y a D. Vicente. Y besándole las sagradas vestiduras, me declaro con todo respeto,



De V. E. Rma. e Ilma

hum. y dev. serv. e hijo

Daniel Comboni



Solicitamos la lista tanto de los misioneros que están actualmente en el extranjero, como de los que ya han regresado.






112
Cdsa. Ludmila de Carpegna
0
Turín
15. 8.1864

N. 112 (108) - A LA CONDESA LUDMILA DE CARPEGNA

AFC, Pesaro

Turín, 15 de agosto de 1864

Nobilísima Sra. Condesa:


 

[793]
Hoy, bajo la protección de María, quiero volver a hablarle de nuestro querido Pippo. Y en primer lugar le diré que desde que le escribí a Ud. desde Génova, mi corazón ha estado siempre palpitante de temor de que mi carta le pudiera causar disgusto, al decir francamente y sin ocultar nada el fallo de ese querido joven. Querida Lulú, yo tuve las mejores intenciones. Dudé mucho, y estuve vacilante, y me lo pensé repetidamente, y recé con fervor antes de escribir, sabiendo que Ud. es madre y más que madre. Pero al mismo tiempo me parecía traicionarla si no se lo revelaba todo; y esto para proporcionarle los medios de impedir ulteriores desaciertos, por la gran estima en que tengo a Ud., a mi Pippo, y el honor de la familia Carpegna. Si me equivoqué, le ruego tenga conmigo la misma confianza que yo tuve con Ud. Pero mire: tanto ha afectado a Pippo la sospecha de que su madre está enterada de su fallo, que ha hecho mil promesas de no hacer nunca nada que pueda disgustarla.


[794]
Ayer escribí a Adelaida encargándole que haga por él su confesión a su tierna madre. El chico no tiene valor, y está muy avergonzado: espero que esto le sirva de solemne lección, de la que se acuerde por largo tiempo. Por eso, Ud. debe tratarlo con dulzura, pues si recurre a las amenazas no consigue nada; porque se puede imaginar qué orgullo y qué espíritu de independencia lleva consigo la institución militar. Le advierto además que no diga que yo le he escrito contándole su fallo. Usted debe aferrarse siempre al punto de verdad que le escribió Anita, como ayer me dijo la Cdsa. Baldini; porque Pippo, siendo aún joven, está fuertemente irritado contra quien la ha puesto a Ud. al tanto, y ¡ay si si supiera que yo lo hice!

Luego, cuando le llegue la carta de Adelaida, entonces le será más fácil ocultar mi nombre; porque en el futuro quiero seguir informándola de todo. Ahora que encuentro a Pippo profundamente apesadumbrado, y todavía antes de que llegue Guido (que tiene todo ascendiente sobre el corazón de Pippo), me parece oportuna una visita mía a Pinerolo, en la que espero que esté dispuesta a acompañarme Adelaida. Me prometió que hará todo lo posible por venir conmigo el jueves o el domingo; y espero que no será inútil la admonición hecha por una excelente mujer, como es Adelaida, y por mi humilde persona. Adelaida la representa egregiamente a Ud. en Turín, querida Ludmila. Me parece que no se preocuparía más por un hijo suyo de lo que se preocupa por Pippo, y esto por cariño a él y a Ud. Si la hubiese visto ayer, sin duda estaría persuadida de lo que le digo.


[795]
Por lo demás, trate de exigir exacta justificación del dinero que manda a Pippo, dándole a él y a Adelaida las oportunas órdenes. Y esto es también un medio de impedir alguna escapada, ya que a Pippo le cuesta 10 francos cada vez, como me confesó. Yo, para sonsacarle todo, necesito mostrarme tolerante, inclinándole así el corazón a las confidencias. No sabe el pobre y querido muchacho que luego, por su propio bien, me complazco en informarla de todo a Ud. Incluso le dije que lo ocultase a todos cuantos pudiera, por pundonor, aunque prometiéndome no hacerlo más. Por otra parte es una escapadita que, hablando entre nosotros, debemos perdonar a Pippo, habida cuenta de su temperamento y de los compañeros que le rodean. Y, la verdad, veo que tiene mucho pudor, y es incipiente en él tal desorden, puesto que ahora tanto le disgusta y le avergüenza contárselo a su madre, la cual es para él un escudo fortísimo para no volver a cometer semejantes acciones. La compañía del joven Gualterio no es conveniente para Pippo, el cual por otro lado cree que todo el monte es orégano, y que puede estar siempre divirtiéndose. Sea Ud. oportunamente cariñosa con Pippo, pero firme e inamovible en sus meditadas y suaves amenazas. Dé instrucciones a Adelaida sobre todo lo que puede gastar, autorizándola, eso sí, a abrir la mano en aquellas circunstancias donde Pippo corre peligro de hacer mal papel.


[796]
Le ruego que me escriba aquí, a Turín, a la fonda del Buey Rojo, ahora que conoce mis sinceras impresiones por las dos cartas; es decir, ésta y la que le escribí el jueves pasado desde Genova. Dígame su estado de ánimo, si ha sentido mucho dolor por Pippo, etc., etc., aunque yo, mi venerada Condesa, le leo en el corazón como si escudriñase su alma con microscopio.

Dé un cariñoso beso por mí a María, a la que espero dentro de no mucho besuquear a mi gusto, y ruegue por quien le profesa una verdadera, leal, ardiente y cristiana amistad perpetua.



Daniel



Le ruego que salude de mi parte a D. Luis Fratini y me diga dónde se encuentra, porque le he escrito muchas veces y no me contesta.






113
Don Blas Verri
0
Génova
9. 9.1864

N. 113 (109) - A DON BLAS VERRI

AISM, Savona

Génova, 9 de septiembre de 1864

Revdo. y queridísimo D. Blas:


 

[797]
Esperaba verle a Ud. y al P. Olivieri en Roma, y oigo que ambos se encuentran en Marsella. Pero el Sr. Casamara me da la esperanza de que dentro de este mes los podré encontrar en Roma, adonde llegaré pasado mañana. En Colonia desean ardientemente detallados informes sobre el progreso de la santa Obra del rescate de los negros. El alemán, por naturaleza, quiere ver retratos, leer, saber, etc., y además da dinero en abundancia. Aquella Sociedad hace grandes progresos, y adelantaría más y reuniría más donativos si nosotros les suministrásemos más noticias. La Sociedad me ha encargado que me ponga en comunicación con Ud. y el P. Olivieri, incitándolos a escribir más y con más frecuencia. Creo que Uds. tienen sobreabundancia de material para complacerles. Lo ideal sería que Ud. y el P. Olivieri, acercándose al Norte, visitasen Colonia. Sin duda, esto sería ventajoso para la Obra.


[798]
Yo estoy con grandes deseos de verlos, y de hablar de nuestra querida Africa. Me siento desolado al ver lo poco que hemos hecho nosotros y los franciscanos en favor de Africa Central. Ciertamente, su Obra del Rescate ha hecho más por Africa que nosotros, y con menos sacrificios; de esto estoy convencido, como dije abiertamente en Colonia, y a D. Mazza y a Barnabò. Ahora, entre otras cosas, quiero hablar largamente con Propaganda sobre el modo de beneficiar más a Africa haciendo menos sacrificios.


[799]
Mons. Canal me dio en Venecia, tiempo atrás, cuatro ejemplares de la vida de una negrita muerta hacía poco, y escrita por la Marovich. ¡Vamos!, escríbame a Roma, querido D. Blas, y hágame saber noticias sobre el progreso de la Obra, y si puedo esperar verlos a los dos en Roma. Mis negritos han muerto casi todos; las negritas están todas bien, e impacientes por volver para ayudar a la gente de su tierra, porque ha terminado su educación. Pero, ¿dónde enviarlas, si están empantanados los asuntos de la pobre Misión Africana? Dios dispondrá lo mejor para ellas. El otro día, en Verona, vino a vernos Kirchner; y de mis compañeros, sólo uno está sano y disponible para Africa. Desearía saber si han cesado las dificultades para la salida de negros desde Egipto, o si todavía son necesarios los santos ardides de la caridad evangélica para traer los negros a Europa. Querría saber mil cosas, y hablar mucho sobre Africa.

Le ruego que presente mis respetos al santo anciano, verdadero padre de los negros, y le pida que ruegue por mí. Salude de mi parte también a la canónica, clásica Magdalena, y téngame presente en sus oraciones. Reciba Ud. también mis expresiones de la más distinguida estima y amistad.



Su dev. y afmo.

Daniel Comboni m.a.






114
El Plan
0
Roma
18. 9.1864

N. 114 (110) - EL PLAN

ASC

RESUMEN DEL NUEVO PROYECTO

de la

SOCIEDAD DE LOS SDOS. CORAZONES DE JESUS Y MARIA

PARA LA CONVERSION DE AFRICA

PROPUESTO

a la

S. CONGREGACION DE PROPAGANDA FIDE

por D. Daniel Comboni

del Insto. Mazza

1864

Roma, 18 de septiembre de 1864


 

[800]
Una niebla de misterio envuelve todavía hoy aquellas remotas regiones que Africa Negra, en su vasta extensión, encierra. Gobiernos civilizados y sociedades privadas se esfuerzan en diversas épocas por conseguir que se lleven a cabo exploraciones en aquellas inmensidades, preparando al objeto bien equipadas expediciones. Sin embargo, a pesar de los innumerables esfuerzos y de los más grandes sacrificios, nunca se pudo arrancar el impenetrable velo allí extendido a lo largo de tantos siglos.


[801]
Ahora bien, mientras que los intrépidos exploradores se han venido ocupando hasta nuestros días de aquella desconocida parte del globo, trabajando sin pausa para llegar al fin de sus investigaciones con la resolución de los problemas geográficos y el descubrimiento de los tesoros escondidos para enriquecer la historia natural y el comercio, el filántropo cristiano, dirigiendo la miradas a las condiciones espirituales y sociales de aquellos pueblos encorvados bajo el yugo de Satanás, profusamente, a su vez, les hizo sentir los efectos de su fraterna conmiseración, y la eficacia de su cooperación en el mejoramiento de su triste suerte. Y en verdad, hasta nuestros días, estos piadosos sentimientos han recibido de varias partes poderosos y eficaces impulsos, y siempre se han hecho cosas encomiables para sacar al infeliz linaje de los negros de su deplorable condición, dirigiéndolo a vivir a la luz de las verdades cristianas.


[802]
Aparte de las múltiples y diferentes expediciones de diligentes Misioneros que bastantes Ordenes religiosas y Sociedades eclesiásticas emprendieron en los pasados siglos, con la autorización de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide, a fin de enarbolar la bandera de la Cruz en las ardientes llanuras habitadas por los negros, el Pontífice Gregorio XVI, de venerada memoria, fundaba la Misión de Africa Central; y el inmortal Pío IX, gloriosamente reinante, confirmando los decretos de su Predecesor, enviaba allí a los Misioneros, los cuales, remontando el Nilo, en 1848 penetraban en el nuevo Vicariato apostólico, el más vasto del mundo, que abarcaba una superficie mayor que el doble de la de toda Europa. En este extensísimo campo abierto al celo de la caridad del Evangelio, hicieron inauditos esfuerzos muchos dignos Sacerdotes de la Alemania austríaca y bávara, y sobre todo del Tirol alemán, congregados por el excelso Comité de la Sociedad de María, y por los fervientes afanes del benemérito Profesor Mitterrutzner; luego, los Misioneros del Instituto Mazza de Verona, y por último, un numeroso grupo de Franciscanos. Esta selecta falange de las milicias de Cristo, después de tremendos obstáculos y enormes sacrificios, conseguía fundar a lo largo de las riberas del caudaloso Nilo, que discurre entre el trópico de Cáncer y el Ecuador, cuatro Estaciones importantísimas, determinando como centro de comunicación la metrópoli del Sudán egipcio, cuyas condiciones políticas y situación geográfica la destinaban a ser el último punto de apoyo de los europeos que viajan a aquellos remotos lugares.


[803]
Pero todos estos generosos intentos de la caridad del Evangelio, todos estos nobilísimos esfuerzos de más de tres lustros deshacíanse al chocar contra los escollos que allí se erguían insuperables: un triste egoísmo, la caterva de dificultades, y la inclemencia de aquellas desdichadas tierras, letal para el europeo.. Y con el sacrificio de la vida de más de las tres cuartas partes de los Atletas de Cristo consagrados a aquella ardua empresa, se compraron a alto precio los escasos frutos de limitadas y poco firmes conversiones.


[804]
Nosotros, que durante algún tiempo anduvimos por aquellas remotas tribus, y que en la medida que nos lo permitieron las terribles enfermedades que varias veces nos llevaron al borde de la tumba, estudiamos la naturaleza, las costumbres y las condiciones sociales, comprendimos, entre otras cosas, que aparte del primer obstáculo que se nos oponía a la conversión de los negros, la inclemencia del clima, estaba la falta de un centro vital que fuese capaz de perpetuar la obra de la propagación de la Fe en Africa Central.


[805]
Cualquier Misión, para que se pueda garantizar su perpetuación, es preciso que tenga un centro seguro del que emane incesantemente el espíritu de vitalidad, que se extienda vigoroso por su superficie a fin de conservar en ella los preciosos brotes, la existencia y el ministerio; un centro vital que le suministre y le posibilite permanentemente la recluta anual, con la que se nutran las filas de Misioneros continuamente mermadas por la inclemencia climática, las fatigas y el martirio. Este centro de vitalidad se muestra oportuno, en general, en los Institutos y Seminarios de Europa, en beneficio de las Misiones de Asia, América y Oceanía, al haber entre Europa y estas tres partes del mundo cierta homogeneidad de índole, costumbres y clima, o al menos, entre una y las otras, un poder de comunicar y una capacidad de recibir de manera permanente y estable las mágicas impresiones de la vida, que en los cuerpos de la sociedad humana suele infundir el espíritu del Evangelio.


[806]
Pero tal centro benéfico del que brote ese espíritu de vitalidad tan necesario para la conservación y perpetuación de las Misiones extranjeras no puede ser, aquí en Europa, oportuno ni eficaz para la conversión de los negros. Porque la experiencia claramente ha demostrado que el Misionero europeo no puede trabajar en su obra de redención en aquellas abrasadas regiones del Africa interior, funestas para su vida; que no puede soportar la dureza de las fatigas, la multiplicidad de las incomodidades y la inclemencia del clima. E igualmente la experiencia ha demostrado que el negro no puede recibir en Europa una completa enseñanza católica, de manera que luego sea capaz, apoyado en un continuo bienestar físico y de ánimo, de promover en su tierra natal la propagación de la Fe; porque, o no puede vivir en Europa, o a su regreso a Africa se revela inepto, por las casi inevitables costumbres europeas adquiridas en el centro de educación, que inclinan al rechazo y son nocivas en las condiciones de la vida africana.


[807]
Nosotros somos testigos oculares de los terribles estragos que causaron en los más robustos Misioneros las fatigas, las incomodidades y el deletéreo clima africano. Esto era de tal manera que los que habían sobrevivido al peligroso viaje al Nilo Blanco, apenas se hacían idóneos para evangelizar a los africanos con el aprendizaje de la lengua de una tribu donde se había establecido una Estación católica, sucumbían acto seguido a una muerte casi repentina, dejando siempre estéril el fruto de la obra de la conversión de los negros, los cuales, por las siempre continuas y reiteradas bajas entre los Misioneros, gimen todavía bajo la férula del más degradante fetichismo. Por otra parte, Propaganda, que tiene conocimiento de todas las Instituciones que emprendieron en Europa la educación de individuos de la raza negra, puede confirmar lo ineficaz e inoportuno de la creación de un clero indígena formado en tierras europeas y destinado a evangelizar el centro de Africa.


[808]
Así pues, estando claramente demostrado por la experiencia que el sistema seguido hasta ahora, aunque utilísimo para la conversión de los infieles de las otras partes del globo, es en cambio totalmente inadecuado para la regeneración del Africa interior, porque al no poder el misionero europeo vivir en aquellas abrasadas regiones, no conseguirá nunca implantar y perpetuar allí la Fe, y porque el indígena africano formado en Europa se vuelve, por las razones antes expuestas, incapaz de ejercer el ministerio en su país natal, la S. Congregación de Propaganda Fide está en la dura alternativa de decretar la extinción de la importante Misión de Africa Central, o de solicitar la elaboración de un proyecto que inspire más fundadas esperanzas de éxito sobre la conversión de los negros.


[809]
Pero la desoladora idea de ver suspendida quizá por muchos siglos la obra de la Iglesia en favor de tantos millones de almas gimientes todavía en las tinieblas y sombras de muerte, debe herir profundamente y señorear por completo el corazón de todo devoto y fiel católico inflamado del espíritu de la caridad de Jesucristo. Por eso, para seguir el impulso de esta sobrehumana virtud, y para alejar para siempre del filántropo cristiano la angustiosa idea de dejar en poder del paganismo y de la barbarie esas inmensas y pobladas regiones, sin duda las más menesterosas y abandonadas del mundo, es preciso abandonar el camino seguido hasta ahora, cambiar el antiguo sistema y crear un proyecto que conduzca más eficazmente al deseado fin. Esta es la razón por la que, en nuestra pequeñez, hemos tratado de encontrar un camino probable, si no seguro, a fin de empezar a dar los pasos necesarios para la regeneración futura de esas almas abandonadas, a cuyo bien estuvieron siempre dirigidos todos los pensamientos de nuestra vida, y por las cuales derramaremos con gusto nuestra sangre hasta la última gota.


[810]
Y he aquí que nos viene a la mente un proyecto, que si no presenta todas las ventajas susceptibles de hallarse en los concebidos en favor de las otras Misiones del mundo, quizá resulte válido para producir una considerable mejora de la infeliz condición de los negros; de modo que por las vías trazadas por la Providencia llegue a participar poco a poco de los frutos inefables de la Redención del Hombre-Dios.


[811]
No solamente los negros del Africa interior, sino también los de las costas y de todas las otras partes de la gran península, aunque esparcidos en millares de tribus diferentes, están troquelados más o menos con una misma índole, hábitos, tendencias y costumbres, que conocen quienes llevan mucho tiempo ocupándose de su bien; y por tanto nos parece que la caridad del Evangelio puede suministrarles comunes remedios y ayudas, que permitan comunicar eficazmente a la gran familia de los negros las preciosas ventajas de la Fe católica. Así, consideramos nosotros oportuno, y casi diríamos necesario, que entre las múltiples ideas que se podrían llevar a la práctica para la regeneración de los negros se elija aquella que reúna en sí una absoluta unidad de concepto a la par que una general simplicidad de aplicación.


[812]
Y tal nos parecería precisamente el proyecto que nosotros hemos ideado para la conversión de los negros; proyecto que, aunque amplio en su extensión, y arduo en su completa realización, se nos muestra sin embargo uno y simple en su concepto y en su aplicación.


[813]
Este proyecto, por eso, no quedaría restringido a los antiguos límites trazados para la Misión de Africa Central, a la que hemos visto fracasar por las razones antedichas, sino que abarcaría a toda la estirpe de los negros; y por ello desplegaría y desarrollaría su actividad en casi toda Africa cuyos países están habitados por la raza negra.


[814]
Ahora bien, aunque la S. Sede Aplica. no haya logrado implantar establemente la Fe en las más vastas tribus de la Nigricia Central, prodiga sus benéficas atenciones en las islas y costas que rodean la gran península africana, donde fundó doce Vicariatos, nueve Prefecturas aplicas. y diez Diócesis, que se muestran más o menos florecientes:


[815]
A septentrión, los dos Vicariatos apostólicos de Egipto y de Tunicia, y las tres Prefecturas aplicas. del Alto Egipto, Trípoli y Marruecos.


[816]
A poniente, los cinco Vicariatos aplicos. de Senegambia, Sierra Leona, Dahomey, Guineas y Natal, y las tres Prefecturas aplicas. de Senegal, Congo, y de las islas Annobón, Corisco y Fernando Poo.


[817]
A mediodía, los dos Vicariatos aplicos. de los Distritos oriental y occidental del cabo de Buena Esperanza.


[818]
Al sudeste, el Vicariato aplico. de Madagascar, y las tres Prefecturas aplicas. de Zanguebar, de las islas Seychelles, y de las islas Nossibé, Sta. María y Mayotte.


[819]
Al nordeste, los dos Vicariatos apostólicos de Abisinia y de los Gallas.


[820]
Por otra parte, entre las Diócesis florecen especialmente: a septentrión, la de Argel, y al sudeste, la de St. Denis, en la isla de Reunión, en el océano Indico. Es por tanto natural que para realizar el ideado proyecto, se necesite invocar la ayuda y cooperación de estos Vicariatos, Prefecturas y Diócesis ya establecidos alrededor de Africa; los cuales, contemplando más de cerca la lastimosa miseria y la extrema necesidad de las inmensas poblaciones del interior, sobre las que todavía no ha brillado el luminosísimo astro de la Fe, podrán concurrir válidamente con su autoridad, su consejo y sus obras a auxiliar y facilitar la realización de la gran empresa de regenerar a las vastas y populosas tribus de la Nigricia entera.


[821]
Así pues, el Proyecto que nos atreveríamos a someter a la S. Congr. de Prop. Fide sería la creación de innumerables Institutos de ambos sexos que deberían rodear toda Africa, juiciosamente situados en lugares oportunos, a la menor distancia posible de las regiones interiores de la Nigricia, dentro de zonas seguras y algo civilizadas, en las que pudiese vivir y trabajar tanto el europeo como el africano.


[822]
Estos Institutos masculinos y femeninos, cada uno emplazado y erigido según las normas de las constituciones canónicas, deben acoger chicos y chicas de raza negra, con el fin de instruirlos en la religión católica y en la civilización cristiana, para crear con ellos dos Cuerpos, uno de cada sexo, destinados, cada uno por su lado, a adentrarse poco a poco y extenderse por las regiones interiores de la Nigricia para implantar allí la Fe y la civilización recibida.


[823]
A dirigir estos Institutos serían llamadas las Ordenes religiosas y las Instituciones católicas masculinas y femeninas, aprobadas por la Iglesia, o reconocidas o permitidas por la S. Congr. de Prop. Fide, con el beneplácito de ésta y el acuerdo recíproco con los Jefes y Superiores generales de esas Ordenes e Instituciones. Aparte de esto, previo mandato de Propaganda, se podrán fundar con el mismo objeto nuevos Seminarios para las Misiones africanas, constituidos según el plan de los Seminarios de Misiones Extranjeras ya existentes, con la aplicación de todas aquellas normas que la experiencia revelase convenientes para Africa.


[824]
Estos Institutos serían puestos bajo la jurisdicción de los Vicariatos y Prefecturas aplicas. ya existentes en las costas de Africa, o de los que la S. Cong. de Prop. Fide decidiese fundar, según los progresos de la Obra del nuevo Proyecto.


[825]
El personal de Dirección de estos Institutos gobernaría los correspondientes Cuerpos de alumnos ateniéndose a las reglas y al espíritu de la propia Institución, con adaptación a la conveniencia y a las necesidades del Africa interior; y tendría como objetivos específicos obtener el mantenimiento y el buen funcionamiento de los Institutos de negros y de negras, pero sin dejar de promover y realizar todo el bien que pueda a los países donde los Institutos estén ubicados.


[826]
La formación que deberá darse a todos los individuos de ambos sexos pertenecientes a los Institutos que rodeen Africa consistirá en infundir en su alma y hacer que arraiguen en ella el espíritu de Jesucristo, la integridad en las costumbres, la firmeza en la Fe, las reglas de la moral cristiana, el conocimiento del catecismo católico, y los primeros rudimentos del saber humano de primera necesidad. Además de esto, cada uno de los varones será instruido en la ciencia práctica de la agricultura, y en una o más artes de primera necesidad; del mismo modo, cada hembra será instruida en las labores domésticas de primera necesidad. Y esto, a fin de que los primeros se conviertan en hombres honrados y virtuosos, útiles y activos, y las segundas lleguen a ser por su parte virtuosas y hábiles mujeres de familia. Creemos que esta activa aplicación al trabajo, a que deseamos someter a todos los miembros de los Institutos africanos, puede redundar grandemente en el bien moral y espiritual de los individuos de raza negra, inclinada sobremanera a la pereza y a la inacción.


[827]
Cuando los alumnos de ambos sexos hayan completado su educación religiosa y civil, la dirección del correspondiente Instituto favorecerá en todo lo posible a cada individuo que salga de su jurisdicción, prestándole ayuda y consejo para que se encuentre en condiciones de conservar los sanos principios de religión y de moral que le fueron inculcados con la formación recibida.


[828]
Cada uno de estos Institutos que rodeen la gran península africana dará origen al correspondiente Cuerpo masculino o femenino, destinado a adentrarse gradualmente en las regiones de la Nigricia central, a fin de iniciar y establecer en esos lugares la obra salvífica del Catolicismo, y crear allí Estaciones que difundan la luz de la Religión y de la civilización.


[829]
El Cuerpo de jóvenes negros, formado por los individuos que sean considerados aptos para el gran fin, estará compuesto:

1.oDe hábiles catequistas, a los que se les dará un amplio conocimiento de las ciencias sagradas.

2.oDe hábiles maestros, a los que se instruirá en lo posible en las ciencias de primera necesidad adaptables a los países del interior.

3.oDe hábiles artesanos, a los que se impartirá la enseñanza práctica de las artes necesarias y más útiles en las regiones centrales, para formarlos como virtuosos y hábiles agricultores, médicos, sangradores, enfermeros, farmacéuticos, carpinteros, sastres, albañiles, zapateros, etc.

El Cuerpo de las jóvenes negras, integrado igualmente por las que entre ellas se muestren más adecuadas para el gran fin, estará compuesto:

1.oDe hábiles catequistas, a las que se instruirá lo mejor posible en la religión y en la moral católica, a fin de que difundan sus reglas y su práctica en la degradada sociedad femenina africana, de la cual, como entre nosotros, depende absolutamente la regeneración de la gran familia de los negros.

2.oDe hábiles maestras y mujeres de familia, las cuales deberán promover la instrucción femenina, en cuanto a leer, escribir, hacer cuentas, hilar, guisar, tejer, cuidar a los enfermos, y ejercer todas las labores femeninas más útiles en los países de la Nigricia Central.


[830]
Adentrándose poco a poco estos dos grandes Cuerpos en los diversos puntos del interior por medio de cada uno de los diferentes Institutos que rodeen Africa, cada individuo, mientras trabaje en la propagación de la religión y la civilización, menester para el que fue instruido, y en promover la agricultura en las tierras vírgenes de libre ocupación, podrá abrazar el estado de vida al que se sienta más inclinado.


[831]
De la clase de los catequistas integrada en el Cuerpo de los jóvenes negros, se formará una sección con los individuos más distinguidos por su piedad y saber en los que se descubra una probable disposición al estado eclesiástico; y ésta será destinada al ejercicio del ministerio divino. En la institución de esta sección privilegiada se excluirá la multiplicidad de materias a la que están sujetos los alumnos de los Seminarios de Europa, y se limitará la enseñanza a las disciplinas teológicas y científicas de primera necesidad, suficientes para las necesidades y exigencias de aquellos países. Y teniendo en cuenta el precoz desarrollo físico e intelectual del indígena africano, no querríamos que esta enseñanza durase doce y más años, como es lo establecido en Europa; limitada a una duración de seis a ocho años, nos parece suficiente.


[832]
Sin embargo, la especial condición de la inconstancia e indolencia que marcan la índole y el carácter de la raza negra deberá imponer la más rigurosa cautela al determinar, para los aspirantes al Sacerdocio, la época de su promoción a las órdenes sagradas. Y nosotros estamos plenamente convencidos de que es absolutamente necesario establecer que no las reciban sino tras bastantes años de probada firmeza y castidad, transcurridos en el noviciado de una vida ejemplar y activa y en el ministerio de la comunicación de la Palabra divina, ejercido en las Estaciones ya implantadas en el interior de la Nigricia, en condiciones de un severo e irreprochable celibato.


[833]
Del Cuerpo de las jóvenes negras, entre las que no se sientan inclinadas al estado conyugal, se creará, del mismo modo, la sección de las Vírgenes de la Caridad, formada por aquellas que se distingan por su piedad y conocimiento práctico del catecismo, de las lenguas y de las labores femeninas. Esta sección privilegiada constituirá la más selecta falange del Cuerpo femenino, destinada a dirigir las escuelas de niñas, realizar las funciones más importantes de la caridad cristiana y ejercer el ministerio de la mujer católica entre las tribus de la Nigricia.


[834]
De este modo, gracias al importantísimo ministerio del Clero indígena y de las Vírgenes de la Caridad, secundado por la acción benéfica de los catequistas, de los maestros y de los artesanos, así como de las catequistas y de las maestras y mujeres de familia, se formarán poco a poco numerosas familias católicas, y surgirán florecientes sociedades cristianas, y nuestra santa religión, extendiendo su saludable influjo sobre la africana familia, ensanchará poco a poco su benéfico imperio por la vasta extensión de las inexploradas regiones de la Nigricia entera.


[835]
Habiendo demostrado la experiencia que sólo la continuada permanencia en los países del interior, y no una estancia temporal, es peligrosa e incluso fatal para el europeo, las fundaciones de Misiones y de Cristiandades que andando el tiempo se constituyan en los países de Africa Central serán iniciadas y puestas en marcha personalmente por Misioneros europeos, enviados a tal fin por los correspondientes Vicarios y Prefectos apostólicos. Ellos deberán determinar, entre los catequistas o Sacerdotes indígenas de probada idoneidad, el personal al que será confiada la dirección permanente de las Estaciones y Cristiandades del interior, ya iniciadas y puestas en marcha por los Misioneros europeos.


[836]
Por otro lado, las estadísticas de las Misiones africanas han probado que la mujer europea, dada la ventajosa elasticidad de su físico, la índole de su moral y los hábitos de su vida doméstica y social, resiste bastante más que el Misionero europeo la inclemencia del clima africano. Por eso, en conformidad con el juicio y mandato de los respectivos Vicarios o Prefectos apostólicos, podrán establecerse Institutos regulares femeninos de Europa en los países del interior de Africa menos letales para el europeo, a fin de prestar con eficacia los maravillosos e importantes servicios de la mujer católica en favor de la regeneración de la gran familia de los negros.


[837]
Como la índole y el carácter de esa raza es extremadamente variable e inconstante, creemos oportuno y necesario que la S. Congr. de Prop. Fide autorice a los Vicarios o Prefectos apostólicos, en su legítima y correspondiente jurisdicción, a decretar frecuentes visitas apostólicas a las Misiones y Cristiandades establecidas en el interior, con vistas a corregir, fortalecer y mejorar las condiciones del Catolicismo en aquellas peligrosas tierras, donde a menudo un egoísmo mezquino y el fanático fervor del islamismo corrompen y deshacen la obra del sacerdocio cristiano; y donde el tenor de vida, el clima y otras especiales circunstancias contribuyen a debilitar, a la par que el cuerpo, el espíritu, y a relajar la disciplina eclesiástica con grave peligro de la fe. Con esa finalidad enviarían misioneros europeos idóneos, que sin riesgo absoluto de la vida, por la razón antes expuesta, podrían, con gran provecho, llevar a cabo su importante Misión.


[838]
Con objeto de cultivar las inteligencias que pudieran revelarse más destacadas en la sección de los Misioneros indígenas, para formarlos como hábiles e iluminados jefes de las Cristiandades del interior de la Nigricia, la Sociedad destinada a regular el nuevo Proyecto, vistos los progresos de sus grandes obras, podrá fundar a ese fin cuatro grandes Universidades Africanas Teológico-Científicas en los cuatro puntos más importantes de la periferia de Africa, que serían, a nuestro juicio: Argel; El Cairo; St. Denis, en la isla Reunión, en el océano Indico; y una de las ciudades más importantes de las costas occidentales de Africa, en el océano Atlántico.


[839]
En estos cuatro Centros Universitarios, como también en otros puntos de gran importancia de las islas y costas que circundan Africa, se podrían fundar con el paso del tiempo grandes establecimientos Artesanales de Perfeccionamiento para los jóvenes negros de la clase de los Artesanos considerados más aptos para recibir una más elevada instrucción, a fin de que con la introducción de artes que mejoren las condiciones materiales de las vastas tribus de la Nigricia, encuentren los Misioneros facilitada su tarea para implantar allí más radical y establemente la Fe.


[840]
Para poner en práctica y dirigir el nuevo Proyecto se constituirá en una de las capitales de Europa un Comité, compuesto por hábiles y activos Prelados, Eclesiásticos y distinguidos Seglares, dependiente de la S. Congr. de Prop. Fide. El Comité, gobernado por un Presidente, recibirá el nombre de Comité de la Sociedad de los Sagrados Corazones de Jesús y de María para la Conversión de la Nigricia.


[841]
La Misión específica de este Comité será:

1.oPor medio de un Procurador establecido en Roma, mantener contactos con la S. Congr. de Prop. Fide, y tratar sobre cada una de las empresas más importantes de la nueva Sociedad.

2.oTratar con los Centros generales de las Ordenes y Congregaciones masculinas y femeninas para la fundación de los Institutos Africanos, y mantener correspondencia con dichos Centros, con los Vicariatos y Prefecturas apostólicas de Africa, y con las direcciones de los Institutos de negros.

3.oProveer los medios pecuniarios y materiales para la realización del nuevo Proyecto, con el beneplácito de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide.

4.oFundar Institutos, Seminarios y Establecimientos artesanales en los Centros más adecuados de Europa y América para las Misiones de Africa.

5.oCrear un Cuerpo de cultos y diligentes Misioneros europeos, para tratar personalmente con los Vicarios y Prefectos aplicos. de Africa y con los jefes de los Institutos sobre las cosas que sean del interés de la nueva Sociedad, y explorar las costas y los puntos más importantes de Africa donde establecer los Institutos de negros.

6.oEstudiar y aplicar los medios más eficaces para mejorar el modo de realización del nuevo Proyecto.

7.oRecoger y publicar anualmente en varias lenguas los progresos de las Obras de la nueva Sociedad, y extraer conocimientos de la experiencia práctica para mejorar la condición de los Institutos y Cristiandades africanos en provecho de la regeneración de la Nigricia.


[842]
Tenemos la firme esperanza de que este Proyecto de la Sociedad de los Sagrados Corazones de Jesús y de María para la Conversión de la Nigricia, en caso de que fuera acogido favorablemente por la S. Sede aplica., obtendrá la cooperación de todas esas santas Instituciones que hasta ahora se han dedicado a promover, o lo han intentado, el mejoramiento espiritual de la raza negra, y que recibirá también protección y ayuda de esas pías Sociedades que aportan medios pecuniarios y materiales a las santas Obras instituidas para la propagación de la Fe de Jesucristo.


[843]
Finalmente, nos sonríe en el alma la más dulce esperanza de que la unidad, la simplicidad y la utilidad del nuevo Proyecto de la Sociedad de los Sagrados Corazones de Jesús y de María para la Conversión de la Nigricia satisfarán la mente y el corazón de nuestro Smo. Padre, el inmortal Pontífice Pío IX, del Emmo. Cardenal Prefecto General y de los Emmos. y Rmos. componentes y Consultores de la Sagrada Congr. de Prop. Fide, y que al mismo tiempo encontrará un eco de aprobación y un punto de favor y de ayuda en el corazón de los católicos de todo el mundo, identificados e incluidos en el espíritu de esa sobrehumana caridad que abarca la inmensa vastedad del universo, y que el divino Salvador vino a traer a la tierra: ignem veni mittere in terram et quid volo nisi ut accendatur?


[844]
Si la S. Sede aplica. sonríe benignamente al nuevo Proyecto de la Sociedad de los Sdos. Corazones de J. y de M. para la Conversión de la Nigricia, nosotros estaremos contentos de consagrar nuestras débiles fuerzas y toda nuestra vida para cooperar, en nuestra pequeñez, a la gran obra. Tenemos la firme seguridad de su feliz resultado, porque nos mostrará la suprema voluntad del cielo; y el gran Dios de las misericordias eliminará para siempre la tremenda maldición que pesa de tantos siglos sobre los míseros hijos de Cam, y la bendición se extenderá pacífica y se perpeturará en la gran familia de los negros.


[845]
Y si la S. Sede aplica. no juzga oportuno aprobar este nuevo Proyecto, nosotros también estaremos contentos de someternos totalmente a las siempre adorables disposiciones de la Providencia divina, y tendremos un nuevo motivo para con toda razón exclamar con el gran Apóstol: servi inutiles sumus.


[846]
Loor y Gloria a los Sdos. Corazones de Jesús y de María,

A S. José, a los Stos. Apóstoles, a S. Francisco Javier,

al B. P. Claver, y a la B. Mª. Alacoque.



Daniel Comboni

del Insto. Mazza

Mis. Ap. de Africa Central



Roma, 18 de septiembre de 1864

día de la Beatificación

de Sor Mª Alacoque de la Visitación




[847]
P.S. La Santidad de N. S. Pío IX se ha dignado alentar la ejecución de este nuevo Proyecto para la Conversión de la Nigricia; y Su Em.a el Cardenal Barnabò, Prefecto General de la S. Congregación de Propaganda Fide, quiere que cuente con la asistencia de la Pía Obra de la Propagación de la Fe de Lyón y París.


[848]
Como corolario de este nuevo Proyecto resultará la realización del Plan del M. Rvdo. D. Nicolás Mazza, a cuyo Instituto será asignado un Vicariato o una Prefectura apostólica en Africa Central asistida por la Sociedad de María de Viena.



D. Comboni






115
Don Blas Verri
0
Roma
28. 9.1864

N. 115 (111) - A DON BLAS VERRI

AISM, Savona

Roma, 28 de septiembre de 1864

Queridísimo D. Blas:


 

[849]
Me he enterado con sumo dolor que está muy enfermo nuestro santo Padre Olivieri. Esperemos en Dios que se cure. En Roma tendremos mucho que hablar de nuestra querida Africa.

Los tres recién convertidos de Constantinopla van a Francia a conseguir un trabajo. Están provistos de mil cartas de recomendación, y me piden una también a mí; le ruego que les favorezca en lo que pueda. El sábado presentaré al Papa la orden del Card. Barnabò. Aquí en Roma está el sobrino del P. Ludovico. Presenté a Propaganda mi plan de creación de bastantes Instos. que deberán rodear toda Africa. En Roma hablaremos. Presente mis respetos al P. Olivieri, y mis saludos a Magdalena.

Ruegue a los Sdos. Corazones de J. y de M. por su



Afmo. serv.

Daniel Comboni M.A.






116
Don Godofredo Noecker
0
Roma
28. 9.1864

N. 116 (112) - A DON GODOFREDO NOECKER

«Jahresbericht...» 12 (1864), pp. 85-86

Roma, 28 de septiembre de 1864

Reverendo Señor:


 

[850]
Recibo ahora de Verona la noticia de que el banco veronés Fratelli Smania, tiene preparada para mí y para mis pobres negros la cantidad de 1.472 fr. No sé expresarle con palabras mis sentimientos de gratitud. Creo que nunca tendrá que arrepentirse de haberme socorrido.


[851]
Desde hace unos días se encuentra en Roma un sacerdote español, venido para obtener la aprobación de una obra de beneficencia para Africa. El Card. Barnabò lo envió a mí a fin de que me expusiese el asunto y yo decidiese. Parece que Propaganda quiere subordinar a mi Plan y hacer pasar por mis manos todas las obras emprendidas en favor de los negros.

Y más todavía: antes de concederle la aprobación, el Cardenal quiere oír mi opinión sobre el nuevo proyecto del P. Ludovico referente a la fundación de dos casas en Egipto, y en conformidad con mi indicación se establecerá luego el acuerdo con el Delegado Apostólico de Egipto. El P. Ludovico me espera en Nápoles para concertarse conmigo. El Papa y Propaganda se me muestran muy condescendientes y satisfacen de buena gana mis propuestas y mis deseos. Demos por ello gracias a Dios, y roguemos porque se cumpla la divina voluntad para el mayor bien de Africa.



Daniel Comboni



Original alemán.

Traducción del italiano






117
Don Godofredo Noecker
0
Roma
9.1864

N. 117 (113) - A DON GODOFREDO NOECKER

«Jahresbericht...» 12 (1864), pp. 44-85

Roma, septiembre de 1864

Reverendo Señor:


 

[852]
Lamento mucho no poder comunicarle este año ninguna noticia alegre sobre mis negros; porque, exceptuados Miguel Ladoh y el pequeño Antonio, todos los demás contrajeron una mala enfermedad africana, que a pesar de todos los cuidados que la caridad cristiana nos hizo prodigarles, cobró una forma maligna en los pobres africanos y para bastantes de ellos terminó en una muerte impresionante. Aunque estamos abatidos por estas desgracias, que nos quitan la esperanza de poder educar en Europa a mis negros en beneficio de la Misión de Africa Central, sin embargo la vida angelical de estos queridos niños que nos fueron confiados y su conmovedora muerte nos llena de inefable consuelo, el cual también debe alcanzarle a Ud. por los sacrificios que ha hecho en favor de los negros de Verona.


[853]
Esta vez le quiero hablar de nuestro Pedro Bullo que, después de una vida ejemplar, tuvo una muerte de ángel. Pero antes debo decir cómo obtuve este chico e informarle finalmente del viaje que hice al mar Rojo a fin de reunir un número considerable de alumnos para nuestro Instituto africano.


[854]
En septiembre de 1860 recibí carta desde la India del Rmo Señor Celestino Spelta, Vicario Apostólico de Yu-pe y visitador general de China (yo había conocido a este señor el año anterior a mi viaje de El Cairo a Roma y lo había puesto al corriente de la finalidad de mi Instituto), en la que me comunicaba que en Adén había un gran número de niños negros, los cuales eran precisamente adecuados para nuestro Instituto de Verona. Se lo dije a mi Superior D. Nicolás Mazza, el cual ante todo quiso asegurarse de modo todavía más preciso de la verdad de este informe y sólo después adoptar una resolución. Pero cómo obtener datos más precisos, eso aún no lo sabía. Ni tampoco la divina Providencia nos mostró muy pronto su adorabilísima voluntad. El 10 de octubre de ese mismo año un misionero carmelita nos trajo a Verona dos negros que el Rev. P. Juvenal de Tortosa, prefecto de Adén, le había confiado cuando su barco, procedente de Malabar, recaló en Adén. El prefecto había rogado a este misionero de la India que se llevara consigo bastantes otros de esos niños; pero, como tenía poco dinero, no pudo llevarse más que dos. Nosotros examinamos a los dos chicos y los encontramos muy adecuados y dispuestos para nuestros fines. Entonces, sin pensarlo más tiempo, mi Superior me mandó marchar a Oriente.


[855]
Todavía recuerdo que D. Mazza me encargó un presupuesto de los gastos del viaje y de la compra de los negros, y pensando yo encontrar de 40 a 50 chicos, calculé que bien necesitaría 25.000 francos. Mi Superior echó un vistazo a su bolsa y me dijo: «No tengo más que 13 florines». «Entonces tendré que quedarme en Verona», le contesté. «Nada de eso –replicó él–, dentro de tres días saldrás para Oriente».


[856]
Para mí fue una suerte no haberme obstinado en mi idea. Fui a Venecia a buscar los pasaportes para los niños negros que yo tenía que llevar a Nápoles, y al tercer día D. Mazza bendijo mi partida, me dio 2.000 francos (que había recibido del conde José Giovanelli y de su devota esposa, la cual ofreció 900 fr.), y dijo: «Marcha igualmente. Toma 2.000 fr., pues ahora no te puedo dar más. Ruega a Dios que me haga encontrar más dinero, porque quiero ayudarte. Pero tú vete de todos modos».

Dos horas después dejaba yo Verona, y me dirigía al Instituto de La Palma para entregar al P. Ludovico de Casoria cuatro chicos que no podían soportar el clima veronés.


[857]
Conversando con el P. Ludovico vine a saber que la obra del P. Olivieri era objeto de una terrible hostilidad, tanto por parte de los turcos como de bastantes cónsules europeos.


[858]
El año anterior, regresando a Egipto desde el centro de Africa, yo mismo fui testigo de las aflicciones de D. Blas Verri, con quien fueron encarceladas cinco negras, a las cuales, tras el informe de unos señores del consulado inglés que se habían mostrado siempre contrarios a los progresos del catolicismo, el gobierno egipcio consideró como esclavas.

Después de la guerra de Oriente, en las estipulaciones del Tratado de París había quedado prohibida la esclavitud y la trata de negros, y esta ley justa, que había sido promovida por la sociedad europea y por el Evangelio, fue manipulada, malinterpretada y cambiada por los turcos. De este modo, consideraron a D. Olivieri y a su compañero D. Blas Verri como esclavistas, porque éstos adquirían con dinero a las pobres negras de manos de los chilabas (mercaderes de esclavos). Por otra parte, yo ya me había enterado de que los más implacables enemigos del P. Olivieri eran los señores del consultado inglés de Alejandría, los cuales habían asegurado al bajá que los sacerdotes católicos practicaban el comercio de esclavos, y que había que poner fin a este desorden. Esos falsos informes de los ingleses y la errónea interpretación que el gobierno egipcio hacía del rescate de esclavos causaron a D. Verri grandes disgustos e innumerables dificultades. En conocimiento de todo esto, y habiendo oído que la lucha contra la obra del P. Olivieri continuaba, decidí ir a Roma, donde esperaba conseguir buenas recomendaciones para el consulado inglés de Egipto.


[859]
Dios realizó mi deseo. Mons Nardi, amigo y bienhechor de mi Instituto, me condujo hasta lord Hennesy Pope, miembro de la Cámara de los Comunes de Londres, el cual, sabido el objeto de mi viaje, me proporcionó una carta de recomendación de Odo Russel, embajador británico en Roma, mediante la que solicitaba al cónsul general de Su Majestad británica en Egipto que me otorgara plena protección y me obtuviera del bajá de Egipto autorización para llevar de Alejandría a Europa todos los negros que yo le presentara, los cuales a partir de entonces no serían ya esclavos, sino individuos totalmente libres. Al enviarme esta carta, lord Hennesy Pope me escribió también que, en caso de encontrar en Egipto dificultades por parte del consultado inglés o del gobierno egipcio, me podía dirigir a Londres, a la Cámara de los Comunes, donde él se complacería en concederme protección para que yo pudiera llevar a cabo mi empresa.


[860]
Recibida la bendición del Santo Padre, con esta carta de recomendación y con bastantes otras que me podían ser de utilidad en muchos consulados de Egipto, dejé la Ciudad Eterna, y en Civitavecchia monté en el Carmel, barco francés que me llevó hasta Malta. Este viaje en el Carmel resultó más feliz que el que había realizado a bordo del Stella d'Italia de Génova a Nápoles, en el cual mis cuatro negros lo pasaron muy mal. Pero todavía más peligroso fue el viaje de Malta a Alejandría en el vapor francés Euphrat, que parecía naufragar a causa de una terrible tormenta, la cual nos sumió en un gran miedo. Con la ayuda de Dios llegamos a la costa africana, ante Alejandría.


[861]
En El Cairo tuve la suerte de hablar con el P. Anastasio, polaco, que acababa de llegar de la India. Se había enterado de que tanto en Bombay como en las costas de Malabar había un gran número de negros, que yo podría adquirir con gran facilidad. También a él le habían ofrecido bastantes de esos negros, pero no había podido aceptarlos porque no sabía qué hacer con ellos. No queriendo detenerme más en Egipto, salí en tren para Suez, donde me embarqué en el Nepual, un vapor de la compañía inglesa de navegación peninsular-oriental. Por un pasaje de segunda tuve que pagar 450 fr.

Tras siete días de peligroso viaje por todo el mar Rojo, llegué a Adén.


[862]
Me abstengo de hablar de mi breve visita a Bombay y a las costas de Zanguebar, porque estas escapadas no tuvieron éxito, ya que todos los negros que encontré, o estaban trabajando para los indios o con los católicos portugueses, o no me fueron entregados. Voy a detenerme tan sólo en lo que me ocurrió de interesante en Adén.


[863]
Creo necesario explicar el fenómeno de que se encontrasen tantos negros en la costa de Arabia. Al comienzo de 1860 muchos chilabas (traficantes de esclavos abisinios) recorrieron su país y las extensas regiones de los Gallas, Tigré, Ankober, Gudru, Omara, de los Aschalla, de Damo, Nagaramo, Dobbi, Ammaya, Sodo, Nono, Sima, etc. y capturaron más de cuatrocientos esclavos, varones y hembras. Es horrible la manera como estos ladrones se apoderan de los pobres negros. Se sirvieron de la hospitalidad encontrada en algunas familias gallas para conocer con precisión las futuras presas, y de noche robaron a los niños, los montaron sobre sus caballos y dromedarios y huyeron hacia el sur. Muchos padres que comprendieron el peligro en que se hallaban sus hijos fueron asesinados al oponerse al monstruoso robo.


[864]
Nuestro pobre Pedro Bullo había sido robado de manera similar. Se había alejado un poco del tukul donde vivía con sus padres, para jugar con los otros niños, cuando recibió de un chilaba, Haymin Badassi, unos frutos del bosque, y fue conducido cada vez más lejos de la casa junto con la mayoría de sus compañeros de juegos. Pero de repente los chilabas se apoderaron de él y de los otros chicos y los montaron en sus caballos. Para impedir que gritase, lo amordazaron sólidamente, y además le envolvieron la cabeza con vendas de algodón, quitándole así toda posibilidad de ver y de gritar. Pero esto no evitó los gritos de los otros niños que habían sido raptados, y cuando la madre de Pedro corrió en aquella dirección y entre lamentos reclamó a su hijo, cayó al suelo muerta de un lanzazo.


[865]
Durante tres meses, los chilabas viajaron siempre hacia el sur. Luego se reunieron todos en las costas de Zanzíbar, donde cargaron cuatrocientos negros, que en su mayor parte eran niños, en tres barcos de vela, y zarparon hacia el golfo Pérsico y Mascate, en cuyos mercados, como también en los del interior de Arabia, pensaban vender a los niños. Hay que decir que las potencias europeas no vigilan en estos países la trata de esclavos, por lo cual puede ser practicada en ellos sin miedo al castigo. No puedo expresar cuánto sufrieron las pobres criaturas en el viaje de Zanzíbar al cabo Guardafui. En Adén me enteré por muchos que habían ido en esos barcos árabes, que los niños habían recibido de comer una vez cada tres días, y que algunos que sucumbieron al hambre, o murieron a consecuencia de malos tratos o de otros sufrimientos, habían sido arrojados al mar. Bastantes de ellos murieron también el el viaje entre el país de los Gallas y las costas de Zanzíbar.


[866]
Además, cuando los tres barcos doblaban el cabo Guardafui, fueron asaltados por los somalíes. Estos habitantes de aquellas costas, aunque también negros, habían recibido del gobierno inglés el encargo de vigilar la trata de negros y denunciar al gobernador de Adén todos los que fueran encontrados en posesión de negros y resultaran sospechosos de ejercer la trata en las costas de su vasto país. Se apoderaron de los niños y de los practicantes de este infame tráfico, los cuales, sin lograr su intento, previamente habían tratado de instigar contra ellos a los negros, sobre todo a los más fuertes, que había en los barcos, diciéndoles que los somalíes los iban a matar a todos. Entonces los somalíes abordaron las embarcaciones, ataron a los esclavistas y a los chicos más peligrosos y se dieron a la vela hacia la costa de Adén. Acercándose a esta ciudad, les salió al encuentro un grupo de soldados ingleses. Los traficantes y los dueños de los barcos, que temiendo haber incurrido en pena de muerte temblaban de miedo, hicieron los últimos esfuerzos por incitar a los chicos a la rebelión contra sus captores, asegurándoles nuevamente que éstos los matarían a fuerza de sufrimientos y palizas, y que antes los alimentarían abundantemente para, una vez muertos de la manera antedicha, prepararlos a modo de comida.

Y los chicos, en efecto, se rebelaron y arrojaron a algunos somalíes al mar, pero al mismo tiempo hubieron de lamentar la muerte y las heridas de bastantes de sus compañeros. Nuestro pequeño Pedro no había tenido que sufrir ninguno de los malos tratos a que habían sido sometidos. Finalmente llegaron a Adén, y desembarcaron. Allí fueron rodeados por los soldados ingleses y conducidos a una gran plaza, donde tuvieron que permanecer más de un día.


[867]
No digo nada de la disipación que en el viaje de Zanzíbar a Adén pudo reinar entre aquella masa de pobres chicos y chicas, que en los barcos iban fuertemente atados juntos como cabras, y que eran abandonados al arbitrio de hombres inmorales y bestiales, los cuales los custodiaron y acompañaron durante más de un mes. Qué suerte corrieron los esclavistas, esos instrumentos de la injusticia, no puedo decírselo, porque de esto no supe nada de cierto en Adén. Sé únicamente que los jóvenes, días después de su llegada a Adén fueron dispuestos en fila india en medio de una gran plaza, donde luego chicos y chicas fueron emparejados de manera definitiva según la estatura. De esos matrimonios se realizaron más de un centenar en un solo día. Luego, los ingleses pusieron a todos en libertad. Muchas de esas parejas negras, que eran fuertes y aptas para el trabajo, fueron embarcadas y llevadas a Bombay y a las costas de Malabar.


[868]
Cierto número de chicos que por su corta edad no eran aún aptos para el matrimonio se quedaron en Adén. Allí, catorce chicos y tres chicas fueron colocados con un comerciante español para limpiar el café en sus grandes almacenes. Este comerciante era el Sr. Buenaventura Mas, a quien tenían en grandísima estima tanto la Misión como el Superior de la misma, un capuchino español. Entretanto, a nadie se le había ocurrido ocuparse de los pobres negros. Nadie pensó en proporcionarles el mayor beneficio, la mejor bendición del cielo, la fe católica.


[869]
Pero la divina Providencia, siempre abundante en misericordia, les envió a Adén un ángel de paz en la persona de Mons. Spelta, obispo de Hu-pe, visitador apostólico de China, que a su paso por Adén se detuvo allí seis horas. Enterado de la historia de estos niños, indujo al Prefecto apostólico de Adén, el P. Juvenal de Tortosa, a interesarse por ellos, instruirlos, hacerlos participar en los trabajos de la estación misionera y enviarlos a Europa, donde bastantes Institutos se encargarían de su educación y sabrían meterlos por el buen camino. El P. Juvenal siguió el consejo del obispo y distribuyó a los niños por las casas de los católicos, quedándose él con tres para el servicio de su casa. Cada noche se reunían en la casa de la Misión. Allí, con extraordinario celo, un soldado irlandés les enseñaba mecánicamente el catecismo inglés, que los niños aprendían de memoria de modo no menos mecánico. Y como tenían gran talento, aprendieron también muy pronto la lengua hindí, hablada en Adén como el árabe.


[870]
A mi llegada a Adén encontré doce chicos y dos chicas (gallas) en las condiciones mencionadas. Mi primer pensamiento fue ocultar el objeto de mi viaje a todos, incluso al mismo P. Juvenal; luego, por mi propio interés, me ocupé sobre todo de no despertar sospechas en el gobierno ni en el clero inglés, ya que este último mira con ojos desconfiados la llegada de cualquier extranjero, y más si es sacerdote. Por eso el P. Juvenal creyendo que yo estaba de paso, me contó abiertamente toda la historia de los niños. Procuré estudiarlos bien, y a tal fin fui a verlos a sus habitaciones. Ya había tenido un primer contacto con ellos en la casa de la Misión una noche en que se habían reunido para aprender las oraciones y el catecismo católico. Finalmente puse los ojos en nueve niños, entre los que estaba también nuestro Pedro Bullo, quien, aunque era de los más pequeños, revelaba una inteligencia extraordinaria, y una rara docilidad, unida a una gran sumisión a la gracia de Jesucristo; se podía esperar de él que llegara a ser un católico ferviente y útil. Los otros chicos no me parecían adecuados al fin de mi Instituto, y las chicas se negaban a seguirme.


[871]
En este punto expuse mis planes al P. Juvenal, el cual me ayudó a conseguir mi intento. Fue a visitar a los amos de los chicos y les indujo a entregármelos. Naturalmente, yo traté por todos los medios ganarme el corazón de los niños. Y todos, excepto Antonio Dubale, se decidieron a seguirme a Europa.

Nuestro Pedro, que vivía en casa de un médico indio, era incapaz de estar lejos de mí más de dos horas. Declaró luego a su amo que ya no le pertenecía a él, sino a mí, y quiso además vivir conmigo en la casa de la Misión. En vano el médico indio pedía al pequeño que siguiera con él hasta el día de mi marcha, cuando él le daría permiso para seguirme: Pedro no quiso, y se vino conmigo. Y armó tal algazara por mi causa, que en su entusiasmo puso también a mi favor al hijo del médico; de modo que el indiecito, de doce años, venía frecuentemente a verme a la casa de la Misión y me pedía que le aceptara también a él para los colegios de Europa; y a pesar de que yo me negaba siempre, él no dejaba de suplicarme a cada instante que lo llevase conmigo a Europa. Un día en que había repetido su cantinela larga e insistentemente, le dije: «No te puedo llevar porque tú no eres negro, y mi Instituto está fundado sólo para negros». «Entonces –respondió– probaré a pintarme de negro con tinta, y podré venir a quedarme contigo; dejo con gusto a mi padre para seguirte a ti».


[872]
Tuve que sudar lo mío para conseguir a Juan y a Bautista; pero al final, con la ayuda del P. Juvenal, pude tener más de ocho chicos. Ahora me quedaban por superar las dificultades más graves, que tenía que temer por parte del gobierno inglés de la India, dado que es siempre contrario al catolicismo. El P. Juvenal no podía ayudarme en eso, porque estaba en malos términos con el gobernador, que le había obligado a pagar el 4% de impuesto por la iglesia y consideraba como cosa privada el mobiliario de la iglesia y los ornamentos sacerdotales.


[873]
Lleno de confianza en Dios, que murió también por Africa, me presenté al gobernador y le rogué que preguntase a los dos chicos que yo le llevaba si querían seguirme a Europa. Le supliqué, además, que si veía que ellos habían llegado de propia voluntad a tal decisión, los pusiese en libertad, les diese un pasaporte, e hiciese el favor de inscribirlos como súbditos anglo-indios. Aunque al principio puso algunas pegas, luego me concedió lo que deseaba. Eso me dio ánimos, y pensé traerle también los otros seis jóvenes gallas; pero él no quería saber nada de eso. Sin embargo, a base de acosarlo con mis súplicas, lo induje a pedir consejo a los miembros de la junta de gobierno, entre los que también estaba el pastor inglés. Discutieron el asunto, y salió a relucir la sospecha de que yo hubiese venido a hacer prosélitos; además declararon que yo actuaba contra la ley, que prohíbe el comercio de esclavos.


[874]
Decidieron, por tanto, no complacerme. Entonces yo declaré a la asamblea que me dirigiría al mismo gobierno central para obtener protección para esos pobres niños, que querían hacer uso pleno de su libertad y, siguiendo su deseo, venirse conmigo a Europa. Pero todo era inútil. Demostré entonces al gobernador que él estaba obligado a proteger la libertad de estos niños que quedaban en territorio británico, y que si él les daba permiso para seguirme no hacía sino proteger su libertad. Le expuse también otras razones y argumentos para obtener la protección inglesa, y al fin decidió ver a los niños. Así pues, presenté al gobernador, consejero municipal Playfair, los niños, a los que antes había aleccionado bien sobre el modo en que tenían que responder. El los examinó a todos, uno por uno, dio a todos la declaración de libertad junto con un pasaporte indio y los inscribió como súbditos británicos. Con esos tres documentos, yo estaba seguro de poder llevar conmigo a los ocho niños gallas.


[875]
Ahora me faltaba Antonio, que, aunque por su gusto me habría seguido, no se había decidido a hacerlo todavía, porque su amo, un inglés de nombre Greek, que lo trataba muy bien, no quería dejarlo. Este, en cuanto se dio cuenta de que me quería llevar al pequeño, lo cual él temía mucho por los excelentes servicios que le prestaba en casa, le prohibió frecuentar la casa de la Misión. Pero Antonio que, como inteligentísimo que era, comprendía que si se quedaba en casa de su amo no podría abrazar el catolicismo, se decidió a seguirme contra la voluntad de aquél. Cuando el Sr. Greek (empleado del gobierno) descubrió la intención de su negrito, ya no lo dejaba solo un momento, y lo llevaba siempre consigo a su oficina por temor a que yo, aprovechando su ausencia, convenciese al chico a seguirme. Y ciertamente tenía razón. Yo fui más de una vez a casa del Sr. Greek y le rogué que me cediera el muchacho, mas todas mis súplicas fueron inútiles. Entonces mandé al P. Juvenal a casa del funcionario inglés; pero éste le contestó que si el Sr. Comboni seguía insistiendo en llevarse al pequeño y en pedírselo al gobernador, podía llegar a ocurrir que perdiese también los otros chicos.


[876]
El P. Juvenal me trajo esta respuesta, que yo interpreté en un sentido favorable para mí. Dos días después fui a su oficina, que se encontraba en la casa del gobernador, y hablamos de política, de comercio, de la gloriosa historia de Inglaterra, de sus conquistas, del influjo que ejerció en la civilización de América y de Australia. Después de haber estado conversando así una hora, llegó gente a la oficina para resolver sus asuntos. El Sr. Greek parecía dispuesto a quererme despedir, pero yo hacía como que no me daba cuenta. Dejé entrar mucha gente y yo me retiré un poco atrás para observar los cuadros y las cartas geográficas en aquella parte de la sala donde estaba Antonio. Cuando observé que el Sr. Greek estaba muy ocupado con las personas que habían venido a verle, me fui acercando despacio a la puerta, hice a Antonio una seña para que me siguiera, y con él abandoné la oficina sin que se diera cuenta el inglés. Inmediatamente fui a ver al Sr. Playfair, le presenté a Antonio y le dije: «Este es otro chico que quiere seguirme; tenga la bondad de hablar con él, y si verdaderamente ve que desea ser alumno de mi Instituto de Verona, declárelo libre, expídale un pasaporte e inscríbalo en el registro de súbditos británicos». El gobernador accedió a todas mis peticiones.


[877]
En cuanto volví a la casa de la Misión, dije al Prefecto Apostólico: «Aquí está el chico deseado. Vaya a ver al Sr. Greek y dígale que he seguido su sugerencia. Dígale que por medio de Ud. me hizo comprender que si quería tener el chico, debía dirigirme al gobernador; ahora tengo al niño precisamente porque he ido a ver al gobernador, el cual me ha concedido todo, como, como Ud. puede ver pos estos papeles». El Prefecto fue a ver al Sr. Greek y le contó todo. El Sr. Greek estaba furiosísimo, y vino a la casa de la Misión, amenazándome con pegarme y hacer que quitasen todos lo niños.


[878]
Quería arrebatarme con la violencia al pequeño Antonio, pero yo le dije: «Señor, con su conducta se está comprometiendo, al actuar contra la voluntad del negro, que quiere venirse conmigo. Si se apodera del niño por la fuerza, se pone en contra de la ley, y se hace culpable del delito de los chilabas y acreedor del mismo castigo que ellos. El gobernador no puede mover un dedo contra mí ni contra el chico, porque tengo en poder la autorización legal escrita, que mostraré al gobierno de Londres, en caso de que se atreviese a pedirme los documentos. Entonces Ud., como el gobernador, recibirían el castigo a su injusticia». Estas palabras mías y los argumentos del Prefecto apostólico desarmaron al Sr. Greek, que bebió con nosotros un par de botellas de buen Porter (cerveza inglesa), y nos hicimos amigos.


[879]
En Adén podía contar sólo con nueve niños, y éste era un número demasiado pequeño para el objeto de mi viaje. En el Napaul supe por un misionero, quien iba a un congreso de misioneros que iba a tener lugar en la parte sudoriental de Madagascar, que en el canal de Mozambique había un gran número de esclavos negros, los cuales eran vendidos a 50 fr. cada uno. El Sr. Mas, de Adén, quien había estado muchas veces en Mozambique y tenía un intenso comercio con las islas adyacentes Mayotte, Nos-Beh y las Comores, me confirmó la verdad de ese informe. Me prometió su protección y el transporte gratuito de los negros desde Mayotte a Marsella, y precisamente en sus barcos, los cuales debían tomar la ruta del cabo de Buena Esperanza y subir por el océano Atlántico. Pero, ¿cómo poner en ejecución este plan, cuando no me quedaban más que 600 fr.? Antes de mi marcha, mi Superior, D. Mazza, me había dado 2000 fr., diciéndome: «Toma este dinero; es todo lo que tengo. Ruega al buen Dios que haga que me llegue más, y entonces te mandaré otra buena cantidad». Supliqué al Señor con insistencia y constancia; pero el Señor no oyó mi ruego, porque mi Superior en todo el viaje no me mandó ni un céntimo.


[880]
Entonces decidí aplazar la realización de todo mi plan, ir a Europa y tratar con el P. Olivieri de la compra de los negros de Mozambique. En efecto, propuse este asunto en El Cairo a D. Blas Verri, que me parecía muy dispuesto a seguirme a la costa sudoriental de Africa; pero cuando me aconsejé con el P. Olivieri, el santo anciano me contestó que no se sentía en condiciones de poner en práctica ese inmenso plan, ni de luchar contra las inmensas dificultades y peligros que eran de esperarse del viaje alrededor del Cabo y por el océano Atlántico.

Seguí, pues, en Adén con mis nueve chicos y con los 600 fr. que me quedaban, y con semejante cantidad no sabía cómo hacer para trasladarme a Europa. Pero la Providencia siempre acude en socorro cuando se trata de ejecutar obras que redundan en gloria de Dios. Y muy pronto llegó a Adén una fragata francesa, la Du Chayla, a cuyo mando estaba el capitán Tricault, el actual secretario general de la marina francesa en París. La fragata, que venía de China y se dirigía a Suez, llevaba a bordo a S. E. el barón Cross, embajador extraordinario en las cortes de Japón y de China. El barón Cross había acordado un tratado comercial entre Francia y el Celeste Imperio. Me presenté al comandante y al embajador y les hablé de Africa Central y del objeto de mi empresa; les dije también que yo podía hacer de capellán del barco, dado que éste había caído enfermo en Ceilán. El barón Cross y el señor Tricault tuvieron así la generosidad de concederme pasaje y alojamiento gratuito en la fragata desde Adén hasta Suez no sólo a mí, sino también a mis nueve negros.


[881]
El viaje por el mar Rojo fue realizado en once días; pero entre Moka y Suakin nos sorprendió una furiosa tormenta que culminó a la altura de Dieddah. Finalmente, el 25 de marzo arribábamos a Suez, y 19 cañonazos saludaban la presencia del embajador francés en suelo egipcio. El 26 llegamos a El Cairo junto con Said Bajá, virrey de Egipto, el cual volvía de una peregrinación a La Meca. Mis negros se encontraban estupendamente. Apenas llegado a El Cairo, fui a ver a S. E. Sir Colquehonn, agente y cónsul general de Su Majestad británica en Egipto, para entregarle la carta de recomendación del Sr. Odo Russel, embajador inglés en Roma. En esa carta se rogaba el gobierno inglés que dejase pasar de Alejandría a Europa a todos los chicos que llevaba conmigo.

El cónsul general me recibió con mucha cortesía, y fuimos juntos a ver al Bajá. Habiéndole mostrado los pasaportes y el documento en el que los niños eran declarados súbditos británicos de la India (porque Adén está bajo la jurisdicción del gobernador general de Bombay) se me extendió un firmán suscrito por el Bajá, en el cual se ordenaba al jefe de la aduana de Alejandría que dejase pasar a los pequeños indios que acompañaban a Daniel Comboni. Entonces, al haberme salido tan bien este asunto, el Sr. Kirchner, provicario apostólico de Africa Centra, me confió una jovencita llamada Catalina Zenab.


[882]
Catalina vivía con las Hermanas del Buen Pastor, y nos había ayudado a componer un vocabulario, tiempo atrás, cuando trabajábamos entre los Kich, que se hallan junto al Nilo Blanco, a 6° de latitud norte.

Luego partí para Alejandría con los nueve chicos, y rogué a las Hermanas del Buen Pastor que me llevaran dentro de dos días también a la negra Catalina Zenab. Encontrándome en graves apuros pecuniarios, lo primero que hice fue buscar un viaje gratis a Europa. La Providencia me ayudó de nuevo: en la oficina del vicealmirante francés se me concedió el viaje de Alejandría a Marsella, teniendo que pagar sólo 400 fr. por la comida. Entonces hice que suscribiera el firmán el gobernador de Alejandría, Rashid Bajá. Del cónsul general austríaco obtuve también, para Catalina Zenab, un documento mediante el cual era declarada súbdita austríaca, como proveniente de la casa de la Misión austríaca de Jartum. Cuatro horas antes de la partida del Marsey, me dirigía al puerto con los nueve chicos para embarcarnos, habiendo encargado previamente a dos monjas de la Caridad que un par de horas más tarde me trajesen al barco a la negra.


[883]
El año anterior habían detenido al P. Olivieri con sus cinco negros, y ahora se sospechó que yo podía ser un ayudante suyo y que hubiese comprado negros para llevarlos a Europa. Por eso se me obligó a entrar con los chicos en la oficina del jefe de la aduana a explicarme mejor sobre el asunto de los esclavos. A mis negros los creían abisinios (y de hecho los gallas tienen la misma tez e idéntica finosomía). Saqué del bolsillo el firmán del Bajá y el jefe, o mejor, el jeque, lo leyó, observó atentamente las caras de los niños y exclamó: «Estos chicos no son indios, sino que vienen de Abisinia. El Bajá –continuó– no los ha visto, porque de lo contrario ciertamente no hubiera extendido este firmán». Entonces yo saqué los papeles del gobernador de Adén, mientras le hacía observar que si los niños no hubieran sido indios, el gobernador de Adén no me habría expedido ningún pasaporte. Yo insistía en que los niños eran realmente súbditos del gobierno inglés. El jeque nos hizo rodear de guardias, a quienes ordenó que nos condujesen a una dependencia del edificio de la cárcel donde se custodiaba a los acusados antes de la condena.


[884]
Todas mis protestas de inocencia fueron vanas, e ineficaces cuantas razones arguí para inducirlos a que me dejasen ir con los chicos al barco francés. Incluso se ordenó nuestro ingreso en prisión. Me preocupé ante todo de hacer que me devolviera el jeque todos mis papeles, porque más tarde podían servirme para hacer valer mi inocencia, y además hice llegar a las buenas monjas de la Caridad una carta en la que les rogaba que tuvieran a la negra en el convento hasta nuevas noticias. Luego fuimos llevados a la cárcel. Allí estuvimos un par de horas, durante las cuales los oficiales turcos de guardia dirigieron a los niños mil preguntas. A mí me amenazaron con pegarme tres tiros en el pecho. Yo sonreía sin responder nada, mientras en hindí, que en Egipto no es comprendido, ordenaba a los chicos: «Tanda Makharo, chiprausap boito –estaos quietos y guardad silencio–, daiman chiprau daiman chiprau -guardad silencio y no contestéis».


[885]
Al cabo de un par de horas, dije a uno de los oficiales: «Llame al jefe de la aduana o lléveme hasta él». Repetí con energía esta petición, y entonces él decidió ir a buscar al jeque y traerlo. En cuanto entró, le dije: «Usted me está reteniendo aquí dentro, ¿no sabe que soy europeo? Su delito le costará caro. Y él me respondió: «Usted ha comprado abisinios en El Cairo o en Alejandría, y a fin de podérselos llevar desde Alejandría a Europa, lo que ya de por sí está prohibido, ha sobornado a algunos funcionarios del consulado inglés para conseguir los papeles con que los niños son declarados indios. Pero yo sé distinguir muy bien los indios de los abisinios, porque los negros llevan el pasaporte en sus caras. Estos son abisinios que usted ha comprado a pesar de la reciente prohibición de Said Bajá; por eso pagará cara su infracción»


[886]
Mis intentos de probarle que los niños eran indios y no abisinios y que venían de la India (en efecto, Adén, en cuanto a gobierno, depende de la India) no tuvieron éxito. Con igual resultado le probé que Egipto tendría que rendir cuentas a Inglaterra del abuso que uno de sus aduaneros cometía contra la libertad de un europeo y contra súbditos de la Corona británica, todos provistos de los necesarios pasaportes. Finalmente le dije con tono severo: ¿No sabe que soy europeo? No sabe que teniéndome en prisión a pesar de que todos mis papeles están en regla, comete un delito? Si dentro de tres horas no me ha puesto en libertad, le garantizo que usted no estará seguro de conservar su cabeza; sabré hacer de modo que sea castigado con la muerte, por haber metido en la cárcel a un europeo. Aunque yo fuese culpable de los más graves delitos, usted no es quién para tenerme preso; y entonces debería conducirme ante el representante de mi nación, del Cónsul, porque sólo él tendría derecho a juzgarme. Yo conozco las leyes de aquí mejor que usted. ¡Ay como no me ponga en libertad!».


[887]
Estuvimos hablando de modo animado seguramente otro cuarto de hora; mientras, el jeque se había dejado atrapar nuevamente por un gran temor. Se disponía a marcharse cuando se volvió atrás para ponerme en libertad. Antes de seguirle ordené en hindí a los niños que no hablasen en árabe, ni en abisinio, ni en galla, sino que guardasen el más riguroso silencio, porque de lo contrario corría peligro su cabeza. Al salir de la cárcel, dije en árabe al jeque: «Hoy me ha tocado a mí, mañana a ti», palabras que le hicieron presa de un gran miedo.


[888]
Enseguida me dirigí a ver al Sr. Sidney Smith Launders, cónsul comercial británico en Alejandría, a quien concernía mi problema, dado que en Egipto era considerado como un asunto de comercio. Le entregué una carta que le había escrito para mí desde El Cairo el cónsul general inglés Colquehonn, y le expliqué la situación en que me encontraba. El cónsul me trató muy amablemente, pero quedó sorprendido de mi súplica, y me negó su ayuda; pues ocurría que ya había tenido que mezclarse otras veces en estos asuntos de negros del P. Olivieri, lo cual le había creado muchas dificultades, porque, tratándose de negros, había encontrado al gobierno egipcio siempre hostil. Le supliqué con lágrimas en los ojos que aun así me prestase apoyo ante el Bajá de Alejandría, y que hiciera valer ante él el firmán del virrey Said, que contenía órdenes. Aun lamentándolo, me negó su asistencia. Entonces yo le dije con toda energía: «Usted está obligado a interesarse ante el Bajá por estos negros, que ya no son esclavos, sino súbditos británicos. El gobierno egipcio, habiéndolos metido en prisión y no dejándolos marchar de Alejandría, ha abusado de su poder, ha lesionado los derechos de unos hombres libres, y ha ofendido al gobierno inglés despreciando el sello y la firma de un gobernador británico. Usted en Alejandría representa a Inglaterra, así que debe vengar la afrenta cometida contra ella y sus autoridades».

Entonces el cónsul reconoció cuál era su deber y quiso prestarme su protección; pero le costaba mezclarse en este asunto. Muy contrariado por esto, le dije: «Si no se convence usted de que el nombre del gobierno inglés ha sido gravemente ofendido por el gobierno egipcio al negarse a dejar zarpar desde Alejandría para Europa a esos niños, súbditos de su Majestad la reina Victoria provistos de pasaportes británicos, me siento obligado a ir yo mismo a Londres y exponer el asunto al mismo gobierno inglés, un paso que no le reportará a usted ninguna alabanza. Comprenda que por su cargo está usted obligado a proteger a esos niños y a impedir que le nombre de Inglaterra sea despreciado».


[889]
Sir Sidney se dio cuenta por fin de lo que tenía que hacer, y cuando fui a ver a Rashid, el gobernador de Alejandría, me dio su intérprete. Mis amenazas habían producido en el jefe de la aduana tal impresión que inmediatamente después de mi liberación de la cárcel se había presentado ante el Bajá, contándole a su manera el asunto de los negros. Llegados al Diván ante el Bajá Rashid, tomé la palabra y dije al Bajá: «¿Por qué sus aduaneros no han permitido a mis pequeños indios pasar por el puerto de Alejandría hasta el barco francés, a pesar de llevar los pasaportes en regla y el firmán del Effendina (=nuestro señor) el virrey de Egipto?» «Mis funcionarios han cumplido con su deber –respondió el Bajá–, porque esos niños no son indios, como usted ha declarado ante el Effendina Said. Estoy convencido de que son esclavos abisinios que usted ha comprado en El Cairo o en Alejandría, y de que para poder llevarlos a Europa ha corrompido a algunos funcionarios del consulado inglés, los cuales luego han abusado del sello y del visado del cónsul, habiendo declarado que los niños no eran abisinios sino que procedían de la India. Los indios no son negros, y esos niños lo son. El virrey se dejó engañar por la declaración de los funcionarios ingleses, y les concedió un firmán sin haber visto a los niños. Y usted ha cometido un grave delito que le costará muy caro; se lo aseguro por el Dios misericordioso y bueno: bism Allah errahmán errahim».

A esta acusación era fácil contestar.


[890]
Respondí a Rashid Bajá: «Estos niños no son abisinios, sino indios, y el que le ha dicho que son esclavos que he comprado en El Cairo o en Alejandría es un embustero: son indios que vienen directamente de la India. Puede dirigirse para esto al cónsul francés, que ha oído hablar mucho de mí y de mis chicos, y al embajador francés en China, que pasó por Alejandría hace una semana. Esto se lo pueden confirmar tres señores que actualmente se encuentran en la ciudad. También pude mandar telegrafiar a Suez, donde se halla el Du Chayla, que me trajo a Egipto con los niños. Además debe dar valor al firmán del virrey y a los documentos y pasaportes que me fueron entregados en las Indias. Usted es un hombre justo, un hijo del Profeta, el cual tiene los ojos puros, que no se dejan ofuscar por las nubes de la impiedad. Ejerza, pues, la justicia y cumpla con su deber: bism Allah errahmán errahim».


[891]
Rashid Bajá parecía convencido. Pero sus dudas no lo dejaban del todo en paz, porque me dijo: «¿Quién puede garantizarme que esos niños no son abisinios? ¿Quién puede probarme, en el nombre de Dios, que son indios y que no los ha comprado en Egipto?» «Estos documentos –respondí yo, mostrándole los pasaportes firmados en Adén– le demostrarán que lo que le digo es verdad. Si no nos deja pasar a mis chicos, desprecia el sello de la nación inglesa, y le juro por Dios que Inglaterra le pedirá una satisfacción: bism Allah».

Discutimos así, con apasionamiento, durante media hora; el Bajá tenía una letanía de objeciones, y yo otros tantos argumentos para dejarle bien claro que los niños eran súbditos del gobierno anglo-indio. El jefe de los aduaneros, que estaba presente, susurró al oído del gobernador que la tez de los chicos era de color negro. Entonces el Bajá quiso verlos, prometiendo que si eran blancos los pondría en libertad, pero que en caso contrario los mantendría en prisión. Ahora las cosas se me ponían difíciles, porque los niños eran negros; circunstancia muy peligrosa para mí, si bastaba para inducir aún más al Bajá a seguir el consejo y la opinión del jeque. Repetidamente el Bajá mostró deseo de ver a los niños, diciendo: «Presénteme a esos niños. Si son blancos, los pongo en libertad; si no, los mantengo bajo arresto». «Para decidir eso, no es necesario ver a los niños: el firmán del virrey y los pasaportes ingleses deben bastarle».


[892]
«Pero yo quiero ver a los esclavos», insistía él. Cuatro veces me negué a llevar ante él a los niños, porque me parecía muy arriesgado. Pero al final tuve que ceder a las órdenes del Bajá, y acompañado de dos guardias fui a buscarlos. Ellos estaban llenos de miedo, y en el encarcelamiento habían sufrido mucho. Les dije que los iba a presentar al gran Bajá, ante el cual no debían hablar árabe ni abisinio, sino sólo hindí, pues en ello les iba la cabeza. Esto se lo repetí muchas veces en hindí, y les exhorté a confiar en Dios que los salvaría.

Luego fui con los niños y con los guardias ante Rashid Bajá. En cuanto entramos en el gran diván, en el que estaban reunidas más de veinticuatro personas, todos exclamaron: «Homma, Hhabbaih Kollohom (todos son abisinios)». Yo decía que no, porque, aunque la fisonomía de los gallas sea como la de los abisinios, los gallas no son abisinios. Pero, aun así, continuaban diciendo que eran abisinios, y yo solo sosteniendo que eran indios. Después de una larga discusión, me dirigí al Bajá y le dije: «Bien, puesto que se empeñan en que mis chicos son absolutamente abisinios, mande llamar a algunos de los abisinios que viven en gran número en Alejandría. Ordéneles que hagan preguntas a mis chicos, y se verá claramente: si ellos hablan o comprenden el abisinio, usted está en lo cierto y podrá mantenerlos en prisión; pero si no entienden el abisinio, debe ponerlos en libertad».


[893]
Mi propuesta fue aceptada por todos los miembros del gran Diván. Se mandó llamar enseguida a tres abisinios que, en cuanto vieron a los niños, se dijeron uno a otro: «Estos niños son de nuestra tierra». Y les preguntaron: «¿De dónde venís? ¿Quién os ha comprado? ¿Dónde visteis por primera vez a vuestro amo?» Todas estas preguntas eran muy insidiosas, pero los niños no decían nada. Por el contrario, a cada una de ellas, dirigían hacia mí sus miradas, y yo en hindí les ordenaba callar. Un abisinio dijo a los niños: «Vamos, contestad, oh hijos del Profeta; vuestro señor os manda que contestéis». Pero ellos guardaban silencio. Así, los abisinios declararon que mis chicos evidentemente no entendían el abisinio, por lo que no pertenecían a su nación. En resumen diré que el Bajá mandó venir a unos indios que estaban empleados en el consulado inglés. Dirigieron toda clase de preguntas a los niños, y éstos respondieron bastante bien. Los indios declararon que los niños hablaban apenas un poco el hindí; pero yo afirmé que lo sabían bien.


[894]
En el diálogo, por poco no me comprometió el pequeño Bullo, al contestar una vez que era galla. Mas por suerte la respuesta, pronunciada tímidamente, no fue percibida, y con ayuda de Dios pude reparar el daño que me podía venir, dirigiendo la palabra a Juan, que sabía muy bien el hindí. Entonces, por fin, los indios declararon al Bajá que los niños eran indios. «Ahora reconozco que son verdaderamente indios», dijo él, y ordenó que los niños fueran puestos a mi disposición y que nos dejasen marchar libremente a Europa. Apenas el Bajá dio esta orden, el jeque se puso pálido. Acordándose de la frase que yo le había dicho «si en tres horas no me pone en libertad a los niños, juro por las barbas del Profeta que no volverá a estar seguro de su cabeza», pensaba que había sonado la hora de mi venganza; y por eso quería llegar al punto de volverme inocuo. Totalmente fuera de sí por el miedo, se acercó al Bajá y le dijo con decisión: «Effendina (señor nuestro), le juro por el Profeta que estos niños no son indios, sino abisinios. Yo he estado muchas veces en la India y nunca he visto indios de este color. Los indios son casi blancos, mientras que estos chicos son negros». Y en realidad tenía razón, porque el color de los indios es distinto del de los abisinios. Entonces el Bajá me ordenó que justificara aquello.


[895]
Yo me encontraba en un serio aprieto. Nunca había invocado con tanto fervor a Dios y a la Santa Virgen, Reina de la Nigricia, como en esta coyuntura donde con tanta facilidad podían ir al garete mis esfuerzos. Recobrando ánimo, eché una mirada de fuego al jeque y le dije en presencia del Bajá: «Muy bien puede ser que usted haya visitado muchas veces la India, pero no creo que haya estado en toda la India, porque, de lo contrario, sin duda habría visto indígenas de este color. La India es muy grande y, como es verosímil, usted tendría como meta de sus viajes los puertos, como Madrás, Calcuta, Bombay, Mangalore, etc.; pero desde luego no ha visitado el interior de la India, donde hay muchos territorios y ciudades que usted sólo conoce de nombre. ¿Cómo puede, pues, sostener que conoce las poblaciones de la India y manifestar la convicción de que mis niños no son indios?»


[896]
Ante estas palabras, el pobre jeque cayó en la más grande consternación y se vio completamente perdido. «Sí, tiene razón usted –respondió abatido–; nunca he estado en el interior de la India ni de los territorios indios de que me habla. ¿Se encuentran acaso cerca del cabo de Gal?» «Oh, no –repliqué– esos territorios están mucho más distantes todavía que el cabo de Gal». Se puede Ud. imaginar lo contento que me puse al ver al jeque volverse tan humilde, y cómo di gracias de corazón al Señor por su pronta ayuda. Después de esta violenta discusión, el Bajá se levantó de su asiento, tomó mis manos en las suyas y me dijo: «Oquod esteriahh (siéntese, descanse). Veo claramente que usted tiene razón y que estos niños son indios; sus palabras concuerdan perfectamente con sus documentos; de modo que ni siquiera voy a examinar sus papeles, porque me basta su palabra. Usted es hombre de verdad y de justicia; su boca sólo tiene que abrirse para ordenar a la mía hacer que se cumpla su voluntad».

Después de decirme estas palabras, mandó traer chibbuk y café. Fumé y bebí a la salud del Bajá, el cual me hizo las más lisonjeras promesas de amistad. Mientras, yo traté de dar otro sesgo al discurso, y le dije que era un hombre justo y que toda Alejandría resonaba de alabanzas a él. Esto era verdad. Luego, despidiéndome con el salam alek, me fui con mis chicos. Apenas terminé de bajar las escaleras del palacio, se me acercó el jeque y me dijo: «Su Alteza ha encontrado la justicia que merecía; yo creía que los niños eran abisinios, pero ahora estoy convencido de que son indios. Ojalá resplandezca su cara y su boca sólo hable de paz: la Allah ila Allah ou Mahhommed rassielallah (no hay más Dios que Dios y Mahoma es su profeta)». Entonces lo miré con ojos de fuego, y le respondí: «Si yo fuese musulmán e hijo del Profeta, como lo es usted, me vengaría de usted y su maldad le costaría cara. Pero aborrezco al Profeta y su Corán, que ordena la venganza; yo sigo el Evangelio de Jesucristo, que quiere que se perdone al enemigo. Por eso yo le perdono de todo corazón y quiero olvidar todo el mal que me ha hecho. Mis miradas son de paz, y mi boca ha dicho las palabras del perdón».


[897]
Apenas hube pronunciado estas palabras, el jeque se me arrojó a los pies y me besó el borde de la capa, exclamando: «La felicidad habite siempre en usted; bendita sea la barba de su padre y los ojos de su madre; ojalá conozca a sus hijos y nietos hasta la tercera y cuarta generación; ojalá sea eternamente feliz en el chaallah», etc. Luego se levantó, e intercambiados los «salamaleks», me encaminé hacia la casa donde había alojado a mis chicos a nuestra llegada a Alejandría.

Las anteriores disputas habían durado hasta la puesta del sol; por eso, mientras, el barco francés que nos debía llevar a Marsella había zarpado. Pero dos días después tomé el vapor del Lloyd austríaco, habiendo decidido navegar hasta Trieste por Corfú. La Embajada francesa había tenido la bondad de prestarme el dinero. Me hice dar 60 guineas, y quise marcharme cuanto antes, porque temía que los enemigos del catolicismo denunciasen al gobierno que mis niños no eran indígenas de la India. Habiendo llegado a un acuerdo con el agente del Lloyd austríaco para dejar en 1.210 fr. el pasaje de Alejandría a Trieste, embarqué en el Neptuno con mis nueve negros y con la negra Catalina Zenab.


[898]
Antes, llegados al puerto de Alejandría, habíamos encontrado al jeque, el cual nos tenía preparada una cómoda barca que nos llevó gratis al vapor austríaco. La travesía duró no cinco, sino ocho días, al encontrarnos en medio de una tremenda borrasca, la más furiosa que el capitán había conocido en veinte años que llevaba navegando por el Mediterráneo. Los niños se quedaron atónitos al contemplar los montes de la isla de Candía todos blancos: nunca habían visto la nieve. El Neptuno, que estaba mandado por uno de los mejores capitanes del Lloyd austríaco, por la costa dálmata tuvo que regresar a Corfú. Sin embargo, esta borrasca no fue la más tremenda de las 8 (ocho) que soporté en los viajes que esta pequeña empresa me había obligado a hacer. Pero evidentemente Dios me protegió hasta nuestra llegada a Verona, que tuvo lugar el 14 de abril de 1861. También la Providencia me ayudó a pagar pronto las deudas contraídas en Alejandría. ¡Alabado sea Dios eternamente!


[899]
Durante la estancia de mis negros en Alejandría, los musulmanes les habían contado que los europeos comprábamos a los negros para engordarlos y luego comérnoslos. La cabeza de los niños ya no se liberó de esta patraña, tanto más cuanto que se la habían oído ya antes a los musulmanes en Zanzíbar y Adén; y el más asustado de todos era Pedro Bullo.


[900]
Una vez en Alejandría, por una ventana que daba a su habitación, un árabe les había asegurado que los europeos mataban a los negros, y que con sus cabezas, luego de haberles sacado el cerebro, preparaban un exquisito asado. Al oír semejante cosa, el pequeño Pedro huyó de la casa, y sólo después de largas búsquedas pude encontrarlo en un mercado de Alejandría. Ahora, cuando en el Neptuno él se vio ante una mesa provista de variados manjares, no hubo manera de hacerle comer. Me miró varias veces todo desencajado, y luego me dijo: «Sé muy bien por qué nos pone delante tantas cosas; usted quiere engordarnos para después comernos». Pero en el viaje de Trieste a Verona logré persuadirlo de lo contrario.

Habiéndoseme presentado la ocasión propicia, un día le dije: «Oye, Pedrito, ¿sabes cuánto me has costado desde Adén hasta aquí?» «Mucho», me contestó. «¿Sabes acaso –continué– cuánto cuesta una vaca en tu país?» «Muy poco», pensó. «Pues bien, con los cientos de táleros que me has costado, en tu país yo bien hubiera podido comprar veinte vacas. Y si yo realmente te hubiese comprado con intención de comerte, sin duda habría sido un idiota, porque podría comer más con veinte vacas que contigo, que eres más pequeño que una sola vaca». Este razonamiento le convenció, como también a los otros niños, y ya no pensaron más que yo los había comprado para comerlos.


[901]
El pequeño Pedro poseía cualidades extraordinarias. Cuando fue raptado por los chilabas, sabía sólo el galla y el abisinio; pero en el viaje desde los Gallas a Adén y de Adén a Verona aprendió bastante el árabe, y precisamente la pura lengua del Yemen. Durante su estancia entre los indios de Adén aprendió bastante bien el hindí, y seis meses después de su llegada a Verona hablaba casi con fluidez también el italiano. En la escuela hacía grandes progresos; era de una perspicacia extraordinaria, y quería saber siempre la causa y el porqué de las cosas. En las escuelas públicas de Europa hubiera podido tener un éxito más brillante que los alumnos más aventajados. Pero lo que destacaba sobre todo era su modo de sentir estrictamente católico y su sublime concepto de la moral cristiana. Últimamente estaba tan grabada en su corazón que aborrecía el pecado de una manera que dejaba estupefacto.


[902]
Prefería las conversaciones devotas, y se entretenía preferentemente con la vida de Jesucristo, de sus santos y sobre todo de sus mártires. Además deseaba de una manera ardiente el martirio por Cristo Jesús; éste deseo me lo manifestó más de una vez. Era de natural colérico, pero para amansarlo bastaba sólo recordarle el Salvador crucificado. Que tenía una gran inclinación a la piedad, se puede ver por cuanto hemos dicho. Rezaba con un fervor ardiente, y el sonido de la campana llamándole a cumplir sus deberes religiosos era la cosa más agradable que podía oír. No me es posible describir la devoción y el recogimiento con el que dos veces a la semana se acercaba a recibir la sagrada Comunión. Aunque los chicos del Instituto de Verona solían confesarse sólo cada quince días, Pedro y la mayoría de sus compatriotas lo hacían cada sábado, y en las fiestas principales se acercaban a recibir los SS. Sacramentos. Pedro, Juan y Bautista eran modelos de piedad para todos los alumnos y para los mismos Superiores, que más de una vez aseguraron querer educar a doscientos gallas antes que a una docena de italianos y de europeos en general.

Nuestro Pedrito aborrecía de modo especial la mentira. Escuché a menudo la confesión de sus culpas y de las acciones que él consideraba pecaminosas, pero nunca se acusó de una sola mentira. Soy de la opinión que ello se debe en parte al carácter de los gallas, los cuales se diferencian en esto de los otros africanos, que nunca dicen la verdad y adulan a la gente. En cambio los gallas aman la verdad, y Pedro no habría dicho una mentira ni aunque con ello hubiera podido salvar su vida. Además poseía en alto grado las virtudes de la abnegación y de la humildad; siempre tenía miedo de obrar mal y solía preguntar a sus Superiores si esto o aquello era lícito.


[903]
No voy a mencionar las otras virtudes que adornaban su hermosa alma, inclinada a la meditación y a la soledad. En los últimos meses de su enfermedad estaba muy tranquilo y buscaba de manera muy particular el recogimiento; creo que esto tenía su porqué en la enfermedad que lo aquejaba. Cuando en octubre del año pasado viajé a Alemania, antes de mi marcha vino aún una vez más a mi habitación y me dijo: «Usted se va, Padre mío, pero no me verá más; porque cuando vuelva yo ya habré muerto; siento que voy a morir». En el verano lo habíamos exonerado del estudio y enviado a Roveredo, donde pasó tres meses al cuidado de un insigne doctor, y donde había sido puesto en pensión con una familia que lo estimaba mucho y lo trataba con delicadeza maternal. Volvió a Verona curado y reanudó los estudios; pero en septiembre lo volvió a golpear su enfermedad y, aunque se recuperó todavía un poquito, su vida fue ya hacia el ocaso.


[904]
En noviembre todos los gallas, excepto Antonio, fueron afectados por una enfermedad contagiosa que yo había visto solamente en Africa.

Se me aseguró que Pedro la soportó con admirable paciencia, incluso con alegría. Yo mismo, el pasado septiembre, le oí decir en medio de los dolores más atroces: «Todavía más, Dios mío; hazme sufrir más todavía, porque tú moriste en la cruz por mí». Con tales sentimientos, y habiendo recibido el santo Viático, fallecía en enero de 1864, resplandeciente de gloria celestial.



[Este informe de Comboni iba acompañado de la siguiente carta:]


[905]
Junto con ésta envío mi informe que, incluido en los Anales, ayudará a promover la buena obra a la que estamos consagrados.

Ante todo debo anunciarle que el pasado jueves, 19 de septiembre, me recibió en audiencia el Santo Padre. Así he podido hablar con Su Santidad de su Sociedad, y del Santo Padre he obtenido para ella, y en especial para los miembros de la Presidencia, una bendición que le envío mediante la presente. Informé a Su Em.a el Card. Barnabò, Prefecto de la S. Congregación de Propaganda Fide, del mucho bien que su preciosa Sociedad va haciendo, y también él bendijo su noble y difícil labor. Luego tuve carta de Marsella, en la que D. Blas Verri me comunica que D. Olivieri está gravemente enfermo y que va a morir.


[906]
He podido recoger muchas noticias sobre la vida de este hombre santo. Dos sacerdotes de la edad de Olivieri, que convivieron con él desde su infancia hasta 1840, me han dado abundante información sobre su vida antes del comienzo de su obra para el rescate de los negros. Casamara, Padre trinitario de Roma, y varias otras respetables personalidades, me han proporcionado muchos datos sobre la historia de su actividad misionera, y aún me darán más. Así, aunque el trabajo no sea fácil, con un poco de paciencia espero poder redactar una biografía completa de este hombre extraordinario.


[907]
En mi ausencia de Verona me sustituye D. Francisco Bricolo, Director del Instituto Mazza. Ahora me entero por medio de él de que también Antonio Dubale, que a mi marcha de Verona estaba sanísimo (como decía al principio de mi informe), ha sido afectado por la misma enfermedad, por lo que ya sólo queda sano Miguel Ladoh.


[908]
A Francisco Amano hubo que amputarle la pierna derecha. Pero puedo asegurarle a Ud. que todos son verdaderos modelos de abnegación y de piedad. Bautista, a quien se tuvo que amputar gran parte de los muslos, decía al cirujano y a los que le ayudaban: «Perdónenme si les causo tantas molestias, y les doy gracias de corazón por el cariño y la paciencia que tienen conmigo». Y durante la atroz operación no dejó nunca de rezar.

Salvador, Cayetano y Pedro han muerto.


[909]
Por lo que respecta al colegio de las negras, va estupendamente. Cuando lleguen los exámenes finales de este año y se repartan los premios, le nombraré las que más se hayan distinguido.

La innegable realidad, por una parte, de que los negros no pueden vivir en Europa, como dolorosamente lo hemos comprobado en Nápoles, en Roma y últimamente en Verona, y por otra parte el hecho de que los misioneros europeos no soportan el clima de Africa Central, me hacen pensar continuamente en el remedio, y me impulsan a poner en ejecución las ideas que se me ocurrieron el año pasado durante mi estancia en Colonia. En la actualidad me encuentro en Roma precisamente para tratar con la S. Sede, y en especial con la S. Congregación de Propaganda Fide, sobre un nuevo plan concerniente a la misión africana. Este plan, que he puesto por escrito y sometido a Propaganda, no se limita sólo a la vieja misión de Africa Central, sino que se extiende a toda la gran familia de los negros, abarcando así toda Africa.


[910]
Antes de que este plan obtenga la aprobación eclesiástica debo hacer un viaje, por encargo del Card, Barnabò, a fin de ponerme en contacto con todas las Sociedades y Compañías religiosas que han venido trabajando hasta hoy para la misión africana, y por tanto con el P. Olivieri, con D. Mazza, con el P. Ludovico de Casoria, con la Sociedad de la Propagación de la Fe de Lyón y de París, con la Orden franciscana, con las sociedades españolas, etc.


[911]
El Santo Padre, al que he expuesto mi plan, lo encuentra muy de su agrado y lo bendice. El, como me dijo, desea convocar a una batalla general todas las fuerzas que trabajan por la conversión de Africa, a fin de que «viribus unitis» tomen por asalto la cristianización de los negros. Creo que el Plan que he expuesto a Barnabò responde bien a tal fin. Naturalmente, cuando yo conozca las opiniones y deliberaciones de cada una de las sociedades y me haya hecho una idea precisa de las condiciones de Africa, y particularmente de la situación en los diferentes puntos de las misiones, le presentaré mi plan. Después, cuando con la ayuda y el consejo de muchos hombres expertos se hayan dado los primeros pasos, Dios nos mostrará sin más el camino adecuado para la rehabilitación de la raza negra.


[912]
Lo que intentan el Santo Padre y la S. Congregación es simple: no limitarse a una parte de Africa, sino abrirse a toda la raza negra. Al tener todos los pueblos de ésta las mismas costumbres, los mismos hábitos y defectos y la misma naturaleza, se puede ir al encuentro de todos ellos con los mismos medios y los mismos medicamentos.

Si es aprobado mi plan, la Sociedad de Colonia, a la que deseo una constante expansión, de arroyuelo se convertirá en un gran río.


[913]
Mientras, roguemos al Señor y a la Reina de la Nigricia que me bendigan a mí, que me he consagrado incondicionalmente a la conversión de Africa, y bendigan y propaguen mi plan, que estará destinado a proporcionar los medios para la realización de este proyecto.

Reciban Ud. y todos los miembros de la Sociedad las más sinceras expresiones de agradecimiento, estima y afecto.



Suyo afectísimo

Daniel Comboni Misro. Ap.



Original alemán.

Traducción de italiano.






118
Card. Alejandro Barnabò
0
Roma
20.10.1864

N. 118 (114) - AL CARD. ALEJANDRO BARNABO

AP SC Afr. C., v. 7, f 655

Roma, 20 de octubre de 1864

Eminentísimo Príncipe:


 

[914]
En base al Proyecto de la Sociedad de los Sagrados Corazones de Jesús y de María para la Conversión de la Nigricia, del que recientemente he presentado a V. Em.a un esbozo, me atrevería enseguida a proponerle que, de aquella porción del antiguo Vicariato aplico. de Africa Central que intentaron evangelizar los Misioneros alemanes y austríacos, los del Insto. Mazza y los Franciscanos, se formasen dos Vicariatos o Prefecturas, llamada una del Nilo Oriental, y la otra del Nilo Occidental, para confiar una al Insto. Mazza de Verona, y la otra a la Provincia Reformada de la Orden Seráfica de Nápoles, según V. Em.a juzgase oportuno.


[915]
Los medios pecuniarios y materiales para sostener ambas Misiones se obtendrían de la Sociedad de María de Viena.

Es sabido de V. Em.a que ese Excmo. Comité, a causa de los últimos infortunados sucesos acontecidos en la Misión africana desde que fue confiada a la Orden Seráfica, querría asignar el dinero al Insto. Mazza, en caso de que éste mandase sus Misioneros a Africa (en parte porque el Insto. está bajo el dominio de Austria, de donde provienen todas las limosnas), sin depender de los PP. Franciscanos, como resulta también de una comunicación habida entre ese Comité y el P. Ludovico de Casoria. Pues bien, para persuadir a ese Excmo. Comité de que socorra a las dos propuestas Misiones, aparte de que no faltarían medios a la Autoridad de V. Em.a Rma., yo me encargaría enérgicamente de obtener dicho fin, en la íntima convicción de que repartiendo de ese modo las ayudas entre las dos Congregaciones, resultaría más beneficiada la infeliz Nigricia.


[916]
Consecuencia de esta determinación sería: 1.o, la pronta formación de dos Instos. masculinos y dos femeninos en Egipto, por parte de Verona y Nápoles; 2.o, la reintegración de la Estación de Schellal de Asuán; 3.o, una próxima creación de la Estación de Jartum, que sería la primera fundación estable de las dos Misiones.

Me parecería oportuno que para la realización de este importante asunto V. Em.a contactase directamente con el Rmo. General de Ara Coeli, y que para tratar con Viena y con el Insto. Mazza V. Em.a me autorizase con una carta; y yo, antes o después de mi visita a Francia, me aplicaría con empeño al venerado encargo.

Siempre contento de hacer y pensar lo que más sea del agrado de V. Em.a Rma., quedo en espera de sus veneradas disposiciones.



Daniel Comboni






119
Don Nicolás Mazza
0
Roma
20.10.1864

N. 119 (115) - A DON NICOLAS MAZZA

AMV, Cart. «Missione Africana»

Roma, 20 de octubre de 1864

Queridísimo Superior:
 

[917]
El dolor que siento en el alma al saber que mi muy querido Superior está todavía dolido conmigo es tal, que tengo la extrema necesidad de romper el silencio y correr como aquel hijo pródigo a los brazos amorosos del Padre. Yo no sé concretamente de qué delito soy culpable que ha causado tanto enfado a mi querido Superior. Pero la idea de que entre tantos asuntos como he tratado y entre tanto como me he movido desde mi regreso de Africa –aunque siempre buscando la gloria de Dios y la salvación de las almas– sin duda habré cometido errores y seré culpable ante Dios y ante Ud., me hace comprender su justa ira contra mí, y por eso me arrojo a sus pies y le imploro un benévolo y generoso perdón. ¡Ah, mi querido Padre!, si pudiese comprar con mi sangre el consuelo para su corazón, lo haría. Pero el pensamiento de que he causado tanto dolor a mi amado Superior, la idea de que el corazón de mi querido Padre está afligido por mi culpa, es el más tremendo de todos los castigos: creo que los últimos cuatro meses de sufrimiento y dolor que he pasado desde que supe que mi Superior estaba enojado conmigo, deben bastar como pago de cualquier delito.


[918]
Diga pues, amado Padre mío, una frase de consuelo a un desolado hijo suyo; dígame una palabra de paz y de amor, que me será más grata que todas las delicias del mundo. La benigna acogida del Santo Padre; el trato cortés y confidencial, como de padre a hijo, con que me honra el Card. Barnabò; el afecto con que soy tratado en Roma por Príncipes, Cardenales, Obispos, Prelados, Seglares y Damas; el aprecio que en todas partes de Europa, aunque indigno, se me profesa, no pueden en absoluto envanecer mi corazón ni menguar nada el cariño que siento por mi Instituto y por mi Superior; todo lo desdeño por amor a mi Insto. y a mi buen Viejo, por el cual he sacrificado todo, incluso a mi santo padre natural. Y oír ahora que tendré que abandonar para siempre mi Insto. y marcharme, es más de lo que puedo soportar. El sufrimiento que llevo en el corazón desde hace cuatro meses, repito, es suficiente para purgar cualquier crimen.


[919]
Reflexione bien, querido Padre. Piense que es imposible trabajar y hacer muchas cosas sin incurrir en la desaprobación de alguien. Tenga en cuenta que el mundo es malo, y que entre las paredes del Santuario también hay malvados. Piense que los que le han hablado mal de mí, ciertamente no están guiados por el espíritu de la caridad de Jesucristo. El Evangelio dice: corripe primo inter te ed ipsum solum. Vive Dios que a mí nadie me ha dicho nada; pero de pronto, sin preámbulos, arman el dic Ecclesiae. El ministerio sacerdotal está para corregir el vicio y edificar la virtud. En mi caso, alejándome de la paterna jurisdicción del Insto., esos tales me querrían arrojar de golpe al abismo. Pero Dios, que está en todo, no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Yo estoy en las manos de Dios y de mi querido Superior. De ambos imploro y espero perdón y ayuda.


[920]
Así pues, suspiro por ver sereno y consolado el venerable rostro de mi anciano Padre; suspiro por ver alegres a mis hermanos del Instituto; suspiro por trabajar por la gloria de Dios y del Insto., y por recibir una palabra de perdón y de ánimo por parte de mi amado Superior.


[921]
¡Vamos, por piedad, querido Padre! Diga esa consoladora palabra para mí a D. Bricolo, y líbreme de este penoso purgatorio que, aunque lo sufro con resignación, me colma de dolor. Espero que pronto D. Bricolo me consolará de parte de mi amado anciano Padre y Superior.


[922]
Mi nuevo plan de la Sociedad de los Sagrados Corazones de Jesús y de María para la Conversión de la Nigricia ha obtenido el beneplácito general. He consultado a 14 Cardenales, 6 Arzobispos, al General de los Jesuitas junto con otros de los más distinguidos miembros de la Compañía, y he en encontrado la aprobación de todos. Parece que el Card. Barnabò quiere, como consecuencia, regular todas las fundaciones de toda Africa de acuerdo con este plan. Es su deseo que inmediatamente después de mi regreso a Verona, yo vaya a Francia a ponerme de acuerdo con la Propaganda de Lyón y de París, para obligarla en nombre de la S. Sede a aportar todas las ayudas pecuniarias que sean precisas. Luego es necesario que me ponga de acuerdo con las Casas centrales de los 13 Vicariatos de todas las costas de Africa; y después, a mi regreso a Roma esta primavera, el Papa dará el Breve de Decreto. Todo esto se lo comunicaré personalmente a Ud., mi querido Superior, de quien recibiré los consejos, las órdenes y todo lo que considere oportuno.


[923]
El Card. Barnabò quería persuadirme de establecer el Comité de la Sociedad de los Sagrados Corazones de J. y de M. en París. Yo, por ahora, he respondido con un no rotundo. Quiero que el nuevo Plan no viva bajo la influencia de ningún poder político. Francia y Austria son demasiado celosas, y cada una por su parte trataría de someter a su influencia todas las obras católicas, como claramente lo muestran los ejemplos de la Pía Obra de Lyón y París y el de la de Viena. Manteniendo la autonomía de cada una de las estaciones que se funden en Africa según los progresos del nuevo Proyecto, pretendo que el Centro vital conserve una absoluta libertad de acción, lo que se obtendrá estableciendo el Comité en una ciudad libre. Por ahora no he decidido nada, aunque mi pensamiento se dirige a la ciudad de Colonia, la cual es grande, católica, y además está sometida a un gobierno protestante.


[924]
Como corolario de mi Plan, amado Superior, quiero lograr la creación, dentro de pocos meses, de un Vicariato Apostólico en Africa que sea total y exclusivamente confiado al Insto. Mazza, de modo que no dependa de nadie, salvo de Roma. Este es el deseo que mi querido Superior tuvo durante tantos años, y que se conseguirá en el plazo de breves meses. El Superior general del Insto. será o el Vicario o el Prefecto Apostólico de la Misión Africana; y el Jefe que envíe el Insto. será o el Provicario o el Subprefecto de dicha Misión. He imbuido de esta idea al Cardenal al proponerle que fuera dividido en dos el antiguo Vicariato, a saber: el del Nilo Oriental y el del Nilo Occidental. Mi amado Superior elegirá el que quiera, y yo me ocuparé de conseguírselo, después de haberme puesto de acuerdo con las Sociedades bienhechoras.


[925]
El Cardenal, que me encargó reunir todas las fuerzas e Instituciones para operar viribus unitis en Africa, piensa que mi Plan regulará el Africa Negra por muchos siglos, y que sólo este plan será capaz de implantar establemente la Fe en el Centro de Africa. Nosotros encontraremos mil dificultades, pero con la ayuda de los Sdos. Corazones de J. y de M, todo se logrará. Será menester mucha sagacidad para eludir la vigilancia y los esfuerzos de la Inglaterra protestante; pero si Dios nos da vida, todo se alcanzará, y el diablo tendrá que fastidiarse.


[926]
Creo que este plan es obra de Dios, porque me vino a la mente el 15 de septiembre, mientras hacía el triduo a la Bta. Alacoque; y el día 18 de sept., en que esa Sierva de Dios fue beatificada, el Card. Barnabò terminaba de leer mi Plan. Trabajé en él casi sesenta horas seguidas. A pesar de todo esto, antes de solicitar su aprobación por la S. Sede, imprimiré de él muchos ejemplares, a fin de presentarlo a todas las Sociedades para Africa y a los más distinguidos Prelados del mundo. Yo escucharé los consejos y las sugerencias de mejoras de todos y, ya perfeccionado, lo propondremos a la S. Sede. Lo creo así conveniente, porque el plan abarca casi toda Africa, habitada en casi su totalidad por la raza negra.


[927]
Si algún Cardenal o Arzobispo me dice que no le gusta, responderé como hice a un Obispo enfermo de Roma: «Déme y propóngame un Plan mejor, que yo romperé inmediatamente el mío». Dentro de diez días estaré en Verona.

Usted, Sr. Sup. prepárese para mandar en Africa a partir de la próxima primavera, que lo mismo tengo acordado en Nápoles, hace poco, con el P. Ludovico. Presente mis respetos al Obispo.



Un perdón, una palabra de paz y de amor

a su indignmo. hijo Daniel



P.D. El que el Insto.se haga cargo de una Misión en Africa costeada con los fondos de la Sociedad de la Propagación de la Fe, quizá sea una excelente y prudente medida para la conservación y perpetuación del mismo Instituto.



Daniel






120
El Plan
1
Roma
24.10.1864

N. 120 (116) - EL PLAN

AP SC Afr. C., v. 7, ff. 667-674v

Roma, 24 de octubre de 1864

ESBOZO DEL PROYECTO

de la

SOCIEDAD DE LOS SDOS. CORAZONES DE J. Y DE MARIA

PARA LA CONVERSION DE LA NIGRICIA

No lo transcribimos porque es similar al N. 114,

con pequeñas variantes.