[622]
Debo confesar sinceramente mi culpable negligencia al haberme demorado hasta hoy en dar a V. Em.a Rvma. información sobre mi viaje a Oriente: ni el haber estado más de un mes muy indispuesto a causa de las fatigas padecidas el pasado invierno, ni las muchas ocupaciones que me atan son razones suficientes para justificar mi dejadez. Por eso imploro fervientemente de la bondad de V. Em.a Rvma. un benévolo perdón.
[623]
Obtenida en Roma una valiosa recomendación ante el Cónsul General inglés en Egipto, a primeros del pasado enero llegué a El Cairo, donde felizmente encontré al Provicario Aplico. de Africa Central, D. Mateo Kirchner, con quien conversé sobre todo aquello que deseaba V. Em.a,.que habrá recibido de él información al respecto. Luego continué mi viaje hasta Adén, donde con no poco esfuerzo conseguí siete chicos negros provenientes de las vastas tribus de los Gallas, que yo elegí con gran cuidado entre otros dieciséis. Y en beneficio de ellos, a pesar de la profunda enemistad y enfrentamiento que había entre el Gobernador inglés y el P. Juvenal de Tortosa, Prefecto Aplico. de aquella Misión, logré ganarme la confianza y amistad del primero, que me concedió todo lo que deseaba para proteger la asumida tutela de los jóvenes, y proveerlos de regulares pasaportes y ciudadanía británicos.
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Luego, dado que por entonces recaló en Adén la fragata de vapor francesa Du Chayla, tuve el atrevimiento de implorar de S. Excelencia el Barón Gros, Embajador extraordinario de Francia en China, pasaje gratuito para mí y para los siete chicos desde Adén hasta Suez, lo que me fue gentilmente concedido por el digno representante de esa Nación, que es la verdadera protectora del Cristianismo en Oriente. Llegado a El Cairo, y presentada al Excmo. Sr. Colgahoon, Cónsul General de S. M. Británica en Egipto, la recomendación que había conseguido en Roma de lord John Pope Hennesy, recibí una carta de recomendación, mediante la cual el Cónsul General inglés, enemigo de la obra del P. Olivieri, ordenaba a S.E. Sir Sidney Smith Launders, Cónsul inglés en Alejandría para los asuntos comerciales, que hiciera las gestiones necesarias ante el Bajá, a fin de facilitar la salida de mis jóvenes para Europa. En dos días arreglé todo, tanto con Sidney Smith como con Rachid Bajá, Gobernador de Alejandría. Pero la mañana del 6 de marzo, cuando llegué al puerto para embarcar en el vapor francés que, gracias a la gentil mediación del Cónsul general de Francia en Egipto, me iba a llevar con todos los jóvenes por sólo 420 francos hasta Génova, nos detuvieron a todos en la Aduana.
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Es inútil que refiera detalladamente a V. Em.a los obstáculos, la fianza, y la áspera discusión a que me vi abocado en nueve entrevistas que mantuve con Rashid Bajá de Alejandría. El gobierno egipcio, sospechando que yo fuera compañero del P. Olivieri despreció mis documentos y pasaportes ingleses que declaraban a los jóvenes súbditos británicos de las Indias, lo que contrastaba con el color de los chicos, los cuales fueron tomados por abisinios. Todo el Diván del Bajá se puso contra mí, que siempre mantuve inflexiblemente que los jóvenes eran indios. De hecho, a la suerte de haber conseguido en Adén que los declarasen súbditos británicos, se añadía que hablaban un poco la lengua indostánica.
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Después de mi áspero conflicto con el Bajá y el jefe de la Aduana, tomó la palabra un Effendi funcionario egipcio, que con franqueza se expresó así delante del Bajá: «Estos jóvenes no son indios, sino abisinios. Yo he estado en las Indias, y nunca vi gente de este color: los indios son casi blancos de cara, mientras que éstos son negros». A lo que yo respondí: «Tú habrás estado en las Indias, lo creo; pero las Indias son vastísimas, y no has estado en todas partes. Quizá no estuviste apenas más que en los puertos: en Bombay, Mangalore, Madrás, Ceylán, Calcuta, pero no en el interior. No habrás estado en... (y aquí improvisé diez o doce nombres inventados, que desde luego no figuran en ninguna geografía)». «Tienes razón –me respondió–, no he estado en los lugares que has nombrado». Entonces el Bajá me tendió la mano, me hizo sentar en el diván, y mandó traerme el café y la pipa. «Veo –dijo–, que tienes razón, y que tus documentos concuerdan perfectamente con tus palabras». E inmediatamente dio orden al jefe de la Aduana, que temblaba de rabia, de dejar salir a mis jóvenes de Alejandría.
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Gracias al Señor, desde el momento en que me hice cargo de estos chicos en Adén, no han sufrido nunca la más pequeña indisposición. Por otra parte, prometen ser muy adecuados para el fin de la Misión. Más, ya no puedo afirmar. Veremos. Llevé también desde El Cairo, una chica Denka de gran talento, que nos sirvió en Sta. Cruz para componer lo mejor que pudimos un diccionario de la lengua denka. Yo se la pedí al Provicario con idea de introducir en nuestros Institutos Africanos de Verona la genuina pronunciación de esta lengua, necesaria para el ejercicio del ministerio apostólico en aquella peligrosa Misión.
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Ahora estoy enseñando árabe e italiano a los nueve chicos Gallas que ya tenemos en nuestro Instituto; pero, conociendo yo poco, y por práctica, la lengua de los Gallas, imploro de V. Em.a el favor de enviarme por medio del oficial D. Felipe Torroni la gramática y diccionario inglés-galla, que creo haber visto en la Imprenta de Propaganda. El Sr. Torroni la entregará luego en el sitio que yo le indique. Perdone V. Em.a mi atrevimiento; pero confío en la bondad que me demostró cuando obtuve la gracia de entrevistarme con Ud.
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Mi Superior, D. Nicolás Mazza, le presenta sus respetos. Por un milagro casi continuo, ahora tiene que luchar con la indigencia causada por las actuales circunstancias políticas, e ingeniárselas para mantener gratuitamente bastantes pobres en el Instituto, que está compuesto por 200 personas, y en el femenino, en el que hay 400 chicas. Pero las maravillas de esa Providencia que lo sostiene desde hace más de cuarenta años –aunque a veces se muestre con rostro ceñudo– le hace seguir firme al pie del cañón en sus obras de cristiana filantropía.
[630]
Por no cansar a V. Em.a Rma., no le he escrito un extenso relato de mi pequeña pero difícil expedición, como hice a Mons. Nardi y a S.E. el Cab. De-Hurter, Presidente de la Sociedad Mariana de Viena. Me ha parecido suficiente mencionarle sólo mi feliz regreso de Adén, pensando que luego podrá leerlo todo en nuestros Anales.
[631]
En cartas escritas desde el Alto Egipto, Kirchner pedía que yo volviera pronto a Africa para realizar la expedición por el Nilo Blanco, remontando el río con el Stella Mattutina hasta el territorio de los Bari; pero necesitándome para dirigir el Instituto africano y para instruir a los Gallas recién traídos de Adén, el Superior se ha negado a mandarme, considerando que por ahora pueden bastar los otros Misioneros veroneses que hay en Schellal.
Implorando su benigna indulgencia, paso a besarle la sagrada Púrpura y a declararme fervientemente
De V. Em.a Rma.
humilmo., obedmo. e indignmo. serv.
Daniel Comboni