[1160]
La carta sin fecha que me escribió desde el Tirol me llega ahora, después de haber recorrido Alemania y Francia, lo cual es debido a que no fue franqueada con 13 sueldos, sino sólo con 10. Con el franqueo completo, me habría llegado en cuatro días, como me llegan las de Mitterrutzner; y así, además de tener que pagar la multa de cuatro francos (lo que no me importa), la recibo demasiado tarde. Transeat.
[1161]
Nadie más que yo ha sentido con tanto dolor su momentánea lejanía del Insto. y los graves disgustos que ha sufrido, e incluso ahora me parece una pesadilla, y no sabría adaptarme a ver nuestro amado Insto. (del que me querían expulsar también a mí) sin mi querido Rector D. Bricolo. Con el Obispo he estudiado un proyecto, que yo le presenté, según el cual se arreglarían las cosas en el Insto. bastante bien durante el otoño. El Obispo lo aprobó con sumo placer, y de este modo quedaba desechada la poco grata idea, que me había comunicado el Obispo, de tomar en pensionado quince chicos, y ocupar de este modo a aquel que con tanto honor y satisfacción universal dirigía un gran Instituto. Este nuevo proyecto, dada la muerte del buen viejo, necesita algunas modificaciones, que haremos a mi próximo regreso a Verona. Además tengo otras ideas, por si se malograse lo que está proyectado; pero se las comunicaré de palabra. Yo adoro siempre las disposiciones de la Providencia, que del mal sabe siempre sacar el bien. Dios estará con nosotros.
[1162]
Cuando desde París llegué a Verona, me quedé de piedra al oír que se había marchado un hombre de tanta importancia como el Rector del Instituto, cuya ilimitada abnegación estaba consagrada por enormes y difícilmente apreciables sacrificios y era literalmente sinónimo del Instituto mismo. Fue una píldora que aún no he podido digerir. Me encontré desconcertado, sin saber con quién desahogar mi alma. Sólo D. Francisco tenía un corazón en el que yo podía depositar mis preocupaciones, seguro de ser comprendido. Fui a ver al viejo, y le dije que no le preguntaba siquiera por qué quería alejarme del Instituto; sólo le pedía que en caso de que tal fuese su deseo, se sirviese ponerlo por escrito así: «Yo, D. Nicolás Mazza, declaro que el Sacerdote D. D. Comboni, desde hace veintitrés años miembro de mi Insto., ya no pertenece a él».
[1163]
Después de unos segundos, el viejo se me echó al cuello y me besó, diciéndome: «Tú eres mi hijo». Entonces le expuse que yo estaba a punto de ir a Roma, como él sabía por una carta que le había escrito Mons. Massaia, el cual, juntamente con el Nuncio Aplico. de París, Mons. Chigi, Arzpo. de Mira, me había encargado de asuntos muy relevantes que tratar con el Papa y el Card. Antonelli. Y él, después de haber hablado con D. Beltrame, me dio una carta para el Card. Barnabò, en la que solicitaba para el Instituto un Vicariato en Africa Central. Así vine a Roma como hijo del Insto., como el Superior declaró al Cardenal.
[1164]
Por lo demás no sé, mi querido D. Francisco, por qué le entraron sospechas de mi lealtad, y bien ha hecho en apartarlas como una mala tentación. Aunque me hubiese faltado arranque, la sola gratitud me habría confirmado en mi antiguo afecto por mi Rector. Cuando vaya a Verona pregunte al Obispo, a nuestros amigos, y también a los enemigos, para ver si soy yo fácil de engañar.
[1165]
Mi amistad hacia las personas queridas es fuerte, eterna, y no se puede enfriar por los más grandes sacrificios. Incluso si se tratara de sacrificar el éxito de mi Plan, yo nunca aceptaría perder ni una chispa del afecto que le profeso, ni sería capaz de retractarme de mis ideas ni aun ante los tribunales de Nerón. Si he sido tardo en escribir, eso es algo bien estudiado y deliberado, siempre con el fin de devolver al Insto. una joya perdida. De palabra seré más claro, porque ahora no tengo tiempo, y no es cosa que llevar al papel.
[1166]
Guardo hacia el Insto. el mismo cariño y el mismo dévouement de siempre, y hablo a quien es testigo de mi constancia. Yo podría tener mil medios de ser feliz, y, aunque indigno, realizar una gran carrera; pero mi afecto y gratitud por el Insto. me hacen despreciarlo todo. De modo que por el Insto. haré cuanto sea posible a mi debilidad, firme en la esperanza de que podré hacer el bien. Llegaré a Verona a últimos de este mes, para esperar al P. Ludovico de Casoria de Nápoles, a quien acompañaré a Viena pasando por Bressanone.
Me apesadumbra sobremanera el temor de que muchos buenos jóvenes del Instituto sean expulsados. Aunque quizá las disposiciones del nuevo Superior general y del Fundamento harán más perfectas ciertas reglas, que antes dependían del criterio de un solo viejo. Recemos al Señor para que ordene bien las cosas.
[1167]
La segunda vez que fui a ver al Santo Padre, le pedí una bendición especial para usted. Je vienne de recevoir à present une lettre de mi querido y venerado amigo parisiense, el célebre apologista francés Augusto Nicolas, que es consejero de la Obra de la Propagación de la Fe. Le he hecho algunos buenos servicios, entre ellos cumplir el encargo que me encomendó de presentar a Pío IX su última obra. Además hice una súplica al Santo Padre, en la que, nombrando a todos sus hijos, le pedí la bendición apostólica. Luego, yendo otra vez a ver al Santo Padre, con mi acostumbrada audacia le obligué a escribir de su puño y letra y con el propio nombre algunas líneas, que el Papa dedicó de buena gana al gran hombre. Entre muchas cosas que me escribe el ilustre escritor, está lo siguiente:
[1168]
«Es un monumento doméstico que debe ser enmarcado y conservado en el santuario de la familia como paladión de gracia celestial, tanto más preciado si se une a la angelical memoria de nuestro Augusto (la obra y la vida de su hijo Augusto) que ha sido la ocasión de ello y que parece consagrarla. Permítame añadir que este recuerdo de su benévola amistad, pues a ella lo debemos, le estará siempre unido y establecerá entre Ud. y nosotros uno de esos nudos que el tiempo y el espacio, que probablemente nos separarán, no harán más que consolidar, al estar formado en el mismo seno de Dios, por mano de Su augusto Vicario, y que constituye, entre los laboriosos méritos de su Apostolado y nuestras pruebas, una sociedad de gracias en la que estamos demasiado interesados como para serle jamás infieles... Le agradezco infinitamente los preciosos detalles de la bondad del Santo Padre con respecto a mi obra, y también los términos tan lisonjeros con que Ud. ha compuesto la súplica que precede a la Bendición. Ellos aumentan, por así decir, el valor de ésta, porque revelan una mayor consideración y le imprimen un sello personal. Es cierto que estoy lejos de merecerlos; pero es Ud., mi querido y venerable amigo, el que tiene la responsabilidad, y yo los acepto como un efecto y un reflejo de su inestimable benevolencia... Le estaré muy agradecido por todas las noticias que pueda darnos de Africa; tenemos casi derecho a ello, porque su buena amistad la ha insertado en mi familia...
A. Nicolas.»
[1169]
Este gran hombre es uno de los miembros más activos de la Obra de la Propagación de la Fe. Va a favorecer mi Plan grandemente, porque lo ha encontrado práctico y hermoso. Me escribe cuatro bellísimas páginas, de las que las palabras anteriormente citadas son sólo una pequeña muestra.
[1170]
Tengo un montón de cosas, y buenas, que decirle de palabra; Dios me pide que padezca, para luego darme consuelos inmensos. Ruegue por mí a los Sdos. Corazones. Saludos a mi querido D. Anatalone, cuya carta me fue muy grata, y a quien no respondo porque me encuentro bastante débil: tuve que ir dos veces a Nápoles. Este año he tomado dos baños en Nantes, en el océano Atlántico; cuatro en el Sena, en París; uno en Colonia, en el Rin; dos en Ginebra, en el lago del mismo nombre; dos en Nápoles; cuatro en Ischia, dos en Porto d’Anzio; uno en Tívoli, y más de media docena en Roma. Incluso pienso tomar otros dos en Venecia. Esto es positivo. Y menciono esta circunstancia para hacerle reír a espaldas del vagabundo que le escribe. En Trento dé recuerdos a S. A. el querido Mons. Riccabona.
[1171]
Hace veinte días que estudio el portugués; y mi maestra es Su Alteza Real doña María Asunción de Braganza, hija del antiguo Rey de Portugal, que tiene la bondad y la paciencia de recibirme por cuatro y hasta seis horas cada día. Gran bien redundará a Africa de tan grata y valiosa relación. Esta santa joven de 32 años, l’enfant gatée del Papa, de Antonelli y del Cardenal Patrizi, es de una rara piedad y tiene un corazón inmenso; y su chambelán me dijo que yo soy el amigo más querido de esta virtuosa Princesa, que será en Europa como un apóstol para favorecer mi Plan. Esta preciosa amistad me sirve de mucho consuelo, y en ella tengo un gran ejemplo de despego del mundo.
(Daniel)