[698]
¡Qué agradecido le estoy por su carta del 1 del cte.! ¡Cómo satisface, señora, mis deseos al hablarme de Ud. y de todos los miembros de la querida familia Carpegna, a la que quiero más que a mí mismo! Sí, venerada Sra. Condesa: cada vez que Ud. me escribe, y también cuando mi querido Guido me escribe, le aseguro que es para mí un acontecimiento que me sirve de total consuelo y hace disiparse en mí toda pena y toda desazón. Le doy gracias de todo corazón, y no sabría expresarle bastante el afecto que le tengo a Ud. y a todos los miembros de su familia. Le aseguro que todas las aflicciones que ahora oprimen su alma, y que benévolamente me expone, llegan directamente a lo más íntimo de mi corazón; y quisiera no solamente compartir estas congojas (que todas las adversidades suyas y de la casa de Carpegna son también mías), sino que sería feliz si pudiera echarlas todas sobre mí y sufrirlas yo solo.
[699]
Ya puede imaginarse con cuánto afecto tengo todos los días la dicha de rezar, especialmente en la Santa Misa, por Ud. y por todos ellos. A decir verdad, conociendo un poco las cosas de Roma, estoy convencido de que ha hecho muy bien metiendo en el Colegio de Bruselas a mi querido Pippo, y que ha actuado como verdadera madre cristiana al haber sabido sacrificarse alejando de sí a su querido hijo por buscar su bien futuro. Admirable, Sra. Condesa. Cómo gozo de ver esos rasgos generosos, que hacen crecer la estima y el afecto que siento por Ud. Hasta el punto que quiero congratularme de ello con el Sr. Conde, al que escribiré mañana. Tengo la convicción, y por eso debe cobrar ánimos, de que ha hecho Ud. algo grande, incluso muy grande, dados los obstáculos que ha tenido que superar; y a su tiempo será feliz al ver los frutos de este magnánimo sacrificio.
[700]
Le ruego me envíe la dirección para cartearme con Pippo, porque deseo dejar en él normas y recuerdos que le ayuden a crecer en la virtud, para prez de su familia y honra de la sociedad. Entre paréntesis le digo (y le ruego que guarde silencio sobre ello, porque por ahora será útil, y a su tiempo verá los resultados) que mantengo correspondencia con el Conde Luis, y nos intercambiamos algunas cartas. Le diré que hasta ahora estoy contentísimo. Roguemos, pues, con fervor a los Sdos. Corazones de Jesús y de María. (Le repito que guarde silencio. No debía habérselo dicho. Pero la tengo en tanta estima y respeto, que por Ud. no temo romper el secreto.) Siento mucho la peligrosa enfermedad de su hermana que vive en Polonia.
[701]
Esta mañana he celebrado misa en el Sagrado Corazón por Ud., y pediré oraciones por la pobre enferma a mi Superior y a otras pías almas. Pero cualquiera que sea el desenlace, llevamos con nosotros, mi respetable Condesa, la Cruz de Cristo. Roguemos primero que Dios bendiga su alma, y luego su cuerpo, dispuestos siempre a aceptar de manos de Dios el sacrificio. Me complace que me hable de su hermana Anita, de Pélagie, de su hermano y de todos los que tienen estrecho parentesco y amistad con Ud. y con la adorada familia Carpegna, porque a todos ellos los quiero a causa de su relación con el augusto nombre de Carpegna. Ruego de su gentileza que salude en mi nombre a su hermano, a Pélagie, y a esos cuatro buenos niños suyos. Pélagie me escribió una vez después de mi regreso de Roma, y yo le contesté en las pasadas fiestas de Pascua. Después no he vuelto a tener noticias de las buenas polacas.
De nuevo, muchos saludos a todos. He mandado una carta de reproche a mis dos compañeros Misioneros, a los que rogué que fueran a visitar a la familia en cuanto llegasen a Roma, y luego me escribiesen. Esos bribones, por el contrario, han esperado veinte días y luego no me han escrito nada, limitándose a ver por poco tiempo a la familia sin nombrarme a nadie. También por esto he estado con gran pena. Pero debo estarle agradecido a Ud., señora Condesa, que me ha proporcionado un gran consuelo al darme noticias suyas y de los otros. Guido, ese bribonzuelo, hace tres meses que no me escribe. Verdaderamente es un poco cruel con un amigo que le quiere; en cuanto pase el trastorno que supone la marcha de Pippo, me va a oír bien. Pero hablemos un poco más íntimamente.
[702]
Aunque yo no haya sabido más que el diez por ciento de los problemas que afligen a la adorada familia Carpegna, sin embargo el amor, que es siempre inquieto, y que se lanza allí donde un rayo de bien de las personas amadas lo transporta, el afecto, digo, me ha revelado el otro noventa por ciento. Me lo imagino todo. Podría repetirle ad litteram todo lo que me vino a los ojos y a la mente de Ud., del Conde, de Guido, de Pippo y de D. Luis. Veo en la familia tribulaciones no pequeñas. Dios quiere dar de beber la hiel incluso a quien podría ser plenamente feliz.
[703]
Adoremos las disposiciones de Dios; pero por nuestra parte debemos alejar todo lo que pueda turbar nuestra paz. ¡Ah, sí, la venerada Condesa Ludmila es la que ha bebido el cáliz más amargo! Lo imagino; y me imagino también el heroísmo de su virtud, los sacrificios que ha tenido que soportar. Pero ánimo, mi querida Condesa: esas angustias, esas preocupaciones, esas penas no las ha padecido en vano. La cuenta de esos sufrimientos ya la está haciendo quien los tenía que calcular. Es imposible que tantos sacrificios y tantas penas como usted ha soportado no se vean coronados por una era de paz, por un torrente de consuelo que la espera. Animo, pues, por ahora; esté tranquila, esté siempre alegre. Esos dos queridos hijos a los que Ud. ama con amor de madre sin par, deben confortarla, y fundadamente, en todo acontecimiento adverso.
[704]
El Conde, puedo decirlo con seguridad, conoce las virtudes de Ud. y sabe que ha sufrido. Pero basta, porque ahora no quisiera ir demasiado adelante. Esté tranquila, alegre, y piense alguna vez también en Verona, donde hay sitios en los que se habla de Ud. de Guido y de Ellos, como en Roma. Algunos amigos míos me preguntan a menudo por los Carpegna. Acuérdese de mí, Sra. Condesa, que yo siempre me acuerdo de Ud. y llevo su venerado nombre y su imagen grabados en el corazón. Ruegue por mí, y que Dios sea el centro de comunicación entre Ud., su querida familia y yo. Le ruego que me escriba de nuevo durante su estancia en Pesaro, y me diga cuánto tiempo Ud., el Conde y Guido se quedarán todavía en Carpegna, para atenerme a ello. ¡Oh, si supiera cuánto deseo verlos! Y si en otoño están todavía allí, es muy probable que vaya a hacerles una visita de algunos días.
Escríbame, Condesa, que sus cartas son como verdadero bálsamo restaurador para mi espíritu. Y, por favor, recuerde a Guido, a quien escribiré después de haberlo hecho al Conde, que no sea tan tacaño de cartas, que las suyas me son demasiado queridas. Si escribe a Pippo y al excelente D. Luis, déles recuerdos de mi parte. Me imagino que D. Luis irá a la Exposición de Londres; pues a su regreso, dígale al oído y sugiérale –como hago a Ud.– que pase por Verona, porque tendré mucho gusto de verle, y una larga parrafada con él podría ser muy útil para lo que roule dans mon esprit.
[705]
Entretanto, Condesa, me pongo a sus pies. Haga bien los baños, y procure que le sean útiles para conservar y restablecer su preciosa salud. Diviértase, esté alegre y con buen ánimo, salude de mi parte a Pippo, y escriba hablándome de Ud. y de sus cosas, que son como mías, así como de Guido y del Conde, que tienen mi afecto; en fin, de los cuatro, a los que todos los días contemplo en mi gran álbum, que nunca abro, a excepción de tres o cuatro veces al día para ver al completo la imagen de la venerada familia Carpegna.
Acepte las expresiones de estima y respetuoso cariño, con que me declaro de todo corazón
De Ud. afmo serv.
Daniel Comboni M.A.
Reciba los saludos que en este momento mi Superior me pide mandarle.