[663]
Han transcurrido 26 días desde que tuve la dicha de ver a tu querida familia, y ya me parece que hace cien años que no me llegan al oído noticias de vosotros. Te puedo asegurar que no pasa hora del día sin que acuda a mi mente vuestro grato recuerdo. Y debo confesar con rubor que quien tanta fuerza tuvo para abandonar para siempre a unos padres amorosos de los que era único hijo, a fin de volar a reunirse con africanas gentes en lugares remotos y en regiones encorvadas bajo el yugo de Satanás y sedentes en las tinieblas y sombras de muerte, el 15 pdo. marchó de Roma con el corazón encogido por el más profundo dolor, al separarse de ti y de la noble familia Carpegna, que llevaré eternamente grabada en mi alma, y escrita con caracteres indelebles en lo más íntimo de mi espíritu.
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Por no hablar de muchas otras cosas, todavía hoy me subleva el recuerdo de las observaciones hechas respecto a ti por el Prefecto de Roma dos días antes de mi marcha, y suspiro por el precioso instante en que me dirijas unas líneas. Sí, mi dilecto amigo, todos vosotros estáis grabados en mi corazón; a todos os quiero tiernamente, aunque debo deplorar no ser digno de vosotros. Vuestro querido nombre lo pronuncian con afecto y veneración mis más íntimos amigos, lo repiten los labios inocentes de algunos de mis jóvenes negros, y, sobre todo, está en boca de mis hermanos los Sacerdotes del Instituto, que lo pronuncian con cariño, gratitud y respeto. A ti y al ingenuo Pippo os veo, con efusión del corazón y con orgullo, como queridos hermanos.
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Sé que no debería decirlo, dada mi oscura y humilde condición comparada con la nobleza de vuestro linaje, pero sois de ánimo tan noble que sabréis concederme un generoso perdón. Al Conde de Carpegna le considero como mi padre; y a esa alma sublime y generosa, que es la flor de las heroínas polacas, a quien vi llena de nobles sentimientos, y pletórica de ideas magnánimas, esa alma angelical que os dio a luz con el corazón, y que os lleva dentro de sí con afecto más que maternal, a esa alma la contemplo como mi madre.
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Yo tenía una madre amorosa, pero la perdí en 1858, mientras vagaba por los ardientes desiertos de Africa Central; y ahora que conozco cuán precioso era el tesoro perdido, me atrevería a elegir para mí esa madre que es también la vuestra, la que os engendró; y aunque no en lo físico, lo sería de un modo más noble y elevado, en lo espiritual, de modo que con vosotros pudiera mirarla como madre con el corazón. Luego, al Maestro, a mi querido D. Luis, le veo también como un hermano y le quiero mucho, porque sé que ha sido, es y será el verdadero amigo de la Casa Carpegna, y se ha quedado a vuestro lado sólo para ser os útil de algún modo, porque os ama con un afecto sincero. Disculpad estas expresiones que no son dignas en la boca y en el corazón de un Misionero Apostólico; pero son las más contenidas de un alma que os profesa un cariño ferviente.
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Se me alegra el espíritu cuando, al contemplar en mi álbum vuestros retratos, reconozco en ellos a los amigos más queridos de mi corazón. Y cuando cada mañana, en el Sacrificio del altar, tengo ocasión en el Memento de rezar una oración por vosotros, ¡oh!, entonces siento una dicha inefable, y me parece que en esos felices instantes mi espíritu se llena totalmente de la más intensa devoción, porque veo en Dios el centro de comunicación entre vosotros y yo, porque, aunque alejados con el cuerpo, estáis unidos a mí en la religión, en la fe y en el corazón. Ahora que bien os conozco y que vosotros me conocéis bien, ¿no me atreveré yo a esperar vuestras cartas (¿y osaréis por vuestra parte dejar que transcurra un mes sin escribirme?), hablándome de vosotros uno por uno, manteniendo así entre nosotros una comunicación epistolar? ¡Ah! Espero que no dejaréis penar a un alma que por vosotros suspira y que no deja de recordaros ni un momento.
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Presentad mis respetos a Mons. Besi, a Mons. Nardi, al extraordinario Profesor Massoni de la clínica ocular, a Giovanelli, a Macchi, y a todos los que frecuentan vuestra casa y que sabéis que yo conozco, y que no nombro por ser muchos.
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Después de salir de Roma me detuve en Pisa, y luego en Turín, donde fui dos veces al Parlamento; es decir, una vez a la Cámara de Diputados y otra a la de Senadores, y esto gracias a Ricasoli. Ya en Verona, encontré una graciosa carta de Pélagie, que me daba noticias de los vuestros que fueron nuestros compañeros de viaje desde Egipto hasta Trieste. Pélagie es una de esas almas polacas que abrigan nobles sentimientos, y con su criterio sabe conjugar, como aún en mayor medida lo haría Maman, religión y patria, fe y progreso. Permite que os transcriba un fragmento acerca de Polonia, que es digno de un alma polaca: «No olvide tampoco a Polonia en sus oraciones. Si ha visto a Guido, le habrá contado aquello de lo que fue testigo en Varsovia el 8 de abril y recientemente cuando estuvo allí. Los periódicos no dicen ni la mitad. ¡Esto clama venganza, y, a pesar de ello, toda Europa cierra los ojos y se tapa los oídos! Puede que Dios tenga piedad de este desdichado país dividido entre tres poderosos y crueles enemigos, que matan a sus hijos o los envían a la cárcel en castigo por desear la libertad. ¡A ver!, ¿dónde están los campeones de la justicia? Esta sangre no será derramada en vano; Dios tendrá piedad de los que sufren, porque esperan en El».
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¡Oh, qué grande es mi veneración por estas almas polacas! Pero basta, querido Guido. A mi Superior le he contado tantas cosas de vosotros, y de esa bella alma de Maman, cuyo generoso corazón le ha valido ser librada de las tinieblas del escepticismo griego, y entrar en la unión católica. El manda sus expresiones de gratitud y sus saludos. Me ha mostrado deseos de poseer el bello crucifijo que me regaló la querida familia Carpegna; pero ha obtenido de mí una solemne negativa, porque va a ser un precioso talismán que me dará fortaleza en las dificultades y en los extremos peligros, y un monumento del afecto por vosotros.
Pero basta, repito; ya estarás aburrido y harto de leer. Compendio en una sola frase lo que os desearía escribir: Os quiero, acordaos de mí. Transmite mis más afectuosos saludos a Papá, a Maman, a Pipo y a D. Luis, mientras me declaro en los Sagrados Corazones de J. y de M.
Tu afmo. hermano
Daniel Comb. M. Ap.