[160]
Ya llevo doce días en el vasto reino de Nubia, donde me siento un poco lejos de vosotros. Pero entended bien lo que significa para mí la palabra lejos. Si considero la distancia material que nos separa en los diferentes países y reinos que he recorrido desde que me despedí de vosotros en Italia, me doy cuenta de que estoy muy lejos, aunque apenas me encuentro en la mitad del recorrido hasta el lugar de destino. Pero si pienso en la continua e inmediata relación que mantengo con vosotros, en el cariño que os tengo, en mi mente, en la que continuamente estáis presentes, entonces estoy siempre cerca, hablo siempre con vosotros, nos comunicamos nuestros recíprocos sentimientos de afecto, estoy siempre unido a vosotros, porque el amor no conoce distancias ni limitaciones de tiempo.
[161]
Sí, querido padre y querida mamá: por más que sean variados y diferentes los objetos que me rodean, en vez de sugerirme ideas relacionadas con ellos, despiertan en mí vuestro amado recuerdo; de modo que os contemplo en las amenas orillas del Nilo, y en las adustas arenas del desierto, y bajo la tienda, y en cualquier lugar en donde esté. Por eso quítate de la cabeza ese falso proverbio tuyo, que quizá aprendiste mientras tu abuela hilaba, y que dice: Lejos de los ojos, lejos del corazón; porque cuando es un amor verdadero, cristiano, filial, no hay distancia que pueda menguarlo: yo, al menos, lo siento así.
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Cuando estaba en el colegio, había días que transcurrían sin que yo pensara en tanto como he recibido de vosotros, en lo que os debo: ahora no hay hora ni momento en que no dirija la mirada de la mente para pensar en vosotros, en lo que habéis hecho por mí, en lo que vuestro amor de padres estaría dispuesto a hacer, y, sobre todo, en el heroico consentimiento que me habéis dado, el cual sólo puede salir de un alma temerosa de Dios que, desdeñando toda satisfacción terrena, tiene puesta la mirada únicamente en la herencia de los santos. Aquí hablamos de vosotros casi todas las noches, y siempre es objeto de admiración vuestro gran ánimo, el cual es superior sin parangón a nuestra no pequeña valentía de aventurarnos a nuestra gran Misión. Por eso nos encontramos sumamente contentos con nuestra situación; y siempre damos gracias a Dios, que a pesar de nuestros defectos nos ha llamado a servirle tan de cerca. Y yo en particular os agradezco y os agradeceré siempre, queridos padres, el haberme permitido seguir mi vocación.
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En cuanto a nuestra salud, no sé lo que ocurre. Porque desde que salimos de El Cairo hemos dormido siempre, ya sobre un montón de tablas en el barco, ya sobre una floja estera dentro de una tienda, continuamente expuestos a las iras del viento, del polvo, y de las moscas, que son innumerables y tan pesadas que parecen descender en línea directa de aquellas que en tiempos del Faraón constituían una plaga de Egipto. Comemos siempre pan fresco comprado en El Cairo, el cual nos durará todavía meses, y soportamos no pocas incomodidades más, propias de los largos y difíciles viajes. Y sin embargo debemos confesar que, por gracia de Dios, todos nos encontramos en mejor estado de salud que cuando estábamos en Europa. Yo no tengo mal sabor de boca por la mañana como en Verona; D. Angel raras veces sufre su insoportable dolor de cabeza, y D. Alejandro ya casi no tiene su ardor intestinal. Es que hasta ahora no podemos quejarnos del calor, porque en nuestra tienda no sobrepasa los 32° ahora que es invierno; y en el cercano desierto que estamos a punto de atravesar, no supera ahora los 43°; pero deberíamos resentirnos de las otras molestias inherentes a nuestra actual situación. Por eso sólo podemos dar gracias a Dios que nos presta especial ayuda.
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Pero vosotros desearéis saber algo de nuestro viaje; así que voy a satisfaceros. Superadas las formidables cataratas de Asuán el 15 de los corrientes, con gusto entramos en Nubia, que presenta un aspecto muy diferente del de Egipto. Las orillas del Nilo están casi siempre flanqueadas por inmensas montañas de granito, y raras veces por bosquecillos de palmas datileras y de otras clases. El cielo es bellísimo. Los habitantes tienen un color como el de las negras de piel más clara de nuestro Instituto, un espíritu más noble que el egipcio, y un poco menos sumiso al tiránico gobierno del gran Bajá, que administra Nubia (vasto reino que es como una vez y media y más todo el imperio austríaco, aunque menor en población) por medio de Mudir encargados de recoger no ya los impuestos, sino todos los productos de la tierra nubia, para llevarlo todo a los almacenes de El Cairo, dejando desprovisto al pueblo, que se alimenta casi siempre de dátiles, y a veces de un poco de sorgo.
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Es algo verdaderamente lastimoso ver a estos pobres pueblos hundidos en la miseria y pasando las mayores privaciones; y dando cada día, sin embargo, gracias a Mahoma que lo quiere así.
[Aquí Comboni se detiene en una descripción del ambiente.]
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Visitada brevemente la famosa isla de Filé, célebre por un templo muy grande construido por Tolomeo Filadelfo, rey de Egipto, después de una navegación sin contratiempos llegamos a Korosko, lugar situado en los límites del gran desierto, desde donde os escribo.
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Levantadas nuestras tiendas bajo una palmera datilera, un cuarto de milla fuera de Korosko, cerca de la orilla del Nilo, nuestro primer pensamiento fue celebrar misa, y con ese fin formamos con dos cajas un elegante altarcito dentro de nuestra tienda, adornado con flores de nuestro Instituto. No puedo expresar con palabras el consuelo que sentimos al ofrecer al augusto sacrificio en esta desdichada tierra, donde quizá, por lo que se nos aseguró, nunca fue inmolada la Hostia pacífica de nuestra Redención. Hacía casi tres semanas que no celebrábamos. Antes de marcharnos pensamos dejar hecha una inscripción sobre la que figure un cáliz dibujado, como recuerdo para la posteridad de tan fausta circunstancia.
La primera noche de nuestra llegada, nos despertamos y tuvimos que armarnos contra una hiena que se acercó a nuestra tienda. Y la segunda noche cayó un poco de lluvia: era la primera que veía desde mi partida de Verona, y también la primera que caía en Korosko, pues según la memoria del lugar, nunca se había visto caer allí una gota de lluvia.
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En esta pequeña ciudad estamos esperando unos sesenta camellos para cruzar el desierto; esperamos marcharnos dentro de cuatro días, y esta travesía del desierto es una de las partes más difíciles de nuestro viaje. Pero ¿creéis que sufriremos alguna enfermedad, como casi siempre ocurre al europeo que pasa por aquí? Estad seguros que no; y esto os lo va a confirmar una carta que yo os mandaré desde Jartum. Dios está con nosotros, y aunque siempre nos encontramos dispuestos a morir, tenemos por dentro el presentimiento de que vamos a llegar a Jartum –y antes atravesar el gran desierto, que se extiende desde Korosko a Berber– sin un dolor de cabeza. Y esto lo digo porque el gran trecho del desierto lo vamos a hacer en la fiesta de S. Francisco Javier, nuestro Protector, que es el 3 de diciembre, y enseguida llega la de la Inmaculada Concepción, que es la protectora de nuestra Misión, o sea, el día 8. Mientras, estamos aquí preparando las cosas, y a D. Juan y a mí nos vienen a preguntar a menudo sobre alguna enfermedad.
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El otro día acudió a mí un capitán del ejército egipcio para pedirme consejo sobre una enfermedad de los órganos genitales. Como aquello estaba relacionado con la sífilis, entre otras cosas le prescribí abstinencia sexual no sólo con mujeres en general, sino incluso con su propia esposa, o que de lo contrario se preparase para reunirse con Mahoma, a lo que me contestó: «¿Qué quiere que haga yo con tantas mujeres? Tengo diez en casa, que son mis esposas; así que bastantes tengo ya como para buscarme otras».
[170]
La poligamia está aquí muy extendida entre los que tienen con qué mantenerse. Estando entre estos caballeros, muchas veces nos sentimos apenados al ver tantos infelices hijos de Adán víctimas de la más deplorable servidumbre, y que después de haber sufrido tanto en la tierra, pasan luego a padecer las aún mayores penas del infierno. Aquí la Religión fue predicada en el siglo V por S. Frumencio, enviado a estas tierras por S. Atanasio, Patriarca de Alejandría; unos dos siglos más tarde vinieron los mahometanos a destruirlo todo, incluida la Religión de J. C.; y desde entonces , es decir, desde hace mil cien años, no ha vuelto a llegar la religión Cristiana a Nubia, donde hasta hoy hay pena de muerte tanto para el que predica como para el que abraza nuestra Fe. Sólo en 1848, Mons. Knoblecher, actual pro vicario apostólico, pudo establecer junto con D. Vinco una Misión en Jartum, donde pueden proveer, si no al bien de los mahometanos, sí al de los esclavos negros.
[171]
Pero basta, que estarás cansado. Deseo impacientemente llegar a Jartum, donde espero encontrar cartas vuestras; el correo os llega antes que a nosotros, porque de Egipto a Jartum va por medio de dromedarios que marchan veloces día y noche.
[172]
Mientras, manteneos alegres, tranquilos y confiados en Dios, que ve todo, que puede todo, que nos ama. Recordad que rezamos por vosotros, nos acordamos siempre de vosotros y estamos siempre agradecidos por vuestra gran presencia de ánimo. Habéis puesto toda vuestra confianza en Dios, y El sabrá recompensaros dignamente. La Providencia divina es la base de todas las esperanzas de un pobre Misionero, que abandonando cuanto de halagüeño ofrece el mundo, se aventura bajo sus protectoras alas en tierras extrañas a promover la gloria y el reino de Jesucristo.
[173]
Os recomiendo que os cuidéis, que no ahorréis nada en cuanto a vuestro bienestar físico: por el Señor lo habéis hecho todo. Espero que os busquéis una sirvienta maja; y cuidado con no hacerlo así. Me obligaríais a mandaros una fea negra del centro de Africa, que os serviría como a reyes. Adiós, querido padre, querida mamá, escribidme a menudo y sobre todo lo que os concierne: estad alegres, os repito, y sed constantes en el camino del Calvario, que de los 820 pasos que hay desde el Pretorio de Pilato al Calvario, vosotros habéis andado 800: ¿vais a asustaros ahora por sólo 20 pasos? Eso nunca.
[174]
Te ruego que hagas por mí de padrino con mi ahijado Santi, llamado Pilès, hijo de Carlos y Ana María. Lamento no haber podido ir a Riva a saludar a nuestros queridos parientes; saludadlos de mi parte mucho y a cada uno. Saludad también al Tío José, que de seguro reza por mí; a Eustaquio, Herminia y los niños; al Sr. Consejero nuestro patrón, su hermano y su cuñada de Riva; al Sr. Rector, a D. Bem. al Sr. Beppo y a Julia Caretoni; a la familia de Luis y Prudencia Patuzzi; a las buenas Sras. Minica, Virginia y Gigiotta, que me prometieron rezar por mí y sin duda lo harán; a David el Médico, al Dr. Fantini, al amigo Antonio Riatti, a Rambotini; al Cabo, también en nombre de D. Angel; al Sr. Vicente Carettoni y su familia de Bogliaco; a nuestros parientes de Bogliaco; a Maderno, a los jardineros de Supino y Tesolo, al Sr. Maestro, a Cándido, al Párroco de Voltino, y a todos los que preguntan por nosotros, dando el más cordial saludo al Sr. Pedro Ragusini y por medio de él al Sr. Bartolo Carboni, que me han ayudado y son buena gente; y también a todos aquellos a los que he tenido ocasión de disgustar, y especialmente a ti y a mamá, a los que impartiendo mi bendición me declaro de todo corazón
Vuestro afmo. hijo
Daniel Comboni