Comboni, en este día

C. presenta un informe (1871) al Consejo central de la Obra del Buen Pastor.
A Don Bricolo, 1866
Dios me ha dado una ilimitada confianza en El, de manera que ningún obstáculo me hará abandonar la empresa.

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Nº Escrito
Destinatario
Señal (*)
Remitente
Fecha
31
Sus padres
0
Jartum
18. 1.1858

N. 31 (29) - A SUS PADRES

AFC

Desde el Stella Mattutina

Jartum, 18 de enero de 1858

Queridísimos Padres:


 

[206]
Heme aquí ya en el barco a punto de abandonar Jartum para dirigirnos hacia donde están las tribus centrales del Bahar-el Abiad. Este barco en forma de dahhabia es el más grande y fuerte que existe en Sudán, y es propiedad de la Misión de Jartum, la cual le puso el nombre italiano de Stella Mattutina, casi dedicándolo a la Virgen María a fin de que sea verdaderamente estrella de la mañana con su luz para los pobres negros envueltos aún en las tinieblas de la ignorancia y de la idolatría.


[207]
Todos nosotros ardemos en deseos de llegar la anhelada meta de nuestra larga y penosa peregrinación; y confiamos en el Señor que lograremos sembrar la buena semilla, a pesar de las graves dificultades que empezamos a vislumbrar. Resulta que la Misión de Jartum, que está dividida en tres estaciones, lleva diez años fundada, tiene trabajando 24 Misioneros y ha gastado muchos millones de francos, bastante ha hecho con hacerse temer por los turcos y los negros de los alrededores para poder predicar libremente el Evangelio; mas por lo demás, sólo ha logrado conquistar unas 150 almas, y casi todos niños, a quienes, para conservarlos en la fe, la Misión se ve obligada a mantener dándoles comida, ropa y cobijo. Son increíbles las dificultades e incomodidades que acarrea esta Misión.


[208]
Pero quizá nosotros tenemos más probabilidades porque somos más pobres, y nuestras necesidades, por tanto, serán menores. Hasta ahora, por lo que podemos deducir, la tarea es más formidable de lo que se piensa en Europa; aun así, continúa creciendo nuestra confianza en Dios, el cual sólo [......] podrá hacerlos susceptibles de recibir los benéficos influjos de la gracia divina.


[209]
Vosotros, mientras, no tengáis ningún temor por nosotros: Dios está con nosotros, la Virgen María Inmaculada está con nosotros; S. Francisco Javier es nuestro Patrón, y confiados en estas inamovibles columnas tenemos bajo los pies [……] y la muerte, y los más acerbos sufrimientos e incomodidades. Sostenidos por estos preciosos baluartes de Dios, la Virgen María y S. Francisco Javier, nos encontramos más seguros que si nos presentásemos ante las tribus de Africa Central con un ejército de cien mil soldados franceses. Así que no temáis por nosotros, no tengáis ninguna preocupación por lo que nos pueda pasar.


[210]
Basta con que recéis por nosotros, y que estemos unidos con el corazón, teniendo siempre por centro a Dios. Puede que pasen meses sin que recibáis cartas mías, pero aun así estad alegres. Ya os dije que os escribiré dentro de mes y medio, al regreso del Stella Mattutina. Pero vosotros hacedlo sin falta dos veces al mes para darme noticias vuestras; es decir, no dejéis de escribirme cada vez que sale el vapor de Trieste hacia Alejandría. Porque aunque recibiré vuestras cartas en número de cinco o seis cada vez, deseo estar completamente al corriente de lo relativo a vosotros y a la familia, y por lo tanto quiero información regular de quince en quince días, por la que poder conocer con más elementos de juicio vuestro estado y todo lo que os concierne; conque no dejéis de escribirme cada quince días, dirigiendo las cartas como os he dicho que me han llegado todas hasta ahora.


[211]
En cuanto a recibir cartas de Europa yo he sido hasta el presente más afortunado que todos mis compañeros, porque la correspondencia que les mandan, o es poca, o se ha extraviado. Esta mañana hemos visitado al Patriarca de Abisinia, que es como el papa de los coptos heréticos, y que va de embajador del Emperador de Abisinia ante el Rey de Egipto. Estaba acompañado de un Prelado ayudante y un general del ejército, y protegido por guardias egipcios. Se hallaba majestuosamente reclinado sobre ricos cojines de finísimos damascos y sedas, y nos hizo una gran acogida. Es el papa de los coptos, y a la muerte de éstos recibe la cuarta parte de sus bienes; por eso es de los hombres más ricos que existen. Nos ofreció skibuk y té de canela. Hablando de nuestra Misión, le explicamos que al entrar en el país arriesgamos la vida. «¿Y por qué lo hacéis?», nos dijo. «Para salvarlos con sus almas –respondimos–, porque también nuestro Señor J. C. dio la vida por nosotros». «Ah, está bien», contestó. Entonces uno de los Misioneros de Jartum le habló de Jesucristo, y, como movidos por Dios, todos los hombres doblaron la frente ante la Cruz y adoraron todos a J. C. «Sí, lo esperamos», dijo, y cambió de tema poniéndose a hablar del Emperador de Abisinia.


[212]
Hoy vino a visitarnos a nuestro barco, el Stella Mattutina, y quedó admirado de ver con cuánta dedicación por nuestra parte se profesa la religión, porque vio la capilla que hay a bordo, donde diremos misa todas las mañanas; finalmente se fue maravillado, diciéndonos que llevaría siempre en la memoria este día para él muy feliz. Va majestuosamente vestido, y está muy lejos de pensar en hacerse católico; a mí me vino a la mente persuadirle de ir a Roma, donde verá grandes cosas. Pero basta. Estad alegres, queridos padres. Yo me marcho, y aunque tendría otras cosas que deciros, no tengo tiempo de seguir escribiendo, porque el Stella Mattutina está a punto de salir de Jartum.


[213]
Nos vamos alegres y contentos, aunque debemos hacernos a la idea de que tenemos que trabajar mucho sin ver apenas frutos; mejor dicho, nuestra tarea será muy fecunda si logramos preparar y predisponer a aquellas almas, dejando que luego otros recojan los frutos. Dios es grande, y en El ponemos toda nuestra confianza. Vosotros estáis siempre con Dios; acordaos de hacer todo siempre para su mayor gloria, y no otra cosa.


[214]
Adiós, queridos padres: yo pensaré siempre en vosotros, y vosotros pensad en hacer cualquier sacrificio por Dios. Un santo misionero de Jartum, que ahora está aquí en nuestro barco, me decía el otro día que, aunque había abandonado a su padre y una familia rica con la que tenía todas las comodidades, y aunque había trabajado tanto en su Misión, se daría por contento si Dios le mandase al Purgatorio, porque dice ser tan pecador que teme ir al infierno, porque hasta ahora no ha sufrido nada que le haga digno del Paraíso.


[215]
Ya veis cuánto hay que padecer por el Paraíso. Consolaos, pues, queridos padres, que tenéis la suerte de sufrir mucho por Xto.; y es por esto por lo que estáis ya seguros de ir allí. Os saludo de todo corazón dándoos un cariñoso abrazo. Saludad de mi parte a todos los parientes, amigos, etc., y en la espera de vuestras cartas, os abrazo cien veces y os doy la bendición.



Vuestro afmo. hijo

Daniel






32
Su padre
0
Territorio Kich
5. 3.1858

N. 32 (30) - A SU PADRE

AFC

Desde la tribu de los Kich

5 de marzo de 1858

Queridísimo Padre:


 

[216]
No puedes imaginarte el consuelo que he sentí al recibir tus queridas cartas del 21 de noviembre de 1857. ¡Bendito sea el Señor y su adorable Providencia, que sabe en su momento confortar incluso a sus siervos más mezquinos, aunque míseros pecadores! Para decírtelo todo, me fui de Jartum con la espina en el corazón de que mamá estaba gravemente enferma; y esa espina, por providente disposición divina, me estuvo lacerando continuamente, de modo que a cada paso me parecía encontrarme asistiéndola en su lecho de muerte, por más que el corazón me decía que ella no había volado al eterno descanso, sino que de seguro se iba a restablecer nuevamente.


[217]
Y entonces, cosa bastante insólita, por medio de una barca nubia recibí tu carta, junto con otra bastante larga de mamá, las cuales en verdad no esperaba. Y éstas, gracias a Dios, me quitaron todas las preocupaciones del corazón y llenaron mi alma de dulce alegría. ¡Ah, queridos míos, qué entrañables son las cartas, las palabras, las noticias de los padres lejanos. Vosotros lo podéis saber tanto como yo.


[218]
El Misionero debe estar dispuesto a todo: al júbilo y a la tristeza, a la vida y a la muerte, al abrazo y a la despedida. Y a todo esto estoy dispuesto también yo.


[219]
Pero Dios quiere darme esta cruz de sentir de un modo insólito el dolor por ti y por mamá; y Dios quiere que sienta también la alegría de su discretamente favorable estado de salud actual. En todo momento estoy con vosotros, y siento en el corazón el peso que vosotros sentís por nuestra separación física. ¡Cuántas veces yo te acompaño en tus excursiones a Supino, al Tesolo, a Riva, en tus peleas diurnas y nocturnas con mamá! Y cuando aparto el pensamiento de Dios, siento tal opresión en el corazón que me veo obligado a volar al cielo con mis ideas, y a pensar que tenéis un apoyo más sublime, seguro e infalible que el mío, que estáis más protegidos bajo la custodia de Dios que bajo la mía.


[220]
A Dios me dirijo cada día y hora y os encomiendo a ambos. El me consuela, porque tengo la seguridad de que el Señor y nuestra querida Madre María Inmaculada tienen especial cuidado de vosotros. Y no importa que de cuando en cuando haya entre vosotros disputas, riñas y disgustos: Dios se sirve de estas cosas para jugar con los hombres y mostrar que, dejados a nuestro aire, somos víctimas de nuestras humanas debilidades. Pero a fin de cuentas a vosotros, con vuestras tribulaciones (que son también mías), el cielo os mira con especial solicitud; y ambos sois objeto de las más preciadas delicias de los Angeles de Dios.


[221]
Ríase el mundo a sus anchas, diga que dos pobres padres son desgraciados porque no tienen hijos; pero en el cielo se piensa de otro modo, allí se escribe con otros caracteres. La doctrina de J. C., su Evangelio, está en total desacuerdo con la opinión del siglo. El mundo proclama felicidades, delicias y contentos; el Evangelio preconiza pesadumbres, miserias, dolor. El mundo piensa todo para el momento y para esta vida mortal, para el cuerpo; el Evangelio dirige la mirada a la eternidad, a la vida futura, al alma. Es bien claro que el Evangelio y el alma tienen ideas completamente distintas de las del mundo y de los sentidos corporales. Así pues, mostrémonos siempre tranquilos, alegres, animosos y generosos por Jesucristo.


[222]
Yo soy mártir por amor a las almas más abandonadas del mundo, y vosotros os hacéis mártires por amor a Dios, sacrificando al bien de las almas un único hijo. Pero, ánimo, queridos padres: Dios puede hacerme morir enseguida, como fue el caso de 15 Misioneros de la Misión de Jartum, uno de los cuales expiraba en brazos del Señor pocos días antes de nuestra llegada; Dios puede hacer que muráis vosotros: todo está en sus manos. Pero Dios también nos puede hacer vivir a mí y a vosotros, reservándonos para la gloria de volvernos a abrazar de nuevo y de que gocemos en santo alborozo y santa compañía bastantes meses, o incluso algunos años, dentro de los confines de nuestra hermosa Italia.


[223]
Nuestro Superior nos acosa con cartas en las que pide que uno regrese enseguida con negritos y negritas, y hagamos lo mismo cada año; y nosotros estamos obligados a hacerlo, por más que este año nos sea completamente imposible, al no poder hacer ahora una adecuada y detenida selección de los índígenas de la tribu a la que vamos. Pero el año próximo seguro que uno de nosotros volverá con una expedición a Europa; y esto, un año u otro, me tocará también a mí, si estoy vivo. Arrojémonos, pues, con generoso ánimo bajo las benéficas alas de la Providencia divina, y ella mejor que nosotros dispondrá lo que sea.


[224]
La inmensa distancia que nos separa no es, sin embargo, tanta como para hacerme olvidar de ningún modo nuestra patria y costumbres familiares. Muchas veces me paso media jornada entre esta gente sin darme cuenta de que estoy lejos de mi casa y de vosotros, y necesito ponerme a pensarlo para saber que estoy en el centro de Africa, en tierras desconocidas.


[225]
Cuando con el crucifijo al pecho me meto en medio de una muchedumbre de indígenas desnudos, armados de lanza, arco y flechas, y siembro entre ellos alguna palabra de la fe de J. C., al verme solo, o con otro, rodeado de esta gente feroz que con un golpe de lanza podría derribarme muerto al suelo, entonces me doy cuenta de que no estoy en Europa y entre vosotros. Mas, por otro lado, incluso entonces os tengo delante de los ojos, y me parece que estáis postrados ante Dios para suplicarle que haga eficaces nuestras palabras.


[226]
Ya veis, pues, que estamos siempre unidos entre nosotros con el corazón, aunque tantas millas alejados con el cuerpo: hasta el punto de tener que pensar en ello para saber que verdaderamente estoy lejos de vosotros. Bendito sea el Señor, que sabe aplicar a toda llaga el bálsamo del consuelo.

No te molestará, espero, que te informe sólo someramente de nuestro peligroso viaje a las tribus de Africa Central de más allá de Jartum. Quisiera satisfacerte por completo, pero me es absolutamente imposible hacerte una descripción de todo lo que nos sucedió y de lo que fue objeto de nuestras observaciones: no tengo tiempo ni oportunidad, porque importantes ocupaciones, y otros impedimentos que acompañan al Misionero en estas regiones, me lo impiden.


[227]
Si pudiera sentarme a una mesa, teniendo las debidas comodidades, como puedes tener tú, ya verías cómo te escribiría un libro sobre mi viaje desde Jartum a la tribu de los Kich, desde donde te escribo; pero cuando para escribir dos líneas tengo que hacerlo acurrucado bajo un árbol, o en una oscura choza, recostado en el suelo como los moros, o con la maleta colocada sobre las rodillas, la verdad es que después de escribir durante media hora, me duelen la espalda y los huesos, y necesito dar un paseo para que se me levante un poco el ánimo.


[228]
Así que conténtate con sólo una breve referencia; y los demás de Verona o de otros lugares a quienes escribiré, que se conformen con un saludo. La distancia que hay de Jartum al territorio de los Kich no es más que de mil millas y algún centenar más; pero son innumerables los accidentes que ocurren en este terrible y peligroso trayecto.


[229]
Mas antes de empezar la descripción de nuestro viaje por el Nilo Blanco, debo explicar que el Nilo, por el que viajamos hasta Jartum, está formado por dos grandes ríos, que los árabes conocen con los nombres de Bahar-el-Azrek, o Nilo Azul, y Bahr-el Abiad, o Nilo Blanco, los cuales se unen en Ondurmán, cerca de Jartum, formando el Nilo propiamente dicho, que tras recorrer miles de millas a través de Nubia y Egipto desemboca en el mar Mediterráneo, no muy lejos de Alejandría.


[230]
Las fuentes del Nilo Azul se conocen ya desde la antigüedad, y están en el lago Dembea, en Abisinia, cerca de Gondar. Por este Nilo Azul viajó D. Beltrame hasta los 10 grados a fin de hallar el lugar conveniente para una Misión adecuada al plan de nuestro Superior; pero no encontrando apropiado este río por muy justas razones, después de maduras reflexiones y tras consultar con nuestro Superior de Verona, resolvimos ver de introducirnos en otras tribus más adecuadas del Nilo Blanco.


[231]
Aunque el Nilo está clasificado por los geógrafos como el cuarto río del mundo, ahora se tiene la seguridad de que es el más largo del planeta; porque si bien los geógrafos lo consideran prolongación del Nilo Azul, conocido, como decíamos, desde la antigüedad, sin embargo el que se debe conceptuar como padre del Nilo es el Nilo Blanco, que supera en más de mil millas la longitud del Nilo Azul. Por lo cual, calculado sólo el río que nosotros hemos recorrido hasta ahora, el Nilo sobrepasa en más de cuatrocientas millas al río más largo del mundo.


[232]
A lo que hemos recorrido hay que añadir las fuentes del Nilo Blanco, o Bahar-el-Abiad, que son desconocidas hasta ahora; con lo cual queda claro que el Nilo es el río más largo del mundo en bastantes centenares de millas. Debo también aclarar que, hasta cierto punto, otros han recorrido el río, y especialmente nuestro difunto hermano D. Angel Vinco, de nuestro Insto., por lo que sus riberas son en parte conocidas. Pero nadie se ha aventurado mucho tierra adentro; por lo cual, aunque se conoce el nombre de muchas de las tribus más interiores de Africa Central (que son las del Nilo Blanco), todavía no se sabe nada de sus costumbres, índole, etc.


[233]
Para que te hagas una mejor idea, supón que el Reino Lombardo-Véneto fuese desconocido, y que nosotros intentásemos conocerlo para predicar allí el Evangelio: imagina que Riva es Jartum, desde donde nosotros partimos para entrar en el Reino Lombardo-Véneto, y que el lago Garda es el Nilo Blanco; figúrate además que alguien ha recorrido ya el lago Garda hasta Gargnano y Castelletto, como hasta cierto punto recorrió Vinco el Nilo Blanco. Entonces, yendo tú de Riva a Gargnano y a Castelletto, sabes que existe el Reino Lombardo-Véneto porque los de Gargnano te dirán que son lombardos y los de Castelletto que son vénetos, porque Gargnano pertenece a Lombardía y Castelletto al Véneto.


[234]
Ahora bien, por haber estado en Gargnano y Castelletto, ¿puedes decir que conoces el Reino Lombardo-Véneto? No, porque para ello tendrías que ir a Milán, Venecia, etc. Eso sí, por el simple hecho de haber ido a Gargnano y Castelletto, sabes que existe el Reino Lombardo-Véneto. Del mismo modo, las riberas del Nilo están habitadas por diversas tribus que se extienden hasta regiones completamente desconocidas, porque nadie se metió mucho tierra adentro, aunque de ellas se sabe el nombre porque llegan hasta el río.


[235]
Yo estoy en la tribu de los Kich; pero nada, o poco, sé de ella, porque se extiende muy al interior, donde nadie ha penetrado. Sin embargo, estoy en la tribu de los Kich, y sé que ésta existe. Explicado esto, te diré que nuestra intención es comenzar la predicación del Evangelio en una de estas vastas tribus de las tierras desconocidas de Africa Central, empezando por las riberas del Nilo Blanco para ir adentrándonos poco a poco hasta su capital, y luego pasar a otras tribus, hasta que Dios quiera.


[236]
Con este fin, al amanecer del día 21 de enero, después de intercambiar abrazos con nuestro querido compañero D. Alejandro Dalbosco, que se quedó en Jartum en calidad de Procurador nuestro, salimos de esa ciudad nosotros cuatro: D. Juan Beltrame, jefe de la Misión; D. Francisco Oliboni; D. Angel Melotto, y yo, con objeto de establecer una Misión entre los negros según el gran plan de nuestro Superior de Verona, D. Nicolás Mazza.


[237]
La embarcación que nos debía transportar en este audaz y peligroso viaje era el Stella Mattutina, propiedad de la Misión de Jartum, y dotada de una tripulación de 14 buenos marineros, al frente de los cuales estaba un valiente y experto rais (capitán), que antes había hecho una vez este viaje; y bien que sabíamos por experiencia lo hábil y ducho que era en el difícil arte de navegar por este grandioso e interminable río. Después de un terrible encuentro con las olas contrarias del Nilo Azul, doblada la última punta de Ondurmán, donde se unen los dos grandes ríos, llegamos al Bahar-el Abiad, que se abre ante nosotros con toda su imponente belleza. Un fortísimo viento nos empuja rápidamente por estas aguas revueltas y agitadas, que por su caudal, anchura y majestuosidad parecen, más que río, un lago que discurriera por el antiguo Edén.


[238]
Las lejanas orillas están pintorescamente cubiertas de variada vegetación, que un sol ardiente y una perpetua primavera fecundan en cada tiempo y estación del año. El Stella Mattutina parece sonreír a esas olas furiosas y vuela majestuosamente por en medio del gran río con la rapidez con que los vapores surcan nuestro lago Garda, aunque el Stella Mattutina choca contra la corriente. La primera tribu que se encuentra más allá de Jartum, ciudad situada en el grado 16 de latitud N. (Verona está entre los grados 45 y 46), es la de los Hassanieh, que se extiende sobre ambas orillas del Bahar-el-Abiad, y está formada por las razas negra y nubia, gentes que se dedican al pastoreo, en el que tienen su principal fuente de alimentación.


[239]
Los Hassanieh van siempre armados de lanza; y como los nubios de este y el otro lado del desierto, llevan siempre atado junto al codo un afilado cuchillo, que utilizan para su servicio y defensa. Y fue precisamente en esta tribu donde nos detuvimos el segundo día, con objeto de comprar un buey para nosotros y para nuestra tripulación. Nada os puedo decir de esta vasta tribu, salvo que no es de las nómadas cuyas grandes familias están aquí o allá, según donde encuentren mejores y más abundantes pastos para sus rebaños. Esta tribu se extiende, por lo que sabemos, entre los 14 y 16 grados de lat. N., y entre el 29 y 30 grados de long. E. según el meridiano de París


[240]
Las aldeas y pueblos de esta tribu se hallan algo apartados del río, unos a la derecha, otros la izquierda de su curso, y son Fahreh, Malakia, Abdallas, Ogar, Merkedareh, Tura, Waled Nail, Uascellay, Raham, Mokabey, Gúlam Ab, Husein Ab, Scheikh Mussah, Salahieh, Tebidab, Mangiurah, Eleis, etc., etc.; mientras que para las tribus nómadas cualquier terreno es una ciudad, al no quedarse nunca de modo fijo en un lugar. Dentro de los límites de esta tribu se elevan, embelleciendo esta especie de paraíso terrenal, los montículos de Gebel Auly, Menderah, Mussa, Tura y Kirum, después de los cuales, con la excepción de las pequeñas montañas de los Denka desde el grado 12 hasta el 7, todo es una perfecta llanura.


[241]
Más allá del grado 14 de lat. se extienden otras dos pequeñas tribus: la de Schamkak a la izquierda, y la de Lawins a la derecha; pero de ellas no sabemos nada, salvo que son gente muy guerrera, y que por hallarse cerca de los Hassanieh y los Bagara, sus costumbres serán más o menos similares. Por cierto que desde el 25 de enero hemos entrado en esta vasta tribu de los Bagara, que a la izquierda se extiende entre los14° y 12° de lat. y a la derecha entre los 13° y 12°, encontrándose en el espacio comprendido entre los 13° y 14°, a la derecha, la tribu nómada de los Abu-Rof, cuyas costumbres son aproximadamente como las de los Hassanieh.


[242]
Aquí precisamente se produce un cambio total en la escena de nuestra larga peregrinación. Más allá de la tribu de los Hassanieh, al comienzo de la de los Bagara, los pueblos, las aldeas, las viviendas desaparecen, y las últimas ramificaciones del tipo árabo-nubio van a dejar sitio definitivamente a la formidable raza de los negros. Arriesgarme a describir el espectáculo, que nos tuvo absortos bastantes días a lo largo de las orillas del Nilo Blanco flanqueadas por las imponentes selvas de los Bagara, sería intentar lo imposible; y creo que el mayor escritor de nuestros tiempos no podría presentar una idea de la belleza, majestuosidad y hechizo de una virgen y nunca contaminada naturaleza, en la que sonríen estos jardines encantados.


[243]
Las orillas bajas de este río larguísimo y prócer están cubiertas de una asombrosa y exuberante vegetación, nunca tocada ni alterada por mano de hombre. Por un lado, inmensos bosques impenetrables, y hasta ahora jamás explorados, formados por gigantescas mimosas y verdeantes nébak (árboles de extraordinaria corpulencia, altura y vejez, porque nunca fueron tocados por mano de hombre), que, juntándose unos con otros, forman una inmensa y variopinta selva encantada, la cual ofrece el más seguro refugio a inmensas manadas de gacelas y de antílopes, y a tigres, leones, panteras, hienas, jirafas, rinocerontes y otros animales salvajes, familiarizados con las infinitas sabanas con serpientes de todas clases y tamaños. Por el otro lado, selvas de mimosas, tamarindos, ambais, etc. se muestran recubiertos de verbena y de cierta hierba tupida y trepadora que forman como cabañas naturales, donde de seguro se estaría a cubierto de la más intensa lluvia.


[244]
Centenares de amenísimas islas fértiles, grandes y pequeñas, bellamente esmaltadas de verde, a cual más hermosa, parecen desde lejos espléndidos jardines. Estas preciosas islitas reciben sombra de una serie de soberbias mimosas y acacias, que apenas dejan pasar algún rayo del ardiente sol africano; y forman, a lo largo de más de doscientas millas, un archipiélago que ofrece el aspecto más encantador.

Infinitas bandadas de aves de toda especie, tamaño y color; pájaros perfectamente dorados, otros plateados, etc. revolotean modestamente, sin ningún temor, arriba y abajo por los árboles, entre la hierba, por las orillas, sobre el cordaje del barco. Ibis blancos y negros, patos salvajes, pelícanos, abuseines, grullas reales, águilas de todas clases, aguirones, papagayos, marabúes, abumarcubs, y otras aves, volaban o se paseaban arriba y abajo por las orillas, con la mirada dirigida al cielo; y parecían bendecir la benéfica Providencia del Dios que los creó.


[245]
Grupos de monos, que corren al río a beber, saltan arriba y abajo de los árboles, y juegan alegremente haciendo las más ridículas muecas propias de su naturaleza. Centenares de gacelas van pastando por aquellas selvas, que nunca oyeron el ruido de una escopeta ni experimentaron el insidioso arte con que los cazadores ponen sus trampas para matarlas. Inmensos cocodrilos descansan en los islotes o en las orillas; inmensos hipopótamos, lanzando resoplidos sobre el agua, especialmente de atardecida, atruenan el aire con los más tremendos rugidos, que, reverberando en la floresta, en un primer momento inspiran vapor, para luego despertar en el alma la idea más sublime de Dios.


[246]
¡Qué grande y poderoso es el Señor! Nuestra embarcación avanza, se puede decir, sobre los lomos de los hipopótamos, que por ser como cuatro veces un buey de grandes, y numerosos, porque los hay a centenares, podrían hundirnos en un instante; pero Dios hace que esos animales tan feroces huyan al vernos. Piraguas y barquillas de africanos desnudos, armados de escudo y de lanza, podrían atracarnos en un lugar tan perdido; y en cambio, apenas se dan cuenta de que avanzamos sin temor, se dan a precipitada huida, escondiéndose bajo las ramas de aquellos árboles gigantescos que crecen en ambas márgenes del río, y que por su desmesurado tamaño rebasan el borde del mismo.


[247]
Otros hombres, ganada la orilla, desembarcan y se adentran en la selva. Deleitando de esta manera nuestra mirada, y bendiciendo al Señor, hemos llegado ya al paso de Abu-Said-Mocadah, lugar donde el río se vuelve muy ancho y somero, y donde el barco embarranca. Todos los marineros se ven obligados a saltar al río, y arrastrando con enorme esfuerzo la embarcación, logran liberarla al cabo de unas horas. Es cosa peliaguda el embarrancamiento de un barco.


[248]
Más de cien veces nos encontramos en sitios donde el río se ensancha sobremanera y la profundidad es un pie. Entonces los marineros bajan al río, y a fuerza de tirones y empujones, arrastran la embarcación durante más de una milla, hasta que el río sea más profundo y el barco, con ayuda del viento, pueda moverse por sí mismo. Más allá de Abu-Said se ve en la orilla alguien escondido entre los árboles con la lanza en la mano, que está observando furtivamente al Stella Mattutina. Otros se dan cuenta de que les hemos visto y salen huyendo. En ese momento el barco choca con un escollo, y nosotros sentimos de repente una fuerte sacudida. Todas las circunstancias parecen decirnos que el barco se ha destrozado; pero no ha habido gran daño, si bien durante el resto del viaje estará haciendo agua de modo inusitado. Piraguas de indígenas permanecen escondidas entre las altas cañas, que ocultan alguna isla.


[249]
Entre estas islas destacan por su belleza y tamaño las de Assal, Tauwoat, Genna, Sial, Schebeska, Gubescha, Hassanieh, Dumme, Hassaniel Kebire, Mercada, Inselaba y el Giamus. El espacio hasta ahora recorrido ha sido a lo largo de los confines de la tribu de los Bagara propiamente dichos. Los Bagara, nombre que en nuestra lengua significa vaqueros, son llamados así por la especial predilección que tienen por la cría de animales de dos cuernos, preferentemente vacas, las cuales hacen para ellos el oficio que para nosotros los animales de carga y de montura. Tienen un número infinito de estas vacas, que constituyen toda su fuente de riqueza.


[250]
Los Bagara están divididos en varias tribus, conocidas en el centro de Africa con los nombres de Bagara Hasawana, Bagara Selem, Bagara Omur y Bagara Risekad; y yo creo que quiza están así divididos por la rebelión de los grandes y ricos ganaderos, que al crecer el número de sus vacas fueron en busca de nuevos pastos, haciéndose jefes de otras tantas tribus. Al ser sumamente ricos en ganado, los Bagara están en continua guerra con la poderosa tribu de los Schelluk, los cuales vienen a robar sus riquezas –como diré más adelante–, y con la gran tribu de Gebel Nuba, a la que pertenece el negro Miniscalchi que ahora se encuentra en Verona, y que tú también conoces. Sobre el gobierno y la religión de los Bagara, nada te puedo decir. Sólo que esta tribu, como la de los Hassanieh, por muchas y buenas razones no entran por ahora en nuestros planes.


[251]
Por eso seguimos adelante, y al aproximarnos a esos hombres que desde hace rato nos observan, pronto se dan a la fuga. Manadas de búfalos, toros y vacas se ven en las lejanas praderas; abunda la selva en la orilla izquierda, y menos en la derecha. Fue un espectáculo ver una manada de búfalos en una isla que, asustados por el paso de nuestro barco, corrieron a tirarse al canal para cruzar a la orilla. En vano sus guardianes trataban de impedírselo con sus lanzas; y al final también éstos pasaron el río a lomos de sus búfalos, de modo que parecía ver un ejército entregado a precipitada huida. Ya nuestra Stella Mattutina vuela sobre el agua, cuando en un trecho próximo al banco de arena de Mocada-el-Kelb, embarrancamos de nuevo. Es medianoche; a la derecha se ven las hogueras de los indígenas, que apoyados en sus escudos y con la lanza en la mano, nos observan. Estos son Denka.

A la izquierda hay ancladas doce o quince piraguas parecidas a las góndolas venecianas, sólo que más bastas, mientras los respectivos barqueros están con sus mujeres e hijos desnudos en el bosque cercano, pegados a la hoguera (hacen estas hogueras prendiendo fuego a unos juncos aún en la mata, que se encuentran por allí).


[252]
Estamos entre los Schelluk y los Denka. Algunos Schelluk pasan en barca pegados a su orilla, mirando asustados nuestra Stella Mattutina. También algunos Denka pasan y se alejan temerosos. Nosotros saludamos al jefe, y él responde al saludo y huye. Esa noche son vanos los intentos de sacar nuestro barco del fango y la arena. Dos tripulantes hacen guardia para despertarnos en caso de que se acerquen barcas de indígenas con intenciones hostiles. Dios nos protege: no ocurre ningún incidente desagradable.


[253]
Nuestra situación es bastante crítica. Estamos en medio del Nilo Blanco, teniendo a un lado los Denka, que el año pasado mataron a algunos de la embarcación de un tal Latif de Jartum, y cometieron otras atrocidades; y al otro están los Schelluk, una de las más poderosas y feroces tribus de Africa Central, que vive de robos y asaltos.


[254]
Nosotros no nos podemos mover: tenemos diez fusiles, pero el Misionero se deja matar cien veces antes que pensar en defenderse con grave daño del enemigo. J. C. nunca lo habría hecho. El capitán del barco, abatido, nos dice que no sabe qué hacer. Si aquellos hombres hubieran querido, hubieran podido aniquilarnos en menos de diez minutos. ¿Sabes cuál era nuestra idea?


[255]
Entre otras cosas, después de examinar y reexaminar cada opción, acordamos que si los Schelluk vinieran a asaltarnos armados, nosotros, llevando al pecho nuestro invulnerable crucifijo, les entregaríamos todo, hasta el barco. Ellos, claro, nos llevarían como esclavos ante el rey de los Schelluk, quizá para sufrir castigo. Pero con la gracia de Dios, con el ejercicio de la caridad, y en calidad de médicos, pronto nos ganaríamos el afecto de aquella gente, permaneciendo allí sin buscar otro campo de la viña de Cristo en que sudar hasta que hubiéramos plantado la Cruz y la Misión.


[256]
Tal era nuestra situación, pero teníamos un arma muy poderosa para no temer nada. En el Stella Mattutina hay una hermosa capilla que tiene una bellísima imagen de María. ¿Cómo nuestra buena Madre, a cuyos pies habíamos puesto nuestra Misión, iba a vernos sufrir, y en grave aprieto, y no socorrernos? Por la mañana se celebró misa. ¡Oh, qué dulce fue en aquella difícil circunstancia tener entre las manos al Señor de los ríos y de todas las tribus de la tierra, y rogarle por nosotros, por nuestras necesidades, por los que estaban en peligro junto a nosotros, por vosotros, por los que no le conocen, por todo el mundo!


[257]
Sí, mis queridos padres, la más consoladora oración en aquel trance fue en favor de los Schelluk y de los Denka, en cuyas tierras jamás brilló una chispa de la luz del Evangelio. Si a nosotros nos hicieran prisioneros, y nos llevaran encadenados ante su rey, quizá eso sería la salvación de aquella feroz gente; pero nosotros, y acaso tampoco ellos, merecíamos tanta gracia. Por la mañana nuestros marineros bajan al río, y durante muchas horas, con indecibles esfuerzos y fatigas, intentan sacar el barco del banco de arena. Pero la embarcación no se mueve: ¿qué hacer en tal coyuntura?...


[258]
Hemos acordado entre nosotros llamar en nuestra ayuda a aquellos hombres. Gritando a más no poder, les indicamos que acudan, casi para recibir regalos. Después de una hora de gritar, dar palmadas y hacer toda clase de ruidos, y mucho más, una piragua con doce Schelluk y un jefe se despega de la orilla y viene hacia nosotros erizada de lanzas, arcos y escudos, mientras todas las demás en la orilla van preparándose con gente armada para acudir en auxilio de la primera.


[259]
Cuando los tenemos a bordo del Stella Mattutina, con gestos y gritos les indicamos que queremos su ayuda para liberar nuestra embarcación. Ellos nos dan a entender que antes de hacerlo necesitan volver a la orilla para acordar con su jefe cuántos abalorios (cuentas de vidrio) recibirán por esto. No se lo permitimos. Entonces, depuestas las armas, con excepción de la lanza, se lanzan al agua para ayudar a los marineros. Pero todo fue en vano. Entonces les hicimos entender que debían ir a tierra a llamar a los otros, y que después nosotros les pagaríamos bien. No -contestaron -. Queremos –dijeron– dos o tres jefes vuestros (tal nos consideraban a los sacerdotes) para llevarlos con nosotros y retenerlos hasta que nos deis abalorios.


[260]
Mientras el capitán discutía y decía que no, nosotros acordábamos quién debía ir de rehén. Los cuatro queríamos ir; y al final, mientras cada uno de nosotros argüía en favor de sus razones para ir, ellos se alejaron, y en menos de un cuarto de hora se presentaron otras tres piraguas con hombres armados como los anteriores, que con toda fuerza se dieron a la tarea de intentar mover nuestro barco. Después de no poco trabajo, la embarcación se movió y, alegres, todos nos pusimos a animarles. Pero ellos, al ver que se movía, pararon, y lanza en mano nos pidieron los abalorios. Nosotros se los mostramos, sin pensar en dárselos todavía; pero cuando los vieron en sus manos, ellos desaparecieron rápidamente, dejándonos solos y con la embarcación más hundida que antes.

Luego los vimos, ya en tierra, reunirse en gran número y repartirse el paquete de abalorios. Así transcurrió todo aquel día. Nosotros a cada momento observábamos a nuestros amigos Schelluk; y a decir verdad, aquel ir y venir de piraguas, la aparición de otras, el ver a los Denkas del otro lado del río alejarse (y sabemos que los Denka temen mucho a los Schelluk, de modo que cuando se juntan muchos Schelluk por un lado, los Denka huyen por otro), todo nos hacía sospechar si no intentarían apoderarse de nuestro barco y hacer una buena fritada con nosotros.


[261]
Caída la tarde, y llegada la noche, nos reunimos a tratar de cómo salir de aquel aprieto. Se propone, se discute, se reza. Pero ya te dije antes nunca se puede abrigar temor cuando se piensa que tenemos una Madre amante y poderosa que vela por nosotros.


[262]
La Virgen María, el precioso alivio del Misionero, esa Virgen que es la verdadera Reina de la Nigricia, la Madre de consolación, no podía abandonar a sus cuatro pobres siervos, que intentaban darla a conocer junto con su divino Hijo también a esas gentes idólatras. Ella venía en nuestro auxilio al sugerirnos el medio de salir de aquel trance. Por la noche volvimos a poner centinelas, y nos costó mucho trabajo negar a los marineros el fusil. Pero lo tuvimos que hacer así para que no se produjese algún incidente y se entablase pelea con los indígenas; porque nuestros tripulantes son mahometanos, y para éstos es una virtud matar a otros.


[263]
Transcurre la noche y a la mañana se pone en ejecución el plan acordado, que consiste en lo siguiente: con los 16 remos del barco (que son cuatro veces más gruesos que los de nuestras embarcaciones del Garda) construir una balsa en un lugar donde el río fuese hondo, y sobre esta balsa poner 30 cajas de aquellas cuyo contenido no se deteriorase al contacto con el agua, como herramientas, botellas, quincalla, etc., a fin de aligerar el barco, que sin duda saldría un poco más a flote, y así los marineros podrían empujarlo más fácilmente hasta un lugar con suficiente profundidad. La idea fue ejecutada con exactitud y celeridad. Cargar la balsa, empujar el barco y volverlo a cargar llevó unas diez horas; y es increíble, bajo un sol de 38 grados, las fatigas que tuvieron que pasar los tripulantes para efectuar acarreo.


[264]
Dios bendijo el plan; y tras 42 horas de penosa demora en aquel terrible banco de arena, favorecidos por un firme viento continuamos viaje, dando gracias a la Providencia que había suavizado aquel día la belicosidad de los Schelluk, los cuales nunca dejan escapar semejantes ocasiones de hacer presas o botín. Contentos por haber dejado atrás ese peligro, avanzamos rápidamente y con mucha cautela. Cada cuarto de hora el Stella Mattutina embarranca de nuevo, y trabajosamente queda otra vez libre; a menudo choca con escollos y bancos de arena. Y es maravilla que esta embarcación, aunque la más grande y fuerte de Sudán, porque está toda reforzada con hierro, haya conseguido traernos hasta aquí, entre los Kich, sin quedar destrozada.


[265]
En las orillas izquierda y derecha abundan los hombres armados de lanza, escudo, arco y flechas. A la izquierda están los Schelluk; a la derecha los Denka, que cuando se dan cuenta de que los Schelluk son muchos, se adentran en la selva, y sólo aparecen cuando menos poblada de Schelluk está la orilla izquierda. Resulta sorprendente ver tierras cubiertas de ganado a lo largo de muchas millas, con vacas, toros, y ver nubes de miles y millones de aves (no exagero nada) de toda especie, color y tamaño que cubren el sol.


[266]
Imagínate bosques y praderas donde jamás se pusieron trampas a las aves. Los indígenas nunca se ponen a cazar pájaros, los cuales, por otra parte, no son para ellos un bocado apreciado. Cuanto más se sigue adelante, menos aparecen, y se adentran cada vez más en las selvas, hasta que ya no se ven; de manera que las orillas hasta el grado 7 sólo se muestran cubiertas de juncos, papiros y pequeñas mimosas; y sólo de cuando en cuando se alza descollante el baobab, que es el árbol más corpulento y alto del mundo. Antes de llegar a la capital de los Schelluk, donde nos detenemos con el Stella Mattutina, quiero hablarte brevemente de las dos grandes tribus de los Schelluk y de los Denka. La tribu de los Schelluk, una de las mayores y más poderosas de Africa Central, se extiende desde los 12° hasta los 9° de lat. N.


[267]
Por lo que nos consta, no tienen ninguna religión: solamente creen y reconocen un espíritu invisible que ha hecho todas las cosas, el cual a veces baja a visitarlos en forma de lagartija, de topo o de ave. Dado que los Schelluk no tienen bastantes rebaños de vacas para casarse y vivir, están en continua guerra con la vecina tribu de los Bagara, de tal modo que ahora son muy ricos por los continuos robos que hacen a éstos. Todos los años, cuando los vientos soplan del sur, la parte de población Schelluk que se encuentra en estricta pobreza, se une en numerosas tropas mandadas por uno de sus jefes; y sobre sus veloces piraguas descienden más de doscientas millas por el río, y se esconden en las islitas cubiertas de bosque de las que antes te hablé.


[268]
Cuando se disponen a explorar los lugares donde los Bagara llevan a beber sus ganados, se unen en escuadras de treinta, cuarenta piraguas, que por ser veloces, largas y bajas, pueden navegar por la noche sin ser vistas, y desaparecer fácilmente detrás de la tupida hierba de las orillas. Cuando llegan los rebaños, y se lanzan sedientos al agua, los Schelluk al acecho, armados de lanzas, caen en tromba sobre los despavoridos guardianes, se llevan las vacas, los carneros, los toros, etc, y se vuelven a sus islotes antes que desde sus lejanos campamentos los Bagara puedan acudir en socorro de sus hermanos atacados; los cuales, no teniendo barcas ni ningún otro medio de perseguir a los ladrones, no pueden hacer otra cosa que amenazar desde lejos al expoliador enemigo.


[269]
Pero hay ocasiones en que los Bagara se vengan de los Schelluk. Informados a veces de la llegada y de los hostiles propósitos de los Schelluk, los esperan emboscados entre los matorrales de la orilla, y se les echan encima en el momento que van a coger el ganado. Los separan de sus embarcaciones y, haciéndolos prisioneros, los venden como esclavos a los mercaderes nubios, con lo que se convierten así en objeto de comercio en los mercados de Jartum.


[270]
El gobierno de los Schelluk es despótico, y su trono está ensangrentado de luchas entre facciones o de crímenes entre herederos. Aunque nosotros pasamos por delante de la capital de los Schelluk, no vimos la residencia del rey, porque se encuentra a tres millas de distancia. Está construida, según me dijo un indígena que sabía árabe, en forma de laberinto. La vida del rey está amenazada de la mañana a la noche, y él vive invisible, no durmiendo nunca dos noches seguidas en la misma habitación.


[271]
Todos los poblados de esta vasta tribu están sometidos a una contribución anual de muchas vacas, según la riqueza o el número de habitantes. Además el rey tiene derecho a la tercera parte de todos los robos que sus súbditos cometen fuera de la tribu, y castiga con la pérdida de todo o casi todo a quienes roben y no le lleven su parte del botín. Como todas las tribus de Africa, practican la poligamia, y pueden tener cuantas mujeres quieran y abandonarlas cuando les plazca. En cuanto a la caza que dan a los hipopótamos, la forma de sus cabañas, etc., como son comunes a las otras tribus de Africa que hemos visto en nuestro recorrido, te diré algo cuando te hable de las mismas.


[272]
Tendremos más ocasiones de conocer y observar a esta gente. Físicamente, son altos y nervudos, y muchos vi yo de estatura gigantesca. Los hombres, como todos los negros de Africa que hemos visitado, van completamente desnudos; y lo mismo las mujeres, a excepción de las casadas, que llevan al costado derecho o al izquierdo una piel de cordero o de cabra. Las más ricas llevan una piel de tigre, pero poco se interesan éstas en cubrir lo que debe estar cubierto; y por lo que vi, casi me inclino a creer que esto no lo hacen por sentimiento de pudor, sino por vanidad. La fantasía de los Schelluk se manifiesta especialmente en los adornos del cabello. Se lo cortan de mil maneras; se hacen crestas de gallo, barbas de chivo; a veces se lo cortan dejando que forme como orejas de carnero o de tigre. No sabría traducirte con detalle la fantasía de esta clase de adornos, para los que son muy caprichosos.


[273]
Esta sería una tribu adecuada para nuestro plan de Misión; pero, por razones que ya te diré, la descartamos. Mas he aquí que ya estamos en su capital, Denab, y Kako. Esta ciudad está situada en el Nilo Blanco, y tiene más de una milla de largo. El rey no concede nunca audiencia a nadie, salvo a tres o cuatro confidentes suyos, y a sus innumerables mujeres, cuando quiere servirse de ellas.

Cuando esos confidentes suyos se presentan, deben arrastrarse como serpientes, recibir las órdenes de cara al suelo, y luego volver atrás arrastrándose; en suma –y permíteme que use la expresión veronesa para hacértelo entender–, cuando se presentan ante el rey, deben andar dentro de su cabaña gattognao. A la vista de la capital de los Schelluk disfrutamos de un espectáculo sorprendente. Detenido el Stella Mattutina frente a ella, aparece una muchedumbre de variadas razas y atuendos, que instalan mercado en la orilla. Había una raza de hombres completamente rojos, lo mismo que la sangre fresca,como los que he visto cerca de Halfaya.


[274]
Había nómadas de color rojizo; había de los Abu-Gerid, pueblos del color del carnero cocido; había individuos completamente amarillentos, parecidos a los Hassanieh; había gente del Kordofán, que son de un pardo oscuro; y nativos Schelluk, que, como todos los negros de Africa Central, van siempre armados de lanza (cuya forma varía según las tribus), de escudo de cuero de forma oblonga, de arco y de flechas; y estas armas las llevan siempre (a excepción del escudo, que a veces deponen), ya estén apacentando el ganado, comerciando, o sin hacer nada. Todas las tribus que hemos visitado se sirven de la lanza para defenderse o atacar, o para cortar las cosas que necesitan, y para pescar, cazar, etc.


[275]
Tanto los hombres como las mujeres van adornados con sartas de abalorios, que se ponen al cuello, o a la cintura como nosotros la correa, o en la frente; y el que tiene más abalorios es considerado el más bello. He visto al hijo de un jefe que llevaba cuentas de vidrio hasta en la barriga, y caminaba como si fuese el amo del mundo.


[276]
El rey, por cierto, se cree el monarca más grande de la tierra, con la excepción del de Abisinia; y por lo mismo no concede audiencia a nadie, salvo al rey de Abisinia, si viniese. En Kako, que es una ciudad de los Schelluk situada en el grado 10, he intentado comparar la lengua de mi amigo Bahhit Miniscalchi con la local; pero las he encontrado diferentes. Por otra parte, soy de la opinión de que por Kako se puede penetrar con mucha facilidad en las tribus de Karco y Fanda, es decir, Gebel Nuba, sin pasar el desierto de Bagara, el Kordofán y Dongola, que es el camino que siguió el negro Miniscalchi. También esa tribu sería adecuada a nuestro plan, pero se oponen a ello las razones que te diré. Toda la ribera izquierda de los Schelluk hasta el grado nueve y medio rebosa de guerreros armados como os dije, que caminan con bastante dificultad andando con los talones vueltos hacia fuera.


[277]
Pero pasemos a los Denka. Es la tribu más vasta de Africa Central, por lo que nos consta; y ésta es la razón por la que desde hace mucho tiempo pensamos escogerla como punto central de nuestras fatigas, y como campo de nuestros sudores. Sobre el estado de esta tribu, su gobierno, religión, etc. no se sabe nada preciso: se ignoran hasta sus confines. Antes, sin embargo, de decidirnos definitivamente por ella, queremos recorrer otras tribus, para elegir luego con más seguridad y elementos de juicio. Los Denka, que van desnudos como todas las tribus que hemos visto, se cubren de ceniza todo el cuerpo, incluso cabeza y ojos; y esto, según se nos dijo, lo hacen para defenderse de los mosquitos, que en número infinito y de diversas especies atormentan a quien vive en Africa Central.


[278]
Sus orillas están llenas de cocodrilos e hipopótamos; y un día, observando desde lejos, vi como un grande y largo escollo, que yo creí de granito rojo: era una isla formada por enormes hipopótamos todos apiñados. Los Denka, como todos los negros de Africa, llevan brazaletes de marfil en el antebrazo y en las muñecas. Untan sus flechas con cierta hierba venenosa, por lo que resultan mortales. Los pertenecientes a esta tribu se distinguen de las otras razas de negros: tienen la frente espaciosa y protuberante, el cráneo plano e inclinado hacia las sienes, el cuerpo largo y delgado.


[279]
Viendo a esos hombres con la lanza en la mano, apoyando abúlicamente todo el cuerpo en el escudo, tiene uno la impresión de estar ante la encarnación de la vida ociosa e indolente; y ellos, teniendo melisa para emborracharse, leche para sustentarse, y mujeres para satisfacerse, no desean nada más. Pero la luz del Evangelio brillará ante sus ojos, y, penetrando en sus mentes y en sus corazones, con la gracia divina cambiarán sus pensamientos, inclinaciones y costumbres. Su lengua se ha extendido a otras de Africa; y, por lo que a mí me parece, no es más que una amalgama de monosílabos. Los poblados de los Denka son bastante míseros y contrastan con el buen especto de las ciudades Schelluk, las cuales son más grandes, espaciosas y cómodas.

Todas las ciudades son un amasijo de poblados, los cuales se distinguen entre sí por un espacio intermedio de unos 30 pasos. Los poblados se componen de cincuenta, cien, trescientas o más cabañas construidas en forma de cono. Su perímetro es circular, con la pared de unos siete pies de altura, hecha de hierba, sobre la, que cae como una tapadera de cañas bastante elegante. Observad la figura núm. 1, que ofrece una idea de Kako. Pero dejemos a los Denka (1): más adelante, si Dios quiere, cuando logremos penetrar en el interior de esta vasta tribu, podré daros abundantes noticias.


[280]
Pero antes de continuar quiero contaros cómo nos detuvimos en Hano para proveernos de un toro. Aquí, en el Stella Mattutina, recibimos al viejo jefe (cheik) de esta ciudad, el cual, con su pelo blanco, con los miembros teblorosos, desnudo como estaba, movía a compasión. Le hicimos entrar en la hermosa capilla y, sorprendido de la maravilla, soltó un fuerte grito y retrocedió como desquiciado. Habiéndole llevado ante un gran espejo del camarote del barco, son para no contar las cosas extrañas y curiosas que hizo. Al ver su figura en el espejo, se hablaba, contestaba, gritaba, prorrumpía en grandes risas, y finalmente, quizá por algo que vio en el espejo, quiso huir. Nosotros lo retuvimos; y nos argumentó tanto en su habla que parecía como si quisiera hacernos entrega de su poder. Finalmente se fue a tierra en una embarcación hecha de cañas de ambai preparado a modo de soguillas o manojos, con que los Schelluk suelen cruzar el Nilo.


[281]
Aquel poblado o ciudad, estaba rodeado de hermosas palmas de Doleb, que son como las datileras, pero con la diferencia de que en la parte media del tronco son más gruesas que abajo y arriba. Pocas millas más allá de Hano se abren majestuosas las bocas del río Sobat, que llevan al interior del territorio de los Denka, y que están todavía rojas, por decirlo así, de la sangre de los que intentaron entrar por ellas: éstos pagaron porque se presentaron con ánimo hostil, amenazando a los indígenas si no les entregaban los colmillos de elefante que poseían. Nosotros, ya en Europa, habíamos decidido penetrar en tierras de los Denka por las bocas del Sobat, y quizá llevemos a cabo este proyecto. Pero ahora, desde Asuán, hemos decidido recorrer los lugares para asegurarnos mejor de dónde quiere Dios que empecemos nuestra misión.


[282]
Estas bocas forman como un delicioso lago cubierto alrededor de exuberante vegetación.. Llegado a este punto, el río dobla de manera brusca completamente hacia occidente, bañando a la izquierda la tribu de los Yanguéh, a la derecha el imnenso pantano de los Núer, que es una verdadera isla, a la que rodea por un lado el Nilo Blanco y por la otra el canal de los Núer, y que tiene un perímetro de más de 400 millas. No te digo nada de la pequeña tribu de los Yanguéh, salvo que en ella hay infinidad de plantas de papiro, que los antiguos utilizaban para escribir en vez del papel, y que antaño abundaba en Egipto. Esta útil planta es como la del maíz, salvo que sus hojas, cual cabellos, caen graciosamente a modo de melena.

Aquí saludamos a los indígenas de esta tribu, quienes tosca pero cordialmente nos corresponden con gritos, exultantes por haber matado a un gran hipopótamo, cuya carne despedazada habían puesto al sol para luego comerla así, cruda, como hacen los negros.


[283]
En tierras de los Yanguéh vemos muchos baobabs de tamaño mediano, e inmensas manadas de búfalos salvajes, grandes como bueyes, con los cuernos monstruosamente retorcidos hacia la frente, a los que da caza aquella gente. Por las montañas de Tkem y Tira, que están muy al interior a occidente, hay inmensas jirafas que llegan con el cuello hasta una altura de 25 pies. La orilla izquierda, pasado el territorio de los Núer, nos ofrece el espectáculo de un rebaño de grandes elefantes, abundantes en ese inmenso pantano, que pastaban en su camino hacia el río para beber. Allí hay muchos rinocerontes, uno de los cuales fue muerto anteayer cerca de nuestra estación provisional.

Fue después de ver a los elefantes cuando un viento impetuoso desgarró la vela mayor de nuestro barco, de manera que nos vimos obligados a permanecer en aquel pantano medio día, cerca del lugar donde, hacía poco, un nubio de la Misión de Jartum, que se había apartado de la orilla, había muerto de la lanzada de un Núer.


[284]
Allí, mientras D. Beltrame daba caza a un hipopótamo, yo quise seguir una bandada de abusin, que son aves del tamaño de un cabrito. Pero ante los disparos de D. Juan, que es un cazador discreto, el hipopótamo no se dignaba ni moverse, porque solamente su piel tiene un grosor de cuatro dedos; y ante mis disparos, los abusin apenas se tomaban la molestia de volar cuatro pasos más lejos, despreciando mis esfuerzos como inútiles: yo nunca he tirado con bala. Reparada la vela, proseguimos viaje con ella envergada (recogida), y aun con las velas sin desplegar, el barco avanza rápidamente como un vapor. Dos días después de nuestro viraje a occidente, llegamos a la desembocadura de otro grandísimo río de Africa Central: el Bahar-el-Ghazal, o río de los ciervos. El aspecto del paraje donde se juntan el Nilo Blanco y el Ghazal es el de un lago encantado, rodeado por inmensos y amenísimos jardines de mimosas, ambais y baobabs formados por la naturaleza, y que nunca osó tocar mano de hombre.


[285]
En este punto, que se halla en el grado 10, torcemos con total orientación a mediodía, siempre orillando la inmensa tribu de los Núer, que habita en ambas márgenes. Desde aquí hasta los Kich el río efectúa más de cuarenta cambios de dirección, girando ya al mediodía, ya al septentrión, ora a oriente ora a occidente, de manera que durante más de un día los marineros tuvieron que remolcar el barco (tirar l’anzana, que decís vosotros en el lago Garda) bajo un sol como para cocerse vivo; y como los Núer estiman en poco la vida de un hombre, cada vez que los tripulantes bajaban a tierra tenían que ir armados. La dificultad aumentaba luego en aquellos lugares donde con viento contrario no se podía bajar a tierra, ya que los árboles cimbreaban sus ramajes hasta bien dentro del río; entonces echábamos el ancla y esperábamos hasta tener viento favorable. Pero echar el ancla en el Nilo Blanco no es como hacerlo en un lago, porque aquí la corriente arrastra río abajo. En este tramo disfrutamos al anochecer de un sorprendente espectáculo de hipopótamos y de ibis. Hemos visto miles y miles de hipopótamos desde Jartum, y también de ibis.

Grande como cuatro veces un buey, el hipopótamo tiene una cabeza desmesurada, parecida en la forma a la de un cordero, y en su boca cabe un hombre; su lomo es como el del caballo, y las patas son cortas como las del cerdo, pero en proporción; su mugido normal es como el del buey, aunque más sonoro y grave. El hipopótamo vive de día en el agua, y por la noche sale del río y se alimenta de hierba; en los lugares donde hay cereales y sorgo, como en Nubia, devasta un campo en una sola noche. Sobre el atardecer, el hipopótamo suele salir desde el fondo del río a la superficie precipitadamente, lanzando bufidos, mugiendo y dando saltos como los del caballo, y luego zambullirse nuevamente revolviendo toda el agua como cuando hay tempestad. Nuestra embarcación pasó más de una vez sobre el lomo de los hipopótamos; y muchas otras veces nos tocó soportar golpes tremendos, producidos por el paso de un hipopótamo. Precisamente en el Stella Mattutina, hace ya unos años, estando el cocinero en su trabajo, fue empujado al agua por un hipopótamo y devorado de un solo bocado.


[286]
Pues bien, aquel atardecer nos encontrábamos en medio de miles de hipopótamos, que bufaban, mugían y corrían precipitadamente, como si a nuestro alrededor se estuviera librando una batalla entre estos temibles anfibios. Esta escena duró hasta la mañana siguiente, y muchas veces hubo que mover la embarcación de un lado a otro del río para evitar a estos terribles animales cuando estaban en grupos, formando otras tantas islas. También aquella tarde recorrimos un buen trecho admirando en la orilla izquierda una hilera de altísimos árboles, durante tres millas todos cubiertos de ibis.


[287]
Como dos veces nuestro pavo, el ibis tiene cuello largo, pico de pato y bellísimas plumas. El ibis era en la antigüedad uno de los dioses más grandes de Egipto; y su nombre también ha sido consagrado ahora en Verona por una sociedad científica, que imprime una hoja con el título de Ibis. Imagínate ahora lo que es recorrer tres millas junto a una hilera de árboles todos cubiertos no de moscas, sino de cientos de miles de estos preciosos volátiles, que sin temor observaban el paso del Stella Mattutina.


[288]
Aquello fue un motivo para exaltar la grandeza de Dios, que con tanta sabiduría y poder piensa también en esos animales. A hacer aún más bella aquella tarde y aquella noche contribuyeron también los innumerables fuegos de los Núer, quienes para abrirse paso desde el interior hasta el río incendian el alto herbaje de toda la llanura, lo cual es un espectáculo digno de verse. La vasta región de los Núer nos ofrece además el espectáculo de inmensas manadas de antílopes, de búfalos y de muchos otros animales. Pasada la extensa ciudad de Goden, con gran sorpresa descubrimos que los negros cultivan sorgo. Sus cabañas son similares a las de los Schelluk, pero distanciadas muchos pasos unas de otras; y en torno a cada cabaña hay sembrados de sorgo del que se alimenta esa familia.

La tribu de los Núer es la más industriosa de todas las que hemos visto y por tanto, a mi entender, la más rica. Tuve ocasión de conocer algo de este pueblo, por habernos detenido en Fandah-el-Eliab, que es como la capital, y el primer mercado de las tribus.


[289]
Aquí quiero hacer una breve digresión. Desde Europa, por los libros, etcétera, y luego por los trágicos relatos que oíamos en Jartum, nos habíamos formado una idea espantosa de los Núer: que matan, que masacran, que comen personas, etc. etc.; y sobre esto nos insistieron especialmente en Jartum, donde nos aconsejaron armarnos de muchos fusiles para resistir los ataques de los negros. Pero desde la tribu de los Hassanieh vimos siempre que los negros huían al vernos. Los Bagara, Los Schelluk, los Denka, los Núer, etc., o contestaban a nuestros saludos, o huían. En resumen: que aunque nos encontramos siempre en medio de tanta gente armada de lanza, escudo, flechas envenanadas y gruesos garrotes, debo llegar a la conclusión de que ellos tienen más miedo de nosotros que nosotros de ellos; por eso, para presentarnos ante los negros, vamos decididos y sin mostrar ningún temor, y ellos, al vernos tan resueltos, huyen si no les invitamos a permanecer con nosotros.


[290]
Y esto lo puse en práctica cuando, llegado a Fandah, bajé entre las lanzas de un gran mercado de Núer, que, según nos acercábamos, nos abrían paso como cuando entre nosotros pasa un emperador. En aquella circunstancia tuve ocasión de admirar la fantasía de los hombres y mujeres Núer. Muchos tenían el pelo embadurnado de barro, de ceniza o de sorgo y les caía en forma de coletitas; otros lo tenían todo cubierto de perlitas y abalorios a guisa de casco militar; otros, rizado bruscamente en vertical, como los diablos que pintan entre nosotros; otros lucían láminas de latón o de cobre en la frente; otros, el pelo en forma de plato; otros llevaban tiras de piel de tigre al cuello; y todos con dos, tres, y hasta cinco brazaletes de marfil en los antebrazos. Adornadas de tal modo esas figuras desnudas embadurnadas de ceniza, te digo de verdad que parecían otros tantos diablos.

Mayor era todavía la extravagancia de las mujeres, las cuales llevaban en las orejas, dos, tres, diez y hasta quince aretes de cobre; las había que tenían las orejas completamente cubiertas de abalorios y vidrios de colores; otras, el estómago todo adornado de filas de aretes, de abalorios, y muchas una sarta de abalorios, vidrios o aretes de cobre que, enganchada en el labio superior, subía hacia arriba.


[291]
En suma, era un espectáculo verlos entre las lanzas, los escudos y las flechas. El aspecto de las mujeres es monstruoso. Con sus largos y blancos dientes, con la piel arrugada por la ceniza, con el cuerpo todo enlodado, digo la verdad que casi hacen vomitar. Esta gran tribu de los Núer sería un campo estupendo para nuestros trabajos; pero su territorio pantanoso es mortal para el europeo, y, lo que es más, se opone la razón que te diré después. En Fandah recibimos en el barco al jefe de esta tribu, el cual dio las mismas muestras de asombro que el de Huao; pero éste era arrogante y decidido.


[292]
Cerca de Meha vemos en el río el cadáver de una mujer; y nos damos cuenta de que estamos en la tribu de los Kich, donde tienen la mala costumbre de arrojar los muertos al río. Aquí un circasiano Koschut viene a vernos junto con otros tres al Stella Mattutina, y nos cuenta muchas cosas de la tribu de los Angai, que está muy al interior, y cuyo jefe compró hace poco un hermoso joven por diecisiete bueyes, y luego lo mató. Encontramos al jefe de la tribu sucio como un cerdo, y furioso porque acababan de venir los Núer a su tribu y le habían robado todos sus rebaños. Vemos las sórdidas cabañas de los Kich, que nos revelan bastante en qué miseria se encuentran esos pobres africanos. Pasando junto a un poblado por donde estaba uno de los jefes, éste se pone a seguir nuestro barco diciendo, «nuestro señor ha venido», y gritando cham-cham, que significa «tengo hambre». Habiéndole dado unos bizcochos, él quiere venir detrás de nosotros armado por la orilla, como para protegernos a nuestro paso de los ladrones, que hay allí en gran número; incluso se puede decir que los Kich son todos ladrones, aunque tímidos y poco astutos.


[293]
Después de dejar atrás el gran poblado de Abu-Kuka, ayudados por negros que remolcaban la embarcación, llegamos finalmente a la estación de Santa Cruz, donde ahora nos encontramos, que está en la población llamada Pa-Nom. Nuestra llegada tuvo lugar el 14 de febrero, veinticinco días después de nuestra partida de Jartum, que dista mil millas de esta ciudad, según cálculos precisos y ajustados. Pa-Nom está situada a siete grados de lat. N, y es un magnífico punto central, y más seguro que los otros, para emprender exploraciones.

Por eso nos detenemos aquí; y si no ocurre nada que lo impida, estamos decididos a poner en marcha el plan de nuestro Superior, y cumplir sus órdenes de buscar una tribu adecuada a sus fines. Y he aquí lo que pensamos hacer: Mediante todas las exploraciones y averiguaciones que hemos llevado a cabo, hemos podido saber con certeza que la lengua de los Denka es la más extensa de toda el Africa bañada por el Bahar-el-Abiad; y es hablada y entendida no solamente por la tribu de los Denka, sino también por los Núer, los Yanguéh, los Kich, los Tuit ,así como por los Schelluk, que habitan la orilla izquierda, enfrente de los Denka.


[294]
Ahora nos quedamos aquí entre los Kich para aprender la lengua de los Denka y a la vez realizar exploraciones para llegar a un mejor conocimiento de lo que Dios quiere que hagamos. Aprendida la lengua, enseguida podremos elegir entre muchas tribus donde se habla el denka; de este modo dispondremos de más tiempo para consultar la voluntad del Señor.


[295]
Nuestra actual estación provisional está situada a poca distancia del río, al comienzo de una selva inexplorada, llena de elefantes, tigres, leones, hienas, búfalos, rinocerontes y otras fieras y animales salvajes. Cada noche, elefantes, leones y otras fieras pasan por nuestra estación y van al río a beber. Tres días después de nuestra llegada a la tribu de los Kich, un león arrastró a un asno fuera de la choza y le destrozó el lomo; dos días más tarde pasaron más de doscientos elefantes junto a nosotros (que estábamos encerrados en nuestras cabañas) para ir a abrevar al río. El pasado domingo D. Angel y yo nos adentramos en la selva durante media hora para ver si encontrábamos árboles pequeños con que hacer una cabaña, y descubrimos gran número de árboles derribados por los elefantes, y las huellas de búfalos y leones; pero no vimos animales feroces, porque éstos se mueven de noche, y porque Dios nos protegía.

Te prometí antes contarte algo de la caza de los elefantes y de los hipopótamos, pero no tengo tiempo. Bástate con saber que el elefante es el animal terrestre más grande que se conoce, que con su trompa (nariz) derriba árboles muy corpulentos; que sus dos colmillos pesan tres, cuatro e incluso cinco arrobas cada uno; y que en El Cairo cada colmillo de elefante se paga a cien táleros el qintâr (unas cuatro arrobas).


[296]
Queridos padres, veo que estoy en un mundo totalmente diferente del de Europa. [……] Me parece, por otra parte, que los relatos de los viajeros sobre Africa son exagerados. Es verdad que estos hombres, que masacran y matan, son crueles con los blancos; pero sólo cuando son provocados.


[297]
Nosotros hemos venido aquí con el beso de la paz, a fin de traerles el mayor bien que existe: la Religión. Ellos nunca nos han dado motivo de disgusto: nos traen leña, paja, y todo lo que hay allí; nosotros les damos a cambio sorgo o abalorios, y ellos se van tan contentos. No temáis, queridos míos: con el crucifijo al pecho o con la palabra de paz, se amansan las bestias más feroces; también es cierto que se necesita la gracia de Dios, pero ésta no falta nunca. Tendremos que trabajar, sudar, morir; pero la idea de que se suda y se muere por amor a Jesucristo, y por la salvación de las almas más abandonadas del mundo, es demasiado dulce para que nos desanimemos de llevar a cabo la gran empresa.


[298]
El primer esfuerzo que Dios quiere que hagamos es aprender la lengua de los Denka. Cuando se dispone de gramáticas, de diccionarios y de buenos maestros, no es tan difícil aprender una lengua extranjera. Pero nuestro caso es bien diferente. La lengua de los Denka nunca fue conocida, por lo que no existen ni gramáticas, ni diccionarios, ni maestros. La gramática y el diccionario de la lengua de los Denka los haremos nosotros; pero resulta que todas las palabras debemos tomarlas de labios de estos indígenas, los cuales no conocen nuestra lengua ni el árabe: ¡ved cuántas dificultades!


[299]
Y una vez que dispongamos de un discreto repertorio de palabras, a fuerza de raciocinios y deducciones tendremos que hallar las reglas gramaticales, la formación de los tiempos, el modo de construir frases, y demás. Sí, todo esto tendremos que hacerlo nosotros. Por otra parte, para predicar no podemos esperar a tener perfectamente aprendida la lengua. En cuanto sepamos chapurrear cuatro frasecitas, ahí nos tendréis metidos en medio de una turba de hombres armados, para darles una idea de Dios, de Jesucristo y de la religión. Ya empezamos aquí reuniendo a los Kich. Que Dios mueva sus corazones.


[300]
Lo que aún nos da pena es ver deplorablemente ociosa a esta gente. Hay aquí llanuras de cientos de millas que tienen una tierra con la que en Europa se harían milagros, y ellos las dejan sin cultivar. Pasan hambre, y no piensan en sembrar. Carecen, es cierto, de herramientas y de todo; pero ese ingenio que les ha permitido fabricar las lanzas y flechas debería haberles enseñado a hacerse también buenas azadas, palas, picos y herramientas de corte. Pero sobre ellos nada os quiero decir, esperando a conocerlos mejor para describíroslos. Hasta ahora no os he hablado de la religión de esta gente, ni de la idea que tienen de Dios. Nosotros, para escoger con buen criterio un lugar de Misión, debemos informarnos de todo, incluso de cosas que aparentemente no tienen nada que ver con la Religión. Pero tiempo vendrá en que os escribiré también de ésta. Los que viven a orillas del río se dedican a la pesca.


[301]
El Nilo está lleno de grandes peces. No se puede comparar la abundancia de pesca que se da en nuestro lago con la del Nilo, especialmente entre estas tribus; y lo deduzco por la manera de pescar de estos indígenas. No tienen anzuelos ni redes; sólo una larga caña, al final de la cual hay una flecha. Con este arpón montan en sus piraguas, y recorren, por ejemplo, un tramo de cien pasos, clavándolo continuamente en el agua a la buena de Dios, sin fijarse primero dónde está el pez; y no es para contarlo la cantidad de peces que logran pescar en poco tiempo. Sus piraguas son de la longitud de nuestras barcas, pero extraordinariamente estrechas, no sobrepasando los tres palmos, por lo que apenas cabe una persona. Los Schelluk construyen estas piraguas con tiras de corteza de árboles que unen unas con otras; y aquí, entre los Kich, son de una sola pieza, hechas de un tronco ahuecado a fuerza de arponazos.


[302]
Pero basta, queridos padres. Yo tendría otras cosas que deciros; quisiera estar hablándoos siempre para consolaros, para repetiros que estéis contentos y tranquilos. No os quejéis del abandono ni de la separación; dejad que lloren la lejanía los que no tienen religión. Y aun suponiendo que no nos volviéramos a ver jamás en este mundo, ¿no es acaso una suerte abandonarnos en la tierra para encontrarnos felices en el cielo, y para siempre?


[303]
El adiós, la lejanía, el abandono pueden llorarlo los mezquinos e infelices que no conocen otro mundo que éste, ni otra unión que la material de las personas. Pero nosotros sabemos por la fe que hay un Paraíso, y allí se reúnen todos los verdaderos hijos de Dios; allí se juntan todas las plegarias de los hombres, que se elevan desde todos los rincones de la tierra. Por eso, aunque vosotros estéis en una parte del mundo y yo en otra, estamos y estaremos siempre unidos, porque confluimos en un solo punto, Dios, que es centro de comunicación entre vosotros y yo.


[304]
Pero, ¿sabéis por ventura lo que la Providencia ha determinado?... Quizá nos volvamos a ver. El clima de Africa es terrible, pero no tanto como se cree. ¿No os parece una maravilla que de seis que somos, ninguno haya muerto en el viaje? Para vuestro consuelo os debo decir además que la posición en que estamos es mucho mejor que la de Jartum; y es sana. Al calor ya estamos acostumbrados; las fiebres van y vienen, pero finalmente desaparecen. Moriré, Dios lo sabe; pero hasta ahora estoy sano. Los cinco gozamos de espléndida salud. Demos gracias al Señor, pero a condición de que nos mande otras tribulaciones, si no nos quiere mandar enfermedades y muertes.


[305]
En fin, queridísimos padres, el Señor os bendiga primero en el alma y luego en el cuerpo. Recordad que os llevo siempre en el corazón. Mis compañeros os saludan cordialmente, os envían su santa bendición y desean estar en vuestro recuerdo. Rogad por ellos y por la Misión. Cuando menos lo esperéis, Dios os consolará. Y además, ¿es que yo no voy a poder consolaros con mis cartas? Cierto que son pobres y escasas de substancia; mas pensad que están escritas bárbaramente, sí, pero por vuestro hijo que os quiere.


[306]
Yo conservo las vuestras como una reliquia. Apenas recibidas, las guardo por orden; y cuando un natural sentimiento de dolor por vosotros me oprime, las leo, y me consuelo porque sé que vivo en vuestro recuerdo. Haced lo mismo también vosotros: cuando las cosas vayan mal (lo que es señal de que estamos en este mundo) leed algunas páginas de estos toscos garabatos de cartas que de cuando en cuando os mando, y veréis cómo os aliviáis. ¡Y quién sabe qué alegrías os tiene Dios preparada en la tierra! Pero vosotros buscad siempre las del cielo, despreciando las temporales. ¡Dios lo ve todo! ¡Dios lo puede todo! ¡Dios nos ama! Rezad por la conversión de Africa.


[307]
Mientras, os abrazo a los dos. Saludad cordialmente de mi parte a Eustaquio, Herminia, el tío José, César, Pedro, Vienna, y a todos los parientes, no olvidando dar un beso por mí a Eugenio cuando vuelva gloriosamente de Innsbruck. Presentad mis respetos al Sr. Consejero, al Patrón, a la señora Livia por medio de ellos, a Adolfo, y a los Sres. Santiago y Teresa Ferrari, de Riva. También al nuevo Ecónomo Espiritual, diciéndole que como feligrés suyo, también tengo yo derecho a su pastoral solicitud; pero como él está en un hemisferio y yo en otro, y encontrándome tantas millas lejos de sus ojos, por lo que no puede ejercer sobre mí su paternal cuidado, al menos tengo derecho a participar de esa pastoral solicitud con las oraciones. Y ya que su oficio implica rezar al Señor por su pueblo, y en las fiestas decir misa pro populo, yo deseo participar de sus pastorales cuidados, haciéndolo también de sus oraciones. En una palabra, decidle que rece al Señor por mí, que soy su oveja, aunque descarriada.


[308]
Saludad en mi nombre al Sr José y a Julia Carettoni; al Sr Pedro Ragusini y a Bartolo Carboni; a la familia Patuzzi, viejos y jóvenes; a D. Bem; a las tres Sras. Parolari-Patuzzi; a los Sres. Giraldi, es decir, a las Sras. Nina y Tita, al Sr. Juan, a Ventura, etc.; al Médico, a todos los Lucchini; al amigo Antonio Risatti; al Sargento, también en nombre de D. Angel; al pintor, a los jardineros de Supino y Tesolo; a Rambottini y Barbera, al buen Pedro Roensa, con su familia y su hija criada de los nuestros. Y recordad lo de nuestra sirvienta. Saludad también a la Sra. Cattina Lucchini, a Sassani, etc., etc. Mandad mis cordiales saludos al Arcipreste de la Pieve, a D. Luis, D. Pedro, al Párroco de Voltino, al Dr. David, y a esa buena mujer que es la vieja Mariana Perini.


[309]
En resumen, saludad de mi parte a todos los que frecuentan nuestra casa, a Minico el de Riva, a nuestros parientes de Bogliaco y Maderno, y a todos los paisanos de Limone. Decidles a los limoneses que los he abandonado con la persona, pero nunca con el espíritu. Nunca es tan dulce el recuerdo de la propia tierra como cuando se está lejos de ella. Decidles que recen al Señor por un paisano suyo que, aun alejado, siente afecto por ellos. Mis recuerdos al invulnerable Pirele, a su esposa la pudibunda María. En fin, adiós, queridos padres. Me complazco en repetiros que gozo de la mejor salud; lo mismo espero de vosotros. Al recibo de ésta, supongo que ya os habrá llegado el paquete de Jerusalén. Decid a los que mando recuerdos que se acuerden de mí, pero ante Dios.

Recibid el más cariñoso abrazo y además la santa bendición de



Vuestro afmo. hijo

Daniel Comboni

Misionero Aplico. en Africa Central



(1) Los Denka se quitan los dos dientes incisivos a la edad de 7 años.






33
Eustaquio Comboni
0
Territorio Kich
5. 3.1858

N. 33 (31) - A EUSTAQUIO COMBONI

AFC

Desde la tribu de los Kich, a 7° lat. N.

5 de marzo de 1858

Querido primo:


 

[310]
No recuerdo si en la mía última, que te escribí desde Jartum, te expresé una justa queja; y aunque así fuese, quiero repetírtelo otra vez. Al abrir ahora tu carta, no he encontrado noticias del pequeño Herminio... en fin... ya me entiendes. Quiero que me informes no sólo de mi queridísimo Eugenio, sino también de los otros. Espero que te encuentres bien,.y también el tío.


[311]
He oído que el tío desea viajar a Jerusalén: sería una buena cosa, pues estoy seguro que después no le importaría morir. Pero, a decir verdad, yo no le aconsejaría realizar ese viaje, no ya por las dos mil millas de mar que hay, sino por el paso de las montañas de Judea, las cuales no son siempre seguras. Además se requiere una fuerza juvenil, al tener que sufrir incomodidades y otros inconvenientes, incompatibles con los sesenta años que él lleva a cuestas. Y mucho menos le aconsejaría hacer el viaje con los frailes, a los cuales, por estar acostumbrados a sufrir, no les cuesta trabajo pasarse un mes en un sucio y apestoso barco.

Pero si, llegada la Pascua, el tío decidiese hacer este viaje, es preferible que vaya al Lloyd austríaco; y que tú entonces me escribas enseguida para que yo pueda recomendarlo en Alejandría, en Jaffa, al Cónsul francés en Jerusalén, y en todas las ciudades de Palestina donde tengo gentiles corresponsales. Vuelvo a advertirte que no todos los frailes son convenientes; lo sé por experiencia. En cuanto al idioma, quien no tiene relaciones se las apaña con el italiano, porque en Palestina hay más de cien Misioneros italianos. Pasemos a otro asunto.


[312]
Mi actual situación, mis ocupaciones me impiden ofrecerte un breve informe de mi viaje al Centro de Africa: puedes leer ese confuso batiburrillo de impresiones e ideas que escribí a mi padre. ¡Qué cambios se producen en la vida! Hace seis meses, me encontraba entre gente culta, civilizada, entre cristianos; ahora no puedo darme la vuelta sin toparme con una chusma de pobres individuos, que en su lengua, con la expresión cham cham (tengo hambre) nos piden el baksis. En Europa vivíamos en casas hechas de albañilería, comíamos en mesas y dormíamos en camas; aquí nos alberga una tosca cabaña de cañas y juncos, comemos tan a gusto sobre una de nuestras cajas de embalaje, y dormimos sobre una tabla o en un rústico catre hecho de cuerdas de palma datilera.


[313]
En Europa no se veían más que perros, cabras, bueyes, asnos; aquí estamos casi familiarizados con los elefantes de larga trompa, con los búfalos de bifurcados cuernos, con los hipopótamos de enorme boca, con los cocodrilos, las hienas, los leones, y con otros feroces animales, que de noche merodean junto a nuestras cabañas. De todas formas, me encuentro muy contento, porque aunque todavía no vea cómo será posible convertir a estas personas, y aun desconfiando por completo de los medios humanos, tengo confianza en un acto prodigioso de la gracia de Dios.


[314]
Nuestra vida, la vida del Misionero, es una mezcla de dolor y gozo, de preocupaciones y esperanzas, de sufrimientos y alivios. Se trabaja con las manos y con la cabeza, se viaja a pie y en piragua, se estudia, se suda, se sufre, se goza: esto es cuanto quiere de nosotros la Providencia.


[315]
Ayer, habiendo recibido visita del jefe de los Abukuk, a quien queremos comprar una barca, y habiéndole hablado de Dios y del cielo, preguntó si en ese paraíso había vacas y aretes de cobre. El, que tiene diez mujeres, cerca de mil vacas y tres cofres de abalorios, nos pidió de comer porque estaba hambriento; incluso vino más veces a pedirnos limosna. Aquí hay una sola estación. El tiempo más cálido es de noviembre a abril, en que tenemos el sol en vertical sobre la cabeza; y de abril a noviembre hace menos calor, por las lluvias. Pero basta: léete despacio ese pequeño relato del viaje dirigido a mi padre.


[316]
Espero disfrutéis de buena salud, y que a mi buena prima Herminia le den pocas veces las convulsiones. Muchos saludos para ella. Te recomiendo de todo corazón a mi querido Eugenio. Al dirigirle, al aconsejarle, al velar por él (y sé con sumo placer lo solícito que eres al respecto) piensa más en la religión que en el interés y en las vanas ideas de grandezas del mundo. Si consigue salir bien librado en Innsbruck, es decir, si no se contamina en la convivencia con malos compañeros (lo cual me causa mucha preocupación, por la perversidad de la juventud moderna), verás las satisfacciones que te da el excelente Eugenio.


[317]
Te recomiendo también a Herminio, y que procures mantenerlo apartado de ciertas compañías villanas y groseras. Y como de su natural es un poco orgullosillo, convendrá mucho tenerlo abajado, y vigilarlo, procurando, eso sí, hacerle ver que tenéis esperanza de que se enmiende; de otro modo, se desanimará y se dejará llevar por su mal temperamento.


[318]
Te recomiendo, además, al pequeño Enrique. Aunque menos astuto y agudo, seguirá el camino de Eugenio: cultiva en él la idea de la religión. Igualmente procura que los hijos de César sean educados. Dios te ha puesto en condiciones de hacerlo: aprovecha. Ciertas toscas ideas adquiridas por el continuo contacto con botarates crónicos no me gustan, ya me entiendes... La educación es el más precioso patrimonio del hombre y de la mujer; y es más estimable ante Dios y ante los hombres que miles de florines de hacienda. Ahora implica gastos, pero mañana, a fin de cuentas, también engorda la bolsa.


[319]
Despidiéndome de ti, querido Eustaquio, te ruego que me escribas: tus cartas me consuelan mucho y me son muy gratas. ¡Oh, qué entrañables las palabras de las personas queridas y lejanas! Que me escriban también tus hijos. Dame noticias de ellos, de mis padres, de [……] de Pedro, de César, de todos. Presenta mis respectos al patriarca Beppo, y a la parlanchina de su esposa, la Sra. Julia.


[320]
Ya me gustaría –dile– saber hacer el pan como ella, porque así no me tocaría comer tanto durah [masa de sorgo de consistencia similar a la de la pasta], que es como el llamado pastello. ¡Pero bendito sea Dios! Mis respetos también a los Sres. Santiago y Teresa Ferrari; y, naturalmente, a todos los nuestros de Riva, con la respectiva servidumbre. Mientras, con todo el corazón y dándote un cariñoso abrazo, me declaro



Tu afmo. primo

Daniel Comboni




[321]
Recuerdos al tío, diciéndole que nuestros acuerdos han de ser inquebrantables. Manda también mis especiales saludos a D. Giordani y a D. Juan Bertanza.






34
Don Pedro Grana
0
Territorio Kich
9. 3.1858

N. 34 (32) - A DON PEDRO GRANA

ACR, A, c. 15/39

Desde la tribu de los Kich, a 7° lat. N.

9 de marzo de 1858

Querido D. Pedro:


 

[322]
Un dolor y un placer me proporcionó su estimadísima del 21/11/57, que me llegó hace pocos días desde Jartum. El dolor fue al pensar que mi pobre pueblo natal queda, con la marcha de Ud., privado del más sabio de sus pastores, ¡lo cual es un gran mal y presagio de quién sabe cuántas desventuras! El placer lo experimenté, y grande, al saber que Ud. ha sido finalmente elegido para el importante cargo de Arcipreste de Toscolano; y en cuanto a esto, no sé si ha sentido más júbilo su corazón, el de los afortunados toscolaneses, o el de su amigo lejano en el momento en que un cosario nubio le trajo la carta que contenía tan grata noticia.


[323]
No, no, mi querido D. Pedro; no es porque Ud. era Párroco de Limone, o el consuelo de mis padres aislados, o por otro motivo secundario, por lo que decidí, en unanimidad con Ud., que mantuviéramos un estrecho contacto pese a la desmesurada distancia que nos separa.


[324]
Era el afecto; era la feliz circunstancia de que nuestros corazones se acoplaban formando uno solo; era la más estrecha y sincera amistad lo que nos impulsaba a mantenernos unidos, si bien desde lejos, mediante leal y recíproca correspondencia. Por tanto, aunque no esté en Limone, aunque ahora sea Arcipreste de Toscolano, no es cuestión de romper nuestra relación epistolar: yo continuaré con ella, aparte de los resultados de nuestra gran Misión; y usted., D. Pedro, siga consolando mi soledad con largas cartas que me informen de Ud. y de lo relacionado con Ud., de su familia, de Toscolano, etc., porque serán para mí noticias gratísimas.


[325]
Sabrá, como le escribí desde Jartum, que D. Juan, D. Francisco, D. Angel y yo partimos de esta ciudad el 21 de enero, después de intercambiar abrazos con nuestro hermano D. Dalbosco, a quien dejamos en calidad de Procurador, y como centro de comunicación entre nosotros y Europa; aunque en Alejandría contamos con otro Procurador, este secular, en la persona del Conde Frish de Viena, excelente italiano. Doblada la extrema punta de Ondurmán, en los 16° de lat. N., lugar donde se unen los dos grandes ríos Bahar-el-Azrek y Bahar-el-Abiad formando el Nilo, nuestro barco entra majestuoso en el Bahar-el-Abiad, que se abre ante nosotros con toda su grandiosidad y belleza.


[326]
Este gran río, aunque menos profundo, es mucho más anch0 que el Nilo; y aunque avanzamos contra su corriente, al soplar a nuestro favor un viento fuerte, le barco en que viajamos corre por aquellas agitadas aguas con la celeridad de nuestros vapores del Garda. Las tribus que encontramos más allá de Jartum, la cual está situada en un lugar fronterizo, son los Hassanieh, los Lawin y los Bagara, quienes son nómadas a causa de su más importante ocupación, que es el pastoreo, y tienen que ir de un lado a otro, según donde encuentran los pastos más abundantes para sus ganados. Dejadas atrás estas tribus, se hallan las de los Denka, en la margen derecha del río, y la de los Schelluk en la izquierda. Y es antes de llegar a éstas dos tribus cuando gozamos del espectáculo de una naturaleza abandonada a sí misma, y nunca frenada ni bastardeada por la mano del hombre.


[327]
Las orillas del río están cubiertas de una vegetación exuberante y lozana que durante largo trecho parece un Edén encantado. Grupos de centenares de islitas vestidas de verde intenso, que salpican el río a lo largo de casi doscientas millas, ofrecen el aspecto de deliciosos jardines. Bosques vírgenes y selvas impenetrables de gigantescas mimosas, de verdes nábac, de espinosas acacias, de papiros, tamarindos y otros árboles frondosísimos de todo tamaño, se adentran considerablemente en tierra a oriente y occidente y ofrecen el más seguro refugio a millares de antílopes, gacelas, jirafas, leones y otros animales salvajes que pasean y vagan sin temor por aquellos parajes inviolados, jamás hollados por planta humana.

Inmensas bandadas de aves de toda especie, tamaño y colorido revolotean libremente por aquellas frondas, llenando el ambiente de desgarrados pero agradables cantos: los ibis, las águilas reales, los patos salvajes, los aguirones, los abusin, los abumarkub, los papagayos de plumas de oro, los pelícanos, las abumias, etc, etc. andan y vuelan por las orillas en bandadas de miles, y de lejos se confunden fácilmente con los monos, que van saltando por los árboles, vienen a beber al río y hacen muecas a nuestro paso. En suma, parece ver una selva ambulante.


[328]
A este espectáculo se añade luego el fragoroso mugir de cientos de miles de hipopótamos, que, bufando, levantan del agua su cabeza monstruosa, y que con su lomo sacuden la embarcación, mientras en las islas se ven descansando grupos de cocodrilos, que a nuestro paso, arrastrándose uno tras otro, se refugian en el agua. El hipopótamo es casi cuatro veces más grande que el buey y por su boca puede entrar un hombre entero, como nos dijeron que ha sucedido más de una vez; nosotros los vimos a menudo con la enorme boca abierta, y es un espectáculo. El mayor cocodrilo que encontramos medía, según nuestros cálculos, veinte pies; pero los hay hasta de treinta pies. Los hipopótamos nadan agrupados por cientos, por miles, y a nuestro paso se zambullen en el agua.


[329]
En territorio de los Núer, nuestra embarcación estuvo avanzando durante cuatro millas, con las velas hinchadas, siempre sobre lomos de hipopótamos. Las primeras veces da miedo, pero luego uno se habitúa; aunque el cocinero de nuestro barco fue arrojado al río por un hipopótamo, y devorado. Pasados los10° de latitud, la naturaleza se muestra más pálida, disminuye la vegetación, las orillas están cubiertas de juncos, y así se continúa hasta los 7 grados. No cuento los muchos avatares de este viaje, las manadas de elefantes, de búfalos salvajes, de antílopes, etc. que veíamos desde el barco. Tampoco hablo de los territorios de los Denka, de los Núer, de los Yangueh, etc. que hemos recorrido, ni de las muchas impresiones que nos produjeron estas inmensas regiones, porque sería demasiado prolijo, como lo fui en una larguísima carta que escribí a mi padre sobre este viaje. Pero así, de pasada, le voy a contar una aventura que nos ocurrió con la tribu de los Schelluk.


[330]
El día 30 de enero nuestro barco va a parar a un banco de arena en Mocada el-Kelb, en territorio de esa tribu. En el Nilo y en el Nilo Blanco hemos embarrancado más de mil veces a causa de que el río es poco hondo en muchos lugares; pero aquí el viento empujó el barco tan profundamente que ni la fuerza de nuestros quince marineros fue capaz de liberarlo. Normalmente, cuando embarranca la embarcación, los marineros bajan al agua y, a empujones con los hombros, favorecen el ímpetu del viento, y la sacan a flote. La noche del 29, después de repetidos esfuerzos, nuestro capitán nos dice que no sabe cómo liberar el barco. Y nos encontramos en un paraje donde tenemos los Denka a la derecha, y a la izquierda los Schelluk, que viven de robos, la tercera parte de cuyo producto deben dar al rey. En la playa vemos puestas en fila diez barcas de Schelluk armados todos de lanza, arco, flechas, palo y escudo.


[331]
En Jartum nos habían hecho horribles descripciones de los Schelluk, y el capitán nos corroboraba todo. Al anochecer consultamos entre nosotros sobre el modo de salir de aquel atolladero, pero no surge ninguna idea que agrade. Finalmente se decide llamar a los Schelluk para que ayuden a los marineros, prometiéndoles abalorios, perlitas y regalos. Pero, entretanto, a duras penas logramos impedir a los marineros que tomen las armas.


[332]
El Misionero debe morir antes que ponerse a predicar el Evangelio matando para defenderse del enemigo. Por otra parte, ¿qué podían hacer once fusiles que cogiéramos para defendernos de esas fieras? Por la noche habíamos decidido llamar en nuestra ayuda a los Schelluk, y si se presentaban con ánimo hostil, cederles el barco con todo lo que había en él; y si por ventura no nos mataban, intentar plantar la Cruz en aquella tribu, donde nunca brilló la luz evangélica.


[333]
Por la mañana, a fuerza de gritos, de alzar la bandera de nuestra Misión, etcétera, dimos a entender a aquellos hombres de la orilla que queríamos que vinieran. De pronto se destaca una canoa con doce indígenas con el armamento antes descrito, y de gigantesca estatura. Habiéndoles hecho comprender nuestro deseo de que ayuden a los marineros a extraer el barco, contestan que primero dos de nosotros debemos subir en su piragua como rehenes y acompañarles a la orilla, donde tratarían con su jefe el precio en abalorios que ellos iban a cobrarnos por prestarnos sus servicios. Mientras que el capitán se negó a ello, nosotros cuatro nos dispusimos a ir de rehenes; y nos costó mucho a cada uno persuadir a los demás, porque cada cual quería ser elegido como rehén.


[334]
Mientras nosotros así hablamos, esos hombres se ponen a ayudar a los tripulantes. Pero después de muchos esfuerzos, viendo que el barco no se mueve en absoluto, tratamos de hacerles entender que deben llamar a sus otros hermanos para que acudan en nuestra ayuda (quizá los Schelluk creían que, una vez extraído el barco de banco de arena, se lo iban a llevar ellos). En menos de media hora aparecen otras tres barcas armadas, y todos, en número de cincuenta, se ponen a empujar el barco. Apenas éste empieza a moverse, todos se detienen, y piden abalorios. Se los enseñamos; pero ellos, desconfiando de nosotros, quieren que se los demos al momento. No bien se los hemos entregado, cuando en un instante se alejan de nuestra embarcación, y huyen.

Este episodio sucedió el día 30. A últimas horas de la tarde, llamamos una y otra vez pidiendo ayuda, pero nadie acude. ¿Qué hacer en medio del río entre dos poderosas tribus? Nuestro problema era serio. Pero en el barco (que es propiedad de la Misión de Jartum) hay una bellísima capilla adornada con una imagen de María. ¿Podía acaso nuestra buena Madre dejar desamparados a cuatro de sus hijos, que tratan de darla a conocer junto con su Hijo también a estos míseros pueblos? No; la buena Madre venía en nuestro auxilio sugiriéndonos un medio para salir de aquel trance.


[335]
A la mañana del 31, con los 15 remos de la embarcación improvisamos una balsa, y sobre ella colocamos más de treinta cajas, a fin de aligerar el barco. Luego, a fuerza de los empellones dados por aquellos incansables marineros nubios, fue empujada a un lugar donde el agua era profunda. Cargada de nuevo con indecible trabajo, lo que nos llevó diez horas, partimos dando gracias al Señor y a María, y dejando desilusionados a los Schelluk, entre los que notábamos un ir y venir que nos gustaba poco. Bendito sea el Señor, que nos ha asistido maravillosamente en todos nuestros viajes.


[336]
Desde Jartum hasta el territorio de los Kich, todos los hombres y mujeres andan completamente desnudos, a excepción de las casadas –o mejor embarazadas–, que se ciñen a los costados una piel de cabra o de tigre; duermen rebozados en ceniza, se embadurnan de ceniza todo el cuerpo, y siempre van armados de lanza, arco, flechas, escudo, etc., etc. Nosotros hemos averiguado por nuestras exploraciones que la lengua más extendida de las Regiones Incógnitas de Africa Central es la de los Denka, la cual es hablada no sólo por esa tribu, sino por otras diez o doce; por eso nos quedamos aquí, entre los Kich, para estudiar esta lengua y a la vez llevar a cabo exploraciones hacia el Ecuador. Luego, en la tribu que consideremos más conveniente, emprenderemos la predicación del Evangelio, según el gran plan de nuestro Superior D. Mazza.


[337]
Yo he empezado a ejercer también la medicina, y ahora tengo como clientes a todos los enfermos que hay por estos alrededores. Cuando están curados vienen a verme y me escupen por todas partes, pero sobre todo me toman las manos y me escupen en ellas, en señal del más profundo agradecimiento. De la lengua de los Denka chapurreo 522 palabras; bueno, 523, porque en este momento aprendo que a-ñao significa gato. Es un trabajo indecible aprender una lengua tomando cada palabra de labios de los indígenas. Pero basta, querido D Pedro. Por esta hojita no puede Ud. hacerse la menor idea de lo que fue objeto de nuestras observaciones; pero le escribiré... Mis compañeros le saludan cordialmente, congratulándose de que la Providencia le haya llamado a cuidar tan considerable grey.


[338]
Me complazco también en comunicarle que, a pesar de las incomodidades de una larga peregrinación y del abrasador sol africano, gozamos de una salud maravillosa. De 22 Misioneros de la Misión de Jartum, que tiene diez años de existencia, murieron 16, y casi todos en los primeros meses. Nosotros estamos en todo momento preparados para la muerte; pero, aparte del clima, muchas de las muertes se deben a la falta de médicos y de medicinas. Pero gloria al Señor. Saludo a Ud. de corazón; con la primera expedición le llegará algún objeto del Centro de Africa. Mis saludos a su señora madre, a la buena de Elisa, a toda su familia, a sus sacerdotes, a cuyas oraciones me encomiendo, a Julia Pomaroli, y al Ingeniero Mastela y esposa, cuando escriba Ud. a Módena. Y créame de corazón

Suyo afmo.



Daniel Comboni




[339]
N.B. La semana que viene intentaremos una exploración entre la belicosa tribu de los Tuit, que se halla a 6° de lat. Hemos hecho venir aquí, a la de los Kich, al jefe de esa otra tribu; y después de regalarle un paquete de abalorios, crucecitas, etc., nos dijo que fuésemos a su tribu cuando quisiéramos, que él se ocuparía de preparar a sus súbditos. Pero también nos hizo una advertencia: que no entráramos en sus cabañas, porque hay allí un espíritu que devora a los hombres. Nosotros le aseguramos que lo haríamos huir. «No –respondió–; él lo devora todo».

Ya veremos. Ahora que empezamos a chapurrear esta lengua, podemos meternos en medio de una turba de estos indígenas armados y hablarles de Dios. Bastantes entran ya a Misa por la mañana, otros vienen para ser instruidos, y muchos están tomando la costumbre de santiguarse. A hacernos querer, mucho nos ayuda el ejercicio de la caridad, especialmente con la asistencia a los enfermos.


[340]
Aquí, tanto vivos como moribundos yacen en el suelo envueltos en ceniza: ésta es toda su medicina. Es deplorable la miseria de toda clase quereina entre las tribus de Africa Central. ¡Ay, si tantos buenos sacerdotes de la diócesis de Brescia como ahora están apáticos y ociosos entre las paredes de su casa, viesen que tantos millones de almas se hallan en las tinieblas y sombras de muerte! ¡Si pudiesen trasladarse en un vuelo aquí, a las Regiones Incógnitas, estoy seguro de que se convertirían en otros tantos Apóstoles de Africa! Sin embargo, espero que la Providencia de Dios moverá también el generoso pecho de los sacerdotes brescianos; porque el pensar que son tan ardientes y magnánimos para la causa de la patria, me persuade de que lo serán todavía más para la causa de Dios, para el acrecentamiento de su Reino. Mas para esto haría falta una chispa.


[341]
Espero que el ejemplo de los Misioneros del Instituto Mazza de Verona y del Seminario de S. Calocero de Milán incite los fervientes y magnánimos corazones de mis hermanos y paisanos de Brescia a meterse en grandes empresas para la difusión del Reino de Dios. Le ruego presente mis humildes respetos a S. Ilma. el Obispo de Brescia. En fin, mi querido D. Pedro, escríbame. ¡Estando lejos, se añoran las palabras de las personas queridas! Y queridas me serán las noticias de su actual situación, del importante cargo al que ha sido llamado, etc. etc, y de todo. ¡Adiós!






35
Dr. Benito Patuzzi
0
Territorio Kich
15. 3.1858

N. 35 (33) - AL DR. BENITO PATUZZI

ACR, A, c. 15/88

Desde la tribu de los Kich, en Africa Central

a 7° lat. N. - 15 de marzo de 1858

Dilecto compadre y amigo:


 

[342]
¡Qué gran descubrimiento ha hecho en este día su amigo lejano! Hoy me he dado cuenta de lo rápido que pasa el tiempo. Y ¿sabe por qué?... Porque hoy he descubierto que voy camino, y a paso ligero, de hacerme viejo. ¡Ay, amigo mío, hoy cumplo 27 años de edad, y me parece que fue ayer cuando era joven! Se me antoja que fue ayer mismo cuando, niño, aprendía en el regazo de mi madre a hacer la señal de la cruz, o cuando por el famoso tesólico valle, donde respiré los primeros hálitos de vida, marchaba solito y me presentaba en medio de su excelente y patriarcal familia para aprender los primeros rudimentos de lectura italiana del celebérrimo gramático D. Pedro, su querido tío, quien con una paciencia de chino y una constancia de alemán, y a menudo con una no muy agradable palmeta, por el considerable estipendio de 75 céntimos al mes, se ocupaba enérgicamente de mi instrucción.


[343]
¡Oh inocentes y dulces recuerdos de los tiempos que fueron!... Pero también Ud., querido Benito, avanza a buen paso hacia la senectud de sus venerables mayores... Y puesto que Ud. y yo vamos envejeciendo tan rápido, quiero que dediquemos este día a rememorar los pasados avatares de nuestra juventud, lo mismo que harían ahora dos gloriosos veteranos de Napoleón, que, encontrándose juntos, pasarían muchas horas recordando fatigas, viajes, batallas y triunfos pretéritos; sólo que esta vez haré yo de protagonista. En efecto, empezaré a entretenerle contándole mis aventuras, y luego Ud., cuando las haya escuchado, hará lo propio con las suyas. Pero no abordaré todas las circunstancias de mis pasadas vicisitudes: sólo le haré un brevísimo resumen de mi viaje por el Bahar-el-Abiad, esperando que le agrade oír las cosas que le sucedieron a un sincero amigo suyo, el cual en aquellos alegres momentos pensaba también en Ud., y le parecía a veces que Ud. le acompañaba y compartía con él las múltiples y variadas impresiones recibidas.


[344]
Pero antes de abordar la breve exposición de mi viaje por el Bahar-el-Abiad, debo explicar que el Nilo, por el que navegué de El Cairo a Korosko y de Berber a Jartum, está formado por dos grandes ríos conocidos por los árabes con los nombres de Bahar-el-Azrek, o Nilo Azul, y Bahar-el-Abiad, o Nilo Blanco, así llamados precisamente por el color de sus aguas, los cuales se unen en Ondurmán, cerca de Jartum, formando el Nilo propiamente dicho, que tras un curso de bastantes miles de millas a través de Nubia y Egipto, desemboca por diversos brazos en el Mediterráneo.


[345]
Las fuentes del Nilo Azul se conocen desde la antigüedad, y están en las montañas de Abisinia, no muy lejos del lago Dembea, las cuales siempre fueron consideradas erróneamente como las fuentes del verdadero Nilo. Por este río viajó en 1855 nuestro D. Juan Beltrame hasta los 16° de lat. N., con objeto de buscar el lugar adecuado para una Misión según el gran plan de nuestro Superior D. Nicolás Mazza. Pero habiéndose considerado, por muy válidas razones, inapropiado cualquier punto a lo largo del Nilo Azul, el Superior decidió que mediante nuestra expedición se intentase la realización de su proyecto en el Nilo Blanco.


[346]
Debo aclarar antes también que este río, mucho más ancho, caudaloso y largo que el Azul, anteriormente ha sido recorrido hasta cierto punto por otros, y especialmente por el Misionero D. Angel Vinco, de nuestro Instituto. Por eso en cierto modo se conocen sus riberas; pero nadie se ha aventurado mucho tierra adentro, adonde en cambio se extienden muy profundamente sus vastas tribus. De manera que aunque se sabe el nombre de éstas, porque uno de sus confines llega hasta el río, se puede decir con toda razón que las tribus del misterioso Nilo Blanco son desconocidas, porque no se sabe nada de seguro sobre sus costumbres, población, gobierno, religión, y demás.


[347]
Así las cosas, nuestra intención es realizar el plan de nuestro Superior en una de las tribus de Africa Central que se considere más adecuada, empezando por las riberas del Nilo Blanco. En esta obra nos serán muy útiles los dos Institutos de negros y negras, que el gran hombre de Dios va formando en Verona, como feliz vivero para la implantación de las Misiones en Africa Central.


[348]
Con tal fin, al amanecer del 21 de enero, después de intercambiar abrazos con nuestro querido compañero D. Alejandro Dalbosco, que se quedó en Jartum como Procurador nuestro y centro de comunicación entre Europa y las tribus donde pensábamos establecernos, salimos de esta ciudad nosotros cuatro, es decir, D. Juan Beltrame –el jefe de la Misión–, D. Francisco Oliboni, D. Angel Melotto y yo, acompañados por D. Mateo Kirchner, Misionero de la Estación de Jartum, a quien el Vicario Apostólico, que recientemente se había desplazado a Europa, había encargado ir a visitar en su lugar las Estaciones de S. Cruz y Gondokoro.


[349]
El barco que nos debía trasladar en este peligroso viaje era el Stella Mattutina, propiedad de la Misión de Jartum, y uno de los más grandes, y sin duda el más elegante, de cuantos hasta entonces habían surcado las caudalosas aguas del Nilo Blanco. Llevaba una tripulación de catorce buenos marineros, a cuyo frente estaba un muy experto rais (capitán), que ya había realizado otra vez este mismo viaje; y nosotros habíamos experimentado anteriormente de modo directo hasta qué punto este capitán era perito y diestro en el difícil arte de navegar por este gran río. Después de no poca lucha con el viento del norte y de haber remontado el Nilo Azul hasta la punta extrema de Ondurmán, donde se juntan los dos grandes ríos –aunque cada uno de ellos conserva aún durante más de cuatro millas el color que le es propio –, se abrió ante nosotros el Nilo Blanco, manifestándose en toda su espléndida grandiosidad y belleza.


[350]
Un viento muy fuerte nos lleva rápidamente por esas aguas agitadas y revueltas, las cuales, pese a seguir un curso que nos es contrario, parecen retirarse humilladas al paso del Stella Mattutina, que avanza majestuoso con casi la celeridad de nuestros vapores del lago Garda. Sus lejanas orillas están pintorescamente cubiertas de una variada vegetación, donde pastan grandes rebaños de bueyes y cabras; y más hacia el interior elevan al cielo sus ramas las gigantescas mimosas, sobre las que revolotean libremente numerosas bandadas de bellísimas aves.


[351]
La primera tribu que se encuentra más allá de Jartum es la de los Hassanieh, que se extiende por ambas riberas del río. Sus habitantes se dedican al pastoreo, en el que encuentran su principal fuente de alimentación. Estos nómadas van siempre armados de lanza, y como los nubios que habitan a este y al otro lado del desierto, llevan siempre atado al desnudo brazo, junto al codo, un afilado cuchillo que utilizan para todas su necesidades. Y fue precisamente en territorio de esta tribu, en Uaschellai, donde el segundo día nos detuvimos para proveernos de un buey, porque nuestro rais nos había advertido que durante muchos días no encontraríamos dónde conseguir comida para nosotros y nuestra tripulación. Nada le puedo decir a Ud. sobre esta tribu, salvo que es nómada, de modo que la mayor parte de sus miembros –aunque hay alguna aldehuela o poblado– van de un lugar a otro, según donde encuentran mejores y más abundantes pastos para su ganado.


[352]
Más allá de los 14° de lat. se hallan otras dos pequeñas tribus: la de los Schamkab, a la izquierda del río, y la de los Lawins, a la derecha. Pasadas éstas, comienza hacia el sur la gran tribu de los Bagara, que a la izquierda se extiende entre los 14° y los 12° de lat. N, y a la derecha entre los 13° y los 12°; y en el espacio intermedio, entre los 12° y los 13°, está la tribu nómada de los Abu-Rof, de la que nada puedo decirle con certeza, salvo que existe. Precisamente aquí, a lo largo de las riberas ocupadas por los Bagara, y en parte por la de los Schelluk, el paisaje se hace más interesante y maravilloso; los poblados y las cabañas empiezan a desaparecer; todo es silencio. Nuestra dahhabia (el Stella Mattutina) es la única que navega por estas aguas tranquilas, y nosotros, desde el puente del barco, admiramos en el más absoluto asombro el espectáculo de una naturaleza virgen y nunca contaminada, que sonríe en esta encantadora parte del río.


[353]
Durante largo trecho, sus orillas están cubiertas de una imponente y exuberante vegetación nunca frenada ni alterada por mano de hombre. Densos e inmensos bosques impenetrables, y hasta ahora inexplorados, formados de gigantescas mimosas y verdeantes nabaks, se adentran por largo espacio, formando una interminable y variopinta selva encantada, que ofrece el más seguro refugio a grandes manadas de gacelas y antílopes y a algunos animales feroces, que vemos vagar libremente y sin temor a asechanzas enemigas. Estos bosques de las orillas a veces aparecen bellamente adornados de graciosa verbena y de cierta hierba espesa y trepadora, las cuales forman a modo de pequeñas cabañas naturales, bajo las que se estaría resgardado de la más intensa lluvia. Cientos de amenísimas islas sucédense las unas a las otras, a cuál de ellas más espléndida, encantadoramente esmaltadas de verde, y ofrecen de lejos el aspecto de ubérrimos jardines. Dan sombra a estas preciosas islitas una serie de mimosas y acacias, que apenas dejan penetrar, a veces, algún rayo del ardiente sol africano, y forman a lo largo de casi doscientas millas un archipiélago de maravillosa fertilidad y belleza.


[354]
Bandadas infinitas de aves de toda especie, tamaño y colorido (ibis de plumaje blanco y negro y pico largo y curvo, pelícanos de blanco y majestuoso cuello, papagayos de plumas de oro, águilas reales, marabúes, etc., etc.) revolotean modestamente y sin temor por encima y por debajo de las ramas, a lo largo de las orillas, o entre la espesa hierba, con la mirada a menudo dirigida al cielo como si bendijeran al Dios de los ríos y de los bosques que los creó.

Monos de toda especie brincan entre la arboleda, trepan por los troncos, asoman la cabeza entre el follaje, corren al río a beber, lanzan gritos, huyen, se detienen... Grandes cocodrilos, tranquilamente tendidos en la orilla. o en la desnuda arena de alguna pequeña calva en los islotes, tratan a nuestro paso de ganar el río para esconderse, arrastrándose con mucha dificultad. Inmensos hipopótamos, que por centenares sacan del agua su enorme cabeza bufando y lanzando fragorosos mugidos, a veces golpean el barco con sus pesados lomos, y, estrepitosamente, se vuelven a zambullir.


[355]
Total, querido amigo, que no sabría cómo darle siquiera un atisbo del maravilloso espectáculo del que fuimos testigos durante varios días entre las tribus de los Bagara y de los Schelluk. Nuestra dahhabia, entretanto, avanza rápidamente sobre esas blancas aguas surcadas unas veces por alguna piragua de africanos armados de lanza, quienes a nuestro paso se dan a precipitada huida, o se esconden entre las tupidas frondas de los árboles que se alargan mucho más allá de la orilla, o, bajando a tierra, se pierden en la selva; otras veces por alguna barquita de los Bagara, que furtivamente nos observan ocultos entre las cañas con la lanza en la mano; y otras, por algún Schelluk, que después de habernos saludado con la contraseña Gabarah, huye rápidamente y se adentra en la selva. Y fue una escena bastante curiosa el ver en una isla un gran rebaño de bueyes que, asustados al paso de nuestro barco, corrieron a arrojarse al canal para pasar a la orilla. En vano los guardianes trataron de impedírselo con las lanzas; que también ellos, montados a lomos de los bóvidos, cruzaron precipitadamente el río.


[356]
Mas he aquí que nuestra Stella Mattutina choca con un escollo; y luego, apenas puesta en condiciones de continuar, llegamos al paso de Abuzeit, donde por ser el río muy ancho y poco profundo, embarranca ligeramente, y los marineros se ven obligados a saltar al río y mover el barco a base de empujones. Es increíble el trabajo y los sudores que les cuesta a esos infatigables nubios el sacar la embarcación de un banco de arena, sobre todo cuando éste se extiende por espacio de varias millas.

Seguimos adelante ya con las velas hinchadas por gracia de un viento firme, ya con mucha lentitud a causa de los bancos arenosos, ya chocando con alguna roca escondida en el río. Y dejados atrás los confines de la vasta tribu de los Bagara, nos encontramos rodeados por los territorios de otras dos grandes tribus: los Denka, a la derecha del río, y los Schelluk a la derecha.


[357]
Los Bagara, que en nuestra lengua se llamarían Vaqueros, y que reciben tal nombre a causa de la especial predilección de estos pueblos por la cría de vacas, las cuales les hacen a ellos el mismo servicio que a nosotros los animales de carga y montura, están en frecuente guerra con la poderosa tribu de sus vecinos los Schelluk. Estos, no teniendo bastantes vacas para casarse o para mantener a sus familias, se unen en grandes bandas, y a bordo de sus veloces piraguas se esconden bajo las grandes ramas que desde las contiguas islas se extienden sobre el agua. Allí se quedan al acecho hasta que los Bagara llevan a abrevar al río su ganado, y entonces se lanzan sobre éste, se lo llevan y se alejan antes que los infelices guardianes de vacas tengan ocasión de pedir socorro en sus campamentos cercanos.


[358]
Los Bagara luego se vengan a veces de los Schelluk haciéndolos esclavos y vendiéndolos en los mercados del Kordofán y de Jartum. Nos encontramos, pues, al lado de la poderosa tribu de los Schelluk. Estos van siempre armados de lanza y de un grueso palo de ébano. Físicamente son musculosos y de estatura alta, a veces gigantesca. Muchos se dedican al robo, teniendo que dar un tercio del botín al rey, que vive invisible no muy lejos de Danab, en un poblado hecho a modo de laberinto, y nunca duerme dos noches consecutivas en una misma cabaña.

De esta gente se dicen y se escriben cosas tremendas sobre su crueldad. Pero nosotros, gracias a Dios, no sufrimos ningún daño al pasar por su territorio, aunque tuvieron ocasión de hacer con nosotros una escabechina.


[359]
Eso ocurrió especialmente un poco más allá del vado de Mocada-el-Kelb, donde nuestro barco fue empujado por un viento fortísimo contra un banco limoso, y los reiterados esfuerzos de los tripulantes no sirvieron para liberarlo. Era la noche del 27 al 28 de enero cuando divisamos las hogueras encendidas en la ribera izquierda de los Schelluk, que estaban descansando en compañía de sus mujeres, y con las piraguas ancladas a la orilla del río. En la margen derecha había muchos Denka, que al ver nuestro barco, y sobre todo a los Schelluk, se retiraron tierra adentro.


[360]
En la mañana del 28, los marineros se tiran al río y prueban a mover la embarcación, pero de nada valen sus intentos. Se decide entonces llamar a los cercanos Schelluk. El rais se pone a gritar hacia donde están ellos, pero nadie se mueve. Se repiten las voces, altas y sonoras; y he aquí que se aparta de la orilla una canoa con doce individuos armados de lanzas y palos, y en menos de cinco minutos los tenemos a bordo de nuestra dahhabia.

A fuerza de gritos se les hace comprender que queremos que nos ayuden a extraer la barca. Ellos contestan que antes quieren volver a la orilla a concertar con su jefe lo que cobrarán a cambio de prestar el servicio, y para eso piden hacerse acompañar de dos de nosotros como rehenes. Ante un repetido «no» del rais, por un puñado de abalorios y perlitas de vidrio esos Schelluk se ponen a dar con los hombros empujones al barco; pero, por no ser nada diestros en esa operación, de nada valen sus esfuerzos.


[361]
Entonces el rais les da a entender que deben llamar otras barcas y a otros hermanos en nuestra ayuda, y que obtendrán generosa recompensa. En menos de un cuarto de hora aparecen otras tres barcas con hombres armados, los cuales se lanzan en masa y sin orden a ayudar a los tripulantes en la ardua tarea de desembarrancar el barco, y he aquí que finalmente logran moverlo. Pero en vez de continuar con reiterados empujones la obra bien empezada, aquellos desconfiados hombres se detienen y piden el precio en abalorios. Nosotros se los mostramos, incitándoles a trabajar, pero ellos se niegan.

Finalmente se los entregamos. Pero ellos, viendo las perlitas en su poder, en un momento se alejan de nosotros y se retiran a la orilla, donde ávidamente se reúnen todos para repartirse la gratificación lograda, dejándonos a nosotros en mayor apuro que antes. Los marineros intentan una y otra vez mover la embarcación, pero como si nada. Así transcurrió todo aquel día.


[362]
Ya anochecido, celebramos entre nosotros una especie de consejo sobre el modo de liberar el barco, pero no llegamos a una conclusión satisfactoria. A decir verdad, nuestra posición es sumamente crítica: nos encontramos en medio de dos belicosas tribus, una de ellas más rapaz y temida que la otra. Parte de la tribu de los Schelluk vive del robo, con la obligación de entregar al rey la tercera parte del botín, como dije antes, y está siempre en guerra: difícilmente los Schelluk dejarán pasar esta oportunidad de mejorar su condición. El paso del Stella Mattutina atrae siempre gran número de observadores, por ser el más hermoso que jamás se vio en Sudán. Añada a todo esto las trágicas escenas a cargo de los Schelluk que nos habían descrito en Jartum, y dígame luego qué pensábamos nosotros en aquel trance.


[363]
La idea de ser hechos prisioneros, de ser robados y conducidos ante aquel soberbio rey que se cree el más grande monarca del mundo, después del de Abisinia, lejos de desmoralizarnos, nos hacía acariciar la posibilidad de una Misión entre los Schelluk. Nunca se puede tener miedo cuando vela con piadoso cuidado la que se denomina Reina de los Apóstoles. Y ¿cómo hubiera podido estar de brazos cruzados nuestra Madre, y no socorrer a cuatro hijos suyos que intentan hacerla conocer y amar por aquellas bárbaras gentes, entre las cuales jamás brilló la luz de la verdad, ni fue plantada nunca la Cruz de su divino Hijo?


[364]
A la mañana siguiente nos dirigimos confiados a esta gran Madre. Se celebra misa en la bellísima capilla que está a proa del Stella Mattutina, consagrada precisamente a María. Luego se piensa, se decide. Y he aquí cómo se intenta sacar la embarcación del cenagoso banco.

Con los remos de la misma, muy gruesos y en número de 16, más tablas y otras maderas, se contruye una balsa. Puesta a flote en el agua, se cargan en ella cajas de objetos que no se echan a perder al mojarse, hasta que el barco queda aligerado, de modo que las fuerzas reunidas de los marineros logran levantarlo, moverlo y sacarlo enteramente de aquel banco. Luego, habiéndolo girado y llevado a un sitio donde el cauce es bastante profundo, se le vuelven a cargar con indecible trabajo las cosas puestas en la balsa, y a las cinco de la tarde, cuarenta y tres horas después del peligroso embarrancamiento, con el júbilo de quien ha obtenido un triunfo, desplegamos la vela ante una muchedumbre de los Denka, que situados en fila junto a la orilla, se muestran contentos de nuestro éxito.


[365]
Entonces los Schelluk huyen, y no sabemos concretamente por qué. Una hora después de salir del vado de Mocada-el-Kelb, embarrancamos de nuevo; pero enseguida conseguimos salir con la ayuda de un fortísimo viento. Más de una vez el Stella Mattutina choca con un escollo y retrocede. Más de una vez también, estando sentados en la borda, o sobre una tabla, retrocedemos de repente y caemos, de modo que por unos días nos queda en una rodilla, o en el brazo, o en un pie, la señal de ese momento.


[366]
Continuamos nuestro viaje por las riberas de los Schelluk y, después de dejar atrás una isla, vemos una larga cadena de poblados, uno junto a otro, por espacio de más de cuatro millas, que distan más de media milla del río. Todos están bien construidos, con cabañas a modo de cilindro, de tierra o de cañas, y el techo, de paja, en forma de cono agudo. Todo aquel conjunto constituía una vista bellísima; y tal simplicidad nos hacía pensar que los habitantes de aquellas cabañas, con una pizca de comercio que hacen con Senaar y con el Kordofán, tenían que ser felices. Pero no lo son, porque esos desdichados están privados del conocimiento de Aquel que es fuente de la verdadera felicidad.

Este enorme número de poblados forma la gran ciudad de Kako, ante la que nos detenemos. La gente se da cuenta de nuestra llegada, y en menos de diez minutos tenemos delante numerosos hombres, pero sobre todo mujeres y niñas, que traen consigo grandes recipientes de barro cocido y otros más pequeños de barro o de calabaza; esteras de paja o de juncos, y cestas, y canastos; grano de sorgo, lentejas, sésamo, legumbres, huevos, gallinas, y otros productos para vender. De este modo, en poco tiempo, toda la playa estaba atestada de gente y se había formado un considerable mercado.


[367]
Lo que además hacía atractiva aquella vista era la variedad de aquella multitud, constituida por personas de muy diversas razas, que se distinguían por los diferentes colores de piel y por las facciones del rostro. Allí estaba, en efecto, el negro de los Denka y los Schelluk, el pardo de las gentes del Kordofán y de los Bagara, el rojo cobrizo de los Abu-Gerid, el amarillento de los Hassanieh. Añada a todo esto las diferentes maneras de adornarse y teñirse la piel, especialmente la cara y la cabeza; luego los gritos, el vocear ruidoso, el entrechocar de cuerpos, el ir y venir continuo, y puede hacerse una idea de cómo era el mercado de Kako.


[368]
Después de que los marineros y nuestro criado se ocupasen de aprovisionarnos de algunas cosas más necesarias, abandonamos con ánimo preocupado a aquellos infelices, pensando en el deplorable estado en que se hallan por estar privados de la luz de la verdad. Hacía ya días que había desado aquel encanto de naturaleza del que le hablé antes; la orilla izquierda del río empezaba a mostrarse casi desértica, y sólo de lejos distinguíanse en la izquierda las cada vez más raras acacias, mimosas y tamarindos, a los que se añadía alguna majestuosa palma de doleb, que se elevaba junto a los poblados, y algún gigantesco baobab, que extendía soberbio sus ramas en medio de una llanura interminable.


[369]
Ya se volvían a ver en la orilla los armados Schelluk, que se cubren de ceniza, o se tiñen caprichosamente de un rojizo más o menos intenso la cara y todo el cuerpo, y se embadurnan el pelo con ceniza y limo, de modo que parecen espantosos fantasmas. A primeros de febrero, avanzando lentamente porque el fortísimo viento no permitía tener la vela largada, vimos alinearse ante nosotros otra cadena de quizá treinta poblados, conocida con el nombre de Denab. Se dice que uno de ellos, alejado tres millas del río, es la residencia del gran rey de los Schelluk, el cual vive invisible, y nunca pasa dos noches seguidas en una misma habitación o cabaña, por miedo a que lo maten sus rebeldes súbditos.


[370]
El cree ser el rey más grande de la tierra, después del de Abisinia, y no concede audiencia a nadie, salvo a éste, que por otra parte no sabe que existe la tribu y menos el rey de los Schelluk. Solamente sus mujeres y algún ministro destinado a recoger los tributos son admitidos a su presencia, pero no pueden presentarse ante él sin arrastrarse con las rodillas, con la tripa o con la boca pegadas al suelo. Los Schelluk son altos de estatura; (1) físicamente bien formados, robustos y belicosos. Van continuamente armados de lanza y escudo, y siempre están dispuestos a [desde «Los Schelluk son altos...» hasta «a», las palabras aparecen un poco borradas por el mismo Comboni] entablar combate y robar.

Pero dejemos esta poderosa tribu. A la derecha del río, en frente de la inmensa ribera Schelluk, habitan los Denka, que, aunque más inteligentes, son en cambio más débiles que los Schelluk. Por eso se mantienen lo más lejos que pueden de los rapaces y asesinos Schelluk, que se dedican a toda suerte de robos, especialmente de mujeres y niños, que luego venden a los Yalaba, quienes a su vez comercian con ellos en las ciudades de Nubia.


[371]
Los Denka son una gran tribu de Africa, los cuales se distinguen fácilmente de los de las otras tribus por su frente espaciosa y protuberante, sucráneo plano e inclinado hacia las sienes y su cuerpo largo y delgado. De las lenguas habladas por las tribus de Africa Central del Bahar-el-Abiad, la suya es la más extendida, y por eso ésta es la tribu en que habíamos puesto nuestras miras.


[372]
Pero ahora queremos hacer primero diligentes exploraciones, y luego, a su debido tiempo, también en las áridas tierras de la tribu –de hecho desconocida– de los Denka brillará la luz del Evangelio. Cerca del [río] Sobat, en Huae, nos detuvimos a comprar un toro, e invitamos al jefe de este poblado a subir al barco. Como vino temeroso e inseguro, nosotros le hicimos objeto de grandes muestras de amistad, con lo cual pareció recobrar la confianza. Ya dentro de nuestro camarote, miraba a todas partes como atónito, y andaba vacilante y con los brazos levantados. Le enseñamos la capilla, elegantemente adornada, y pareció como magnetizado; y como alguien que ha sido cegado, retrocedió con las manos en la cara. Le pusimos ante un espejo, y son inenarrables las muecas, las contorsiones, los gritos, la gesticulación y la risa loca a que se entregó al ver en él su figura.


[373]
¡Se fue tan maravillado de las cosas vistas, que se debía de creer venido del cielo! Nos marchamos de allí con las velas desplegadas, y todavía aquella noche pasamos ante la desembocadura del Sobat, considerable afluente del Nilo Blanco, y sin duda mayor que nuestro Po italiano. Su origen es desconocido, sabiéndose únicamente que baja desde los 5 grados en dirección paralela oriental a la del Nilo Blanco, al que aporta todo su caudal. Y es precisamente en esta desembocadura donde el gran Bahar-el-Abial tuerce de manera brusca completamente hacia occidente por espacio de más de 150 millas, en los 9 grados y 15 minutos de latitud. Y este tramo está flanqueado a la izquierda por el territorio de los Yangueh, y a la derecha por el gran pantano de los Núer, junto al cual recorrimos más de 350 millas. Fue en este rápido trayecto donde por la mañana divisamos una manada de grandes elefantes que, habiendo acudido al río a beber, se internaba de nuevo en la selva.


[374]
A nuestro paso vemos huir, por miles, búfalos salvajes del tamaño de un buey, que se nos antojan enormes ejércitos entregados a precipitada huida. Al cabo de una hora, un golpe de viento nos desgarra la vela mayor, por lo que nos vemos obligados a detenernos junto a una isla de trescientos hipopótamos, que nos ensorceden y amenazan con sus furibundos y espantosos mugidos.


[375]
Habiendo partido al anochecer, después de que los marineros reparasen la vela, a la mañana siguiente nos encontramos ante la desembocadura del caudaloso Ghazal, allí donde confluye con el Nilo Blanco. En el ángulo de su conjunción se forma una deliciosa laguna cuyas orillas, todas verdeantes de juncos y de bosquecillos de papiro, realzan con su belleza la plácida tranquilidad de sus aguas. Le he nombrado el papiro, que Ud. conoce de sobra porque los antiguos utilizaban su corteza para escribir. Pues bien, el tallo de esta planta tiene una altura de cinco a siete pies, y es de forma triangular más que cilíndrica, midiendo como tres dedos por la parte de la raíz y más de uno junto a la punta. Esta se halla coronada de un verde penacho, como verde es también el tallo, similar a la punta de nuestro hinojo. También vimos después islas enteras, bosques de estos papiros, que parecen gustar de la proximidad del agua y de los terrenos pantanosos.


[376]
El resto de nuestro viaje resultó un tanto aburrido, sobre todo por lo poco que se avanzaba a causa de las frecuentes y grandísimas curvas del río, que nos dejaban con el viento en contra y obligaban a los tripulantes a agarrar los cabos y remolcar la embarcación; el aspecto de las riberas se hacía cada vez más triste y desolado; desaparecían los deliciosos bosquecillos de ambais y de papiros, siendo sustituidos por enormes landas cubiertas de cañas secas y quemadas. A menudo, hacia el anochecer, contemplábamos los famosos fuegos nocturnos; porque los negros Núer prenden fuego a vastísimas llanuras cubiertas de juncos muy altos y tupidos, a fin de preparar la tierra para nuevos brotes antes de las lluvias.

El viento arrastraba el humo denso y copioso, que cubría la vegetación de toda la selva, y le daba el aspecto de una larga cadena de montañas que coronase el hosco horizonte. Las llamas del provocado incendio ya se elevaban majestuosas, ya se arrastraban y empujaban entre sí como rápidas olas en busca de nueva yesca. Y logrando prender en otros bosquecillos de juncos, volvían a elevarse, más grandes e intensas, silbando, crepitando, estallando pavorosamente.


[377]
Nosotros pasamos bastantes noches en medio de este maravilloso espectáculo, del que apenas los héroes del más grande de los modernos guerreros pudieron hacerse una borrosa idea junto a las murallas de la incendiada Moscú. Y parecíame como si el Dios de los ejércitos inclinase los cielos y bajase apoyado en niebla caliginosa, arrojando a sus enemigos del cielo con los rayos de su divina ira. La monotonía de este viaje después del Ghazal, todavía era interrumpida de cuando en cuando por nubes inmensas de millones de aves, que oscurecían a su paso, y no por poco tiempo, la luz del sol, como cuando de repente, en pleno mediodía, se echa encima una fuerte tormenta. A veces, inconmensurables bandadas de grullas reales, pelícanos e ibis, que por miles y miles se asomaban a la orilla, nos ensordecían con sus burlones y poco agradables graznidos. Y he de añadir que una noche pasamos durante tres millas junto a una enorme extensión de bosquecillos de ambai totalmente atestados de ibis.


[378]
Lo que también nos maravilló fue ver una gran manada de miles de búfalos salvajes que, asustados a nuestro paso, corrían por la vastísima llanura lanzando al aire la oscura ceniza de las cañas quemadas y nublando con ella el horizonte. Además fue aquí, en los 8°, donde vimos el mayor número de hipopótamos: era un espectáculo ver cientos, miles de hipopótamos de tamaño desmesurado, que bufaban y lanzaban fragorosos y roncos mugidos, y que, metiendo y sacando la cabeza y volviéndola a introducir en el agua, producían en ésta gorgoteos y remolinos, como cuando en el mar está próxima una fuerte tempestad. A veces se acercaban al barco, como en plan de amenaza, y otras dejaban que les pasara por encima, golpeándolo y haciéndole bambolearse con sus férreos lomos.

El hipopótamo es un animal deforme y desmesurado: su tamaño es cuatro veces el de nuestro buey. Tiene la cabeza, en proporción, similar a la del toro, los dientes durísimos y enormes, sobre todo los incisivos, que son algo desproporcionados y blanquísimos. El resto del cuerpo es parecido en su forma al del puerco; pero, salvo en la cola, no es cerdoso sino liso. Su piel tiene un grosor de dos o tres dedos, y por tanto es impenetrable –menos en alguna pequeña parte de la garganta– a las lanzas, los arpones y las balas de fusil. Su bufido recuerda una descarga de muchos arcabuces oídos desde lejos; y el movimiento de su cuello y cabeza al aparecer fuera del agua, que es similar al estirarse de un veloz corcel a la carrera, quizá ha dado motivo a llamarlo hipopótamo, es decir, caballo de río.


[379]
Luego vi algunos que habían atrapado los negros. Además del uso de arpones para cazar a estos enormes habitantes del Nilo Blanco, los indígenas excavan profundos hoyos, cuya boca cubren de hierba, y después esperan a que por la noche el hipopótamo salga del río a alimentarse de hierba; y creyendo haber encontrado suficiente comida donde está el hoyo, desgraciadamente va a caer en él, tras lo cual un buen número de negros con lanzas y arpones atraviesan a la infeliz víctima.


[380]
La inmensa tribu de los Núer, que se extiende desde la desembocadura del Bahar-el-Ghazal hasta los 7°, además de la isla anteriormente citada, que está a nuestra izquierda, ocupa también un gran espacio de terreno a occidente del río. Y fue precisamente en esta ribera, en Fandah-Eliab, donde disfrutamos de un espectáculo más extraño que el de Kako. Los Núer cultivan sorgo y otras leguminosas en cantidad suficiente para hacer comercio de ellas con sus vecinos. Por eso, aunque más bajos que los Denka y los Schelluk, están mejor alimentados y construidos físicamente, y su vida menos ociosa y holgazana los hace más vivos y despiertos.

Su abundante actividad comercial les proporciona medios de satisfacer su genio caprichoso de engalanar de mil extrañas formas su persona. De ahí que, estando todos desnudos, sin embargo lleven diversos adornos, como collares y brazaletes, y ajorcas en los pies, y aretes en las orejas; y otros, al cubrirse de ceniza todo el cuerpo, se tiñen de extraña manera la cara y las sienes; y hay quien lleva el pelo rapado, y una tira o banda de caracolitos de mar alrededor de la cabeza, y quien se recoge el pelo en lo alto de la ella y se lo pinta de rojo, y se lo ordena a modo de corona realzada; y también hay quien se cubre la cabeza con una peluca de creta blancuzca o de una mezcla de pelos y ceniza, y de esta peluca hacen salir de atrás como un cuerno doblado hacia abajo, lo que es causa de verdadera risa.


[381]
Entre las mujeres abundan todavía más los adornos curiosos, y aparte de utilizar los mismos que los hombres, menos las pelucas, llevan en los bordes de la piel de cabra o de tigre, con que se ciñen los costados, cadenillas de hierro o de cobre que suenan al caminar, como nuestros carnavalescos arlequines. Otras se adornan las orejas con docenas de aretes sujetos en la carne; otras llevan grandísimos aros de alambre de hierro, que desde las orejas les caen sobre los hombros; y algunas, perforándose el labio superior, enganchan en él un alambre, que les cae por delante como medio palmo y más, y que adornan con granos azules de vidrio, de modo que, cuando hablan, este alambre turquí sube y baja con el movimiento del labio. Imagínese, en fin, otras extravagancias aún más extrañas, pues ya me resulta pesado el describírselas. Las mujeres parecen ánimas del purgatorio, o peor todavía.


[382]
Pero basta, porque sería cansado de leer , como lo es de escribir. Dejada atrás la tribu de los Núer, y entrados en la de los Kich, nos detenemos a 7° de lat. N, desde donde le escribo. Por las observaciones que hemos hecho., concluimos que la lengua más extendida que se conoce es la de los Denka, la cual es hablada no solamente por los Denka, sino también por muchas tribus del Centro de Africa, como los Núer, los Kich, los Tutuit, Los Elian, los Arol, los Yok, etc; por eso ahora nos detenemos aquí en S. Cruz, donde hay un Misionero de Jartum. Con él nos esforzaremos por aprender de labios de los indígenas la lengua de los Denka., y mientras tanto haremos exploraciones; posteriormente iremos a las tribus que nos parezcan más convenientes, para plantar en ellas la Cruz de Cristo.


[383]
Espero que Ud. se encuentre en excelente estado de salud, al igual que nosotros. Le saludo en nombre de todos mis compañeros, y especialmente de D. Oliboni. Con él voy algunas veces al bosque por la tarde en busca de líquenes para el dignísimo Prof. Massalongo, ocupación que nos sirve un poco de solaz en nuestras fatigas diarias. Debo decirle también que me resulta no poco útil el precioso recuerdo que Ud. me dejó, el tratado de medicina de Buchan, al que a menudo recurro; y no puedo servirme de él sin que acuda a mi mente el querido recuerdo de mi amigo Benito y de su amable familia.


[384]
Adiós, querido amigo. Tenía mil cosas que decirle, pero el cansancio me las ha quitado de la mente; y además es un poco molesto escribir, porque aquí no tenemos las mesas y sillas ni los escritorios que tiene Ud., sino que es necesario tumbarse en el suelo, al pie de un árbol, o cuando se puede, y hay luz, una caja es nuestro más cómodo escritorio. Disculpe, por tanto, las muchas impropiedades, que le harán difícil la lectura de este escrito.


[385]
Póngase las gafas. Y procure no ponerse a leer esta hoja sin tener al lado, como tónico estomacal, una de esas margaritas que deshojó el año pasado después de la procesión del Carmen, para honrar la presencia del excelente Prof. Massalongo y del amable D. Bartolo. Bueno, mis saludos a todos ustedes y sepan que nunca dejaré de ser



Su afmo.

Daniel Comboni




[386]
N.B. Con esta carta no he intentado hacerle un extenso relato de mi viaje por el Nilo Blanco, ni de explicarle todo lo que fue objeto de nuestras observaciones, lo cual hubiera sido demasiado largo: sólo he querido darle una idea. De la tribu donde estamos nada le digo, reservándome hasta tener suficientes conocimientos directos; entonces le daré más completa información sobre estas costumbres bestiales.

Por otra parte, hasta ahora no le he dado a conocer mi pensamiento sobre Africa Central, sino sólo mis impresiones de viajero. A partir de ahora me verá como Misionero, y recibirá noticias, espero, de Misionero. Adiós, queridísimo amigo. Como médico, le gustará saber cuáles son las enfermedades predominantes en esta tierra maldecida por el padre de Cam. De momento no expongo mi opinión, porque hasta ahora es contraria a la de los viajeros.


[387]
Dicen éstos que en Africa no hay más que fiebres, disentería y escorbuto. ¡Vaya por Dios! También en Europa no hay más que fiebres: de hecho, el tuberculoso muere de fiebre, el que tiene una pericarditis muere de fiebre, el que tiene una hepatitis muere de fiebre, porque la fiebre es inherente a estas enfermedades. Pero ¿cuáles son las causas que producen esa fiebre? Pues la tuberculosis, la hepatitis, etc. Ya ve, pues, por dónde voy yo. Pero, como le he dicho, me reservo hasta tener más elementos de juicio, y entonces daré mi opinión, si Dios me concede vida.

Presente mis respetos a D. Battistino, D. Bartolo, el Prof. Massalongo, y a todos, y considéreme



Su afmo. Daniel Comboni

Misionero Apostólico




[388]
Salude atentamente de mi parte a la Sra. Marietta, la Sra. Angelina y al Sr. Horetzki



(1) He repetido sin darme cuenta, porque esta parte la he escrito hoy 16/3...






36
Dr. Benito Patuzzi
0
Territorio Kich
27. 3.1858

N. 36 (34) - AL DR. BENITO PATTUZZI

ACR, A, c. 15/89

Desde la tribu de los Kich

27 de marzo de 1858

Mi querido amigo:


 

[389]
Cuando yo escribía la carta adjunta, todos nosotros gozábamos de la mejor salud. ¿Quién hubiera podido imaginar que el más fuerte de nosotros iba a fallecer en pocos días, dejándonos en medio del dolor? D. Francisco Oliboni, que pocos días antes me pedía que le saludara a Ud., era afectado por una fortísima y vieja úlcera gástrica complicada con una moderada inflamación de pecho. Habiéndose transmutado estas dos enfermedades en una miliar maligna, expiraba en brazos de Dios completamente resignado y contento, ayer por la tarde, a las cinco. Nosotros sentimos el mayor pesar por esta pérdida, porque era de gran ayuda en nuestra misión.


[390]
Pero bendito sea mil veces el Señor. Nosotros, lejos de perder el ánimo por esto, no repararemos en fatigas ni sudores por cooperar a la conversión de Africa, y por realizar el gran plan de nuestro Superior, que es el medio más adecuado para sacar de las tinieblas y sombras de muerte a esta gente, sobre cuya cabeza pesa todavía la maldición lanzada por el más antiguo de los Patriarcas a los hijos de Cam, aunque haya que revisar este medio en el lugar de su aplicación.


[391]
Por otra parte, me imagino que en Verona surgirán habladurías por la muerte de nuestro hermano D. Francisco. Era mucho mejor, dirán, que hubiera seguido de profesor cobrando 700 florines al año que irse a Africa Central a dejarse allí la vida. Y quién sabe cuántas más cosas dirán. Pero hay que dejar que el mundo se despache a su gusto. Una vez que las cosas han sucedido, se habla de lo que se debió hacer primero. Sí, entonces se habla muy bien. Pero nosotros razonamos de modo completamente distinto.


[392]
Dios, que gobierna el destino del hombre, le llamaba a Africa, y quería que aquí no hiciese nada por la Misión. El lo llevaba pensando más de diez años, había pedido consejo, etc., etc., y se ha ido de este mundo con la sonrisa en los labios y con la alegría en el corazón, dando gracias al cielo que le había hecho digno de morir por Cristo. Bendito sea eternamente el Señor.


[393]
Tendría muchas cosas que contarle; pero la muerte de nuestro D. Paco ha echado sobre mis hombros un peso mayor, que por otro lado llevo con gusto, y Ud. sabrá disculparme al considerar, además, que, teniendo ahora el ánimo un poco conturbado, se me apartan de la memoria. El primero que se puso malo fui yo, en el barco, yendo por territorio de los Schelluk, y fue una fiebre muy fuerte; pero Dios quiso preservarme. El segundo fue D. Francisco, y murió; el tercero fue D. Beltrame, y ahora está bien; el cuarto, Isidoro, nuestro artesano, y ahora se halla convaleciente. A todos, en suma, nos ha afectado el clima africano; pero bendito sea Dios. Espero que Ud. se encuentre bien, y lo mismo su familia y la amable Sra. Anita.


[394]
Tenía intención de escribir al muy estimado D. Bartolo, pero por ahora no puedo: preséntele, mientras, mis distinguidos respetos. Cuando me escriba no franquee las cartas, porque tiene que pagar lo mismo en Jartum nuestro Procurador. Yo tampoco las hago franquear, porque de todas formas le tocará pagar a usted. En este acuerdo, escríbame a menudo, y ojalá el Señor le inspire con cada vapor, que sale de Trieste el 10 y el 27 de cada mes.

Adiós, querido amigo. Tenga la seguridad de que seré siempre



Su afectísimo amigo

Daniel Comboni






37
Don Pedro Grana
0
Territorio Kich
27. 3.1858

N. 37 (35) - A D. PEDRO GRANA

ACR, A, c. 15/40

Desde la tribu de los Kich

27 de marzo de 1858

Mi querido D. Pedro:


 

[395]
Cuando escribía la carta aquí adjunta, nos encontrábamos todos sanos y fuertes. ¿Quién hubiera jamás pensado que iba a fallecer ayer el más fuerte de nosotros? D. Fco. Oliboni, después de haber suspirado durante diez años por esta bendita Africa, en la primera fiebre que agarra resulta víctima. Bendito sea por siempre el Señor. Ha muerto muy resignado, y con esa alegría que brilla en el rostro de quien está a punto de ser admitido en las bodas eternas del Paraíso. El primero al que afectó la fiebre fui yo, pero con ayuda del cielo, y con el método preventivo, la he superado más de tres veces.


[396]
El segundo fue D. Oliboni; el tercero D. Beltrame, y temo que aún le dure la fiebre más de un mes, aunque ya se ha hecho a ella; el cuarto es nuestro artesano, y ahora está convaleciente. Bendito sea el Señor. Deseo noticias de su actual situación. El Señor le haga prosperar, le bendiga, y bendiga a su amado rebaño. Tales son los votos de

Su afmo. amigo



Daniel






38
Su padre
0
Territorio Kich
29. 3.1858

N. 38 (36) - A SU PADRE

AFC

Desde la tribu de los Kich, en Africa Central

29 de marzo de 1858

Queridísimo Padre:


 

[397]
Hasta el día 26 de los corrientes, a todos los que escribí en Europa les dije siempre con sinceridad que todos nosotros disfrutábamos de la más perfecta salud; y ya dábamos gracias al cielo por ello. Ahora debo presentar otro panorama y adoptar otro tono, porque el Señor, Dios de misericordia, verdaderamente ha comenzado a tratarnos como auténticos siervos y apóstoles suyos. ¡Bendito sea eternamente el Señor!


[398]
Cierto es que yo fui el primero al que afectó la terrible fiebre africana, en el barco, atravesando el territorio de los Schelluk, y al cabo de seis días quedé curado; como cierto es que asimismo la han sufrido D. Juan e Isidoro el cerrajero, que también la han superado felizmente. Y nosotros hemos tenido suerte, porque muchos Misioneros de la Sociedad de María perecieron al primer ataque de fiebre, que generalmente es el más letal. Pero Dios ha querido visitarnos más de cerca.


[399]
No te asustes, querido Padre: la bella alma de D. Francisco Oliboni ha volado a reunirse con su Dios, por el cual había dejado a su padre, su patria y una de las más relevantes cátedras del Liceo de Verona. Bendito sea por siempre el Señor. La tarde del 19, día de San José, sintió pesadez de cabeza y una extraña molestia en el estómago; parecía cosa sin importancia, y sólo quiso tomar un poco de magnesia y tamarindo. El 20, no encontrándose nada aliviado, tuvo que tomar un poco de aceite de ricino, después de lo cual se sintió bien. Pero su pulso no me gustaba nada, ni tampoco su respiración.

Ya desde el día 19, él estaba absolutamente convencido de que iba a morir; y había dispuesto todas sus cosas y asuntos como si fuese aquello le fuese a ocurrir al día siguiente. El día 22 sufrió un fortísimo ataque de fiebre, con lo que se encontró en las últimas, y al ver su mal agravado pidió los santísimos Sacramentos.


[400]
Desde por la mañana estaba confesado y comulgado. Antes de recibir la extremaunción, nos llamó a todos junto al catrecillo que le servía de lecho, y con su natural elocuencia, y con la vehemencia que le dictaba el espíritu de Dios en el momento de la muerte, nos dirigió una alocución. Nos pidió que permaneciéramos firmes y constantes en la gran empresa de llevar a cabo el gran plan del Superior; que mostrásemos amor al Superior no flaqueando en la realización de sus proyectos en pro de la gloria de Dios; que no reparásemos en esfuerzos por redimir almas para el cielo, etc., etc.


[401]
«¡Adiós! –decía– No nos volveremos a ver en la tierra, pero yo estaré siempre con vosotros unido con el espíritu; rogaré a Dios por vosotros, por nuestra Misión, y seremos siempre hermanos inseparables en el espíritu. ¡Adiós!». Luego, intrépido, él mismo contestó a las oraciones de la Iglesia, y recibió los santos óleos, después de lo cual, poco a poco, en menos de dos horas, se le pasó la fiebre y estuvo bastante bien. A él nunca le habían hecho una sangría en su vida, y por eso siempre se había negado a nuestros ruegos de hacérsela, creyendo que se iba a quedar en el sitio. Mas en cuanto se vio mal el día 22, él mismo la pidió; pero antes quiso recibir los santos óleos.

Yo, sabiendo que él tenía desde hacía tiempo una pequeña inflamación de pecho causada sobre todo por las incomodidades del viaje, a la que se unía una úlcera gástrica que padecía desde muchos años atrás, consentí, aunque fuese un poco tarde, e inmediatamente después de los santos óleos le hice la primera sangría, después de lo cual le cesó la fiebre; y a la mañana siguiente, la segunda.


[402]
El día 23 lo pasó bastante bien, y nosotros éramos incapaces de persuadirnos de que lo íbamos a perder. Y él: «Como queráis –decía–, pero voy a morir». El día 24 nuevamente le atacó la fiebre, ahora con más fuerza que el 22, y por la tarde le dimos la bendición Papal, después de lo cual se encontró mejor, pero la fiebre ya no cedió; es más, comenzó una erupción miliar, que yo combatí con todos los medios que recomienda el arte médico; pero el enfermo continuaba en una alternancia de mejoría-recaída, hasta que en la mañana del 26 se sintió todo lo mal que se puede estar. Mas, ¿cómo hacer para aliviarle, para bajarle la fiebre, no habiendo hielo, que hubiera necesitado además para controlar la erupción miliar?


[403]
Pero Dios lo llamaba a su lado. Nosotros, afligidos, empezamos a encomendarlo a Dios, aunque su pérdida nos suponía el más grande daño, al recaer ahora sobre los débiles hombros de nosotros tres la gran empresa que el Señor nos había confiado. Pero Dios todo lo puede: bendito sea. Habiendo empeorado aún más a mediodía, mientras los tres le asistíamos, se puso a delirar, estado en el que permaneció cerca de dos horas. Luego entró en mortal agonía, y en presencia de los tres, después de confortarle de mil maneras y derramar mil lágrimas, expiró en brazos de Dios a las cinco de la tarde del 26 de marzo, a la edad de 33 años menos tres días.


[404]
Perfecta resignación, viva fe, firme confianza, piedad admirable, ardiente deseo de unirse inseparablemente a su Dios, fueron los sentimientos y los afectos con que se preparó para el último viaje. Quien lo conoció en vida, quien sabe las dotes y virtudes que adornaban su espíritu, puede imaginar cuánto dolor y daño nos ha causado su pérdida. ¡Pero hágase eternamente la voluntad divina!


[405]
El no dormía casi nunca más que tres horas por la noche, el resto de la cual empleaba en la oración y en la meditación. Se sometía a ásperos ayunos: pasó todo el desierto de Nubia con un simple café sin azúcar, que bebía por la mañana, y con la sola cena por la noche, sin tomar más agua ni otro alimento de ninguna clase. Aparte de su Breviario, rezaba a diario los Salmos Penitenciales, los Salmos graduales, el oficio del día, sin contar el resto de oraciones que hacía en común con nosotros. Era el más pacífico de nosotros, siempre apacible, siempre dulce; en suma, era un santo. Hasta tuvo la suerte de morir como J. C. nació, en un establo, porque al llegar a la tribu de los Kich no nos dieron más que un establo destinado a las vacas, donde estuvimos los cinco desde el 18 de febrero hasta el 26 de marzo.


[406]
Por la mañana del 27, D. Angel y yo lo lavamos y vestimos, y lo metimos en una caja, que clavamos. Hechos los funerales, lo acompañamos a enterrar en la tumba que hicimos cavar en la cercana selva; y escrita una breve biografía, la metimos en una botella bien sellada, y ésta en otra más grande y bien sellada también, y lo enterramos, poniendo una Cruz sobre la tumba. Después de varias noches, en dos ocasiones las hienas removieron la tierra hasta llegar a la caja, para devorarlo; pero, como la madera era muy dura, no pudieron hacer nada. Ha muerto, pues, un hermano nuestro, queridísimo Padre; mas su muerte, lejos de acobardarnos, nos infunde incluso más ánimo para mantenernos firmes en la gran empresa.


[407]
No lo dudes, querido Padre: he venido de Misionero para trabajar por la gloria de Dios y consumir la vida por el bien de las almas; y aunque viese caídos a todos mis compañeros, cuando la prudencia u otras causas no me aconsejasen lo contrario, yo seguiré en la brecha y dedicaré todos mis esfuerzos a realizar el gran plan del Superior. Sin embargo te prometo –y es regla que tenemos los Misioneros– que si viéramos claramente que es imposible para nuestras fuerzas físicas resistir bajo estos climas, regresaremos con alguna expedición para trabajar en nuestro país. Pero que el Señor disponga. Entretanto, manténte alegre, y no temas: una víctima entre nosotros cuatro, era de preverse. Hágase la voluntad de Dios.


[408]
Hemos mandado llamar al jefe de la tribu de los Yuit, para halagarlo y tantearlo con vistas a establecernos en su tribu. Le hacemos regalos, y él nos responde que vayamos a su tribu cuando queramos, y a todas las cabañas, excepto a las suyas. «¿Y por qué –le decimos– no quieres que vayamos a las tuyas?» «Porque –contesta– en las mías hay un espíritu que devora a los hombres.» «Nosotros te libraremos de ellos» –le aseguramos. «Es imposible –afirma–, lo devora todo.» Ya veremos. Desde que estamos entre los Kich he empezado a ejercer la medicina. Y ¿sabes el cumplido que me toca recibir de esta gente a cada momento? Apenas tomada la medicina, estos negros me agarran las manos y me escupen en ellas; luego, gentil y graciosamente, me escupen en los hombros y en los brazos. Y una vez que me negué, una mujer me lanzó una mirada que parecía querer comerme.

Tal ensalivamiento es la más viva señal de gratitud entre este pueblo. Aquí hay una inmensa cantidad de mosquitos que nos atormentan bastante, pero peor será en la época de las lluvias. Es asombroso el destrozo que hacen aquí las hormigas; una cabaña no puede durar más de un año, porque ellas la destruyen. El primer día que dejamos nuestras cajas en la cabaña, enseguida sufrieron el ataque de las hormigas; y si nosotros con una diligencia continua no destruyéramos los nidos que construyen en la madera, a estas horas ya nos habrían devorado las cajas. Basta con decirte que en todas las llanuras de los Kich, por espacio de más de cuatrocientas millas, hay montículos de tierra de la altura de tu habitación, formados por hormigas, y éstos son cientos de miles y más, porque hay uno cada diez pasos.


[409]
En cuanto a esta tribu, te diré que es sumamente miedosa, perezosa y extravagante. Sus llanuras tienen un terreno de lo más feraz, y en manos de una colonia europea podrían ser un paraíso terrenal; pero en cambio no producen más que espinos, porque sus habitantes no las cultivan: los Kich prefieren padecer un hambre indecible antes que trabajar. Los rebaños de vacas sólo son de unos pocos propietarios. Ellos, los Kich, viven únicamente de unos frutos de árbol bastante más bastos que nuestras moras. Se pasan bajo estos calores tres y cuatro días sin comer, y luego se sacian con estos frutos y con el producto de alguna rapiña practicada. Mira a qué miseria están sujetos los que no han sido iluminados por la fe. Y siempre verás a esta gente sin hacer nada, con la lanza en la mano.

Aquí hay, además, cantidad de arañas y escorpiones. El mismo día en que murió D. Francisco, me cayó del techo un escorpión, y me arreó un buen picotazo en el dedo. Yo cogí la lanceta, di un corte en el sitio donde me había picado el escorpión, eché amoníaco, y en diez minutos estaba curado. Y te voy a decir otra cosa: tanto como me gusta la leche, no puedo tomarla más que raras veces, porque, a pesar de tantos miles de vacas como hay aquí, apenas producen suficiente leche para sus terneros, a los que amamantan año y medio. La causa, pienso, debe de ser la escasez de hierba: todo son espinos, y de éstos se alimentan las vacas.


[410]
Aquí, en el Centro de Africa, son algo impresionante las tormentas y las ventiscas. Tan terribles son las tormentas que se producen en un instante, que a veces derriban cabañas, árboles, etc. Del mismo modo se forman en el aire torbellinos de polvo a modo de cilindros, que giran rápidamente. Pero basta. Querido Padre: ruega al Señor por mí y por nosotros, seguro que Dios te bendecirá. Has de saber que el Señor no premia sino a quienes son sus siervos. Tú lo eres, porque has abrazado su Cruz. Abrázala, apriétala contra ti, bésala, que es el más precioso tesoro. Por lo demás, procura estar alegre, tranquilo, divertirte. Incluso te pido encarecidamente que sigas tocando, porque cuando yo vuelva a Verona, si no he muerto, quiero oírte tocar.


[411]
Han sido cinco las fiebres que he superado, y que, a decir verdad, no me hicieron mucha gracia. Pero hágase la voluntad de Dios. Te advierto que no debéis preocuparos si acaso estoy mucho tiempo sin poder enviaros cartas por falta de ocasión. Quizá la encuentre si alguna embarcación nubia pasa por aquí, pero podría ser que no; pues que decida el Señor. Yo siempre leo las cartas que desde el principio me has venido mandando, para cobrar ánimos; tú lee las mías anteriores, y así será como si las hubieras recibido ahora.


[412]
Es para mí un gran gozo que os hayáis alegrado mucho de mi visita a Tierra Santa. También, querido padre, llevo siempre en la mente esa tierra de misterios, y con el pensamiento paseo siempre por aquellos lugares; y especialmente ahora, que es Semana Santa, tengo ante el espíritu el lugar de todos los misterios de la Pasión de Jesucristo.


[413]
¡Basta con decirte que no se puede expresar por medio de palabras lo que se siente al pisar aquella tierra santificada por la presencia adorable del Redentor! Y ahora, querido Padre, ¡adiós! Estad siempre alegres, pensad en mí, que yo pienso siempre en vosotros y en vuestro hermoso sacrificio. Leed las cartas que os mando, y luego selladlas y enviadlas a su destino. Para no [……] cargaros el gasto del correo, muchas cartas las he enviado a Verona, desde donde os llegarán.


[414]
Se las remití a la Sra. Rosina Faccioli, de Sartori in Cittadella, en Verona, que puede pagar, y paga, con gusto. El resto a vosotros, y siento que resulte un sobre demasiado grueso. Pero hágase la voluntad del Señor. Adiós, querido Padre, saludad de mi parte a todos los parientes y amigos; presentad mis respetos al Consejero, al Ecónomo Espiritual, etc. etc.. Y mientras os doy a vosotros dos la santa bendición, recibid también mil besos de amor de



Vuestro afmo. hijo Daniel Comboni

Misionero Aplico. en Africa Central



N.B. Os participo que nosotros tres nos encontramos maravillosamente bien de salud, y esperamos estarlo también en el futuro porque ya comienzan las lluvias. Hasta ahora sólo habéis visto a vuestro hijo como simple viajero; en adelante lo veréis como misionero, y os dará continuas noticias de nuestra misión. Adiós.






39
Su padre
0
Territorio Kich
20.11.1858

N. 39 (37) - A SU PADRE

AFC

Desde la tribu de los Kich

20 de noviembre de 1858

Mi entrañable y muy querido Padre:


 

[415]
Hacía ya siete meses que no podía escribiros y enviaros unas líneas, dado que los vientos del sur impedían a los barcos de los comerciantes de Jartum traspasar la impenetrable barrera de las espesas selvas que dividen las regiones de dominio egipcio en Nubia de las tribus de los negros, en medio de las que nos encontramos nosotros. Cuando he aquí que un barco de vapor, que ya en 1857 había salido de El Cairo –cuando nosotros estábamos aún en Alejandría–, conducido por Monsieur Lafarque, comerciante francés en marfil, surcando por vez primera las aguas del Nilo Blanco, nos traía un gran paquete de cartas de Europa, entre ellas la estimadísima tuya que me anunciaba la muerte de mi querida madre...


[416]
¡Ay! ¿Así que mi madre ya no existe?... ¿Así que la inexorable muerte truncó el discurrir de los días de mi buena madre?... ¿Así que te has quedado solo después de haber visto antaño a tu alrededor la feliz hilera de siete hijos, acariciados y amados por la que Dios escogió para compañera inseparable de tus días?... Sí; por divina misericordia, es así. Bendito sea eternamente el Dios que así lo ha querido. Bendita sea la próvida mano que se ha dignado visitarnos en esta tierra de exilio y llanto.


[417]
¡Oh queridísmo padre mío! ¿Con qué lengua deberemos dar gracias a la divina misericordia, que, a pesar de nuestros deméritos, se digna fijarse en nosotros, visitarnos, colmarnos de beneficios?... Mi alma quedó consolada sobremanera cuando leí tu cristiana resignación ante la voluntad divina, que quiso separarnos de cuanto en el mundo constituía tu dicha. Sé que en ciertos momentos la debilidad de la naturaleza humana nos hace sucumbir bajo el peso de una grave tristeza; pero sé también que la gracia del Señor, la preciosa ayuda de la Virgen Inmaculada, y la eficaz palabra de las piedosas almas que te tienen verdadero afecto, te elevan a más nobles pensamientos, y hasta te hacen alabar y bendecir esa mano que, benéfica, se dignó visitarte.


[418]
¡Gracias, pues, al Altísimo, porque tus pensamientos y los míos coinciden felizmente! Dios nos dio esa buena madre y esposa, Dios nos la ha quitado. Hagamos, pues, de ella un generoso sacrificio al Señor, y sea grande nuestro gozo porque Dios quiso llamarla a su lado para darle un bien merecido premio por los sufrimientos y sacrificios que ella soportó a lo largo de su vida, y porque piadosamente quiso darnos a nosotros una feliz ocasión de sufrir algo por amor a El. Sí, padre mío, ella ha terminado de llorar en esta tierra; y ahora se encuentra por fin en posesión de la gloria del cielo, compartiendo con sus seis hijos la dicha de un paraíso que nunca acabará, y en espera de que nosotros, vencedores en la lucha de esta peregrinación temporal, vayamos a reunirnos con ellos.


[419]
Yo exulto de alegría porque ahora la tengo a ella más cerca que antes; y alégrate tú también, que el Señor quiere escuchar los fervientes votos de nuestros seres queridos, que ahora ruegan por nosotros y por nuestra salvación ante el trono de Dios. Exultemos los dos, y casi diría gloriémonos mutuamente, porque Dios en su infinita misericordia parece que se digna hacernos sentir y mostrarnos los signos infalibles de que El nos ama como a sus tiernos hijos y nos ha predestinado a la gloria. Somos sumamente afortunados, pues Dios se muestra pródigo con nosotros, y benévolamente nos ofrece medios y ocasiones de sufrir por amor a El.


[420]
Que esto es así, lo ves con una mirada al orden de la Providencia, al modo como trata Dios a sus fieles siervos a los que predestina a la eterna beatitud. La Iglesia de Cristo comenzó en la tierra, creció y se propagó entre el dolor y los sacrificios de sus hijos, entre las persecuciones y la sangre de sus Mártires y Pontífices. Su mismo Jefe y Fundador J. C. expiró sobre un infame patíbulo, víctima del furor de una nación cruel e impía; y sus Apóstoles sufrieron la misma suerte que el Divino Maestro.


[421]
Todas las Misiones donde se difundió la Fe fueron plantadas, crecieron y descollaron en el mundo entre el furor de los príncipes, entre los patíbulos, las persecuciones que destruían a los creyentes. No se lee de ningún santo cuya vida no haya discurrido entre espinas, pesadumbres y adversidades. Entre las mismas almas justas que nosotros conocemos, no hay una sola que no se vea atribulada, afligida y despreciada. No, la Palma del cielo no se puede conseguir sin penas, aflicciones y sacrificios; y aquellos a los que se les concede esta clase de favores celestiales pueden con todo derecho llamarse felices en esta tierra, pues gozan de la beatitud de los santos, quienes consideraron suma delicia el padecer mucho por la gloria de Cristo.


[422]
Y estos especiales favores, estas sublimes prerrogativas con las que Dios quiere marcar a sus siervos para distinguirlos entre la multitud innumerable de los hijos del siglo, que ponen todo su afán en conseguir en esta tierra su plena felicidad, estos favores y prerrogativas, digo, Dios en su misericordia se complace en otorgárnoslos también a nosotros. Pero nosotros, querido padre, no somos dignos de tantos dones; no somos dignos de padecer por amor de Cristo.


[423]
Mas Dios, que es el Señor de todas las cosas, quiere beneficiarnos aparte de nuestros méritos. Valor, pues, queridísimo padre mío. Ahora estamos en el campo de batalla entre los combatientes de esta mísera tierra; ahora somos atacados por nuestros más tremendos y furibundos enemigos. La miseria humana quiere inducirnos a buscar aquí abajo una felicidad perecedera, y nosotros, luchando como héroes, abrazamos con generoso ánimo las adversidades, los padecimientos, la separación.


[424]
La miseria humana se esfuerza en quitarnos la paz del corazón y la esperanza de una vida mejor; y nosotros, al lado de Jesucristo crucificado que padeció por nosotros, nos alborozamos en medio de la adversa fortuna, manteniendo intacta esa paz preciosa que sólo al pie de la cruz y en el llanto puede encontrar el verdadero siervo de Dios. Estamos en el campo de batalla, repito, y hay que luchar como valientes. Los grandes premios y triunfos no se alcanzan sino por medio de grandes fatigas, pesadumbres y sufrimientos. Sírvanos, pues, de acicate y de consuelo la grandeza del premio que nos espera en el cielo, y no nos turbe ni aterre la magnitud y dificultad de la lid.


[425]
Tenemos a nuestro lado al mismo Cristo que lucha y sufre por nosotros y con nosotros; de modo que acompañados y asistidos por tan magnánimo y poderoso Capitán y Señor, no solamente podremos soportar con alegría y constancia las penas y sufrimientos que el Señor nos manda, sino que será nuestra ocupación permanente el pedírselos mayores, porque sólo así, y con el desprecio de todo lo terreno, se pueden conquistar los preciosos laureles del Cielo.


[426]
Valor, siempre te repetiré, que ya nos queda poco de esta vida; que la escena vana e ilusoria de este mundo no tardará en borrarse de nuestros ojos, y pronto entraremos en la interminable escena de la eternidad que nos aguarda. Para corroborar lo que te estoy diciendo, he aquí tres frases de santos, con las cuales quiero convencerte de que nosotros somos afortunados en esta tierra, especialmente ahora que Dios quiere que acerquemos los labios al cáliz de la adversidad y de las penas.


[427]
San Agustín afirma que es indicio de estar predestinado a la gloria de los elegidos padecer mucho por J. C. y tener aflicciones en esta vida: Coniectura est, cum te Deus immensis persecutionibus corripit, te in electorum suorum numerum destinasse.


[428]
San Juan Crisóstomo dice que es una gracia realmente suprema ser considerado digno de sufrir algo por Cristo; y es una corona verdaderamente perfecta, y una merced no inferior a la merced del Paraíso: Est gratia vere máxima dignum censeri propter Christum aliquid pati: est corona vere perfecta, et merces futura retributione non minor.


[429]
San Pedro de Alcántara, por su parte, después de haber pasado toda su vida entre abrojos y espinas, pocos días después de expirar en brazos del Señor se apareció a Sta. Teresa en España, y así le habló: ¡Oh feliz penitencia, oh dulces sufrimientos y pesares, que tanta gloria me han valido!: O felix poenitentia, quae tantam mihi promeruit gloriam! Así se expresan los hijos de Dios, así piensan los verdaderos seguidores de Cristo.


[430]
Pensemos nosotros así también; arrojémonos totalmente en los brazos amorosos de la Providencia divina, y luchemos valerosamente hasta la muerte a la sombra de la gloriosa bandera de la Cruz, y la preciosa corona de la recompensa eterna será para nosotros.


[431]
En el momento en que te escribo, me encuentro en perfecto estado de salud. Desde el 6 de abril hasta mediados de agosto, el Señor se dignó visitarme con muy fuertes y prolongadas fiebres que me dejaron extremadamente débil, pero desde el comienzo de la segunda mitad de agosto me fui restableciendo, de manera que en septiembre pude emprender un viaje a tierras de los Gogh, a occidente del Nilo Blanco, en el interior. Al día siguiente de recibir la correspondencia de Europa, o sea, el 14 de los corrientes, fui atacado por una fortísima fiebre que me duró cinco días seguidos, y bien pensé que entregaba el alma.


[432]
Sin embargo, tampoco esta vez Dios me quiso con El. A nuestro querido D. Angel le pasó lo mismo que a mí. En cambio D. Beltrame, nuestro superior, a excepción de pocas y ligeras fiebres sufridas al comienzo de las lluvias, gozó y goza de perfecta salud. Bendito sea el Señor. Ahora nos encontramos los tres verdaderamente sanos, y preparados para trabajar, con ayuda de la divina gracia, por la gloria de Cristo.


[433]
Tendría muchas cosas que decirte de este país, y sobre lo que hemos hecho e intentamos hacer en el futuro. Pero de esto te escribiré con más calma cuando nuestras ocupaciones me permitan hacerlo. Por ahora simplemente te comunico que, habiendo fallecido sólo en cuatro meses cinco Misioneros, entre ellos el Provicario Apostólico D. Ignacio Knoblecher, y D. José Gostner, Presidente de la Estación de Jartum, muertes que han dejado muy menguado el número de Obreros evangélicos de estas misiones, las circunstancias nos reclaman a algunos, y quizá a todos, a Jartum, cuya Misión ahora se apoya sobre los hombros de nuestro Procurador D. Alejandro.


[434]
Ha muerto también el cerrajero que habíamos traído de Verona. Bendito sea el Señor. No te asustes. Nuestra vida está en manos de Dios, y que El haga lo que quiera; nosotros, en irrevocable entrega, la hemos sacrificado a El. Bendito sea. Aquí muere uno de la noche a la mañana, sin tiempo de prepararse para morir: hay que estar siempre preparado. En pocas horas, una fiebre te deja, en el último extremo de la debilidad, al borde de la tumba. Por eso ruega por nosotros, que no siempre podemos encontrarnos en gracia de Dios y preparados para morir de un momento a otro.


[435]
El 13 de los corrientes he recibido todas tus cartas y las de mamá desde diciembre del pasado año hasta el 7 de agosto del presente. También me han llegado dos cartas del Párroco de Voltino, una de Antonio Risatti, otra del Cabo, etc., y unas gentiles líneas del Sr. Pedro Ragusini, cartas todas que me han sido muy gratas. Salúdalos cordialmente de mi parte, que cuando tenga tiempo les escribiré a todos. D. Juan y D. Angel te envían un saludo de todo corazón; a menudo hablamos de ti.


[436]
¡Ah, tu suerte de poder sufrir por Cristo es verdaderamente envidiable! Saluda y presenta mis respetos a la familia Patuzzi a D. Bem, y especialmente al Sr. Luis; al Sr. Beppo; al amigo Antonio Risatti; al Doctor, el Sr. Cándido; al muy gentil Sr. Pedro y a su tío el Sr. Bartolo Carboni; a Checcho y Bárbara Rambottini, a quienes recuerdo siempre con agrado; al Pintor; al Sr. Consejero y su familia, de quienes recibí carta; al Arcipreste de Tremosine; a D. Luis; al Párroco de Voltino, a quien de seguro escribiré; a la Sra. Mariana Perini; a Bettanini de Bassanega; a los jardineros de Tesolo y de Supino; a la Sra. Minica e hijas; a las buenas familias de Pedro Roensa, Carlos y del Sr. Vicente Carettoni; a D. Pedro Grana; a nuestros parientes de Limone por parte de mamá, de Bogliaco y de Maderno; al famoso Cabo, al que saludan también D. Angel, etc., etc.; a Salsani, etc, etc.


[437]

Adiós, querido Padre. El Señor esté siempre contigo. Tales son los votos de quien te ama; tales los anhelos del que, abrazándote y dándote mil besos con todo cariño, se declara

Tu afmo. y agradecisímo hijo Daniel Comboni

Siervo de los negros en la pobre Africa Central


 


[438]
N.B. Espero que te gusten las dos estampas de santos que te mando, y que elegí como recuerdo mío, con las que te he consagrado a la Patrona y Reina de la Nigricia, la Inmaculada Virgen María. En sus manos estás mejor que si estuvieras sentado en el trono de un gran imperio. Ella te conforte siempre.

El otro santo negro aquí adjunto dáselo al tío José. Te comunico también que he celebrado por ti y por la pobre mamá cincuenta y seis misas, en beneficio de vuestras almas. Y como tenía el presentimiento de que mamá iba a morir, desde el 17 de julio apliqué por ella en particular diecisiete misas, de lo cual ahora me alegro. Al día siguiente de llegar las cartas de Europa, D. Juan quiso que todos nosotros celebrásemos la misa por el alma de mamá. Descuida, que yo me ocupo de cargarla de misas en el futuro, cuando podamos celebrar. Pero las aplico con una condición, en caso de que sea necesario, porque también quiero que mis misas vayan en beneficio tuyo y de las almas de nuestros familiares difuntos. Ella está en el Paraíso rogando por nosotros. Adiós, mil veces adiós en el nombre de Jesucristo.


[439]
En cuanto a lo de imprimir nuestros informes, como por algunas cartas tengo entendido que alguien desea hacer, es algo que resulta inútil, ya que nuestro Instituto manda imprimir todo, como hasta ahora ha venido haciendo con todo lo que escribíamos que tenía alguna importancia.


[440]
Cuando se presente la ocasión propicia mandaremos al Instituto un colmillo de elefante. Son animales de un tamaño desmesurado, como nunca se han visto. El elefante que tenía este colmillo fue muerto en territorio de los Gogh, adonde D. Juan y yo viajamos el pasado septiembre. Este colmillo pesa 121 rótolos, que corresponden a más de seis pesos brescianos [un total aproximado de 107 kilos]. ¡Oh, la cantidad de fieras y de caza que se ve por aquí! Seguro que el Sr. Ventura Girardi se sentiría en el paraíso en medio de estas soledades, él que sueña a todas horas con aves y pájaros. Pero Basta.


[441]
N.B. Un recuerdo te dejo todavía, y es una famosa y veraz sentencia de Cristo. Medita bien sobre ella y tenla siempre en la memoria, que bien merece nuestra veneración. Y es ésta:

BEATI QUI LUGENT. Y quiere decir: Dichosos los que lloran.






40
Eustaquio Comboni
0
Territorio Kich
24.11.1858

N. 40 (38) - A EUSTAQUIO COMBONI

AFC

Desde la tribu de los Kich

24 de noviembre de 1858

Querido primo:


 

[442]
¡Mi buen Eustaquio! ¡Me he quedado sin madre!... Una vez la tuve, pero ya no la tengo... ¡Bendito sea el Dios de la misericordia, que ha querido acordarse de mí!... Aunque con decisión di la espalda al mundo a fin de asegurar la salvación de mi alma consagrándome a un estado de vida totalmente similar al de Cristo y de los Apóstoles, y aunque con la gracia divina vencí a la naturaleza, separándome de cuanto más quería en el mundo para servir con mayor libertad al Señor, sin embargo he sentido vivamente los ladridos de la frágil condición humana, y he llorado amargamente la gran pérdida.


[443]
¡Pero bendito sea eternamente el Señor! El lo ha dispuesto así: yo adoro humildemente sus divinos decretos. El ha querido llamar a su lado a mi pobre madre, de la cual recuerdo el cariño que me tuvo, y lo que la pobrecilla penó y se sacrificó por mí. El ha querido dejar en dolorosa soledad a mi buen Padre, que, aunque resignado a la voluntad divina, por su gran sensibilidad se ve arrastrado a una honda melancolía.


[444]
Pero Dios lo quiere así: bendito sea. La muerte de mi madre y la soledad de mi padre me llenan de desazón... Oh, no, alma mía, sacúdete tu letargo y eleva al cielo la mirada, que el hombre no está hecho para esta tierra. Este dulce pensamiento, queridísimo Eustaquio, no solamente evapora de mi espíritu toda niebla de turbación, sino que colma mi alma de inefable alegría.


[445]
Sí, doy gracias al Señor que me ha visitado a mí y a mi padre. ¿Acaso yo no abandoné el mundo para servir al Señor? ¿Acaso no dio mi padre su generoso consentimiento, con el único objeto de obedecer la voluntad de Dios, y tener así nueva ocasión de sacrificar su espíritu a Dios para salvar su alma? ¿Acaso no es el camino más recto y seguro para lograr la salvación del alma el camino de la aflicción, del sufrimiento, de la negación de sí mismo, sacrificando a Dios todo ídolo del propio corazón?


[446]
Sí, mi querido primo, esa viril sentencia del Salvador, Quid prodest homini, etc.: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? Y si la pierde, ¿qué podrá dar el hombre a cambio para recuperarla?...»; esta viril sentencia, digo, que significó el triunfo de tantas almas que antes estaban atrapadas en las cosas de este mundo, que salvó de la muerte eterna a tantos idólatras de los bienes y de las riquezas del siglo; esta sentencia, repito, que cambió el corazón a tantas almas que querían construirse una felicidad en esta tierra, y que ganó tantas almas para la Cruz; esta sentencia pronunciada por la infalible verdad eterna, vestida con los míseros despojos de la naturaleza humana para señalarnos el camino del cielo, es la que alienta mi espíritu, la que lo eleva por encima de las cosas de esta tierra, la que pone en mi alma deseos de nuevas adversidades, porque estoy convencido de que éstas son el mejor medio para triunfar del mundo y ganar a Dios.


[447]
Sea, pues, bendita la mano que nos purifica en el crisol de la mortificación, de las calamidades y aflicciones de esta mísera vida, que a fin de cuentas no es más que un soplo que pronto se desvanece. Poco nos queda ya que vivir a mí y a mi padre y, si quieres que te lo diga, poco también a ti: somos ya viejos y pronto habrá que rendir cuentas de los talentos que el Señor nos dio. Toda mi confianza está, por tanto, en Dios, que lo ve todo, que lo puede todo, y que nos ama.


[448]
Pero no creas que porque refiero todo a El, no aprecio las solícitas preocupaciones que los hombres tienen y se toman por amor de Dios. El Señor se sirve de los hombres como de causas segundas para llevar a cabo sus divinos designios. Sí, querido primo, el Señor se sirve de ti y de tu familia para confortar la desolada alma de mi padre.


[449]
¡Oh, qué conmovida queda mi alma por sentimientos de afecto y gratitud hacia ti y los tuyos, cuando enterados por las cartas de mi padre, las muestras de cariño de que le habéis hecho objeto en los momentos más críticos de la pérdida que él y yo he...



[Carta incompleta].