[1191]
El habernos ocupado de procurarnos lo necesario para hacer nuestra pequeña expedición a Schellal, nos ha hecho demorarnos en escribir.
Con toda la emoción de nuestro corazón, no tenemos palabras para dar las gracias sobre todo a usted y a este excelentísimo Obispo por el generoso donativo de 20 francos, que nosotros hemos recibido besándolos, como hacía nuestro querido D. Nicolás. Al mismo tiempo, la Sociedad de Colonia me enviaba 200 táleros de Prusia, más 50 florines que me ofrecía el Arzpo. de Saltzburgo, al que he presentado mi Plan, y alguna otra pequeña limosna. Vea la admirable Providencia de Dios: con esto ya estamos en El Cairo, porque ahora se encuentran allí nueve personas, y mañana llego yo con todas las cosas y provisiones.
[1192]
El Comité no nos ha dado un céntimo, asegurándonos mil veces que no tienen en caja ni un florín, y que lo poco que hay es para Jartum. Nosotros les hemos dado noblemente las gracias, y llenos de confianza en Dios realizaremos todos nuestros asuntos. Los Franciscanos, a excepción del P. Mazzeck, ni siquiera han querido ver al P. Ludovico. En la Misa, el guardián prohibió que ayudasen los negros, y aunque el P. Ludovico y el P. Buenaventura dijeron Misa bastantes veces en la iglesia del Convento, no le hablaron nunca, ni le ofrecieron siquiera un café. Así que nos fuimos los cinco a la fonda Corona.
[1193]
Yo, como amigo del Cab. Noy, obtuve billete gratuito para los cinco en los ferrocarriles hasta Trieste. Allí hice un contrato con el Lloyd austríaco y, por 220 florines, nosotros cinco y Miguel Ladò viajamos en segunda clase hasta Alejandría. Nos sorprendió la más terrible borrasca, y en el archipiélago griego hubo un huracán que mató 48 grandes bueyes y a alguna persona. El P. Ludovico sufrió dolores de muerte. Nos confesamos, y nos apretamos todos juntos. Sesenta y cuatro horas duró la borrasca. Fuimos a parar a una punta de la isla de Candía, y estamos vivos de milagro. Yo ya me he había resignado a morir. Pero Dios quiso que llegáramos salvos a Alejandría. Aquí hemos tomado prestados 100 napoleones de oro, con los que esperamos llegar a Asuán, abastecer la estación para seis meses y volver a El Cairo el P. Ludovico y yo.
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Aquí encontramos espíritus desesperanzados de Africa; pero con paciencia, constancia y resignación se superará todo. Aunque el P. Ludovico tiene ciertas ideas opuestas a las mías, vamos a trabajar juntos con eficacia por el bien de Africa. Al santo varón le falta el empuje de D. Mazza, y la experiencia de Africa; pero es un santo, aunque como todos los santos, tozudo. Quisiera que todo fuera franciscano, y sólo encuentra bien lo de los frailes. Por ejemplo, el negro Ludwich de Bressanone le parece un joven sin espíritu porque fuma y bebe cerveza fuera de las comidas. Pero son todas cosas sin importancia: lo esencial es que es un santo, que ama a Africa, y que hará grandes cosas por Africa. No le obedezco en su deseo de que yo me vista el hábito ceniciento de fraile; pero le tengo y le tendré siempre afecto.
Cuando me encuentre tranquilo en el barco fluvial por el Alto Egipto, escribiré cartas de cristiano. Perdone si ahora escribo mal, pero lo hago de todo corazón.
Presente mis más profundos respetos a S. A. el señor Obispo, y exprésele mi sentido agradecimiento por su bondad hacia mí. En el memento de la Misa rezo siempre por él y por su Diócesis, a fin de que Dios, como en el pasado, suscite gente de Bressanone para Africa. Muchos recuerdos a todos mis conocidos de Brixen, y mil afectuosos saludos a usted. Saludos también al negro, que espero sea para mí. Ruegue a los Sdos. Corazones de J. y de M. por el que es
Todo suyo en el S.
Daniel