[1423]
Su Exc. Mons. Canossa, Obispo de Verona, me acaba de entregar el programa del Instituto de Africa, que le envió el año pasado.
Con viva satisfacción me entero de la existencia y el noble objetivo de esta institución filantrópica. Leyendo su programa me he convencido aún más de la verdad que me ha enseñado la experiencia: allí donde hay un gran fin humanitario se encuentra siempre Francia. Además de disponer la Providencia que esa noble nación fuese la protectora de la Iglesia en el mundo entero, la ha destinado también a llevar la llama del catolicismo y de la civilización a las regiones aún inmersas en las tinieblas de la muerte, y a favorecer a los Misioneros apostólicos, humildes instrumentos de esta gran obra, a la vez religiosa y humanitaria.
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No me es posible expresar suficientemente mi alegría al ver que el objeto de ese Instituto es el de civilizar Africa, la parte del mundo más infeliz y desventurada. ¡Figúrese mi satisfacción, dado que llevo diecisiete años consagrado a Africa y no vivo y respiro más que por su bien! Desde 1857 he estado en diversas tribus de Africa Central en calidad de Misionero apostólico, principalmente en el Nilo Blanco, donde me he encontrado muchas veces al borde de la muerte. Allí, viendo la miseria y la infelicidad de esos pobres africanos, se puede comprender la nobleza de la gran meta que se ha impuesto el Instituto de Africa. Por lo cual, al hallarse mis pobres esfuerzos en la más íntima conexión con la finalidad de ese Instituto, del que es usted digno Secretario, me permito presentar mi Plan para la Regeneración de Africa, expuesto en este opúsculo que tengo el honor de enviarle.
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El Plan está basado en este principio: Regenerar a Africa por medio de la propia Africa.
Permítame enviarle también mi programa de la Obra del Buen Pastor para la Regeneración de Africa, que acaba de aprobar el Pontífice Pío IX.
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Con el apoyo de S. E. el Obispo de Verona, hemos podido abrir en Verona dos Institutos, uno masculino y otro femenino, destinados a preparar personal para las Misiones de Africa. Espero que la Providencia bendiga estas pequeñas casas.
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Mientras, durante el mes de octubre, emprenderé una expedición muy importante e interesante para Africa, con objeto de fundar en El Cairo dos casas para el centro de Africa, una para los hombres y otra para las mujeres, sobre la base de mi Plan y en consecuencia con él. Compondrán esta expedición siete Misioneros, cuatro Hermanas y catorce maestras negras. Estas últimas, procedentes todas ellas del Nilo Blanco y de las tribus cercanas, llevan diez años en Europa, han sido instruidas en todas las labores femeninas y tienen la formación de las maestras de escuela de Francia. Están destinadas a enseñar en Egipto a las negritas y a pasar luego a su país natal a fin de comunicar a aquellas tribus las ventajas y beneficios de la civilización, que ellas han recibido de la cultura europea.
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Mi Plan es preparar en Europa misioneros capaces, buenas mujeres misioneras y artesanos de valía que se establezcan en las regiones limítrofes de Africa donde el clima es soportable para los europeos y para los indígenas. Formaremos misioneros, buenas mujeres de familia y hábiles artesanos negros destinados a trasladarse, concluida su instrucción, a sus tierras de origen para establecer allí la civilización según el sistema trazado en mi Plan.
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Tal es el lazo que me une con todo el afecto al Instituto de Africa. A medida que mis pequeñas casas de Africa hagan progresos, nos esforzaremos en ser útiles a su Instituto, pues tengo la esperanza de que nos podamos ayudar recíprocamente en la lucha común por la regeneración de Africa.
Por eso le rogaría que me hiciera llegar los Anales del Instituto de Africa, ahora a Verona y, después del mes de octubre, a El Cairo.
Daniel Comboni