[496]
Yo me hacía la ilusión de que, a mi llegada a Alejandría, iba a encontrar cartas de Verona que me contasen algo del Insto. y de nuestro venerable y viejo Padre, que tiene gran corazón y piensa mucho, pero escribe bastante poco. Mas vanas fueron mis esperanzas. Por lo cual, ayuno como estoy de noticias de Verona, quiero apartarme un poco de mi estilo lacónico, que hasta ahora he mantenido con Ud. en las tres cartas que le escribí desde Nápoles, Palermo y Roma, y explicarle de algún modo las circunstancias que acompañaron mi viaje de Verona a Egipto, asegurándole que si anteriormente no se lo conté todo de manera detallada, fue porque siempre estuve muy ocupado en arreglar del mejor modo y llevar a buen fin el importantísimo asunto que la Providencia me había confiado.
[497]
Usted conoce de sobra el resultado incierto y no demasiado feliz de la expedición que hicimos a Africa Central, cuando en número de cinco Misioneros y un laico partimos de Verona en 1857; y sabe también las siniestras peripecias de las varias expediciones organizadas por Propaganda y por la Sociedad Mariana de Viena, deseosas de fundar en las Regiones Incógnitas de Africa una Misión Católica para hacer brillar la luz de la Fe de Cristo en aquellas vastas regiones todavía envueltas en las tinieblas y sombras de muerte.
[498]
Pues bien, por todos estos desenlaces se ve claramente lo sublime y sabio que resulta cada vez más el gran proyecto imaginado por nuestro venerable y querido Superior, quien ya en febrero de 1849 decretó la creación de un clero indígena, y la educación de chicos y chicas africanos impartida en nuestros Colegios de Europa, para que estos indígenas formados en el seno del Catolicismo en el espíritu de nuestra Santa Fe, e instruidos en la religión y en los conocimientos de la civilización, volviesen luego a sus tierras de origen y allí cada uno, según su vocación y profesión, pudiesen comunicar y enseñar a su gente los bienes y conocimientos, tanto religiosos como civiles, que adquirieron en Europa, y para que fuera posible así, poco, a poco, hacer de las tribus de los africanos otras tantas naciones civilizadas y cristianas.
[499]
Actuando según este plan sublime y sapientísimo, el más oportuno y adecuado que hasta ahora se conoce para la conversión de Africa, y que fue concebido según el espíritu de la Iglesia –la cual no con otro objeto fundó en la capital del Cristianismo el Colegio Urbano de Propaganda Fide, en el cual ingresan jóvenes selectos de todas partes del mundo que, después de recibir su educación eclesiástica, son devueltos a su tierra natal a fin de que implanten y promuevan allí la civilización y la religión–; actuando, decía, según este gran plan de nuestro querido superior, por los informes de un Misionero de Malabar que volvía de la India, supe a mediados del pasado noviembre que en las costas de Abisinia había sido apresado un barco con jóvenes esclavos y esclavas africanos, a los que se quería llevar a través del mar Rojo a las costas desiertas de Arabia. Los ingleses, autores de la captura, llevaron ese cargamento de negros a sus posesiones de Oriente para emplearlos en los trabajos del café y de las especias, entregando parte de ellos a los Misioneros Católicos de Adén.
[500]
Esta operación de los ingleses ha sido conforme al tratado de 1856 firmado en el Congreso de París, donde, reunidas las grandes potencias de Europa con objeto de arreglar los asuntos de Oriente, se proclamó la abolición de la esclavitud y de la trata de negros. Determinación sabia, caritativa y cristiana, que prohíbe el infame tráfico de carne humana: una actividad indigna que envilece y degrada a la humanidad, y que reduce a la vil condición de brutos a criaturas humanas provistas, como nosotros, de la luz de la inteligencia, que es un rayo mismo de la divinidad y una forma émula de la Augustísima Trinidad.
[501]
Sería algo que haría horripilar si me pusiera a contar la manera indigna y despiadada con que arrebatan a los pobres negros del seno de sus familias y los ponen a la venta en los mercados del Kordofán y de Nubia; pero no es tal mi intención. Sólo diré que la circunstancia accidental de que un navío inglés apresara en el mar Rojo un cargamento de estos pobres negros y los llevara a las posesiones británicas, pareció al gran Siervo de Dios, nuestro venerable superior, una favorable disposición de la Providencia, con la que Dios nos ofrecía un medio y nos abría un camino para llevar a nuestros Institutos de Verona chicos y chicas negros, cosa sumamente difícil desde la abolición de la esclavitud. Por eso él, como quien siempre se abandona en los brazos amorosos de la Providencia divina, sin desanimarse en absoluto por las graves dificultades que hoy se encuentran para obtener generosas e importantes limosnas, decidió enviarme a Adén para que hiciese una buena selección de estas criaturas africanas, desperdigadas por las varias posesiones inglesas.
[502]
Dándose además la circunstancia –dentro de las providentes medidas de quien cuida solícito y con piadosa dedicación y regla nuestro Insto. masculino– de que convenía trasladar a Nápoles cuatro jóvenes africanos que no podían soportar el riguroso clima de Verona, era el momento oportuno de llevar a cabo el citado proyecto.
[503]
Para lo cual, habiendo tenido éxito mi ida a Venecia, donde obtuve de Su Excelencia el lugarteniente de las provincias Vénetas, el Barón Togenburg, un pasaporte para los cuatro negros, la mañana del 26 del pdo. noviembre dejaba yo el Colegio y Verona, y después de cruzar la frontera de los Estados Austríacos, y la parte que marca el confín del lago Garda, enviando un ferviente suspiro a las orillas de Limone, donde respiré los primeros hálitos de vida, me detuve en Brescia con la ilusión de abrazar y despedirme de mi viejo y buen padre, al que deseaba ver y confortar, dado que emprendía un viajecito un poco más largo que el que hay entre Verona y Avesa.
Pero, ¡ay!, mis esperanzas resultaron fallidas: habiéndose levantado el día anterior una furiosa borrasca en el lago Garda, no fue posible de ningún modo efectuar el trayecto entre Limone y Gargnano. El Señor sea siempre bendito
[504]
A las las cinco de la tarde, tras presentar mis respetos al Obispo de Brescia, a Mons. Tiboni y a mi gran amigo el Dr. Pelizzari, partí para Milán, donde esa misma noche fui acogido cordialmente con los cuatro jóvenes y D. Luciano en el Seminario de las Misiones Extranjeras de San Calocero. Allí mi corazón se embriagó de la más dulce alegría al conversar con aquella alma santa que es el Rector del Seminario, y al encontrarme entre tantos queridos hermanos, sacerdotes alumnos de aquel floreciente jardín de caridad evangélica, donde se forman en el celo y en las virtudes de los apóstoles y de los mártires tantas almas desprendidas, que, rotos los vínculos de naturaleza y de sangre, pisoteando con pie generoso el fasto de la humana prosperidad y grandeza que una desahogada posición y una mente dotada les hubieran podido ofrecer, y abandonando las alegrías de sus lugares de origen, se desparramarán por la faz de la tierra para enarbolar la bandera de la Cruz en tantos reinos aherrojados bajo el imperio de Satanás; para sacudir del profundo letargo en que gimen sumidas tantas míseras gentes sobre las que nunca refulgió el luminosísimo astro de la Fe, y conducirlas a la adoración de la Cruz.
[505]
Gran consuelo me produjo, además, entre estos jóvenes Misioneros, uno al que le tocó, como a mí, abandonar el campo abierto a sus apostólicas fatigas en Oceanía, y que ahora, totalmente resignado a las adorables disposiciones del cielo, se dedica con celo incansable a la predicación en forma de Misiones, y al ejercicio del Ministerio Sacerdotal. Al amanecer del día siguiente yo me encontraba ya en Monza, en el Colegio de los PP. Barnabitas, donde saludé a algunos de ellos, que me entregaron una pequeña muestra de su amistad y de su interés por la Obra a que estoy consagrado.
[506]
A las diez estaba en amistosa charla con nuestro dilecto amigo el P. Calcagni, Barnabita Vicerrector del R. Colegio Longoni, el cual me gastó una broma que no me hizo mucha gracia: me pidió la carta que Mons. Ratisbonne, milagrosamente convertido del judaísmo a la Fe, me había escrito el pasado agosto desde Jerusalén, y yo se la dejé a condición de que a la una de la tarde me la enviase al Seminario de Misiones Extranjeras; pero, con gran consternación mía, me mandó no el original de la carta, sino una copia, acompañada de una pieza de 20 francos y una nota en la que me deseaba feliz viaje.
[507]
Yo ya le he perdonado, pero con la promesa de gastarle una mucho más gorda. A las tres de la tarde, después de haberme despedido de los Misioneros, partía en tren; y tras ver pasar rápidamente los campos de Magenta y el puente del Ticino, y de dejar atrás Novara y Alessandria, a las 10 estaba ya cenando con mis africanos en el hotel Cristoforo Colombo, en Génova.
[508]
A la mañana del 28, celebrado el Divino Sacrificio en la iglesia de la Anunciación, la más bella y magnífica de la capital de Liguria, y dejados los jóvenes al cuidado de D. Luciano, me puse a recorrer las agencias con vapores directos hacia las Dos Sicilias, para ver si encontraba algo que me pudiese convenir. Ya estaba en tratos sobre un ventajoso contrato con la compañía marsellesa Fraissenet et Frères, de la que obtenía una rebaja de casi la mitad del importe del viaje; pero, ante la inseguridad de cuándo llegaría a Génova el barco que debía llevarnos a Nápoles, me decidí por contratar con la compañía Zuccòli, que esa misma noche enviaba a Nápoles un vapor-correo, y conseguí para los seis la rebaja de un tercio del precio de cada pasaje. De este modo, a las nueve de la noche montamos en el Stella d’Italia, excelente vapor italiano, a bordo de cual, a la clara luz de la luna, contemplamos el delicioso espectáculo que ofrece la capital de Liguria vista desde el mar.
[509]
Defendida por tierra y por mar con grandes fortificaciones construidas por la naturaleza y el hombre, espléndida por su admirable situación y por sus hermosos edificios, la ciudad está embellecida por un puerto de forma semicircular, bastante extenso, y provisto de dos grandes muelles, más allá de los cuales se yergue un faro gigantesco que sirve de estrella a los pilotos. Este puerto franco, frecuentadísimo, constituye un almacén muy considerable de toda clase de mercancías, y es uno de los grandes centros de comercio de Europa. Nos despedimos de estas amenas orillas de Liguria, y al cabo de tres horas dejamos a la izquierda las risueñas playas del magnífico golfo de La Spèzia. A la mañana siguiente nos encontrábamos en el puerto de Livorno. Yo bajé a tierra y, después de celebrar Misa en la sucia catedral, busqué la Virgen del clásico P. Giravia (como me dijeron los Padres, sus compañeros); pero a él no lo vi, porque el Gobierno de Italia lo había desterrado a Pisa hacía unos meses.
[510]
A mediodía, el Stella d’Italia zarpaba del puerto de Livorno. Apenas habíamos llegado a altamar cuando se desató contra nosotros un viento que duró más de 25 horas; de modo que los cuatro jóvenes negros no pudieron probar bocado, e incluso tuvieron que arrojar al mar el ordinario tributo. No fue ése mi caso, pues, estando yo acostumbrado a los viajes de Oriente y a pasar meses enteros sobre las aguas, me entró tal apetito que me comí las raciones de mis indispuestos compañeros de viaje. Vimos surgir en el horizonte las hermosas islas de Capraia y Gorgona, y pasamos cerca de Porto Ferraio, en la árida, siniestra isla de Elba, que ofreció sórdido y triste hospedaje al gran Napoleón.
[511]
A unas dos millas de la sombría morada del ilustre prisionero encontramos al Zuavo di Palestro, vapor sardo en el que viajaban mil doscientos voluntarios de Garibaldi, los cuales iban a reunirse con sus familias en Piamonte y en Lombardía para recuperarse de las fatigas pasadas en Calatafimi, en Palermo y Milazzo y en Capua. A un oficial de Garibaldi, el Duque Salvador Mungo, que se encontraba a bordo con nosotros, y que era uno de los que habían quedado de los mil que desembarcaron en Marsala, le pedí noticias de Prina, ex alumno de nuestro Insto., y me hizo grandes elogios de él, como de un valeroso oficial. Me dijo que no era coronel, pero que se había distinguido en Milazzo. Este hombre regresaba (!!??) de la isla de Caprera, donde había estado con su Duque, y me aseguraba que era intención de Garibaldi ir antes a Hungría que a Venecia, la cual sólo se sacudiría su yugo al cabo de varios años.
[512]
Con esta y otras muchas conversaciones que mantuve con el garibaldino, llegamos al estrecho que separa la famosa isla de Procida de la de Ischia, más allá de las cuales se abre en forma de maravilloso anfiteatro el espléndido golfo de Nápoles. Nosotros, a las 5 de la tarde, teníamos hechas las gestiones en la comandancia marítima de la capital partenopea; y ya con los pasaportes revisados, fuimos recibidos con bastante cordialidad en el Insto. de La Palma por el P. Ludovico de Casoria, Fundador del Colegio Africano. Aunque ya conocía a este hombre de Dios desde el año pasado, cuando desembarqué en Nápoles, en los varios días que estuve aquí pude admirar más de cerca y apreciar a este buen Padre, y persuadirme de que es uno de esos hombres extraordinarios que de cuando en cuando suscita la Providencia en beneficio de la humanidad y para la difusión e incremento de la gloria de Dios.
[513]
Según lo que me contó algún Padre de La Palma, el P. Ludovico, aunque pertenecía a la Orden franciscana, no era un perfecto observador de sus reglas, porque procuraba rodearse de muchas de las comodidades de su holgada casa paterna, era bastante reacio a esa subordinación que debe tener un religioso, y mantenía amistades mundanas con muchos de elevada condición, que veían con malos ojos a uno de los suyos rebajado al humilde estado de oscuro franciscano. Además, no era nada inclinado al esfuerzo y dedicación de la vida franciscana, y sólo se deleitaba con los estudios filosóficos y con las matemáticas, en las que había hecho grandes progresos, y de las que durante muchos años había sido profesor.
Cayó gravemente enfermo, y su guardián aprovechó esta ocasión para reprocharle su pasada conducta, no demasiado conforme al espíritu del Seráfico Instituto, sugiriéndole que abominase de su anterior manera de vivir en Religión y que prometiese a María reformar sus costumbres y conducta según el espíritu del Instituto al que por vocación se había incorporado, en caso de que Dios quisiera devolverle la salud. Recapacitó entonces el P. Ludovico; y en la humildad de su corazón se ofreció a Dios, dispuesto a cualquier ardua empresa a la que el Señor le llamase. Entonces la gracia divina derrámese abundantemente en el alma del buen Siervo de Dios; y vaciándose del que había sido, y apartándose de todo lo que fuese del siglo y no conforme a su religión, pasó unos años en perfecto retiro. Luego, entre muchas otras obras, llevó a cabo las siguientes:
[514]
1.oInstituyó una Reforma de la Provincia de Nápoles, algo deteriorada, más o menos como hizo el B. Leonardo de Porto Maurizio, cuando creó el Retiro de S. Buenaventura en Roma.
2.oFundó el Insto. de los Misioneros indígenas, que acoge a Sacerdotes de todas partes de Italia, los cuales se forman en la Escuela de Misiones y Ejercicios Espirituales, y luego se esparcen por toda Italia para dar las Misiones gratuitamente, dependiendo en todo del Insto., en nombre del cual sólo pueden ejercer el ministerio apostólico.
3.oCreó un gran Refugio para los pobres en Nápoles; luego, otro para instruir a los ignorantes.
4.oCreó una gran Enfermería para todos los Franciscanos de Nápoles.
5.oFinalmente, ha fundado y puesto ya en marcha dos Institutos africanos: uno masculino, dirigido por los Franciscanos, y el otro femenino, al cuidado de las Hermanas Estigmatinas exclusivamente consagradas a la educación de las negras.
[515]
El gasto de estas cinco grandes obras corre a cargo del P. Ludovico, que es tan limpio en todas sus actuaciones como nuestro Superior, y que con lo que saca pidiendo limosna a diario, como él, consigue mantenerlas. Una palabra sobre los Colegios africanos:
[516]
Instituido bajo la protección del difunto Rey Fernando II, y con especial autorización de la Dirección general de la Orden Seráfica, el Colegio de los negros, con sede en La Palma, donde reside el Prefecto de la Reforma, tiene por objeto rescatar de la esclavitud y miseria en que yacen y educar e instruir en la Fe, en la ciencia católica y en las diversas artes civiles a los jóvenes negros que se recojan de los países de Africa, a fin de que bien educados, instruidos y formados en el espíritu católico, regresen ya adultos a sus países para propagar allí, cada uno según su profesión, la Fe de J. C. y la Civilización Cristiana.
[517]
Los jóvenes negros, que serán instruidos en la Fe Cristiana, y bautizados según vayan viniendo de Africa, vestirán todos el hábito franciscano, como jóvenes alumnos, y en cuanto tales observarán comportamiento y disciplina de jóvenes religiosos, y se aplicarán, con discreta dirección, a los usos de la religión Seráfica, a los estudios y a las artes. Correrá a cargo del P. Prefecto de La Palma, previo examen y conocimiento de la índole y capacidad de los jóvenes negros, la tarea de clasificarlos en los estudios elementales, que hasta los 18 años todos deberán seguir bajo la dirección de maestros idóneos que el Prefecto les asigne, ya sean Religiosos de la Orden, o bien seglares de probada ciencia y bondad, aunque estos últimos deberán haber sido habilitados por la Provincia o por el Ministro General.
[518]
Completada la instrucción elemental a los 18 años, los jóvenes negros se distribuirán en tres clases, según su capacidad y vocación, a saber: clérigos para el sacerdocio; laicos profesos, pero artesanos; y seglares de la Orden Tercera (como Tacuso) de S. Francisco, también artesanos, y libres de abrazar el estado conyugal. Las dos primeras clases profesarán servatis servandis la Regla de la Orden de los Menores. Estos realizarán el Noviciado regular, previa autorización de la S. Sede Apostólica, en lugar apartado dentro del mismo Colegio, bajo la dirección y criterio de la Comunidad Religiosa de La Palma, y se habilitarán dependencias adecuadas como lugar de Noviciado, donde recibirán la oportuna educación religiosa según las reglas de la Orden.
En cuanto a los de la primera clase en edad de ordenarse, serán presentados al correspondiente Ordinario con las dimisorias del Provincial. Eso es así, dado que los jóvenes negros empiezan como hijos de la orden de los Menores destinados especialmente a las Misiones de Africa, respecto a los cuales dispondrá lo necesario el General de la Orden. Finalmente, los de la tercera clase que se queden en Europa vestidos y profesos de Terciarios de S. Francisco, ayudarán en las actividades del Colegio y se perfeccionarán en las artes.
[519]
Recibidas luego las necesarias instrucciones e instituciones, Sacerdotes negros Menores, Laicos negros Menores, y Terciarios de S. Francisco negros –con conocimiento e información tanto del Provincial como del Prefecto, y en obediencia al Ministro General de la Orden–, a medida que sea necesario, marcharán a las Misiones de Africa. Los Sacerdotes, como verdaderos Misioneros de Cristo, propagadores de la Fe Cristiana; los Laicos profesos, al servicio de los Sacerdotes, y también ellos como catequistas e instructores de los infieles que se conviertan a Cristo; y los Terciarios, esparciéndose más libremente entre aquellos pueblos, bajo la guía de los Misioneros sus hermanos, y ejerciendo las artes y oficios que hayan aprendido en el Colegio para utilizarlos a la luz de la Fe.
[520]
Siempre marcharán y permanecerán en todas partes de dos en dos, e incluso en grupos de tres, pero nunca solos; y será según este orden: un Sacerdote y un Laico, o un Sacerdote, un Laico y un Terciario. En la profesión religiosa harán todos promesa jurada de ir a Africa; pero en cuanto al traslado efectivo, se exceptuarán los elegidos y hábiles como maestros del Colegio de La Palma, los oficiales destinados a prestar servicio en dicho Colegio, y los que no puedan ir por motivos razonables y graves reconocidos como tales por los Superiores. El P. Prefecto cuidará, poniendo todo su empeño, para que poco a poco los jóvenes negros de cualquier clase realicen buenos progresos en el conocimiento de las ciencias o de las artes, y sean capaces de hacer ellos mismos de Maestros en el Colegio, donde se los asignará a la escuela que convenga a su habilidad.
[521]
Y lo mismo debe procurarse con los Oficiales, como celadores, cocineros, ayudantes, porteros, despenseros, pinches, etc., para que poco a poco el Colegio Seráfico de La Palma se convierta en un Coro uniforme de negritos. Habiendo ido los negros a las Misiones de Africa, y cuando después de largos años de fatigas soportadas por J. C., ya sean Sacerdotes, Laicos o Terciarios, no puedan seguir prestando allí servicio a las Misiones por vejez, enfermedad o por otra gravísima razón, puestos al corriente de ello los Superiores de la Provincia y del Colegio, tendrán asilo y descanso en el mismo Colegio de La Palma.
[522]
Este es, en esbozo, el plan del Insto. de los negritos de La Palma. Ahora hay ya 52 de éstos, incluidos los cuatro que he llevado yo. Me quedé muy satisfecho al ver diez o doce talleres de carpintería, sastrería, zapatería, tejeduría, cerrajería, etc., etc., y una hermosa botica con dos maestros en medicina y farmacia. Además hay junto a La Palma un amplio huerto, que está dividido en múltiples parcelas, destinadas a cultivar diferentes productos del país y coloniales, y aquí vienen a diario los negritos, divididos en varias clases para, reunidos en torno al correspondiente experto, aprender a trabajar en cada sector de la agricultura.
Con reglas adecuadas son educadas para las Misiones de Africa las negritas, cuyo número llega ya a 22. Me maravillaron sus progresos en los estudios y en las labores femeninas. El año pasado, muchos trabajos de las negritas fueron admitidos en la Exposición Urbana de Nápoles, y premiados. Pero de este Insto. escribiré en otra ocasión.
[523]
Me quedé muy satisfecho de la instrucción de los negritos de La Palma. Hay seis de ellos que estudian Humanidades y Retórica (menos griego), cuatro Filosofía, y el resto Secundaria elemental. Pero lo que más me impresionó fue el orden, el silencio en los debidos momentos, la total disciplina, y la inclinación a los ejercicios de piedad y al deseo de hacerse santos y de sacrificar su vida en beneficio de sus hermanos infieles por los caminos a que los lleve la obediencia y la vocación. «¿Es posible –le preguntaba un día al P. Ludovico– que los negritos de La Palma sean todos buenos? No lo creo, porque, por lo que pude ver en la breve experiencia que tuve con los negros, muchos son buenos, pero algunos no parecen dados a la piedad ni a la perfecta observancia de nuestra Sma. Religión.»
[524]
«¡Oh! Escuche, querido hermano –me contestó el Padre–. Yo he fundado mi colegio para hacer del infierno un Paraíso, para que los jóvenes de malos se vuelvan buenos. Cuando los africanos entraron en La Palma eran diablos, y yo casi desesperaba de conducirlos al bien; pero con paciencia, con la continua vigilancia diurna y nocturna, y con el incansable esfuerzo de mis educadores, son todos buenos. Y tengo que agradecer a Dios que no haya uno malo, ni siquiera uno.
[525]
»Pero no debemos asustarnos si al principio los vemos malos: con la gracia de Dios, y con una incansable y paterna solicitud, todo se vence Y de hecho, en cada dormitorio hay dos prefectos, uno de los cuales vigila toda la noche. Cuando hay un joven que muestra una mala inclinación, contra ella se dirigen todas las armas de la prudencia cristiana, y no se ceja hasta ver completamente erradicado ese defecto; de modo que por fas o por nefas, por las buenas o por las malas, de grado o por fuerza, tiene que abandonar ese vicio». Mas dejemos este tema. Fueron muchas las cosas que observé sobre la dirección de ese Insto.; pero Ud. estará cansado de leer, como yo lo estoy de escribir, así que khalás.
[526]
Hablemos ahora un poco de cosas profanas. Y por decirle algo de Nápoles, creo que es imposible imaginarse su singular y espléndido emplazamiento y el soberbio panorama que ofrece desde cualquier parte que se contemple. La ciudad está situada al sudeste en la pendiente de una larga fila de colinas, y alrededor de un golfo de más de cinco leguas de ancho y otras tantas de largo, teniendo a los lados dos promontorios cubiertos de verdeante vegetación. La isla de Capri a un extremo y la de Procida a otro parecen cerrar el golfo, si bien entre estas islas y los dos promontorios se puede divisar una inmensa vista del mar.
[527]
La ciudad es como la corona de este majestuoso golfo. Una parte de ella, hacia occidente, se yergue a modo de anfiteatro sobre las colinas de Polisippo y de Antignano; la otra se extiende a oriente sobre un terreno más llano, cubierto de hermosas villas y hotelitos hasta el monte Vesubio, que de noche es como un sol vivísimo, cuya luz está concentrada en siete bocas que expulsan continuamente lava y betún. En medio de estos magníficos montes roqueños totalmente recubiertos de naranjos y limoneros y de toda clase de verdura, se encuentra, cerca de La Palma, Capodimonte, donde se alza el palacio de verano del rey. A juicio de los grandes viajeros, ésta es la más hermosa vista del mundo, y no hay nada que se pueda comparar con la belleza de tal panorama.
[528]
Si a todo esto se añade la suavidad del clima, la fertilidad de los campos, la belleza de los alrededores, la grandiosidad de los edificios y la magnificencia de sus calles todas cubiertas de grandes losas de piedra, como nuestra Piazza dei Signori, se convencerá de que Nápoles es uno de los más espléndidos y agradables lugares del mundo. La calle de Toledo, que avanza a lo largo de milla y media en perfecta línea recta; la de la Chiaia, la cual bordea durante largo trecho la Villa Real –que se extiende sobre la playa, donde ofrece una magnífica vista, y está flanqueada por la parte de tierra de una elegante verja interrumpida de cuando en cuando por altas y variopintas pilastras, la cual forma al noroeste una gran semielipse y encierra centenares de estatuas de mármol hechas a imitación de los mejores modelos antiguos– figuran entre las más hermosas de Europa.
[529]
Las iglesias son, en general, bellísimas y sorprendentes, y muestran al ojo atento la ferviente piedad del pueblo napolitano que las frecuenta y de aquellos que las construyeron. La de S. Francisco de Paula, de moderna arquitectura, en la parte exterior, de cara al palacio real, abunda en obras de los más famosos artistas modernos. Está flanqueada por dos pórticos sostenidos por 44 grandes columnas, y embellecida con estatuas colosales de la Religión, S. Francisco y S. Luis, las cuales se hallan en el vestíbulo formado por diez grandes columnas y otras tantas pilastras. El interior, perfectamente redondo, es una imitación del Panteón de Roma.
[530]
Magníficos templos son también el de S. Martín, en el cerro de San Telmo, al pie del castillo que domina la ciudad, en estupendo emplazamiento; el de Jesús Nuevo, todo incrustado de mármol, que guarda el sepulcro de S. Francisco de Jerónimo, sobre cuyo cuerpo yo celebré misa, el cual está encerrado en una urna de plata y bordado de perlas y piedras preciosas; y el de S. Cayetano, en cuya cripta se conserva el cuerpo del Santo, sobre el que también celebré misa.
[531]
Pero S. Jenaro, o sea, la catedral, es la iglesia más hermosa de Nápoles. El interior consta de tres naves, las cuales están sostenidas (entre otras) por 18 pilastras con columnas que pertenecieron a ídolos del paganismo. Dejando aparte las innumerables obras de arte, me limitaré a mencionar la capilla del Santo Patrón de la ciudad, llamada el tesoro, que tiene en la parte exterior dos grandes estatuas de S. Pedro y S. Pablo y una hermosa rejería de bronce. El interior es en forma de cruz griega, con las paredes incrustadas de mármoles finísimos y con 42 columnas de brocatel y 19 de bronce; todos los frescos son de Domenichino. Detrás del altar mayor, de pórfido, se guardan en dos capillitas forradas de láminas de plata y con portezuelas del mismo metal la Cabeza de S. Jenaro y dos ampollas que contienen parte de su sangre, la cual suele licuar al menos de dos a cuatro veces al año, cuando es acercada a la cabeza del Santo, es decir, en las tres fiestas de mayo, septiembre y diciembre que se celebran en honor del Santo con las correspondientes octavas.
[532]
Este milagro, que es observado por innumerables protestantes e infieles, fue causa, y lo sigue siendo hasta el día de hoy, de gran número de conversiones a la fe de Cristo. (Según oí a mi paso por Nápoles, la última vez que se hizo el milagro –quince días antes–, como al parecer se adelantó una media hora sobre lo acostumbrado, se oyeron bastantes gritos en el templo: «Mira, mira a San Jenaro, rey Víctor Manuel: le va la República y no te puede ver») Aquí, a propósito de S. Jenaro, quiero contarle a Ud. la extravagante escena que tiene lugar el día en que ocurre el milagro. Basándose principalmente en una vaga e incierta tradición, los napolitanos pretenden saber que tales y tales familias pobres son descendientes de la estirpe del Santo Protector; por eso es creencia entre la plebe que el milagro no se realiza sin la presencia de uno o más individuos de estos descendientes de S. Jenaro.
[533]
Los golfos son los primeros que hacen acto de presencia en la capilla del Santo, diciendo cantidad de improperios y villanías como preludio al milagro. Se oyen, entre otras, las siguientes expresiones: «San Jenaro, ¿es que no quieres hacer el milagro? Claro, como has robado el título de Santo, que no merecías... ¿Y por qué te pitorreas de los que tanto te honran? Vaya un inútil. Menuda pachorra tienes; no vales un pimiento. ¿Cómo puedes engañar así a la pobre gente? Qué cacho impostorazo, cómo te burlas de nosotros... Mira, mira qué muecas hace... y se guasea, y se cachondea... Para santos nosotros, que te tenemos que aguantar... Y todavía se chulea y se chunguea... ¿A que no eres capaz de hacer el milagro? Anda, calamidad, baja de ese pedestal (dirigiéndose a la estatua). ¿Qué haces ahí, liante, impostor? Tú ni eres santo, ni estás en el cielo, ni vales para nada. Baja, baja, y deja de comer de gorra...» Y así sucesivamente.
[534]
Esos granujas profieren otras frases más extrañas, cuya enumeración sería demasiado larga, y que yo he olvidado. En verdad, si a mí me contasen tales cosas, no las creería; pero a quien ha visitado Nápoles, y ha visto lo atrasado que está todavía ese reino, y su inclinación a la piedad, pero un poco supersticiosa, no le cuesta darlas por verídicas. Estas y otras cosas similares las supe de personas dignas de crédito.
[535]
En Nápoles, con D. Luciano, visitamos las cosas más notables, entre ellas las Catacumbas, más amplias y menos largas que las de Roma; también el Museo Nacional, el segundo del mundo después del Vaticano, a juicio de los expertos, y en cuanto a que ofrece una perfecta representación material de las costumbres de los antiguos, el primero del mundo. Pero se necesitaría todo un cuadernillo [para describirlo]. Estuvimos en la cueva de Posillipo, un impresionante subterráneo, donde se halla la tumba de Virgilio con las luces encendidas, etc.; en Pompeya y Herculano, etc. Pero ya hablaré de esto en otra mía, si dispongo de espacio; como también contaré detalladamente mi viaje de Palermo y de Roma. Ahora no tengo tiempo, porque acaban de anunciarme que ha llegado a Suez procedente de Calcuta el vapor de la Compañía de las Indias, y saldrá dentro de esta semana. Yo parto mañana para El Cairo y para Suez. Escribiré desde Adén, pero a condición de no permanecer ayuno de sus cartas.
[536]
Mando un afectuoso saludo a todos los jóvenes, prefectos, y clérigos de nuestro querido Insto., y me encomiendo a sus oraciones, pues dura será mi lucha con los ingleses. Porque, por no mencionar lo demás, delante de la aduana turca, de los divanes [cancillerías turcas] y de los consulados europeos hay fijado un aviso en el que se prohíbe a los Cónsules y al Gobernador de Alejandría permitir el paso de esclavos o negros sin indagar o conocer su procedencia, y sin que sea legalizada. Quiero transcribirlo esta tarde antes de partir de Alejandría. Así que necesito ayuda de arriba. Pero no hay que tener miedo: los cuernos de Xto. son más duros que los de Satanás; y si Dios quiere la obra, no hay ingleses, ni turcos, ni diablo que se puedan oponer.
[537]
Presente mis respetos a D. Tomba, D. Fochesato, D. Fukesneker, D. Donato, D. Clerici, D. Urbani, D. Lonardoni; a Toffaloni e hijo, y a todos los Sacerdotes del Insto; a los Marqueses Carlotti; a los Condes Cavvazzoca, Parisi, Morelli; igualmente al Sr. Obispo, etc, etc. Y eleve siempre una oración a los Smos. Corazones de J. y de M.a por
Su afmo. amigo, Daniel
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Especiales saludos a mi ahijado Víctor, sobre el cual deseo noticias. Mis saludos a la fam. Patucchi y a Biadego, Fontana, etc. Reciba Ud. los saludos de J. Scaùi, que está bien, y por lo que me dicen los PP. Misioneros se porta bastante bien. Tres furiosas borrascas me quebrantaron un poco la salud, pero ya me encuentro muy bien.