[967]
Hasta ahora no he solucionado nada de Africa. Son cosas arduas, en las que se necesita amplia visión, medios, valor y asistencia especial de Dios. El Card. Barnabò me mandó observar todas las Fundaciones africanas de Francia; o sea, todo lo que de sagrado y profano hay respecto a Africa, y sobre todo en Lyón, donde está el Seminario de Misiones Africanas. Fui recibido cortésmente por el Superior, Mons. Planque, hombre de eminentes cualidades y muy estimado en toda Francia. ¿Quién lo creería? Dios dispuso que, al ir a parar a él, cayese en manos de un santo pero acérrimo enemigo. El, con santísimos fines, echó por tierra mi plan y, lo que es más, corrió a ver a los miembros del Consejo Central de la Obra de la Propagación de la Fe y al Card. De Bonald, y los predispuso en contra. No alcanzando a comprender la causa de tal proceder por parte de un santo y excelente varón, mantuve con él muchas entrevistas; y me aseguró que es un plan inconsistente, perjudicial para las Misiones africanas; un plan que nunca será aceptado ni subsidiado; un plan al que él se opondrá siempre.
[968]
He hablado con bastantes miembros del Consejo, con muchos antiguos Misioneros, con algún Obispo y con el Card. Arzpo. de Lyón, y todos conocían mi Plan. Finalmente he encontrado la explicación de todo este enigma, y es bien sencilla. El Seminario de las Misiones Africanas de Lyón fue fundado por el Sr. Obispo Bresillac, ex Vicario Aplico. de Comboïtur, en las Indias, y confiado a Mons. Planque, el cual es Vicario Aplico. de Dahomey, en Africa occidental. El Plan de Planque y del difunto Monseñor (que a medio camino murió con todos los Misioneros) tiene como objeto penetrar en el centro de Africa por la parte Occidental. Mi Plan se opone al sistema de adentrarse directamente en el centro, como se practica en las otras Misiones, y establece el principio: regeneración de Africa con Africa.
[969]
De aquí que Planque diga que mi Plan va tarir las vocaciones, porque en él se dice que el europeo muere en Africa; de ahí que haya dicho al Consejo de Lyón que no se muere en Africa, como está claro por la Misión Gallas; y de ahí que rechace el plan en substancia. Niega, además, que el negro sea susceptible de hacerse catequista, maestro, artesano, y mucho menos sacerdote: él, que ha fundado un Colegio de negros en Cádiz para hacerlos sacerdotes y artesanos. Por lo que se refiere al Comité, lo encuentra aparatoso, complicado, etc. Sobre esto, supongo que tiene razón, aunque insisto en quererlo fundar; más simple, sí, pero lo quiero fundar. Planque me aseguró que iba a escribir al respecto a Propaganda. Total, que en Lyón este hombre (que el Card. Barnabò querría que yo uniese a todos los otros) es el principal enemigo. Por lo cual decidí abandonar Lyón y establecer mi campo de batalla en París.
[970]
Entretanto, escribí a París, a Mons. Massaia, y me contestó enseguida. Por entonces pude establecer contacto con el Conde d’Ercules, fundador de la Pía Obra de la Propagación de la Fe (y esto me fue posible merced a buenas recomendaciones de algunas de mis Damas, hacia las que guardaré eternos sentimientos de amistad, porque la mujer católica lo es todo), un anciano venerable y santo. Habiéndome ganado su amistad, le puse por escrito, en francés, un resumen del plan. El me invitó a un almuerzo, al que para mi gran sorpresa estaba invitado también el presidente del Consejo Central. Mi preocupación fue hablar mucho de Africa, de lo que he visto yo y de lo que han observado los demás. Ellos me encontraron muy informado de las cosas africanas. Me alegré mucho de que me interrogasen, y repetidamente, sobre las objeciones puestas por Planque; y yo, sin mostrar que estaba al tanto de las opiniones de Planque comunicadas al Consejo, con mucho sosiego y moderación, como si fuese un asunto salido per accidens a discusión en la mesa, contesté a cada una de sus preguntas.
[971]
Creo haber hecho una buena impresión en el ánimo de esos buenos viejos. Y más habiendo repetido más de una vez, y visto ellos, que estoy convencido de que nada quiero emprender sin el plácet de la Iglesia; que lo que no le gusta a la Iglesia no me gusta tampoco a mí; y que si el Papa no da su aprobación, je vais déchirer mon plan. El Conde d’Ercules dio entonces al Presidente un ejemplar impreso de mi Plan, diciéndole: «Le Plan de Mr. Comboni est un grand Plan qui me plaît beaucoup, il a été dans le Centre de l’Afrique, il a vu mourir ses camarades, il connaît beaucoup l’esprit africain». Entonces añadí que me alegraba de que fuera conocido por el Presidente, porque a su debido tiempo recibiría instrucciones de Roma al respecto; y me marché de Lyón estableciendo correspondencia con el Conde d’Ercules, a escondidas de Mons. Planque. Esta circunstancia y este encuentro feliz me servirán de mucho a su tiempo. Mientras, aceptando la invitación de Mons. Massaia vine a París, donde llevo cuatro días. Hoy vamos a Versalles, donde estaremos una semana, y luego regresaremos a París. Espero que este veterano obispo de Africa me sea muy útil. Quiero ir muy despacio, pensar, consultar, porque el asunto no es baladí. Estoy alojado en el convento de los Capuchinos con Mons. Massaia, Capuchino también, que me quiere siempre a su lado, y que tiene un corazón tan grande como toda la región este del Nilo, de la que él es ferviente Apóstol.
[972]
¿Qué quiere que le diga de París? Estamos en otro mundo, querido Rector; más adelante le escribiré alguna página sobre París. Es la ciudad de los placeres mundanos, y la de las obras eminentemente católicas; seductora para los seguidores del mundo y para los de Dios. En cuatro días he logrado sentirme feliz, porque aquí en París he encontrado un montón de personas gratas, entre ellas Mons. Spaccapietra, Arzpo. de Esmirna; Mons. Shier, Vic. Ap. de Cochinchina septentrional, etc.; así como al Barón Gros, Embajador en China, etc. Las hermanas del Sagrado Corazón de Jesús me han recibido con entusiasmo. La hermana de la Marquesa Canossa Durazzo recibió de mis manos el pequetito que me había entregado el Marqués Octavio; ella habló con las ciento y pico monjas, todas nobles, del Sdo. Corazón, y han tomado a Africa como centro de sus más fervorosas plegarias.
[973]
Dije misa, y la Fundadora va a ordenar a las Casas de toda Europa de ella dependientes que recen todos los días por la ejecución de mi Plan. Lo mismo el Insto. de María Reparadora. Cuando tenga tiempo, dedicaré algunas páginas a las 190 Instituciones femeninas de Francia, desconocidas en Italia, que se entregan a las obras de piedad y de caridad. Entre ellas figura el Buen Socorro, que es una Institución extendida por toda Francia, cuyas monjas se distribuyen una por una por las casas, para ayudar en las tareas del hogar y cuidar a los ancianos (incluso en casa del Conde d’Ercules, en Lyón, hay una de ellas: se sienta a la mesa con la familia, etc), y hacen votos y van vestidas como las monjas del Hospital. Pero basta, porque me acuerdo de que tengo que ir a Emmaús. Aunque tendría muchas cosas que contar, basta.
[974]
Nada digo de mis problemas con el Superior, sólo que en todas las cosas se necesita filosofía, y filosofía evangélica. Declaro mirando al cielo y a la tierra que no es verdad nada de aquello de lo que soy acusado. Yo nunca he recibido nada de Giovanelli que no le haya dado al Superior. Desde 1862, que fue la última vez que por medio de mí mandó al Superior dinero, yo no he recibido de Giovanelli ni siquiera un céntimo, ni para mí, ni para el Superior. Yo nunca he pedido dinero en nombre del Superior, nunca; y digo nunca. Pedí a personas lejanas dinero para los negros, cuando era Vicerrector y no sabía cómo vestirlos y cuidarlos. Y recibí alguna cantidad, que se me enviaba a mí para los negros, y que religiosamente empleé en los negros, porque la había pedido yo sin nombrar nunca a D. Mazza; y no le entregué el dinero a él, porque de ese modo hubiera sido empleado en las negras. En conciencia he obrado así, y así haré siempre, mientras que yo acepte dinero. Me he portado con toda delicadeza y escrupulosidad en esto. Si el Superior está convencido de otra cosa, hágase la voluntad de Dios, y rezaré a los Sdos. Corazones de J. y de M. por él: no puedo hacer más. Le quiero mucho, pero estoy un poco enfadado por su proceder, que podría hacer daño a mi Obra.
[975]
Le aseguro, querido Rector, que estoy escandalizado de ciertos santos. Pero Dios es bueno. Los Sagrados Corazones de J. y de M. son mi gran consuelo y el eje de mi filosofía.
[976]
Soy pecador y estoy lleno de defectos; pero existe el perdón y la ayuda de Dios. El proceder del Superior es tal como para descarriar al que no esté bien seguro. Aunque yo hubiese matado a un cura, ése no es medio de convertir y devolver al buen camino a un descarriado. Yo le querré siempre y le estaré eternamente agradecido; porque si ahora estoy en condiciones de hacer el bien, se lo debo a ese querido viejo. Pero necesito soltarlo todo, para que tengamos los ojos abiertos y no me venga daño a mí ni a mis obras, ni a él ni a nuestros Institutos. Nuestro buen viejo tiene ideas magnánimas y gigantescas, adecuadas para el verdadero progreso; mas por desgracia non ha modo, no tiene prudencia; y podrían venirle disgustos, como pueden venirme a mí de resultas de esto. Yo por ahora no le escribo, y vivo como si tal cosa. Pero no creo ser tan imbécil como para no ver las consecuencias. Dejémoslo. Yo rezo por nuestros queridos Instos., recen en Verona por mí; que el Centro de nuestras relaciones es Dios.
[977]
Muchos saludos y más al Superior, al Obispo, a D. Beltrame, a D. Tomba, a D. Brighenti, a D. Fochesato, a mi portero (a quien severamente pediré cuentas de mi castillo, y si cumplió con su deber, tendrá alguno de los doce pájaros que haré llegar de Francia), al medio curita, a todos nuestros queridos sacerdotes y clérigos, a los jóvenes, etc., etc. Rueguen todos al Señor por el pobre parisiense. Y usted acuérdese de escribir más por extenso y de todo, porque las noticias de la reina del Adigio [Verona] son más importantes que nunca a orillas del Sena. Además, cuando vaya a Canterane, dé recuerdos a mis dos protestantillas y a Hans.
[978]
A propósito de la francesa, escribí al Obispo de Ginebra pidiéndole que indague sobre la hermana de De La Pièrre. Me contestó gentilmente que hará todo lo posible. Esto, en secreto. Espero en este viaje llevar al seno de la Iglesia Católica también a la hermana. Pero ahora sólo estoy en los comienzos, no hablaré de ello más que a Ud., querido Rector; y los otros únicamente lo sabrán cuando el asunto esté concluido. El Obispo de Ginebra, Mons. Mermillod, es amigo mío, y en Roma tuvo noticias del asunto de Dresde. Me escribe que cet Apostolat caché attire toutes mes sympaties, etc.
Suyo afmo. Daniel.
En todo este viaje, sólo he recibido una carta suya en Lyón.