N. 861; (818) – TO CARDINAL GIOVANNI SIMEONI
AP SC Afr. C., v. 8, pp. 961–968
N. 9.
Roncegno (Trentino), 26 August 1879
Most Eminent and Reverend Prince,
Con su venerada carta del 14 del cte., la n.° 5, Vuestra Eminencia me mandaba informarle sobre el Sac. Carmelo Loreto y exponerle los motivos por los que yo lo he suspendido de la misa, y me invitaba a dispensarlo del juramento de servir a la misión.
Yo no lo he suspendido nunca de la misa, ni le he escrito nunca desde su voluntaria y no autorizada marcha de la misión, y él nunca me escribió ni me comunicó su llegada a Nápoles, aunque sabía que yo estaba en Roma; como tampoco nunca me anunció nadie que él hubiese sido suspendido a divinis, salvo V. Em.a Rma. y al mismo tiempo una carta de su padre. Y sin embargo, en los once meses que vivió conmigo en Jartum y lo tuve ante mis ojos, pude constatar que D. Carmelo Loreto no sólo no posee ninguna virtud apostólica o sacerdotal, sino que únicamente tiene una extraordinaria soberbia.
Es un hombre falso, calumniador, hipócrita, envidioso, egoísta, amigo de formar capillas, y sin amor por los pobres infieles. Esto último no tiene nada de extraño, dado que después de haber sido expulsado de la ínclita Orden Dominicana consiguió, por medio del P. Carcereri, venir a Africa y unirse a la misión con ánimo no de consagrarse a ella para toda la vida, sino con intención de conseguir arteramente la sagrada ordenación, y luego volver a su tierra; y no es extraño tampoco, puesto que abandonó la misión, aun siendo el único misionero que nunca había tenido la fiebre, y a pesar de que en todo el año anterior y en éste nunca había caído enfermo. Pues bien, teniendo en cuenta todo esto, y el hecho de que nunca cumplió con el deber que se le había impuesto de custodiar y catequizar a los negritos (aunque por otro lado me ayudó con cierta diligencia a asistir a los enfermos y en las funciones parroquiales; y no me importa reconocer que debo alabarlo en esto), yo me he limitado a escribir al veneradísimo Mons. Salzano, Arzpo. de Edessa, residente en Nápoles, que siempre fue generoso benefactor del Sac. Carmelo Loreto, para rogarle:
Con esto está incluida implícitamente la intención declarada de que yo intentaba dispensarlo del juramento de servir a la misión.
Ahora, para poner de manifiesto a V. Em.a la rectitud y justicia de mi proceder (y le confieso que antes de tomar esta medida he invocado la luz del Señor y reflexionado con calma y ponderación), debo dar a V. Em.a algunas referencias no sólo de D. Carmelo Loreto, sino también de su compañero y colega D. Vicente Marzano, los cuales, después de haberlos ordenado yo sacerdotes, proyectaron abandonar la misión y volver a su tierra. Esto lo saco de una carta de Marzano escrita desde el Kordofán a Loreto, que estaba en Jartum, en la cual sugiere a éste hacer el paripé y rogarme que le permita ir por unos meses a Nápoles, adonde luego el mismo Marzano no habría tardado en seguirlo.
Habiendo caído en mis manos esta carta autógrafa, la envié a Monseñor Salzano, a Nápoles; y quizá por ello este prudentísimo y digno Arzobispo sabiamente habrá hecho lo necesario para conseguir la suspensión a divinis de Loreto, que indebidamente y contra sus paternales consejos abandonó la misión y volvió a Nápoles, y para dar así un aviso a Marzano, a fin de que considerando la poco buena acogida dispensada a su compañero Loreto por parte del Ordinario de Nápoles, no se atreva a abandonar la misión, sino que permanezca en el Kordofán. Esto me decía querer hacer el veneradísimo Mons. Salzano, pero aún no me ha comunicado haberlo hecho. Y ahora el informe sobre los dos.
Ambos clérigos, o sea Carmelo Loreto y Vicente Marzano, de Nápoles, fueron admitidos para Africa Central en Roma, en 1874, por el P. Estanislao Carcereri, de los Camilos. Este los llevó consigo al Vicariato aunque aún no habían realizado los estudios teológicos, por lo cual me vi obligado a emplear durante tres años y medio a dos de mis mejores misioneros en hacerles estudiar las materias teológicas.
Ni el P. Carcereri, ni los dos clérigos, ni nadie me informaron nunca de que estos dos napolitanos eran ya Dominicos profesos y que habían sido expulsados de esta santa Orden por el Rmo. P. M. José M. Sanvito, entonces Provincial y hoy Vicario General de los Dominicos. Sólo en 1877 supe en Roma por el mismo Rmo. P. Sanvito que habían sido Dominicos. Pero entonces yo creí que habían sido sólo novicios de esa Orden, mientras que últimamente se me ha asegurado que efectuaron su Profesión, y que fueron despedidos después de ella por dicho Rmo. Padre.
Durante más de dos años recibí excelentes informes de los Superiores sobre su conducta; pero siempre me mostré reacio a promoverlos incluso a las Ordenes Menores, porque el Rmo P. Sanvito, amablemente, me había aconsejado andar con tiento y no apresurarme a imponerles las manos, y siempre me negué a hacer caso a los Superiores de Jartum y del Kordofán, que me suplicaban en favor de su ordenación. Mi negativa se debía también a que D. Luis Bonomi, mi actual Representante en Jartum, me había escrito (había sido su maestro de Dogmática) diciéndome que eran hipócritas, falsos, egoístas y demasiado poco proclives a esa abnegación y mortificación que son necesarias en Africa.
Después de mi regreso a Jartum en abril del año pasado, me vencieron las súplicas de los cuatro Superiores y las lágrimas de los postulantes, así como el consejo de mi llorado Administrador Gral. D. Antonio Squaranti, en parte también porque yo tenía gran necesidad de buenos obreros evangélicos que supiesen la lengua. Por eso los ordené sacerdotes, y destiné a D. Marzano al Kordofán, reteniendo conmigo en Jartum a D. Loreto, al que conocí a fondo en los once meses que los tuve ante mis ojos. De modo que el juicio que le doy del Sac. Loreto es bien ponderado y cierto.
El resto del informe lo enviaré mañana, porque pronto va a salir el correo, y no tengo aliento para escribir. Su devotmo. hijo
† Daniel Obispo
Ya tiempo atrás, cuando hacía estragos la tremenda carestía y se acercaba la terrible epidemia que conoce V. Em.a Rma., no sé si por temor, o por otro motivo, que creo inútil señalar, me di cuenta de que se había formado una secreta capillita, casi diría camorra, entre los sacerdotes y laicos napolitanos miembros de la misión, los cuales se concertaron para abandonar el Vicariato y volver a Europa, e incluso ganaron para su grupo a un hábil artesano de Las Marcas, que era bueno y estaba contento de encontrarse en la misión. Bien pronto partió el cabecilla, al que, llegado a su casa, yo despedí para siempre, aunque me suplicase arrepentido que quería volver enseguida; tras éste se marcharon otros de la camarilla, los cuales fueron impulsados a abandonar la misión sobre todo por D. Carmelo Loreto, como algunos de ellos me confesaron en Jartum y últimamente en Roma.
Yo, que desde hacía cuatro meses había descubierto las secretas intenciones de estos napolitanos, observaba con cien ojos a Loreto y a Marzano, entre los cuales había una intensa y clandestina correspondencia; y me esperaba que ambos, aunque bien sanos, me vinieran con cualquier pretexto para volverse también ellos a Europa, según el plan preestablecido.
Y he aquí que entre las cartas que por divina disposición fueron a caer en mis manos (en una de las cuales Marzano dice a Loreto que es preciso fingir; que él cometerá desatinos, y grandes, que amenazará, y que después de haber cometido esos grandes desatinos, con toda conciencia podrá exclamar con Job: in his omnibus non peccavi !!!. Esta carta autógrafa la tengo en Verona, y estoy dispuesto a mostrarla), se encuentra la que, como le he indicado más arriba, envié a Mons. Salzano a Nápoles. En ella Marzano escribe desde el Kordofán a Loreto, que estaba en Jartum, hablándole de la necesidad de hacer el paripé y suplicarme que le permita por cuatro [......] ausentarse de la misión para ir a Nápoles, y aseguraba que él no tardaría mucho en seguirlo.
Como me esperaba, D. Carmelo Loreto hizo que se me suplicarse licencia para poder ir a Nápoles a ver a su anciano padre, e incluso por tres veces me escribió al respecto él mismo. Yo, que ya estaba mal dispuesto, y sabiendo que él era el más sano de todos, le respondí con un no, diciéndole que esperase hasta después de las lluvias. Pero él tanto hizo, tanto amenazó, que al final mi apacible Vicario D. Luis Bonomi, juzgando sabiamente que era mejor que se fuera a su casa, le dio el permiso y el dinero necesario, y Loreto regresó a Nápoles.
El Excmo. Mons. Salzano, que tanto bien había hecho a estos dos, y que me había escrito siempre exhortándome a ser un padre para ellos, y dándome las gracias por haberlos ordenado, se llevó un gran disgusto cuando supo que Loreto, contra sus consejos, se había vuelto a Nápoles. Y después de aprobar verbalmente mi conducta, y de darme la razón en cuanto al haberlo despedirlo de la misión para siempre, cuando el pasado 6 de julio fui a Nápoles a embarcar para Egipto mi pequeña expedición, me dijo que tenía intención de hacer que el Arzobispo de Nápoles suspendiera a Loreto, a fin de que Marzano, que está en el Kordofán, viendo que su compañero había sido suspendido en Nápoles, no pensase en seguir su ejemplo regresando también él.
Yo aprobé ese proyecto, e incluso di las gracias a Mons. Salzano, porque D. Vicente Marzano, en opinión también de su Superior del Kordofán, posiblemente funcionará bien estando lejos de su compañero Loreto y de la camarilla, que ya no existe; y quizá (siendo yo en esto secundado por su padre), usará bien los talentos que Dios le dio y las buenas cualidades de que está dotado. Pero tiene enormes defectos, y ya veremos si logramos corregirlos.
Mons. Salzano ya no me escribió nada después; pero por la carta de V. Em.a deduzco que ha puesto en ejecución su sabio plan. El cual yo apruebo: 1) porque D. Carmelo Loreto ha hecho mucho daño en el Vicariato y merece la suspensión a divinis al menos por un año; y si yo fuese el Ordinario de Nápoles obligaría a D. Carmelo a volver a hacer los estudios teológicos y lo pondría durante unos años bajo la disciplina del Seminario, antes de levantarle la suspensión, ya que esto es necesario para que resulte un cura siquiera de dos velas; 2) porque con esta medida tal vez se salve su compañero D. Marzano, que podría ser útil a Africa.
Esta es mi humilde opinión. No obstante, todo lo subordino al venerado juicio de V. Em.a Rma., a quien declaro que por mi parte lo dispenso del juramento de servir a la misión; así que se puede aprovechar del bienhechor que le constituyó el sagrado patrimonio. Yo me conformo con no tener más que ver con ese sujeto, al que sin embargo deseo de corazón buena suerte y todas las bendiciones divinas.
Por lo demás tengo consoladoras noticias del Vicariato, donde reina una paz envidiable; y aunque hay allí mucho trabajo, todos los misioneros y Hermanas veroneses se encuentran sanos. Espero que el Corazón de Jesús, después de tanto como hemos sufrido, nos concederá grandes satisfacciones.
Confío en que mi cura de los baños arsenicales de Roncegno me será beneficiosa y me dará fuerzas para regresar pronto a Africa Central.
Dentro de una semana volveré a Verona, a mi Instituto.
Perdóneme V. Em.a por esta larga carta, y bendiga al que se declara
Su indignmo. y devotmo. hijo
† Daniel Comboni
Obispo y Vic. Aplico.
N. 862; (819) – TO MGR PIETRO CAPRETTI
BAM, sez. manoscritti, Z 320 sup.
J.M.J.
Roncegno (Trentino), 27 August 1879
Dulcissime rerum, my dear Fr Pietro,
A vuelta de correo hágame el favor de darme noticias sobre la salud del santo ángel de la diócesis de Brescia, porque oí que estaba malo, y acaso lo siga estando.
Deshecho por las fiebres en Roma, en Nápoles y hasta en Pejo, adonde fui con el Obispo de Piacenza a beber las aguas, vine a parar a Roncegno, tras muy seria consulta médica, para tomar los baños arsenicales.
Me parece que aquí estoy acabando de verdad con la enfermedad que contraje a causa de las colosales penalidades africanas. Ahora el estado de sanidad en Africa Central es excelente, mucho mejor que en Italia. Aún prolongaré algo mi estancia en Roncegno: puesto que me encuentro aquí y la cura me va bien, quiero terminarla como es debido.
Aquí me fue expedida su estimadísima del 17 del cte. Ha hecho una exacta descripción del candidato Sebastián Alberto, de Sajonia. ¡Ah!, da gusto tratar con usted tales asuntos, porque tiene conciencia, rectitud y conocimiento del espíritu humano.
Por eso, sin más, acepto en mi Instituto a su propuesto Sebastián, y puede mandarlo a Verona incluso inmediatamente, dirigiéndolo al M. R. P. Mainardi, Regente de mi Instituto africano.
Recuerde, no obstante, que espero me envíe muchos otros salidos de su Colegio. Cuando usted juzgue que el candidato tiene verdadera vocación y el espíritu adecuado para las misiones de Africa Central, mándelo sin más, porque yo tengo plena confianza en su inteligencia y juicio. Entretanto rogaré siempre por usted al Corazón de Jesús, a Nuestra Señora del Sdo. Corazón y a mi ecónomo Pepe, al cual ordenaré que le mande cuartos en la medida del gran bien que hace.
Muchos recuerdos a los señores Obispos y a Carminati, y bendigo de corazón, uno a uno, no sólo a los 213 alumnos que había en su Seminario en mi visita a Brescia, sino también a los que han entrado después.
En el Corazón de Jesús seré siempre
Su afmo. amigo
† Daniel Obispo y Vic. Ap.
N. 863; (820) – TO MGR PIETRO CAPRETTI
BAM, sez. manoscritti, Z 320 sup.
Roncegno, 29 August 1879
Brief Note.
N. 864; (821) – TO CANON G.C. MITTERRUTZNER
ACR, A, c. 15/81
J.M.J.
Roncegno (Tyrol), 29 August 1879
Dulcissime rerum,
Le ruego que me envíe noticias de usted aquí, a Roncegno, adonde graves doctores reunidos en consulta me han mandado a matar los gérmenes de mi enfermedad de bazo que me ocasionaron las fiebres africanas, las cuales se me reprodujeron terriblemente en Nápoles, Roma, Verona y hasta en Pejo, en las altas montañas del Valle di Sole, adonde fui con el Obispo de Piacenza. Creía ya que mis males eran irremediables por gravibus laboribus et angustiis confectus fui. Pero llegado de Pejo a Rovereto más muerto que vivo y con una fiebre de 116 pulsaciones por minuto, a iniciativa de Mons. Strosio y de mi paisano el Prof. Bertanza (que está aquí conmigo y le envía saludos) fue llamado el Prof. Manfroni, que a su vez llamó al Prof. Goldwin, y me prescribieron los baños arsenicales de Roncegno, sin garantizarme de ninguna manera la curación. Por eso en Verona me secuestraron o detuvieron las cartas. He tomado ya diecinueve de estos baños, y pienso tomar once más. Y por el efecto producido hasta ahora, creo que me harán recuperar las fuerzas de manera que pueda afrontar aún durante varios años (siempre estoy dispuesto a morir) el apostolado más difícil y laborioso, como es el de Africa Central, que tanto importa a la Santa Sede. Se trata de que inter alias aerumnas, a lo largo de catorce meses, trabajando día y noche, no dormí nunca ni una hora cada veinticuatro. Recuerde sus fatigas cuando marchó de Roma en 1870.
Hoy he cometido una infracción, y he escrito, en contra de lo que me habían ordenado los médicos; pero me siento mejor. Pienso quedarme aquí hasta el miércoles, y luego iré a Verona y a Limone.
Déme noticias suyas. Se ha hecho en Jartum (y en todas las Estaciones del Vicariato) un gran funeral con misa cantada, que ha contado con la presencia de los Cónsules y de Hansal, por el eterno descanso del santo y llorado Vicente, Angel de Bressanone, según carta de D. Bonomi, mi Vicario, recibida esta mañana.
Vale, et fave.
Tuissimus in Corde Iesu
† Daniel Ep.pus et Vic. Apost.
N. 865; (822) – TO CARDINAL GIOVANNI SIMEONI
AP Udienza, v. 193, P II, f. 1676
Rome, 16 Sept. 1879
Request for faculties.
N. 866; (823) – TO LEO XIII
ASCCS, Q, Johannes N. Tschiderer, 21
Rome 19 September 1879
Most Holy Father,
Aunque en todas las épocas Dios misericordioso se complace en revelarse en sus Santos, esto lo experimentamos especialmente cuando corren para la Iglesia tiempos muy tristes. Y si bien es cierto que los enemigos de la Iglesia siempre y en todo siglo se han esforzado encarnizadamente en erradicarla por completo o en ponerla en el mayor peligro, sin duda, en este período en que vivimos, maquinan ellos hacerlo tan amenazadoramente y con tal ímpetu que apenas puede ser salvada por medio de muchas oraciones y mucha reflexión. Sin embargo no flaquea el brazo de Dios, el cual, como brevemente hemos dicho más arriba, ha sostenido, engalanado, potenciado a Su Esposa, por su misericordia, hasta nuestros días, con hombres adornados de toda santidad.
Entre éstos, sin duda podemos contar una espléndida perla del sagrado Episcopado, Juan Nepomuceno Tschiderer, quien apenas salido de la adolescencia, inflamado del amor de Dios y del deseo de salvar las almas, por atender más perfectamente a esa salvación decidió consagrarse al servicio sacerdotal. Así, terminados los estudios filosóficos en el Gimnasio de su lugar de nacimiento y los teológicos en el «Athenaeo Oenipontano», y siempre con gran provecho, fue investido del carácter sacerdotal. Desde el inicio de su ministerio alcanzó la perfección cristiana con tal empeño que constituyó la admiración y el ejemplo de todos.
Por eso, con suma alegría y con provecho espiritual y material, los alumnos del Seminario de Trento lo tuvieron como maestro de Sagrada Teología; las parroquias de Sanir y de Merano, como Pastor; los Canónigos de la iglesia catedral de Bressanone, como colega, y los fieles de la diócesis de Bressanone, como Vicario General. En el desempeño de todos estos cargos condujo al seguimiento del Divino Pastor a los alumnos, a los compañeros y a los fieles mediante el ejemplo de sus virtudes, sobre todo de su heroica caridad, y en todas partes recogió abundantísimos frutos.
El Sumo Pontífice Gregorio XVI, recordando felizmente tales cosas, y dado que la Iglesia de Trento había perdido en 1834 su Pastor, pensó que Juan Nepomuceno era merecedor de tal dignidad y lo puso al frente de esa Iglesia. Ocupando tan alto cargo no sólo no se apartó del tenor de vida llevado hasta entonces, sino que se dio completamente y con un amor aún más vivo a ejercitar las virtudes cristianas, hasta el punto de ganarse con su discreción a los mismos enemigos de la religión. Todos vieron que él no se abatía en las adversidades ni se exaltaba en la prosperidad, sino que era devoto, prudente, sobrio, casto. Dispuesto siempre a hacer todo por todos, buscaba con qué medios, con qué consejos podía servir de ayuda a los desdichados. Y cuando se trataba de la salvación de las almas ardía de caridad aún más de lo que se puede decir o pensar.
Nada había para él más religioso que ir varias veces al día a suplicar o venerar a Jesús pendiente de la Cruz o escondido tras de los velos sacramentales. Además estaba arrobado de tanto amor por la Madre de Dios que la Virgen, intensamente rogada, se le apareció con frecuencia y lo colmó gustosa de abundantísimas gracias.
Juan Nepomuceno, en suma, amado de Dios y de los hombres, lleno de gloria, recorrió como un gigante los caminos del Señor hasta que, completado su itinerario mortal, vio y concluyó el último día de su santísima vida con una muerte digna de ella el 9 de diciembre del año 1860. Todos los que lo conocieron están convencidos de que se encuentra entre los habitantes del cielo y lo proclaman santo.
Así pues, a los votos de los demás uno mis humildes súplicas y ruegos por la introducción de la causa de beatificación del Siervo de Dios Juan Nepomuceno, Príncipe Obispo de Trento, de la Congregación del Santísimo Redentor, y a Vos imploro, Beatísimo Padre, que tengáis a bien atender tantas súplicas. A propugnar su causa no sólo me mueve cuanto se dice que ha ocurrido antes y después de su muerte y cuanto he oído acerca de su santidad, sino también lo que yo mismo pude ver, estimar y admirar de su increíble caridad hacia los pobres.
Además, tuve el grandísimo honor de recibir de ese santo Obispo el Sacramento de la Confirmación en 1839, y las Sagradas Ordenes del Subdiaconado, Diaconado y Presbiterado en el mes de diciembre de 1854, cosa que he recordado y recordaré siempre con agradecimiento.
Expuesto lo cual, os ruego con toda humildad que benévolamente tengáis a bien impartir Vuestra Apostólica Bendición a mí y a los Colegios o Institutos de las Misiones para los negros, que he fundado en Verona, en Egipto y en todo el Vicariato Apostólico de Africa Central a mí confiado por la Santa Sede.
De Vuestra Santidad
hummo., obligmo., devotmo. siervo e hijo
† Daniel Comboni
Obispo de Claudiópolis i.p.i.
Vicario Aplico. de Africa Central
Original latino.
Traducción del italiano
N. 867; (824) – TO CARDINAL LUIGI DI CANOSSA
ACR, A, c. 14/100
Praised be Jesus and Mary for ever, Amen
Rome, 21 Sept. 1879
Most Eminent and Reverend Prince,
Apenas llegado a Roma, puse todo empeño en averiguar en qué punto se encuentra la causa de la venerable Marquesa, así como el asunto de los Oficios de los Obispos veroneses.
En cuanto al asunto de los Canónigos, el Card. Bartolini lleva fuera dos meses: está en Genzano. También Mons. Caprara está ausente, por encontrarse en Auvernia. Pero yo he escrito detalladamente al Emmo. Bartolini, recomendándole cada cosa según las instruciones de V. Em.a Rma.; y estoy seguro de que hará todo. La respuesta sobre el tema de los Canónigos depende toda de él.
Sobre la Causa nos encontramos en el punto en que estaban las cosas siete meses atrás. El Abogado Morani terminó hace siete meses su trabajo y lo presentó al Vicepromotor de la Fe, Mons. Caprara (Mons. Salvati, el Promotor, es como si no existiese, y el pobre Mons. Caprara –quede esto entre nosotros– tiene que hacerlo todo), el cual, teniendo ya más de cincuenta causas que atender, y debiendo estudiarlas mucho, no puede contentar a todos enseguida. Yo sé en secreto, y en secreto se lo comunico a V. Em.a Rma., que Mons. Caprara ha prometido que después de haber llevado a cabo los interrogatorios sobre los Mártires ingleses y sobre una Venerable Dominica, se ocupará de la Marquesa (postergando otras causas que lleva desde hace tiempo), esto es, de los interrogatorios sobre las Virtudes y Milagros en especial para el proceso apostólico, en el que dice que se dará prisa; luego los pasará enseguida al Canciller, el Abogado Franceschetti, para la redacción de las cartas dimisorias que hay que dirigir a V. Em.a Rma. como Delegado Apostólico. Todo esto se podrá hacer dentro de noviembre; pero no creo que antes, porque en Roma octubre es de poca actividad.
En cuanto al Oficio de los Obispos, el P. Tongiorgi ha concluido su parte desde hace un año, y ahora la posición está en manos del P. Calenzio (a quien veré esta tarde), sacerdote del Oratorio, que vive en la residencia de Sta. Maria in Trastevere, y que ha prometido terminar cuanto antes su tarea. Por su parte, el P. Tongiorgi ha dado palabra de meter mucha prisa al P. Calenzio para que despache pronto el asunto.
Tanto el P. Tongiorgi como el P. Calenzio van a votar muy en favor de los Santos Obispos veroneses.
Dígase lo mismo en cuanto al Oficio de San Zenón. Sólo habrá algún cambio, también por orden y recomendación del Emmo. Bartolini, sobre la segunda lección de San Zenón.
Finalmente, el Abogado Morani, que también lo es de la causa de beatificación y canonización del difunto Príncipe Obispo de Trento Juan Nepomuceno Tschiderer, antecesor de Mons. Riccabona (d.s.m.), suplica a V. Em.a que dirija al Santo Padre una carta postulatoria con este fin. El postulador es el Rmo. P. Rizzoli, General de la Prec. Sangre. Yo, que fui ordenado subdiácono, diácono y presbítero por Tschiderer, he escrito ya la mía.
Mañana, después del Consistorio público, salgo hacia Corneto, Pisa, Génova y Turín, para estar dentro de unos días en Verona. Le recomiendo los PP. Estigmatinos. Le besa la sagrada púrpura
Su hummo., dev., obed. hijo
† Daniel Obispo y Vic. Ap.
N. 868; (825) – TO FR BOETMAN S.J.
ASAT, Belgium
J.M.J.
Verona, African College, 4 October 1879
Very Reverend Father,
Estoy muy agradecido a su extrema bondad por el bien que ha hecho a mi humilde persona y a mi Obra de mil maneras, y sobre todo por haberme dado tres buenos miembros de su Escuela Apostólica (de la que es también mi querido amigo el Revdo. P. La Foresta), o sea Grieff, Géraud y el joven Genièsse que –lo espero en el Sagrado Corazón– resultarán buenos obreros de Jesucristo.
Usted conoce bien, mi querido Padre, la muy fatigosa, difícil e importante obra del apostolado de Africa Central: Jesucristo murió también por los pobres infieles del centro de Africa; y nosotros, con su divina gracia, lograremos ganarlos para la Iglesia. Mas para ello se necesitan buenos obreros apostólicos que con alegría estén dispuestos a sufrirlo todo y a morir por Jesús con tal de conquistar almas. ¡Oh, qué felicidad sufrir y padecer el martirio por Jesús! En Africa Central tenemos cada día el medio de soportar fiebres y las más penosas privaciones por cumplir con nuestro deber y salvar las almas.
Y usted, mi querido Padre, sabe que la gracia de Jesús ha puesto en los corazones de sus hijos un deseo ardiente de la Cruz. Ciertamente, la Cruz es dura para nuestra debilidad; mas por otra parte ella constituye el camino real para llegar a salvar la almas. Casi estoy llevado a creer que Jesús mostró más sabiduría, por así decir, al construir la Cruz que al crear el cielo y la tierra. El podía haber dispuesto un medio cómodo con el que alcanzáramos el cielo; pero su sabiduría, su talento encontraron que era mejor construir la Cruz para llevarnos allí, y es a través de la Cruz como los humildes apóstoles de Africa Central conseguirán salvar a los cien millones de almas que ella contiene.
Ahora, dado que usted inspira tan bien en sus alumnos este espíritu de sacrificio, de abnegación y de cruz, me dirijo lleno de confianza a su gran bondad para rogarle insistentemente que conceda a mi Misión, tan difícil y laboriosa, el mayor número que pueda de sus queridos alumnos, ya sean sacerdotes o estudiantes de teología, filosofía, etc. Cuando usted juzgue con su sagacidad y sabiduría que tal o tal alumno es bueno para mi colegio de Verona, o para mis Institutos de aclimatación de El Cairo y para mi Vicariato, sin esperar mi juicio o aprobación, o la aprobación de mis Superiores de Verona, mándelo directamente a Verona después de haber avisado algunos días antes al Rector de aquel Instituto o al Sr. Grieff, y yo le quedaré infinitamente agradecido. Su criterio es para mí suficiente.
Tenía yo previsto desplazarme a Londres y de paso acercarme a Turnhout; pero las fiebres y las enfermedades que he tenido hasta ahora me lo han impedido. Se trata de que, entre las cruces que últimamente sufrí en Africa Central, estuve catorce meses sin dormir una sola hora de las veinticuatro del día y de la noche, y esto se paga. Pero confío en que en el mes de noviembre podré marchar a Africa Central, y si hago esa breve visita a Londres, iré a verle a la Escuela Apostólica.
En El Cairo tenemos la suerte de que estén los Padres Jesuitas. En Roma acabo de ver al Padre General Becks, al que en julio visité en Fiesole. Es un verdadero milagro: ¡a sus ochenta y seis años tiene el espíritu y la cabeza de un santo a la edad de treinta!
Rece y haga rezar, mi querido Padre, por mí y por Africa Central. Envío mi más sentida bendición para sus queridos alumnos, mientras en el Sagrado Corazón de Jesús me declaro
Suyo devotmo.
† Daniel Comboni
Obispo de Claudiópolis i.p.i.
Vicario Aplico. de Africa Central
Original francés.
Traducción del italiano
N. 869; (826) – TO FR PIETRO MILESI
APT, Brescia
Verona, 5 October 1879
My dear Rector,
Habida cuenta de las complicaciones que tengo, sería para mí un sumo placer que se hiciera la Consagración el sábado próximo, 11 del cte., y si es posible el Pontifical al día siguiente, domingo 12. Y en tal sentido voy a escribir inmediatamente también a D. Juan para que se prepare.
¡Quién lo diría! ¡Después de tantos meses como llevo en Europa, no haber podido ir a mi pueblo a pasar unos días!
¡Dura cosa esto de ser el Superior! Pero para servir al Señor es preciso llevar la cadena. En el cielo seremos más libres.
Salude de mi parte a todos mis parientes y a D. Luis. ¡A saber si podré verlos a todos en Limone en tan extraordinaria circunstancia!
Adiós.
Suyo afmo.
† Daniel Obispo y Vic. Ap.
N. 870; (827) – TO ROMOLO GESSI
? Asmara
Verona, 10 October 1879
A note of recommendation.