[2380]
En verdad es menester alabar al Señor y a nuestro buen ecónomo San José, que realmente quieren salvar a los negros. Veinte mil liras no son ninguna tontería. Es admirable la caridad de los nuestros de Praga. Yo escribí a Mons. Bragato que para la compra y restauración de la Casa Caobelli hacían falta veinte mil liras, por lo cual pedía que SS. MM. ayudasen a pagar la casa, mientras que por otro lado escribía a Negrelli diciéndole presionase para obtener veinte mil, aunque por dentro me daba por contento con tres mil florines. Y el Niño Jesús, en su bondad, nos concedió la cantidad total. Alabado sea Jesús. Bien ve V. E. que Dios quiere la Obra de Africa.
[2381]
Yo sería por tanto de la opinión de que V. E. avisase al incomparable y venerado Rector del Seminario, a fin de que tome sus medidas para que se marchen los inquilinos y hacer lo que crea conveniente para pagar apenas recibido el dinero, habiendo descuento por pronto pago. El Rmo. Sr. Rector es habilísimo en esto, y creo que de las 16.600 liras por las que ha obtenido la casa conseguiríamos una rebaja sustancial pagando inmediatamente. Mientras, escribiré a Negrelli para ver si va a mandar directamente a Verona el dinero o debo ir yo a recogerlo a Praga. En el último caso convendría que me fuese posible depositar el dinero en Viena, en algún corresponsal del agente Tezza, del cual lo podría recibir V. E. sin perder un céntimo.
[2382]
Todos los días pido a Dios: primero, cruces; segundo, personal bueno; tercero, dinero. Y resulta que el buen Jesús, por el bien de la Obra, prepara también cruces.
[2383]
He aquí una grande: el P. Estanislao ahora se queja de que –dice– lo he traicionado, y se ve obligado a volver a Europa. Me ha escrito una carta que me acongoja. Preveo que acabaremos perdiendo a estos dos Camilos, no porque queramos perderlos nosotros, sino porque ellos lo quieren. Quizá sea mejor trabajar con nuestros propios medios. Lo siento mucho, porque son dos buenos colaboradores; pero pienso fríamente en lo que Monseñor Ciurcia (a quien rogué que serenara al P. Estanislao y lo indujera a quedarse) me escribía hace diez días: «No espere que yo dé un solo paso o emplee siquiera una palabra para influir en la permanencia de quien, aunque tenga todas las mejores cualidades, carece de la principal: no sabe ser subordinado».
[2384]
Parece que el P. Estanislao ha obtenido de Mons. Ciurcia papeles que autorizan al Canónigo a confesar a las Monjas. Ha dejado toda la administración en manos de Ravignani, y él vive en el Colegio como un extraño (así me escribe él mismo) dispuesto a hacer el equipaje cuando le venga en gana. Creo que hasta que yo vaya a El Cairo lo más prudente será dejar las cosas como están, tanto de cara a los miembros del Instituto, que en general estiman a los dos buenos Camilos, como pensando en las Sociedades, a las cuales hablé favorablemente de los dos.
[2385]
Así las cosas, me parece oportuno armarnos de paciencia y seguir tomándonos el asunto con calma. Luego, si no es óbice el contenido de la carta que le escribe el P. Estanislao, creería conveniente que V. E. escribiese al mismo, antes del sábado, una blandísima y paternal misiva exhortándolo a confiar en Dios, porque también Ud. se interesará ante el General para que no sean reclamados a Europa, y animándolo a esperar a que terminen las cosas espantosas de Europa para arreglarlo todo.
[2386]
Pero es precisa toda la calma que Dios me concede siempre en la tempestad, para mostrar la debida paciencia. El General y el Provincial Camilos declararon no tener ni un sacerdote para Africa, y el P. Carcereri pretende que nosotros confiemos a los Camilos (después de las historias pasadas y presentes) una obra tan importante para dos solas personas, y que nos quedemos nosotros, los canónigos y los sacerdotes, de pensión con los Camilos. Falta la base, la humildad. Le envío también una carta del P. Estanislao para el P. Artini: convendría que, para que vaya sobre seguro al escribir, V. E. pudiese saber el contenido de la adjunta carta del P. Estanislao al P. Artini, interrogando para ello a este último.
[2387]
Por lo demás, haga lo que mejor le sugiera el espíritu de Dios, del que está informado un Superior, como es V. E., puesto por El. Origen de todo esto es ese maldito egoísmo religioso y frailuno que impera en casi todas las Ordenes religiosas: «la Orden, y luego Cristo y la Iglesia». Es una dura pero ineluctable verdad, ya conocida desde los tiempos de los Apóstoles, y de la que habla San Pablo... No es gran cosa el bien que se hace, dice el fraile, si no proviene de la Orden.
[2388]
Ante todo la Iglesia, y luego la Orden. Las Ordenes no son más que los brazos de la santa Iglesia.
[2389]
Mientras, en medio de mi dolor, me supone un gran gozo que su paternal corazón se consuele con la bendición de Praga. Vendrán otros consuelos mayores; pero espérese también otras cruces más pesadas, las cuales son necesarias para hacer las cosas como las quiere Dios.
[2390]
Sólo esta noche he llegado a Munich. En Bolzano, habiéndome dicho aquel Rmo. Prelado que había en Merano cuatro miembros de la Realeza, me dirigí enseguida allí. Lo malo es que luego de una caminata monte arriba desde la ciudad hasta el castillo del Príncipe Imperial, estuve con el Rey de Nápoles en una habitación tan caliente que al salir al frío agarré un constipado. Después de media hora de camino fui a inclinarme (no sin fruto) ante la Princesa de Hohenzollern Sigmaringen, tía del noto de Judea, y estuve con ella una hora en una habitación aún más caldeada. Guardé cama en el convento de los buenos Capuchinos de Merano, y luego, junto con Mons. Cosi, Vicario Apostólico de Shandong, fui huésped por unos días de S. A. Rma. el Obispo de Bressanone en su magnífico palacio. Allí, con buena leña y reconstituyentes, me he curado por completo. Ayer por la mañana me detuve en Innsbruck para ir a ver a la Condesa Spaur (que acompañó a Pío IX en 1848) y a un primo mío.
[2391]
Por ahora no le digo nada del sentimiento de la Alemania católica con respecto a Roma: quiero averiguar más. Ciertamente no es lo que nosotros creemos en Verona. El P. Curci quizá ha dicho una gran verdad.
[2392]
Confiemos en Dios, y sólo en El descansemos.
Desearía que me mandase la carta al Obispo de Passau y la nota de las misas que el Sr. Rector ha celebrado por Munich. Todavía no he hablado con nadie aquí en Munich, excepto con mi amigo Mons. Oberkamp, a quien he expuesto la mitad de los asuntos que me han traído a esta ciudad. Transmita mis respetuosos saludos a nuestro santo e incomparable Sr. Rector del Seminario y a D. Vicente, y mil de ellos al Marqués Octavio, a la vez que le desea muchas felicidades en estas fiestas y en el año que comienza
Su hummo. hijo D. Comboni