[1624]
He recibido con sumo placer su estimadísima carta del 4 del cte., con la que V. Em.a Rma. se dignaba comunicarme la venerada declaración de Su Santidad de que los galardonados por la llamada Corona de Italia deben rechazar la condecoración. Aunque V. Em.a Rma. sabrá a estas horas por L’Unità Cattolica que ya he cumplido perfectamente el deseo de S. S., no creo fuera de lugar darle cuenta de mi actuación en tal circunstancia.
[1625]
El 4 del cte. el Cónsul italiano enviaba al M. R. P. Guardián de Tierra Santa en El Cairo un sobre dirigido a mí. Cuando al día siguiente me fue entregado, vi que se trataba del Diploma Real del Caballerato acompañado de una carta muy gentil de dicho Cónsul. Temiendo que si devolvía el Diploma al mismo Cónsul, éste no lo mandaría enseguida a Florencia, por ocuparle otros asuntos, fui inmediatamente a Alejandría para consultar con Mons. el Vicario Aplico. y acordar con él la manera más segura y conveniente de enviar cuanto antes mi renuncia con el Diploma al Ministerio de Florencia. Pero no habiendo encontrado allí a S. E. Rma., que había marchado a Port Said, envié al Obispo de Verona el Real Decreto con la correspondiente carta de renuncia, encargándole de mandarlo todo a Florencia, y rogándole que hiciese insertar en L’Unità Cattolica dicha carta, y esto enseguida.
[1626]
Hubiera deseado hacer al Gobierno de Florencia una declaración muy en consonancia con lo que corresponde a un verdadero hijo de la Iglesia y del Papa; pero al haber sido otorgadas condecoraciones similares a muchos Obispos, por respeto a los mismos me pareció conveniente mantenerme en mi humildad, no destacar sobre ellos y limitarme a redactar esta simple declaración dirigida al Sr. Cibrario, Consejero de Estado y Jefe de la nueva Orden de Caballería:
[1627]
«Excelencia:
No conviniendo a mi carácter de sacerdote católico ni a mi calidad de misionero apostólico el honor de la Cruz de Caballero de la Corona de Italia que S. M. se dignó concederme, me permito remitir a a V. E. el Diploma de mi nombramiento como Caballero de esta nueva Orden Ecuestre, que el Excmo. Sr. Agente y Cónsul general de S. M. en Egipto tuvo recientemente la premura de hacer llegar a mis manos en El Cairo; asegurándole al mismo tiempo que trataré siempre de comportarme en todo lugar y circunstancia como católico italiano, de la manera que corresponde a un verdadero sacerdote y misionero de la Santa Iglesia católica, apostólica y romana, y a un fiel súbdito de mi amado Soberano.
Suplicando a V. E. se sirva presentar al trono de S. M. mis humildes expresiones de agradecimiento y hacerse el intérprete de mis profundos sentimientos de veneración hacia su augusta persona, tengo el honor de suscribirme con todo el respeto
de V. E.
hum. y dev. servidor
D. Comboni»
[1628]
Como además los verdaderos sacerdotes de Cristo deben manifestar del mejor modo posible, con palabras y obras, su apego a los sanos principios en tiempos tan llenos de calamidades y despropósitos, tanto para propia satisfacción como para dar buen ejemplo a los demás, y como uno de estos modos es dar para el óbolo de San Pedro, aunque me encuentro en extrema pobreza he enviado a L’Unità Cattolica (por medio del Obispo de Verona) mi modesto donativo de veinte liras, con la demasiado larga pero oportunísima declaración siguiente:
[1629]
«Gran Cairo (Egipto).—D. Daniel Comboni, Misionero Apostólico, al inmortal Pontífice y Rey, el sumo Sacerdote de la Nueva Alianza, el Sucesor de los Apóstoles, el Príncipe de los Obispos, el Pastor de los Pastores, Pío IX; al que Dios confirió el Primado de Abel, el Dominio de Noé, el Patriarcado de Abraham, el Orden de Melquisedec, la Dignidad de Aarón, la Autoridad de Moisés, la jurisdicción de Samuel, el Valor de David, el Poder de Pedro, la Unción de Jesucristo, y le hizo el centro de la Unidad católica, la piedra fundamental de su Iglesia, el testigo sincero de su revelación, el depositario fiel de su doctrina, el intérprete infalible de sus oráculos, el sostenedor impávido de sus altares, el vindicador justo de su ley, el propagador legítimo de su santa Religión. Saludo en Vos, oh Smo. Padre, al verdadero amigo de la humanidad, a la gloria del Supremo Pontificado, al protector de la justicia y del derecho, al salvador de la sociedad moderna, al campeón de la civilización universal, al terror de la hidra multiforme de la impiedad, al fortísimo atleta, al mártir ilustre, al héroe del siglo xix que la actual generación venerará sobre los altares, al santo cuya fe, sabiduría, valor, fortaleza, piedad y constancia apoyan, sostienen, defienden, salvan, exaltan y glorifican a la veneranda Esposa de Jesucristo contra el furor y los ataques de los poderes infernales que tratan en vano de aniquilarla, y que nunca lograrán romper la inconsútil vestidura de esta gloriosa Reina, que, vencedora de las naciones y de los reyes, ve pasar ante sí estupefactos los siglos; que hace resonar su voz del orto al ocaso, y que cubre con su manto los pueblos, como el dosel de los cielos cubre el mundo.
[1630]
Derramad, oh Smo. Padre, vuestra taumatúrgica bendición sobre mí vuestro pobre hijo, sobre mis queridos compañeros misioneros, sobre la Obra del B. Pastor para la Regeneración de Africa, y sobre los dos nacientes Institutos de negros, que se hallan a pocos pasos de la santa Gruta donde moró la Sagrada Familia en su exilio de Egipto, y que están destinados a formar poderosos elementos para la conversión de la infeliz Nigricia. Mejor sufrir con Vos que gozar con el siglo: la cruz y los pesares soportados con Vos por amor a Dios son mil veces más dulces y agradables que los honores del mundo y que todas las prosperidades de la tierra. Aceptad la pequeña oferta de veinte liras, que es la limosna de una Misa celebrada en el mencionado Santuario de la Sda. Familia, y que yo os consagro como humilde homenaje de mi corazón a Vos, Pontífice y Rey».
[1631]
A la par que le anuncio la conquista de otra alma, perteneciente a la secta de los coptos herejes de Abisinia, a la que estoy instruyendo en el catolicismo, le doy las gracias por la carta al principio mencionada y le beso la sagrada púrpura, declarándome siempre
De V. Em.a Rma.
hummo. y devotmo. hijo
Daniel Comboni