[1576]
Pareciéndome que Dios, en su infinita misericordia, se digna derramar su bendición sobre la recién iniciada Obra para la Regeneración de la Nigricia basada en mi Plan, considero conveniente ofrecer a V. Em.a Rma. un breve informe sobre su funcionamiento y sobre las esperanzas de sus comienzos.
[1577]
Hacia finales del pasado noviembre salía yo de Marsella con tres Misioneros, tres Hermanas de San José y dieciséis negritas, por lo que éramos total veintitrés personas. Obtenido del Bajá de Alejandría el transporte gratuito en los ferrocarriles egipcios, llegamos felizmente a El Cairo la víspera de la Inmaculada Concepción. En el viaje de esta numerosa expedición, que llevaba consigo 46 bultos de equipaje y provisiones, el Gobierno francés hizo que me ahorrase 2.168 escudos, y el Gobierno egipcio 324: en total 2.492 escudos.
[1578]
He tomado en alquiler por 336 escudos al año el convento de los Maronitas del Viejo Cairo, el cual tiene aneja una casa antigua y está situado a cien pasos de la gruta de la Sma. V. M., donde es tradición que vivió la Sagrada Familia durante su exilio en Egipto. En las dos casas, que separa una iglesia bastante cómoda, he abierto y puesto en marcha dos pequeños Institutos, los cuales por gracia de Dios funcionan muy bien. En estos dos establecimientos recién abiertos, los misioneros se encargan de la dirección sobre todo espiritual, del estudio de las lenguas africanas y de las costumbres de Oriente, y del ejercicio de la caridad para con los enfermos. Dados los actuales litigios entre algunas instituciones, bastante complicados, que quizá consiga arreglar nuestro sagaz Delegado Aplico., he decidido que nuestra actuación nunca rebase el ámbito de lo que nos hemos propuesto.
[1579]
Nuestro objeto es muy concreto: el apostolado de la raza negra. El Instituto femenino se va desarrollando estupendamente; y por obra de algunas de las negritas, que son verdaderas Hijas de la Caridad, ya se ha hecho alguna conquista para el cielo. Es sabido de V. Em.a Rma. que la principal finalidad de estos nuestros Institutos es educar e instruir en la fe y en las artes prácticas a negritos y negritas, con vistas a que una vez terminada su educación se internen en los países de la Nigricia y sean apóstoles de fe y civilización para la gente de su tierra.
Parece que la Providencia quiere añadir a este objeto primario uno accesorio de no poca importancia: la conversión de un buen número de almas. La existencia de dos Cuerpos de negros en El Cairo educados en la fe y en la civilización cristiana, es un importante elemento de apostolado a favor de los negros acatólicos que viven en Egipto. Sólo de ver a nuestras buenas negritas, sólo de conversar con ellas o de oírlas cantar, muchas otras aún infieles están ahora animadas a hacerse católicas.
[1580]
Y como es preciso proceder con gran cautela y prudencia, dada la susceptibilidad del fanatismo musulmán y la vigilancia de la masonería, que mediante tres logias ha conseguido difundir su mortal veneno de odio a nuestra santa religión entre personas de toda clase y raza, necesitamos estudiar y aprovechar el momento providencial para admitir a las aspirantes a la comunión católica.
[1581]
Mientras, de momento, creo que no nos resultará muy difícil ganar para J. C. muchos de los negros que, en calidad de esclavos o de sirvientes, viven en las casas de los buenos católicos, donde previsiblemente, una vez convertidos, es más fácil que perseveren en la fe. Se me ha ocurrido llevar a cabo esta importantísima operación tras observar, con plena certeza, que aquí es todavía habitual que la servidumbre, incluso en las familias muy cristianas, esté casi completamente abandonada a sí misma. Interesarse por ella se considera degradante; y con la excepción de pocas y singulares familias, se mantiene aún en vigor el lamentable abuso de descuidar la instrucción religiosa de los negros, que precisamente porque no tienen más que un miserable rudimento de religión serían los más aptos para recibir la fe.
[1582]
Es frecuente, en cambio, que tengan la desgracia de caer bajo el despotismo de alguna vieja criada musulmana fanática, que fácilmente les impone sus propias supersticiones, sin que a los amos les importe gran cosa. Conocemos algunos de estos esclavos que de esta manera se han vuelto mahometanos en la misma casa de sus por otro lado eminentemente católicos señores. Como consecuencia de estas observaciones, nos sonríe la esperanza de que tal vez se abra un campo de acción secundaria de los Institutos de negros; en confirmación de lo cual me permito comunicar a V. Em.a Rma. la reciente conquista de una negra de dieciocho años, que es como la primera flor que nuestro Establecimiento tiene la santa dicha de haber dado a la Iglesia y al Paraíso.
[1583]
Hace cinco años llegó a El Cairo una robusta jovencita negra de nombre Mahbuba, raptada junto con muchas otras de la tribu de los Denka por la inhumana codicia de los esclavistas. El único que posee el gran secreto de sacar bien del mal contaba ya entonces con la Obra de nuestro Instituto femenino africano, a fin de predestinar a una eterna felicidad a la pobre Mahbuba precisamente cuando desde el punto de vista humano parecía convertida en uno de los seres más desdichados de la tierra. Después de haber sido vendida y revendida muchas veces a amos musulmanes, Dios disponía que fuera comprada por una católica y devota señora griega de El Cairo, de la que aprendió por primera vez a pronunciar los adorados nombres de Jesús y de María, los únicos en los que podemos esperar la salvación.
[1584]
El Espíritu Santo debió de ponerse a actuar desde entonces en esa alma, puesto que pronto se mostró seducida por cierta idea informe del cristianismo, que casi como el que no quiere la cosa le iba dando a conocer su ama; mas esto, por otro lado, no bastaba para crearle aquella fortaleza que pronto habría de demostrar en la lucha que sostuvo contra las tentaciones fanáticas del islamismo. Pasó algún tiempo, y Mahabuba enfermó de un mal que lentamente degeneró en una tisis. Esto contribuyó a que volviera a caer de una manera más próxima en manos de los musulmanes, que se dedicaron con mayor vigor a comunicarle y hacerle practicar los falsos dogmas. Pero Dios velaba por esa alma. Ella sólo sabía por su ama algún nombre aislado de nuestra fe; sin embargo, comprendió por sí misma que de ninguna manera se correspondía con la santidad de ésta la instrucción que recibía del resto de la servidumbre musulmana, por lo cual nunca pudo abrazar sus enseñanzas y considerarse satisfecha con ellas. Pero nadie le daba otras mejores, y Mahbuba estaba triste y desconsolada.
Despechados, sus maestros empezaron mostrarse duros con ella, haciéndola objeto de amenazas y malos tratos. Y cuando les correspondía guardar cualquier observancia del Corán, la obligaban a hacerlo junto con ellos; así, aunque la inexorable enfermedad de la tisis ya hacía estragos en ella, la joven tenía que ayunar como los demás hasta la puesta del sol. La infeliz Mahbuba sentía el gran vacío del Dios de la verdad: sin saberlo, su alma suspiraba incesantemente por él, y de cuando en cuando ponía en sus labios las pocas palabras que había aprendido de su ama: Jesús, María, cristiana, bautismo, paraíso, etc. Y aun ignorando los divinos objetos que representaban, en repetirlas experimentaba un sensible consuelo. Como bien se puede suponer, tales expresiones eran otras tantas espinas para los que la querían musulmana a toda costa. Pensaron, pues, que aislándola por completo terminarían por salirse con la suya. Conseguir su aislamiento no era nada difícil, dado que la tisis que la aquejaba es una enfermedad que en Oriente se teme sobremanera, casi como una especie de peste. Presentando las cosas desde este aspecto, persuadieron a su ama para que la llevase a una quinta que ella tenía, donde Mahbuba se encontró en poder de nuevos verdugos musulmanes, a los que los anteriores ya habían dicho lo que tenían que hacer.
[1585]
Con el pretexto de curarla por ciertos medios que ellos conocían, pero en realidad para acelerarle la muerte antes de que pudiese hacerse cristiana, encendían grandes fuegos, a los que la obligaban a permanecer arrimada durante horas, y a veces la mantenían enterrada buena parte del día bajo montones de arena ardiente; así, en poco tiempo, Mahbuba se puso muy grave. Entonces sus enemigos, con el mismo pretexto de la tisis, pudieron obtener de la señora que la trasladasen al hospital turco. Exultaban ellos del infernal triunfo. Pero precisamente entonces Dios los quiso humillar, disponiendo que la señora griega tuviese noticia en aquellos días de nuestro recién fundado Instituto de negras. Su conciencia, que ni podía estar ni estaba tranquila, hizo que se decidiese pronto a pedirme su admisión.
El mismo día en que supe de ella fui a visitarla al hospital turco, y posteriormente su ama me la envió. Mahbuba ya era de las nuestras. Su alma parecía entrever la suerte que Dios le deparaba entre nosotros: al ver a las negritas que yo puse a su lado para que le enseñasen a santiguarse y llevar la medalla recibida del Santo Padre, dijo: «También yo quiero ser cristiana como vosotras». Y como era de la tribu de los Denka, le puse entre las otras una negrita de ese origen; y en pocos días tuve ocasión de que me repitiese en árabe y en denka los principales misterios de la fe y los sacramentos. Mahbuba bebía con avidez la ciencia de su salvación eterna; no encontraba la menor dificultad en creer, y repetía a cada momento con sus compañeras-hermanas los dogmas de nuestra religión.
[1586]
Conocido el adorable significado que encerraban los santos nombres de Jesús, María y José, no cesaba de besar sus veneradas imágenes, ni de pedirles a ellos y a nosotros el santo bautismo: de ahí que, después de consultar con los compañeros, yo decidiese no diferir tal gracia más allá de la noche del 11 de febrero. Eran las nueve de la noche, y la habitación de Mahbuba estaba iluminada por las antorchas del altarcito que las negritas habían improvisado. Cuando me puse las vestiduras sacerdotales, todos se postraron a rezar devotamente. La joven comprendió que había llegado el ansiado momento, y los saludó con una extraordinaria sonrisa de alegría, que nosotros distinguimos en su cara, en sus ojos, en sus labios. Era emocionante, enternecedor, verla concentrada y recogida acompañando nuestra oración.
Cuando sintió correr sobre su cabeza el agua de la regeneración, tenía la cara extraordinariamente alegre, y con una sensación de enorme dicha exclamó: Ana Maryam, yo soy María; pues, en efecto, quisimos ponerle tal nombre para consagrar a la Madre Divina de nuestra Obra esa primera flor de la misma. Resumiendo: La joven sufrió dolores de mártir; pero ¡qué fuerza tiene la acción de la gracia!: aún quería sufrir más, y encontraba un consuelo indecible en besar el crucifijo. El 14 de febrero, ella voló al paraíso a rogar por la conversión de los negros.
[1587]
Su Excelencia el Delegado Aplico. nos trata con especial bondad, y nos ha hecho el honor de venir a vernos. Vendrá de nuevo después de San José a hacer algunas confirmaciones en la parroquia del Viejo Cairo, donde hay de párroco un franciscano pío y bueno, con el que me puse debidamente de acuerdo respecto al bautismo de la feliz Mahbuba.
No tengo palabras suficientes para dar las gracias a V. Em.a Rma. por la paternal asistencia que me prestó en el terrible litigio que tuve en Roma con Mons. el Vicegerente. Después de a Dios, debo a V. Em.a la buena conclusión de aquel triste asunto, y espero que con la gracia del Señor no me vuelvan a suceder otros de carácter semejante.
Besándole la sagrada púrpura, me declaro de V. Em.a Rma.
Hum., devot. y resp. serv.
Daniel Comboni