[2027]
Fue el muy reverendo Padre Maximiliano Ryllo, polaco de nacimiento y miembro de la Compañía de Jesús, el primero que concibió la noble idea de fundar la Misión de Africa Central. En sus muchos años como Superior General de los Jesuitas en Siria –donde trabajó con celo infatigable y obtuvo un gran éxito en medio de obstáculos y guerras horribles, sobre todo en la época de las conquistas de Mehmet Alí, virrey de Egipto– trabó conocimiento con un hombre de negocios cristiano que había amasado una considerable fortuna en Sudán con el comercio de los colmillos de elefante, y que le contó detalles muy interesantes sobre la situación y las costumbres de los negros, cuya disposición para ser civilizados había podido constatar, viendo dos muchachos esclavos que habían sido conducidos a Jartum.
Hombre eminentemente instruido, lleno de celo y de ánimo, y suscitado por Dios para lanzarse a las empresas más difíciles y peligrosas para gloria de la Iglesia, el Padre Ryllo fue nombrado Rector del Colegio Urbano de Propaganda Fide en la época en que los Jesuitas eran los encargados de dirigir este glorioso cenáculo de apóstoles y de mártires del universo entero, y se apresuró a proponer a la S. Congregación el plan de erigir una Misión en el interior de la Nigricia.
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Y así fue cómo Propaganda, asombrada de la importancia de esta santa empresa destinada a integrar en el rebaño de Jesucristo la parte del mundo más infeliz y abandonada, en la reunión del 26 de septiembre de 1845 declaró a Africa Central Vicariato Apostólico, lo que, en su enorme interés por las misiones extranjeras, confirmó Gregorio XVI con un Breve del 3 de abril de 1846. Los límites de este gran Vicariato, según el Decreto apostólico, eran:
al Oriente, el Vicariato de Egipto y la Prefectura de Abisinia;
al Occidente, la Prefectura de las Guineas;
al Septentrión, la Prefectura de Trípoli, el Vicariato de Túnez y la Diócesis de Argel;
al Mediodía, los Montes de Qamar, llamados también Montes de la Luna (1).
Para emprender el cultivo de este vasto campo evangélico, Propaganda eligió a estos primeros venerables obreros:
1.o S. E. Mons. Casolani de Malta, Obispo de Mauricastre i.p.i. y Vicario apostólico.
2.o El muy Revdo. P. Maximiliano Ryllo, de la Compañía de Jesús.
3.o El P. Manuel Pedemonte, de Génova (en tiempos, oficial del Imperio de Napoleón I).
4.o Don Ignacio Knoblecher, de S. Cantien (diócesis de Laybach), doctor en Teología y alumno del Colegio de Propaganda de Roma.
5.o Don Angel Vinco, de Cerro (diócesis de Verona), alumno del Instituto Mazza.
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Estos Misioneros de valía se habían propuesto la noble empresa de la conversión de los pueblos negros, impedir el infame tráfico de esclavos negros dondequiera que existiese y ocuparse de algunos católicos que, por motivos de comercio, se hallaban dispersos por aquellas lejanas regiones. El camino que aquellos hombres debían seguir, la sede que debían elegir, no les habían sido determinados.
La voluntad de la Providencia y la experiencia de los Misioneros iban a decidir. Monseñor Casolani era de la opinión de tomar el camino de Trípoli y del Fezzan, atravesar con camellos el gran desierto del Sáhara en ochenta y cuatro días y establecerse en el vasto imperio de Bornu. El P. Ryllo, por el contrario, estaba convencido de que lo prudente era seguir la ruta del Nilo y de Nubia, dado que era un itinerario más seguro, conocido de los viajeros y recorrido por la expedición egipcia cuando Mehmet Alí emprendió en 1822 la conquista del Sudán oriental. Esta fue la idea que prevaleció.
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Antes de que el grupo pudiera ponerse en marcha, murió Gregorio XVI; pero el augusto Pío IX, animado del mismo celo por la conversión de la Nigricia, confirmó los Decretos de su glorioso predecesor, y bendijo la santa empresa y a los nuevos apóstoles de Africa Central. Pero, como los preparativos de esta expedición requerían aún tiempo y Monseñor el Vicario Apostólico tenía que esperar todavía unos meses para arreglar ciertos asuntos de familia, se decidió que Knoblecher con el P. Pedemonte y D. Angel Vinco dejasen Roma el 3 de julio de 1846 para trasladarse a Siria, al convento de los Maronitas, a fin de que se habituasen allí a una vida oriental que tuviese alguna relación con las costumbres de los pueblos de Nubia y de Sudán, adonde debían ir. Esta estancia fue de ocho meses, que ellos aprovecharon también para estudiar la lengua árabe, la cual es hablada hasta los 13 grados de latitud Norte. Visitaron Jerusalén y los Santos Lugares, memorables por la vida y los milagros del Divino Salvador.
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La primavera siguiente, todos los Misioneros se reunieron en Alejandría, pero con un cambio en la dirección de la Misión por motivos cuya mención huelga aquí.
Mons. Casolani acompañaba como simple misionero la santa expedición, a cuyo frente estaba el P. Ryllo, que había sido nombrado Provicario Apostólico de Africa Central mediante Decreto apostólico del 18 de abril de 1847. El grupo iba provisto de cerca de 50.000 francos, de los que Propaganda había suministrado 37.634, 41 (7.000 escudos romanos).
Cinco fueron los meses empleados en Alejandría y en El Cairo para hacer los preparativos, durante los cuales los Misioneros tuvieron oportunidad de conseguir que la necesaria información sobre el Sudán fuera más exacta gracias al ilustre ingeniero francés Mr. d’Arnaud, que había visitado Nubia y algunas tribus del interior y guiado la expedición egipcia al Nilo Blanco.
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El P. Ryllo, que conocía a fondo la anatomía del espíritu turco, tuvo la valentía de presentarse personalmente a S. A. Mehmet Alí y a su valeroso hijo Ibrahim Bajá. Unos años antes, en Siria, éste había prometido una considerable cantidad de dinero a quien le trajese la cabeza del valiente Jesuita, porque había animado a los cristianos del Monte Líbano y a los Maronitas a resistir al orgulloso conquistador que quería apoderarse de su país, en contra de los deseos de su señor, el gran sultán de Constantinopla.
El P. Ryllo, que hablaba perfectamente el árabe, supo comportarse tan bien en la Corte egipcia que se ganó la confianza del ilustre guerrero, así como la del virrey de Egipto, que colmó de favores a su antiguo enemigo y le extendió un documento firmado que garantizaba la protección de los misioneros por parte de los gobernantes y jefes de Sudán hasta los más lejanos límites del territorio bajo el dominio de Egipto. Así favorecidos por la Providencia, los misioneros dejaron El Cairo para remontar el Nilo en dirección al Alto Egipto y a Nubia. Su plan era llegar a las tribus de los negros desde Jartum, la capital de las nuevas conquistas egipcias en Sudán, situada a dos millas de la punta del triángulo de la península del Sennar, allí donde el Nilo Blanco y el Nilo Azul se unen para formar el Nilo entre los grados 15 y 16 de latitud Norte.
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Hacia finales del mes de octubre, la santa caravana hizo su primera entrada en los confines del Vicariato de Africa Central, más arriba de la primera catarata, en la famosa isla de Filé, en el Trópico de Cáncer, donde el bautismo de un niño musulmán moribundo significó para los viajeros el primer fruto de este importante apostolado y el comienzo de su difícil y peligroso ministerio.
¡Qué vasto campo por evangelizar se presentaba ante nuestros ilusionados misioneros! No hablaré aquí de la enorme cantidad de territorios y pueblos de esta gran Misión, como tampoco de las numerosas lenguas y dialectos hablados tanto en las poblaciones como entre las tribus que ocupan esta inmensa extensión que la geografía sólo ha podido clasificar hasta ahora bajo el nombre genérico de Regiones Incógnitas de Africa.
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Diré sólo una palabra en general sobre las inconmensurables dimensiones de este Vicariato. Porque excluyendo la extensión que ocupan las misiones fundadas después de la erección del mismo, y calculando sus límites meridionales de los Montes de la Luna (en caso de que existan realmente) situados entre los 5° de latitud Sur y el Ecuador, aproximadamente allí donde los famosos viajeros Speke y Grant descubrieron con mucha probabilidad en 1858 el Nyanza Victoria entre los 3° de latitud Sur y el Ecuador, es decir, entre el lago que forma la primera fuente del Nilo y el lugar donde Sir Samuel Baker constató en 1864 la existencia de la gran cuenca que constituye la segunda fuente de dicho río, o sea, el Nyanza Alberto o Louta N’Zige en el Ecuador (2), resulta que esta gran misión abarca más o menos la extensión que existe entre los 5° de lat. Sur y los 24° Norte, comprendida entre los 10° y los 35° de longitud Este del meridiano de París.
Además abarca el espacio que media entre los 10° y los 29° de lat. Norte, y entre los 9° de long. Oeste y los 10° de long. Este según dicho meridiano. Esto nos lleva a la conclusión de que el Vicariato de Africa Central, con arreglo al Decreto apostólico de erección, es casi veinte veces más extenso que Francia. Aunque Propaganda ha quitado después, en 1868, una parte considerable de esta gran Misión, al oeste, para formar la Prefectura Apostólica del Desierto del Sáhara, confiada al Arzobispo de Argel, todavía hay que reconocer que el Vicariato de Africa Central es el mayor del globo.
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Sin embargo es cierto que, erigiendo esta inmensa Misión, la S. Sede envió a estos primeros obreros evangélicos a fin de formar otros Vicariatos y Prefecturas según las esperanzas y resultados que la acción del catolicismo pudiera alcanzar, y según las diversas Congregaciones religiosas o Sociedades eclesiásticas que el Vicario de Jesucristo destinara a cooperar en la regeneración religiosa y civil de esta extensa parte del mundo que aún está envuelta en las tinieblas de la muerte.
Durante el viaje a Nubia inferior el P. Ryllo sufrió una fuerte disentería, lo que obligó a la caravana a abandonar la ruta directa del desierto de Korosko y Abu Hammed, para seguir el camino más largo de Wadi-Halfa y Dóngola, recorriendo así el arco que forma el Nilo en su curso por las cataratas de Nubia. Después de muchas fatigas y sufrimientos, e incluso de fuertes gastos, llegaron finalmente a Jartum el 11 de febrero de 1848.
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Esta ciudad se componía entonces de cabañas y de casitas de paja o de adobes, de una sola planta, que a menudo destruían las lluvias, y cuyo reducido espacio no podía acoger más que a una porción de sus habitantes, teniendo que dormir los otros en pequeñas tiendas o, frecuentemente, bajo las estrellas. La población, de apenas 15.000 almas, estaba formada en gran parte por esclavos de muy diversas clases y colores, arrancados violentamente de todas las tribus de la Nigricia. Todos nuestros Misioneros, alojados en modestas tiendas instaladas a orillas del Nilo Azul, se encontraban enfermos por las fatigas y duros esfuerzos de un largo y peligroso viaje. El P. Ryllo había empeorado. Los víveres y las provisiones eran ya casi inexistentes. El dinero disminuía de forma alarmante. Era imposible continuar el viaje. Por otra parte, la ciudad de Jartum era la última estación del comercio europeo, la metrópoli del Sudán egipcio, el último sitio donde se efectuaba el intercambio con Egipto, y el punto de partida y de comunicación para los negocios entre El Cairo y el interior de la Nigricia.
Ningún lugar pareció a los Misioneros más conveniente para tener un seguro trato con los indígenas de Africa Central y llegar incluso a concebir proyectos sólidos y positivos sobre el sistema y el modo de ejercer su futuro ministerio, y poder prepararse para estudiar el género de vida, las creencias, las supersticiones y las costumbres del país, así como las diversas lenguas de los esclavos que eran necesarias para cumplir bien con los deberes de su estado. Y también, finalmente, para habituarse poco a poco al clima de Sudán, tan diferente del de Europa, y para establecer allí un lugar de reposo para los pobres Misioneros que, después de haber estado dispersos por las diferentes tribus llevándoles la Palabra de Dios, pudiesen al fin reunirse para recobrarse un poco y soportar luego mejor las fatigas y trabajos de su santo ministerio.
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Se decidió, pues, erigir una Estación en Jartum. Un señor turco, Cherrif Hassan, que ya había ofrecido a los Misioneros generosa hospitalidad en Dóngola, en su deseo cumplir con un deber de gratitud hacia unos Padres Maronitas del Monte Líbano que le habían salvado la vida en tiempos de la expedición guerrera del Virrey de Egipto a Siria, les proporcionó también en esta ciudad tropical generosa ayuda y una benévola protección.
Pero el 17 de junio de 1848 el muy reverendo P. Ryllo, lleno de méritos y víctima de los más atroces sufrimientos, entregó su alma al Creador, después de haber cedido el título de Provicario a Ignacio Knoblecher. Se le enterró en medio de la plaza, que poco después fue transformada en un amplio jardín. Allí se le levantó un modesto mausoleo, donde desde entonces se reúnen los alumnos todos los días, antes de ponerse el sol, para rezar el rosario.
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Después de la muerte del P. Ryllo, Mons. Casolani quedó en un estado tal de debilidad que le era casi imposible restablecerse. ¡Qué destino para estos pobres misioneros enviados más allá del desierto, sin medios y azotados por las más tremendas enfermedades! En lugar de los socorros que tanto habían solicitado de Europa recibían, por el contrario, terribles noticias. La tempestad de la revolución había invadido Europa entera. Todo aquello que había sido objeto de honra y veneración hasta aquel momento, era pisoteado, y la santa Fe y las bases del orden social destruidas. Se atacaba y perseguía a los predicadores de la Divina Palabra, e igual suerte corrían las instituciones para la conversión y la propagación de la Fe, y hasta el Soberano Pontífice: todo era un desastre.
Con semejante convulsión, ¿quién podía pensar aún en la lejana Misión de Africa Central? ¿Cómo podían los Mensajeros de la Fe esperar socorros en favor de su empresa tan difícil? La Propaganda de Roma, que había sufrido los golpes más terribles de la revolución, declaraba solemnemente que ya no se encontraba en condiciones de ayudar a los Misioneros y los autorizaba a regresar a Europa para ser destinados a otras Misiones.
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Pero el venerable Dr. Knoblecher no se asustó, e inspiró valor a sus queridos compañeros. Sin Knoblecher, la Misión de Africa Central habría decaído a partir de 1848 y ya no existiría.
En su mandato, el P. Ryllo había comprado un terreno en Jartum a orillas del Nilo Blanco. El Dr. Knoblecher lo hizo transformar en jardín, construyó una pequeña residencia dotada de una capilla muy pobre y angosta, pero suficiente para las más estrictas necesidades de los Misioneros. Ellos pudieron así ofrecer cotidianamente el Santo Sacrificio de la Misa, dar gracias al Divino Salvador por los beneficios de la Redención y pedir todos los días su asistencia y bendición, en un país que hasta entonces no había conocido más que los errores del paganismo y la ceguera del islamismo, a fin de que estos diferentes pueblos entrasen en el seno de la Iglesia, único puerto de salvación eterna.
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Había en Jartum un gran mercado de esclavos. Estos infortunados prisioneros de Africa Central, arrancados de sus familias por medio de la violencia y de la fuerza, eran puestos a la venta encadenados como viles animales. Entre estos prisioneros se veían a menudo niños delicados, que iban a parar a manos de quienes los compraban a alto precio.
Los Misioneros adquirieron en este mercado muchos chicos que parecían muy inteligentes y que ofrecían señales inequívocas de dar buen resultado. También encontraron allí algunos hijos de padre europeo, a menudo abandonados sin piedad por éste, los cuales habían caído en el paganismo de sus madres. Estos niños fueron acogidos en la casa de la Misión. Se empezó a enseñarles las cosas más simples que podían serles útiles en su tierra, pero sobre todo las verdades de nuestra santa Religión.
Estaban destinados formar la primera comunidad cristiana de Africa Central, y a recobrar un día la libertad. Por caminos seguros, ellos debían volver a su lugar de origen, al lado de sus paisanos, para servirles de apóstoles y convertirse en firmes y activos apoyos de los Misioneros. Animados de un gran celo, estos jóvenes acogían favorablemente la Divina Palabra. Su amor a Dios era vivo, sus costumbres suaves y tranquilas, y sentían un cordial afecto por los Misioneros. En poco tiempo los primeros entre ellos pudieron recibir el santo Bautismo, que les fue administrado el día de Todos los Santos.
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La noche de la víspera del gran día, cuando siguiendo su costumbre el Provicario visitaba el dormitorio de estos chicos para asegurarse de que todo estaba en orden, vio a los catecúmenos reunidos, puestos de rodillas en oración. Les preguntó que hacían: «Rezamos a la Santísima Virgen, nuestra Buena Madre –contestaron–, para que nos consiga de Dios la gracia de llegar a mañana, el feliz día en que nos haremos cristianos» ¡Cuánta fe en los primeros chicos de Africa Central!
Por otro lado, Knoblecher y sus compañeros eran a su vez los discípulos de sus alumnos porque, en la medida de lo posible, trataban de aprender las lenguas de las diferentes tribus a las que éstos pertenecían, y también se preocupaban de conocer todos los hechos que podían ilustrarlos acerca de sus usos y costumbres y cuanto les podía servir para conocer las condiciones de sus tierras de origen. Esto con el fin de obtener, más tarde, un mejor resultado en el apostolado que se proponían emprender en ellas. Cuando tardaban en llegar los socorros de Europa, el celo no disminuía por eso y la actividad era siempre la misma. Los alumnos no carecían de nada, porque los Misioneros se sometían a sí mismos a privaciones para subvenir a sus necesidades.
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Todo era soportable para estos dignos ministros de Jesucristo, que sólo buscaban la gloria de Dios y la salvación de las almas más abandonadas. En la pequeña comunidad de Jartum reinaban la paz, el orden y el Espíritu de Jesucristo.
Pero el Dr. Knoblecher, aun confiando en la Providencia de Dios, estaba preocupado por la situación económica de la Misión, y para solicitar ayudas en Italia aprovechó el regreso a Europa de D. Angel Vinco. Monseñor Casolani, no pudiendo soportar más el agobiante clima de Jartum ni las grandes fatigas de la Misión, retornó a Malta con intención de no volver jamás sobre sus pasos.
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El Provicario Apostólico encargó a D. Vinco que acompañase a Monseñor a Egipto y que luego se dirigiese a Italia en solicitud de limosnas para la Misión. El 19 de enero de 1849 este valiente misionero llegaba a Verona, al Instituto que le diera su preparación para el servicio de Dios y su formación para el apostolado. Y aunque por desgracia no había conseguido el objetivo principal de su viaje, a causa de la revolución y de los deplorables acontecimientos de aquellos días, su regreso a Italia había sido sobradamente fructuoso, al obtener, sin darse cuenta siquiera, un gran éxito para el futuro de la Misión. La Providencia lo había conducido a la ciudad eminentemente católica y fiel, que fue escenario de los trabajos insignes y del apostolado de uno de los más grandes Santos y Mártires africanos: San Zenón, el Patrón de Verona, es africano. Lo había llevado allí donde los devotos veroneses veneran desde hace siglos las gloriosas reliquias de su primer Protector, San Zenón, para suscitar la primera semilla de la vocación apostólica que más tarde abrazaron muchos miembros del venerable Instituto del ilustre profesor D. Nicolás Mazza, de Verona.
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Habiendo contado con todo el entusiasmo de su alma múltiples detalles muy interesantes a los quinientos alumnos de sus Institutos de San Carlos y de Canterane, y dado muchas explicaciones sobre la deplorable situación de los desdichados muchachos de la raza camita, encendió la llama de esa caridad divina que impulsa a seguir el camino de la entrega total y del sacrificio por la salvación de los infieles.
Los relatos de D. Angel produjeron gran impresión en el espíritu ardiente de aquel prodigio de caridad y sabiduría que fue D. Nicolás Mazza, digno émulo de los gloriosos campeones de la Iglesia, San Vicente de Paúl y San Carlos Borromeo. Animado de un fuego sobrenatural por la salvación de los africanos, y viendo a algunos de sus alumnos dispuestos a secundarlo en su celo, este venerable fundador se decidió a cooperar en el apostolado de la Nigricia con sus dos Institutos que florecían en Verona, el primero de los cuales podía proporcionar fervientes Misioneros y el segundo auténticas mujeres del Evangelio para la conversión de Africa Central.
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Con este noble pensamiento en la mente, D. Nicolás Mazza se dijo: «Mi Instituto masculino, que da cada año buenos sacerdotes a la diócesis de Verona, bien podrá ofrecer a Africa buenos Misioneros y educar chicos africanos, susceptibles de ser con el tiempo los apóstoles de su tierra. Y mi Instituto femenino, que instruye y mantiene día tras día más de trescientas chicas, bien podrá formar en la religión y en la moral cristiana a unas pobres negras, a fin de que lleguen a ser útiles para su patria». Es por los elementos de apostolado de estos dos Institutos de Verona por los que se podrá emprender, con autorización de la Santa Sede, una Misión en Africa Central para la propagación del Evangelio.
Tal era la idea del ilustre Fundador Mazza. En efecto, mediante la activa cooperación del Revdo. P. Jeremías de Livorno, franciscano misionero en Egipto, introdujo en sus dos Institutos de Verona muchos africanos de ambos sexos para educarlos en la Fe y en la civilización cristiana, y empezó a preparar sacerdotes y buenos colaboradores para emprender su obra.
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Mientras, D. Ignacio Knoblecher, como se encontraba solo en Jartum con el P. Pedemonte, por medio de éste había solicitado misioneros al Padre General de la Compañía de Jesús. Obtuvo así al P. Luis Zara, de Verona, con otro Padre y otros Jesuitas laicos.
Hacia mediados de 1849, cuando la necesidad había llegado al máximo, la Misión recibió de Laybach oportunísimos socorros para paliar su miseria. Estas ayudas, conseguidas a instancias de cartas a particulares, atestiguaban que la Fe y la participación en las obras para la propagación del Evangelio todavía no se habían extinguido en Europa, y suponían además una esperanza para el futuro. Todos los sufrimientos soportados hasta entonces parecían dulces y suaves a los generosos corazones de estos luchadores por la salvación de los africanos, porque estaban animados de esa feliz confianza que nunca falta en el alma de los que se ponen en manos de Dios.
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Tras el regreso de D. Angel Vinco a Jartum, el Dr. Knoblecher resolvió controlar la ejecución del gran proyecto de la Misión y penetrar, en la medida de lo posible, en el interior de Africa para mejor conocer el campo de sus futuros trabajos. Todos los años, en noviembre, cuando el viento del Norte comenzaba a soplar, el gobernador general de Sudán enviaba desde Jartum numerosos barcos a remontar el Nilo Blanco, con el fin de proveer a las necesidades de los súbditos egipcios establecidos a lo largo río, y de practicar el intercambio con los negros, dándoles cuentas de vidrio a cambio de colmillos de elefante. El Dr. Knoblecher había decidido unirse a esta expedición, para la que un comerciante musulmán le ofreció el dinero necesario, en condiciones un tanto leoninas. Se había propuesto explorar con detenimiento el país a fin de encontrar un lugar seguro, sano y provisto de leña y agua, para establecer en él una Estación católica.
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En la firme esperanza de triunfar en su proyecto, en noviembre de 1849 emprendió su viaje por el Nilo Blanco. Tras sesenta y cuatro días de navegación hacia el sur, su embarcación echó el ancla a los pies del monte de Lagwek, entre los Bari. Fue tan bien acogido por estos pueblos que le fue imposible el regreso sin prometerles que volvería al año siguiente. Después de haber examinado bien la zona, se puso a explorar las comarcas próximas a la de los Bari. Habiéndolo observado todo, y convencido de que la tribu de los Bari era un punto seguro y adecuado para instalar una Misión católica, se volvió rápidamente a Jartum.
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Ya había sido encontrado el campo que cultivar. Pero todo lo necesario para llevar a cabo la santa empresa: suficientes compañeros de trabajo y medios de mantenimiento, más los colaboradores necesarios para dar una educación moral y cristiana a los pueblos que se debían convertir, y para salvaguardar la Misión de los ataques inesperados de sus vecinos, todo eso faltaba. Cuantos intentos se habían hecho en Europa ante la S. Congregación de Propaganda y con las pías Sociedades que ayudaban a las santas Misiones no habían dado fruto, ni siquiera para las cosas de primera necesidad. Por lo cual vio absolutamente ineludible su viaje a Europa, y, después de dejar al frente de la Misión a los reverendos Padres Jesuitas, se puso en camino hacia Alemania.
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Llegado a Laybach, su lugar de origen, buscó y encontró prontas ayudas para mantener por algún tiempo la casa de Jartum. Después se puso a pensar la manera de conseguir medios para su futura empresa en el Nilo Blanco, obteniendo al respecto feliz resultado. Pero sobre todo en Viena, en la Corte Imperial, iba a encontrar un apoyo único, tras exponer claramente y con pocas palabras, en una pequeña Nota, el Programa de su Obra y presentarlo a Su Majestad Apostólica.
El Emperador Francisco José I, que había recibido al Provicario con mucha amabilidad, mostró el mayor interés por esta noble empresa; y poniéndose en cabeza del movimiento suscitado en Austria en favor de la Misión de Africa Central donó él mismo, de su caja privada, la suma de 25.000 libras austríacas (20.835 francos). Todos los miembros de la familia imperial, los Archiduques, los Príncipes y las Princesas, como también los Ministros católicos del Imperio y los altos cargos de los diversos Ministerios, cada uno según sus posibilidades, trataron de ser útiles a la Misión. Las más nobles damas de la capital y del Imperio acudían a entregar al Provicario considerables ayudas en efectos y en moneda.
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También le dispensaron una acogida favorable los Obispos y el Clero austríaco. Poco después hubo exhortaciones y cartas pastorales de los Ordinarios, en las que recomendaban la nueva Misión a los fieles de sus diócesis, solicitando sus donativos. Lo más notable es que de todas partes se presentaban dignos eclesiásticos y píos laicos que, por amor a Dios y por la salvación del prójimo, deseaban emprender un viaje a Africa para colaborar en la gran Obra de la Misión. No necesitaban una labor de estímulo y atracción para cooperar en beneficio de la empresa. La aparición personal del venerable Dr. Knoblecher produjo un santo entusiasmo: su presencia arrebataba todos los corazones, atrayéndolos irresistiblemente hacia él.
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Parecía, pues, que la Misión tenía lo necesario para la Estación de Jartum y para la nueva fundación en tierras de los Bari. Pero ¿qué ocurriría después? Sin la esperanza de que las ayudas continuasen en el futuro, las fundaciones de Knoblecher estarían como cimentadas sobre arena. El más brillante comienzo no produce grandes resultados en una obra sin el sello de la perpetuidad que garantice la continuación y el perfeccionamiento de la misma.
Por eso el Dr. Knoblecher, siguiendo las recomendaciones de un venerable Obispo compatriota suyo, Mons. A. Meschutar, consejero áulico y jefe de Departamento del Ministerio de Cultos, formó un comité compuesto de personas muy distinguidas e influyentes del Imperio austríaco, y, con aprobación del Gobierno imperial, se fundó la Asociación de María para la Misión de Africa Central, de cuya dirección se encargó primeramente el mencionado Mons. Meschutar.
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Obtenida la aprobación de la Santa Sede mediante un Breve del 5 de diciembre de 1852, la Asociación fue puesta bajo la protección de S. Em.a el Card. Príncipe Federico Schwarzenberg, Arzobispo de Praga, y bajo la presidencia de S. E. el consejero áulico Federico Hunter, historiador del Imperio de S. M. Apostólica y del Imperio austríaco.
Este personaje era uno de los más brillantes prodigios de la gracia del siglo xix. Tras una circular dirigida a todos los Obispos del Imperio por el alto Comité de la Asociación, ésta se estableció en todas sus diócesis, y durante muchos años recogió cantidades enormes para Africa Central. Su Majestad el Emperador puso la Misión bajo su protección y consiguió para ella un Firmán del gran Sultán, que le aseguraba todos los derechos y privilegios en la totalidad de las posesiones del Virrey de Egipto, a las que las Misiones católicas pertenecerían, según los Tratados relativos las otras provincias del Imperio otomano. Un consulado austríaco se creó en Jartum expresamente para proteger los derechos y los intereses de la Misión.
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Habiendo dejado bien arreglados los asuntos en Viena, el Dr. Knoblecher se dirigió por Munich a Bressanone, en el Tirol, para recomendar los intereses de su empresa al corazón magnánimo de uno de sus más estimables amigos, al cual había conocido en Roma en 1845, y que le comprendía perfectamente. Era éste un ilustre y sabio profesor, el Dr. J. C. Mitterrutzner, canónigo regular de la Orden de San Agustín, hombre de raros talentos, que ha sido el amparo de la Misión, y al que el Vicariato de Africa Central debe los más grandes servicios. Diré solamente que él recogió todos los años sumas ingentes para la Misión, a la que además mandó un buen número de sacerdotes, casi todos del Tirol alemán.
[2055]
Además [Mitterrutzner] empleó toda clase de medios, pero en especial la pluma, para contribuir a la gran empresa. Y finalmente, valiéndose de los manuscritos que le habían regalado los misioneros, y con la ayuda de dos indígenas africanos a los que había hecho ir a Bressanone, logró componer diccionarios, gramáticas y catecismos en las dos lenguas más importantes y extendidas de la Misión: el denka y el bari. Con ello proporcionó a los futuros misioneros de Africa Central los elementos y materiales necesarios para ejercer el ministerio apostólico en los vastos territorios que se encuentran entre los 13° de latitud Norte y el Ecuador, en las regiones del Nilo Blanco.
[2056]
Knoblecher recibió muy favorable acogida por parte del ilustre Monseñor Gallura, Príncipe Obispo de Bressanone, y de su pío y sabio Clero. Fue recibido con entusiasmo en Verona y en Monza, y, por el camino de Génova, se dirigió a Roma para dar cuenta a la Santa Sede de los asuntos de la Misión. Pero en la Ciudad Eterna surgieron grandes obstáculos. Propaganda, tras las quejas de Mons. Casolani, que se apoyaba sobre todo en la falta de los medios económicos necesarios para la empresa –medios que S. Em.a el Card. Fransoni declaraba no poder suministrar–, había decidido abandonar la Misión. Ya estaba firmado el Decreto de supresión y dada la orden de llamar a los misioneros de Jartum para destinarlos a otras Misiones.
Con el Informe de su viaje a las tierras de los Bari y de los felices resultados que había obtenido en Austria, Knoblecher lograría detener el terrible golpe. Pero sólo después de muchos trabajos y dificultades.
[2057]
Pío IX le escuchó con mucha atención y vivo interés en una audiencia privada. Knoblecher fue nombrado Provicario Apostólico de Africa Central y de nuevo recibió el encargo de dirigir la Misión. En agosto de 1851 fue a Trieste para recoger las abundantes provisiones que le habían dado en Alemania y para recibir a los nuevos misioneros, con los cuales partió para Egipto.
He aquí los nombres de estos fervientes mensajeros de la Fe:
R. P. Bartolomé Mozgan
" " Martín Doviak
" " Otón Tratant todos eslavos
" " Juan Kociiancic
" " Mateo Milharcic
[2058]
Estos iban acompañados de numerosos laicos consagrados a la Misión y útiles por sus aptitudes en las artes y oficios.
Llegados a la capital de Egipto, los Misioneros se vieron obligados a permanecer más tiempo de lo previsto. El Dr. Knoblecher, como dijimos, estaba provisto de un Firmán de Constantinopla para la protección del Vicariato ante el gobierno del Sudán egipcio. Mas, por desgracia, los derechos y los privilegios de la nueva Misión debían ser reconocidos por el Virrey, pues el poco entendimiento que existía desde hacía mucho tiempo entre la «Sublime Puerta» y el «Diván» de El Cairo, hacía creer que tales órdenes no obtendrían en Egipto toda la obediencia deseada. El Dr. Knoblecher fue muy bien acogido en la audiencia del Virrey, e incluso el Diván recibió orden de dictar disposiciones en el sentido expresado en el Firmán a los plenipotenciarios de Sudán. Sin embargo, a pesar de todas las protestas posibles, el Provicario no logró que le fuese entregado el Firmán del Gran Bajá.
[2059]
Las astucias y las intrigas que el insolente musulmán se permite usar y la experiencia que él tenía del pasado, habían convencido a Knoblecher de que, sin la posesión de ese documento, sus esfuerzos podrían ser fácilmente burlados y resultar vanos. Fue entonces cuando envió una Nota al gran Diván, en la que declaraba que se veía forzado a pedir a Constantinopla otro Firmán y hacer añadir en él que el mismo Firmán quedase en poder de la Misión.
La respuesta fue que él se equivocaba esperando las disposiciones de S. A. el Gran Bajá, y en el breve tiempo de cuarenta y ocho horas recibió del Gobierno egipcio una copia del Firmán constantinopolitano firmado por S. E. el Virrey mismo.
[2060]
Antes de abandonar la capital, el Provicario pensó dotar a la Misión de una embarcación bastante cómoda para transportar las provisiones y a los misioneros, y para hacer visitas apostólicas en el Nilo Blanco. Adquirió, pues, un pequeño barco fluvial del tipo que los árabes denominan dahhabia, que S. E. Heiraldin Bajá le había cedido a un módico precio. Era una elegante embarcación reforzada de hierro, con tres velas, que el 15 de octubre el Provicario bendijo solemnemente, poniéndole el nombre de Stella Mattutina. La ceremonia fue muy emocionante. La última de las tres cámaras era verdaderamente adecuada para una capilla. El armonio acompañando el canto del Ave Maris Stella, y la devoción de los píos católicos participantes, hicieron muy interesante el acto, celebrado a orillas del Nilo y al pie de las pirámides.
[2061]
El Stella Mattutina se hizo famoso en Africa Central. Era saludado con extraordinaria alegría por las inmensas poblaciones del Nilo Blanco, y todos los negros de la extensión comprendida entre Berber y Gondokoro lo consideraban como un presagio de buena suerte. De la misma manera, el nombre de Abuna Solimán (nuestro Padre príncipe de la paz), con el que siempre fue llamado el Dr. Ignacio Knoblecher, era sentido y pronunciado con una gran veneración por todas las personas de cualquier clase desde Alejandría hasta el Ecuador.
El 18 de octubre toda la expedición salió de El Cairo a bordo del Stella Mattutina para remontar el Nilo hasta el Alto Egipto y Nubia. En Korosko (21° lat. N.) el grupo se dividió. El Provicario, con cuatro misioneros y algún laico, tomó el camino del desierto de Atmur, llegando a Jartum a finales del año. El P. Kociiancic pasó con el Stella Mattutina las grandes cataratas de Dóngola, y el 29 de marzo se echó el ancla en Jartum.
[2062]
En el otoño de 1850, con la aprobación de los Padres Jesuitas que dirigían la misión, D. Angel Vinco había emprendido un viaje por el Nilo Blanco. El Sr. Brun Rollet, hombre de negocios saboyano residente en Sudán, había puesto a su disposición una de sus embarcaciones. En poco tiempo D. Vinco aprendió la lengua del país, recorrió detenidamente numerosos lugares de la tribu de los Bari y fue el único misionero que visitó la tribu de los Beri, al Sudeste de Gondokoro. En la esperanza de que sus compañeros vinieran después a establecerse allí, comenzó un verdadero apostolado entre aquellos pueblos. La paciencia, la abnegación, la caridad de que estaba dotado, y sobre todo su valentía, lo convirtieron bien pronto en el hombre más importante y venerado de aquella zona. Se puso a instruir niños, y bautizó a algunos «in articulo mortis». Dejó los poblados bien dispuestos a recibir a los Misioneros con verdadero amor.
[2063]
Su reputación había aumentado aún más por el hecho siguiente: En un poblado de los Bari había un enorme león que lo destrozaba todo y devoraba personas, en especial niños. Habituado desde su juventud a la caza en las montañas de Cerro, su pueblo natal, pudo, no sin esfuerzo y confiando en Dios, matar con una carabina al terrible animal. No es fácil imaginar los gritos de alegría y de agradecimiento que le prodigaron aquellas gentes, que lo llamaban Hijo del trueno y le llevaban bueyes y otros regalos considerables en señal de una veneración extraordinaria. Su nombre era famoso entre los negros.
[2064]
El P. Pedemonte visitó a los Bari y estuvo con ellos algún tiempo haciendo el bien, mientras que el pío P. Zara se quedó en Jartum, dejando allí un recuerdo muy bueno. Ambos trabajaron para educar en la Fe y en la moral católica a niños coptos; e hicieron un camino en el jardín de la misión, que habían cultivado bien. Pero aunque a los Padres se les bendecía en Africa Central, fueron obligados irse de allí porque la Compañía de Jesús, habiéndose recuperado bastante de los desastres de la revolución de 1848, después de los felices resultados de las gestiones de Knoblecher reclamó a sus sacerdotes de ese Vicariato.
El P. Zara fue destinado a Ghazier, en Siria, donde unos años más tarde entregó el alma a su Creador. Los otros fueron llamados a Roma, y el P. Pedemonte fue a Nápoles, donde coronó su carrera apostólica con una santa muerte. En 1864 este gran misionero, ya septuagenario, me había declarado que el mayor sacrificio que realizó en toda su vida fue el de abandonar la Misión de Africa Central, para la que albergaba las mejores esperanzas.
[2065]
Después de la llegada de los nuevos misioneros a Jartum, Kociiancic y Milharcic fueron destinados a esta Estación, mientras que todos los otros debían partir para el Nilo Blanco. El Provicario Apostólico escribía en 1852 en estos términos: (3)
«La Estación de Jartum nos ofrece, desde nuestro regreso, la imagen de una vida muy activa. Nosotros estamos divididos y clasificados por las diferentes ocupaciones a las que nos dedicamos. El Revdo. P. Milharcic, dotado de todas las cualidades necesarias para la buena dirección de los niños, se ocupa de la escuela de los chavales. Esta tiene, desde que los coptos cismáticos nos confían sus hijos, más de cuarenta alumnos que dan a los educadores mucho trabajo. En nuestro taller artesanal se trabaja de la mañana a la noche y así vamos llegando, poco a poco, a la posibilidad de construir los muebles más necesarios. El talento del Revdo. P. Kociiancic nos sorprende de cuando en cuando con la invención de nuevos objetos útiles».
[2066]
En la fiesta de todos los Santos, algunos chicos negros de la escuela recibieron el bautismo. Habían sido comprados en el mercado de Jartum. Dejo para otra ocasión hablar de la esclavitud en Africa Central. Es suficiente por el momento decir unas pocas palabras sobre el mercado de Jartum, como lo describió el Dr. Knoblecher (4): «No hay nada que rompa más el corazón que pasar el viernes (día consagrado por los turcos al culto divino) por el mercado de esclavos de Jartum, y constatar el abuso infame que se comete con toda indiferencia y entre una multitud de hombres, mujeres, muchachos, jovencitas y niños. Estos desdichados, antes de ser cedidos a los compradores, sufren un insolente examen de muchas partes de su cuerpo. Es verdaderamente doloroso para un alma cristiana ser testigo ocular de todas las infamias que se hacen sufrir a estos pobres desventurados hermanos nuestros en Jesucristo.
[2067]
»Con qué indiscreción los compradores, antes de cerrar el vil trato, ponen sus manos sacrílegas en estas inocentes víctimas y revisan a cada una los dientes, la lengua, la garganta, y les palpan con toda naturalidad las manos, el cuello, las orejas, los pies, etc. Es irritante ver cómo estos mercachifles públicos corren de acá para allá, cómo se grita, cómo se trata a los pobres esclavos, ¡y sin que nadie piense que quien está sometido a todo esto es su hermano o su hermana! Yo vi al mismo tiempo, en un ángulo del mercado, algunas madres aturdidas y angustiadas: les habían arrebatado hijos e hijas, a los que seguramente ya no volverían a ver sobre la tierra. Estas pobres madres esperaban seguir de un momento a otro la misma suerte que sus hijos. Pero lo que me impresionó terriblemente fue ver una joven mamá con tres niños, el más pequeño de los cuales tendría apenas dos días, sentada en el suelo toda doblada, apoyando la cabeza en el brazo derecho, mientras con la izquierda apretaba al chiquitín contra su pecho.
[2068]
»Así inmersa en su dolor, contemplaba a sus dos hijos mayorcitos, los cuales se pegaban a ella con una mirada tan patética y un sentimiento tan vivo como si intuyeran la próxima separación. De repente se oyó gritar: “¿Cuánto por esta familia?” A estas palabras, la angustiada madre levantó la vista; pero yo no tuve ánimos para presenciar el final. Sólo de lejos pude oír estas palabras: “Setecientas piastras” (182 francos). ¡Dios mío! ¡Una familia, unos seres rescatados con la Sangre de Cristo, por tal precio! Así absorto en mis pensamientos, fui aproximándome al lugar donde se procedía a la venta de los hombres. Estos parecían aceptar su suerte con más tranquilidad. Mirando a su alrededor, esperaban su turno en la subasta. Pero no ignoraban que al menor murmullo recibirían el castigo de violentos latigazos o de ser sujetados fuertemente a pesadas cadenas».
[2069]
El muy reverendo Provicario Apostólico puso en orden los asuntos en Jartum y se fue en el Stella Mattutina por el Nilo Blanco con los reverendos Padres Mozgan, Dociak y Trabant. En este viaje todos sufrieron mucho con las fiebres; pero al Provicario le afectaron de tal modo que hubo que administrarle los últimos Sacramentos. Después de muchas fatigas y padecimientos llegó por segunda vez al territorio de los Bari, el 3 de enero de 1853. Allí encontró a D. Angel Vinco enfermo de una insolación y de una violenta fiebre que degeneró en tifoidea.
El laborioso apostolado de este valiente misionero se revelaría corto unos días después, cuando asistido en los últimos momentos por su venerable Superior, que le administró todos los sacramentos de los moribundos, entregó el alma a su Creador, en Mardiuk, en la tribu de los Bari: era el primer apóstol y mártir de la Fe y de la civilización cristiana en el Nilo Blanco. El nombre de D. Angel Vinco se venera todavía entre los pueblos Chir, Beri y Bari, que en ciertas ocasiones le dedican cantos en su lengua, los cuales se han hecho populares en el Nilo Blanco más allá de los 7° de latitud Norte.
[2070]
En Gondokoro (4°40´ lat. N. y 37°47´ long. Este del merid. de París) el Dr. Knoblecher pensó comprar un terreno para una casa con jardín. Algunos ricos propietarios le hicieron ofertas, y sobre todo un viejo llamado Lutweri se ofreció a venderle una parte considerable de su propiedad. El negocio fue discutido en presencia de muchos jefes, entre los que se encontraba Niguila, el célebre jefe de los Beri. Esta es una tribu muy guerrera establecida al sudesde de Gondokoro.
A tal fin el Provicario mandó instalar la tienda que unos piadosos benefactores de Europa le habían regalado para similares circunstancias, y dio a cada jefe una larga túnica azul con un tarbusc (fez rojo) para la cabeza. Luego, él se puso un traje blanco, y llevando en la mano una lanza en forma de cruz, signo de nuestra Redención (5), en vez de una lanza o espada homicida, fue a reunirse con un nutrido grupo de jefes, con los que entró en la tienda, donde todos se sentaron. En un determinado momento, uno de ellos se levantó para pronunciar una alocución, a la que siguió y otra y otra, hasta que todos hablaron.
[2071]
Sus discursos giraban sobre este punto: «El extranjero debe comprar para sí y para sus hermanos un terreno en el que plantar árboles y enseñar a los niños; y como estos señores no tienen nada en común con los ladrones y asesinos extranjeros, para que nadie moleste a sus hermanos en el disfrute de su terreno, los jefes se obligan a vigilarlo. Cuando todos hubieron hablado, el Provicario, con ayuda de su intérprete, les dirigió un discurso sobre su misión divina. Todos los jefes se pusieron en pie para mostrar su aprobación, habiendo quedado muy satisfechos, y le expresaron que les habían convencido sus palabras, y que tenían mucha confianza en él. Por su parte el Provicario les aseguró que él y sus hermanos se dedicarían con todas sus fuerzas a su misión, en beneficio de aquella zona, así como de todas sus gentes.
Entonces el jefe Niguila se levantó por segunda vez para hablar a la reunión, diciendo que sólo aquellos que estaban cerca de la Misión debían proteger a los Misioneros contra las ofensas y los ataques del enemigo, y que los que vivían más lejos sólo de vez en cuando visitarían la casa y el jardín de la Misión.
[2072]
La asamblea se dio por terminada y el terreno se consideró propiedad de la Misión. Pero no sin dificultad se logró determinar los límites. Hecho esto, el Provicario llamó al vendedor, el cual, acompañado de los jefes, lo siguió hasta el Stella Mattutina, llevando media calabaza vacía y seca que, con gran satisfacción suya, el Provicario le llenó hasta los bordes de abalorios de diversas calidades. El contrato de venta, redactado en lengua Bari, fue leído a los jefes, cada uno de los cuales tomó con gran respeto entre sus dedos la pluma del Provicario y marcó con ella una cruz junto a su nombre. Knoblecher repartió entre ellos cuentas de vidrio, y todos se marcharon tan contentos.
[2073]
Comprado el terreno, hubo que pensar en construir una capilla para el servicio de Dios, una vivienda para los misioneros y un huerto para las necesidades de la Misión. Pero faltaban obreros capaces de ejecutar los trabajos. Llenos de ganas de sacrificarse por estos pueblos, el Provicario y sus misioneros estaban abiertos a todo y a todos, por lo que se pusieron a la obra con ánimo heroico. Debemos tener presente que, como necesitaban ejercer una gran influencia entre los Bari y en las tribus vecinas, les era imprescindible contar con una sede estable donde pudiesen aprender las diversas lenguas para poder cumplir mejor con los deberes de su vocación, instruyendo a la juventud y enseñando oficios a un pueblo hasta entonces primitivo. Por ello se habían preguntado: «¿Dónde encontrar (aun disponiendo de materiales suficientes) albañiles, cerrajeros, labradores, carpinteros, herreros, etc. para los trabajos?»
[2074]
Los misioneros debían proveer a todo esto si querían conseguir un lugar permanente en estas regiones donde los pobres negros con un poco de paja y barro se construyen hoy sus cabañas, que al día siguiente, a causa de un poco de lluvia caída por la noche, se verán obligados a reconstruir. Gran desasosiego debían de sentir allí los misioneros cuando al volver los ojos descubrían tantas cabezas y manos incapaces de ejecutar su obra. Así, se vieron forzados a recurrir a sus propios medios, y todos los conocimientos técnicos que habían adquirido en sus ratos libres, durante los recreos en el colegio, les sirvieron en este momento.
Después de la santa Misa se agarra, por amor de Dios, ya la paleta, ya el cubo, ya el hacha; mientras uno empuñando una hachuela, otro un martillo, otro una azada, otro una pala, etc. mostraban a los que los rodeaban la manera de hacer estos nuevos trabajos y los animaban a imitarlos. De este modo, con el sudor en la frente, se consiguió el prodigio de levantar entre aquella gente una casa para mayor gloria de Dios. Y la obra prosperó admirablemente, porque dos años después, cuando el Provicario regresó a Gondokoro, ofreció de esta estación los siguientes datos: (6)
[2075]
«En medio del territorio de la orgullosa tribu de los Bari, allí donde las orillas del misterioso río se elevan a una altura como no se ve en ninguna otra parte de su recorrido, se halla un grupo de construcciones que contrasta sorprendentemente con todos los poblados indígenas. Desde la parte norte y desde la del río se ve ya de lejos, sobre una suave loma, un casa cuadrada, mientras que las viviendas de los indígenas, en su tipo más genuino, son redondas con un techo en forma de cono. Desde la parte oeste, hacia el río y hacia el sur, se ofrece a la mirada una gran avenida de árboles y de plantas que no se encuentran en ninguna parte del país, y que han sido traídas de una región muy lejana. En medio de esta extensión de terreno se alzan sobre espolones pequeños fuertes construidos con madera de árboles de una altura considerable, con los cuales se hacen también mástiles para las embarcaciones del Nilo.
[2076]
»Hoy, la parte más alta está rematada con una Cruz metálica, que brilla desde lejos al salir y al ponerse el sol y anuncia a los africanos próximos al Ecuador la llegada de la salvación y de la Redención. A los pies de la cruz ondea de vez en cuando una banderola blanca con una estrella azul que anuncia a las gentes de los alrededores las fiestas de Nuestro Señor y las de la Santa Virgen que celebra la Iglesia católica.
»Este es el aspecto que presenta desde el exterior N. S. de Gondokoro, en el Nilo Blanco, para cuya construcción y decoración nuestros queridos hermanos de Europa han aportado lo necesario».
[2077]
Dejando como Superior de la Estación de Gondokoro al Rvdo. P. Bartolomé Mozgan, Knoblecher, acompañado del príncipe de los Beri, Niguila, regresó a Jartum, donde tenía que prepararse para ir a Egipto a hacer unas compras considerables, y a esperar a los nuevos mensajeros de la Fe cuya llegada le había sido anunciada hacía poco, y cuyos nombres eran éstos:
1.o Lucas Jeram, 2.o José Lap.....de la Carnia
3.o José Gostner, 4.o Luis Haller...del Tirol
5.o Ignacio Kohl,....................... de la Baja Austria
[En el margen derecho aparece escrito:] Había también un excelente laico de Viena, Martín Hansal, maestro y excelente músico.
[2078]
Al comienzo de septiembre de 1853 llegaron a Alejandría, donde los esperaba el Provicario Apostólico. El jefe de los Beri, como hemos dicho, había acompañado a Knoblecher en su largo viaje por los 27° de lat. N. El señor Gostner escribía así desde Alejandría al ilustre profesor Mitterrutzner acerca de su encuentro con Knoblecher y su principesco acompañante Niguila, que llevaba todavía el nombre de Muga: «Por fin apareció en persona el venerable Provicario entre los árabes, turcos, judíos, griegos, etc., y daba órdenes hacia todas partes, no sé en cuántas lenguas. Todos tenían un gran respeto a Abuna Solimán. Cuando llegamos al Hotel del Norte los otros fueron a cenar, pero a mí me llevó Knoblecher al convento de los RR. PP. Franciscanos, donde él recibió generosa hospitalidad, y allí cenamos. Luego, el Provicario llamó a Muga, y como un relámpago el príncipe de los Beri salió corriendo desde el bloque de piedra donde se había echado y se presentó ante mí. Me tendió la mano y me saludó cordialmente, diciéndome: “¿Cómo está?”. A mi respuesta contestó: “Bien”.
[2079]
»Sólo se expresa en su lengua, que nadie conoce, salvo Knoblecher, quien, como parece, habla correctamente con el jefe de los Beri. Este tiene veinticinco años y mide seis pies (Knoblecher dice que es uno de los más bajos de su raza); es delgado y flexible, y negro como el carbón.. En sus movimientos y en su porte hay espontaneidad, pero no desconsideración. No se acomoda a permanecer en su habitación, quiere libertad de movimientos y estar al aire libre. Lleva al cuello una masa de collares de cuentas de vidrio de diferentes tamaños y colores, y en las manos y en los pies cantidad de brazaletes y anillos de plata, hierro y marfil. Son su alegría y su placer. En una mano tiene siempre una varita de madera, y en la otra mano o en el hombro, un bonito y minúsculo taburete de madera, en el que enseguida se sienta cuando llega a un sitio.
»No tiene barba, y en sus cabellos, reunidos en lo alto de la cabeza, lleva plumas de avestruz. Aquí llama enormemente la atención... pero los más grandes señores y señoras se interesan mucho por esta Alteza negra... Nosotros vamos a verle a menudo, y él nos estrecha la mano diciendo: “Doto” (¿Cómo está?), y se esfuerza en conseguir que aprendamos a contar hasta diez.
[2080]
»Dice que su gente no quería dejarle ir a tierras de blancos, porque éstos cortan las orejas a los negros y hasta se los comen... El comandante de la fragata austríaca Bellona invitó al Provicario y a Su Alteza negra a cenar a bordo. El buen príncipe no terminaba de asombrarse por las cosas que veía en el barco. Y encontrándose todavía a la mesa cenando, su buen corazón lo llevó al extremo de tomar el vaso del comandante y ofrecérselo a éste para que derramase agua en su mano, con la cual lo roció... y lo hizo rey a la manera de los Beri...»
Cuando el Provicario se alejó de la fragata Bellona, trece cañonazos anunciaron a la ciudad de Alejandría cuánto se estimaba y veneraba al jefe de la Misión de Africa Central. El señor Chaevalier Huber, cónsul general de Austria, y muchos otros señores, acudieron el 17 de septiembre a despedir a los misioneros.
[2081]
Entonces Muga, con aire regio, se plantó en medio de la reunión y dijo (el Dr. Knoblecher hacía de intérprete): «Los Europeos podrán visitar siempre nuestro país; los árabes, por el contrario, deben quedarse fuera, porque ellos vienen sólo a incendiar, matar, saquear y hacer la revolución». Y al Dr. Kerschbaumer, profesor en S. Pölten, que debía regresar a Austria, Muga le encargó que saludase de su parte y presentase sus respetos a todos los amigos de su Padre Abuna Solimán, el Provicario Apostólico.
[2082]
En Alejandría y en El Cairo, el Dr. Knoblecher compró abundantes provisiones e hizo algunas adquisiciones importantes para las Estaciones de Jartum y Gondokoro. Al principio de octubre, la gran expedición abandonó la capital de Egipto para remontar el Nilo. Llegados al Trópico de Cáncer, levantaron sus tiendas frente a la isla de Filé, mientras en Korosko se preparaban setecientos camellos para cruzar el Atmur hasta Berber.
[2083]
Fue en Korosko donde dos misioneros educados en el Instituto Mazza de Verona se unieron a esta caravana. Eran el R. P. Juan Beltrame, de Valeggio (diócesis de Verona) y el R. P. Antonio Castagnaro, de Montebello (Vicenza). Don Nicolás Mazza, continuando su noble intento de acudir en ayuda de los pobres negros, había hecho muchos preparativos para realizar su proyecto. En su Instituto masculino había sacerdotes ya dispuestos para la Misión, que se ocupaban de educar a jóvenes negros con el fin de prepararlos para la santa empresa.
En su Instituto femenino había piadosas y buenas maestras que sabían muchas lenguas, y perfectamente el árabe, y que se ocupaban de educar jóvenes negras con objeto de formarlas para el apostolado de la Nigricia. Viendo que todos esfuerzos prometían buenos resultados para el futuro, él creyó llegado el momento oportuno de someter su plan a la S. C. de Propaganda para obtener la autorización de llevarlo a cabo. Fue su antiguo discípulo Mons. Besi, Obispo de Canopo y ex Administrador Apostólico de Nankín, en China, el personaje al que encargó de presentar en Roma su proyecto.
[2084]
Su Eminencia el Card. Fransoni, Prefecto de Propaganda, contestó que era preciso dirigirse al jefe de la Misión de Africa Central para concretar las bases de su acción católica y determinar el lugar en el que convenía establecer su obra, y que la S. Congregación intervendría para emitir la decisión final sobre asunto. Entonces D. Nicolás Mazza envió a Jartum dos de sus más dignos sacerdotes para tratar de la nueva empresa: D. Juan Beltrame, de Valeggio, en la diódesis de Verona, y D. Antonio Castagnaro, de Montebello, en Vicenza. Knoblecher los recibió en Korosko con mucha benevolencia y les expresó su gran satisfacción en concederles cuanto pedían, pero también su deseo de que se quedasen algún tiempo en Jartum, hasta su regreso de Gondokoro, después de lo cual serían establecidas las bases de la Obra del Instituto Mazza.
[2085]
Cuando llegó a Jartum la noticia de que la gran caravana había entrado en el desierto del Atmur, el R. P. Milharcic, con el Stella Mattutina y otras embarcaciones, se trasladó a Berber para recibir a los misioneros y transportar todas las cosas compradas en Egipto.
[2086]
La Cruz de Jesucristo nunca está separada de las obras de Dios. A media hora de Berber, Milharcic terminó con una santa muerte su corta pero laboriosa carrera. La caravana, a su llegada a Jartum el 29 de diciembre, encontró agonizante a Kociiancic, que fue enterrado en el jardín de la Misión cerca del Padre Ryllo. En los primeros días de febrero del año siguiente, D. Castagnaro cayó enfermo de disentería. Era un alma pura y cándida que desde hacía mucho tiempo deseaba sacrificarse y morir por la salvación de las almas. Cuando el sacerdote le llevó el Pan de los Ángeles en sus últimos momentos, al llegar a la puerta de la cabaña tuvo que detenerse porque el moribundo, reuniendo todas las fuerzas de su espíritu, se levantó y dirigió unas tiernas palabras a Jesucristo, con un amor y un deseo de morir por El que todos quedaron conmovidos y lloraron mucho. Le consagró todo su deseo de salvar las almas, le ofreció toda su vida, y murió víctima de su amor el 6 de febrero, en Jartum, después de haber recibido todos los Sacramentos de la Iglesia y todos los consuelos de los moribundos.
[2087]
Después de encargar la dirección de la escuela al. P. Haller y de nombrar al P. José Gostner Superior de la Estación de Jartum y Vicario General suyo, el Provicario, acompañado del Sr. Kohl, se dirigió a Gondokoro, donde se enteró de que también los Padres Doviak y Trabant habían pasado a mejor vida.
Aunque Knoblecher resultó muy afectado por estos terribles golpes, en su generosidad no cedió al desaliento. Su espíritu, que no vivía sino de Dios, con la fe lo sostuvo en las circunstancias más espantosas. Había puesto toda su confianza en Dios, siguiendo la enseñanza del Espíritu Santo: iacta curam tuam in Domino et ipse te enutriet.
[2088]
Días después de su llegada al país de los Bari se produjo un incidente que habría podido tener las más funestas consecuencias para la Misión de Gondokoro; pero, contra las suposiciones de sus enemigos, redundó en su beneficio. El Provicario, como los misioneros, cumplía con su deber respecto a los católicos europeos que, olvidando los principios de la Fe y de la moral cristiana, andaban descarriados. Sobre todo cuando estos miserables se mostraban crueles de mil maneras con los pobres negros, los misioneros protegían la inocencia y la justicia ante el gobierno turco de Sudán, que, instruido por la elocuencia de los hechos y por la conducta de los misioneros, depositaba gran estima y confianza en el Provicario y en la Misión.
Por ello algunos de esos europeos malvados veían con malos ojos a los misioneros, porque su presencia era un reproche continuo y una reprobación de su conducta. Los negros habían aprendido a distinguir bien entre los misioneros y los otros blancos, porque veían que la Misión, en vez de matar a los pobres negros y de robar a sus hijos e hijas y sus vacas, enjugaba siempre sus lágrimas, curaba a sus enfermos y les enseñaba la moralidad, la justicia y el camino del cielo. Por eso, en el incidente que voy a contar, ellos comprendieron bien que la Misión estaba muy lejos de lo que la más sutil malicia y perfidia quería atribuirle. Dios siempre ha protegido la justicia.
[2089]
Entre los cuarenta barcos que bajo diferentes banderas iban y venían por el Nilo Blanco para practicar el comercio del marfil y la ignominiosa trata de negros, se encontraban en las proximidades de Gondokoro tres embarcaciones pertenecientes al cónsul de Cerdeña en Jartum, llamado Sr. Vauday. Aunque estaba en buenas relaciones con los Bari, declaró abiertamente que esperaba la ocasión para hacerles la guerra, y que quería darles una buena lección incluso antes de su marcha. Decía que tenía todo lo necesario: armas, pólvora y hombres más que suficientes. Todo esto se lo comunicó al Provicario la noche misma de su llegada (4 de abril de 1854).
Knoblecher le recomendó que fuera prudente, pero el otro rechazó el consejo con risa burlona. El 5 de abril, hacia el atardecer, uno de los barcos del señor Vauday fondeó entre el Stella Mattutina y el jardín de la Misión. Parece que se intentaba comprometer a ésta y dar a entender a los negros que la Misión participaba en la guerra que se les quería hacer.
[2090]
El cónsul mismo echó el ancla más abajo, cerca de Libo. Un joven turco, agente del cónsul, subió a bordo del barco de la Misión y se puso a lamentarse amargamente de los fracasos del comercio entre los Bari. Entrada la noche, el barco dejó la orilla. En ese mismo momento, dos carabinas bien cargadas dispararon contra los indígenas, que estaban desarmados. Con ellos se encontraban, por casualidad, unos marineros de la misión que habían ido a comprar carne. Dos muchachos negros cayeron. Gruesas balas de carabina rozaron la borda del Stella Mattutina. El cocinero, que se encontraba junto al fogón, fue herido en un ojo y cayó desvanecido al suelo. De los muchachos, uno estaba muerto y el otro gemía sobre su sangre. De pronto, los indígenas empezaron a acudir de todas partes corriendo como centellas; pero ya los del barco remaban con todas sus fuerzas hacia Libo.
Luego se supo que la Misión era una espina para Vauday, el cual había echado la culpa de sus propias fechorías a los misioneros. Ahora se trataba de buscar venganza por este comportamiento inaudito, de incitar a los indígenas contra la Misión, haciéndoles creer que era ésta la que les hacía la guerra. Pero los comerciantes que habían vuelto a Jartum acusaban al Provicario de haberles echado a perder todo el negocio regalando cuentas de vidrio a los negros...
[2091]
Lejos, en las tierras de los Bari, se oían los tambores de guerra. Los negros acudían de todas direcciones lanzando gritos terribles y agitando sus lanzas y sus flechas. Los misioneros esperaban con impaciencia que se calmasen los ánimos. Los marineros de la Misión querían prepararse para la resistencia, pero el Dr. Knoblecher les prohibió cargar los fusiles y ordenó a todos que subieran al barco; sólo si lo veían caer, ellos debían remar hasta el medio del río y abstenerse de buscar venganza. Por suerte para los misioneros, el barco del cónsul de Cerdeña, con el fuego continuo, había atraído a los negros enfurecidos. Ellos lo siguieron tan velozmente que al cabo de pocos minutos ya no se veían sus movimientos, ni siquiera con el catalejo: sólo se sentía en la lejanía un sordo ruido de disparos.
[2092]
Antes de que el sol se pusiera, el rumor se redobló y pareció alejarse de la orilla. Los Misioneros comprendieron que la batalla era muy cruenta, porque los negros les traían sus heridos, uno tras otro.
Durante la noche se podía ver el fuego en el puente del barco. Pero no era posible saber nada seguro sobre los heridos, por lo cual se mandó a un criado y a un indígena de confianza al campo de negros para obtener noticias. Los dejaron entrar sólo cuando se dieron cuenta de que pertenecían a la Misión. Mientras, un marinero del señor Vauday se acercó nadando al Stella Mattutina desde las islas cercanas y rogó al piloto que le consiguiese protección del Provicario Apostólico.
[2093]
Temblando por el frío y el miedo, contó de este modo lo que había pasado: «Cuando Vauday oyó los disparos, viendo casi al mismo tiempo a los negros correr en bandada, no esperó la llegada de este barco que se apresuraba a partir, y que fácilmente habría podido fondear en una parte del río adonde no pudieran llegar las flechas, sino que tomó un fusil de dos cañones, obligó a los criados que estaban a su lado a hacer lo mismo y corrió contra la multitud armada de lanzas y flechas.
»Sin pensar en una retirada, Vauday se lanzó con su gente contra los negros y, aunque él tenía mejores armas, fue derrotado con sus compañeros, porque los otros eran más numerosos».
Todo lo que pertenecía al Stella Mattutina se dejó disponible para curar a los heridos y a los enfermos. Estando éstos en la casa de la Misión, sus parientes se presentaron en gran número y los cuidaron con tierno afecto.
Como las atenciones y el sacrificio de los misioneros no podían escapar a los ojos de los indígenas, su confianza aumentó de día en día, hasta el punto de que Knoblecher, refiriéndose a este miserable negociante de Cerdeña, podía adaptar las palabras de la Escritura: «Vosotros pensasteis hacerme un mal, pero Dios lo ha convertido en bien» (Gn 50,20).
[2094]
La gran estima de que gozaban Knoblecher y la Misión hizo que diversos jefes de la zona ecuatorial (sobre todo después de los últimos acontecimientos, en que los misioneros ejercieron una gran caridad) invitaran al Provicario a establecerse en sus tierras. Por esta circunstancia, después de haber confiado la Estación de Gondokoro al Sr. Kohl, el Provicario emprendió una exploración por las numerosas cataratas al sur de Garbo, Gumba y Takiman, entre aquellas numerosas tribus.
Kohl se sintió muy feliz en su situación de repartir su actividad sin límites en el cuidado de los heridos, en la enseñanza de los niños y en su perfeccionamiento de la lengua de los Bari, y en poco tiempo se ganó el cariño de todos. Pero visitando a un pobre enfermo que vivía a gran distancia, cuando más calentaba el sol, se buscó una grave enfermedad, la cual tomó un sesgo tan peligroso que, a su regreso, Knoblecher se vio obligado a administrarle los Sacramentos de los moribundos. El soportó durante cuatro días los más grandes dolores con la paciencia de un mártir. El 12 de junio entregó el alma al Creador.
[2095]
Esta grave pérdida aumentó las fatigas del Provicario, que se vio en la necesidad de emplearse todavía con más intensidad en la instrucción de los jóvenes para acelerarla lo más posible y poder administrar, antes de su marcha a Jartum, el santo Bautismo a los más preparados, que lo pedían con ardiente deseo. Entre ellos se encontraba también el viejo Lutweri, anterior propietario de los terrenos de la Misión. El viejo había compartido todos los días la instrucción y las oraciones de los niños. La gracia le fue concedida.
La Estación de Gondokoro estaba sin personal porque el P. Bartolomé Mozgan hacía algún tiempo que había abandonado a los Bari para bajar el río y fundar la nueva Estación de Santa Cruz en la tribu de los Kich, entre los grados 6 y 7 de lat. N.
[2096]
El 14 de junio, después de entregar las llaves de la casa al buen Lutweri y de encargarle también de la administración hasta su regreso, el Provicario volvió a Jartum. Allí los misioneros lo recibieron con grandes muestras de alegría, porque habían sufrido mucho con la falsa noticia que les había llegado de que tiempo atrás se lo habían comido los negros.
[2097]
Fue por esta época cuando el Dr. Knoblecher pensó construir en la capital de Sudán una gran casa para la Misión con una iglesia, que respondiera a los fines para los que los miembros del Comité de Marienverein habían entregado abundantes donativos. El Revdo. P. Gostner, Vicario General, desde la muerte del buen Kociiancic mantenía intensa relación con su ilustre Presidente para la realización de esta obra, que en 1859 costaba más de 500.000 francos.
[2098]
El año 1854 se preparó una nueva expedición, compuesta por los siguientes Misioneros:
El Revdo. P. Mateo Kirchner ..... de Bamberg, en Baviera
"....."......." .Antonio Überbacher
"....."......." .Francisco Reiner
............................................de la diócesis de Bressanone, en el Tirol
A los que se unieron, como trabajadores laicos:
El Sr. Leonardo Koch, arquitecto
" . " . Andrés Ladner
" . " . Antonio Gostner (hermano del Vic. G.)
" . " . Juan Kirchmair
" . " . José Albinger, de Voralberg
.................................................del Tirol
[2099]
El 25 de octubre llegaron a Jartum. Como Haller estaba afectado por las fiebres desde el 10 de junio de 1854, el P. Kirchner se puso al frente de la escuela de la Misión. Los Padres Überbacher y Reiner estaban destinados a la tribu de los Bari. El último murió poco antes de la partida, por lo cual el Provicario llevó consigo al Sr. Daminger, un excelente laico, que rindió muchos servicios a la Misión.
[2100]
El 11 de abril de 1855 el Stella Mattutina echó el ancla a media hora de distancia de Gondokoro. Los nativos acudieron en masa y gritaron llenos de alegría: «¡Nuestro barco llega! ¡El barco de los Bari viene por el río!» Después se oyó por todas partes: «¡Muga! ¡Muga!» Este se puso su traje rojo de Alejandría. ¡Es inenarrable la emoción que invadió al Provicario al ver que ya desde lejos de las orillas la multitud lo acompañaba con cánticos de alegría! Los muchachos y los niños batían las palmas y todos cantaban: «Nuestro Padre llega, nuestro padre nos quiere... no nos ha olvidado».
Cuando el Provicario hubo bajado a tierra, todos, grandes y pequeños, quisieron presentarse personalmente a él, besarle la mano y expresarle al menos con algunas palabras su alegría por el feliz regreso.
[2101]
Entonces el Dr. Knoblecher se enteró de las falsas noticias que los barcos de los traficantes habían difundido entre los Bari: que él había muerto o estaba enfermo, que había dejado Jartum para volver a Europa, que ya no quería a los Bari y no deseaba regresar más a su lado. Cuanto mayor era la sorpresa, tanto más intensa era la alegría de todos por su inesperada reaparición. Fue muy interesante la larga conversación que el jefe Muga tuvo con la multitud y con los numerosos jefes que le rodeaban. Les contó con gran entusiasmo las maravillas que había visto en tierras de los blancos.
La gente, acurrucada a su alrededor, aguzaba el oído con extraordinaria avidez para escuchar lo que él había visto con sus propios ojos.
[2102]
Con una elocuencia llena de entusiasmo les contó lo que le había causado más impresión. Les habló de los inmensos poblados (El Cairo y Alejandría), cuyos habitantes son tan numerosos como las aves al emigrar en la época de las lluvias; de las casas como montañas, todas hechas por las manos del hombre; del mar con sus inmensas barcas que se elevan hasta las nubes. Les habló asimismo de las costumbres y usos de las naciones extranjeras, explicándoles que hay en ellas hombres muy ricos y muy importantes, como sultanes; que hay cantidad de jefes y de reyes, y que vio a un jefe muy poderoso, el cual es el jefe de esos jefes y el rey de esos reyes (el virrey de Egipto)...
La multitud gritaba toda maravillada: ¡hha, hha! Luego les contó la benévola acogida que recibió; cómo los Misioneros eran muy venerados por los jefes y reyes; cómo tenían casas inmensas que son eternas, porque nunca se destruyen, y ni las lluvias ni las lanzas y flechas pueden hacerlas caer. Finalmente comentó la suerte de los niños Bari, que eran educados en una gran casa en Jartum, y se criaban y aprendían como los blancos, etc. etc. Niguila los tuvo así entretenidos varias horas de la noche. Todos quedaron encantados.
Por la mañana, el Revdo. P. Überbacher bajó del Stella Mattutina, montó en un mulo, y en compañía de niños que cantaban el Laudate Dominum, etcétera, y de las pequeñas catecúmenas, se dirigió hacia la capilla.
Al mediodía del 12 de abril llegó también el Provicario, con el Stella Mattutina atestado de gente. Hombres, mujeres, chicos y chicas, niños; todos, mayores y pequeños, habían seguido el barco por las orillas del río. Aquellos lugares parecían renacer a una nueva vida.
[2103]
El Dr. Knoblecher encontró el país de los Bari sumido en la escasez. La lluvia había destruido y estropeado todo. Los pobres eran felices cuando encontraban en el campo hierbas silvestres y raíces con las que saciar el hambre. La Misión hizo cuando pudo en aquellas circunstancias. El Provicario, que tenía dos barcas de durrah (sorgo) trajo el contento a una gran cantidad de pobres. Aparte de éstos, entre los que se hacía la distribución fuera, había siempre otros que comían una vez al día en la Misión.
Los niños se presentaban en la puerta y gritaban: «¡Padre, tenemos hambre!» Y se marchaban llenos de alegría después de haber comido.
[2104]
Desplegando una actividad extraordinaria, el Provicario se puso a preparar a los catecúmenos y a los neófitos. Demostró todo su saber de la lengua del país, al traducir a la misma el Padrenuestro, el Avemaría, el Credo y las oraciones más comunes de los católicos. Überbacher enseñaba a los pequeños, y el Provicario a los Adultos. Al cabo de varios meses, el Dr. Knoblecher pudo bautizar a muchos Bari, y dio la Santa Comunión, el Pan de los Ángeles, a treinta y un cristianos.
Entre los bautizados se encontraba el niño de siete años (llamado Logwit) del antiguo propietario del terreno de la Misión, Lutweri, que recibió el nombre de Francisco Javier y fue ocho años después al Tirol, donde después de haber ayudado al ilustre profesor Mitterrutzner en la lengua bari, murió como un ángel en Bressanone. El Provicario marchó más tarde a Jartum, después de haber confiado la Misión al Revdo. P. Überbacher, que continuó solo, como un verdadero apóstol, la obra tan santa, pero llena de espinas, entre los pueblos de la tribu de los Bari.
[2105]
Mientras D. Beltrame estaba en Jartum ayudando en la Misión, buscó información sobre las diversas tribus de los negros, con vistas a elegir luego un lugar conveniente para la obra de D. Nicolás Mazza de Verona. Le hablaron mucho de las tribus de los Barta y de los Berta, establecidos al oeste del Nilo Azul, entre los grados 10 y 13 de latitud Norte, entre los Gallas y la península del Sennar; por lo cual decidió ponerse en contacto al respecto con el Provicario Apostólico, en la idea de que esos lugares pudieran ser adecuados para una Misión segura, estando entre el Nilo Blanco y el Vicariato Apostólico de los Gallas. El Provicario accedió a la petición de D. Beltrame, que hizo los preparativos necesarios para emprender una exploración por los territorios de los negros situados al sudeste del Nilo Azul.
[2106]
El Dr. Penay, médico jefe de Sudán, había ido allí y visitado esos territorios, como también lo habían hecho muchos agentes civiles y militares del gobierno egipcio, sobre todo para buscar el polvo de oro, abundante en el país. Igualmente el ilustre alemán Russegger se había adentrado en aquellas tierras, y realizado una descripción bastante exacta de las mismas y de lo más interesante que había en ellas, como se puede ver en sus buenos volúmenes, escritos con mucho cuidado. También había llevado a cabo este viaje uno de los más animosos y fervientes Obispos misioneros de nuestro siglo: Mons. Guillermo Massaia, Obispo de Cassia y Vicario Apostólico de los Gallas, cuya historia es demasiado poco conocida en Europa, pero puede ser parangonada con toda verdad (en lo que respecta a su enorme labor apostólica) a la historia de los Apóstoles y Mártires de la Iglesia de los primeros siglos.
[2107]
Una terrible persecución en Abisinia, instigada por el obispo copto herético Abba Selama, forzó a Mons. Jacobis y a Massaia a abandonar el país, en el momento en que Mons. Massaia intentaba penetrar en su Vicariato por la parte de Gondar a fin de eludir las asechanzas e intrigas de Abba Selama, el patriarca herético. Entonces concibió el proyecto llegar a su Misión por la parte ruta de Nubia y del Fazogl.
Bajo el nombre de Khauaïa Gerghes Bartorelli (apellido de la familia de su madre) visitó todos los santuarios heréticos de los coptos cismáticos de Egipto, en los que se enteró de todos los intentos que sus enemigos realizaban contra él, sin que se dieran cuenta. Como su nombre era conocido en el Nilo Azul, donde los abisinios comerciaban con cera, café y sal, el santo Prelado se disfrazó de árabe pobre, y con valor heroico, ya haciéndose pasar por pequeño comerciante al detalle de azúcar, de pimienta o de otras especias, ya caminando a pie en breves jornadas, ya mezclándose con los mendigos, en ocho meses, sin ayuda de nadie, consiguió penetrar por Rosseres y Fadassi en su Misión, después de haber tenido una larga entrevista en el Nilo Azul con Abuna Daoud (que luego fue patriarca de los coptos heréticos), el cual venía de predicar en Abisinia contra los Vicarios Apostólicos de Abisinia y de los Gallas.
Pero el digno Prelado no encontró conveniente este camino para ir al país de los Gallas porque presentaba demasiadas dificultades y peligros.
[2108]
Acompañado del Sr. Francisco Mustafá, convertido del islamismo y bautizado en Milán, D. Beltrame salió de Jartum en una embarcación del Dr. Penay el 4 de diciembre de 1854, y, por la ruta de Wad-Medineh, Sennar, Rosseres y Fazogl, tocando el extremo oriental del territorio de los Barta y de los Berta, llegó después de muchas penas y fatigas a Benichangol, en tierras de los Changallas, cerca de Fadassi y al oeste del Nilo Azul. Pero como las comunicaciones entre estos lugares y Jartum eran muy difíciles, no consideró prudente fundar allí la primera casa de una obra tal como debía ser la de D. Nicolás Mazza. Por ello D. Beltrame volvió a Jartum con el proyecto de buscar otro sitio en el Nilo Blanco.
Fue entonces cuando el Provicario manifestó el deseo de conceder al Instituto de Verona un lugar en las tribus de los Denka. Mas, como hacían falta misioneros para esta empresa, Beltrame regresó a Verona en busca de nuevos mensajeros de la Fe, después de haber acordado con el Provicario lo que se contiene en el siguiente documento:
Vicariato Apostólico de Africa Central
N. 10.o
[2109]
Encargados por el Vicario de Cristo de evangelizar a los pueblos infieles de Africa Central, y deseando por tanto, en lo que a nosotros respecta, que sea efectuada lo antes posible la difusión de nuestra santa Religión, concedemos con sumo placer al Rmo. Sr. D. Nicolás Mazza, fundador de una Congregación de Caridad existente en Verona, representado por el Rdo. Sr. D. Juan Beltrame, miembro de la misma Congregación, y enviado a tratar dicho asunto, lo que a continuación se expresa:
1.o Abrir en nuestra Misión un Instituto para la educación cristiana de los pobres infieles, entre aquella tribu pagana y en aquel lugar que los Sacerdotes exploradores enviados a este fin por el Superior de dicho Instituto de Verona elijan a su gusto con preferencia.
[2110]
2.o Teniendo interés este nuevo Instituto, según la expresa voluntad del fundador, en mantenerse con los propios medios comunes a ambos Institutos, esto es, el ya existente en Verona y el que se abriría en nuestro Vicariato, concedemos a los Sacerdotes de la Congregación mencionada la dirección administrativa del mismo Instituto.
3.o Nos reservamos, no obstante, como es nuestro deber, los derechos garantizados por los S. Cánones a los Vicarios Apostólicos en sus Misiones.
[2111]
4.o Por otra parte, para facilitar la necesaria comunicación tanto con el Superior del Vicariato como con Europa y promover de modo conveniente el mayor bien posible de los misioneros, sería nuestro deseo que, desde el principio, residiese un Sacerdote en la Estación principal de Jartum, donde, viviendo en la casa de la Misión, además de hacer de Procurador de su propia Misión, encontraría ocupaciones adecuadas y bastantes, según las órdenes del Vicario o Superior de la Estación.
Mientras, pasamos a someter lo hasta aquí expuesto a la S. Congregación de Propaganda Fide para su oportuna ratificación.
En fe de lo cual extendemos este Documento provisto de nuestra firma y del sello de este Vicariato Aplico.
Dado en nuestra actual Residencia de Jartum, a 3 de agosto de 1855
Firmado: Dr. Ignacio Knoblecher
Provicario Aplico.
[2112]
En tanto que el Provicario se encontraba en el Nilo Blanco, un nutrido grupo de Misioneros viajaba en un vapor del Lloyd por el Mediterráneo con rumbo a Egipto. Lo componían cuatro sacerdotes, un maestro y nueve obreros, todos del Tirol. Ardían en deseos de sacrificarse por el buen Dios y la salvación de los negros en Africa Central.
Estos son los nombres de los sacerdotes:
1.o Revdo. P. José Staller diócesis de Bressanone
2.o " " Miguel Wurnitsch " " "
3.o " "Francisco Morlang " " "
4.o " " Luis Pircher, de Leifers, en Bolzano, diócesis de Trento.
[2113]
Desgraciadamente uno de ellos, el Rvdo. Padre Staller, fue obligado a volver a Europa por recomendación de los médicos, a causa de una grave enfermedad. Otro, el Revdo. Padre Wurnitsch, murió unas horas después de salir de Korosko, en el desierto, sobre la arena, y fue enterrado en el comienzo del desierto de Korosko. Los demás llegaron felizmente a Jartum. Morlang fue enviado a tierras de los Bari, y el Revdo. P. Luis Pircher, a las de los Kich, a la Estación de Santa Cruz. Este era un alma pura, un verdadero imitador de San Luis Gonzaga. Murió demasiado pronto, pocos días después de llegar a su destino, en 1856. Los otros, los obreros, fueron destinados a la Estación de Jartum. Había entre ellos verdaderos cristianos que prestaron grandes servicios a la Misión con su buen ejemplo y una infatigable actividad en la construcción de la casa por amor a Dios. Sólo citaremos éstos:
Sr. Fernando Badstuber (ebanista-carpintero), muerto algunos meses después
Sr. Antonio Vallatscher (tejedor, zapatero, soldador)
Sr. Gottilieb Kleinheinz (camarero y cocinero)
Sr. Juan Juen (albañil y cantero)
Sr. Juan Fuchs (zapatero, etc.).
[2114]
Especialmente se distinguía el maestro J. Dorer, sobre el cual el Vicario General, P. Gostner, escribió desde Jartum después de su muerte: «Para nuestros niños, Dorer era un padre prudente, una madre tierna, un sabio maestro; en una palabra, todo en todo. Su carácter moral se puede resumir en esta expresión: un ángel en carne humana».
El Provicario Apostólico también visitó en 1856 los Institutos de Santa Cruz y de los Bari. El primero de junio llegó con el Stella Mattutina a Gondokoro. Los escolares lo saludaron con cantos devotos en la lengua de los Bari, los cuales se han hecho populares en toda la tribu. Allí encontró al P. Überbacher, que había trabajado con una dedicación y un provecho admirables, y que fue feliz de recibir un nuevo compañero, el Sr Morlang.
[2115]
Casi al mismo tiempo el Rmo. P. Gostner, Vicario General, había acompañado a Egipto a ocho alumnos de los mejores y más inteligentes de la escuela de Jartum, los cuales debían ser llevados a Europa para recibir una educación superior. Llegados a Alejandría el primero de septiembre, encontraron al Prof. Mitterrutzner, que conducía un nuevo grupo de misioneros de Alemania.
El 4 del mismo mes el Dr. Mitterrutzner, renunciando con una abnegación admirable a visitar los monumentos y la clásica tierra de Egipto, se volvió a Europa con los mencionados alumnos de Jartum, dos de los cuales, los excelentes Alejandro Dumont y Andrés Scharrif fueron alojados en el Colegio de Propaganda de Roma; de otros dos se hizo cargo el infatigable y santo amigo de la Misión, Lucas Jeram, de Laybach (quien dos veces intentó llegar a Jartum, pero, a causa de terribles enfermedades, la primera vez tuvo que volverse desde El Cairo y la segunda desde Asuán), y cuatro fueron a Verona, al Instituto Mazza. Estos son los nombres de los nuevos misioneros llegados:
Revdo. P. Antonio Kaufmann del Tirol
" " José Lanz " "
" " Lorenzo Gerbl, de Wasserburg, en Baviera
[2116]
Había también cuatro obreros laicos tiroleses. Encontraron en el Vicario General un conductor expeditivo, bajo cuya dirección llegaron a mediados de octubre a Korosko. Allí les surgió una contrariedad inesperada: Su Alteza Real Said Bajá, Virrey de Egipto, hizo un viaje a Sudán, y durante muchos meses todos los camellos quedaron reservados para él y su numeroso séquito, para el viaje a través del desierto. Solamente el 7 de enero de 1857 Gostner pudo dejar Korosko y a mediados de marzo llegó a Jartum.
Los PP. Kaufmann y Lanz recibieron su destino: el primero fue a Gondokoro, el segundo a Santa Cruz. El pío, ferviente y joven misionero Sr. Gerbl se quedó en Jartum. Perteneciente a una familia riquísima, fue el primer fundador en Alemania de la Sociedad de jóvenes estudiantes, que todavía está muy difundida, y que en los lugares donde se constituyó hizo un gran bien, sobre todo en cuanto a preservar a los estudiantes de la Universidad del veneno del racionalismo y hacerles practicar las reglas de nuestra santa religión.
[2117]
A la edad de veinticuatro años llegó el P. Gerbl a Jartum, donde siempre gozó de estupenda salud. El 11 de junio de 1857 celebró Misa en la Iglesia de la Misión, visitó a los enfermos, y al mediodía comió. En el ars (a las tres de la tarde) sufrió un acceso de fiebre muy violenta mientras paseaba por el jardín de Jartum con Francisco Mustafá, discutiendo sobre el modo de educar a la juventud africana. La noche de ese mismo día, el pío Gerbl estaba ya enterrado.
El Dr. Knoblecher acompañó personalmente a Kaufmann y a Lanz con el Stella Mattutina a su lugar de destino. Por entonces se preparaba en Verona la expedición de D. Nicolás Mazza.
Este venerable Fundador, después del regreso de D. Beltrame a Verona, había preparado cinco sacerdotes y un excelente y devoto laico para su empresa. He aquí los nombres:
[2118]
Don Juan Beltrame, de 35 años, de Valeggio diócesis de Verona
Don Francisco Oliboni, profesor de 34 años " " "
de la diócesis de Verona de S. Pietro Incariano " " "
Don Alejandro Dalbosco, de 27 años, de Breonio " " "
Don Angel Melotto, de 29 años, de Lonigo, diócesis de Vicenza
Don Daniel Comboni, de 26 años, de Limone, diócesis de Brescia
Sr. Isidoro Zilli, de 37 años, de Trieste, herrero y mecánico
Todos esperaban desde hacía tiempo la feliz ocasión de abandonar su patria para ir a Africa y morir por Jesucristo. Pero había un terrible obstáculo: la falta de dinero. El Dr. Mitterruztner, a su paso por Verona el 23 de agosto de 1856 para dirigirse a Egipto, sólo se había detenido en el Instituto breves momentos. Pero al volver de Alejandría el 12 de septiembre de ese mismo año con los cuatro alumnos de la escuela de Jartum, de los que hemos hablado, se quedó allí unos días.
En su convivencia durante ese tiempo con los treinta y cuatro sacerdotes que había entonces en el Instituto, se dio cuenta de que muchos de ellos le preguntaban a menudo por la Misión y que ardían en deseos de consagrarse a ella.
[2119]
Sondeó bien el terreno, y no comprendía por qué motivo no marchaban a Africa, puesto que lo deseaban no menos que el ferviente Fundador. En la noche del 14 de septiembre tomó aparte a D. Beltrame para preguntarle sobre la cuestión. Beltrame explicó a su interlocutor cuanto deseaba saber, y declaró que el día en que tuviesen unos pocos medios, todos irían allá. Guardando el secreto, Mitterrutzner regresó al Tirol con el firme propósito de dirigirse al alto Comité de Marienverein, en Viena, para tratar de poner a disposición de D. Nicolás Mazza los medios necesarios para fundar su Obra en Africa Central.
Después de muchas dificultades, tanto por parte del Comité para otorgar la ayuda, como por parte de de D. Nicolás Mazza para aceptarla, la mediación de Mitterrutzner permitió dar por arreglado el asunto a mediados del mes de julio de 1857.
La Sociedad de Viena concedió los medios pecuniarios al Instituto Mazza para que se estableciera en Africa Central, y D. Nicolás Mazza preparó enseguida la expedición.
[2120]
El 3 de septiembre SS. AA. Imperiales Fernando Maximiliano y su nueva esposa, la Archiduquesa Carlota, hija del Rey de Bélgica, que más tarde ascenderían al trono imperial de Méjico, nos honraron con su visita y se entretuvieron con nosotros hora y media, prometiendo venir a Jartum dentro de seis años (así me lo dijo el Archiduque).
El día 5 la expedición salió para Trieste, donde aumentó aún con cuatro píos obreros, y el 15 de septiembre, con el vapor Bombay, llegamos a Alejandría.
Tres del grupo, Melotto, Dalbosco y yo, visitamos Jerusalén y los Santos Lugares. En noviembre abandonamos todos El Cairo y, por el Alto Egipto y el desierto, nos dirigimos a Africa Central. El Dr. Knoblecher acogió a los nuevos Misioneros de Verona con una manifestación de afecto paternal y con toda la alegría de su corazón. Les ordenó establecerse en la Estación de Santa Cruz, en territorio de los Kich, desde donde podían explorar poco a poco las diversas tribus de los negros para elegir el lugar donde fundar la primera casa de su santa empresa.
Como es mi intención preparar un Informe aparte sobre los peligrosos viajes y las fatigas de nuestro apostolado en Africa Central, no salgo al presente del plan que aquí me he trazado de escribir una simple historia abreviada del Vicariato Apostólico de Africa Central. Por eso voy a ceñirme estrictamente al tema de este breve escrito.
[2121]
Habiendo visto el Provicario Apostólico que en 1857 se habían registrado menos muertes en las tres Estaciones que en los años anteriores, y animado por la nueva expedición de Verona, que reforzaba la Misión, decidió emprender un viaje a Europa. Su intención era hablar del Vicariato a Propaganda de Roma, hacer ajustes para el futuro y, sobre todo, restablecer su salud, que se había resentido considerablemente a causa de los peligrosos y reiterados viajes, de los sufrimientos espirituales y corporales y, aún más, de las temibles enfermedades que había soportado.
Por eso encargó al Revdo. P. Mateo Kirchner que visitase las Estaciones del Nilo Blanco y que acompañase a los Misioneros del Instituto Mazza al sitio adonde iban destinados.
[2122]
Dejando en Jartum a nuestro querido hermano D. Dalbosco en calidad de Procurador, con la bendición del Vicario General, Gostner, nos alejamos de esa ciudad en el Stella Mattutina por el Nilo Blanco.
Favorecido por el viento del Norte, este famoso barquito avanzaba a la velocidad de un buque de vapor contra la corriente del río misterioso. Fuimos dejando atrás los muy extensos territorios de los Hassanieh, de los Bagara, de los Aburof, de los Schelluk, de los Denka, de losYangue y de otras tribus.
Nunca pasaba un día sin que constatásemos con nuestros ojos el deplorable estado y la desdichada situación de los pobres negros, que no me es posible describir aquí. Nunca pasaba una noche sin que oyésemos a los leones y sin que viésemos grandes grupos de elefantes, de hipopótamos, de tigres, de hienas, de leopardos y de otros animales salvajes.
[2123]
Después de soportar muchas fatigas y enfermedades llegamos el 14 de fabrero a la Estación de Santa Cruz, donde el bueno y capaz José Lanz, ayudado por los laicos Glasnik y Albinger, era el único Misionero que había sobrevivido. Mozgan, agotado por las fatigas y afectado de una fiebre perniciosa, había exhalado pocos días antes su último suspiro.
Mientras el Stella Mattutina llevaba a Kirchner al país de los Bari, todos nosotros (el superior D. Beltrame, Oliboni, Melotto Comboni y Zilli) nos instalamos en una pequeña cabaña que había servido hasta entonces para guardar vacas, y que tenía una altura de tres metros y un diámetro de cuatro. Todos nosotros utilizábamos a modo de cama una tabla cubierta con una manta que habíamos traído de El Cairo, excepto D. Beltrame, que dormía apoyado en una pequeña caja. No había nada en aquel país.
[2124]
Ante todo, nos preocupamos por aprender la lengua local, el denka, que, según la información que adquirimos, era la más extendida entre las tribus del Nilo Blanco y de las regiones limítrofes.
El primero que se había ocupado de esta lengua era el Dr. Knoblecher, pero hasta entonces sólo había escrito unas seiscientas palabras para comprender y expresar las cosas de primera necesidad. Después de él fue Mozgan el que se dedicó a aprender esta lengua tan importante; pero únicamente dejó en herencia a Lanz algún diálogo y una pequeña colección de seiscientas palabras, que a nuestra llegada a tierras de los Kich constituían lo mínimo para hacerse comprender por los indígenas en las necesidades más urgentes. Así que nos pusimos con una aplicación constante y asidua a estudiar esta lengua.
En primer lugar tomamos el diccionario italiano y transcribimos más de cinco mil palabras, las más corrientes y útiles para nuestro ministerio. Luego, con ayuda de los alumnos de la Misión, y sobre todo del niño Antonio Kacional y de la pequeña Catalina Zenab –de la etnia Denka, pero que además sabía bien el árabe, lengua que nosotros conocíamos–, en el espacio de diez meses conseguimos (Lanz, Beltrame, Melotto y yo) componer un diccionario italiano-denka de tres mil palabras, una pequeña gramática, diálogos de los más comunes, y un voluminoso catecismo que contenía materias de los dogmas y de la moral católica suficientes para ejercer el ministerio apostólico entre nuestros queridos indígenas.
[2125]
Hicimos estudios en los poblados donde se hablaba el denka, y conocimos las costumbres, los usos, las creencias, los errores y las supersticiones de los nativos. Por dar una mínima idea sobre esto (porque sería el tema de un tratado), diré que los negros de aquellos lugares son por lo general completamente paganos y fetichistas. Creen que hay un Ser Supremo, al que llaman Dendid, que significa gran entendedor; pero, hablando de la Creación, dicen que han sido creados como el elefante, como la vaca o como la luna.
Hay tribus que creen que los blancos han sido creados en el agua y los negros en el carbón, y esto, dicen, explica la razón por la que ellos son negros. Hay otras que afirman que los blancos hablaron con Dendid, pero los negros no hablaron con él.
Podemos asegurar que la religión de Jesucristo nunca había penetrado en estas tribus, porque jamás encontramos la menor tradición de las verdades del Nuevo Testamento. Por el contrario conservan muchas tradiciones del Antiguo Testamento, como los sacrificios, la ley del talión, los ángeles y los demonios.
[2126]
Llaman al ángel Achiek y al demonio Achiok. Considerando estas palabras, que no varían nada en las consonantes, sino sólo en la vocal de la segunda sílaba, resulta que los Denka creen con nosotros que el ángel y el diablo poseen una misma naturaleza. Siempre hacen sacrificios, y para ello tienen unas ceremonias muy interesantes. Pero jamás sacrifican a Dios ni le rinden ningún honor, porque para hacer el bien no necesita el estímulo de los hombres: lo hace siempre por sí mismo. En cambio, siempre sacrifican al diablo (Achiok) para aplacarlo y ganar su favor, impidiendo que haga el mal a los hombres.
Fuimos testigos de innumerables sacrificios. He aquí uno: Entre octubre y noviembre de 1859 se vio un cometa en Africa Central lo mismo que en Europa. Como ellos creían que aquel objeto celeste había sido mandado al cielo por el diablo, los jefes y los tiets (adivinos y brujos) se reunieron a discutir qué hacer en aquella siniestra circunstancia. Ellos decretaron que se sacrificasen ocho bueyes al diablo. En efecto mataron solemnemente los ocho bueyes y, después de muchas ceremonias y cantos, ofrecieron esas víctimas a Achiok.
[2127]
Pero el cometa se manifestaba cada vez más impresionante. Entonces, en una asamblea, acordaron quemar una gran cantidad de praderas y de pastos. Nosotros lo notamos bien una noche, cuando se veía la luz del incendio como si fuera la del día, y preguntamos a los indígenas la razón de aquello. «Es para quemar el cometa», contestaron. «Y ¿por qué queréis quemarlo?», insistí. «Porque el cometa –respondieron– es presagio de desgracias y desastres». Pero tampoco esta vez lograron quemar el cometa; así que un día vimos una multitud armada de lanzas y de flechas envenenadas, que, bien dispuestos en filas en una llanura, tiraban contra el cometa. A la noche pregunté a un jefe por qué disparaban flechas. «Es para matar al cometa», me contestó. Cuando, siguiendo su curso, el errante objeto acabó por desaparecer, los indígenas hicieron una gran fiesta y cantaron, bailaron y mostraron su agradecimiento, y acabaron por decir que Achiok (el diablo) había quedado apaciguado y satisfecho.
[2128]
El que hace los sacrificios, o sea el ministro, es un personaje muy respetado entre los negros. Se llama tiet, brujo, y reúne las funciones de sacerdote, de médico y de sabio. Cuando hay un enfermo y se le llama a él, en primer lugar debe declarar si el enfermo se curará o morirá. Si entiende que va a haber curación, se rodea al enfermo de muchos cuidados y a menudo sana. Si, por el contrario, declara que el enfermo morirá, entonces se abandona a éste inmediatamente; de modo que si no fallece por la violencia de enfermedad, sucumbe por la falta de atenciones de todos. Aunque los negros del Nilo Blanco están menos avanzados en el progreso que nuestros primeros padres en tiempos de Adán y Eva, en los países en los que no ha penetrado el musulmán o el europeo tienen costumbres simples y puras. De hecho es desconocida la depravación. En poco tiempo estas gentes se convertirán al catolicismo si es posible continuar nuestro ministerio.
[2129]
Pueblan también los territorios de estas tribus inmensas manadas de elefantes. No pasa nunca una noche sin que se oiga el espantoso rugido del león, y las panteras, los leopardos y sobre todo las hienas son casi tan comunes como los perros en Europa. Se encuentran en gran cantidad las serpientes más colosales, así como cocodrilos, hipopótamos, escorpiones mucho mayores que los nuestros, etc. Como se ve, todas estas circunstancias concurren a hacer muy peligrosa la estancia de los misioneros.
A pesar de todo, éramos felices de poder enseñar a esa gente los preceptos y la fe del Evangelio. El pie de un árbol era nuestro púlpito para predicar, y estaba continuamente rodeado de jefes y de negros desnudos, armados siempre de lanzas y de flechas envenenadas. Escuchaban la Palabra de Dios con una avidez extraordinaria y una constancia que dejaban mucho que esperar. A la hora de ofrecer el Santo Sacrificio, nuestra iglesia consistía ya en una pequeña tienda, ya en una angosta cabaña de cinco pies de altura, y a veces al pie de un gran árbol. En el país de los Ghog levantamos una cruz de treinta pies.
[2130]
Era la primera vez que se predicaba el evangelio en aquellas tierras. Habíamos dicho a los indígenas que la Cruz era el signo de nuestra salvación y que ellos debían recurrir a ella en sus necesidades. Lo hicieron por mucho tiempo y puede que todavía lo hagan en el presente. Sin embargo, como no estábamos seguros de que nuestro ministerio pudiese continuar, a causa de la muerte de tantos misioneros, no creímos prudente administrar el Bautismo a los que nos lo pedían, después de haber recibido una preparación conveniente.
Cuando los misioneros, tanto europeos como indígenas, puedan instalarse establemente entre los africanos, las tribus de Africa Central entrarán en el redil de Jesucristo.
[2131]
En la tribu de los Kich construimos hasta una iglesia. Costó muchos sudores al infatigable Lanz y a todos los misioneros. Como no había piedras en aquella zona, nos servimos de madera de ébano, del que existen inmensos bosques. Clavamos en el suelo palos de ébano, y con ladrillos hechos de barro y conchas del río construimos con nuestras manos la casa de Dios, de doce metros de anchura por veintidós de longitud, y sólidamente cubierta de paja a la manera como se cubren las cabañas del país.
La iglesia, que resultaba para los negros una maravilla, tenía dos altares, en los que celebrábamos el divino Sacrificio y las ceremonias de las fiestas del año con una alegría no inferior al júbilo que la piedad católica muestra en las magníficas catedrales de Europa. Los jefes de los negros acudían a ella desde lejos y permanecían allí con respeto edificante.
[2132]
¡Pero qué duras pruebas preparaba la Providencia a los pobres misioneros de Africa Central! El Revdo. P. Kirchner, al llegar con nosotros a Santa Cruz, se encontró, como hemos dicho, con que el presidente de esta Estación, Bartolomé Mozgan, había muerto.
Llegado a la tribu de los Bari halló muerto también al presidente de Gondokoro, Überbacher. Después de nombrar Superior de esta Estación a Morlang, regresó a la Estación de Santa Cruz, encontrando muerto asimismo a nuestro hermano D. Francisco Oliboni. Este venerable misionero, que durante diez años había sido profesor en el Liceo Imperial de Verona, era un hombre de eminente piedad y sabiduría.
[2133]
Por describirlo en pocas palabras, diré que cruzó el desierto en veintiséis días y durante ese tiempo, bajo un calor terrible, soportó un ayuno y una abstinencia muy rigurosos, porque nunca comía ni bebía más que una sola vez al día, al ponerse el sol. Además, a fin de prepararse para la fiesta de Navidad en el desierto, permaneció sin tomar nada, ni siquiera agua, desde el mediodía del 23 de diciembre hasta las diez de la mañana del 25, es decir, cuarenta y cinco horas seguidas, después de haber pasado dieciocho días sobre el camello.
Aparte de sus oraciones particulares, que prolongaba por muchas horas del día, recitaba todas las noches de cincuenta a sesenta Salmos de David, con la correspondiente meditación, y durante su estancia entre los Kich nunca se acostaba, sino que dormía sentado en un banco o en una sillita, apoyando el brazo en una caja. Solamente se acostó el 19 de marzo, para morir el 26 del mismo mes. Yo lo había sangrado tres veces; estaba mejor el 24, pero una terrible fiebre lo venció. En los últimos momentos nos dirigió una tierna recomendación, animándonos a permanecer constantes hasta la muerte por la conversión de los pobres negros. Lleno de fe y abrazando el Crucifijo, entregó su espíritu a Dios.
Llegado a Jartum, Kirchner encontró a D. Alejandro Dalbosco al frente de la Estación porque el Rmo. Vicario General, Gostner, había fallecido. Con este valioso misionero el Vicariato de Africa Central había perdido un gran apoyo.
[2134]
Habiendo sufrido estas graves pérdidas, el Revdo. Kirchner se apresuró a informar al Provicario Apostólico, que había ido a Europa; pero una semana después llegaba a Jartum la noticia de que también el Dr. Knoblecher había muerto, en Nápoles. En efecto, cuando el Provicario dejó la Misión en octubre de 1857 para trasladarse a Europa, cayó enfermo en el Nilo, y ya en el Cairo encontró la temperatura muy fría, lo cual produjo una mala impresión de su enfermedad, por lo que fue obligado a permanecer todo el tiempo en su habitación del convento de los RR. PP. Franciscanos.
En Alejandría se sintió todavía peor. En la esperanza de encontrar en Italia meridional medios más seguros para restablecerse, el 5 de enero se embarcó en un barco que se dirigía a Nápoles. Allí llegó él muy enfermo a mediados de enero. El embajador de Austria ante el rey de las Dos Sicilias, el caballero De Martini, lo visitó en el hotel, donde había sufrido un fuerte acceso de tos y recibido los cuidados del Dr. Zimmermann. Por mediación del Nuncio Apostólico, Mons. Ferrari, el Provicario obtuvo una benévola acogida en el convento de los Padres Agustinos, que le prodigaron grandes atenciones.
[2135]
En el Rmo. P. A. Eichholzer, confesor de la Reina, encontró un verdadero amigo. A instancias de éste, el Sr. Lucarelli, médico de renombre, se puso a tratarlo con gran dedicación. Pero el enfermo, con una violenta tos, fiebre continua y fuertes dolores en el pecho, no hacía más que empeorar. Bien pronto fue obligado a guardar cama; escupió muchas veces sangre, y recibió los Sacramentos de los moribundos. Sin embargo, los cuidados solícitos, asiduos e inteligentes de los doctores consiguieron en dos meses hacerlo entrar en una convalecencia que daba esperanzas de curación.
Como el Papa Pío IX había declarado por entonces un Jubileo, el Provicario quiso ganar las correspondientes indulgencias. Por lo cual rogó a su confesor, que era el Padre Ludovico, Rector del convento, que le concediese un retiro de diez días, el cual fue para él de gran consolación.
[2136]
«Cuando a menudo lo visitaba –escribió ese Padre a Alemania– quería que le hablase solamente de temas divinos. Se confesó con frecuencia y recibió muchas veces la Comunión. Lo único que lamentaba era no poder ofrecer el santo Sacrificio de la Misa». Quizá por su aplicación a los ejercicios del retiro recayó en una enfermedad mortal. Dios llamaba a su lado a este gran Siervo para darle una recompensa digna de sus grandes méritos. Cuarenta horas antes de su muerte, estando solo en la habitación, quiso seguir el ejemplo de los grandes santos y tenderse en el suelo, esperando en esta posición su fin. El ruido de su caída alarmó a los religiosos, que acudieron, lo metieron en la cama y le ordenaron someterse a la voluntad de Dios y permanecer en el lecho.
La noche antes de su muerte mandó llamar al P. Prior. Con indecibles dolores le pidió que sacara de su baúl y encendiera el cirio que había recibido en la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén, y que conservaba desde 1847, rogándole que recibiera el último acto de consagración de su vida a Dios. El mismo tomó en sus manos el Crucifijo, e hizo en alta voz el sacrificio de su vida a Dios su Creador, en expiación por sus pecados. Estas palabras las pronunció con tal fervor que el Prior y todos los Padres no pudieron contener las lágrimas.
[2137]
El 13 de abril de 1858, hacia mediodía, el Provicario Knoblecher expiró a la edad de 38 años, 9 meses y 7 días (había nacido el 6 de junio de 1819).
Su cuerpo fue expuesto en la iglesia de los Agustinos. El Alto Comité de Viena le honró en esta ciudad con un funeral, que presidió el Nuncio Aplico., Mons. de Luca. Los restos fueron trasladados luego a Laybach, donde se erigió a Knoblecher un monumento imponente. El dejó muchos escritos que enriquecen la geografía, la botánica, la historia natural y la filología de las lenguas del Nilo Blanco. Con su muerte, las Misiones perdieron un gran campeón y la Iglesia católica uno de sus más dignos hijos y apóstoles.
[2138]
Cuando el Provicario Knoblecher emprendió su viaje a Europa en 1857, las Estaciones de la Misión estaban florecientes. Se habían creado escuelas en Jartum, Santa Cruz y Gondokoro, y había un personal apostólico muy capaz, que trabajaba lleno de entusiasmo y con total entrega por amor a Dios y a los pobres negros.
Los misioneros estaban repartidos por la parte oriental de Africa Central, entre el Trópico de Cáncer y el Ecuador. Pero al año siguiente, como hemos dicho, la Misión recibió los más atroces golpes en sus tres Estaciones, y sobre todo en Jartum, donde el Vicario General Gostner había actuado con energía y celo apostólico a la muerte del Provicario, de tal manera que en Europa se pensó con alivio que Gostner sería capaz de sostener la Obra. Propaganda se apresuró a nombrarlo jefe de esta gran Misión; pero él no llegaría a recibir esta noticia, porque, tres días después de la muerte de Knoblecher, una fiebre violenta lo arrebataba de este mundo a la edad de treinta y seis años, en Jartum, el 16 de abril de 1858.
[2139]
Cuando el Prefecto de la S. C. de Propaganda, el Card. Barnabò, se enteró de todas estas pérdidas, habló tajantemente: «Después de tantas pérdidas, después de tales sacrificios, es preciso cerrar esta Misión». El ilustre profesor Mitterrutzner, al que el Cardenal había dirigido estas palabras el 6 de septiembre de 1858, se permitió hacer saber y observar a Su Eminencia que, si las pérdidas eran grandes e igualmente grandes los sacrificios, había en aquella Misión muchos hombres valiosos y capaces de continuar la obra comenzada, y que también se podrían encontrar en el futuro. Además, pese a la importancia de los sacrificios, no eran despreciables los éxitos, pues existían tres escuelas florecientes en esta Misión, y buen ejemplo de ello eran precisamente los alumnos del Colegio de Propaganda Andrés Scharrif y Alejandro Dumont.
Una comunicación escrita de Su Eminencia hacía los mayores elogios de estos alumnos en cuanto a su talento, piedad y juicio. Este aspecto positivo fue la causa de que se dejase continuar la Misión y de que se pasase a buscar un nuevo Provicario.
[2140]
Tanto por parte de Propaganda de Roma como por la del Comité de Viena, la elección recayó en el venerable misionero Mateo Kirchner. Este se encontraba en Jartum cuando le llegó la carta de su nombramiento como jefe del Vicariato. Hombre de gran humildad y asustado de las enormes dificultades de la santa empresa, únicamente se decidió a aceptar la dirección de la Misión después de exponer a Propaganda todos los obstáculos que veía para el buen cumplimiento de su deber, a fin de que ella dispusiese las cosas para el mayor bien de la Misión.
Habiendo puesto al frente de la Estación de Jartum al pío D. Alejandro Dalbosco, a quien nombró también su procurador para las misiones del Nilo Blanco, Kirchner marchó a Europa.
Llegado a Roma, después de larga resistencia aceptó el duro cargo de Provicario Apostólico de Africa Central. Siguiendo el consejo de Propaganda, con el fin de preservar la vida de los Misioneros, hizo el proyecto de fundar una Estación en un punto del Vicariato donde el aire era bueno y el clima muy suportable para los europeos.
[2141]
En esa Estación debían reunirse todos los Misioneros para reponer la salud y descansar de las enormes fatigas de su apostolado. Las Estaciones católicas de Santa Cruz y de Gondokoro debían ser confiadas, durante la ausencia de los misioneros, a la custodia de un indígena seguro y fiel, y solamente una vez al año, en la época del viento del Norte, en noviembre, algunos misioneros debían dejar la Estación en proyecto para visitar las Estaciones católicas de Jartum y del Nilo Blanco y arreglar sus asuntos. Propaganda se comprometía a suministrar el dinero necesario para la fundación de esta Estación, para la cual se había elegido el poblado de Schellal, que está situado enfrente de la isla de Filé, a unos cien kilómetros de Jartum y veinte de Asuán, en el límite territorial entre Egipto y Nubia, más arriba de la primera catarata, a 24°11´34´´ de latitud Norte y a 30°16´ de longitud Este según el meridiano de París.
Al regresar a Africa Central, el nuevo Provicario llevó consigo tres Padres de la Orden de San Francisco de Asís: el P. Juan Ducla Reinthaller, de Graz, y dos italianos de la Provincia de Nápoles, uno de los cuales murió ya en El Cairo. El Revdo. P. Luis Vichweider, nacido en Virgl, de la provincia tirolesa de Bolzano y de la diócesis de Trento, partió de Europa en junio de 1858, y se encontraba ya en Gondokoro el 25 de enero de 1859.
[2142]
Mientras los Misioneros de D. Nicolás Mazza trabajaban muy activamente en el Vicariato de Africa Central, tanto en Gondokoro, donde D. Alejandro Dalbosco dirigía la Estación y realizaba las funciones de procurador general del Vicariato, como en Santa Cruz, donde D. Beltrame, Melotto y Comboni, tras haber aprendido la lengua denka, se ocupaban de la instrucción de los Kich y exploraban con mucho cuidado los países limítrofes donde se hablaba el denka, Su Eminencia el Card. Barnabò expresó al pío Fundador D. Nicolás Mazza el deseo de ceder a sus sacerdotes Misioneros la Estación de Santa Cruz, poniendo así a disposición del Provicario Apostólico para las otras Estaciones al excelente Misionero José Lanz, de modo que todos los demás fueran destinados más tarde a esta Estación. Esto es lo que escribía desde Verona D. Nicolás Mazza el 8 de marzo de 1859:
[2143]
«Mis queridos hijos: S. Em.a el Card. Barnabò, Prefecto de la S. C. de Propaganda de Roma, me ha escrito que sería su deseo confiar a mis misioneros la Estación de Santa Cruz, y encomendarla también a mis cuidados, y que me tome todo el máximo interés en educar en mis Institutos africanos de Verona el mayor número posible de chicos negros de ambos sexos para hacer de ellos maestros y maestras, a fin de poder formar con ese personal dos colegios en la Estación principal de Jartum, uno masculino y otro femenino. A esta carta he respondido que acepto con mucho gusto la Estación de Santa Cruz y que haré todo lo posible para proveer de maestros y maestras negros a los dos colegios de Jartum.
[2144]
»Me parece que tales ideas han venido de Dios. De esta manera, la de Santa Cruz será para nosotros la Estación fundamental y como centro desde el que se podrá penetrar poco a poco en las tribus de los Denka. Los dos colegios que funden en Jartum los maestros educados por nosotros nos serán beneficiosos, porque encontrándose en ellos nuestros alumnos, sin duda éstos se sentirán muy unidos a la Misión de los Denka y harán lo más que puedan el bien espiritual y temporal.
»Para mí y para vosotros, mis queridos hijos, será una gran alegría poder obrar con todo el agrado de Roma, que es nuestra única y queridísima Madre. Me parece además que proveyendo nosotros de maestros y maestras los colegios de Jartum y educando negros y negras, la Estación de Santa Cruz y la Misión de los Denka no dejarán de obtener ventajas, porque estoy seguro de que se hará una justa distribución de los maestros y maestras, de manera que sobre todo los originarios de Santa Cruz y de los Denka serán asignados a estas Misiones».
[2145]
Nosotros ignorábamos completamente estas disposiciones de Propaganda y de nuestro Superior general. Por ello, siguiendo siempre las instrucciones recibidas anteriormente, nos dedicamos a predicar el Evangelio y a visitar los países donde se hablaba la lengua denka. En efecto, comprobamos que ésta se hallaba muy difundida por Africa Central, ya que se hablaba en los siguientes lugares:
A la derecha del Nilo Blanco:
1.o Las tribus de los Denka, entre los 9° y 12° lat. N., al septentrión del río Sobat
2.o La tribu de los Bor, entre los 6° y 7° lat. N.
3.o La tribu de los Tuit, al norte de los Bor
4.o La tribu de los Donguiol
5.o La tribu de los Añarkuei
6.o La tribu de los Abuyó
7.o La tribu de los Aguer
8.o La tribu de los Abialañ.
A la izquierda del Nilo Blanco:
9.o La tribu de los Eliab, por debajo de los 6° lat. N.
10.o La tribu de los Bors, entre los 6° y 7° lat. N.
11.o La tribu de los Atuot, al sudeste de los Kich
12.o La tribu de los Gogh, al noroeste de los Atuot
13.o La tribu de los Arols, al norte de los Gogh
14.o La tribu de los Yangue, que viven en la orilla izquierda de los Schelluk, y que se extiende muy al interior
[2146]
15.o La gran tribu de los Núer, al norte de los Kich, que se extiende ampliamente por las dos riberas del Nilo Blanco y tiene lengua propia, pero entiende y habla el denka
16.o La poderosa y formidable tribu de los Schelluk, situada entre los 9° y 12° lat. N., que tiene su propia lengua, pero conoce y emplea también la de los Denka
17.o Las tribus situadas en el interior de la península de Sennar, en el paralelo de los Montes Berta, que hablan el denka:
a) la tribu de los Guiel
b) la tribu de los Yom
c) la tribu de los Beer
18.o Muchas otras tribus ubicadas en la parte superior del río Sobat y del Bahr-el-Ghazal, que hablan también el denka. Me aseguraron que además hablaban esta lengua otras tribus del interior hacia el lago Chad y el vasto imperio de Bornu, pero ignoro completamente sus nombres.
Lo que había de positivo era que el infatigable D. Beltrame, después de su regreso a Europa, además de estudiar y corregir mucho lo que había escrito sobre esta lengua, había corregido bien la gramática y el diccionario. Pero quien rindió un inmenso servicio a las Misiones de Africa Central fue el ilustre Mitterrutzner. Este célebre políglota, con su profunda ciencia filológica, con los escritos de los Misioneros y con la ayuda de dos chicos, Denka y Bari, publicó un par de obras muy importantes sobre estas dos lenguas, las más necesarias para la Misión de Africa Central:
Die Dinka-Sprache in Central-Afrika
von J. C. Mitterrutzner, Brixen 1856
y
Die Sprache der Bari in Central-Afrika
Grammatik, Text und Wörterbuch
von J. C. Mitterrutzner, Brixen 1867
[2147]
Después de nuestras largas e interesantes exploraciones y tras enormes fatigas y penosas enfermedades, nos apresuramos a volver a Jartum. Llegados frente a Denab, que nosotros con Kotschy creíamos capital de los Schelluk, se nos anunció que el rey había sido estrangulado por unos jefes parientes suyos porque entre los Schelluk era vileza y vergüenza morir de muerte natural. Al cabo de dos meses, aún permanecía encerrado en su cabaña y sin enterrar porque su sucesor, que debía ser el hijo de su hermano llamado Gueu, todavía no había sido elegido.
La elección dependía del pueblo, y solamente después de la llegada al poder de su sucesor el rey difunto debía ser enterrado. Se nos aseguró que el rey recibía como impuesto y como retribución la tercera parte de los bienes arrebatados a los extranjeros en los asaltos y robos perpetrados por sus súbditos. Por lo cual hay que decir que entre los Schelluk el bandidaje y la rapiña son favorecidos y estimulados por el rey. Es la única tribu de negros que tiene esta ley.
[2148]
Me parece que el motivo de esto es que los Schelluk son el pueblo más expuesto a las irrupciones bárbaras de los nubios, que son sus vecinos. Los nubios, los dongoleses asaltan sobre todo a los Schelluk para arrebatarles sus hijos e hijas, a los que convierten en objeto de su infame tráfico de esclavos. Las horribles violencias de los chilabas nubios han irritado tanto a los Schelluk que ellos mismos se han vuelto crueles con los extranjeros.
Después de mucho penar llegamos a Jartum, donde nuestro querido compañero D. Angel Melotto, que había sido el ángel de sensatez y prudencia de nuestra pequeña sociedad, agotado por las fiebres y las fatigas expiró en nuestros brazos el 26 de mayo de 1859, a la edad de treinta y un años.
[2149]
El Provicario Apostólico, D. Mateo Kirchner, llegó a Jartum resuelto a poner en ejecución las nuevas disposiciones sobre la manera de desarrollar la actividad futura de los misioneros, que había acordado con Propaganda. Antes de dirigirse a Egipto para implorar de S. A. el Virrey la concesión de un terreno en Schellal para construir la nueva Estación, el Provicario pidió a D. Beltrame que fuese al Nilo Blanco a buscar a los misioneros, traerse los alumnos negros que le aconsejase la prudencia y sacar de las Estaciones todos los objetos que se considerase útiles para llevarlos a la nueva casa.
[2150]
El primero de diciembre D. Beltrame partió de Jartum con el Stella Mattutina y tres barcas. Llegado a Santa Cruz, encargó a Kaufmann que preparase todas las cosas que había que llevar a Schellal, mientras él y D. José Lanz se dirigían a la tribu de los Bari. En Gondokoro se encontraron con que el pío y entusiasta D. Vichweider había muerto el 3 de agosto de 1859, después de dos meses de fiebres intermitentes que se convirtieron en fiebre perniciosa.
En pocos días las tres barcas fueron cargadas de objetos de la Misión. Y habiendo confiado la casa a uno de los jefes más fieles, llamado Medi, los misioneros se volvieron a Santa Cruz, donde todo estaba listo para ser embarcado.
Cuando los Kich se dieron cuenta de que los misioneros se iban, hubo una gran tristeza por parte de todos. Decían: «Si nos abandonáis, ¿quién nos defenderá de los soldados dongoleses cuando vengan a matarnos y a robar a nuestros niños y nuestro ganado? Vosotros habéis sido hasta ahora nuestros padres, habéis instruido a nuestros niños y enseñado a todos el camino del Cielo, habéis socorrido a nuestros pobres y curado a nuestros enfermos, ¿quién vendrá a consolarnos y a devolvernos la salud?» Los Kich, aunque recelosos por naturaleza, sabían distinguir perfectamente entre los misioneros, que iban a hacerles el bien, y los turcos y los traficantes, que iban a sus casas a robarles el ganado y el marfil, a arrebatarles sus mujeres y sus niños, y a matarlos a ellos. Sólo se tranquilizaron después de prometerles los misioneros que volverían al año siguiente.
Las cuatro embarcaciones llegaron con los cuatro misioneros a Jartum, y poco tiempo después el devoto y solícito D. José Lanz, tras cuatro años de laborioso apostolado, entregaba el alma a su Creador.
[2151]
Mientras, el Provicario había ido a El Cairo, obtenido de S. A. Said Bajá un buen terreno en Schellal y hecho construir allí una casa, que en poco tiempo había quedado terminada. Instalados ya en ella los misioneros del Nilo Blanco y de Jartum, el Stella Mattutina, descendiendo el Nilo a través de las cataratas, tras muchos obstáculos pudo anclar en El Cairo, donde el Virrey de Egipto dio a la Misión una importante cantidad de muchos miles de escudos para acondicionar la casa, lo que fue hecho en abril de 1861.
[2152]
Abatido por las nuevas pérdidas de Misioneros, preocupado por el futuro de la Misión y deseando ardientemente la salvación de los indígenas, el Provicario decidió poner en ejecución la idea que había concebido hacía algún tiempo de confiar la Misión a una Orden religiosa colosal, que podía emprender y llevar a buen término esta obra tan importante y difícil. Por mediación del Card. Barnabò se dirigió al Rmo. Padre Bernardino de Montefranco, general de los Franciscanos, hombre de eminente sabiduría y caridad, que de 1850 a 1856 había sido Guardián de Tierra Santa. El Padre General, bien dispuesto a participar en esta gran empresa, digna de su gloriosa Orden que ha dado a la Iglesia millares de apóstoles y de mártires, y habiendo visto los preparativos y las esperanzas de las Obras para los negros fundadas en Nápoles por aquel prodigio de caridad que era el Revdo. P. Ludovico de Casoria, recibió con satisfacción la petición de Kirchner.
[2153]
Para complacer al Alto Comité de Viena, que había expresado al Cardenal Prefecto de Propaganda el deseo de que los misioneros de origen germánico fuesen preferidos por motivo de que los donativos para la Misión venían de Austria, dirigió desde Roma, con fecha 1 de junio de 1861, una circular a todas las Provincias franciscanas de Alemania a fin de reunir un buen número de misioneros de su Orden a los que enviar a Africa Central.
Esta es la circular:
[Original en latín. Traducción del italiano]
Fray Bernardino de Montefranco
de la Observancia Regular de N. S. P. Francisco, etc., etc.
Ministro General de la Orden de los Menores, etc., etc.
[2154]
A los Superiores y a los subordinados religiosos sacerdotes de nuestras provincias germánicas, que nos son tan queridos, salud y seráfica bendición en el Señor.
Habiendo nacido la institución de nuestra Orden Seráfica del supremo ardor del ínclito Fundador el S. P. Francisco no sólo para desde el fango de los pecados y de los vicios conducir a la gracia de la salvación, sino también y en mayor medida para la conversión de las gentes todavía envueltas en las tinieblas de un error mortal, por eso nosotros, emulando el celo del Santo Padre, de los santos sucesores sus hijos y de nuestros mayores, apenas fuimos elegidos, aunque indignos, para la dirección de toda la Orden, frecuentemente y con no pocas cartas nos hemos empeñado en avivar en nuestros jóvenes sacerdotes, especialmente de las provincias italianas, este espíritu de verdadera caridad.
En razón de lo cual, ahora que el Ilmo. Mateo Kirchner, Provicario Apostólico, nos ha escrito desde El Cairo para ver si por medio de nuestros jóvenes sacerdotes, sobre todo de las provincias germánicas, podemos colaborar en el cultivo de esa mística nueva viña del Señor que yace hasta ahora ahogada entre abrojos y espinas, nosotros deseamos acudir en su ayuda. Por ello, mediante esta breve carta, exhortamos a nuestros jóvenes hijos sacerdotes de las mencionadas provincias, a fin de que si alguno de ellos se siente llamado a esta gran obra de piedad se apresure a escribirnos, e inmediatamente le mandaremos las letras obedienciales, con tal que hayamos constatado en él los necesarios requisitos para ejercer tan grande tarea por medio de las testimoniales que los respectivos Ministros Provinciales nos deben mandar junto con la petición.
Entretanto exhortamos a los Rmos. Ministros Provinciales a que no intenten impedir de ningún modo que tales jóvenes que se muestran llenos de verdadero espíritu de caridad por las almas se consagren a esta misión.
Dado en Roma, en Ara Coeli, el 1 de junio de 1861.
Fray Bernardino, Ministro General
[2155]
En vista de la respuesta favorable del Rmo. P. General de la Orden Seráfica, en el mes de agosto el Provicario Kirchner acompañado del P. Reinthaller fue a Roma, donde de acuerdo con Propaganda confió definitivamente el Vicariato de Africa Central a la Orden Seráfica, siendo el Revdo. P. Reinthaller elegido Superior de la Misión.
Obtenido el permiso del Rmo. Padre General, el nuevo jefe de Africa Central recorrió las provincias del Véneto y de Austria, provisto de una treintena de letras obedienciales, firmadas por el General a favor de los Religiosos que deseaban consagrarse al apostolado entre los negros, y logró reunir un grupo de treinta y cuatro misioneros, entre sacerdotes y laicos. En el mes de noviembre de 1862 llegó a la nueva Estación de Schellal.
[2156]
Una vez instalados en el Vicariato de Africa Central los RR. PP. Franciscanos, todos los misioneros de Alemania y de Verona abandonaron la Misión y volvieron a Europa.
El P. Reinthaller dejó algún Padre y algún Hermano en la Estación de Schellal, tras lo cual atravesó el desierto con todos los demás y llegó a Jartum, donde una parte de los misioneros se quedaron, mientras que el mayor número de ellos siguieron con el Provicario hacia el Sur. Alguno había muerto durante el viaje. En la tribu de los Schelluk, el P. Reinthaller enfermó gravemente, por lo cual volvió a Jartum. En tanto, otros Padres se instalaron en Santa Cruz, entre los Kich, donde recibieron en el seno de la Iglesia varios niños africanos.
[2157]
En 1862 se dirigió a Schellal otra expedición de Hijos de San Francisco, unos veinticuatro, entre los cuales se encontraban tres Frailes del Revdo. Padre Ludovico de Casoria de Nápoles (en la expedición de 1861 había cinco de ellos). Estos se asustaron al llegarles noticia de que el Revdo. Padre Superior Reinthaller, reducido a un estado de extrema debilidad a causa de las fiebres, había ido a Berber, donde después de soportar grandes dolores, había entregado el alma a su Creador.
Muchos más le siguieron a la eternidad. Otros regresaron a Europa o fueron acogidos con particular bondad en la Misión de los Padres de Tierra Santa.
[2158]
En tales circunstancias fue preciso abandonar las Estaciones de Gondokoro y Santa Cruz, que estaban distantes, y se decidió ocupar solamente las de Jartum y Schellal. Tras la muerte de Reinthaller, la S. C. de Propaganda confió provisionalmente la dirección del Vicariato de Africa Central, desde 1862, al vicario Apostólico de Egipto. Al poco tiempo la Estación de Schellal quedaba cerrada, y la de Jartum ocupada únicamente por dos Franciscanos –de los cuales era el Superior el Revdo. P. Fabián Pfeifer, de Eggenthal, en el Tirol– y un hermano laico.
[2159]
Después de este período, el Card. Prefecto encargó a Mons. Pascual Vuicic, Obispo de Anfitello y Vicario Apostólico de Egipto, que emprendiese un viaje a Africa Central para visitar la Misión e informar a Propaganda sobre la oportunidad y la manera de restablecer en aquellas regiones el apostolado católico. Pero los graves e importantes negocios de la Misión de Egipto no le permitieron nunca disponer de los muchos meses que necesitaba para cumplir debidamente las órdenes de Propaganda.
[2160]
El P. Ludovico de Casoria, digno hijo de San Francisco de Asís, animado de un gran celo por la salvación de los pobres negros, fundó en Nápoles, en 1854, dos Institutos para negros, uno masculino y otro femenino, el primero de los cuales estaba dirigido por sus Hermanos Bigi [o Cenicientos, por el color de su hábito] de la Orden Tercera que él había instituido para emprender sus admirables obras de caridad en favor de los pobres de esta capital. El femenino estaba a cargo de las Hermanas Estigmatinas, terciarias, de Toscana, que había llamado a Nápoles para dirigir y desarrollar otras obras de caridad que acababa de fundar para las chicas pobres napolitanas.
El Instituto masculino estaba compuesto de sesenta negros, que él había hecho instruir, según la inclinación de cada uno, en las ciencias y en las artes, con objeto de trasladarlos más tarde al centro de Africa para que fueran útiles a su pueblo. Todos, mayores y pequeños, iban vestidos con el hábito de los Hermanos Bigi de la Orden Tercera de Nápoles. La misma finalidad y el mismo sistema regulaban el Instituto femenino, que llegó a tener hasta ciento veinte negras. Pues bien, en 1865 , habiendo sido informado de que la casa de Schellal estaba abandonada, y viendo su obra bastante desarrollada para poder enviar a Africa algunos de sus miembros negros, el Revdo. P. Ludovico pidió, por mediación del Rmo. General de su Orden, la casa de Schellal para su Instituto africano de Nápoles. El Card. Barnabò, siempre deseoso de secundar las obras que tienen como fin la conversión de los infieles, concedió dicha casa al Padre General de los Franciscanos, permitiendo que éste la confiase al Instituto del Padre Ludovico.
[2161]
En el mes de junio del mismo año, D. Nicolás Mazza, perfectamente informado de la situación en que se encontraban los asuntos de Africa Central, me envió a Roma provisto de una petición firmada por él mismo, con objeto de solicitar de Propaganda una Misión en la Nigricia para su Instituto, en congruencia con su Plan, del que hemos hablado.
Fue entonces cuando el Card. Prefecto expresó su voluntad de dividir el Vicariato en dos partes: la primera sería confiada a la Orden Franciscana y la segunda al Instituto Mazza.
A petición de Su Eminencia, y siguiendo las instrucciones de mi superior, presenté a Propaganda este proyecto de división:
[2162]
1.o Misión del Nilo Occidental, para ser confiada a la Orden Seráfica, con los siguientes límites:
Al Norte, el Vicariato de Egipto
Al Este, el Nilo y el Nilo Blanco
Al Sur, el Ecuador
Al Oeste... in infinitum.
2.o Misión del Nilo Oriental, para ser confiada al Instituto Mazza, con los siguientes límites:
Al Norte, el Trópico de Cáncer
Al Este, los Vicariatos de Abisinia y de los Gallas
Al Sur, el Ecuador
Al Oeste, el Nilo y el Nilo Blanco.
[2163]
Aunque el Card. Barnabò recibió con mucho interés este proyecto de división, pensó ponerse en contacto directo con mi Superior y con el Rmo. Padre General de los Franciscanos para comprobar formalmente si las dos Instituciones disponían del personal y de los medios económicos necesarios para hacerse cargo de estas Misiones. Luego, una vez sometido el asunto al examen de toda la Congregación como lo estipulaban los artículos del proyecto, emitiría los Decretos apostólicos para la erección de la dos nuevas Misiones.
Mientras yo esperaba en la Ciudad Eterna el resultado de estos trámites burocráticos, el ilustre Fundador de mi Instituto, D. Nicolás Mazza, entregaba su espíritu a Dios en Verona a la edad de setenta y cinco años, y el respetable Definidor de Ara Coeli declaró al Card. Barnabò que no podía aprobar por el momento ningún proyecto de división, porque podía ser que él no conociese a fondo el terreno sobre el que estaba planteada la cuestión, y no había bastantes indicaciones y datos respecto al Vicariato de Africa Central, para llegar al punto de ceder una parte del mismo a otra Institución.
[2164]
Ante estos justos motivos de los venerables Padres Franciscanos, el Card. Prefecto juzgó oportuno no tomar ninguna decisión sobre el plan de división propuesto, sino que en su gran sabiduría determinó que el P. Ludovico, como representante de la Orden Seráfica, y yo, como representante del Instituto Mazza, emprendiésemos juntos un viaje a Africa para estudiar y examinar el asunto en el lugar en cuestión. Así, después de que hubiéramos sometido nuestras ideas al consejo y al juicio del Vicario Apostólico de Egipto, que era el jefe del Vicariato, se estaría en mejores condiciones de establecer un plan de división justo y conveniente para las dos partes, que a continuación sería presentado a la S. C. de Propaganda.
[2165]
Esta decisión de Su Eminencia era muy sabia, porque durante el tiempo que nosotros empleásemos en Africa, la Dirección de mi Instituto, que se había visto obligada a limitar sus actividades a causa de la muerte del Fundador, tendría tiempo suficiente para determinar así su nueva posición en cuanto a aceptar o no la Misión. Entretanto el Padre Ludovico habría podido llevar a Africa a los primeros miembros de su Instituto y tomar posesión de la Estación de Schellal.
[2166]
Nuestra marcha a Africa estaba fijada para el próximo mes de noviembre y S. Em.a el Card. Prefecto me había concedido una pequeña cantidad de dinero para mi viaje. Antes, en octubre, el P. Ludovico, conmigo y tres Frailes negros, entre los que se encontraba el P. Buenaventura de Jartum, quiso visitar la capital de Austria a fin de implorar de la Sociedad de María ayudas para Schellal. Pasamos por Bressanone con idea de consultar al ilustre profesor Mitterrutzner sobre un nuevo plan de división del Vicariato de Africa Central, para presentarlo en Roma a nuestro regreso a Europa, porque el P. Ludovico no estaba satisfecho con el ya presentado a Propaganda.
Con mucha sabiduría, el ilustre profesor nos demostró que el mejor proyecto al respecto sería el de dividir el Vicariato de Norte a Sur, en lugar de Este a Oeste; o sea que convendría confiar a los Franciscanos las regiones de Egipto hasta las primeras tribus negras a 12° lat. N., y al Instituto Mazza desde este punto hasta el Ecuador. Todo esto por importantes motivos expresados en la carta en latín que Mitterrutzner dirigió al P. Ludovico, a Viena, el 29 de octubre de 1865.
[2167]
Las gestiones realizadas en esa capital en favor de la Estación de Schellal no resultaron inútiles, porque el Comité cedió al P. Ludovico el uso de todos los objetos de la Misión, de la capilla y de los talleres de los diferentes oficios. El Comité declaró luego que los recursos de la Asociación apenas bastaban para la Estación de Jartum, de la que únicamente podía ocuparse.
Sin embargo, tres meses más tarde, por mediación del Card. Prefecto, el Alto Comité asignó a los Frailes del P. Ludovico residentes en Schellal la cantidad de 1.200 francos anuales.
[2168]
El 6 de enero de 1866, festividad de la Epifanía, llegamos a Schellal y el P. Ludovico tomó posesión de esta Estación católica. Tres días después, como consecuencia de unas cartas urgentes que había recibido, él abandonó la Misión para volver a Nápoles. De este modo se dejaba sin hacer lo que constituía la razón principal de nuestro viaje a Africa, y dos meses después yo también regresé a Europa.
Los Frailes del Padre Ludovico de Casoria se quedaron en la casa de Schellal ocho meses. Luego, por falta de medios, esta Estación fue cerrada y los Religiosos se pusieron bajo la dirección y al servicio de Tierra Santa.
[2169]
En Jartum el P. Fabián permaneció solo durante cuatro años, ayudado de un Hermano laico. En 1868 llegó en su ayuda el Revdo. P. Dimas Stadelmeyr, de Innsbruk, con el Hermano laico Gerardo Keller. En diciembre de 1869 fue allí desde El Cairo el Revdo. P. Hilario Schlatter, del Tirol, Menor Reformado, que se había dirigido a Jartum a ayudar al P. Dimas, nombrado Superior de la casa tras el regreso a Europa del P. Fabián Pfeifer.
[2170]
Después de lo que he expuesto en este pequeño Informe es preciso preguntarse:
1.o ¿Cuáles son los resultados obtenidos y el bien realizado en el Vicariato de Africa Central desde su fundación en 1846 hasta 1867?
2.o ¿Por qué la colosal Orden de los venerables Hijos de San Francisco no obtuvo los resultados que se esperaban de su acción católica?
3.o ¿Cuál es el sistema más oportuno y el plan más eficaz para emprender con éxito el apostolado de Africa Central?
Respondo diciendo:
[2171]
Ante todo es preciso confesar que la iniciación de un apostolado católico en un pueblo extranjero tiene, por lo general, resultados cuya importancia raras veces se puede apreciar en la medida justa. Las conquistas evangélicas se efectúan de modo muy distinto de las conquistas políticas. El apóstol suda no para sí, sino para la eternidad. Dicho de otra manera: no busca su propia felicidad, sino la de sus semejantes. Sabe que su obra no muere con él, que su tumba es cuna de nuevos apóstoles; por eso sus pasos no siempre son a la medida con sus deseos, pero sí lo necesariamente prudentes para asegurar el éxito de la redentora empresa. Aunque los resultados de un primer apostolado son máximos, también, normalmente, son secretos: el tiempo se encarga de revelar algunos, pero la mayoría de ellos sólo los conoce Dios. Y esto, que es verdad en la generalidad de los casos, lo es todavía más en el de Africa Central. Lanzados aquellos primeros héroes de la caridad apostólica por la voluntad de Dios a las ecuatoriales regiones de la Nigricia, calificada por el antiguo proverbio como la Madre que devora a sus hijos, se encontraron demasiado literalmente solos en medio de una espantosa novedad.
[2172]
Donde no osaron jamás penetrar con sus aguerridos ejércitos los célebres conquistadores de la antigüedad, se encontraron ellos, pocos e inermes, ignorantes de los países y de los lenguajes, extraños a los pueblos y a sus costumbres, expuestos a los rigores de un clima implacable, con mil necesidades imposibles de satisfacer, en la desazón de no poder encontrar a su alrededor ya no diré las costumbres, las maneras civilizadas al menos capitales de la convivencia social, sino tan siquiera las más obvias similitudes de la naturaleza humana, recelosos de tener que tratar con hombres degradados. Si este primer encuentro no hubiera dado otro resultado que conocer el país y trazar el camino para entrar en él, conocer la naturaleza humana de los indígenas y su posición moral y política, dar con los medios más adecuados para conseguir el intento de regenerarlos, y prever las principales dificultades susceptibles de presentarse allí al apostolado, es indudable que ellos habrían hecho muchísimo y empleado sobradamente bien su vida.
[2173]
Pero realmente la Misión de Africa Central obtuvo mucho más que eso en su primer período. Consiguió recorrer y conocer, desde los 15 grados hacia el Ecuador, buena parte de aquella inmensa región que hasta años recientes figuraba en las cartas geográficas con el nombre de regiones incógnitas; pudo entrar en contacto con tribus que la tradición desde muchos siglos atrás venía describiendo como antropófagas, y levantar Estaciones en medio de ellas; penetró en el seno de aquellas familias de nómadas, y descubrió sus supersticiones, comprendió sus esperanzas, investigó su historia, estudió sus costumbres; después, constituida en su bienhechora, les enseñó a distinguir al apóstol del aventurero, obteniendo por eso su respeto, su estima y su benevolencia, y casi diría su simpatía y su afecto; finalmente, consiguió aprender sus principales lenguas, conocimientos que plasmó en sudados volúmenes, preparando así los primeros y más esenciales elementos para la acción eficaz del futuro apostolado, y suscitando en Europa el primer rayo de esperanza en la regeneración de la infeliz Nigricia.
[2174]
Y si esta esperanza resultó desdichadamente una cruel ilusión en el segundo período de la Misión, cuando ésta fue confiada a la ínclita Orden Seráfica, ello se debió a muchas causas independientes de la voluntad de los obreros evangélicos. Fue uno de esos episodios dolorosos que Dios permite a veces, tanto para probar a sus siervos como para adiestrarlos a fin de que su obra triunfe no momentáneamente, sino a perpetuidad, en el verdadero interés de los pueblos por regenerar. La Orden Seráfica era nueva en Africa Central, y resultaba previsible que también ella al principio tuviese que pagar sus experiencias, y quizá al precio de no pocas víctimas. Pero si ella hubiese sido libre en la elección del personal que enviar allí, ciertamente no habría habido tanto inexperto, como lo hubo, respecto a la lengua, las costumbres, los pueblos y el clima de Africa Central. En Palestina y en Egipto había viejos y distinguidos misioneros, cuya experiencia y habituación a un clima más cálido que el de Alemania habrían dirigido de un modo más prudente los pasos, y ahorrado no pocos de los perjuicios que sufrió la Misión.
[2175]
Pero se quiso imponer los misioneros, y ciertas Sociedades benefactoras dieron preferencia a los de su nación. Por eso, en un momento crítico en que habían disminuido mucho las caritativas contribuciones de los piadosos fieles, tanto a causa de los acontecimientos políticos como por las graves necesidades sobrevenidas a la Religión amenazada en Europa, la Orden Seráfica no tuvo más remedio que aventurar la dirección de la Misión a un personal provisto, eso sí, de las mejores intenciones del mundo, y de generoso y excelente espíritu apostólico, pero bisoño e inexperto en semejantes empresas, y excesivamente inadecuado para la grave situación de la Nigricia. ¿Qué maravilla, pues, que se viera obligado a retirarse?
[2176]
A decir verdad, se dio demasiada importancia a este fracaso, porque se quiso utilizar como argumento de la imposibilidad absoluta de la Misión, cuando quizá era mejor dirigir las críticas contra la manera como había sido puesta en práctica. Ciertamente la ínclita Orden Seráfica no necesita que yo la justifique: la historia de seis siglos de glorioso apostolado entre cien naciones infieles de uno y otro hemisferio es un monumento inmortal de su poder y sus conquistas. De ahí que me sea lícito expresar mis más firmes esperanzas en un retorno suyo más eficaz a la empresa, con el nuevo sistema de actuación que las pasadas vicisitudes y la historia de la Misión aconsejan como el más oportuno y prudente para conseguir regenerar la Nigricia central.
[2177]
Concédaseme aquí exponer humildemente también mi opinión sobre el asunto, compendiando la idea razonada en mi Plan para la Regeneración de Africa, que está impreso desde 1864, y que tuvo el honor de encontrar la aprobación de los distinguidísimos personajes y Jefes principales de varias Misiones que rodean la Nigricia. Ya desde 1857 me venía planteando el problema, que quise estudiar en las mismas tribus de los negros y al lado de aquellos primeros generosos apóstoles de esta difícil Misión. Y he llegado a la conclusión de que no se debe volver a aventurar inútilmente la vida de los misioneros europeos sometiéndolos a la desmesurada diferencia del clima ecuatorial, ni al aislamiento en medio de la privación de todas comodidades conservadoras de la vida: aparte de los costes ingentes de estas apostólicas inmigraciones, queda siempre problemática y en el aire no sólo la existencia del misionero, sino también la de la Misión. Esto sin contar con que el personal de esta Obra redentora será siempre escaso e insuficiente para las graves y urgentes necesidades de la infeliz Nigricia; de modo que quién sabe a partir de cuándo se recogerían los frutos de la regeneración.
[2178]
Por tanto, yo opino que es más útil propugnar la acción de los misioneros europeos en la educación de los negritos de ambos sexos en diversos Institutos masculinos y femeninos establecidos en un futuro cerca de las fronteras de la Nigricia, en localidades salubres, de clima medio entre el europeo y el ecuatorial. Esta educación debe prefijarse el objetivo de preparar a los mismos alumnos para apóstoles de la Nigricia, la cual volverán a habitar un día formando de colonias evangelizadoras, en las que sirvan a sus connacionales como maestros de las ciencias y de las artes manuales de mayor necesidad, y todavía más de la fe y moral del Evangelio, bajo la inmediata dirección de sus educadores, ya aclimatados en gran parte a los calores africanos. Estos educadores y misioneros europeos deberán turnarse en el gobierno inmediato de las Misiones del interior con más o menos frecuencia, según sea mayor o menor su capacidad de soportar las fatigas apostólicas y el clima de aquellas tierras.
[2179]
Con este sistema se logra perpetuar y acrecentar el apostolado regenerador de la Nigricia de modo más eficaz y menos mortífero; acelerar prácticamente la civilización con las artes y ciencias principales, con el desarrollo de un necesario comercio y con la introducción de costumbres más apacibles y sociales; aminorar las necesidades de la Misión y asegurar los pasos y los progresos con el establecimiento de las colonias; y, finalmente, habilitar a Africa para que en plazo no muy dilatado se regenere a sí misma. Lo que para las otras Misiones católicas es uno de los frutos más dulces de las fatigas del apostolado, para la de Africa Central, a mi entender, es el medio más necesario y prudente de activar con eficacia el apostolado mismo. Y no se puede decir que a este objeto es indiferente que los negros sean educados también en Europa, porque la experiencia ha demostrado que esto es un trabajo inútil: el clima y las comodidades de Europa no resultan menos fatales para el negro que el clima y las privaciones de Africa Central para el misionero.
[2180]
El método de acción que acabo de exponer fue juzgado por algunos como una idea utópica; pero ya hace más de dos años que he empezado a ponerlo en práctica en mis pequeños Institutos de negros de Egipto, y lo experimentado en este período me confirma en mi opinión de que mi plan para la regeneración de la Nigricia es de los más oportunos y eficaces, como acaso podré demostrar en otro tiempo. Además tengo la satisfacción de saber que, adoptado en otras localidades con el mismo objeto, ha producido en los misioneros este mismo convencimiento mío de un feliz resultado. Favorables circunstancias de estos días, que no habían sido previstas, parecen ser una garantía por parte de la Providencia de que la hora de la salvación ha sonado también para la pobre Nigricia.
[2181]
Sólo queda, pues, reemprender el trabajo todavía con más ganas, porque Dios está con nosotros. Jóvenes Sacerdotes, que por vuestra sublime vocación, vuestro celo de las almas y vuestro espíritu de sacrificio estáis determinados a haceros con Cristo regeneradores de vuestros infelices hermanos, ahí tenéis cien millones de negros abandonados que necesitan de vuestro esfuerzo. Acudan también las Ordenes y Congregaciones religiosas, que son la milicia selecta de la Iglesia, a cosechar laureles en este vastísimo campo, donde Satanás tiene desplegadas todas sus fuerzas. Y vosotros a los que obligaciones de vuestro estado os impiden marchar, no neguéis ni vuestras oraciones cotidianas, ni el óbolo de vuestra caridad.
[2182]
Trabajemos todos sin otro afán de emulación que el de ganar más almas para Cristo, ayudándonos mutuamente. Compartan un mismo deseo, un mismo fin, un mismo empeño todos los que aman a Jesucristo: el de conquistarle la infeliz Nigricia.
Laus Deo, Deiparae. et Divo Paulo Ap.lo.
Dado en El Cairo, Egipto, el 15 de febrero de 1870
Daniel Comboni
Misro. Aplico. de Africa Central
(1) Anales de la Propagación de la Fe», t. 20, n. 121, p. 5935.
(2) Proceedings of the R. Geog. Society, V. X, n. 1, p. 6, etc. The Albert N’yanza Great Bassin of the Nile, and Explanations of the Nile Sources by Samuel Baker, M. A. F. R. G. etc., London 1867.
(3) Dr. Ignace Knoblecher... Eine Lebensskizze von Dr. J. C. Mitterrutzner.
(4) Zweiter Jahresbericht de Marienvereins. Wien.
(5) Los jefes y los negros no salen nunca de sus cabañas sin la lanza y las fechas envenenadas.
(6) Dr. Ignace Knoblecher Apostolicher Provicar der Katholischen Mission in Central-Afrika. Eine Lebensskizze von Dr. J. C. Mitterrutzner.
Original francés.
Traducción del italiano