[1697]
Por la presente quiero hablarle de la pretendida convivencia mía y de mis compañeros con las Religiosas y las negritas, sobre la que V. Em.a, en un rasgo especial de paternal bondad, se ha dignado llamarme la atención mediante sus últimas y veneradas cartas, que solamente el otro día recibí en París.
[1698]
Llegado con mi expedición a El Cairo la víspera de la Inmaculada Concepción del año pasado, instalé a las Monjas y a las negritas en el Hospital Europeo con las Hermanas de San José, mientras que nosotros recibimos caritativa hospitalidad de los Padres Franciscanos y de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, la cual duró diez días, hasta que tomé en arrendamiento el convento de los Maronitas del Viejo Cairo.
El convento se compone de dos casas, situadas una en la parte oriental y la otra en la occidental de la iglesia; ambas casas están totalmente separadas entre sí, y tienen la salida al desierto. En 1838 los Maronitas compraron otra casa en el lado occidental de la iglesia, que unieron al convento con un gran muro. Esta casa tiene salida propia a occidente por la parte diametralmente opuesta a la salida de las otras dos casas. En ella habían vivido ya Monjas orientales. Estas tres casas se comunican con la iglesia por medio de otras tantas puertas que dan a un gran patio. En la primera casa se hospedan los frailes Maronitas cuando van al Viejo Cairo; en la segunda viví yo con mis compañeros; en la tercera, las Hermanas y las moritas, las cuales, para ir al patio, tenían que atravesar la puerta interior, cerrada con llave, y luego seguir por un pasillo de la planta baja también cerrado.
[1699]
Aunque yo no estaba satisfecho de esta división, porque soy italiano, y no francés, sin embargo (como se trataba de algo provisional) llamé a consulta a nuestro Párroco franciscano, el P. Pedro de Taggia, hombre venerable, anciano y de conciencia escrupulosa, y me aseguró que aquello podía pasar sin problemas de ningún tipo. De hecho hay tanta separación entre estas dos casas como la que existe en el Seminario Africano de Lyón y en muchos otros establecimientos de buenísima reputación que he visitado, en los que las Monjas preparan la comida, como nos la preparaban a nosotros nuestras Hermanas y negritas.
[1700]
En esas dos casas vivimos hasta el 15 de junio, en que tomé otra mayor que las anteriores, perteneciente al Sr. Bahhari Bey. Esta consta de dos grandes viviendas distribuidas en dos plantas, las cuales dan a una gran escalera que lleva a un jardín, al que está anejo, separado por un alto muro, un jardín más pequeño con palmeras datileras, y en el que se encuentra la capilla. En la primera planta estaban las Hermanas y las negritas; en la segunda, nosotros. A las Hermanas les pertenecía el primer jardín, con salida a la parte del Nilo; a nosotros el segundo jardín, con salida a la parte de la ciudad.
Si bien nuestra estancia allí era provisional, hasta que los misioneros consiguiéramos una residencia para nosotros, también ahora, antes de instalarnos en la casa de Bahhari Bey, llamé al franciscano P. Pedro y al Párroco copto para ver si era conveniente que nosotros viviésemos allí siquiera de forma provisional; y a ambos les pareció muy bien. En realidad había más separación entre los misioneros y las Hermanas que la que había en Roma, cuando las Hermanas de San José ocupaban los primeros pisos de la residencia de Castellacci, mientras que en el último vivían Monseñor el Arzpo. de Petra y la numerosa familia de su hermano.
[1701]
Finalmente, como el nuevo Superior de los Maronitas nos ofreció su convento en unas condiciones muy ventajosas, yo acepté de buena gana. Y ahora las Hermanas y las negritas siguen en la casa de Bahhari Bey, en tanto que el Colegio masculino y mis compañeros se encuentran en el convento de los Maronitas; de modo que la distancia entre ellas y ellos es como la existente entre Propaganda y Piazza di Venezia.
[1702]
Desde que tuve la idea de erigir estos Institutos, siempre ha sido mi intención organizarlos según el espíritu del Señor y como conviene a una obra de Dios para que alcance el alto objetivo prefijado. Los comienzos de una fundación son siempre arduos y duros, y siempre se necesita tiempo para conseguir que funcione regularmente. Lo que se hace en el primer año es siempre algo provisional: la acción del tiempo, como ocurre con el grano de mostaza, desarrolla paulatinamente la obra de Dios. Durante esta situación provisional, y tras haber reflexionado al respecto, yo permití tres cosas:
1.o Siendo todo caro en Egipto, especialmente la mano de obra, mis compañeros y yo, en el debido modo, hicimos de albañiles, cerrajeros, carpinteros, pintores, etc., también en la casa femenina, para acondicionarla y arreglar los deterioros.
2.o Dado que la visita de un médico costaba en el Viejo Cairo ocho escudos, y que el camilo P. Zanoni tenía buenos conocimientos de medicina, la cual él había estudiado y practicado durante quince años en los grandes hospitales, etc., permití al mismo que la ejerciese en el Insto. femenino únicamente en lo tocante a la prescripción de algún remedio; nunca en aquellas condiciones que no se prestasen a la dignidad de sacerdote y religioso, porque en tales casos vino siempre un médico idóneo del hospital turco. De esto di cuenta al Delegado. Frailes, Sacerdotes coptos y Hermanas Clarisas consultaron muchas veces con Zanoni, que también atendió a muchos turcos pobres: su nombre, en esto, es bendecido por todos.
3.o Confié al P. Zanoni la inspección inmediata del Insto. femenino, porque tenía la barba blanca y cuarenta y nueve años, había sido otras veces director de Monjas, había ocupado durante veinte años honrosos cargos en la Provincia Véneta de los Camilos, y durante otros siete el de Prefecto de la Casa Camila de Mantua, y porque en el Véneto en general gozaba de buena fama. Cualquier hombre prudente hubiera actuado así en mi caso.
[1703]
Habiendo establecido desde el principio el oportuno reglamento, me entregué a la más asidua supervisión, vigilándolo todo, incluso al P. Zanoni (porque, Eminencia, a estas alturas ya no me fío de nadie, ni de mi padre, después de haberme engañado hasta Arzobispos y frailes). Así, las cosas marcharon estupendamente y los dos pequeños Institutos gozaron –y gozan todavía– de gran crédito en cuanto a la moralidad, así como de una excelente reputación lo mismo entre los cristianos que entre los turcos; y habiendo sido visitados por laicos, sacerdotes, frailes, monjas y Obispos, nadie me hizo jamás la menor observación. De todos modos, no me habría sentido nunca satisfecho hasta no tener dos casas distantes media milla una de la otra.
[1704]
En marzo se nos echó encima el torbellino de las enfermedades, y sobre todo de la viruela, que hizo estragos hasta julio, y todas las Hermanas, casi todas las negritas, dos chicos, el P. Franceschini y yo resultamos afectados. La Superiora estuvo tres meses en la cama, y uno convaleciente, y tres negritas y un negrito murieron. Como es natural, en tan gran desconcierto los reglamentos se observaron hasta cierto punto, y yo estuve muy ocupado atendiendo a todo.
[1705]
Fue en esta época calamitosa cuando el P. Juan Bautista Zanoni (que siempre disfrutó de buena salud) abusó de su posición de confianza. Aprovechando los momentos en que yo iba a El Cairo por asuntos económicos, él, una a una, en diversas ocasiones, hizo desnudarse a algunas negritas, so pretexto de curarlas y preservarlas de la muerte. Y al negarse ellas o salir huyendo, las detenía y con el crucifijo en la mano (¡cosa inaudita!) les rogaba en nombre de Dios, por amor a aquel Crucificado y por su propia salvación que se dejasen examinar. En efecto, logró efectuar tal examen en partes que no es oportuno nombrar. Tenía especial afecto a María Zarea, una de las negras que querían hacerse monjas, afecto que se convirtió en odio cuando ella, comprendiéndolo todo, no quiso volver a verlo.
A pesar de sus cuarenta y nueve años y de su astucia, y no obstante las condiciones excepcionales en que se encontraba el Insto. femenino, Zanoni no pudo escapar a mi vigilancia. Con toda precaución posible hice las más escrupulosas indagaciones; puse en acción también la vigilancia del P. Carcereri, religioso de mucha conciencia e iluminado. Y constaté la absoluta verdad de lo expuesto. Sólo Dios sabe cuánto me pesó esta cruz. Llamado Zanoni al redde rationem, tuvo el valor de negármelo todo; pero con argumentos tan pueriles que me habrían convencido, de no estarlo ya, de la realidad de los hechos. Lo mismo constató el P. Carcereri.
[1706]
Fue entonces cuando tomé la casa de Bahhari, y, ocupada del modo antes expuesto, establecí un adecuado reglamento que hiciera imposibles tales problemas. Zanoni, dándose cuenta perfectamente de su situación, de la reputación perdida y de la imposibilidad de permanecer en mi Instituto, y todavía más exasperado al ver a sus dos Camilos inclinarse por la verdad, es decir, aprobar mi actuación y desaprobar totalmente su conducta, para salvarse a sí mismo concibió el descabellado proyecto de desacreditar a los Institutos y asestar un golpe mortal a éstos, a mí, a Franceschini y a Carcereri. A éste le guarda aversión y odio mortal, aunque Carcereri lo trata mejor que a un hermano.
[1707]
No sé qué pasos ha dado realmente Zanoni. Creo que ha tratado de insinuar sus ideas a Mons. el Delegado, a algunos PP. Franciscanos y al Padre que dirige a las Hermanas de San José en el Hospital, con el cual no me acabo de entender; me parece que ha escrito las cosas a su manera al P. Guardi, y quizá también a V. Em.a; tengo entendido asimismo que ha escrito a muchos de Verona, y les ha hecho creer que regresa porque aquí no hay medios suficientes.
[1708]
Cualquier cosa que él haya hecho, yo tengo puesta toda mi confianza en Dios: Jesús es el único amigo de los afligidos. Si hubieran caído en falta en algo los otros misioneros más jóvenes, tendría remordimiento, temiendo haber sido negligente en establecer la debida separación, ¡¡¡pero un viejo de cuarenta y nueve años...!!! No; creo que Zanoni no ha llegado a esto de repente. A la iniquidad se llega de forma gradual. Lo cierto es que se fue de El Cairo tras hacerse con certificados médicos falsos y cometer otras mil trapacerías. ¡Si era el más sano y robusto de todos! El Insto. femenino marcha ahora muy bien, goza de inmejorable reputación entre los cristianos y los turcos y prosigue su misión de traer de las tinieblas almas infieles; y el día de la Asunción recibieron el bautismo tres negritas, de lo cual no había hecho referencia a V. Em.a desde el pasado junio.
[1709]
Sobre el caso Zanoni le volveré a escribir. El pasado es siempre una escuela para el futuro. Monseñor el Delegado habrá aclarado a la S. C. lo ocurrido. Como puede ver V. Em.a, también en esta nueva tormenta el enemigo de la salvación humana ha tratado de hacerme daño. Con tantos pesares como me agobian, convendrá en que es un milagro que pueda resistir el peso de tantas cruces. Pero yo me siento tan lleno de fuerza, de valor y de confianza en Dios y en la Sma. V. María, que estoy seguro de superarlo todo, y de prepararme para otras cruces más grandes aún por llegar.
[1710]
Ya veo y comprendo que la cruz me es tan amiga, y la tengo siempre tan cerca, que desde hace tiempo la he elegido por Esposa inseparable y eterna. Y con la cruz como amada compañera y maestra sapientísima de prudencia y sagacidad, con María como mi madre queridísima, y con Jesús todo mío, no temo, Emmo. Príncipe, ni las tormentas de Roma, ni las tempestades de Egipto, ni los torbellinos de Verona, ni los nubarrones de Lyón y París; y ciertamente, con paso lento y seguro, andando sobre las espinas, llegaré a iniciar establemente e implantar la ideada Obra de la Regeneración de la Nigricia central, que tantos han abandonado, y que es la obra más difícil y fatigosa del apostolado católico. Naturalmente me encomiendo, aunque indigno de ser atendido, a V. Em.a Rma.: sea Ud. para mí jefe, médico, maestro y padre. Yo no tengo otra preocupación por ahora que la de establecer bien el pequeño Seminario de Verona y los dos pequeños Institutos de El Cairo. Don Alejandro Dalbosco, que es una perla para el Seminario veronés, me dice que D. Rolleri es un buen misionero: poco a poco lo haremos todo. Veo verificarse en la práctica lo que V. Em.a tuvo la bondad de decirme de palabra y por escrito: tiempo, lentitud, prudencia, oración, y yo añado también Cruz; pero cruz que venga de Dios, no que sea el resultado la propia falta de juicio, me parece oír a V. Em.a hacer esta salvedad.
Reciba, para terminar, mis expresiones de la más profunda veneración. Y mientras le pido perdón por todo, le beso la sagrada púrpura y me declaro
De V. Em.a Rma.
hummo. obedmo. y resp. hijo
Daniel Comboni
Envío esta carta por medio del Nuncio aplico. porque hace referencia a cosas delicadas.