Comboni, en este día

En una carta a Elisabetta Girelli (1870) desde Verona se lee:
Estamos unidos en el Sacratísimo Corazón de Jesús en la tierra, para luego unirnos en el cielo eternamente. Es menester recorrer a paso largo los caminos de Dios y de la santidad, para no detenerse más que en el paraíso.

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Nº Escrito
Destinatario
Señal (*)
Remitente
Fecha
261
Teresa Comboni
1
Colonia
17. 8.1868
N. 261 (246) - A TERESA COMBONI

ACR, A, c. 14/131



Colonia (Prusia), 17 de agosto de 1868



Breve nota.





262
Mons. Luis de Canossa
0
Colonia
18. 8.1868

N. 262 (247) - A MONS. LUIS DE CANOSSA

ACR, A, c. 14/59

Alabados J. y M. Eternamente así sea.

Colonia, 18 de agosto de 1868

Excelencia Rma.:

[1664]
Hace dos días me llegó de El Cairo su estimadísima del 3 del pdo. julio, la cual me colmó de consuelo porque en ella se expresaba como lo haría un San Ignacio a sus hijos, y le aseguro que me sentí y me siento cada vez más deseoso de llevar y sufrir la cruz: hasta tal punto sus palabras llenas de unción y de Espíritu del Divino Pastor tienen poder sobre mi corazón. En verdad necesitaba esa apreciada carta suya, que besé y volví a besar muchas veces, para disponer mi espíritu a soportar con firme resignación y por amor a Jesucristo el terrible golpe que me ha asestado su siempre muy estimada del 15 de agosto, la cual recibí esta mañana, y que me apresuro a contestar con esa tranquilidad de ánimo, sinceridad y veracidad que debe mostrar un misionero y un hombre de Dios hacia su Superior, y un hijo hacia su padre.


[1665]
El Instituto femenino, como siempre le escribí, ha funcionado como cualquier buen Instituto de Europa. Desde el primer día, de pleno y mutuo acuerdo entre nosotros, establecí la separación que la estrechez del lugar permitía, y que bastaba para garantizar el decoro y la buena reputación nuestra y de las mujeres, separación mayor que la que vi en Lyón en los dos respetabilísimos Seminarios para las Misiones africanas y diocesanas, en los cuales las Hermanas hacen la comida y atienden a los Misioneros. Pero como en Egipto vi que debía precaverme y temer más de los Franciscanos (pues no es propio de ellos ver con buenos ojos las instituciones heterogéneas) que del pueblo, en todo llamé al muy venerable P. Pedro, franciscano Párroco del Viejo Cairo, y sólo me quedé tranquilo tras su plena aprobación. Todo lo sometí a él, también para salvaguardarme de cara al Vicario Apostólico.


[1666]
Desde el principio establecí que el P. Zanoni, por ser el más viejo y tener la barba blanca, fuese el que de forma inmediata llevase el Insto. femenino. El haber sido Prefecto de su Orden en Mantua, el haber gozado siempre de estima y reputación en el Véneto y el tener la barba blanca me parecieron motivos suficientes para fiarme de él, y así atender yo más exclusivamente a los asuntos exteriores, y vigilar a los otros más jóvenes. Creo que cualquier hombre sensato hubiera obrado así en mi lugar. Pero, veneradísimo Padre, yo y todos los demás nos engañamos.

Como la visita de un médico al Viejo Cairo vale un napoleón de oro, y dado que el P. Zanoni sabe mucho de medicina, después consultar con el Rmo. Párroco (éste mismo había llamado más de una vez al P. Zanoni, y también las monjas Clarisas y gente de fuera, solicitando atención médica), le permití ejercer la medicina en nuestros dos pequeños Instos., lo cual comuniqué enseguida a Mons. Ciurcia.


[1667]
Hasta mayo reinó entre nosotros una armonía envidiable: todo marchaba estupendamente, en consonancia con la humana prudencia y el espíritu de J. C. Pero el Señor permitió que un cúmulo de enfermedades nos visitase en Egipto, incluida la terrible viruela. Entonces, como es natural, hubo que cerrar los ojos en ciertas cosas, al no poder seguir a rajatabla algunas reglas establecidas. Al permitir al P. Zanoni la práctica de la medicina se pretendía, naturalmente, que la ejerciese como conviene a un religioso. Pero el pobre hombre se extralimitó demasiado, y se permitió confianzas bastante indecentes. Ya en junio, habiendo observado en él alguna irregularidad, me apresuré a avisarle, y lo hice con la caridad de J. C.; e incluso llegué a restringirle la autorización.

Se ve que el pobre hombre no estaba muy habituado a semejantes cosas, porque, ante mi advertencia, queriendo negar y excusarse, cometió tales imprudencias y chiquilladas que me proporcionó todas las razones para ratificarme en mi juicio. Como con toda prudencia sondeé al P. Carcereri, y ambos estuvimos de acuerdo, Zanoni sospechó que Carcereri hacía de espía contra él, y le tomó un odio mortal, llegando hasta dejar de hablarle. Total, que lo descubrimos todo, que resumo aquí en dos palabras: «Zanoni, con la excusa de la visita médica (lo que jamás permitiría yo a sabiendas ni a un médico, aunque me costase la vida), visitó in verendis et in pectore a algunas negritas muy buenas, a las que, al verlas vacilantes en dejarle hacer, les mostró el crucifijo, etc.» En muy poco tiempo, habiéndonos cambiado de casa, se puso remedio a todo, y ahora el Instituto marcha inmejorablemente con el muy oportuno Reglamento que he sometido a la aprobación del Párroco, y que Ud. verá.


[1668]
Ya hace tiempo, Zanoni me había advertido que Franceschini había gastado alguna broma cariñosa a la buena y devotísima Petronila. Además de encargar a Estanislao de vigilarlo en las ocasiones en que podían verse en la iglesia, yo mismo estuve con cien ojos. Le aseguro, Monseñor, que no hubo ni hay nada. Franceschini es un pío y excelente joven, muy dócil, bueno y lleno de espíritu religioso, que un día llegará a ser un verdadero misionero camilo. En cuanto al P. Estanislao (en lo que respecta a los asuntos internos, porque la diplomacia sólo se aprende con la experiencia), ha mostrado en tal circunstancia un alma, un juicio y un corazón de santo. Monseñor, yo tengo tendencia a santificar a los demás; pero lo que digo aquí es con verdadero conocimiento de causa: Estanislao es un verdadero sacerdote y religioso, y todo lo que en sentido contrario diga de él Zanoni, es falso.


[1669]
Las cosas se habían llevado en familia y terminado con total prudencia. Como se trata de un asunto serio, quería saberlo todo antes de escribirle a Ud.; y ya había redactado una larga carta, cuando sufrí tan terrible oftalmia que creía perder la vista. Apenas convaleciente, como el P. Zanoni ha visto menoscabada su reputación en el Instituto y ve que con el actual personal nunca podrá irle bien, me pidió permiso para ir a Jerusalén y luego a Europa. Dado que me había quedado sin recursos,y había acordado con el Vicario hacer yo una gira por Europa, rogué a Zanoni que se quedase hasta mi regreso (porque, en siete meses, irnos los dos misioneros más viejos hubiera llamado demasiado la atención, etc.). Así que decidí esperar hasta ir yo a Verona, abrirle a Ud. mi corazón y acordar juntos las medidas prudenciales sobre el quid agendum en el futuro, y entonces hacer volver al P. Zanoni de una manera airosa para él y para el Instituto.


[1670]
Con vistas a justificar su regreso, parece que este pobre padre va exagerando las cosas y la pobreza del Instituto. Se ve que, para salvarse él, pretende hundir a los demás. Pero el Señor vela por la inocencia y por la Obra toda suya. Es completamente falso que las deudas nos vayan a empantanar. Yo gozo de gran crédito en Egipto y podría tomar prestado cuanto quisiera; pero, como tengo mucho miedo a las deudas y no quiero que las haya en nuestra Obra, sólo he contraído algunas con personas buenas y de fiar. En el momento en que estamos, en Egipto no tengo ni un céntimo de deuda, porque con los tres mil francos que mandé ayer, queda todavía para vivir un mes. Con esto que tengo, y con lo que recibiré de las Sociedades –como es mi absoluta esperanza–, las necesidades de los dos pequeños Institutos de El Cairo quedan cubiertas. Colonia me ha dado ahora cinco mil francos; y para mostrarle cuál es mi real estado de crédito en Colonia, le mando el Anuario de este año.


[1671]
No digo más por ahora, porque estoy en un océano de dolor. Su carta, el contenido de la misma, son nuevas espinas para mi corazón, ya lacerado de otras cruces. Fiat! Yo le doy gracias de corazón, porque aparte de venerarle como a un verdadero padre, tengo la suerte de tener en Ud. un médico sabio. Jesús crucificado, María Dolorosa, éstos son mis queridos consuelos. Como Dios le ha dado a Ud. una inmensa preocupación por las almas, espero que no le faltará ánimo para perseverar en esta santa y dificilísima empresa, que nos proporcionará cruces aún mayores que estas que tenemos.

Bendiga, Monseñor, a este pobre



Afmo. y afligidísimo hijo

Daniel Comboni M. A.



Ya he pensado en las misas. Carcereri le escribirá. Nuestros Institutos han ganado más almas en seis meses que los Franciscanos en dos años (haec inter nos). El P. Artini conoce a fondo a Zanoni.






263
P. Luis Artini
0
Colonia
20. 8.1868

N. 263 (248) - AL PADRE LUIS ARTINI

APCV, 1458/151

W.J.M.J.

Colonia (Prusia Renana)

20 de agosto de 1868

Rmo. y amadmo. Padre:

[1672]
Me sorprende sobremanera ver que todavía no se haya obtenido de Roma la gracia mediante la cual nuestro buen P. Franceschini pueda ser promovido cuanto antes al Sacerdocio. Desde mi perspectiva me inclino a pensar que algún motivo ha inducido a nuestro Padre, el Obispo de Verona, a diferir la petición. Conociendo yo muy a fondo a este joven y digno hijo de San Camilo, que está lleno de espíritu religioso, y pudiendo en conciencia responder por él, me permito rogarle que dirija cálidas súplicas a Monseñor para que se digne urgir de la S. Sede la concesión de la gracia, a fin de que pronto pueda ser ordenado Sacerdote por Mons. el Vicario Aplico. de Egipto. Franceschini merece tal gracia; no hay ninguna circunstancia o motivo que permitan demorarla.


[1673]
Parece que el Señor en su infinita bondad le ha preparado una espinosa mortificación, que desde hace algún tiempo desazona también mi espíritu. El enemigo del género humano está siempre dispuesto a trastornar las obras de Dios. Pero ánimo, mi querido Padre. El Hombre-Dios nunca mostró de mejor manera su sabiduría que al fabricar la Cruz: ésta es el verdadero consuelo, el sostén, la luz, la fuerza de las almas justas, y es la que forma las almas grandes y las hace aptas para soportar y realizar grandes cosas por la gloria de Dios y la salvación de las almas.


[1674]
Levante, pues, el espíritu sobre el adorable altar de la Cruz y piense que aunque V. R. P. no hubiera hecho otra cosa que formar en la Religión y educar en el espíritu de J. C. a un Estanislao Carcereri (y creo poder añadir un Tezza), usted habría hecho bastante. Estoy en condiciones de poder expresar esta afirmación. Conozco lo suficiente a sus tres hijos, con los que he tenido la dicha de compartir las fatigas del apostolado egipcio.


[1675]
Tengo la certeza de que también Ud. conoce a fondo al P. Zanoni; por eso me abstengo de exteriorizar mi opinión acerca de él. Si debo reprocharme alguna equivocación (y todos estamos sujetos a errores) es la de haber depositado en él demasiada confianza. Pero incluso en esto tengo una disculpa, porque V. R. P. no ignora lo fácil que es engañarse por una barba blanca, y más sabiendo que Zanoni gozó durante años de la confianza de muchos y distinguidos personajes, y desempeñó honorables cargos en la ínclita Provincia Lombardo-Véneta de la venerada Orden de los PP. Camilos. Alzando los ojos al cielo y apretándose contra el pecho el dulcísimo tesoro de la Cruz de J. C., prepare a nuestro querido P. Tezza y al buen Savio para una próxima marcha a Egipto.


[1676]
Confíe en el gran Dios Crucificado y en nuestra Madre Reina de Africa y Madre de consolación, para que a despecho del dragón del abismo, que se ensaña en esta desdichada Italia contra las más venerables Instituciones, no esté lejos la época en que la Cruz de San Camilo brille luminosa entre las tribus de la infeliz Nigricia, que viven todavía en las tinieblas y sombras de muerte. La Cruz sostendrá el ánimo contra los golpes de las vicisitudes humanas. Carcereri, Tezza y Franceschini serán tres valerosos campeones del apostolado africano que confortarán eficazmente el gran corazón de V. R. P., que está destinado a gozar de los frutos de estas plantas selectas de su jardín, digno objeto de sus paternales cuidados.


[1677]
Desearía que por ahora mi alusión respecto al P. Zanoni permaneciese entre Ud, el Sr. Obispo, el P. Tomelleri y, si lo cree conveniente, el buen Tezza. Más adelante, de palabra, le diré el resto como me lo dictan mi conciencia y un suficiente conocimiento de causa, aunque nuestro querido P. Estanislao ya le habrá informado bien de lo ocurrido.

Rogándole que salude de mi parte a los PP. Peretti, Tomelleri, Tezza, Savio, et omnes, bésole las manos y me suscribo con todo respeto y veneración



De V. R. P.

hummo. y afmo. serv. e hijo

Daniel Comboni Misro. Ap.






264
P. Luis Tezza
0
Rosenheim
17. 9.1868

N. 264 (249) - AL PADRE LUIS TEZZA

APCV, 1458/159

Rosenheim, 17 de septiembre de 1868

Mi muy querido P. Luis:


 

[1678]
Hágame el favor de escribir a Estanislao con el primer vapor italiano, pidiéndole que me mande enseguida a París la lista de cuanto necesita nuestra capilla. Yo lo he dicho todo en Francia, espero; aun así, lo mejor es comprobarlo.


[1679]
Estén preparados para el mes que viene usted, Savio, Ferroni y Rolleri, que junto con tres negras y yo iremos a probar los dátiles nuevos a El Cairo. Tenemos, querido amigo, una sublime misión que realizar, digna de los auténticos Sacerdotes de Cristo y de los verdaderos hijos del heroico San Camilo. Animo, pues: no nos dejemos hundir por el soplo de alguna tempestad. Tenemos el genuino espírito de J. C., y sólo deseamos su gloria y la salvación de las almas; conque adelante. Las cruces serán nuestras compañeras, pero sufriremos con Cristo y con San Camilo.


[1680]
Estoy ansioso de llegar a París para leer largas y detalladas cartas de Estanislao, y quizá de Zanoni, y tener noticias de El Cairo. Salgo esta mañana, y no me detendré más que dos horas en Estrasburgo. Bese por mí la mano al venerado y querido P. Provincial, dé recuerdos a Tomelleri, Peretti, Bresciani, Carcereri, etc., y reciba el más afectuoso abrazo de



Su amigo Daniel






265
Mons. Luis Ciurcia
0
Paris
19. 9.1868

N. 265 (250) A MONS. LUIS CIURCIA

AVAE, c. 23

W.J.M.J.

París, 19 de septiembre de 1868

Excelencia Rma.:


 

[1681]
Con el próximo vapor francés mandaré a V. E. Rma. una carta detallada, porque con el actual es imposible: he llegado a París sólo esta mañana, procedente de Bamberg y de Munich.

Aunque las cosas me han ido bastante bien en Alemania y he conseguido 400 napoleones de oro, tengo el alma algo dolorida por las noticias que he encontrado en muchas cartas que me habían sido enviadas a París a lista de correos. La más grave es el malvado e inicuo proceder del P. Juan Bautista Zanoni, que, gracias al cielo, por fin se ha ido. Reservándome para darle cuenta de todo con el otro vapor, de momento me limito a remitirle a nuestro venerado P. Pedro, que está al corriente de lo esencial de las cosas, y a pedirle humildemente perdón por no haber expuesto a V. R. Rma. en Alejandría lo que ocurría de hecho y lo que se podía prever en aquel punto. Quería y estaba muy dispuesto a explicarle todo el asunto del irreflexivo P. Zanoni; pero no tuve el valor de hacerlo, cuando me di cuenta de que V. E. estaba ocupadísimo.


[1682]
Mientras, como ha habido quien ha escrito a Roma diciendo que no he establecido una adecuada separación entre el Insto. femenino y nosotros, y como el Card. Barnabò me ha avisado de ello con una carta que me enviaron de Egipto y que he recibido esta mañana, considero necesario tomar en arrendamiento medio convento de los Maronitas, que ofreció el nuevo Superior y Párroco. Por ello he ordenado al P. Carcereri que consulte al respecto con el P. Pedro, y si es necesario con V. E. Rma., para realizar enseguida ese traslado. Esto a pesar de que tanto en las dos casas de los Maronitas como en la actual ha habido una separación conveniente, semejante a la del Seminario de las Misiones Africanas de Lyón y a la que había en el Insto. de las Hermanas de San José de la Aparición de Roma, cuando la Madre Emilie Julien desde 1856 hasta 1861 estuvo ocupando con sus Monjas las plantas primera y segunda de la Residencia Castellacci, y en la tercera vivía Monseñor con su hermano y los nueve hijos de éste.


[1683]
Su Exc. Mons. el Arzpo. de Munich (que gracias a su poderosa recomendación me dio mil francos) le presenta sus respetos, como también los señores Baudri y los Socios del S. Sepulcro de Colonia.

Renovando mis súplicas de un generoso perdón, y de una especial asistencia moral en la actual tormenta que parece cernerse sobre los dos pequeños Institutos nacientes, lleno de confianza en ese adorable Jesús a cuya gloria únicamente van encaminados mis trabajos y sufrimientos, le beso la sagrada vestidura y me declaro con toda gratitud y veneración



De V. E. Rma

hummo. y obedmo. hijo

Daniel Comboni






266
Card. Alejandro Barnabò
0
Paris
22. 9.1868

N. 266 (251) - AL CARD. ALEJANDRO BARNABO

AP SC Afr. C., v. 7, ff. 1307-1310v

París, 22 de septiembre de 1868

Emmo. Príncipe:


 

[1684]
Habiendo yo calculado que el Presidente de la O. P. de Lyón, por ponerse en comunicación con la S. C., tardaría algo en tomar una determinación sobre mi súplica, decidí aceptar la invitación que se me hizo de intervenir en el Congreso General de los Católicos de Alemania, en Bamberg, a fin de tratar allí con mi hermano D. Alejandro Dalbosco la causa de los negros.


[1685]
Llegado sólo ayer a París, encontré las estimadísimas cartas núms. 3, 4 y 5. que V. Em.a Rma. se dignó enviarme. Mientras le doy vivamente las gracias por las útiles y preciosas advertencias que las tres contienen, y las cuales trataré de aprovechar eficazmente, le respondo sobre los dos puntos capitales a que hace referencia su última y siempre veneradísima: 1.o, la respuesta que V. Em.a dio al Presidente de Lyón; 2.o, la convivencia mía y de mis compañeros con las Hermanas y las negritas, de la que se le ha dado noticia, y a la que V. Em.a , con trato de especial y paternal bondad, dignóse hacerme alusión ya el 4 del pasado agosto.


[1686]
El primer punto constituye para mí una cruz mucho más pesada que la que me quería endosar Víctor Manuel, y de la que muy difícilmente podré librarme, como hice con aquélla. Tengo justos motivos para suponer que la respuesta que V. Em.a dio al Presidente ha acabado con mi reputación ante ese ínclito Consejo, y me ha hecho aparecer como un verdadero embrollón, de manera que en el futuro no tendré ni el valor de acercarme allí, ni la esperanza de recibir nunca ningún socorro. Y lo que aumenta más todavía mi congoja es que tal respuesta haya hecho quedar en mal lugar también a mi venerado Superior, el dignísimo Vicario Aplico. de Egipto, que me había apoyado calurosamente con una carta especial de recomendación.


[1687]
V. Em.a Rma. ha creído su deber declarar en Lyón el verdadero estado de cosas. Y, ¿cuál es el verdadero estado de cosas declarado?... En verdad soy desdichado, Emmo. Príncipe, porque sin saberlo ni quererlo V. Em.a ha declarado especialmente dos cosas que son por completo ajenas a la verdad. En todos mis actos he empleado siempre la sinceridad y la verdad, y nunca he dejado de dar cuenta de mis pasos a V. Em.a , ni siquiera cuando temía no obrar con sabiduría y prudencia. Me parece imposible que su excelente memoria haya podido olvidar los informes que le he hecho sobre la Obra del B. Pastor. Estas son las dos cosas:


[1688]
Ad primum. V. Em.a confirma la opinión errónea del Presidente de Lyón respecto a que la Obra del B. Pastor está dirigida a mantener los Institutos de negros en El Cairo; y la confirma hasta tal punto que luego se digna decirme además: «Si la S. C. desea la civilización de la Nigricia, no puede permitir que se obtengan medios en detrimento de la benemérita pía Obra». Basta que V. Em.a se digne repasar el artículo 1.o del Estatuto general de la O. del B. P. para convencerse de que ésta tiene como fin mantener y multiplicar las Obras preparatorias de Europa; es decir, hic et nunc, el pequeño Seminario de Verona, que es totalmente ajeno a la esfera de la caridad de la santa Obra de la Propagación de la Fe (que ayuda sólo a los establecimientos de misión in partibus infidelium), como ajenos son a ella los Seminarios de las Misiones Extranjeras de Milán, Lyón, París, Londres, etc. El Seminario de París tiene bienes propios, el de Lyón se sostiene con cuestaciones diarias, y el de Londres con una cuestación extraordinaria en América.


[1689]
Al fundar el de Verona tuve en cuenta que, en los tiempos difíciles que corren, los bienhechores privados nunca dotarán establecimientos eclesiásticos, por el justo temor de que en el torbellino de una revolución quede todo absorbido por las leyes de confiscación. Por eso, sirviéndome del derecho de asociación reconocido teóricamente también por los gobiernos liberales, ideé la Obra del B. Pastor, que tiene como fin sostener Seminarios en Europa en los que formar eclesiásticos para el apostolado de la Nigricia, como el de París forma apóstoles para la India, China y Japón.

De tal fundación hablé en mi Informe de 1866 a la S. C., hecho a invitación de V. Em.a. Antes de fundar esta Obra estuve pensándola dos años, consulté con eminentísimos personajes, Obispos y hombres muy versados en obras similares, y de todos recibí palabras de ánimo. Lo mismo le ocurrió a Mons. Canossa, que fue muy alentado; y me parece que también V. Em.a me mostró más de una vez que era muy de su agrado. Por todo ello puede ver V. Em.a que la Obra del B. Pastor no tiene nada que ver con la O. P. de Lyón y París, ni puede perjudicarla en modo alguno, como tampoco tienen nada que ver con ella las cincuenta y tres Obras de parecido carácter bendecidas por la Iglesia que florecen en Alemania, Bélgica y Francia. Espero en el Señor que la O. del B. P. contribuirá en pocos lustros a dar buenos apóstoles a la Nigricia central.


[1690]
Ad secundum. V. Em.a ha declarado al Presidente de Lyón que la Obra del B. Pastor está solamente dotada de cuarenta días de indulgencia por el Obispo de Verona, sin recordar que fue enriquecida por el Santo Padre con seis indulgencias plenarias, y esto mediante un rescripto de su puño y letra, que, llegado a mis manos a las cuatro de la tarde de un día de julio de 1867, creo que el 25, por la noche tuve el honor de presentarlo a V. Em.a , quien lo leyó en su totalidad y se mostró muy complacido. Habiendo luego impreso en Verona la hoja con las mismas, se la adjunto sólo ahora, cuando mi intención fue presentarla a V. Em.a el pasado noviembre; pero, posiblemente en mi turbación por la tormenta que tuve que sufrir por parte del Vicegerente, se me olvidó dársela a conocer, de lo que le pido perdón.


[1691]
A estos dos puntos añado otra dolorosa observación. V. Em.a ha declarado al Presidente de Lyón que el Programa fue impreso en Propaganda sin el conocimiento de Ud., y que yo traté de un modo particular con el Cab. Marietti; y se extendió en otros detalles de manera que, del conjunto de su apreciada narración, parece desprenderse que yo no he obrado rectamente en ese asunto, y que me he valido de subterfugios para la impresión. La pura verdad es que, teniéndose que imprimir los Programas con alguna accesoria modificación respecto a la edición veronesa, yo mismo sugerí al Vicegerente que se imprimiesen en Roma, dándole como razón que las cosas impresas en Roma tienen más crédito en el exterior. Por otra parte, tenía yo un motivo aún más poderoso para recurrir a la imprenta romana: en este caso no sería yo sino el Vicegerente el que correría con los gastos de impresión, como me había prometido. Y en efecto fue el mismo Monseñor quien me dio el dinero para pagar a Marietti.


[1692]
Todas estas cosas, junto con otros detalles que V. Em.a ha juzgado conveniente exponer y citar al Presidente de Lyón, donde fui muy bien acogido, me han causado un gran perjuicio; como también me ha perjudicado y perjudica mucho que de cuando en cuando repita V. Em.a que D. Comboni es un loco, un loco de atar con catorce cadenas, etc., pues ello ha frenado a algún insigne bienhechor que estaba dispuesto a socorrerme, y ha enfriado a muchísimos que anteriormente me habían dado buenas razones para creer que era muy de su interés la Obra por mí concebida. Esto no es una queja que le hago, Emmo. Príncipe. Es sólo un desahogo de profundo dolor al ver que después de tantas fatigas y peligros de la vida a que me he expuesto; después de tantos estudios, viajes y gastos sostenidos por mí solo, sin recurrir nunca a Propaganda; después de quince años de continuos padecimientos y trabajo en una Obra de por sí dificilísima, que tantos han abandonado (y aun admitiendo que yo tampoco haya hecho nada, aunque constante ha sido el sacrificio), me parece que V. Em.a me trata con cierta severidad.


[1693]
Yo merezco más que esto, porque soy gran pecador y tengo con Dios deudas que pagar; de modo que le doy las gracias de todo corazón, porque V. Em.a (que en otras circunstancias me ha ayudado) como Jefe de todas las Misiones está asistido y guiado por Dios. Esta es la razón por la que al expresarle mi sincera gratitud me complazco en repetir: hic ure, hic seca, hic non parcas, ut in aeternum parcas.


[1694]
Después de todo esto me permito añadirle que, si en su profunda sabiduría V. Em.a considera conveniente aclarar al Presidente de Lyón los puntos antes expuestos, e incluso animarlo a proporcionarme enseguida alguna ayuda para los dos pequeños establecimientos de El Cairo, y recomendarle que los socorra en el futuro por medio del Vicario Aplico. como Obra diocesana de Egipto, al igual que son ayudados los Frères, las Clarisas y las Hermanas del B. Pastor de El Cairo, me hará un enorme favor y me asistirá en momentos de gran necesidad.


[1695]
Piense cuántas cruces he padecido en un año: no sé cómo lo he podido resistir; la gracia de Dios es grande. Piense que el Insto. ha salvado almas: sólo este último agosto han sido bautizados tres adultos, y un niño musulmán in articulo mortis. Pero si V. Em.a no cree oportuno atender mi humilde súplica, le quedo agradecido igualmente: es señal de que Dios no quiere. Pues hágase su santísima voluntad, que Dios se encargará de librarme de otro modo de tantas angustias: Maria adiuvabit.


[1696]
Al segundo punto, concerniente a la pretendida convivencia nuestra con las Hermanas y las negritas, le responderé mañana. Mientras mis enemigos particulares se dirijan a Propaganda no tengo nada que temer, porque la Iglesia no se deja engañar, y antes o después llega a saber la verdad.

Pidiéndole perdón por cuanto he osado exponerle en esta carta, le beso la sagrada púrpura y me declaro con todo respeto



De V. Em.a Rma.

hummo. indignmo. y afligmo. hijo en J.C.

Daniel Comboni






267
Card. Alejandro Barnabò
0
Paris
25. 9.1868

N. 267 (252) - AL CARD. ALEJANDRO BARNABO

AP SC Afr. C., v. 7, ff. 1311-1313v

W.J.M.J.

París, 25 de septiembre de 1868



Emmo. Príncipe:


 

[1697]
Por la presente quiero hablarle de la pretendida convivencia mía y de mis compañeros con las Religiosas y las negritas, sobre la que V. Em.a, en un rasgo especial de paternal bondad, se ha dignado llamarme la atención mediante sus últimas y veneradas cartas, que solamente el otro día recibí en París.


[1698]
Llegado con mi expedición a El Cairo la víspera de la Inmaculada Concepción del año pasado, instalé a las Monjas y a las negritas en el Hospital Europeo con las Hermanas de San José, mientras que nosotros recibimos caritativa hospitalidad de los Padres Franciscanos y de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, la cual duró diez días, hasta que tomé en arrendamiento el convento de los Maronitas del Viejo Cairo.

El convento se compone de dos casas, situadas una en la parte oriental y la otra en la occidental de la iglesia; ambas casas están totalmente separadas entre sí, y tienen la salida al desierto. En 1838 los Maronitas compraron otra casa en el lado occidental de la iglesia, que unieron al convento con un gran muro. Esta casa tiene salida propia a occidente por la parte diametralmente opuesta a la salida de las otras dos casas. En ella habían vivido ya Monjas orientales. Estas tres casas se comunican con la iglesia por medio de otras tantas puertas que dan a un gran patio. En la primera casa se hospedan los frailes Maronitas cuando van al Viejo Cairo; en la segunda viví yo con mis compañeros; en la tercera, las Hermanas y las moritas, las cuales, para ir al patio, tenían que atravesar la puerta interior, cerrada con llave, y luego seguir por un pasillo de la planta baja también cerrado.


[1699]
Aunque yo no estaba satisfecho de esta división, porque soy italiano, y no francés, sin embargo (como se trataba de algo provisional) llamé a consulta a nuestro Párroco franciscano, el P. Pedro de Taggia, hombre venerable, anciano y de conciencia escrupulosa, y me aseguró que aquello podía pasar sin problemas de ningún tipo. De hecho hay tanta separación entre estas dos casas como la que existe en el Seminario Africano de Lyón y en muchos otros establecimientos de buenísima reputación que he visitado, en los que las Monjas preparan la comida, como nos la preparaban a nosotros nuestras Hermanas y negritas.


[1700]
En esas dos casas vivimos hasta el 15 de junio, en que tomé otra mayor que las anteriores, perteneciente al Sr. Bahhari Bey. Esta consta de dos grandes viviendas distribuidas en dos plantas, las cuales dan a una gran escalera que lleva a un jardín, al que está anejo, separado por un alto muro, un jardín más pequeño con palmeras datileras, y en el que se encuentra la capilla. En la primera planta estaban las Hermanas y las negritas; en la segunda, nosotros. A las Hermanas les pertenecía el primer jardín, con salida a la parte del Nilo; a nosotros el segundo jardín, con salida a la parte de la ciudad.

Si bien nuestra estancia allí era provisional, hasta que los misioneros consiguiéramos una residencia para nosotros, también ahora, antes de instalarnos en la casa de Bahhari Bey, llamé al franciscano P. Pedro y al Párroco copto para ver si era conveniente que nosotros viviésemos allí siquiera de forma provisional; y a ambos les pareció muy bien. En realidad había más separación entre los misioneros y las Hermanas que la que había en Roma, cuando las Hermanas de San José ocupaban los primeros pisos de la residencia de Castellacci, mientras que en el último vivían Monseñor el Arzpo. de Petra y la numerosa familia de su hermano.


[1701]
Finalmente, como el nuevo Superior de los Maronitas nos ofreció su convento en unas condiciones muy ventajosas, yo acepté de buena gana. Y ahora las Hermanas y las negritas siguen en la casa de Bahhari Bey, en tanto que el Colegio masculino y mis compañeros se encuentran en el convento de los Maronitas; de modo que la distancia entre ellas y ellos es como la existente entre Propaganda y Piazza di Venezia.


[1702]
Desde que tuve la idea de erigir estos Institutos, siempre ha sido mi intención organizarlos según el espíritu del Señor y como conviene a una obra de Dios para que alcance el alto objetivo prefijado. Los comienzos de una fundación son siempre arduos y duros, y siempre se necesita tiempo para conseguir que funcione regularmente. Lo que se hace en el primer año es siempre algo provisional: la acción del tiempo, como ocurre con el grano de mostaza, desarrolla paulatinamente la obra de Dios. Durante esta situación provisional, y tras haber reflexionado al respecto, yo permití tres cosas:

1.o Siendo todo caro en Egipto, especialmente la mano de obra, mis compañeros y yo, en el debido modo, hicimos de albañiles, cerrajeros, carpinteros, pintores, etc., también en la casa femenina, para acondicionarla y arreglar los deterioros.

2.o Dado que la visita de un médico costaba en el Viejo Cairo ocho escudos, y que el camilo P. Zanoni tenía buenos conocimientos de medicina, la cual él había estudiado y practicado durante quince años en los grandes hospitales, etc., permití al mismo que la ejerciese en el Insto. femenino únicamente en lo tocante a la prescripción de algún remedio; nunca en aquellas condiciones que no se prestasen a la dignidad de sacerdote y religioso, porque en tales casos vino siempre un médico idóneo del hospital turco. De esto di cuenta al Delegado. Frailes, Sacerdotes coptos y Hermanas Clarisas consultaron muchas veces con Zanoni, que también atendió a muchos turcos pobres: su nombre, en esto, es bendecido por todos.

3.o Confié al P. Zanoni la inspección inmediata del Insto. femenino, porque tenía la barba blanca y cuarenta y nueve años, había sido otras veces director de Monjas, había ocupado durante veinte años honrosos cargos en la Provincia Véneta de los Camilos, y durante otros siete el de Prefecto de la Casa Camila de Mantua, y porque en el Véneto en general gozaba de buena fama. Cualquier hombre prudente hubiera actuado así en mi caso.


[1703]
Habiendo establecido desde el principio el oportuno reglamento, me entregué a la más asidua supervisión, vigilándolo todo, incluso al P. Zanoni (porque, Eminencia, a estas alturas ya no me fío de nadie, ni de mi padre, después de haberme engañado hasta Arzobispos y frailes). Así, las cosas marcharon estupendamente y los dos pequeños Institutos gozaron –y gozan todavía– de gran crédito en cuanto a la moralidad, así como de una excelente reputación lo mismo entre los cristianos que entre los turcos; y habiendo sido visitados por laicos, sacerdotes, frailes, monjas y Obispos, nadie me hizo jamás la menor observación. De todos modos, no me habría sentido nunca satisfecho hasta no tener dos casas distantes media milla una de la otra.


[1704]
En marzo se nos echó encima el torbellino de las enfermedades, y sobre todo de la viruela, que hizo estragos hasta julio, y todas las Hermanas, casi todas las negritas, dos chicos, el P. Franceschini y yo resultamos afectados. La Superiora estuvo tres meses en la cama, y uno convaleciente, y tres negritas y un negrito murieron. Como es natural, en tan gran desconcierto los reglamentos se observaron hasta cierto punto, y yo estuve muy ocupado atendiendo a todo.


[1705]
Fue en esta época calamitosa cuando el P. Juan Bautista Zanoni (que siempre disfrutó de buena salud) abusó de su posición de confianza. Aprovechando los momentos en que yo iba a El Cairo por asuntos económicos, él, una a una, en diversas ocasiones, hizo desnudarse a algunas negritas, so pretexto de curarlas y preservarlas de la muerte. Y al negarse ellas o salir huyendo, las detenía y con el crucifijo en la mano (¡cosa inaudita!) les rogaba en nombre de Dios, por amor a aquel Crucificado y por su propia salvación que se dejasen examinar. En efecto, logró efectuar tal examen en partes que no es oportuno nombrar. Tenía especial afecto a María Zarea, una de las negras que querían hacerse monjas, afecto que se convirtió en odio cuando ella, comprendiéndolo todo, no quiso volver a verlo.

A pesar de sus cuarenta y nueve años y de su astucia, y no obstante las condiciones excepcionales en que se encontraba el Insto. femenino, Zanoni no pudo escapar a mi vigilancia. Con toda precaución posible hice las más escrupulosas indagaciones; puse en acción también la vigilancia del P. Carcereri, religioso de mucha conciencia e iluminado. Y constaté la absoluta verdad de lo expuesto. Sólo Dios sabe cuánto me pesó esta cruz. Llamado Zanoni al redde rationem, tuvo el valor de negármelo todo; pero con argumentos tan pueriles que me habrían convencido, de no estarlo ya, de la realidad de los hechos. Lo mismo constató el P. Carcereri.


[1706]
Fue entonces cuando tomé la casa de Bahhari, y, ocupada del modo antes expuesto, establecí un adecuado reglamento que hiciera imposibles tales problemas. Zanoni, dándose cuenta perfectamente de su situación, de la reputación perdida y de la imposibilidad de permanecer en mi Instituto, y todavía más exasperado al ver a sus dos Camilos inclinarse por la verdad, es decir, aprobar mi actuación y desaprobar totalmente su conducta, para salvarse a sí mismo concibió el descabellado proyecto de desacreditar a los Institutos y asestar un golpe mortal a éstos, a mí, a Franceschini y a Carcereri. A éste le guarda aversión y odio mortal, aunque Carcereri lo trata mejor que a un hermano.


[1707]
No sé qué pasos ha dado realmente Zanoni. Creo que ha tratado de insinuar sus ideas a Mons. el Delegado, a algunos PP. Franciscanos y al Padre que dirige a las Hermanas de San José en el Hospital, con el cual no me acabo de entender; me parece que ha escrito las cosas a su manera al P. Guardi, y quizá también a V. Em.a; tengo entendido asimismo que ha escrito a muchos de Verona, y les ha hecho creer que regresa porque aquí no hay medios suficientes.


[1708]
Cualquier cosa que él haya hecho, yo tengo puesta toda mi confianza en Dios: Jesús es el único amigo de los afligidos. Si hubieran caído en falta en algo los otros misioneros más jóvenes, tendría remordimiento, temiendo haber sido negligente en establecer la debida separación, ¡¡¡pero un viejo de cuarenta y nueve años...!!! No; creo que Zanoni no ha llegado a esto de repente. A la iniquidad se llega de forma gradual. Lo cierto es que se fue de El Cairo tras hacerse con certificados médicos falsos y cometer otras mil trapacerías. ¡Si era el más sano y robusto de todos! El Insto. femenino marcha ahora muy bien, goza de inmejorable reputación entre los cristianos y los turcos y prosigue su misión de traer de las tinieblas almas infieles; y el día de la Asunción recibieron el bautismo tres negritas, de lo cual no había hecho referencia a V. Em.a desde el pasado junio.


[1709]
Sobre el caso Zanoni le volveré a escribir. El pasado es siempre una escuela para el futuro. Monseñor el Delegado habrá aclarado a la S. C. lo ocurrido. Como puede ver V. Em.a, también en esta nueva tormenta el enemigo de la salvación humana ha tratado de hacerme daño. Con tantos pesares como me agobian, convendrá en que es un milagro que pueda resistir el peso de tantas cruces. Pero yo me siento tan lleno de fuerza, de valor y de confianza en Dios y en la Sma. V. María, que estoy seguro de superarlo todo, y de prepararme para otras cruces más grandes aún por llegar.


[1710]
Ya veo y comprendo que la cruz me es tan amiga, y la tengo siempre tan cerca, que desde hace tiempo la he elegido por Esposa inseparable y eterna. Y con la cruz como amada compañera y maestra sapientísima de prudencia y sagacidad, con María como mi madre queridísima, y con Jesús todo mío, no temo, Emmo. Príncipe, ni las tormentas de Roma, ni las tempestades de Egipto, ni los torbellinos de Verona, ni los nubarrones de Lyón y París; y ciertamente, con paso lento y seguro, andando sobre las espinas, llegaré a iniciar establemente e implantar la ideada Obra de la Regeneración de la Nigricia central, que tantos han abandonado, y que es la obra más difícil y fatigosa del apostolado católico. Naturalmente me encomiendo, aunque indigno de ser atendido, a V. Em.a Rma.: sea Ud. para mí jefe, médico, maestro y padre. Yo no tengo otra preocupación por ahora que la de establecer bien el pequeño Seminario de Verona y los dos pequeños Institutos de El Cairo. Don Alejandro Dalbosco, que es una perla para el Seminario veronés, me dice que D. Rolleri es un buen misionero: poco a poco lo haremos todo. Veo verificarse en la práctica lo que V. Em.a tuvo la bondad de decirme de palabra y por escrito: tiempo, lentitud, prudencia, oración, y yo añado también Cruz; pero cruz que venga de Dios, no que sea el resultado la propia falta de juicio, me parece oír a V. Em.a hacer esta salvedad.

Reciba, para terminar, mis expresiones de la más profunda veneración. Y mientras le pido perdón por todo, le beso la sagrada púrpura y me declaro



De V. Em.a Rma.

hummo. obedmo. y resp. hijo

Daniel Comboni



Envío esta carta por medio del Nuncio aplico. porque hace referencia a cosas delicadas.






268
Claude Girard
0
Paris
5.10.1868

N. 268 (253) - A CLAUDE GIRARD

AGB

París, 5 de octubre de 1868

Mi muy querido amigo:


 

[1711]
Una circunstancia extraordinaria me ha impedido escribirle hasta hoy. Me alegro de saber que va a Orleans, porque es el motivo más fuerte que me puede llevar allí; pero, ocupado como he estado hasta hoy asistiendo a la venerable Condesa de Havelt, no he podido decidir mi viaje a aquella ciudad. Ahora que la señora está en el cielo, creo que podría. El día que llegue usted a Orleans escríbame enseguida a París indicándome dónde encontrarle, porque iré sin falta. Necesito de usted, de su orientación, pues hasta ahora, desde mi regreso de Alemania, no he ganado un céntimo y no tengo nada para gastar. Adiós. A toda su familia, todo mi afecto.



Su afmo. amigo Comboni




[1712]
Es horrible la guerra del P. Zanoni. Ha escrito a Roma, etc., etc. Pero Dios lo alcanzará. Con las más viles mentiras sólo se puede hacer triunfar la injusticia. Ha intentado desacreditarme en Roma y en Verona, y también ante el Delegado Apostólico. Y todo porque realicé un acto de justicia, cumpliendo con mi deber al declarar que él había hecho mal y obrado mal. Pero, amigo mío, Comboni no tiene miedo a nada: ni a las tormentas de Roma, ni a los temporales de Egipto, ni a los nubarrones de Verona. Tengo de mi parte los Corazones de Jesús y María, y esto me basta. Lo que he sufrido y lo que me queda por sufrir no es suficiente para abatir mi ánimo: la Obra de la conversión y de la regeneración de los negros será fundada, a pesar de todos los obstáculos del infierno, porque los cuernos de Cristo son más duros que los del diablo. Valor, y Dios estará con nosotros.



Adiós, amigo mío.

Suyo devotmo., Daniel Comboni



Original francés.

Traducción del italiano






269
Mons. Luis Ciurcia
0
Paris
8.10.1868

N. 269 (254) - A MONS. LUIS CIURCIA

AVAE, c. 23

W.J.M.J.

París, 8 de octubre de 1868



Excelencia Rma.:


 

[1713]
Cuando recibí en París una carta de S. Em.a el Cardenal Prefecto, que trataba de la respuesta dada al Emmo. Consejo de Lyón, y de las noticias que le habían llegado sobre la convivencia mía y de mis compañeros con las Religiosas y las negritas, pensé enviar a V. E. Rma. una copia de mis observaciones a Su Eminencia acerca de estos importantes puntos. Pero ahora, al ser las mismas demasiado largas, he considerado que será más del agrado de V. E. un pequeño resumen, dejando para mi próximo regreso la ocasión de exponerle todo, dándole cuenta exacta de mi actuación.


[1714]
Respecto al primer punto, la respuesta de S. Em.a a Lyón, temo que no haya apoyado demasiado mi causa, porque ha confirmado la opinión errónea que tenía el Consejo de que la Obra del B. Pastor está dirigida a mantener los Institutos de negros de El Cairo, y encima ha declarado al Presidente que dicha obra no tiene la aprobación de Roma y sólo cuenta con los cuarenta días de indulgencia aplicados a ella por Mons. Canossa. A este error he respondido que basta con que S. Em.a examine el Programa de dicha Obra y la hoja de las indulgencias plenarias concedidas mediante documento papal extendido por Pío IX de su puño y letra (cuyas copias yo mismo puse en manos del Cardenal el pdo. octubre de1867), para convencerse de que la Obra del B. Pastor tiene como fin sostener el pequeño Seminario de Verona, y que fue enriquecida con seis indulgencias plenarias por S. S. Pío IX. Por lo demás, según lo que me dijo uno de los más activos miembros del Consejo de Lyón, el Rmo. De Georges, Superior del ínclito Seminario Cartujo, la Obra de la Propagación de la Fe tendrá siempre en cuenta la venerada carta de recomendación de V. E. Rma., y sostendrá a mi Instituto como Obra diocesana de Egipto, porque el Consejo sabe bien que nuestro respetabilísimo Cardenal está en un error.


[1715]
En cuanto al segundo punto, el de la pretendida convivencia, he hecho a S. Em.a una exacta descripción tanto de las dos casas que componen el convento de los Maronitas, así como de la nueva residencia Bahhari, que ocupamos el pasado 18 de junio, y le he hecho ver que en la casa Maronita había más separación entre los misioneros y las Hermanas que la que ha habido y hay actualmente en el respetable Seminario de Lyón –donde las Monjas, estando en la misma casa, con la correspondiente separación, cocinan, etc. para los alumnos de dicho Seminario africano–, y más separación que la existente en casi todos los conventos femeninos de Alemania, en los que el confesor y el capellán viven en el mismo convento y en la misma casa, con una separación sólo de puertas. Y si se trata de la casa de Bahhari, la separación es mayor entre sus dos extensos pisos que la que hay en Roma en la residencia Castellacci, donde entre 1856 y 1862 la Madre general y las Hermanas ocupaban la primera planta y la segunda, mientras que Monseñor, con su hermano y los nueve hijos e hijas de éste, vivía en la tercera.

Hice observar a V. Em.a que nuestra actual situación era provisional, porque siempre fue mi intención tomar –cuando los tiempos fueran mejores– dos casas distantes al menos media milla una de otra; pero que, encontrándome en los comienzos de tal fundación, se podía seguir así, por el momento, con toda la prudencia humana.


[1716]
Quien ha sembrado esta cizaña –me consta con certeza– es el pobre P. Zanoni, que, viendo su reputación por los suelos, y conociendo la absoluta imposibilidad de seguir en mi Instituto (por lo que ha hecho, y que el P. Estanislao Carcereri le ha debido de reprochar, lo que es causa para mí del más vivo dolor), ha tratado de justificar su marcha asestando un golpe a mi Instituto, a mí y a los otros dos, y desacreditándonos en Roma, en Verona y dondequiera que le ha sido posible. Hizo esto después de mi partida, cuando escribió al Padre General de los Camilos, el P. Guardi, íntimo amigo de nuestro Cardenal. Y por exponer él las cosas a su modo y con toda la malicia, yo he tenido que sufrir mucho por parte de Su Eminencia, quien con razón sobrada no me ha prestado su apoyo ante el Consejo de Lyón.


[1717]
Tengo algo que reprocharme, y es el no haber habierto enseguida mi corazón a V. E., hablándole del P. Zanoni. Usted habría puesto rápido remedio, y las cosas habrían marchado bien. Pero no lo hice, tanto porque la marcha inmediata del P. Zanoni habría impedido la mía, que por otra parte era necesaria, como porque hablar del asunto que debía alejar al P. Zanoni se me hacía tan cuesta arriba que no me podía decidir. Espero que el corazón más que paternal de V. E. me conceda benévolo perdón, porque de ahora en adelante no dejaré que me detenga ninguna contrariedad, y encontrará en mí un hijo.

Por lo demás, estoy impaciente por volver a Egipto. Aquí en París las cosas se dilatan porque todos están en el campo. En cualquier caso espero dejar Europa a primeros del próximo mes.


[1718]
Si el Señor me ayuda, confío en recibir un subsidio de la Santa Infancia, una pequeña ayuda de Mons. Soubiranne y otra del Ministerio, de los fondos destinados a Oriente, más alguna cosa del Institut d’Afrique, del que soy Presidente honorario desde el año pasado. La Duquesa de Valenza le manda saludos, y el Barón de Havelt –del que soy huésped– como gran patrocinador de las Misiones le presenta sus respetos.

Yo le beso el sagrado anillo, y encomendándome a su corazón, que ha sido más que de padre para mí, me suscribo



De V. E. Rma. dev. hijo

Daniel Comboni






270
Señora A. H. De Villeneuve
0
Paris
9.10 1868

N. 270 (255) - A MADAME A. H. DE VILLENEUVE

AFV, Versailles

W.J.M.J.

París, 9 de octubre de 1868



Queridísima y venerada Señora:


 

[1719]
Me encuentro desde hace unos días en París y de ninguna manera pienso marcharme sin verla. Esperaba que usted viniese a París durante el mes de octubre, pero me dicen que permanecerá en Quimper también en noviembre. Pues bien, yo iré a visitarla en el presente mes. Me alegro de que esté aquí la Sra. María, a la que trataré de ver hoy.

Siempre me acuerdo de usted, de mi buen amigo Augusto y de su querida familia.


[1720]
Recientemente he asistido a la señora Baronesa de Havelt, de la cual he recogido el último suspiro. Antes de esto pasé muchas noches junto a su cabecera, le di la bendición papal y dieciocho veces la absolución. Ha ido al cielo.

Me alegro de recibir por medio del Sr. Désiré buenas noticias de mi querido Augusto. Una madre única e incomparable como usted debe ser escuchada por Dios. Su abnegación y amor maternal llegan más a Dios que cualquier plegaria. Sin embargo, sigamos con nuestras oraciones.

Le ruego que salude cordialmente de mi parte al Sr. Augusto y al joven Urbansky, del que también me da buenas noticias Désiré.

Adiós, mi venerada señora; estoy impaciente por verla y pasar un día con usted y con mi querido Augusto. Con estos sentimientos tengo el honor de decirme en el Sagrado Corazón de Jesús



Suyo afmo., D. Comboni



Original francés.

Traducción del italiano