Comboni, en este día

En una carta a Elisabetta Girelli (1870) desde Verona se lee:
Estamos unidos en el Sacratísimo Corazón de Jesús en la tierra, para luego unirnos en el cielo eternamente. Es menester recorrer a paso largo los caminos de Dios y de la santidad, para no detenerse más que en el paraíso.

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Nº Escrito
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Señal (*)
Remitente
Fecha
281
Señora A. H. De Villeneuve
0
Paris
15. I l.1868
N. 281 (265) - A MADAME A. H. DE VILLENEUVE

AFV, Versailles



París, 22 Rue des Sts. Pères

15 de noviembre de 1868



Señora:



[1754]
Apenas recibí su carta, aunque estaba muy ocupado, fui de Herodes a Pilato y de la Ceca a la Meca para obtener información sobre Conrad y cumplir así lo que su eminente caridad me había ordenado. Pero mientras hacía esto, he aquí que llega «lupus in fabula», o sea, el polaco. Le encuentro muy buen aspecto, porque está bien alimentado y descansado.


[1755]
Me ha dicho que ha encontrado en usted una verdadera madre, y que ha recibido mucho de usted, de Augusto y de Désiré. De todas formas, me habría gustado que él hubiese seguido en todo sus maternales consejos, tanto más cuanto que Augusto le quiere sobremanera. Pero la juventud es siempre la juventud. El miedo a perder el año –dice él– le ha decidido a venir a París, lo que no creo porque, en lo que se refiere a lo escolar, tengo todos los conocimientos posibles. Como estoy muy ocupado, no he podido ir a buscarlo y comprobar cuál es la causa de todo ello, puesto que goza de buenísima salud. En fin, no dispongo de palabras suficientes para agradecerle a usted tantas bondades como ha tenido conmigo. Sería mi deseo permanecer un año a su lado y ocuparme con afecto de mi querido Augusto, comunicándole todo lo que poseo de talento y de ciencia; pero, ¡ay!, se impone mi regreso a Egipto. Sólo podré pasar con usted algún día. No obstante, voy a establecer el centro de mi obra en París, y espero tener en el futuro muy frecuentes ocasiones de estar en su compañía.


[1756]
Voy a fundar un Comité de damas patrocinadoras en París, y es mi gran deseo que usted y María formen parte de él. Dígame, por favor, hasta qué día va a estar usted fuera de París. Déme noticias suyas y de sus queridos hijos. Yo le enviaré unos opúsculos.


[1757]
Todavía estoy en su cuarentena de oraciones. En el octavario de los Difuntos he celebrado una misa por su querido esposo. Si ve a la señora de Poysson preséntele mis respetos.

Expresándole todo mi agradecimiento y sentimientos de gran afecto, tengo la suerte de declararme



Suyo devotísimo

Daniel Comboni



Mère Emilie está muy bien. Me ha escrito recientemente.



Original francés.

Tradución del italiano






282
Agustin Cochin
0
Paris
26.11.1868
N. 282 (266) - A AGUSTIN COCHIN

APFP, Boîte G-84



París, 26 de noviembre de 1868



Señor:



[1758]
Acabo de acusar recibo de la carta mediante la cual me ha hecho usted el honor de informarme de lo que se ha hablado concerniente a mi Obra en la última reunión de los miembros de la Propagación de la Fe. Le estoy infinitamente agradecido. Permítame exponerle alguna observación a este respecto.

En cuanto a la revista del Sr. Cloquet, me había hecho una idea favorable y desde luego no pensaba que esta publicación desagradase a la Obra de la Propagación de la Fe. Si he confiado al Apostolat la publicación de mi Plan para la regeneración de Africa, es únicamente por razones de economía y para no correr con los gastos de impresión; pero no he tenido en ningún momento la intención de hacer del Apostolat el órgano de mi Obra en París. Por el contrario, sería para mí un placer y un deber de gratitud ofrecer bien a los Annales, bien al Journal des Missions Catholiques, la información sobre la Misión de Africa Central y sobre mis Institutos de Egipto.


[1759]
Por lo que respecta a la formación de un Comité en París, seguramente ha habido un malentendido sobre las atribuciones y el objeto que debía tener. Se ha creído que estaría destinado a crear recursos para las Misiones de la Nigricia interior y para mis Institutos de Africa; pero lo cierto es que su finalidad era solamente proporcionar a mi Obra en París una casa donde poder reunir y formar personal francés dispuesto a participar en mi misión. Algo conforme a lo ya existente en Verona, donde la Obra del Buen Pastor, bendecida y alabada por el Papa Pío IX y dirigida por Mons. el Obispo de Verona, sostiene, con las limosnas que recoge, un Seminario para nuestros Misioneros italianos. Una casa similar es verdaderamente indispensable en París, tanto a causa de mis relaciones con el Gobierno francés, cuya influencia es tan grande en Oriente, como porque se encuentran más fácilmente en Francia personas que se dediquen a las Misiones.


[1760]
Creí no poder contar, para esta fundación, con la Propagación de la Fe, porque me habían dicho que sus recursos eran destinados exclusivamente a las Misiones extranjeras. Pero, si puedo tener la seguridad de haberme equivocado en ello, renuncio desde este momento y para siempre a preocuparme yo mismo tanto del mantenimiento de mi Seminario de Verona como de la fundación del de París. Por lo demás, la verdad de mis sentimientos es que, con la formación del Comité en cuestión, de ninguna manera quería disgustar a la Propagación de la Fe; tanto es así que me había dirigido precisamente a personas que ya forman parte del Consejo de esta Obra capital, que me obligaré siempre a apoyar y fomentar yo mismo, como ya he hecho en el pasado.


[1761]
No emprenderé nunca nada sin haberme dirigido previamente al Consejo de la Propagación de la Fe.

Le estaré muy reconocido, señor, si a todas las bondades que le debo añade la de querer hacerse intérprete de mis devotos y respetuosos sentimientos hacia todos los miembros de la Propagación de la Fe.

Acepte, señor, las expresiones del más profundo respeto de quien con todo su agradecimiento se honra en declararse



Su devoto servidor

Daniel Comboni

Misionero Apostólico



Original francés.

Traducción del italiano






283
Obra de la S. Infancia
0
Paris
29.11.1868
N. 283 (267) - A LA OBRA DE LA SANTA INFANCIA

AOSI, Parigi



París, 29 de noviembre de 1868



A los Sres. Miembros del Comité de la Santa Infancia

Señores:



[1762]
La benévola colaboración que prestan Uds. a los Misioneros dedicados a la educación de los niños en los países infieles me anima a exponerles cuáles son, en este aspecto, la situación y las necesidades de mi Misión.


[1763]
Consagrado desde hace doce años al apostolado en Africa Central, para alcanzar este objetivo he tenido que fundar preciamente en El Cairo, con la autorización de Propaganda, dos Institutos donde los jóvenes negros, chicos y chicas, son educados en los principios de la fe católica, tras lo cual pasan a convertirse en útiles auxiliares para la conversión de los pueblos del centro de la Nigricia.

Este sistema, que he presentado a Su Santidad Pío IX y a un gran número de Obispos y de Superiores de Misiones africanas, ha sido considerado el único capaz de conseguir la salvación de los nativos de Africa Central.


[1764]
El Instituto para chicos fundado en El Cairo está dirigido por cuatro Misioneros de mi Seminario de Verona y cuenta, por el momento, con una decena de alumnos.

El Instituto para chicas, bajo la dirección de las Hermanas de San José de la Aparición de Marsella y de muchas maestras negras ya formadas en el Instituto Mazza de Verona, tiene en la actualidad diecisiete alumnas. Estas han hecho ya progresos notables en la piedad y en la instrucción, y cultivan con éxito todas las labores propias de su sexo, a fin de llegar a ser buenas mujeres de familia.


[1765]
Los niños que educamos representan para nosotros un gran gasto, tanto para comprarlos como para educarlos y mantenerlos. A veces los encontramos, débiles y enfermos, laguideciendo en los caminos o en las encrucijadas; pero no dudamos en hacernos cargo de ellos porque hemos fundado, junto a cada uno de los mencionados Institutos, una enfermería y una farmacia, habiendo aprendido que la caridad con los enfermos es un poderoso medio de ganar almas para Jesucristo. Ustedes, señores, comprenderán fácilmente lo gravosa que es la carga que con ellos asumimos y cuánta es nuestra necesidad de ser socorridos.

Por otra parte, al dirigirles esta petición, yo no soy más que el intérprete de las intenciones de Mons. Ciurcia, Vicario y Delegado Apostólico de Egipto y encargado «ad interim» de la dirección del Vicariato de Africa Central, quien ha querido entregarme a este fin una carta de recomendación.


[1766]
A medida que mi Obra se desarrolle, como tengo todas las razones para esperar, llamaré sucesivamente en mi ayuda a otros religiosos franceses, pues he podido constatar la especial aptitud de las gentes de su nación para las obras de apostolado. Para terminar, señores, deseo subrayarles que del éxito de los dos Institutos, por los cuales he tenido el honor de dirigirme a Uds., depende sin duda la conversión de un buen número de tribus de Africa Central. Y estoy seguro que esta oportunidad de buscar la gloria de Dios y la salvación de las almas les hará atender los deseos de éste que, lleno de esperanza en su caridad, tiene el honor de decirse



De Uds., señores, hummo. servidor

Daniel Comboni

Misionero Apostólico en Africa Central

Superior de los Instos. de negros de Egipto



Original francés.

Traducción del italiano






284
Una señora española
0
Paris
3.12.1868
N. 284 (268) - A UNA SEÑORA ESPAÑOLA

ACR, A, c. 15/139



París, 22 Rue des Saints Pères

3 de diciembre de 1868



Estimadísima Señora:



[1767]
Aunque no tengo el placer de conocerla personalmente, sé cuán buenos son sus sentimientos religiosos y proverbial su generosidad, por lo que me tomo la libertad, que me querrá excusar, de escribirle esta carta para pedir en favor de una obra esencialmente católica, la «Regeneración de Africa» y la propagación de nuestra santa religión en aquellas vastas regiones, una limosna, que Dios ha prometido «recompensar generosamente» cuando se da por su amor.


[1768]
Se trata de salvar miles de almas, y San Agustín asegura que «quien salva un alma, salva la suya». ¿Cabe recompensa más grande?

El Santo Padre ha bendecido repetidamente esta obra y la ayudado con sus limitados recursos, concediendo por otra parte a sus bienhechores muchas gracias e indulgencias.


[1769]
Pobre por vocación y por necesidad, sacrifico toda mi existencia para socorrer a mis hermanos en Cristo. Y como sacerdote misionero de Africa Central, que conoce las necesidades de aquella naciente sociedad cristiana, suplico a su benévolo y caritativo corazón que se interese por tantos infelices que yacen inmersos en las tinieblas y en la más horrenda idolatría.


[1770]
Nunca hubiera querido molestarla. Pero sabiendo lo buena y comprensiva que es ante las desgracias ajenas, estoy seguro de que tampoco permanecerá insensible ante los males de los infelices africanos; males tanto más graves cuanto que pueden ser eternos, si la caridad cristiana no proporciona los misioneros y medios para rescatarlos, convirtiéndolos en seres felices que bendecirán eternamente a sus generosos bienhechores católicos.

Disculpe esta libertad que me he tomado, y considéreme su reconocido y afectísimo servidor y capellán, q. b. s. m.



Daniel Comboni



Original español.

Traducción del italiano






285
Señora A. H. De Villeneuve
0
Paris
5.12.1868
N. 285 (269) - A MADAME A. H. DE VILLENEUVE

AFV, Versailles



París, 5 de diciembre de 1868



Queridísima Señora:



[1771]
Anteayer recibí su estimada carta. Cuántas cosas tendría que decirle. La más deliciosa es que sé que el 12 o el 13 usted llegará a París, y yo estoy decidido a esperarla. La idea de mi viaje a Quimper y a Prat-en-Raz, en medio de tantas ocupaciones como he tenido, me hacía estar indeciso, pues ir hubiera sido un placer inmenso; pero ahora me siento feliz porque dentro de una semana tendré la suerte de verla aquí.


[1772]
Egipto me espera, pero yo espero a la señora de Villeneuve, a mi amigo Augusto y a sus queridos hijos, a los que tengo mucho cariño. Si hubiese hecho el viaje a Prat-en-Raz, me habría quedado remordimiento por el gasto, porque no me es permitido, en conciencia, gastar un céntimo para mi propio placer. Aun así, yo habría ido a Prat-en-Raz, de no venir usted a París.


[1773]
Sobre lo referente a Urbansky hablaremos de viva voz. El ha hecho una gran tontería dejándola a usted y a Augusto. Y con mucha razón está arrepentido, ahora que le he dicho unas cuantas cosas paternalmente pero con claridad. Cuando usted me pidió que hablara con su médico y con sus superiores del colegio, anduve por todas partes. A pesar del mucho tiempo y esfuerzo que empleé para conseguir noticias del colegio, del patronato, etc., no pude encontrar las personas a las que tenía que consultar. En este momento él ha llegado a París, pero me parece que no tiene ya el buen aspecto que presentaba cuando vino la otra vez. Es todavía un chico que no reflexiona bastante, aunque es un buen muchacho. Yo le he preparado un confesor porque no frecuenta casi nada los sacramentos: parece que se somete.


[1774]
Cuando usted piense en su querido esposo no debe albergar nunca esas ideas que me expresa. Tenga en cuenta que la misericordia de Dios es infinita, y que es imposible que él no haya encontrado gracia en Dios después de tantas oraciones y tanta entrega por parte de usted, que fue una esposa admirable, y es una madre como no he encontrado otra igual en la tierra. Dios es caridad. La cólera de Dios se transforma en dulzura ante la caridad.


[1775]
Creo que Dios –estoy convencido de ello– ha tenido en cuenta su caridad y su admirable abnegación hacia él; caridad y abnegación que le ha consagrado antes y después de su muerte. Piense que su marido era un hombre excelente que honraba a la sociedad; era un hombre honesto. Su única falta era no ser practicante, lo cual pudo deberse a su educación o a estar inmerso en los negocios. Pero sé que fue un hombre caritativo y que hizo bien al prójimo. Por tanto, esta virtud no puede quedar sin recompensa. Además, mediante el matrimonio cristiano, el hombre se vuelve un solo ser con la mujer; y como usted ha hecho mucho bien antes y después de su muerte, hallo en esto una razón de más para esperar de la misericordia de Dios. Confíe, pues, en el Buen Dios, en la seguridad de que ha tenido compasión de su esposo. Continúe rezando por él, esté tranquila y consagre todos los meses de noviembre de su vida en su sufragio, porque es un mes de gracia y de misericordia.


[1776]
En cuanto a las indulgencias de la gran Cruz de Jerusalén, si tiene el crucifijo puede usted ganar indulgencia plenaria cada vez que haga el Vía Crucis. A las reliquias no va unida ninguna indulgencia. Todos los objetos que han tocado el Santo Sepulcro de Jerusalén –me han asegurado los Padres de Tierra Santa– tienen indulgencia cada vez que se besan si se está confesado y comulgado, etc. Y sin duda hay indulgencia plenaria en trance de muerte. Además, para asegurarla de todo, se lo escribiré más adelante, cuando haya consultado la hoja de las Indulgencias de Jerusalén.


[1777]
Hace mucho que no recibo cartas de la Princesa María; es decir, desde el 8 de noviembre, cuando ella me decía que había estado enferma. Si no le ha escrito, es señal de que no ha recibido su carta, puesto que le tiene a usted mucho afecto y estima. Así que escríbale, pues le agrada mucho recibir sus cartas, y háblele de Augusto y de la señora María. Hoy mismo le escribiré de usted. Le ruego que presente mis respetos a la señora Poysson, a la que me alegraría mucho de volver a ver.


[1778]
Espero con impaciencia la llegada de ustedes a París. Augusto será tan bueno, o usted, de hacérmelo saber enseguida: iré inmediatamente a la estación o a su casa.

Rece por mi padre, que está enfermo. El le devolverá sus oraciones, porque desde hace muchos años reza ocho o nueve horas al día. Es un hombre justo, y un poco escrupuloso: todo lo contrario de su hijo.

Acepte mis expresiones de la más alta estima y afecto.



Daniel Comboni



Original francés.

Traducción del italiano






286
Mons. Luis de Canossa
0
Paris
14.12.1868
N. 286 (270) - A MONS. LUIS DE CANOSSA

ACR, A, c. 14/62



W.J.M.J.

París, 14 de diciembre de 1868

4 p.m.



Excelencia Rma.:



[1779]
Sicut placebit Domino ita fiat: sit semper nomen Domini benedictum. Recibo en este momento un telegrama concebido en estos términos: «Dal Bosco temo no vivirá hasta la noche. Responda.–Tomassi». Ayer me llegó una carta anunciándome que mi padre lleva treinta y seis días gravemente enfermo. A esto añada las muchas cruces que la bondad de Dios se complace en darme. Nuestro querido Jesús es muy bueno: es una invitación verdaderamente amorosa que nos mueve a amarlo de verdad. No tengo palabras para dar gracias a Dios como es debido, y no sólo porque estoy confuso, pero que muy confuso.


[1780]
Si D. Dalbosco hubiese de ir al Paraíso (cosa que siento como segura), ¿cómo nos vamos a apañar para llevar los asuntos del pequeño Seminario de Verona? En fin, Monseñor y Padre mío veneradísimo, echémonos en los brazos de Jesús, que tiene mucha caridad, talento, y sabe arreglar bien las cosas: sit nomen eius benedictum in saecula.


[1781]
Yo estoy gestionando mi ida a Verona: he obtenido billete gratuito para mí desde Susa a Verona, y para ocho desde Verona a Génova. Espero conseguir el billete desde París a St. Michel, y desde Mónaco, Niza y Marsella para el grupo. Además estoy seguro de que el Ministerio de Asuntos Exteriores va a concederme pasaje gratuito desde Marsella a Alejandría; pero aún no he podido dejar esto resuelto, por encontrarse el Ministro en Compiègne. Mi idea es esperarle, ir a Lyón a recibir los cinco mil francos, pasar por Turín para hablar con D. Bosco... y volar a Verona. Si V. E. considera que debo modificar este plan, no tiene más que indicármelo, y seguiré sus veneradas órdenes.


[1782]
Por lo demás, confiemos en Jesús: soy inmensamente feliz de que El me honre con tantas cruces, pues son preciosos tesoros de su divina gracia. Puesto que nosotros trabajamos por la conversión de las almas más abandonadas de la tierra, e intentamos trabajar únicamente para hacer su divina voluntad, sea siempre bendito Jesús in prosperis et adversis, nunc et in saecula.

Si el Señor nos deja con vida a nuestro D. Alejandro, le bendeciremos; si llama al Paraíso a esta alma elegida, tendremos un abogado más en el cielo.

Le beso la sagrada vestidura, y me declaro en los Sdos. Corazones de Jesús y María

Su hummo. e indig. hijo



Daniel Comboni






287
Mons. Luis de Canossa
0
Paris
20.12.1868
N. 287 (271) - A MONS. LUIS DE CANOSSA

ACR, A, c. 14/63



Alab. J. y M. Eternamente y así sea

París, 20 de diciembre de 1868



Ilmo. y Rmo. Monseñor:



[1783]
Es una gran pérdida la que hemos tenido; pero no hemos perdido a Jesús, y por tanto lo poseemos todo. Incluso la misma pérdida es quizá una conquista, porque D. Alejandro Dalbosco, que fue un santo, desde lo alto de los cielos rogará al Dador de todo bien, y con su intercesión nos ayudará en la gran lucha. Dominus dedit, Dominus abstulit... sit nomen Domini benedictum.


[1784]
Yo, sin más, dentro de tres o cuatro días dejo París. Ya he saludado a Mme. Therèse, que se encuentra muy bien. He descubierto una diócesis que distribuye veinte mil misas al año: es Nimes. El Obispo es alumno del Seminario de los Cartujos de Lyón, cuyo Superior, miembro desde hace treinta años de la Propagación de la Fe de Lyón, es amigo mío, y me alojo en su casa. Trataré de acosarlo de manera que le mande muchas misas.

De Lyón iré a Turín y a Verona.


[1785]
Cualquiera que sea el atolladero en el que nos encontremos, pongamos toda la confianza en Dios y en la Reina de Africa. Hombres y dinero, dinero y hombres, son dos cosas de absoluta necesidad. Usted, Monseñor, por medio de la Pastoral; yo a bordo de trenes y barcos, cruzando países y océanos, encontraremos dinero y hombres. Paciencia, confianza, ánimo y constancia –pero en los Corazones de Jesús y de María– nos harán implantar la obra y salvar gran número de almas. La Reina de España me ha recomendado su hija y el Conde de Girgenti, que vendrán a Egipto. Yo les he planeado el viaje.


[1786]
En mi dolor por la muerte de D. Alejandro tengo un gran consuelo: el de ver que Jesús me manda cruces. Si todas las obras de Dios han sido fundadas en la Cruz, ¿pretenderemos nosotros fundar la de Africa con viento en popa?... No; besemos la cruz y confiemos en Jesús.

Le beso la sagrada vestidura, y reciba todo el corazón de



Su indignmo. hijo

Daniel Comboni






288
El Plan
1
Paris
1868
N. 288 (272) - EL PLAN

APFP



1868



Edición francesa.





289
Sociedad de Colonia
0
1868
N. 289 (273) - A LA SOCIEDAD DE COLONIA

«Jahresbericht...» 17 (1869), pp. 20-61



1868



NOTICIAS BIOGRAFICAS

de los Misioneros, Hermanas y Maestras negras

de la expedición de D. Daniel Comboni a Egipto para la fundación

de escuelas para los negros en El Cairo en el año 1867






[1787]
Juan Bautista Zanoni

Zanoni es hijo de una familia muy respetable y acomodada de Verona, donde nació en el año 1820. En su juventud se dedicó a los estudios, y en la enseñanza secundaria adquirió un buen conocimiento de la la literatura italiana y latina; pero más tarde se inclinó por la mecánica y la hidráulica, rama a la que se dedicó con mucho empeño. En ella se ejercitó por varios años en su ciudad natal, y adquirió tal habilidad que su nombre se hizo pronto conocido, hasta el punto de ser considerado, después del famoso profesor Avesani, su maestro, como el primero en ese arte. Fue él quien en 1838 mostró por primera vez al Emperador Fernando de Austria un modelo de máquina ferroviaria de vapor, para la que había inventado un nuevo condensador, el cual acumula una considerable cantidad de vapor –que sin él se habría perdido–, a fin de proporcionar mayor energía a la locomotora. La invención valió a Zanoni una mención de honor por parte del Emperador y una medalla al mérito en la Exposición de Venecia. Más tarde tuvo también la satisfacción de ver introducido su condensador en diversos países de Europa, especialmente en Inglaterra.

En el año 1844 dio un giro hacia el estado religioso, entrando en la Orden de San Camilo de Lellis, llamada de los Clérigos Regulares Ministros de los Enfermos. Tenía intención de dedicarse al cuidado de los enfermos como simple hermano laico, pero los Superiores reconocieron en seguida en él a un hombre de talento y lleno de auténtica piedad, y lo persuadieron no solamente para que continuase sus estudios literarios, sino además para que emprendiese los filosóficos y teológicos con vistas a hacerse sacerdote. En los años 1850-1851, él y yo estudiamos juntos teología dogmática en el Seminario de Verona, donde ocupábamos el mismo banco. Yo me sentaba a un lado de Zanoni, y al otro lo hacía el piadoso D. Angel Melotto, quien más tarde, como Misionero en Africa Central, visitó conmigo las tribus de los Kich y Eliab en el Nilo Blanco y murió en Jartum en mis brazos. Fue por aquella época cuando Zanoni tuvo la idea de ir a Africa para dedicarse a la conversión de los negros y abrió su alma a aquel venerable y sabio Misionero, ahora difunto, al que quería con especial afecto.


[1788]
En el tiempo en que ejerció el ministerio sacerdotal en el convento, Zanoni tampoco abandonó su vieja especialización, la mecánica y lo que le es afin, ni la arquitectura y la pintura, a las que se había dedicado de laico con mucha diligencia; y como pasaba la mayor parte del tiempo en los hospitales que estaban a cargo de los Hermanos de su Orden, se entregó también a los estudios científicos y prácticos de medicina, cirugía y farmacia, en las que a través de un largo ejercicio ha hecho muchos progresos. Además es experto en agricultura y no ajeno a muchas ramas de la artesanía: es un hábil fundidor, herrero, relojero, albañil, carpintero, etc. Y es extraordinariamente activo. Como eclesiástico se muestra buen predicador, excelente religioso y muy hábil enfermero. Domina las lenguas italiana, latina y francesa, y ahora está estudiando árabe.

En diversas ocasiones sus Superiores lo han empleado en cargos importantes. Así, estuvo de Director espiritual en varios conventos; en 1858 fue nombrado Prefecto del convento camilo de Mantua, y en 1862 se le envió a Roma para tomar parte en la elección del Superior General de su Orden.


[1789]
Era todavía Prefecto del convento de Mantua, cuando por medio de la diabólica ley del 7 de junio de 1866 se suprimió su Orden. Este fue el motivo por el que, luego de conocer nuestro Plan para la conversión de Africa, solicitó insistentemente permiso a la S. Sede para dedicarse a esta Obra, por la que él sentía inclinación desde el principio de su vida religiosa. Con gran júbilo de su alma obtuvo dicho permiso, que le fue concedido mediante Rescripto del 7 de julio del mismo año.

De todas las ramas de sus saberes ha dejado memorables muestras dondequiera que ha estado: en Verona, en Padua, en Venecia, en Mantua y finalmente en Marsella. Entre ellas hay que mencionar: la iglesia de Nuestra Señora (Auxilium Christianorum); San Julián, en Verona; el coro y otros elementos pertenecientes a la iglesia de Santa Ana, en el asilo de ancianos y pobres de Padua; dos modelos de máquinas de vapor con el condensador, en la Academia de Ciencias de Venecia; el convento y la capilla de San José, en Mantua, con varios cuadros y esculturas, y un magnífico proyecto para la construcción de un hospital, preferido a todos los otros y premiado por el municipio; asimismo, para concluir, el orfanato de la Orden en Mantua, y dos grandes cuadros pintados en Marsella el pasado noviembre para la Casa-Madre de las Hermanas de San José de la Aparición.

Sus precedentes Superiores se dolieron mucho de verlo marcharse para unirse a nuestra expedición a Egipto.

Tengo la convicción de que la Obra de la regeneración de Africa se beneficiará mucho de su celo apostólico, de sus conocimientos matemáticos y de su habilidad en la mecánica y en las bellas artes, al igual que de su capacidad como superior y administrador.



[1790]
Estanislao Carcereri

Nació el año 1840, en el seno de una familia campesina, pobre pero temerosa de Dios, en Cerro, un pueblecito de la diócesis de Verona, lugar de nacimiento también de D. Angel Vinco, quien encontró la muerte en el Nilo Blanco, bajo los cuatro grados de latitud Norte. A los once años, sirviéndose de un privilegio apostólico a causa de su corta edad, entró en la Orden de los Clérigos Regulares de San Camilo de Lellis. Dotado de eminente talento, hizo tales progresos es las literaturas italiana y latina, así como en las ciencias filosóficas y teológicas, que sus Superiores le encargaron enseguida de la enseñanza de varias materias.

Educado desde su juventud en la escuela de la sabiduría cristiana, cultivó en este sagrado ambiente de forma tan intensa el espíritu de piedad, que se distinguió entre los alumnos de San Camilo por el ejercicio de todas las virtudes como modelo de una vida del agrado de Dios.


[1791]
En 1859 afrontó muy honrosamente el severo examen estatal para conseguir el título de Doctor Philosophiae en el Liceo de Verona; pero, afectado por una grave enfermedad, no pudo completarlo. Más tarde, en una escuela de Santa Maria del Paradiso, enseñó historia universal, geografía, estadística, literatura latina, filosofía, religión, derecho canónico y teología dogmática y moral. En 1862 ocupó el puesto de secretario provincial de la Provincia Lombardo-Véneta y el de archivero, y por último fue Superior del convento de Marzana, cerca de Verona.

Está dotado de aguda inteligencia, alta espiritualidad y celo por las almas, y es muy valioso consejero espiritual. Como sacerdote es buen predicador, y de gran competencia en la explicación del catecismo, y en la asistencia espiritual a los religiosos, a los sacerdotes y al pueblo. Domina perfectamente las lenguas latina e italiana, tiene bastantes conocimientos de griego, alemán y francés, y ahora se entrega al estudio del árabe.


[1792]
La idea de asociarse a las Misiones católicas le vino ya en 1857. Tras los primeros indicios de supresión de las Ordenes religiosas en Italia, al comienzo de 1867, en su deseo de hacerse Misionero para trabajar entre los infieles, se dirigió a los Seminarios de Milán y de Lyón, y recibió una respuesta favorable, en caso de que verdaderamente se produjera la supresión de su Orden.

Al principio de la Cuaresma del pasado año, en circunstancias providenciales, se me ofreció una ocasión de conocer las generosas aspiraciones de que estaban animados él y sus hermanos Zanoni, Tezza y Franceschini. Así que me apresuré a conseguir estos cuatro hombres. El Obispo de Verona, Monseñor Canossa, dedicó todo su empeño a este objetivo, y ellos dirigieron sus miradas hacia la parte del mundo más desdichada y necesitada de ayuda. Dios ha bendecido la obra de su Providencia al escoger a Estanislao Carcereri como apóstol de los negros.


[1793]
A pesar del Breve de S. S. Pío IX, sus Superiores no querían darle permiso para marcharse, y repetidamente le ofrecían acogida en la Casa Generalicia de Roma. Pero resistió, y el permiso que con gran rapidez le otorgó el Vicario de Jesucristo fue para él una nueva señal de la voluntad de Dios, que lo llamaba a Africa, donde solamente –así lo sentía– iba a encontrar satisfacción su alma. Por esto abandonó todo: las esperanzas prometedoras, y hasta a su anciano padre, al que confió a los cuidados de su hermano mayor, un excelente y pío religioso de San Camilo de Lellis. Ahora tiene la satisfacción de haber recibido los buenos deseos de los que antes trataron de disuadirlo de su determinación, en la cual deberían haber visto la voluntad del Cielo. Se siente muy feliz en su vocación, por lo que da gracias a Dios todos los días.




[1794]
José Franceschini

Franceschini es hijo de una familia muy temerosa de Dios. Nació en el año 1846, en Treviso, y más tarde, al conseguir su padre un puesto de conserje en las oficinas gubernativas austríacas en Venecia, se trasladó con él a esta ciudad, donde frecuentó con gran aplicación las aulas de los reverendos Padres de la Congregación de San Felipe. Colmado allí del espíritu de auténtica piedad, nació su vocación al estado religioso, y junto con seis compañeros suyos, que después ingresaron en varias Ordenes religiosas, se dedicó a la vida monástica. Este joven subdiácono posee un talento extraordinario, y es de gran espíritu, despierto y emprendedor.

En 1860 entró en la Orden de San Camilo de Lellis, donde su comportamiento le granjeó el afecto de todos. Desde el principio de su vida religiosa tuvo una fuerte inclinación hacia las Misiones, y puso gran empeño en prepararse dignamente para ellas. A este fin se entregó con interés extraordinario no sólo a los estudios, sino también al aprendizaje de las artes y oficios que son necesarios para la vida misionera. Entre otras cosas sabe cocinar muy bien, y ha conseguido una discreta habilidad como sastre, zapatero, carpintero y hasta como enfermero. Como es muy activo, y todo le sale bien al momento, se las ingenia para hacer gran cantidad de cosas que nos son tan necesarias y que nos sacan de tantos apuros. Conoce perfectamente las lenguas italiana y latina, discretamente el francés, y sabe un poco de alemán. Ahora se dedica al estudio del árabe. Aunque sólo es subdiácono, ha realizado todos los estudios teológicos con mucho éxito.


[1795]
Mediante el Breve de Pío IX del 5 de julio recibió permiso para venir con nosotros a Africa, y aquí ha llegado a la meta de sus más fervientes deseos. Nos prometemos óptimos resultados de sus grandes virtudes, de su espíritu de piedad, y de su abnegación, que se da en él de manera extraordinaria, así como de su talento y de sus actividades, todo en favor y en provecho de los negros.



[1796]
La Congregación de las Hermanas
de San José de la Aparición

Dado que la primera Congregación religiosa escogida por la Providencia para la conversión de los negros –es decir, para la dirección de los Institutos femeninos, destinados a formar personal para las Misiones en Africa Central, según el plan que nosotros hemos elaborado a este fin– ha sido la de las Hermanas de San José de la Aparición, llamadas Hermanas de la Caridad Cristiana, conviene darla a conocer a nuestros devotos colaboradores y generosos bienhechores de la Alemania católica.

La Congregación de las Hermanas de San José de la Aparición fue fundada en 1829 por la señora De Vialar, que puso en marcha la primera Casa en Gaillac, del departamento de Tarn, en el Languedoc, con medios propios. Sus estatutos fueron aprobados por el Arzobispo de Albi. Esta santa fundadora, ardiente de caridad cristiana y de celo por la salvación de las almas, también se preocupó de preparar personal para las Misiones extranjeras, con el que intentó consagrar su vida y su Instituto a esta obra. La educación de las chicas jóvenes, la instrucción gratuita de los pobres, la dirección de asilos, el cuidado de enfermos, los servicios domésticos a los presos, las visitas a los ancianos y pobres en sus casas y la conversión de los infieles son los fines de esta Congregación, que muchos Obispos y Vicarios Apostólicos han introducido en sus Diócesis y Misiones, y que el sabio Papa Gregorio XVI elogió mucho en sus Cartas apostólicas del año 1840, publicadas por la S. Congregación de Obispos y Regulares.


[1797]
El nuevo Instituto se extendió en pocos años por bastantes Diócesis de Francia, y al verse la señora De Vialar rodeada de un considerable grupo de vírgenes que ella misma había formado para la vida apostólica, en 1836 marchó a Argelia en compañía de Sor Emilie Julien (creo que fueron las primeras Monjas en trasladarse a ese país después de su conquista por el ejército francés), y fundó allí dos establecimientos. Es difícil describir los milagros de caridad cristiana y la abnegación de estas Hermanas en las más peligrosas circunstancias, entre las enfermedades contagiosas, la peste y el cólera que asolan esas desdichadas regiones, y los sufrimientos, fatigas y persecuciones que tuvieron que padecer en los primeros años por amor de Dios.


[1798]
Pero al igual que el Divino Salvador y su dilecta Esposa la Iglesia, cuya historia es una sucesión de sufrimientos y adversidades, esta obra estaba destinada por Dios a nacer y crecer a los pies de la Cruz entre las más duras pruebas. Lo mismo que a la Pasión y Muerte de Jesucristo siguió su Resurrección, y que el martirio y persecución de la Iglesia ha traído siempre el triunfo de ésta, también las persecuciones y pruebas de la Congregación de San José de la Aparición acabaron en su expansión a Túnez y Trípoli, y por Berbería y otros países de Africa septentrional, donde ha hecho mucho bien.


[1799]
La señora De Vialar regresó a Francia para visitar los distintos establecimientos de la Congregación y para fundar una Casa Madre en Marsella, como muy adecuado centro para la dirección del Instituto y punto de partida de las Hermanas hacia las diferentes Misiones del extranjero. Y con ayuda de las veteranas más capaces y llenas de abnegación, tuvo la suerte de fundar en pocos años numerosos otros establecimientos: en Malta, en Grecia, en la parte oriental del Adriático, en Asia Menor, en Armenia, en Oriente, en la India y en Australia.

El primer contacto que tuve yo con este Instituto fue en el año 1857, en Jerusalén, donde visité su casa ubicada en las proximidades del Santo Sepulcro, dirigida por la reverenda Hermana Jenech, una maltesa, y tuve ocasión de ver los múltiples frutos de la abnegación de las Hijas de San José.

Más tarde, en mis viajes por los países europeos y por otras partes del mundo donde la Providencia se sirve de estas generosas Hermanas como instrumentos para la salvación de muchos millones de almas, que ahora gozan de la visión de Dios en el cielo, he encontrado en abundancia preciosas pruebas de su actividad.


[1800]
La primera heroína de esta Congregación en el campo del apostolado es Sor Emilie Julien, la actual Superiora General. La conozco desde el año 1860, y en repetidas ocasiones me ha ayudado mucho a hacer bien a las almas. Después de una gloriosa actividad llena de cruces y sacrificios en Africa septentrional, donde desde la edad de veintiún años fue durante seis años Superiora de varios establecimientos, en 1846 marchó a Siria con sus Hermanas y con el Rmo. P. Maximiliano Ryllo S.J., quien tras estar allí dieciséis años de misionero apostólico, murió en Jartum como Provicario de Africa Central. Ella fue la primera en fundar, desde el tiempo de las Cruzadas, un establecimiento de monjas en la Ciudad Santa, en la tierra en que sucedieron los grandes misterios de nuestra redención.


[1801]
Con la fundación del primer convento de Monjas alzó dentro de los muros de Sión el estandarte de la caridad cristiana, de la que estaban animadas las mujeres del Evangelio, y sembró allí los lirios de la santa virginidad para el bien de los infieles. Fue ella también quien fundó las casas de Belén, Jaffa, Saida y Alepo, así como la de Chipre y otras que florecen en Oriente, y las dirigió todas en calidad de Superiora Provincial de Oriente con residencia en Jerusalén.


[1802]
Después de la muerte de la señora De Vialar en Marsella, Sor Emilie Julien fue elegida Superiora General de toda la Congregación. Volvió a Europa, pero trasladó su residencia a Roma, donde abrió un Noviciado. Fundó a la vez la «Obra Apostólica», que preside desde 1863, y que al igual que la de París es un lugar de reunión de pías señoras, incluso de la más alta sociedad, las cuales se ocupan de los ornamentos de iglesia y suministran objetos necesarios para el culto externo a las Misiones extranjeras.

En los once años que lleva en Roma, la Madre Emilie se ha ganado la estima y admiración de nuestro Papa, el glorioso Pío IX; del Card. Barnabò, Prefecto General de la S. Congregación de Propaganda, y de muchos otros Príncipes de la Iglesia, así como de numerosos Príncipes y Princesas reales de las diversas casas europeas y de la nobleza romana.


[1803]
Una caridad sublime, una admirable prudencia, una inteligencia profunda y privilegiada que sabe de hombres y negocios y de cómo tratarlos, un noble coraje, una confianza heroica en la Providencia y total abandono a la voluntad de Dios son las notas fundamentales de la personalidad de esta mujer según el Evangelio, que tantos servicios ha prestado a la Iglesia y a las Misiones. Ha tenido que sufrir dificultades tremendas y pruebas de todo género; pero su paciencia, su resignación y su virtud han mantenido en ella una serenidad maravillosa: se diría que con el «fiat», que siempre tiene en los labios, sabe afrontar todos los males.

Aparte de la Provincia de Toscana, compuesta de ocho casas, ella ha fundado desde Roma otros establecimientos en varias partes del mundo, entre ellos, en 1864, el Hospital de El Cairo. También fue durante el generalato de Sor Emilie Julien cuando nuestro Santo Padre el Papa Pío IX, con fecha 31 de enero de 1863, a recomendación de varios Ordinarios de los países en los que el Instituto tiene casas, y en consideración a los copiosos frutos obtenidos, confirmó a éste como Congregación de votos simples y al mismo tiempo sus actuales estatutos, poniéndola bajo la jurisdicción de los Ordinarios, según las normas de los sagrados cánones y de las Constituciones apostólicas, y por medio de la Secretaría de Estado nombró protector suyo al Card. Barnabò.


[1804]
¿No debemos admirar en todo esto la adorable Providencia, que escogió precisamente a las Hijas de S. José como las primeras directoras de nuestro primer Instituto para la conversión de Africa? Una serie de circunstancias providenciales ha hecho que naciera esta obra en la famosa tierra de los faraones, a pocos pasos de la santa Gruta donde aquel gran Patriarca vivió con la Sda. Familia. Su presencia allí durante siete años ha conseguido derrocar a los ídolos de Egipto, estableciendo en lugar de ellos la fe en Jesucristo y un seminario de vida religiosa que produce cantidad de héroes para el Cielo, y mediante su difusión por todas partes, ha embellecido a la Iglesia católica con abundantes modelos de virtud. Por medio de sus obras maravillosas y de sus gloriosas conquistas en todo el universo, ha coronado a la Iglesia de triunfos en todos los tiempos y la coronará hasta el fin del mundo.


[1805]
Sor María Bertholon
Superiora del Instituto de las Hermanas en El Cairo

Sor María nació el 1837, en Lyón, hija de unos padres honrados. A pesar de que desde la edad de siete años estudió con gran interés y no sin provecho en el colegio de las Hermanas del Santísimo Sacramento, cuya casa Madre se encuentra en Autun, en su juventud mostró poca inclinación por la vida religiosa. Solamente a los diecisiete años, tras la lectura de los Anales de la Propagación de la Fe y después de haber oído la predicación de un Jesuita, le vino la idea de meterse en alguna Congregación dedicada a las santas Misiones. Escogió el convento de Jesús y María, rechazando con gran abnegación una invitación de las pías Hermanas del Santísimo Sacramento, por las que había sido educada. Todo estaba dispuesto para su ingreso en la Orden, cuando los consejos de un digno Misionero de vuelta de Siria, donde había sido testigo del gran bien que allí realizaban las Hermanas de San José de la Aparición, la decidieron a entregar sus esfuerzos a este Instituto.

Tenía veinte años al emprender su noviciado en la Casa Madre, en Marsella, bajo la dirección de Sor Clotilde Delas, entonces Maestra de novicias. Tenía que ser precisamente aquella veterana y estupenda Misionera, que estuvo durante catorce años en Túnez y Argel (actualmente es Superiora de Toscana, donde la he visitado varias veces), la que formase a María en su determinación y cultivase en su alma el espíritu de negación de sí misma y de entrega de las antiguas mujeres del Evangelio. La Providencia, que la había llamado a ser una buena madre de las negras, la había hecho idónea también para desarrollar esos trabajos que no son menos importantes en el servicio de las Misiones. Durante cuatro años estuvo en Requista, en el departamento de Aveyron, donde le había sido confiada la segunda clase de una escuela. Luego fue enviada a Africa, a la diócesis de Rodez, donde desempeñó todas las tareas de la casa, visitó enfermos y ayudó a pobres de todas clases en sus domicilios.


[1806]
Las notas fundamentales del carácter de Sor María Bertholon son caridad eminentemente cristiana y entrega verdadera, sincera humildad y gran actividad. Habla sólo su lengua materna y un poco de italiano, pero es muy experta en las diferentes clases de labores domésticas. Educada en la escuela de una piedad auténtica, ha adquirido en grado eminente la virtud de la abnegación y de la renuncia a la propia voluntad, y gracias a esto le fue más fácil el sacrificio de hacerla volver de las Misiones, que eran la meta de su vocación.

Cuando llegamos a Marsella estaba destinada en Malta, pero logramos que nos fuera asignada como una de las monjas que debían acompañar a las negras al El Cairo. Su alma estaba llena de alegría cuando la Superiora le dijo simplemente: usted irá a Egipto. No sabía que ella misma iba a ser Superiora, y con gran sorpresa y tristeza oyó de nosotros a su llegada a El Cairo la noticia del destino al que Dios la había llamado. No quería creer que había sido elegida para un cargo tan importante, para el que en su profunda humildad se consideraba indigna e incapaz.


[1807]
A pesar de nuestras objeciones, ella decía que se la pusiese a las órdenes de otra, y que si no renunciaba a su puesto en la Misión, que tanto había deseado. Tuvo que intervenir la Superiora General, recordándole el voto de obediencia, para que diera su consentimiento. Sólo por hacer la voluntad de Dios está ahora cumpliendo con admirable perfección los deberes de una Superiora, y ha emprendido con mucho entusiasmo el estudio de la lengua árabe. En los tres meses que lleva con nosotros nos ha dado pruebas suficientes de estar a la altura de su misión, que será de gran utilidad para el apostolado del interior de Africa.


[1808]
Sor Isabel Cambefort

Sor Isabel tiene treinta y cinco años. Nació en una familia acomodada, en Montauban. A los seis años fue confiada al pensionado de las Hermanas del Santo Nombre de Jesús, donde permaneció sólo dieciocho meses porque la muerte de su madre la obligó a volver con la familia; pero se le permitió seguir asistiendo a la escuela del convento.

Ya por entonces pensaba consagrarse a la vida religiosa. Tuvo que superar muchos obstáculos que le puso su familia, para poder entrar por fin en la Congregación de San José de la Aparición, la cual le había sido aconsejada por el Rvdo. P. Blancart, Misionero de la Congregación del Monte Calvario, conociendo su deseo de dedicarse a las Misiones extranjeras. Ingresó en el Noviciado de Marsella, bajo la dirección de Sor Clotilde Delas, a la que más tarde siguió a Montelupo, en Toscana, donde permaneció ocho años al servicio de los presos y del asilo para jóvenes descarriadas. El pasado noviembre fue llamada a Marsella, y allí se le encomendó ir con las negras a El Cairo, su nuevo destino.

Sor Isabel, que además de su lengua materna habla muy bien el italiano, ahora estudia también el árabe. Es muy experta en todas las labores domésticas, y un modelo de piedad.


[1809]
Sor Magdalena Caracassian

Una buena mañana de julio de hace unos años estaba yo sentado en mi alojamiento del cuarto piso, en Roma, cuando entró a verme un venerable y anciano sacerdote, sin resuello, acompañado de una señora mayor vestida de negro. Por su rostro radiante de alegría era fácil comprender que lo agitaba un acontecimiento extraordinariamente feliz, y también los ojos vivamente fulgurantes de la vieja señora manifestaban una alegría íntima. Aquel sacerdote era el P. Nicolás Olivieri, el cual gozaba de la veneración de todos y ahora se encuentra en el Paraíso, y la señora que lo acompañaba era su ama, la vieja Magdalena.

El motivo de su presencia allí era pedirme que les acompañase a una visita a las jóvenes negras recién llegadas de Siria, que él había rescatado en Egipto de la esclavitud, y que ahora estaban alojadas en el convento de las Hermanas de San José de la Aparición. Es sabido cuánto ayudan estas monjas a la Obra del Rescate de esclavos. Las negras, que vienen de Egipto de dos en dos, o de tres en tres, son conducidas primero a Palestina, a las casas de las Hermanas, y desde allí traídas a Europa.


[1810]
Bajamos a la calle, seguidos de la vieja Magdalena. El santo anciano tenía una tremenda tos, y se adivinaba que ya no iba a vivir mucho. Llegados a Piazza Farnese, torcimos a la derecha y alcanzamos la Piazza della S. Trinità dei Pellegrini. Aquí, antes de entrar en la Piazza del Monte di Pietà, bajo un arco, hay una imagen milagrosa de la Virgen, muy venerada. El pío Olivieri tenía por costumbre arrodillarse ante esta imagen y rezar cada mañana, cuando se dirigía a correos desde su alojamiento en el monasterio de los Trinitarios en S. Crisogono in Trastevere. En más de una ocasión yo lo había acompañado en este recorrido de un cuarto de hora, y había visto cuántos suspiros salían de su alma por las pobres negras y con cuánto fervor y cuántas lágrimas las encomendaba a la Santísima Virgen.

Esta vez, arrodillado en el desnudo suelo, después de rezar se le escapó repentinamente, en su fervor, quizá sin darse cuenta, la exclamación: «¡Gracias, mamá, muchas gracias!»


[1811]
Seguimos adelante, y pasando desde S. Carlo a Piazza dei Catinari y a S. Caterina dei Funari, llegamos por fin a Piazza Margana, donde está el convento de las Hermanas de San José. Apenas nos hubimos sentado en el locutorio, entraron unas negritas acompañadas de dos Monjas. Seguían a éstas tres jóvenes armenias vestidas de negro y tocadas con un bonito gorro de su país. Daban la impresión de descender de familias acomodadas y de haber recibido una buena educación. Habían llegado de Constantinopla junto con las negras.

En un primer momento presté poca atención a estas tres blancas, porque la tenía toda puesta en las pequeñas africanas y, más todavía, en nuestro querido Olivieri, que las contemplaba lleno de felicidad, como también la admirable vieja Magdalena, la cual había estado en Egipto dieciséis veces, y de nuevo sentía ganas de volver allí una vez más, como si aún fuese joven. Al cabo de un cuarto de hora entró el Arzobispo de Armenia, Monseñor Hurmy, y esta circunstancia hizo que por fin se dirigiera nuestra atención a las muchachas armenias. Una de ellas era nuestra Sor Magdalena, en cuya frente se leía inocencia y sinceridad.


[1812]
¿Quién habría pensado entonces que esta joven iba a ser una de las primeras en hacer de madre a las negritas, y que me iba a seguir a Egipto, consagrándose permanentemente a nuestra Obra para la regeneración de Africa?

Sor Magdalena tiene diecinueve años y desciende de una rica familia de comerciantes de Erzerum. Su padre, el Sr. Juan Caracassian, falleció a los pocos meses de nacer ella. Su madre, de nombre Serpuis (que en armenio significa santa), era muy devota. Habiendo enviudado a los veintiún años, recibió muchas proposiciones ventajosas para contraer nuevo matrimonio; pero ella las rechazó con la observación de que, con el trabajo de formar tres almas para el Cielo, bastante tenía ya que hacer. Así, dedicóse completamente a la educación de sus hijos: de Catalina, ahora casada y madre a su vez de tres hijos; del único varón, Gregorio, en la actualidad de veintiún años y comerciante, y de nuestra pequeña Magdalena.

Bajo la guía prudente de la madre, desde su infancia estuvo imbuida de espíritu de piedad, y como mostraba mucha capacidad e ingenio, su tío materno, el P. Serafín Pagia, un piadoso sacerdote del culto católico-armenio, asumió la tarea de educarla diligentemente en la religión y en las ciencias elementales, con gran provecho. A la edad de ocho años ingresó en el colegio de las Hermanas de San José de la Aparición de Erzerum. Allí aprendió muy bien, además de las labores femeninas, las lenguas armenia, turca y francesa bajo la dirección de la Hermana Accabia Akccia, armenia, y de Sor María, de origen francés. Esta última ha sido su maestra en cuanto a todas las labores del hogar.

Ya desde los siete años Magdalena tenía pensado dedicarse a la vida religiosa; pero sólo cuando cumplió los trece se decidió a llevarlo a cabo, contra todo obstáculo que se le opusiese, con el Instituto de las Hermanas de San José de la Aparición.


[1813]
La gracia siempre vence a la naturaleza. Magdalena quería tiernamente a su buena madre, y ésta nunca había pensado verse un día, acaso para siempre, separada de esta hija a la que tenía un cariño muy especial. No sé cuál de las dos, la madre o la hija, mostró mayor fortaleza y generosidad en más de un año de continuas y dolorosas luchas. Lo cierto es que la señora Serpuis Caracassian siguió el hermoso ejemplo de tantas madres animadas de verdadero espíritu cristiano y, ofreciendo su hija, hizo a San José un sacrificio completo, y que Magdalena, para poder consagrarse del todo a Dios, se separó para siempre de su madre, a la que tan entrañablemente quería.

Partió de Erzerum. Tras un viaje de ocho días a caballo llegó a Trebisonda, en Anatolia, donde se embarcó en un buque-correo con servicio en el mar Negro, y fue a Constantinopla. Allí, en la capital del imperio turco, se alojó en el convento de las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Luego pasó los Dardanelos, y por la ruta de Grecia, Messina y Nápoles llegó a Roma. Aquí ingresó enseguida en el Noviciado, bajo la supervisión de la Superiora General.

La reverenda Superiora reconoció perfectamente su talento y el espíritu que la animaba, e hizo que fuera instruida en todas las ramas del saber necesarias para convertirla en una mujer apostólica.


[1814]
Se puede decir que Sor Magdalena ha nacido para la vida de religión. Durante el tiempo que permaneció en la Ciudad Eterna fue admirada como modelo de todas las virtudes religiosas. No tiene voluntad propia; la suya es la voluntad de Dios manifestada a ella por medio de los Superiores, y es la de cumplir siempre con su deber en cualquier cosa que se le ordene. Su inocencia, la pureza de su alma, su obediencia, junto con una inteligencia rápida y penetrante, son las preciosas dotes que la divina gracia ha derramado sobre ella abundantemente.

Su confesor ordinario era Monseñor Arsenio Avek-Wartan Angiarakian, de la Orden de los Conventuales armenios, Arzobispo de Tarso. Más tarde, cuando este digno prelado se trasladó a Oriente para ocuparse de la elección del Patriarca, lo fueron los PP. Villefort y Franco, de la Compañía de Jesús.

Domina los idiomas armenio, turco, francés e italiano, y ahora se dedica con mucho éxito al estudio del árabe.


[1815]
Con ocasión de su profesión religiosa pronunció los votos ante el Cardenal Barnabó, y el 24 de noviembre me fue confiada a mí. Yo la llevé junto con las negras desde Roma a Marsella, donde la Superiora General le encargó que acompañase a las negras al mandarla destinada a nuestro establecimiento de El Cairo. Sus virtudes, sus excelentes cualidades, y las esperanzas que nosotros albergábamos respecto a ella, nos indujeron a rogar a la Superiora General que nos hiciera una promesa formal de no apartarla ya de nuestra empresa. En consecuencia, la Madre Julien me extendió una declaración conforme a nuestros deseos, y ahora procuramos que Sor Magdalena se instruya en las lenguas abisinia, denka, bari, galla, etc., así como en medicina y cirugía y, en suma, en todas las materias susceptibles de convertirla en una mujer según el Evangelio, y según las necesidades de nuestra Obra para la Regeneración de Africa.

Espero que Dios haga de esta joven una verdadera hija de la caridad cristiana, una apóstol de los negros.



[1816]
Apuntes biográficos sobre las maestras negras
del primer Instituto de El Cairo, en Egipto.

¿Por qué estas biografías?

Entre tantos males como atormentan a los infelices pueblos de Africa Central, uno de los más deplorables, que yo mismo he presenciado a menudo en las tribus del Nilo Blanco, es el robo violento o clandestino de pobres seres humanos –que poseen un alma tan preciosa y un corazón tan noble como podamos tener nosotros– y especialmente de niños de ambos sexos. Esta tremenda aberración moral, este olvido de toda humanidad, es en parte efecto de las frecuentes guerras de tribu contra tribu, de región contra región, e incluso de poblado contra poblado, y en parte resultado de la infame ansia de los más fuertes y poderosos por mejorar su situación mediante el comercio de esclavos.

Ahora, en el momento en que hablo de estas cosas, hay cientos de miles de personas que, a causa de la guerra y de la codicia de los traficantes, son arrancadas de su patria, expuestas a toda clase de males, y condenadas a no volver a ver a sus padres ni el lugar en que han nacido y a tener que suspirar toda su vida bajo el peso cruel de la más dura esclavitud.


[1817]
Las guerras son muy frecuentes, casi continuas, en aquellos países. Nacen generalmente del odio tradicional entre familia y familia, entre poblado y poblado, entre tribu y tribu, y también se deben a robos de ganado o de niños, o a la ocupación ilegítima de una región amiga. El negro ve en esto una ley natural y necesaria, y al vengarse de su enemigo se muestra furioso como un tigre. A la venganza lo sacrifica todo, incluso su vida y la de los miembros de su familia.

Como el rapto de niños se practica en aquellas tierras entre amigos y enemigos, la esclavitud y el comercio de seres humanos están muy desarrollados. Un padre y una madre no venderían jamás a sus hijos, porque el amor de los padres es demasiado grande y verdadero entre los negros; antes arriesgarían su propia vida. Una sola excepción en esto la marca el matrimonio: es un verdadero acuerdo comercial que el padre establece con el pretendiente por un precio, el cual viene estipulado con arreglo a la situación del padre y las buenas cualidades de la muchacha.


[1818]
Cuando estábamos entre los negros del Bahr-el-Abiad en el interior de Africa, ellos nos tenían mucha estima y afecto, y nos distinguían completamente de los otros blancos, ya fuesen turcos o comerciantes europeos, a los que los negros temían, despreciaban y consideraban como enemigos. Por esto permitían que los niños nos visitaran y escucharan nuestras enseñanzas. Sin embargo, nunca nos los confiaron para que los educásemos en Jartum o en Europa: los padres nunca habrían consentido que sus hijos fueran alejados de su familia ni de su región.

Pero, ¿cómo es posible que todavía ahora sean puestos en venta cada año tantos miles de negros, en parte públicamente y en parte de manera clandestina, en los mercados de Jartum, Kordofán, Dóngola, Suakin, Yeddah, Berber, El Cairo, y en otras ciudades de la costa africana? Se debe a los robos violentos y a los secuestros subrepticios de personas que practican los musulmanes, los cuales alimentan y ejercen aún el horrible comercio de esclavos. Y esto es así porque el Islam favorece la esclavitud, esta vergüenza de la humanidad, a pesar de todos los acuerdos entre los gobiernos civilizados, a pesar de las severas pero ineficaces leyes del gobierno turco, y a pesar de la buena voluntad de Ismail Bajá, el Virrey de Egipto. Todavía anteayer, 17 de marzo, llegó secretamente aquí a El Cairo un numeroso grupo de pobres esclavos negros, arrancados por la fuerza de su patria. Y como suele ocurrir cuando a estos infelices seres humanos los bajan en embarcaciones por el Nilo, venían estibados como arenques en el fondo del barco y cubiertos con madera. Naturalmente, después de haber sido transportados de esta manera, a menudo sucede que muchos llegan muertos.


[1819]
Los Bagara y otras numerosas etnias musulmanas que inmigraron desde Arabia entre los siglos vii y xiv de la era cristiana, y que después de haber recorrido paulatinamente el Africa oriental y septentrional se establecieron en el interior y llevaron a esas tierras la superstición y el fanatismo del Islam; estos musulmanes que viven en las regiones limítrofes con las de los negros, y que hasta poseen algunas en feudo, son, digo, los que en general roban a escondidas o por la fuerza los pobres niños a sus familias. Luego los venden como si fueran ovejas o bueyes a otros musulmanes, y éstos revenden a los chilabas, los cuales tienen por oficio la compra-venta de esclavos.

Los pobres negros pasan así de mercado en mercado, de amo en amo. Y tras haber pasado las más grandes fatigas de viajes extenuantes y peligrosos, a menudo caminando descalzos por la abrasadora arena del desierto, en el que una parte de ellos mueren de una muerte cruel, llegan a las costas de Africa para ser vendidos a amos terribles, que los tratan como perros, y que, bajo la protección inicua de la despótica ley de Mahoma, les dan una vida miserable, una vida que los lleva prematuramente a la muerte eterna.


[1820]
Solamente Aquel que con su sacrificio glorioso sobre el Gólgota quiso que fuese extirpada para siempre de la tierra la esclavitud; Aquel que anunció a los hombres la auténtica libertad, llamando a todas las naciones y a cada individuo del género humano a ser hijos de Dios, al que el hombre regenerado con la verdadera fe puede decir Abba Pater, solamente El podrá liberar a Africa del estigma de la esclavitud. Solamente el Catolicismo podrá devolver la plena libertad a una gran parte de la familia humana, que todavía suspira bajo el vergonzoso yugo de la más cruel esclavitud. Precisamente en esto radica la gran importancia de nuestra santa Obra para la regeneración de Africa, bendecida por nuestro venerable Papa Pío IX, incluso si se considerase como una obra exclusivamente filantrópica. Tenemos el gran objetivo de llevar la luz de la Fe a todas las regiones de Africa Central aún habitadas por pueblos primitivos, de implantarla sólidamente y para siempre, de levantar el luminoso estandarte de la libertad del Hijo de Dios y devolver así la vida a muchos miles de almas que aún duermen en las sombras de muerte.


[1821]
Tal es el fin por el que se distingue la noble Obra de la Sociedad de Colonia para el socorro de los pobres niños negros; porque esta Sociedad es el alma de la gran empresa. Es ella la que ha sugerido, votado y fundado esta obra de redención, que con la bendición de Dios podrá convertirse en la más grandiosa obra de apostolado del siglo xix, para la salvación del continente más abandonado, para la redención de las poblaciones más desdichadas y despreciadas de la sociedad humana.


[1822]
Después de esta sumaria exposición se comprenderán fácilmente los serios motivos que me han llevado a escribir estas brevísimas biografías de nuestras queridas negras, destinadas a convertirse en las primeras apóstoles de los negros residentes en el interior del país. Nueve de ellas han sido colmadas de beneficios por nuestra pía Sociedad de Colonia, y otras cuatro han recibido el espíritu de nuestra santa Religión en el seno de la Alemania católica. Nuestros venerados colaboradores y queridos bienhechores, por medio de estas pequeñas biografías, por medio de estos sencillos pero verídicos relatos del cruel secuestro del que fueron víctimas estas primeras maestras indígenas, llegarán a:

1. Hacerse una verdadera idea de la triste situación de las tribus de la Nigricia, en cuya regeneración espiritual ellos son colaboradores y promotores por medio de sus limosnas.

2. Tener un justo y alto concepto de la gran Obra de la que felizmente son miembros, con lo cual se sentirán animados a hacer los sacrificios necesarios para ayudar con todas sus fuerzas a esta obra también en el futuro.

3. Encontrar en estas mínimas biografías una buena y santa lectura, adecuada para alimentar la piedad y dar un nuevo impulso a su compasión.

4. Hallar uno de los argumentos más convincentes para demostrar que nuestra Obra de la regeneración de Africa, según nuestro Plan, es el medio radical que la razón humana ve como el más válido para convertir a los negros al catolicismo.

5. Conocer y apreciar todavía más el gran celo del que estaban animados el Revdo. P. Nicolás Olivieri, de santa memoria, y su obra de sublime caridad cristiana, sostenida tan eficazmente por nuestra venerada Sociedad de Colonia.

Comienzo con las biografías de las negras que se educaron en los monasterios de la Alemania católica.


[1823]
I – Petronila Zenab

Petronila tiene cerca de veintiún años. Es interesante conocer brevemente por qué caminos la condujo la Providencia al seno del Catolicismo. Según lo que con pocas palabras me contó en su lengua materna durante el viaje a Egipto, pude saber que había nacido en el reino de Kafa, y precisamente entre los Gallas. Un esclavista abisinio se la llevó por la fuerza, una vez que estaba sola en la casa paterna. Con él realizó a pie un viaje de tres meses a través de los reinos de Enarea y Shoa hasta la costa del mar Rojo, y desde el Yemen, junto con otras quince niñas, fue llevada en una embarcación árabe por el mar hasta La Meca y de allí a Medina.

En estas ciudades sagradas para los musulmanes estuvo año y medio, hasta que un turco, que había ido como peregrino a La Meca, la compró y la condujo desde Jeddah al otro lado del mar Rojo y luego, atravesando el desierto de Suez, a El Cairo. Aquí, junto con otras cuatro negras, fue vendida a un tal Omar, un turco, al que el noble Cónsul general de Cerdeña, el Sr. Cerrutti, la compró para el P. Olivieri. Este la confió en El Cairo a la buena señora Rossetti, con la cual estuvo catorce días, y después la llevó a Alejandría, desde donde bajo la protección de la vieja Magdalena, con otras trece negras, pasando por Trieste y Verona, llegó a Milán, para luego ser conducida, por el Tirol y Munich, a Salzburgo. A este último lugar llegó a finales de febrero del año 1856. Pasó un día y una noche con las Ursulinas, acabando finalmente en el monasterio de las Benedictinas, cuya Superiora, Hildegunda, se ocupó mucho de ella y la admitió entre las jóvenes pensionistas.


[1824]
Después de la muerte de Hildegunda, también la Superiora que la sucedió hizo, con auténtico espíritu cristiano, de verdadera madre para nuestra negrita. La confió a la directora del pensionado, Sor María Wenefrida, que le profesó un gran cariño, y hacia la que Petronila conservó vivos sentimientos de gratitud por los muchos beneficios de que ella la había colmado.

En su preparación para el Bautismo se empleó casi medio año. Le impartía enseñanza el Arzobispo de Salzburgo, el Rmo. Mons. Maximiliano José von Tarnoczy, y fue madrina la señora Francisca Schider, esposa del médico personal de la emperatriz Carolina. Petronila tuvo en varias ocasiones el honor de comparecer ante la emperatriz, que le mostró mucha benevolencia.


[1825]
Debo expresar mi más vivo agradecimiento a las Benedictinas de Salzburgo por haber educado a esta niña en el espíritu de nuestra santa fe y en una auténtica piedad; por haber hecho de ella una verdadera hija de la caridad cristiana. La educación que han recibido las negras en Alemania es en general muy sólida. Las Monjas instruyen a las alumnas de color no sólo en la religión, sino también en todas las labores de la vida ordinaria. Se las cuida incluso más de lo necesario, hasta el punto de que, vueltas a Africa, encuentran dificultades para habituarse a las pobres condiciones de su patria. Pero sobre todo no se deja nunca que les falte lo esencial: una fe firme y un alto espíritu de piedad, y por esto los monasterios de Alemania tienen un destacado papel en el desarrollo de nuestra Obra.


[1826]
Siendo el clima de Salzburgo excesivamente frío, las buenas Hermanas decidieron probar a ver si el de Francia era más adecuado para Patronila. En septiembre de 1863 encargaron al Rvdo. Sr. Leandro Capella que llevase a la negrita a París, corriendo ellas con los gastos. Allí permaneció mes y medio con las Hijas de la Santa Cruz. Pero también el clima de París era demasiado frío para la pequeña africana, por lo que se decidió trasladar a Petronila al sur. Así, la Madre Javiera, Superiora de las Hermanas de San José en Siria, la llevó consigo a Marsella, donde estuvo en la Casa Madre hasta noviembre del año pasado.


[1827]
Petronila tuvo ocasión de ver al P. Olivieri cuatro veces en Salzburgo, y de asistirlo en su última enfermedad, que lo atacó en Marsella. Ella lo vio cuando en la última hora, en atención a sus ruegos, fue levantado de la cama y dejado sobre el desnudo suelo, en el que murió como un santo. No puedo pensar en estos signos admirables de la santidad de ese hombre sin que se me salten las lágrimas. Olivieri entregó el alma en el limpio suelo, sostenido, entre otros, por nuestra querida y buena Petronila, a la que él había ganado para Cristo. Por lo demás, entre el duro pavimento y su lecho, que yo he visto en Marsella, no hay gran diferencia. Es la misma cama sobre la que ahora duerme normalmente D. Blas Verri, animado de idéntico espíritu de abnegación, de penitencia y de caridad cristiana.


[1828]
Petronila pertenece a una de las mejores tribus de Africa. Es de carácter tranquilo y serio, confiada, discretamente inteligente, y devota. Parece que tiene gran deseo de dedicarse a la conversión de las negras infieles. Hemos puesto muchas esperanzas en ella. Petronila entiende bastante bien el alemán y el francés, y ahora se ocupa del árabe. Es muy experta en todas las labores femeninas. Todo esto, unido a una capacidad de juicio muy sólida y a una constancia viril, nos hace esperar que hará mucho bien a Africa. Tengo la absoluta confianza de que va a ser muy adecuada para llevar a Africa a la regeneración por medio de Africa misma.


[1829]
II - Amalia Amadu

Amalia, que tiene ahora unos diecinueve años, nació en el gran reino de Bornu, en Africa Central. Un día estaba jugando con otros niños en un prado, cuando unos musulmanes a caballo se acercaron a ellos y los raptaron a todos. Habiéndolos amordazado con trapos de algodón y cargado en dos caballos, los golpeaban con la fusta apenas hacían ademán de gritar. Luego se dirigieron al interior del país, y pronto, con la protección de la noche y sin que nadie los persiguiera, llegaron a una cabaña que podía estar como a media jornada de distancia del poblado de los niños.

Amalia fue vendida más tarde a un chilaba, quien con más de cien jóvenes negras y cuatro chicos pequeños viajó ininterrumpidamente durante cuatro meses. Así se vio conducida a través del Sahara y otras regiones inhóspitas, siempre sobre arenas ardientes, hasta llegar a El Cairo.


[1830]
Expuesta allí en el gran mercado de esclavos, fue revendida a un tal Abraham Hut, con el que estuvo junto con otras cuatro más de medio año, sin ser ocupada. Luego la compró un turco, a quien se la adquirió un cristiano por encargo del P. Olivieri. Fue entregada a la vieja Magdalena, y poco después viajó con el P. Olivieri por el Mediterráneo hasta Trieste, para pasar por Milán, el Tirol y Munich –lugar éste donde se detuvo tres días en el monasterio de las Hijas de las Escuelas Pías– y llegar al pueblo de Beuerberg, en Baviera, a finales de 1856. Aquí fue confiada al monasterio de la Orden de la Visitación de María.


[1831]
Siguiendo el modelo de San Francisco de Sales, aquellas buenas Hermanas se esforzaron en hacer de Amalia una genuina hija de María. Y tuvieron éxito: la joven negra se hizo buena, obediente y experta en todas las labores femeninas, mostrándose además llena de buena voluntad y de auténtica piedad. Fue bautizada el 19 de junio de 1857 por el Arzobispo de Munich, el Rmo. Monseñor Gregorio Scherr, y su madrina fue la princesa Amalia Adalbert de Baviera. Recibió la confirmación el 1 de julio de 1858 de manos del mismo Arzobispo, teniendo como testigo en esta ocasión a la condesa Arco-Valley.


[1832]
Amalia conserva cariñoso y agradecido recuerdo de las buenas Monjas de Beuerberg y de su Superiora, Sor María Carolina von Pelkhoven, y siente la misma gratitud y afecto hacia Sor Luisa Regis, a la que debe su habilidad en las labores femeninas.

En septiembre, Mons. Kirchner –al que la misión de Africa Central debe gratitud por tantos servicios y sacrificios, y en el que tuvo además un digno promotor apostólico– me escribió para ver si yo podía incluir a Amalia en la expedición a Egipto que se estaba preparando. Como consecuencia de mi respuesta afirmativa, la Superiora del monasterio de Beuerberg la mandó en octubre a Munich, donde se reunió con dos negras en el monasterio de las Benedictinas. Desde este lugar salieron las tres para Verona, acompañadas por el Revdo. Sr. Esteban Reger, inspector y confesor de Seligenthal, cerca de Landshut. Allí se detuvieron catorce días en el convento de las Hijas de la Caridad Cristiana, las llamadas Canossianas, Congregación de la que fue fundadora la marquesa Magdalena de Canossa, tía del Obispo de Verona. Luego partieron bajo la protección de los Misioneros y de una pía señora, mi compatriota Margarita Bettonini-Tommasi, y llegaron el 27 de octubre a Marsella, desde donde el 29 de noviembre zarpamos todos para Egipto.

La piedad auténtica de Amalia, su obediencia, su extraordinaria comprensión me permiten esperar que se podrá hacer de ella un hábil instrumento para la conversión de Africa, y más ahora que goza de buena salud; porque, según me escribió la Superiora de Beuerberg, en el tiempo de su estancia en Baviera estuvo algunas veces mala. Es la única que ha sobrevivido de las negras. La Superiora de Beuerberg me ha enviado en octubre una discreta suma para que la emplee en favor de Amalia


[1833]
III - Amalia Katmala

Amalia Katmala, a la que en nuestro Instituto, para distinguirla de Amalia Amadu, llamamos Emilia, anda por los veinte años. Nació en Bego, poblado que se encuentra a una jornada de la frontera suroriental del gran reino de Darfur, el paso por el cual está prohibido a los europeos bajo pena de muerte.

Un comerciante musulmán de goma arábiga, en su regreso de Darfur se detuvo en Bego para recoger goma, y encontró en casa de nuestra negrita una hospitalidad de la que él se aprovechó bien durante meses. La familia le dio confianza tratándolo como a un amigo, y él aparentaba serlo; pero era de esa clase de amigos que toman y no dan.


[1834]
Este musulmán, que se comportaba como un nubio, estaba sin embargo animado de un invencible deseo de mejorar su situación económica por cualquier medio, y decidió robar a la hija de su anfitrión junto con el hermanito de ella. Quizá mediante regalos secretos consiguió convencer a una amiga de Emilia mayor que ésta para que fuera con los dos hermanos al bosque a recoger leña, y tal ocasión se presentó pronto.

Cuando llevando en la cabeza la leña recogida los tres niños andaban de regreso, les salió al encuentro el cruel comerciante de goma, que les ordenó tirar la leña y seguirle. Les arrebató los haces de la cabeza, los agarró de las manos y se los llevó con él. Cuando los niños empezaron a gritar, los arrojó brutalmente al suelo, se sacó de la manga izquierda un largo cuchillo y los amenazó con matarlos si rechistaban lo más mínimo. Temblorosos y angustiados al máximo, callaron y durante tres horas siguieron pacientemente a su secuestrador, hasta que llegaron a una cabaña en la que fueron encerrados. Permanecieron en ella ocho días, al principio de los cuales Emilia se negó a comer; pero al fin fue obligada a hacerlo.


[1835]
La semana siguiente, tres hombres llevaron los prisioneros a Darfur, donde estuvieron catorce días. Durante este tiempo tuvieron a Emilia separada de su hermano. El fue vendido, y desde entonces ella no ha vuelto a ver ni al hermano ni a la amiga que la había llevado al bosque. Emilia viajó más tarde con un chilaba, en compañía de tres chicos y gran número de negras, hacia el Kordofán. Este viaje, que tuvieron que hacer a pie, siempre bajo los ardientes rayos del sol, y pisando descalzos la arena abrasadora, duró tres meses. En todo este tiempo no recibieron otro alimento que la llamada belilla (grano de sorgo a medio cocer o maíz negro). En el Kordofán fue vendida a un nubio, que en un camello cargado de pieles de vaca la llevó a Dóngola.

Desde Dóngola continuaron por el desierto a lo largo de la orilla izquierda del Nilo, pasando por Wadi-Halfa y Hint, hasta llegar a El Cairo, viaje en el que emplearon otros tres meses.

En El Cairo, Emilia fue vendida a un eunuco negro, jefe de un harén turco, y éste la entregó a una mujer que se ocupaba de la educación de jóvenes negras para el harén del Bajá. Aquí se manifestaron los inescrutables designios de la divina Providencia. Emilia tendría que haber sido educada para convertirse en el infeliz instrumento del pecado, de las obscenidades del musulmán; pero en su bondad, Dios la había destinado para sí mismo. Se puso enferma y la devolvieron como inútil al eunuco.


[1836]
Este, por medio de un árabe, la hizo vender junto con otras tres rechazadas. Así llegó a manos de un señor europeo, el cual, habiéndola comprado por encargo del P. Olivieri, la entregó a una católica que vivía en la casa alquilada a este fin por aquel apóstol de los negros y fundador de la Obra del rescate de esclavos. Allí estuvo ocho días con otras siete negras, y luego fue trasladada al convento de las Hermanas de San Vicente de Paúl, donde conoció a Alejandra Antima. En el invierno de 1856 embarcó con ésta para Trieste, en compañía también del P. Olivieri, de un Trinitario, de la vieja Magdalena y de muchas otras negras.


[1837]
Desde Trieste, Emilia y Alejandra fueron a Verona, alojándose con las Canossianas; luego a Milán, donde estuvieron con las Hermanas de la Misericordia de Lovere, y de allí pasaron al convento de las Hermanas Visitadoras de Salò; después estuvieron en Arco, con las Hermanas de los Siete Dolores, y finalmente en Trento, otra vez con las misericordiosas Canossianas. Habiendo transcurrido de tal manera un año, fueron llevadas –pasando por Munich, donde en una estancia de ocho días pudieron conocer al Capellán Müller, de la corte real– al monasterio de las Bernardas de Seligenthal, en la diócesis de Ratisbona.

Emilia obtuvo un puesto entre las jóvenes pensionistas del monasterio. Sor María Angela Zetl fue la que le enseñó a leer y escribir, y Sor Engelberta Häkl la instruyó en las labores domésticas. Estas Monjas pusieron en ella unas sólidas bases de piedad y de moralidad, que yo he tenido ocasión de admirar suficientemente con ocasión de nuestro primer breve encuentro. También tiene una gran deuda de gratitud con Sor Ignacia Steckmüller, y por eso la quiere todavía con un afecto totalmente especial.

Emilia permaneció más de un año en el monasterio, antes de recibir en la capilla del mismo el sagrado Bautismo de manos del Obispo de Ratisbona, el Rmo. Mons. Senestrey, el día 3 de abril de 1859, teniendo como madrina a la señora Amalia, esposa del Consejero gubernativo de Baviera, Kalchgruber. Le fue administrada la santa Confirmación unos días después, el 7 de abril, por el mismo Obispo, y de ella fue testigo la señora Francisca Simson, de Munich.


[1838]
Parece que Emilia prefiere los trabajos domésticos a los intelectuales, aunque también en este aspecto tiene una discreta instrucción. Está muy capacitada para las labores del hogar, y sabe hacerse útil especialmente en la cocina, donde ha estado ocupada tres años y medio en el monasterio. Para llevar la civilización a Africa todo es de utilidad; de modo que también nuestra Emilia, por su buena educación moral y su amor al trabajo, prestará valiosos servicios en el apostolado de Africa.

El pasado septiembre el Prior del monasterio de las Bernardas, Mon-señor Alfonso Brandt, me rogó que tomase a Emilia y a Alejandra Antima para nuestra Obra. Al mismo tiempo me envió una buena cantidad para los gastos del viaje, dinero que era fruto de la beneficencia del monasterio de Seligenthal y de la Sociedad de San Ludovico, de Munich.


[1839]
IV - Alejandra Antima

Esta joven negra, originaria de Darfur, quizá tendrá diecinueve años. La raptaron cuando jugaba con otras niñas, tras lo cual la llevaron al Kordofán y a Jartum, y desde allí, a través del desierto de Bayuda y el situado a occidente del Nilo, a El Cairo. Este viaje duró más de tres meses. En El Cairo llegó a manos de un turco, que la tuvo consigo medio año, y luego la llevó a Alejandría, donde la vendió a una señora árabe.A ésta se la compró el P. Olivieri.

A partir de este momento, la historia de Emilia es también la suya. Alejandra llegó, como sabemos, al monasterio de las Cistercienses de Seligenthal. Fue su maestra al principio la difunta Sor Gotfrida, y luego Sor María Luisa; ambas se dedicaron con mucho empeño a enseñarle a leer y a escribir en alemán. Y del mismo gran interés hizo gala Sor Ida al instruirla en las labores domésticas.


[1840]
También fue bautizada el 3 de abril de 1859 por el Obispo de Ratisbona en el monasterio de Seligenthal y luego confirmada. Como madrina de Bautismo tuvo a la princesa Alejandra de Baviera, que se hizo representar por la señorita Ana Neuhuber, de Landshut, y testigo de su Confirmación fue la señora Teresa Hunger, de Munich.

Alejandra pasó ocho años en Seligenthal, y tres en Wadsassen, cerca de Eger. Especiales atenciones tuvo con ella Sor Hildegarda Smith, la hermana de la Superiora, por lo cual Alejandra se siente unida con lazos gran predilección y agradecimiento a esta alma buena. Las Monjas Bernardas han hecho arraigar en el corazón de Alejandra sobre todo un profundo sentido moral, el cual constituye la fuerza principal para resistir todos los peligros que amenazan a la mujer que quiere dedicarse a la labor toda llena de espinas del apostolado en el interior de Africa Central.



(Daniel Comboni)



Original alemán.

Traducción del italiano






290
Episodio masónico
0
Paris
1868
N. 290 (274) - EPISODIO MASONICO

De «La Voce Cattolica» (noviembre de 1874), nn. 130-131



París, 1868



TRAGEDIA MASONICA NARRADA

POR UN MISIONERO DE AFRICA CENTRAL



[1841]
La noche del 22 de diciembre de 1868 me encontraba en París, donde estaba recogiendo limosnas para los negritos, y adonde había sido enviado para reponerme de salud. Aquel día la cosecha para mis niños me había resultado buena, y yo había vuelto a casa cansado pero dando gracias a Dios. Y he aquí que cuando estaba rezando el breviario, a eso de las diez, alguien llama a la puerta de mi cuarto. Sorprendido de ser buscado a hora tan tardía, tomo una vela encendida y salgo yo mismo al encuentro del que llama, al que pregunto qué quiere de mí. El visitante, un caballero vestido con elegancia y de distinguidas maneras, responde inclinándose:

«Perdone, señor, que le moleste a estas horas. He venido a rogarle que acuda al lado de un moribundo, que desea hablar con usted antes de morir». «Pero –le digo, sorprendido– ¿por qué me pide asistencia espiritual a mí, un extranjero, en vez de a su párroco?» «El moribundo ha pedido expresamente los auxilios de usted, y no los de ningún otro. Si quiere atender el último deseo de alguien que está en trance de muerte, no hay tiempo que perder».

Entonces, sin más, sigo al desconocido escaleras abajo. En la calle hay un magnífico carruaje. Con un gesto cortés, el caballero me invita a subir, y él se sienta en el pescante. Para mi gran sorpresa, la iluminación de la calle me permite distinguir otros tres hombres en el coche, con unas caras tan sospechosas que hago ademán de saltar fuera. Mas en ese instante uno de ellos me agarra con una mano, mientras con la otra me pone un puñal en el pecho, y los otros me apuntan con revólveres; de modo que ya no puedo pensar en huir. Ellos me prometen que, si no opongo resistencia, no me pasará nada. Pero ¿qué puedo yo temer de esos hombres misteriosos?

Mientras me dejo vendar los ojos pienso que ha llegado mi hora, y pido al Todopoderoso que tenga piedad de mí.

Tras un recorrido de casi dos horas, nos detenemos, y me hacen bajar y entrar en una casa muy grande: escaleras por un lado y por otro, corredores, y movimiento de gente por doquier. Finalmente me quitan la venda de los ojos, y el mismo desconocido cierra la puerta detrás de mí. Entonces me encuentro en una magnífica sala dispuesta con toda elegancia: muebles de palisandro, relojes dorados, sillones y sofás con tapizados bien mullidos... Pero en vano busco una cama con un enfermo. No sé qué decir o pensar.


[1842]
Mas he aquí que en una elegante butaca veo un respetable caballero, sano y exuberante, en toda la fuerza de la edad, que con un gracioso gesto me invita a aproximarme a él. Yo le contesto que me han llamado a la cabecera de un moribundo, pero que me doy cuenta de que se trata de una farsa, puesto que él está sanísimo, si los ojos no me engañan.

«Tiene razón, reverendo Padre, la salud de mi cuerpo no deja nada que desear; pero tengo que morir dentro de una hora y quisiera que me preparase para una muerte cristiana. En pocas palabras, le diré que soy miembro de una sociedad secreta, en la que fui promovido a uno de los más altos grados, porque era apreciada mi influencia en el estado y en la sociedad, así como mi decisión para llevar a cabo las más difíciles empresas. Audaz y voluntarioso, he cumplido durante más de veintiocho años los fines de nuestra sociedad.

»Cuando hace poco fui designado por la suerte para quitar la vida a un venerable Prelado estimado por todos, rechacé resueltamente este encargo, aunque estaba seguro de que tal negativa me costaría la vida, según nuestros rigurosos estatutos. La sentencia ha sido pronunciada: debo morir dentro de una hora. Cuando entré en la sociedad, no quise prestar el juramento de rechazar los auxilios espirituales en vida y en muerte, pero a pesar de ello me admitieron porque podía ser para ellos un miembro útil; por eso ahora han aceptado mi petición de que viniera un sacerdote. Y si han acudido a usted, un extranjero, ha sido por evitar toda sospecha, al tratarse de una persona poco relacionada en esta ciudad».

Me dice también que se va a ejecutar su sentencia cortándole las dos venas de la garganta junto a la clavícula, con lo cual no quedará herida abierta. Y añade que ha hecho morir a muchos de este modo por faltar a su palabra o por otras razones.

«Esta sentencia –me explica– se cumplirá inexorablemente: los hilos secretos de nuestra sociedad se extienden por todo el mundo».


[1843]
Luego, me ruega que le confiese enseguida, pues el tiempo es limitado. Nunca en mi vida había dicho yo con más fervor: «El Señor esté en tu corazón y en tus labios, a fin de que me declares bien tus pecados».

No ha pasado todavía una hora, cuando se abre bruscamente la puerta, y se presentan tres hombres para llevárselo. El, angustiado, pide media hora más para acabar su confesión. Los otros se niegan y lo aferran. Pero invocando él la promesa que se le ha hecho de dejarle la libertad de prepararse para morir, y uniéndome yo a sus ruegos, le conceden veinte minutos de gracia. Entonces termina de decir sus pecados mostrando el mayor arrepentimiento, y, recibida la absolución, me besa agradecido la mano, en la que cae una lágrima furtiva.

No puedo administrarle la comunión, tanto porque me falta la autorización del párroco como porque esos granujas no me van a dar tiempo a ello; pero, quitándome del cuello una reliquia de la Santa Cruz metida en un relicario de plata, se la doy, diciéndole que invoque hasta el último instante a Aquel que no se avergonzó de la ignominia de la Cruz por salvarnos de nuestros pecados. El la toma con fervor, la besa y se la pone al cuello por debajo de la ropa.


[1844]
Le pregunto si no tiene algún encargo que hacerme. Entonces me dice que desea pedir perdón a su esposa, la mujer más virtuosa del mundo, por los errores que lo han llevado a tan deplorable final, y añade que tiene una hija religiosa en el Sagrado Corazón, la cual lo quiere tan entrañablemente que será feliz de oír que ha tenido una muerte cristiana. Yo necesito demostrarles de algún modo que realmente he tenido una entrevista con él, por lo cual le ruego que escriba en mi cuadernillo algo para ellas. Con un lápiz traza estas líneas:



«Mi querida Clotilde: ¡En el momento de dejar este mundo, te ruego que me perdones el gran disgusto que te causo con mi muerte! Saluda a mi querida hija, y consolaos las dos con la certeza de que muero reconciliado con Dios, y espero veros allí arriba. ¡Rogad mucho por mi pobre alma!

Tu Teodoro»

Ya conozco, pues, el nombre del condenado que me suplica que le infunda ánimo y fuerza. Apenas he podido decir unas palabras, cuando la puerta se abre, y cuatro hombres entran para agarrarlo. Yo les imploro, con todo lo que les puedo decir de más conmovedor, que perdonen la vida a un esposo y un padre tan querido.

Viendo que todas mis palabras son inútiles, me arrojo a sus pies, pidiéndoles que me den a mí la muerte en su lugar. Como sola respuesta recibo una patada. Ya han atado a su víctima, que en el momento de salir se vuelve otra vez hacia mí y me dice:

«Dios le pague, Padre mío, todo el bien que me ha hecho. ¡Acuérdese de mí en el Santo Sacrificio!»

Después de lo cual se llevan al condenado, y yo me quedo como paralizado por el terror. Con labios temblorosos ruego a Dios que tenga con ese desdichado la misericordia que ya no encuentra entre los hombres. Lo que yo sufrí en esa hora, sólo lo sabe Aquel que conoce todo.

Pero ¿no es esto un rumor? Sí, cada vez más próximo: son pasos de gente que se acerca. La puerta se abre, y veo ante mí los terribles verdugos. ¿Qué son esas siniestras manchas que traen en las manos?


[1845]
¡Sangre fraterna! ¡Ahora –pienso– me toca a mí! Sin que me digan nada, les presento las manos para que me las aten; pero ellos se desentienden de eso y se limitan a vendarme los ojos. De nuevo, una serie de escaleras y de corredores, y movimiento de personas. Aquí, un olor exquisito a delicadas esencias; allí, un hedor de podredumbre que me llega hasta la médula.

Finalmente me quitan la venda, y me encuentro en una sala ricamente iluminada y amueblada con gran lujo. Sobre la mesa, cubierta con un rico mantel de damasco, hay fuentes rebosantes de pasteles, de frutas del sur y de toda clase de golosinas; sobre el calentador de alcohol un recipiente de plata deja salir, humeante, el genuino aroma del té de China; innumerables botellas de diversa forma, color y etiqueta hacen presentir allí una suntuosidad digna de Lúculo.

Algunas señoras se me acercan a ofrecerme refrescos. Me niego a aceptarlos, alegando que tengo que decir misa por la mañana y ya es más de medianoche. Pero lo cierto es que no puedo desembarazarme de una terrible sospecha: el veneno y el puñal son hermanos.

Entonces expreso mi deseo de marcharme. Unos señores, pero no los de antes, me acompañan luego de haberme vendado los ojos. Bajamos muchas escaleras, y finalmente me meten en el coche.

Tras un recorrido de varias horas, el carruaje se detiene. Silenciosos, mis acompañantes me hacen bajar y, después de unos pasos, sentarme sobre un objeto de hierro. ¿Se tratará de una guillotina o de un instrumento de tortura? A cada momento pienso que mi cabeza va a quedar separada de mi cuerpo, o que un puñal va a hundirse en mi corazón. Una hora transcurre en esta angustia de muerte. Al no oír a nadie trato de levantarme un poquito la venda de los ojos, y me encuentro en un huerto bien cultivado, donde flores y hortalizas duermen todavía el sueño del invierno.

Me pongo en pie para ver la forma de salir al camino. Llamo a una puerta, y me abre una mujer joven sorprendida de recibir visitas tan de madrugada. Yo me excuso diciendo que vengo de asistir a un moribundo, porque no quiero contar nada de lo ocurrido, por temor a que esta familia esté de acuerdo con los masones.

Me dice que estoy a tres horas de camino de París, y que si quiero ir allí, como el marido tiene que ir enseguida a París para llevar flores y verduras, él podrá llevarme en el carro. Acepto agradecido el ofrecimiento, y nos encaminamos a París.


[1846]
Aquella mañana no dije misa, porque estaba demasiado nervioso. La del día siguiente, que ofrecí por la víctima de la sociedad secreta, la celebré en la iglesia del monasterio del Sagrado Corazón. Luego tuve que hablar con la Superiora, y, al verme ella tan agitado, se empeñó en conocer la razón.

Se lo conté todo, recomendándole guardarlo en secreto. Me explicó que realmente la hija de aquel desdichado era una de sus monjas, la cual rezaba mucho por su padre, cuya pertenencia a la sociedad secreta conocía, y que se sentiría muy consolada con la noticia de su conversión. Pero yo le prohibí expresamente decirle nada por el momento.

Dos días después, fiesta de Navidad, echando un vistazo a un periódico de París, vi que en la lista de los muertos figuraban algunos sin identificar y depositados en la «morgue». Fui allí, pero entre los seis cadáveres que había no reconocí al infeliz que buscaba. De repente, colgada de una pared, vi la preciosa reliquia de la Vera Cruz. Emocionado, examiné mejor el cadáver que estaba más próximo a ella: ¡Dios mío! ¡Era realmente él! Aunque desfigurado por la muerte, sus rasgos característicos eran reconocibles. Para mayor seguridad le descubrí el cuello y los hombros. En el cuello se veían dos agujeros, y las dos venas del cuello habían sido abiertas. Ya no cabía duda: era él mismo.


[1847]
Al día siguiente fui de nuevo a decir misa al Sagrado Corazón, como había prometido. Terminada ésta, vino a la puerta una monja, y me dijo entre suspiros y sollozos: «Le suplico que en misa y en sus oraciones rece por mi pobre padre». «¿Puedo preguntarle qué le ha pasado a su padre?» «¡Ah –respondió ella– temo haberlo perdido en esta vida y para la eternidad!... Si él hubiese sufrido la muerte en estado de gracia, podría resignarme a su pérdida; pero morir tan pronto después de una vida lejos de Dios... ¡es terrible y doloroso! ¡Ah, si yo pudiese salvar el alma de mi padre! ¡Querría padecer todas las enfermedades y penas de esta tierra, incluso soportar los mismos tormentos del infierno, con tal de salvar su alma!».

«¡Consuélese, Madre! El Salvador tuvo también piedad del buen ladrón. Sus oraciones por su padre habrán dado fruto». «Lo dudo, porque mi padre pertenecía a una sociedad secreta cuyos miembros rechazan a muerte toda confortación espiritual». «¿Y si su padre hubiese recibido los auxilios de la religión?»


[1848]
La monja me miró dubitativa y sin esperanza. Entonces yo saqué mi cuadernillo y le mostré la última página. Sus ojos se transfiguraron. Llevóse a los labios en un beso aquellas palabras escritas, e hincándose de rodillas con los brazos levantados al cielo, miró hacia él entre lágrimas, y exclamó con voz conmovida:

«¡Gracias a Dios eternamente! ¡Mi padre se ha salvado!»



(Daniel Comboni)