[27]
Os voy a contar brevemente mi viaje a Palestina, donde estuve cerca de dos semanas. Vosotros no estabais acompañándome con el cuerpo en estos santos lugares; pero yo me hallaba siempre con vosotros con el espíritu, de modo que no avancé un paso sin que me imaginase estar con vosotros en esta peregrinación religiosa. Como sabéis, habiendo salido de Alejandría de Egipto el 29 pasado, y una vez atravesado el mar que separa Asia de Africa al norte de Egipto, y tocado Cesarea, llegamos felizmente a Jaffa, que es puerto importante de Asia, y el primer paso en Palestina, que trae consigo indulgencia plenaria.
[28]
Luego de dar gracias al Señor los dieciséis religiosos en la Iglesia de S. Pedro, con el canto del Te Deum entramos en el convento de los Franciscanos, que nos dieron caritativa hospitalidad. Esta hospitalidad se concede indistintamente a todos los europeos, ya sean católicos o no, y a todos los católicos orientales de cualquier rito; por lo cual a estos conventos vienen a parar príncipes y pobres, seculares y regulares, no habiendo en Tierra Santa ningún hotel ni lugar seguro para acoger a los viajeros; es todo fruto de las pías limosnas de los católicos de Europa que se recogen en Semana Santa.
[29]
Mientras los Padres Franciscanos se ocupaban de encontrarnos un medio de transporte hacia la Ciudad Santa, yo andaba meditando sobre los acontecimientos que han hecho famosa esta ciudad, que es la antigua Joppe de la Escritura. Además era aquí donde Salomón hacía desembarcar de las balsas los cedros del Líbano que debían servir para la construcción del templo; aquí donde el profeta Jonás se embarcó para Tarsis en vez de ir a Nínive a predicar la penitencia; aquí S. Pedro tuvo la célebre misteriosa visión de la sábana; aquí resucitó a la caritativa Tabita; aquí recibió a los enviados de Cornelio, que le invitaban a ir a Cesarea a bautizarle a él y a toda su familia; aquí embarcó la Virgen con S. Juan, cuando navegó a Efeso tras la muerte de J. C.; aquí estuvo algún tiempo S. Luis, Rey de Francia; aquí arribaron tantos miles de Santos que acudían a venerar los Santos Lugares.
[30]
Después de comer, y habiéndonos despedido de los Misioneros que se quedaban en Jaffa y de un príncipe polaco que conocimos en el vapor y con quien almorzamos, nosotros, en compañía de un Misionero de China, otro de las Indias orientales, dos Misioneros de la Compañía de Jesús, y Mons. Ratisbonne de París –que convertido del judaísmo a nuestra fe por obra del Sumo Pontífice en Roma, se dirige a Jerusalén para fundar allí un instituto gratuito de educación cristiana–, a las dos salimos para Ramle con idea de llegar a caballo a Jerusalén por la noche del día siguiente. Yo estaba maravillado al pensar que la primera vez que viajaba a caballo me tocaba recorrer los montes de Judea; por eso, como novato en cabalgar, pedí el caballo más viejo y lento, y pronto estuve agotado.
[31]
Al salir de Jaffa se va unas veces por caminos flanqueados aquí y allá de densas chumberas, que encierran naranjales, limonares, así como plantaciones de granados, de plátanos, de albaricoqueros y otros árboles frutales; otras veces por campos sin ninguna vegetación; otras, por pequeñas colinas revestidas de algún olivo medio abrasado por el sol. Pero siempre bajo un cielo que durante el día cuece con su calor al pobre caminante. Pasados estos lugares, nos encontramos ante los inmensos eriales de los Filisteos, desde los cuales tenemos tiempo de contemplar los montes de Judea, que van a unirse a la izquierda con los de Samaria. Estos ofrecen un triste aspecto a quien creía estar viajando por la Tierra Prometida donde corren la leche y la miel.
[32]
Antes de la noche, en medio de la llanura, nos alcanzaron dos beduinos a caballo armados de lanza y de pistolas; pero al vernos en número mayor, no nos atacaron. Interrogados por nosotros sobre cuáles eran sus intenciones, contestaron que estaban vigilando el camino por orden del gobierno turco, a fin de asegurar el paso a los peregrinos.
[33]
Mons. Ratisbonne, asustado, procuró ganárselos con un generoso bacchiss (propina) de 20 piastras. Avanzada la noche, llegamos a Ramle, según S. Jerónimo, y la Arimatea del Evangelio, patria de José de Arimatea, aquel decurión que pidió a Pilato el cuerpo crucificado de J. C. y lo enterró en un sepulcro nuevo excavado en la roca viva, el cual había preparado para sí mismo en un huerto que poseía en el Gólgota. Esta fue la primera ciudad conquistada por los cruzados en Palestina; era fortísima. Ahora no se ven más que torres derribadas y ruinas antiguas, entre las cuales destaca la torre de los Cuarenta Mártires de Sebaste, y la casa de Nicodemo, en la cual pienso decir misa a mi regreso de Jerusalén.
[34]
Habiendo recibido generosa hospitalidad, a la mañana siguiente sobre las cuatro, salimos de Ramla y, dejada atrás la hermosa y fértil llanura de Sarón, llegamos a las laderas de las montañas de Judea, para cruzar las cuales empleamos todo el día bajo un sol abrasador. Este viaje es, en efecto, muy fatigoso, porque en esas montañas ásperas y escarpadas donde el sol se ensaña continuamente, como son estériles, no hay un árbol a cuya sombra poderse resguardar; y también porque el camino es pésimo, lleno por todas partes de guijarros y salpicado aquí y allá de rocas.
[35]
Pero la idea de que iba a Jerusalén me ponía alas en los pies y en el corazón, y me evitaba sentir el cansancio del viaje. A mitad del camino se encuentran el castillo del Buen Ladrón, el que ganó el paraíso cuando tuvo compasión de J. C. en la cruz; el desierto de Abu-Gosci, un asesino que en este lugar hizo muchas víctimas y al que finalmente mataron; la Iglesia de Jeremías; la cumbre del valle de Terebinto; la ciudad de Colonia, y las ruinas de muchos lugares famosos de las Escrituras. Finalmente, al anochecer, habiendo atravesado cinco cadenas de montañas, llegamos a la vista de Jerusalén. Entonces Mons. Ratisbonne nos hizo desmontar a todos de los caballos y, postrados en tierra, adoramos al Señor y veneramos aquellos santos lugares tantas veces hollados por J. C. Luego, dejados los caballos en poder de los miior, o guías, bajamos a la Ciudad Santa.
[36]
¡Oh, qué gran impresión me hizo Jerusalén! El pensar que cada palmo de aquel sagrado terreno representa un misterio hacía que me temblara el pie, y me traía a la mente estas ideas: aquí quizá estuvo J. C.; aquí, la Virgen María; por aquí pasaron los Apóstoles, etc. Después de cumplir con el Reverendmo. de Tierra Santa, con los Cónsules francés y austríaco, nos retiramos al convento en busca de descanso. La verdad es que estábamos todos reventados por el viaje. Esto me asombraba en los otros Misioneros, que estaban habituados al cansancio. En cuanto a mí, me lo esperaba porque nunca había montado a caballo; y la primera vez que lo hice, me tocó viajar día y medio seguido por las llanuras de los Filisteos y por las montañas de Judea.
[37]
A la mañana siguiente, día 3 del corriente, emprendí la visita de los santos lugares, el primero de los cuales fue el Santo Sepulcro. Este templo, construido por Santa Elena, madre de Constantino, es el primer santuario del mundo porque encierra el S. Sepulcro de J. C., y el monte Calvario, en el que murió. Lleno de estas ideas religiosas, me quedé asombrado al ver el atrio de este templo ocupado por los turcos, que celebran mercado; la puerta y el primer recinto custodiado por los turcos que fuman, comen y se maltratan mutuamente; los griegos y los armenios ortodoxos que gritan, se agarran, se pegan y hacen allí mil irreverencias.
[38]
El templo del Santo Sepulcro comprende: 1.o, el Santo Sepulcro; 2.o, la columna de la Flagelación, que desde la casa de Pilato fue llevada allí; 3.o, la capilla de Sta. Elena; 4.o, la capilla de la Invención de la Cruz, es decir, donde fue encontrada la Cruz, y sacada de entre las de los ladrones crucificados con J. C. mediante el milagro de la resurrección de un muerto; 5.o, la piedra de la Unción, o sea, donde José y Nicodemo ungieron y embalsamaron el cuerpo de J. C. antes de meterlo en el S. Sepulcro; 6.o, la capilla donde J. C. fue crucificado; 7.o, el lugar en que fue alzada la Cruz, donde aún está el agujero que recibió la S. Cruz, por besar la cual, como todos estos lugares que fueron convertidos en capillas, hay indulgencia plenaria; 8.o, el lugar, o capilla, donde estaba la V. M. cuando J. C. se hallaba en la Cruz, y recibió entre sus brazos a su divino hijo muerto; 9.o, la capilla donde estaba la V. M. cuando J. C. fue clavado en la Cruz; 10.o, la cárcel donde estuvo J. C. la noche anterior a su muerte; 11.o, la capilla del reparto de las vestiduras; 12.o, la columna de las Injurias, donde J. C. fue escupido, golpeado, etc., antes de ser condenado a muerte, la cual estaba en el palacio de Caifás y después fue traída aquí; 13.o, la capilla de la aparición a Sta. María Magdalena; 14.o, la capilla donde es tradición que J. C. resucitado se apareció a la Virgen María, como dice S. Jerónimo. Hay indulgencia plenaria cada vez que se visitan estos lugares.
[39]
Este magnífico templo abarca todo el monte Calvario, al que está anejo el sepulcro de S. Nicodemo, el que se hizo excavar después de haber cedido el suyo a J. C. No puedo expresar con palabras la gran impresión, los sentimientos que me produjeron estos preciosos santuarios que recuerdan la Pasión y la muerte de J. C. El Santo Sepulcro me hizo permanecer extático, y decía para mis adentros: ¿Así que aquí estuvo 40 horas Jesucristo? ¿De modo que ésta es la sagrada tumba que tuvo la suerte de encerrar en su seno al Creador del cielo y de la tierra, al Redentor del mundo? ¿Esta es la tumba que besaron tanto santos, ante la cual se postraron tantos Monarcas, tantos Príncipes y obispos en todos los siglos después de la muerte de J. C.?
[40]
Yo besé y volví a besar de nuevo muchas veces esa sagrada tumba, me postré repetidamente para adorarla, y sobre esa tumba, aunque indigno, recé por vosotros, y por nuestros queridos parientes y amigos. Y tuve el consuelo de celebrar dos misas: una por mí, por vosotros y por mi misión; la otra por vosotros dos, queridísimos padres.
[41]
Después de esta visita, que fue breve la primera vez porque me echó fuera un griego ortodoxo, subí al monte Calvario treinta pasos más arriba del S. Sepulcro; besé aquella tierra sobre la que estuvo la cruz, sobre la que fue tendido y clavado J. C.; recordé el momento doloroso en que en este lugar, señalado con una lápida de mármol en mosaico, le estiraron y descoyuntaron los brazos a J. C. para que las manos llegasen al agujero de los clavos en que fue crucificado, y quedé con el corazón conmovido por muchos sentimientos de compasión, de amor, etc.
[42]
A un paso y medio del lugar de la crucifixión, a la izquierda, se halla el sitio donde estuvo la V. M. cuando J. C. gemía en la Cruz; también esto me hizo gran impresión. Después, a dos pasos de distancia de este lugar, estuve en el punto donde fue enarbolada la Cruz, y cuando el Superior de los Franciscanos del S. Sepulcro me dijo que ése era el hoyo donde fue plantada la Cruz, rompí a llorar copiosamente y tuve que alejarme por un momento. Luego, cuando los otros hubieron besado, me acerqué yo también y besé muchas veces ese hoyo bendito. Y me vinieron a la mente estos pensamientos: ¿Así que esto es el Calvario?
[43]
Ah, aquí está el monte de la mirra; aquí, el altar de la Cruz donde se consumó el gran sacrificio. Me encuentro sobre la cumbre del Gólgota, en el lugar mismo en que fue crucificado el Hijo Unigénito de Dios: aquí se produjo el rescate de la humanidad, aquí fue sojuzgada la muerte, aquí fue vencido el infierno, aquí he sido yo redimido. Este monte, este lugar enrojeció con la sangre de J. C.; estas peñas oyeron sus postreras palabras; este ambiente recibió su último aliento. A su muerte se abrieron los sepulcros, se rajaron los montes: a pocos pasos de distancia de donde fue enarbolada la Cruz se muestra una enorme grieta de una profundidad incalculable, sobre la cual hay constante tradición de que se produjo a la muerte de J. C.
[44]
Igualmente veneré la columna de la Flagelación, la piedra de la Unción, la prisión de J. C., la columna de las Injurias, la capilla de la Invención de la Cruz, etc. Y por deciros algo del templo del Santo Sepulcro, éste está en poder de los turcos, los griegos ortodoxos, los armenios ortodoxos y los Padres Observantes Franciscanos.
[45]
Los turcos tienen las llaves del templo, que abren, a petición del intérprete europeo al servicio de los católicos y de los ortodoxos, dos veces al día; esto es, a las 6 de la mañana, quedando abierto hasta las 11, y a las 3, permaneciendo abierto hasta las 6; y para que lo abran, hay que dar al portero turco, por orden del gobierno turco, dos piastras, que equivalen a 60 céntimos. Los turcos no se ocupan más que de la guardia y de las llaves del templo. El Santo Sepulcro está en manos de los griegos ortodoxos y de los armenios uniatas; los católicos no pueden decir allí más que tres misas, una de ellas cantada, y éstas desde las cuatro a las seis. Si a las seis no ha terminado la misa cantada, entran en el Sepulcro los griegos, y a puñetazos y palos echan de allí al Sacerdote celebrante, haya acabado o no la misa, razón por la cual tantas veces en el Santo Sepulcro fueron heridos e incluso muertos los Sacerdotes Católicos.
[46]
En el Calvario, la capilla donde fue levantada la Cruz es dominio exclusivo de los griegos ortodoxos, y allí ningún católico puede celebrar misa, so pena de muerte; el lugar donde estuvo la Virgen María, situado dos pasos y medio a la izquierda del hoyo, y el lugar de la Crucifixión, que dista un paso y medio de la cap. de la Virgen, a tres pasos y medio del Sdo. hoyo, son dominio exclusivo de los católicos, y aquí celebré dos misas: la primera en el lugar donde estuvo la Virgen en las tres horas de la agonía, la celebré por ti, querida madre; la segunda, en el lugar de la Crucifixión, la celebré por ti, querido padre.
[47]
En la capilla situada donde María estuvo cuando tendían y clavaban a J. C. en la Cruz, que está a cinco pasos a la izquierda del hoyo de la Cruz, celebré por Eustaquio, el tío José, César, Pedro y toda su familia, especialmente por Eugenio, para que M.a Sma. le proteja en su peligrosa educación. Todos los otros lugares se hallan en manos de los católicos, pero todos están abiertos a la veneración tanto de los griegos como de los católicos. Por eso los PP. Franciscanos todas las tardes a las cuatro hacen procesión, rezan oraciones en público e inciensan en el Santo Sepulcro, en el Calvario y en todos los lugares mencionados; y en esta procesión intervine yo también, y como sacerdote me ofrecieron la vela del Santo Sepulcro; la cual os mando dividida en tres partes, como os diré más adelante.
[48]
Para celebrar la misa en el S. Sepulcro estuve encerrado en el templo dos noches enteras, a fin de estar listo a las cuatro para decir la misa; y esas dos noches gocé mucho, porque tuve ocasión de venerar todos los Santuarios de este Santo templo, y de derramar mis plegarias, muy indignas pero fervientes, por mi misión, por vosotros y por todos los que de algún modo me son allegados.
Es verdad que aquí se corre el riesgo de recibir algún insulto especialmente por parte de los griegos, que nos son más hostiles que los turcos; pero ¿qué representa un insulto en este lugar donde J. C. recibió tantos y fue crucificado? De todas formas, el templo del S. Sepulcro, que es el primer Santuario del mundo, es también el más profanado; aquí cada año se producen muertos y heridos; todos los días hay gritos, escándalos y peleas; e incluso los griegos, cuyos sacerdotes son casados, consuman el matrimonio junto al Sepulcro y el Calvario, y cometen las más enormes irreverencias –que callo por pudor, y que no puedo expresar con palabras–, de las que nadie puede hacerse idea sin haberlas visto con sus propios ojos. Pero basta.
[49]
Visitado el S. Sepulcro y el Calvario, mi primer pensamiento fue visitar y recorrer la Vía Dolorosa, que comienza en el Pretorio de Pilato y termina en el Calvario: éste es el camino que anduvo J. C. después de ser condenado a muerte y por donde llevó la Cruz al Gólgota. En él hice el Via Crucis, deteniéndome a rezar las estaciones, como aquella que comienza con la palabra Crucifigatur, en los mismos lugares en que tuvieron lugar los 14 misterios que figuran en el Via Crucis. El recorrido es de unos 820 pasos. El Pretorio de Pilato, que está situado en el monte Acra, fue primero convertido en iglesia y luego en un cuartel de soldados, finalidad a la que sirve todavía hoy; se puede visitar, previa propina a la guardia. En este Pretorio vi el sitio donde J. C. fue condenado a muerte; el lugar donde fue flagelado; y aquí celebré misa por mi Misión, por mí, por vosotros y por nuestros parientes, finalidad a la que apliqué todas las otras misas celebradas en Tierra Santa.
[50]
Vi el Lithostrotos y todos los lugares donde sufrió J. C. en este palacio. Ahora está dividido en las siguientes partes: 1.o, el sitio donde J. C. fue sentenciado a muerte; 2.o, la Sala de las Injurias, en la cual J. C. fue acusado de blasfemo, facineroso, rebelde al César, usurpador del nombre de Dios (¡Cuántas acusaciones, ignominias, calumnias, humillaciones, vituperios, insultos y tormentos no tuvo que aguantar aquí J. C.! Aquí le ensuciaron el rostro de escupitajos, le despojaron de sus vestiduras y le cubrieron con un mal andrajo de púrpura; aquí le condenaron a los más crueles azotes, le coronaron de agudísimas espinas, le pusieron entre las manos una caña en vez de un cetro real, le saludaron como rey en plan de burla, y le postergaron con respecto a Barrabás); 3.o, el palacio de Pilato, que comprende la Iglesia de la Flagelación, es decir, el sitio donde el Señor fue atado a una columna y fue cruelmente azotado; 4.o, el Lithostrotos, o sea, la galería desde la que Pilato presentó al pueblo a Jesús coronado de espinas y cubierto con un harapo de púrpura, pronunciando las palabras Ecce homo; esta galería atraviesa ahora la Vía Dolorosa a modo de puente, y forma parte de un cuartel. Desde este palacio salí a hacer el Via Crucis: se baja desde aquí a la calle, donde se hace la segunda estación, esto es, cuando J. C. recibió la Cruz sobre los hombros. La escalera que desde el Pretorio de Pilato conduce a la calle fue llevada a Roma.
[51]
Siguiendo la Vía Dolorosa se llega al lugar de la primera caída, que está marcada por dos columnas tumbadas en el suelo. Dos pasos más adelante está la Iglesia del Espasmo, que fue levantada en el punto donde la Sta. Virgen. encontró a su divino Hijo con la Cruz al hombro. Los turcos la han convertido en unos baños. Hasta aquí el camino es llano; comienza a ser empinado en el lugar donde el Cirineo ayudó a J. C. a llevar la cruz.
[52]
La casa de la Verónica está señalada por una puerta, que lleva a un establo. Se dice que es donde ella vivía, pero los autores más críticos afirman que es el sitio donde la Verónica secó a Jesús el rostro. Un poco más adelante se llega a la puerta judicial, que lleva al monte Calvario, el cual en tiempos de Xto. se hallaba unos cuatrocientos pasos fuera de Jerusalén, mientras que ahora está dentro. Por esta puerta pasó J. C. cuando fue a morir por nosotros; y precisamente se llama judicial porque por ella pasaban los condenados a muerte. En esta misma puerta fue fijada la sentencia de muerte dictada contra él por Poncio Pilato. Fue derribada muchas veces; sin embargo, todavía se conserva aquí una columna de la que se mantienen en pie varios codos al lado de la puerta, a la que es tradición que fue fijada la inicua sentencia.
[53]
El lugar de la segunda caída no se conoce con precisión; por eso se hace esta estación del Via Crucis entre la puerta judicial y el sitio donde encontró a las mujeres de Jerusalén, que está a cien pasos de la puerta judicial. La tercera caída ocurrió diez pasos antes del sitio de la Crucifixión, y está marcada por un peñasco de la roca del Calvario, al que por desprecio de los cristianos escupen los musulmanes.
Las otras estaciones se hacen dentro del templo, en el Calvario, como podéis deducir de lo que os dije del Calvario. Este Via Crucis –me dijeron en Jerusalén los PP. Franciscanos– lo hizo el Archiduque Maximiliano, Gobernador del Reino Lombardo-Véneto; y lo hizo de rodillas, derramando lágrimas de ternura, con edificación de todo Jerusalén.
[54]
Después de la Vía Dolorosa fuimos a visitar el monte Sión, en el que se encuentra el Santo Cenáculo. ¡Qué sublime es el monte Sión! Sublime por su excelsa posición, sublime por sus profundos misterios. Está situado al suroeste de Jerusalén, y domina el valle Gehena, la Aceldama y el valle de los Gigantes. Fue al monte Sión donde David transportó el Arca del Testamento desde la casa de Obededón. Aquí J. C. celebró su última Pascua, lavó los pies a sus Apóstoles e instituyó el Santísimo sacramento de la Eucaristía; aquí ordenó los primeros sacerdotes y los primeros obispos de su Iglesia.
[55]
Era en este monte donde se encontraba el palacio de Caifás, al que fue conducido Jesús la noche de su captura; aquí Pedro negó tres veces a su divino Maestro, se estremeció al cantar el gallo y lloró amargamente su culpa; aquí el Señor pasó su última noche en el fondo de un calabozo; aquí fue acusado de falsos testimonios, tachado de blasfemo, escupido en la cara, y abofeteado, y juzgado reo de muerte; y luego de haber sido crucificado, aquí apareció por primera vez, después de su Resurrección, a los Apóstoles reunidos en el Cenáculo, y les confirió el poder de perdonar los pecados, instituyendo el sacramento de la Penitencia; aquí se les volvió a aparecer, estando ellos con las puertas cerradas, al cabo de ocho días, e hizo tocar sus sacratísimas llagas al incrédulo Tomás; aquí hizo su última aparición en la tierra antes de subir al cielo en el día de la Ascensión.
[56]
Fue al monte Sión adonde volvieron los discípulos después de haberle acompañado en su glorioso viaje hasta la cima del monte de los Olivos; aquí perseveraron todos en la oración durante más de diez días a fin de prepararse dignamente para recibir al Divino Paráclito, el Esp. Santo; aquí se sumó Matías al colegio apostólico en lugar de Judas traidor; aquí, al finalizar los días de Pentecostés, bajó sobre ellos el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego; aquí fueron elegidos los primeros siete diáconos; aquí se celebró el primer Concilio de la Iglesia, presidido por S. Pedro; aquí fue nombrado Santiago el Menor primer Obispo de Jerusalén; aquí los Apóstoles se repartieron entre ellos el mundo que debían evangelizar; aquí, según la más acreditada opinión, tuvo lugar el tránsito de la Virgen desde esta a la otra vida; aquí descansaron durante mucho tiempo los huesos del Protomártir S. Esteban; aquí, finalmente, duermen el sueño de la muerte muchos cristianos de Jerusalén y muchos mártires de la Iglesia que en este lugar dieron testimonio con su sangre de la divinidad de nuestra Religión.
[57]
Visité casi todos los lugares notables que hay en el monte Sión, y el primero de ellos fue el Sacrosanto Cenáculo, donde instituyó J. C. el Sacra-mento de la Eucaristía; está cerca de la tumba de David, la cual con su parte superior llega al Cenáculo. Este sublime Santuario lleva ya tres siglos en poder de los musulmanes, que lo utilizan de dormitorio para los soldados. No se puede entrar en él; pero nosotros, con buenas maneras y generoso bacshish, entramos con un Misionero de Tierra Santa; y yo pude adorar aquel sagrado legado de la antigüedad; eso sí, sin descender por debajo del mismo a ver la tumba de David, porque hay pena de muerte para el que entra en ella; no pude celebrar la misa, por no correr el riesgo de recibir el simpático beso de algún pistoletazo musulmán, que me habría sido tan grato. Hay indulgencia plenaria en el Cenáculo.
[58]
Otras indulgencias se obtienen en otros lugares del mismo Cenáculo y fuera: donde fue preparado el cordero pascual para la Cena del Señor; donde J. C. lavó los pies a sus Apóstoles; donde bajó el Espíritu Santo sobre ellos; en lo alto del Sepulcro de David que da al Cenáculo; en el lugar donde cayó la suerte sobre S. Matías; donde Santiago Apóstol fue elegido obispo de Jerusalén; donde los Apóstoles se dividieron para predicar el Evangelio por todo el mundo. Todo esto se obtiene en el Cenáculo.
[59]
Visité también el palacio de Caifás; casi por completo derruido, ha sido reconstruido por los turcos. Y aquí hay cuatro indulgencias, a saber: en el lugar donde el Señor pasó preso su última noche; donde Pedro renegó de él, donde este Apóstol oyó el canto del gallo, y donde se quedó la Virgen después de saber la detención de su divino Hijo. ¡Oh, cuántos insultos e ignominias tuvo que aguantar J. C. en este palacio! Luego de ser negado por Pedro, escupido, vendado en los ojos, etc., aquí los mismos que le habían pegado le pedían que adivinara quién de ellos lo había hecho, etc., etc.
Del palacio de Caifás se va adonde fue trasladado el cuerpo de S. Esteban; al sitio donde es tradición que S. Juan Evang. celebró el sacrificio de la Misa en presencia de la Virgen; al lugar donde vivió Nuestra Señora por algún tiempo después de la Ascensión de J. C. al cielo (hay indulgencia plenaria); y adonde después de su vuelta de Efeso con S. Juan, y ya muerta, los judíos intentaron apoderarse del cuerpo cuando la llevaban a enterrar. Pocos pasos más adelante está el palacio de Anás, donde J. C. recibió aquella terrible bofetada de una mano reforzada de hierro.
[60]
Qué sentimientos despertaron en mí estos sagrados lugares, ahora tan profanados, sólo Dios y los que visitan Jerusalén lo pueden comprender. Se encuentra también en Jerusalén la iglesia de S. Salvador, donde residen los PP. Franciscanos, la cual tiene tres antiquísimos retablos que fueron trasladados aquí desde el Cenáculo después de que éste se convirtió en cuartel de los turcos.
[61]
El palacio de Herodes está sobre el monte Abisade; aunque casi destruido, lo vi de buena gana porque recuerda la Pasión de Nuestro Señor. Además de estos lugares, en Jerusalén visité la cárcel adonde fue llevado Pablo cuando apeló al César; la iglesia de Santiago, que es una de las más espléndidas de Jerusalén: está en poder de los Armenios ortodoxos, y en ella me fue enseñado el lugar donde degollaron al Apóstol por orden del Rey Agripa. También fui a la casa de María madre de Juan Marcos, que está en poder de los sirios ortodoxos, y que es célebre porque se venera en ella el lugar adonde acudió S. Pedro cuando fue liberado de la prisión por el Angel.
[62]
Entré también en la cárcel donde encerraron a S. Pedro por orden del Rey Agripa; y fue precisamente aquí donde en el profundo silencio de la noche fue liberado por el Angel. Los cristianos de los primeros siglos la habían convertido en iglesia. Ahora quedan bastantes de aquellas construcciones, que sirven de taller a unos curtidores de pieles, y de donde sale tal olor que sólo gracias al espíritu religioso es posible entrar allí. La casa del Fariseo está situada en el monte Abisade: consiste en los muros de una iglesia dedicada a Sta. María Magdalena en memoria de su conversión, que tuvo lugar en dicha casa; ahora está en poder de los turcos.
[63]
El templo de la Presentación de la Virgen fue levantado en memoria de este misterio en el sitio donde Salomón hizo edificar el palacio con madera de los bosques del Líbano; ahora está convertido en mezquita. Pero ¿qué decir del templo del Señor? Fue construido en el mismo sitio que ocupó el templo de Salomón, y de él no queda ni una piedra: se indica, no obstante, el lugar preciso donde estaba, y hay allí indulgencia plenaria. Sobre él edificó un magnífico templo el califa Omar, segundo sucesor de Mahoma, después de la conquista de Jerusalén. En el siglo xi los cruzados lo convirtieron en una iglesia; pero Saladino lo declaró de nuevo mezquita (templo de Mahoma), y así continúa hasta hoy. Es el más majestuoso edificio que hay en Jerusalén, y es de estilo árabe. Está prohibido entrar en él bajo pena de muerte, porque además de ser de Mahoma encierra todavía el serrallo de las concubinas del Bajá de Jerusalén.
[64]
Yo pude pasar todo el atrio con dos Padres Misioneros de la Compañía de Jesús; pero enseguida salimos huyendo al ver a los soldados armados, a pesar de que íbamos acompañados de un fornido musulmán. Bajo el templo de Salomón está la piscina Probática, que es uno de los restos más antiguos que existen en Jerusalén: data nada menos que de los tiempos de Salomón. Está en muy mal estado de conservación, pero basta su simple nombre para recordar la prodigiosa curación de aquel paralítico que yacía postrado desde hacía ya 38 años, y que fue curado aquí por el Redentor.
[65]
Antiguamente servía para lavar las víctimas que se debían ofrecer en el templo. En la actualidad crecen en ella altas chumberas y otros arbustos. Comunica con el templo de la Presentación de la Virgen, que os he citado antes; en el cual hay piedras de desmesuado tamaño que seguramente sirvieron, según eruditos escritores de Tierra Santa, para las murallas de la antigua Jerusalén. Los judíos acuden a llorar junto a estas piedras cada viernes hacia la puesta del sol, lo cual es un espectáculo digno de verse.
Estos son los lugares notables que he visitado en Jerusalén. Hay otros muchos; pero a algunos de ellos, muchos reverendos devotillos [¿santurrones ?] les quieren dar celebridad, y como no creo que la merezcan, porque no he sabido que haya mucho fundamento para ella, prefiero pasarlos por alto. A los que os he descrito, y que os describiré, les doy todo crédito, al basarse su autenticidad en la más antigua tradición reconocida por los más grandes autores y por el oráculo de la Iglesia, que otorga indulgencia plenaria cada vez que se visitan.
[66]
Ahora salgamos de Jerusalén, y contemplad conmigo los lugares dignos de la consideración de un cristiano. Y primero, saliendo por la puerta de S. Esteban al este de Jerusalén, se deja a 40 pasos a la izquierda la puerta Aurea, que está encerrada con un muro. Se llama la puerta Aurea por excelencia en memoria de la solemne entrada que hizo por ella J. C. el día de Ramos.
[67]
También Heraclio, después de vencer a Cosroes Rey de Persia, entró por esa puerta con el conquistado madero de la Cruz. Es la más bella y arquitectónica que existe en Jerusalén; yo no he visto nunca una mejor. Pero los turcos la han encerrado y tapiado, porque existe entre ellos una antigua tradición de que los francos (así llaman en Oriente a los europeos) conquistarían Jerusalén y entrarían triunfantes por esa puerta. Luego, bajando en el valle (de Josafat) por la ladera del monte Moria, antes de llegar al final del descenso hay una roca muy informe, donde fue lapidado S. Esteban; trece pasos más arriba se halla el lugar donde estaba Saulo (que luego fue el Ap. S. Pablo) custodiando la ropa de los lapidadores; y a mano izquierda se muestra el lugar donde la Emperatriz Eudoxia hizo edificar un templo al glorioso Protomártir. Una vez en el fondo del valle, se pasa el torrente Cedrón, que divide el valle de Josafat, y se entra en Getsemaní.
[68]
Yo eché una mirada a este valle, y con ella lo recorrí a lo largo y a lo ancho varias veces. ¿Será aquí –me decía a mí mismo– donde seré juzgado un día por el eterno Juez? ¿Aquí se congregarán todos los pueblos de la tierra el día final? ¿Aquí se dictará la inapelable sentencia de eterna vida o de eterna muerte para todos los que fueron, son y serán? ¿Aquí la tierra abrirá sus profundos abismos para tragarse a los réprobos destinados al infierno, y desde aquí volarán los elegidos al cielo?
[69]
¡Oh valle! ¡Terribilísimo valle! Se extiende entre el monte de los Olivos y el Moria, y recorrerlo a lo largo no lleva ni un cuarto de hora; empieza en el Sepulcro de la Virgen y va a terminar en la tumba de Josafat Rey de Judá, que se conserva intacta porque está excavada en la roca viva. El valle de Josafat es recorrido por el ahora seco torrente Cedrón, y está todo lleno de ruinas de Jerusalén. Su longitud mayor es, más o menos, el alcance de un tiro de escopeta.
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Al norte de este valle está el sepulcro de la Virgen, el cual forma parte de Getsemaní. Este sepulcro es un templo casi todo bajo tierra, al que se desciende por una majestuosa escalera de 47 escalones. En este sepulcro estuvo la Virgen María tres días, antes de su asunción al cielo en cuerpo; ya sabéis lo de los Apóstoles y de Tomás, que no tuvo la gracia de ver muerta a María. El sepulcro es aproximadamente como el de J. C. , y está en poder de los griegos ortodoxos, que celebran cada día largos oficios. En este mismo templo subterráneo están todavía los sepulcros de S. José, Sta. Ana y S. Joaquín, en los que hay indulgencia parcial para quien los besa, mientras que el de la Virgen otorga indulgencia plenaria.
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Pasado este lugar, y adentrándose en Getsemaní, se encuentra la gruta de la agonía, llamada así porque allí se retiró el Señor a rezar al Padre Eterno la noche anterior a su muerte, y se sintió oprimido por tan mortal tristeza que entró en agonía y sudó sangre. A un tiro de piedra de esta gruta se halla el huerto de Getsemaní propiamente dicho. Tanto la gruta de la Agonía como el Sepulcro de la Virgen, y otro lugar que os diré, pertenecen a Getsemaní; pero los frailes han cerrado con muro parte de Getsemaní, que ellos llaman el huerto de Getsemaní, para proteger ocho olivos antiquísimos, cuyos troncos es tradición que existían en tiempos de J. C. Yo no sé si será verdad; lo cierto es que tienen un tronco más […] veces mayor que el de nuestros olivos.
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El lugar donde el Señor se separó de sus Apóstoles está señalado fuera del perímetro de Getsemaní propiamente dicho; igualmente, a siete pasos de distancia, está el sitio donde Judas traicionó a J. C. con un beso. Volviendo luego al valle, casi al fondo, y caminando por la orilla del seco torrente Cedrón, se ve la huella de una rodilla impresa sobre una dura peña en medio del lecho del torrente. Se dice que esta huella la dejó J. C. la noche de su arresto cuando, apresado en el huerto de Getsemaní y conducido a golpes por los soldados, cayó en dicho lugar. Para quien besa esta huella de la rodilla de Jesús hay indulgencia plenaria, como también es plenaria en el huerto de Getsemaní y en la Gruta de la Agonía, donde yo celebré Misa en el mismo sitio en que J. C. sudó Sangre; allí hay un bellísimo altar, y lo tienen los católicos.
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A pocos pasos de distancia de la huella de la Rodilla de Jesucristo hay una cueva muy grande, a la que se retiró Santiago Apóstol tras la muerte del divino Maestro, con el firme propósito de no comer ni beber hasta que no le hubiese visto resucitado. Antes de llegar a esta cueva está el sepulcro del Rey Josafat, que es de una sola pieza, y que es como la iglesia de S.Roque de Limone; también el sepulcro del rebelde Absalón, que él se hizo construir en vida con la esperanza de ocuparlo muerto; pero se equivocó. Es una maravilla; yo estuve en medio de él. Luego está la urna de Zacarías, y mil lápidas sepulcrales que guardan las cenizas de aquellos infelices judíos que de todas partes del mundo vinieron a terminar sus días a Jerosolima, a fin de que sus huesos descansaran a la sombra de ese templo que no existe, ni existirá nunca más que en su imaginación.
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Todas estas cosas se hallan en el valle de Josafat, que está al pie del monte de los Olivos. ¡Oh querido monte que tienes tan poco de olivar, qué espléndida vista se goza desde tu elevada cumbre! ¡Qué consoladores son los misterios donde todo está señalado! Este monte fue oratorio del Señor, cátedra de sus divinas enseñanzas, testigo de sus oráculos sobre Jerusalén, y le sirvió de escalera para subir al cielo. Ahora yo os voy a llevar casi de la mano a contemplarlo con vuestra imaginación, pues es digno de la contemplación de un ferviente cristiano.
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El monte de los Olivos se eleva al este de Jerusalén en frente del Moria, con el que domina el valle de Josafat. Salvado, pues, el torrente Cedrón junto al Sepulcro de la Virgen, y después de pasar rozando al norte el huerto de Getsemaní, se encuentra al principio de la subida una peña durísima, la cual recuerda el lugar donde se sentaba triste y meditabundo el inconsolable Tomás, cuando la divina Madre, ya asunta en el cielo, le echó su cíngulo, como narran, entre otros, Nicéforo, y Juvenal, obispo de Jerusalén.
Alcanzada la media ladera del monte y avanzando a mano derecha un tiro de fusil, se llega al lugar donde J. C. lloró por Jerusalén, el cual está marcado por una torre derruida que fue en tiempos la del campanario de un gran templo aquí levantado en memoria del llanto que derramó J. C. por la prevaricadora Jerusalén. Desde este lugar se ve toda Jerusalén. Yo la contemplé. ¡Oh, qué desolada, triste y agonizante me pareció esta ciudad que era la más famosa del mundo! ¡Oh, cómo ha perdido su belleza esta hija de Sión! Ha caído en tanta desolación que mueve al llanto a los corazones más duros, al pensar en lo que era en tiempos de la Redención.
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Subiendo un poco más, vi una cueva horadada en la roca dentro de las entrañas del monte de los Olivos, que sirve de vestíbulo a una fila de sepulcros subterráneos llamados de los Profetas. Más arriba de estos sepulcros vi el lugar donde estaba sentado J. C. cuando predijo a sus discípulos las muchas tribulaciones, las guerras sangrientas, las persecuciones de todo tipo y la aboninación y desolación que precederían al último día, el del Juicio Universal. Me detuve aquí por un instante, y contemplando el aspecto del subyacente valle de Josafat, me imaginé el imponente espectáculo que ofrecerá todo el género humano reunido en ese valle para recibir la sentencia final. Cincuenta pasos antes de llegar a la cima está el lugar adonde se retiraron los Apóstoles a componer el Credo antes de dispersarse por el mundo; en este lugar hay una cisterna, dentro de la cual había excavadas doce hornacinas, en memoria de los doce Apóstoles reunidos.
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A poca distancia se encuentra el sitio donde J. C. enseñó el Padrenuestro a los doce Apóstoles, y donde en tiempos hubo una iglesia. Finalmente he llegado a la cumbre del monte de los Olivos; pero ¿dónde está el sitio desde el que J. C. subió al cielo? Aquí hay muchas casitas pobres y en medio un templo bastante bien conservado. En medio de este templo está el lugar de la Ascensión.
Mediante generosa propina, un santón turco nos abrió la puerta de un patio, en mitad del cual está este templo sin puertas. En el suelo vi un pequeño cuadrado hecho de piedra, que rodea a un duro peñasco en el que está impresa la planta del pie izquierdo de un hombre, la cual mira a occidente: esta huella la dejó J. C. cuando subió al cielo. Yo besé y volví a besar reverentemente este último vestigio que imprimió en la tierra el divino Redentor, para obtener la indulgencia plenaria que lleva consigo. A setenta pasos de este lugar, caminando por la cima del monte de los Olivos, visité el lugar llamado Viri Galilei, que corresponde al sitio donde estaban los Apóstoles cuando volviendo de ese monte, y habiéndose quedado extáticos mirando al cielo, se les apareció un Angel.
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Por el otro lado, a la derecha, está Betfagé, pueblo en ruinas situado en el lugar donde el Señor mandó a sus discípulos que desataran el pollino que estaba atado junto a un castillo cercano, para hacer su entrada triunfal en Jerosolima el día de Ramos. Desde aquí se contempla perfectamente el monte donde J. C. ayunó cuarenta días, la vastísima llanura de Galgala, el río Jordán, el mar Muerto, donde se hallaba la Pentápolis, el monte de los Francos, las alturas de Ramatzaim Sophim (Jericó), y muchos otros lugares famosos en la Escritura, que luego visitaré más de cerca.
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Quería mandaros una botella de agua del Jordán con los rosarios; pero como no os llegan éstos hasta un mes después de Pascua, como os diré más adelante, y se pudriría, cambio de idea y se la llevo a uno de Alejandría que me pidió una botellita.
Tomando ahora el camino del sepulcro de Josafat hacia el sur de Jerusalén se llega a la Piscina de Siloé, famosa porque J. C. curó en ella al ciego de nacimiento; yo bebí de ella, y admiré el flujo y reflujo de sus aguas sin lograr entender en absoluto el porqué. No muy lejos de la Piscina de Siloé subí por las raíces de una antiquísima morera situada en medio del camino, que indica el sitio donde fue serrado por la mitad el profeta Isaías con una sierra de madera por orden del Rey Manasés.
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Veinte pasos más abajo de este lugar vi el pozo de Nehemías, que tiene más de 300 pies de profundidad y un agua fresquísima. Se llama así porque Nehemías, después de la esclavitud de Babilonia, hizo sacar de este pozo agua densa, con la que asperjó la leña y las víctimas ya puestas sobre el altar para el Sacrificio, las cuales se encendieron prodigiosamente al aparecer el sol, como dice la Escritura.
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En este pozo escondieron los sacerdotes el fuego sagrado cuando la destrucción de la Ciudad Santa por Nabucodonosor. Aquí el valle de Siloé se une con el de Ben Hinnom, que es la Gehena del Evangelio. Este valle, oscuro, profundo, solitario, triste y melancólico, pavoroso, que Jesucristo hizo símbolo del Infierno, yo lo recorrí entero, y vi el sitio donde fue erigido aquel ídolo de bronce, Moloc, en lo alto del cual había un agujero donde se echaban los niños vivos para abrasarlos en honor a Moloc. En este valle hay bodegas cavadas en la roca viva, donde se escondieron los Apóstoles cuando vieron a su divino Maestro hecho prisionero en el huerto de Getsemaní.
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Después fui a la Aceldama, que es aquel campo que fue comprado con el precio de la sangre de J. C. Comprende el espacio suficiente para dos olivos. Saliendo por la puerta de Efraín se encuentra la cueva de Jeremías, adonde se retiró el compungido Profeta después de la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor, a llorar sobre las palpitantes cenizas de su querida ciudad, y llorando compuso esas patéticas lamentaciones y profecías que se leen en Semana Santa.
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Debajo de ella se halla la cárcel del mismo Jeremías: una cisterna, donde es tradición que fue arrojado el Profeta por orden del Rey Sedecías en castigo por haber hablado libremente al pueblo de Israel de parte de Dios. Dirigiéndome a occidente subí el monte Gión, memorable porque sobre él fue ungido y consagrado el Rey Salomón. Descendiendo luego detrás de la muralla de Jerusalén se ve una alberca muy grande y magnífica, de 240 pasos de largo, 105 de ancho y 50 de profundidad, toda cavada en la roca viva. Se llama todavía Piscina de Betsabé, porque Salomón la construyó en honor de ella y para su servicio.
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Muchas otras cosas os podría contar de Jerusalén y sus contornos; pero ya basta, porque estoy cansado de escribir. Os he citado sólo algunos monumentos religiosos autentificados y confirmados por la Iglesia, que ha hecho de todos los que os he descrito fuentes de las indulgencias más amplias. Jerusalén, ahora, no es mayor que dos veces Brescia; sus calles son estrechas, empinadas, sucias, lamentables; es sede de muchos Obispos ortodoxos de un Bajá turco, y del Patriarca, que nos acogió muy gentilmente; está fortificada, más que Verona, y permite hacerse una gran idea de lo que fue en tiempos.
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Hay allí ochenta Misioneros católicos, y más de cien entre griegos y armenios ortodoxos. Ahora se han introducido los rusos protestantes y los judíos; los primeros tienen hasta un obispo. En medio de esta confusión de cultos no se puede hacer nada por la conversión; porque si se trata de los turcos, hay pena de muerte para quien intenta convertirlos; y los otros herejes, con la profusión de dinero, impiden que sus seguidores se hagan católicos. Por lo cual algunos desdichados católicos, cuando no pueden conseguir de los Misioneros el dinero o la manutención que quieren, tratan de hacerse protestantes, como sucedió este año.
Todos los católicos de Palestina son pobres; y la mayor parte son mantenidos por los conventos de los Franciscanos. Más adelante os hablaré de algunos otros lugares que he visitado en Palestina y que merecen vuestra atención y consideración.
(Daniel Comboni)