N. 1051; (1007) – TO FR FRANCESCO GIULIANELLI
ACR, A, c. 15/26
El-Obeid, 13/4/81
Brief Note.
N. 1052; (1008) – TO CARDINAL GIOVANNI SIMEONI
AP SC Afr. C., v. 9, ff. 127–130
N. 5
From the Station of Malbes in the Kingdom of Kordofan 15 April 1881
Most Eminent and Reverend Prince,
Acuso recibo de la circular del Emmo. Card. Vicario sobre el execrable abuso y comercio de las Sagradas Reliquias. En mi Vicariato eso no se da en absoluto; pero la venerada circular nos servirá de norma a mí y a mis sucesores para no dejarnos engañar por quien intentase conseguir nuestra cooperación en la compra de Santas Reliquias para nuestras iglesias. Lo agradezco de corazón.
Espero con impaciencia la estupenda Encíclica del Santo Padre –la cual ya he leído en la prensa– sobre el providencial Jubileo, que para las Sagradas Misiones se prolonga a lo largo de todo este año, y que yo mismo predicaré en las diversas lenguas en todas las estaciones de mi fatigoso Vicariato.
Hace más de un mes recibí en Jartum el venerado escrito de V. Em.a fechado el 14 de febrero pasado, con el que atendiendo a los deseos de Monseñor Ciurcia me invita a ponerme en contacto con este prelado para determinar los derechos que yo intento reservar al Vicariato Aplico. de Egipto respecto a los miembros de mis Institutos y a las otras cosas.
He tardado en responder a V. Em.a por no saber qué contestar, y esto debido a las siguientes razones: desde 1867, cuando fundé aquellos Institutos preparatorios para las misiones de Africa Central, hasta 1872, año en que la Santa Sede confió a mi Instituto de Verona el Africa Central, yo mantuve con Mons. Ciurcia la misma relación que un hijo hacia su padre, y la relación de Institutos con él fue la misma que hay entre los frailes de un convento con su Guardián.
Cuando en 1872 volví de Roma a Egipto como Provicario Apostólico en mi camino hacia Africa Central, recomendé a Monseñor Ciurcia que tratase a mi personal y mis Institutos como si fuesen suyos, y como el Rector de una casa de Jesuitas trata con sus religiosos, advirtiendo a los miembros de mis Institutos que le obedeciesen a él a y a su representante, el párroco del Viejo Cairo, un religioso franciscano. Lo que se hizo con mutua satisfacción.
En 1873 Mons. Ciurcia, por medio del Superior de mis Institutos de El Cairo, me invitó a redactar un acuerdo transitorio, o modus vivendi, entre él y yo; pero le respondí que, teniendo como base las normas de los sagrados cánones, continuase haciendo de padre y Superior inmediato como antes, y que por tanto diera las órdenes que creyera oportunas al Superior de mis Institutos. Sin embargo, como él insistía (siempre por medio de mi representante D. Rolleri) en pedirme el modus vivendi, yo lo redacté; y quizá incitado por los religiosos Camilos que entonces estaban al servicio de la Misión, en contra de mis sentimientos exigí demasiado. Envié tal proyecto de acuerdo a Mons. Ciurcia, y luego me llegó noticia de que no obtuvo su aprobación; pero él nunca me escribió sobre ello.
Cuando en 1879 pasé por Egipto fui a verle, y yo mismo le rogué que me permitiese preparar un proyecto, con el que pudiésemos llegar a un mutuo acuerdo enseguida; y añadí que me encontraba abierto a todo, puesto que confiaba plenamente en él. Su respuesta fue que yo pidiese lo más posible, que él me concedería lo menos posible.
Entonces redacté una petición con fecha 2 de mayo de 1879, en que en tres artículos le exponía mis demandas, y se la presenté el 3 de mayo del mismo año. Pero no sólo no obtuve respuesta de Mons. Ciurcia a mi propuesta de acuerdo de 1873, ni a mi petición del 2 de mayo de 1879, sino que tampoco contestó Mons. Ciurcia nunca, nunca, una sílaba a más de veinte cartas que le escribí desde el Vicariato o desde Europa. Unicamente a cuatro cuartas que entre 1877 y 1880 le escribí a Alejandría desde El Cairo o desde Siut, solicitando facultad para confirmar, o por otro motivo, me contestó con unas palabritas. Pero desde 1872 a 1881 ni una sola vez respondió a más de veinte cartas que yo le escribí desde Europa o desde Africa Central.
En vista de esto considero una pérdida de tiempo para mí el escribir a Mons. Ciurcia, tratándose de un asunto que es mejor discutir y concertar de palabra, para luego poner por escrito el acuerdo alcanzado. Y más ahora, que mientras reine y campee en el importantísimo apostolado de Egipto el pernicioso monopolio franciscano, que impide a todas las otras instituciones actuar según la plenitud de sus fuerzas (de lo que Mons. Ciurcia no tiene culpa), nunca será posible hacer mucho bien en Egipto, con tanto como las instituciones en la actualidad allí existentes podrían realizar, incluida la mía. Por este motivo dejo en Egipto la menor cantidad de personal que puedo (quisiera decir unas verdades... pero...); y en el presente momento no tengo más que un solo sacerdote, muy devoto y bastante buen administrador, el romano D. Francisco Giulianelli, al que conoce V. Em.a, que con tres hermanos laicos que allí se aclimatan, y cuatro Hermanas que desde luego no dan nada que hacer a aquel Vicario Apostólico, todos los cuales he encomendado en secreto a los consejos de los Padres Jesuitas de allí, mis verdaderos amigos y bienhechores.
Encima tengo la suerte de que el fraile actualmente designado por Mons. Ciurcia para confesor de mis Hermanas, etc. es un hombre pío y santo, con el que estoy contentísimo, y él está contento con nosotros. Por tanto yo no pido ni he pedido nunca nada de lo que menciona V. Em.a en el mencionado escrito: ni facultad a los misioneros para confesarse recíprocamente, la cual por otra parte no quiero tener, porque en El Cairo están los Jesuitas, con los que cuentan los misioneros y las Hermanas para los ejercicios y como confesores extraordinarios; ni el derecho de aquel Vic. Ap. a intervenir, porque en todo caso yo siempre rogué a aquel Prelado que interviniese, y tengo ordenado a mi Representante que recurra a él, etc., etc., etc.
Yo estoy contento de que Mons. Ciurcia sea para mis Institutos lo mismo que un Obispo para su seminario. Y me alegro de que actúe como Padre Superior inmediato respecto a mis establecimientos; y esto hasta que las Reglas de mis Institutos de Verona sean sometidas a la S. C. de Propaganda y reciban su aprobación, en la viva confianza en Dios de que la Sagrada Congregación no tardará mucho en tomar en Egipto las medidas necesarias para dar un mayor desarrollo a ese importantísimo apostolado.
Así pues, interpretando la voluntad de V. Em.a escribiré a Mons. Ciurcia rogándole que cuide y sea siempre el padre de mis pequeños establecimientos. Y como tanto Mons. Ciurcia como Vuestra Eminencia están dispuestos a otorgar a mis Institutos de El Cairo el privilegio del Oratorio privado, que es, como me escribió, lo que se hizo con Mons. Lavigerie en Túnez, concédamelo enseguida, sin más, y le doy las gracias por anticipado.
Más adelante encontraré mejor momento para escribirle, porque hasta ahora he sudado, trabajado y padecido mucho en los viajes, y por la terrible sed del Kordofán, donde sólo para comprar agua sucia y salobre necesito de 7 a 10 escudos al día (somos 95 personas las que aquí comemos y bebemos); y yo, aunque a menudo estoy malo por el calor y la fatiga, tengo que trabajar día y noche. Le hablaré de la bella iglesia –la cual bendeciré dentro de unos días– que se eleva en la capital del Kordofán. Toda cubierta de planchas de hierro galvanizadas, con sus treinta metros de largo es la más grande de Africa Central y Ecuatorial, y constituye la maravilla de estos países.
Asimismo le hablaré de la buena marcha de mi Misión, aunque ésta es sin comparación la más ardua y difícil del universo. Entretanto le adjunto un documento: una carta de recomendación que me expidió Rauf Bajá, el cual es el Gobernador General del Sudán egipcio, o sea, de un territorio mayor que cinco veces toda Italia, que se extiende desde el Trópico al Ecuador y desde el mar Rojo a Waday. Le mando copia de dicho documento en árabe con su traducción italiana, en que V. Em.a descubrirá el poder moral de mi Misión. Aquí en el Kordofán, donde el fanatismo musulmán ha combatido mucho a ésta, ahora los bajaes, cadíes y faquíes, así como los árabes nómadas, todos me tienen un gran miedo; y desde este Diván han salido órdenes para todas partes de que cese la trata de esclavos y de que se honre al Obispo de todos los cristianos de Sudán. Han venido a verme los más importantes negreros, cada uno de los cuales arrebataba de sus tribus cada año miles de seres humanos. Tefaala, un poderoso traficante de esclavos, que robó a Daniel Sorur, alumno de Propaganda, me invitó a comer y me aseguró (??!) que en adelante no haría más expediciones para robar negros. Yo me valdré de mi posición para favorecer a nuestra religión y acabar con la trata de esclavos.
Pero habiendo aludido arriba a medidas para mejorar el apostolado de Egipto, y teniendo yo gran interés por Africa Central, es preciso que me saque una espina del corazón y que subordinadamente dé a conocer a V. Em.a mi parecer. Entretanto, besándole la sagrada púrpura, quedo humildemente
De V. Em.a obedmo., devotmo. hijo
† Daniel Comboni V. A.
N. 1053; (1009) – TO THE SOCIETY OF COLOGNE
“Jahresbericht…” 29 (1881), 31–34
El Obeid, 15 April 1881
Illustrious Sirs,
El 5 de este mes he llegado a El-Obeid, capital del Kordofán, y me he quedado no poco maravillado al encontrar una iglesia más grande y hermosa que el palacio del gobernador, que aquí se considera un monumento. El tejado y la fachada están casi terminados; pero, a causa de la falta de agua, una parte de la nave y de los muros laterales todavía no se han podido enjalbegar. La cuestión del agua, mis queridos señores, es un asunto muy serio que se repite cada año, cada día, y se cierne continuamente sobre nuestras cabezas. Con un poco de dinero siempre se puede encontrar algo de comer; mas, para poder beber, es mucho el dinero que se necesita, y este año los dos Institutos se han visto obligados algunos días a sufrir sed, aun disponiendo de dinero. El calor es insoportable y la sed es grande, pero ¿cómo saciarla si sólo hay muy poca cantidad de agua, y encima a precios exorbitantes? En algunos períodos del año, el precio del agua potable asciende a quince, veinte y hasta veinticinco francos, según el mes. Cuanto más ardiente se vuelve el sol, más escasa se hace el agua, y más sube su precio. Qué dolor, mis queridos señores, oírse decir por la Superiora de las Hermanas: «No queda agua para preparar la comida a los niños». O cuando uno de los chiquillos grita: «Padre, tengo sed, y ya no tenemos agua».
La necesidad exige a veces que el mismo Superior acuda al Gobernador a pedir agua, que debe pagar de 15 a 20 céntimos el litro. Difícilmente es posible en Europa hacerse una vaga idea de los sufrimientos que hay que soportar en estas regiones cálidas y sedientas de Africa Central; y menos una idea precisa, sobre todo si nunca se ha experimentado lo que significa el no tener agua. El día que falta ésta, ¿de dónde sacarla para lavarse la cara y las manos? Afortunados los misioneros y Hermanas que han conservado en sus palanganas el agua con que se lavaron el día anterior: tal vez hayan de saciar su sed con esta agua, ya sucia desde un principio.
Y si se hace extraordinariamente necesario lavar la ropa interior de los misioneros, Hermanas, niños, niñas y muchachos, entonces los gastos de esa semana se doblan. Pero hay todavía otro motivo por el que es necesario gastar considerables cantidades en conseguir agua: la construcción y la restauración de las habitaciones en los dos Institutos.
En todo el tiempo de las lluvias, que dura tres meses, los trabajos de construcción y reparación son imposibles, por lo cual es preciso que todo quede terminado antes. Y también porque, como en el Kordofán todas las casas son de tierra, si el techo no está bien sólido y las paredes bien recubiertas con una mezcla de barro y estiércol, entonces el agua se infiltra fácilmente y deteriora la casa.
El año pasado, cuando se iniciaron las obras de construcción de la iglesia, era imposible realizar otras de reparación en los dos Institutos, y cuando llegaron las lluvias hubo que abrir paraguas dentro de las habitaciones para protegerse del agua, que entraba en ellas en gran cantidad.
Esto que no pudimos hacer el año pasado, debemos llevarlo a cabo en éste, o de lo contrario dentro de casa nos lloverá como en la calle, y el agua dañará los edificios.
Todas las misiones disponen de clases. En El-Obeid hay coptos que desean mandar a sus hijos a la escuela, y para ello debemos construir más clases. Pero el agua necesaria para poder hacerlo sólo se puede adquirir a precios imposibles.
Así, actualmente no se puede realizar siquiera esta obra indispensable. Haría falta también un medio para eliminar estos obstáculos; o sea, la construcción de pozos o de un aljibe. Sería preferible el aljibe, porque los pozos deben alcanzar una profundidad mínima de 55 metros; y encima cada año hay que ahondarlos más, y a 35 metros se encuentra granito, que sólo se puede perforar con pólvora y con herramientas adecuadas. Pero un aljibe que pudiese dar cada año el agua necesaria para apagar la sed, lavar la ropa y realizar las obras necesarias, representaría un fuerte gasto: harían falta ladrillos y cemento.
Los ladrillos cocidos vienen a costar 20 francos el millar, y el cemento 30 francos el quintal. El aljibe debería contener unos 300 metros cúbicos de agua, y para esto harían falta de cincuenta a sesenta mil ladrillos y la cantidad correspondiente de cemento. Esto sin contar el trabajo manual.
¡Cuánto dinero! Pero, ¡qué tormento si pienso en los misioneros, en las Hermanas y en los pobres niños, que nueve meses al año padecen de sed en mayor o menor grado, y los tres meses restantes el azote de la lluvia!
Y qué alivio sería para mí el disponer del agua necesaria para apagarles la sed, y el saber que se encuentran resguardados bajo un buen techo.
Incluso en nuestros días hay aún miseria y sufrimiento, que debemos tratar de mitigar. Pero hay también personas compasivas, y a ellas, mis queridos señores, me dirijo por mediación de ustedes. Esas personas pueden compadecerse de nosotros y comprender los sufrimientos de mis misioneros, de las Hermanas y de los niños. Ojalá toque su corazón el buen Dios, que no deja de premiar ni un solo vaso de agua dado a los pobres por amor suyo y en su nombre, y entonces yo y todos nosotros rezaremos al Salvador para que se digne otorgarles bendiciones en la misma medida del bien que nos han hecho.
Asegurándoles, ilustres señores, mi más profunda veneración, quedo de ustedes devotísimo servidor.
† Daniel Comboni
Obispo de Claudiópolis
Vicario Aplico. de Africa Ctral.
Original alemán.
Traducción del italiano
N. 1054; (1010) – TO STANISLAO LAVERRIERE
“Annali del Buon Pastore” 26 (1881), pp. 3–7
Kordofan, 16 April 1881
Most Reverend Director,
Llegué a El-Obeid, capital del Kordofán, en 5 de los corrientes, a las nueve de la mañana. Me quedé maravillado al encontrar una nueva iglesia, más alta, grande y hermosa que la casa del gobernador, la cual se tiene aquí por un monumento. El tejado y la fachada están casi acabados, pero una parte del interior de la nave y de los muros por la parte exterior no se ha podido enjalbegar todavía por falta de agua.
La falta de agua es el grave problema de todos los años que aún queda por resolver. Con un poco de dinero se puede encontrar en todo tiempo algo que comer; pero para beber se necesita mucho dinero, y este mismo año las dos casas de esta misión han sufrido sed. El gasto de agua se eleva a 15, 20, 25 francos al día, según los meses. Cuanto más ardiente se vuelve el sol, más sube el precio del agua. Qué consternación cuando la Superiora de las Hermanas viene a decir a los misioneros: «No podemos preparar la comida para las negritas»; o cuando un negrito grita: «¡Padre, tengo sed!» Entonces es preciso ir a ver al Gobernador para hacerse dar un poco de agua al precio de quince o veinte céntimos el litro.
Es difícil tener en Europa una cabal idea de los sufrimientos que se deben soportar en estas áridas y tórridas regiones; para comprenderlos de verdad habría que haber pasado por ellos antes. Si algunos días falta el agua para beber, ¿qué será para lavarse las manos y la cara? Suerte tendrán los pobres negritos y negritas si los misioneros dispusieron de agua para lavarse y la conservaron en la palangana: ¡les servirá de grata bebida! Y cuando es necesario lavar la ropa interior de los misioneros y de las Hermanas, de los niños y de las niñas, el gasto se dobla esa semana.
La construcción y reparación de las viviendas de los dos establecimientos aumenta todavía más los gastos. Es imposible meterse en obras en la estación de las lluvias, que duran tres meses; y antes de las mismas tienen que estar bien a punto las casas, porque como éstas están construidas en el Kordofán de barro arenoso, si el techo no se halla en buenas condiciones y los muros no están bien recubiertos de una mezcla de barro y excrementos de animales, entra el agua y deteriora la casa. El año pasado, por estar en construcción la iglesia, no fue posible ocuparse de los dos establecimientos, y cuando cayeron las lluvias hubo que abrir los paraguas dentro de las habitaciones. Y este año, para que nuestras casas no resulten arruinadas, tenemos que pensar en repararlas.
En El-Obeid muchos coptos desearía confiarnos sus hijos, pero para esto habría que construir clases. Ahora falta el agua y es preciso pagarla a precios imposibles. Y, mientras, no se hace el bien. Para obviar todos estos inconvenientes habría que construir pozos o mejor, un aljibe. El aljibe es preferible, porque los pozos deben tener como mínimo una profundidad de 35 metros, y cada año hay que ahondarlos más; pero a 30 metros se encuentra un granito que no es posible romper, salvo con pólvora.
Un aljibe capaz de suministrar cada año el agua necesaria para apagar la sed, preparar la comida, lavar la ropa y reparar las casas debe de costar una cantidad considerable, porque se necesitan ladrillos cocidos y cal. Pero un millar de ladrillos vale 20 francos, y la cal está a 15 francos el quintal; y como el aljibe tendría que contener unos 300 metros cúbicos, su construcción requeriría de cincuenta a sesenta mil ladrillos y cierto número de quintales de cal, sin contar la mano de obra. ¡Menudo presupuesto!
Pero ¡qué pena siento al pensar en mis pobres misioneros, Hermanas y negritas, que sufren la sed durante varios meses, y la lluvia y otros males durante el resto del año! ¡Y qué consuelo sentiría, en cambio, si por fin yo viese aquí agua en cantidad suficiente!
En estos tiempos de desolación, desgraciadamente son demasiados los sufrimientos que aliviar; pero en la querida Francia siempre se encuentran corazones de una caridad inagotable. ¡Ojalá tengan piedad de nosotros y se enternezcan con nuestros padecimientos!
† Daniel Comboni
N. 1055; (1227) – TO LEOPOLD II, KING OF BELGIUM
APRB, (Cabinet of King Leopold II, n. 1110)
El Obeid, Kordofan, 16 April 1881
Your Majesty,
Avergonzado me dirijo con la presente a Vuestra Majestad, porque después de haber tenido la dicha de recibir la magnífica carta de fecha 11 de octubre de 1878 que V. M. me hizo el honor de dirigirme, y que yo conservo religiosamente siempre conmigo como un precioso monumento de vuestra regia bondad y gran celo por la civilización de Africa, no volví a escribir a V. M., como era mi deseo.
La terrible carestía, la epidemia, el hambre y la mortandad, que ha despoblado muchas zonas; el fallecimiento de mi gran Vicario y de numerosos misioneros y Hermanas, más mis propias enfermedades y muchos otros problemas, etc., etc. (que expondré a V. M. en mi próxima carta), así como la esperanza que tenía de poder honrarme yendo yo mismo a Bruselas y obteniendo una audiencia de V. M., han sido las causas de mi silencio, y estoy seguro de que vuestra generosa bondad me concederá el más benévolo perdón. No obstante, yo me encuentro muy en culpa hacia V. M., porque debí escribir.
Tengo que comunicar a V. M. las noticias sobre la abolición de la esclavitud, e informaros también de la organización de mis Obras apostólicas. Pero lo más interesante, a mi entender, son los resultados positivos y sólidos de la admirable obra que V. M. ha fundado, y el grito de guerra contra la esclavitud que a partir de ella ha resonado en Africa Central desde el Trópico hasta el Ecuador, espacio bajo mi jurisdicción. Esto será el objeto de mis próximas cartas. Lo que me urge en la presente es implorar dos gracias de vuestra regia bondad.
La primera es que me permitáis ofrecer a V. M. mis felicitaciones más sinceras y mis más ardientes deseos de prosperidad y felicidad con ocasión de la próxima boda de vuestra querida hija la Princesa Estefanía con Su Alteza Imperial y Real el Archiduque Rodolfo, Príncipe heredero de la Corona Austrohúngara. Las mismas felicitaciones y deseos a S. A. I. y R. y a vuestra hija Estefanía, a la que una día veneraré como Emperatriz del glorioso Imperio de los Habsburgo, que es el protector del Vicariato de Africa Central.
La segunda gracia que imploro de la eminente bondad de Vuestra Majestad es la de que os dignéis leer la carta de felición que he escrito a vuestro digno yerno S. A. I. y R. el Archiduque Rodolfo, Príncipe heredero, con ocasión de su gloriosa boda, y que además tengáis a bien entregársela a él en Viena, cuando vaya a la capital por la solemne circunstancia de sus fiestas nupciales.
Tales son las dos gracias que deseaba imploraros.
Reitero a V. M. la súplica de que me concedáis un benévolo perdón por mi silencio: es indecible lo que he soportado y sufrido por la redención de Africa Central; pero no me detendré jamás ante ningún obstáculo hasta mi último suspiro. Mi grito de guerra será siempre: ¡Nigricia o muerte!
Quisiera decir aquí mucho más, pero el dromedario que lleva el correo está a punto de partir. Sólo añadiré una cosa a V. M. en una palabra: la esclavitud ha recibido un golpe formidable y mortal, y en ello, Señor, os corresponde gran mérito. Os lo haré ver en mi próxima correspondencia.
Dígnese V. M. aceptar mi sentido homenaje de vivo agradecimiento y eterna veneración y adhesión, con el que tengo el honor de suscribirme de todo corazón y para siempre
De V. M. hummo., respetuoso y devotmo. servidor
† Daniel Comboni
Obispo de Claudiópolis i.p.i
Vicario Aplico. de Africa Central
El día de la boda del Príncipe Imperial con vuestra hija la Princesa nosotros tendremos una hermosa fiesta en Jartum, con la participación del Cónsul de Austria, el Cab. Hansal, y aquí, en el Kordofán, después de la Misa de pontifical y el Te Deum, habrá otra fiesta con una gran iluminación, que contará con la intervención del Bajá gobernador del Kordofán y Darfur.
Desde el Trópico al Ecuador, espacio en el que se extienden las posesiones egipcias, la bandera austrohúngara es la bandera de la civilización cristiana; y la Misión católica constituye el poder moral más sólido en estas inmensas regiones.
Original francés.
Traducción del italiano
N. 1056; (1011) – TO FR GIUSEPPE SEMBIANTI
ACR, A, c. 15/117
N. 15
El Obeid, 17 April 1881
My dear Father,
Me es imposible responder a todos los puntos de sus cartas, porque hace calor y tengo muchas ocupaciones y correspondencia, etc. Me limitaré a los principales.
En cuanto a lo que me comunicó últimamente sobre las actuales exigencias de las Peccati, he aquí cuanto debo decir en conciencia, y es la pura y absoluta verdad. Tenga cuidado, Padre mío, no vaya a haber aquí gato encerrado, y sea ese bribón de párroco, ese pobre D. Grego, el que esté moviendo los hilos, porque sigue escribiendo también a D. Bonomi para incitarlo a que vuelva a su antiguo puesto de coadjutor en Montorio. Y si consiguiese esto (que ciertamente no conseguirá, porque D. Luis es de carácter firme y no se deja manejar) me arrebataría el brazo derecho de mi Vicariato.
Ante todo, una vez que la Sra. Luisa Zago, calculando sobre 10.000 liras, pidió a D. Squaranti (q.e.p.d.) seis mil y pico misas que celebrar después de su muerte, y tras la aceptación de su propuesta por D. Squaranti, en justicia no puede la bienhechora reclamar ya las 10.000 liras, sino sólo las misas: quizá con la obligación de pagar 10.000 liras ni D. Squaranti ni yo habríamos aceptado el beneficio; pero tratándose de misas, y a celebrar en el futuro, sí, como es natural. Las seis mil y pico misas quedaron reducidas a la mitad mediante el siguiente aplastante raciocinio que D. Squaranti desarrolló ante aquellas almas pías: «¿Cómo es posible que usted, señora Luisa, que ha vivido siempre como santa, y que ha hecho tanto bien y tanta caridad en el mundo, hasta despojarse de casi todo, vaya al Purgatorio y necesite esas más de seis mil misas para librarse de las penas, etc., etc.?» Entonces fueron reducidas a la mitad.
Después yo, dos meses antes de que la Sra. Luisa, instigada por los curas, me amenazase con llevarme a los tribunales si no le aseguraba la pensión anual de 2.500 liras, repitiendo el argumento de Squaranti, y añadiendo que charitas operit multitudinem peccatorum, le rogué que me exonerase de la obligación de tantas misas después de la muerte de ellas, y juro que ambas aceptaron diciéndome: «Si el dinero de las misas es necesario para la misión, entonces que dejen de decirlas, pues la limosna a la misión es lo mismo, ya que contribuyendo a salvar almas se salva la propia, etc.» El caso es que a raíz de aquello dejé nota en más de un registro de Verona que no había obligación de las misas, en caso de necesidad por parte de la misión; y después de arreglado lo otro con nuestro Emmo. Padre el Cardenal, o sea, el pago de una pensión de 2.500 liras (yo quería 2.400 y ellas 2.600, y el Emmo. sugirió que partiésemos la diferencia), dejé escrito para los que me sucedan que mis herederos no han de considerarse en conciencia obligados a más con respecto a las Peccati. Esta es la verdad.
En cuanto a la promesa de prestarles nosotros ayuda cuando no bastasen las 2.500 liras anuales, ¡oh, eso sí! Yo se lo prometí repetidamente de palabra y por escrito; y hasta se lo he vuelto a prometer la semana pasada, en respuesta a una muy agradable carta que me escribió Luisa el pasado 9 de febrero.
Y en esto, mi querido Rector, incluso aunque otros respetables personajes piensen de distinta manera, le digo en verdad que me mantengo en mi idea; y si las Zago [o Peccati] necesitasen yo que sé... ¡cien mil francos!, atosigaría a nuestro Pepe hasta que los encontrara para ellas. ¿Por qué? Pues porque las Peccati me ayudaron con extraordinaria caridad en un momento en que yo lo necesitaba sobremanera para dotar al Instituto de Verona, a fin de que la Santa Sede le confiase el Vicariato de Africa Central (y quizá sin esas dos buenas almas yo no habría obtenido la misión). Entonces, ¿se me ha de encoger el ombligo si tengo que darles a ellas incluso cien mil francos?
Esté seguro de que en las barbas de San José hay millones a nuestra disposición, y tenga también la certeza de que las Peccati no abusarán (aunque distintas influencias pudieran triunfar momentáneamente sobre ellas), sino que pedirán menos de lo necesario; y por eso conviene que usted se les adelante, yéndolas a ver, y siendo el primero en ofrecerse a socorrerlas. Usted déles lo que pidan: se trata de un deber de gratitud. Ellas dieron con gran caridad, y nosotros les damos a ellas con caridad aún mayor.
Se trata de Jesús: por Jesús han dado ellas, y por Jesús les damos nosotros; y si les diésemos más de lo que hemos recibido, Jesús lo tendrá también en cuenta. Todo sale de las barbas del Padre Eterno por medio de Pepito, y a Pepito lo freiremos por las Peccati, que tanto lo han venerado y amado. Además, él está en deuda conmigo por la iglesia del Kordofán, que, con sus treinta metros de largo (sin la rotonda de delante), es hasta ahora la más grande de toda Africa Central, y que está toda cubierta de hierro (o sea, más de la mitad está cubierta de planchas de hierro galvanizado que hice traer de Francia, y el resto de zinc). En ella celebré de pontifical el Jueves Santo y consagré los santos óleos, e hice otra misa solemne el día de Pascua. Le mandaré el dibujo de su parte interior y el de la exterior, que me ha sacado un hábil pastor protestante, y usted los litografiará para los Anales. Creo haber dicho todo sobre el asunto «peccatiano». Le mando cordiales saludos para ellas, y las bendigo.
El Arzobispo de Argel va haciendo imprimir y diciendo a bombo y platillo que los límites de su jurisdicción están en los 10 grados, y entretanto se las apaña para conseguir 300.000 francos de Lyón, en perjuicio de mi Vicariato, del que querría borrar hasta el nombre. Pero con la ayuda de San José se la jugaré buena: lo tengo pensado y meditado ante Dios, y sólo lo he dicho a uno. Ruego a Dios que este gran prelado haga el bien; pero no tengo fe en ello, porque le falta la poesía del verdadero espíritu. Alcanzará el éxito, dado que dispone de mucho personal y de grandes medios; pero tendrá tropiezos. Y como me ataque a mí se dará la gran torta, porque Dios es vindicador de la justicia y no es parcial. Ya veremos. Ha engañado a muchos por la ignorancia que existe de las cosas africanas. De todo esto saldrá mucha gloria para Dios y mayor bien para Africa.
En cuanto a Sestri, yo no he dado ninguna orden concreta de construir: sólo manifesté que, si tuviese dinero, haría tal cosa, y de ahí no pasé. En cambio, D. Angel ha dicho y escrito varias veces: «Lo que yo construya, si no es aprobado, lo pago yo». Así que esté tranquilo, y confíe en Dios, que él mismo guía su obra.
El arroz y las velas de Montorio han llegado a Jartum. En ayuda de las Hermanas de El Cairo voy a mandar con Calixto y D. Bartolo (que ha decidido regresar, aunque está bien... Le falta por completo la caridad de Cristo, y por tanto nunca valdrá para nada y resultará una carga a los demás; pero la caridad la tendremos nosotros con él) dos fornidas negras de nuestra casa de Jartum, pero nunca mandaré Hermanas de aquí. Si acaso, antes hago que vengan las de allí. Y mi opinión favorable sobre todas las Hermanas de aquí se acentúa en cuanto a Sor Teresina, que es una mujer a la altura de su ardua misión, y que ve claro.
Por lo demás, y volviendo a Sestri, mi opinión es que no se gaste nada en trabajos de construcción, salvo aquello que usted mismo dio por escrito a Sor Matilde el pasado otoño. Bendigo y saludo a Sestri, a las Hermanas, a D. Angel, al Rmo. Arcipreste, al Alcalde y a Serluppi.
En la primera oportunidad mándeme cuatro paquetes de cien papeles para sinapismos y media docena de lavativas largas con el abombamiento en medio, para nuestros hospitales, enfermerías, etc. Todo lo encontrará en la tienda de D. Vicente Carettoni, al que pagó usted el vino quinado, y que vende barato.
Virginia se cayó en Sestri en la escalera del baño. Lograr que se quedara en la cama Virginia o Sor Josefina Trabraui –que era una santa Superiora, la primera que tuve– es algo de lo que no fue capaz siquiera la Madre General, y lo mismo Sor Germana. Las árabes son así, y sin las árabes no se puede dar clase en Oriente ni en Africa.
Con mucho trabajo y fortuna he conseguido un maestro árabe de Siria, un joven maronita, que está aquí. Recibe, aparte de su alimentación y vestido, 25 táleros (125 fr. oro) al mes. Es una verdadera suerte. Si encontrase dos maestras en las mismas condiciones para el Kordofán y Jartum, me sentiría dichoso; pero es imposible.
Agradezco al Instituto femenino y a usted las felicitaciones de Pascua, a las que correspondo. El clérigo Neiss es un joven bueno y de talento, según me aseguran los Jesuitas, aunque no pudo integrarse en la Compañía; pero no sé más. Usted estúdielo, y podrá dar de él un recto juicio. Averigüe si además de con el P. Boetman estuvo en otros conventos. En cuanto a Walcher, hubo quien no se mostró favorable. Y Titz, ¿está en Verona o en Viena?
Voy a escribir a Propaganda respecto al negrito Pedro. Mientras, usted prepárelo para tercero de elemental y la mitad de primero de latín, porque está el último en Propaganda. Vea de meterlo en alguna escuela.
Sobre el silencio de las monjas de Salzburgo, no tenga usted el menor cuidado: ellas tienen presente a Africa en sus pensamientos, oraciones y actividades, y aman con locura nuestra Obra. A veces me inundan de cartas, y yo no contesto. El no contestar va mucho con el alemán: el alemán hace, y no habla. A veces he recibido tres o cuatro letras de cambio en un año, sin una sola línea de aviso. Hace más un alemán con el silencio que cien italianos con el parloteo.
A mi prima Stampais le he mandado el recibo del que usted me habló.
Los objetos (de antigüedad) que le dejé para el Emmo. Card. de Canossa los recogí yo mismo en Luxor (Alto Egipto), es decir, en la antigua Tebas la de las cien puertas, patria de los 10.000 Mártires Tebanos, de San Mauricio, de San Alejandro, etc.
Por lo demás, usted siga confiando en Dios, y prepáreme excelente personal de ambos sexos. Me alegro de que ya no esté allí Jorge: verdaderamente ha perdido la gracia de Dios, que había recibido en abundancia. La oración y la caridad lo devolverán a los caminos de la virtud en su país.
En cuanto a Virginia no comparto la opinión de usted, ni creo que sea tal cual me la describe. Estoy convencido de que usted ha hablado en conciencia y lleno de caridad, y de que sería feliz de verla santa; pero convénzase a su vez de que también yo hablo en conciencia, de que tengo hacia ella la verdadera caridad de Cristo, y de que espero bendiciones del cielo por lo que he hecho y haré por ella. ¿Cómo se explican estos dos puntos de vista que parecen contrarios? Veamos. Virginia no está en su puesto: tratarla como una postulante de catorce años, prohibirle hablar con su hermano a ella, que estuvo dieciocho años en una comunidad mucho más importante que la nuestra, esto hace que Virginia esté en Verona como pez fuera del agua. Pero se trata de una experta misionera acostumbrada a una vida activa, que se mortificó en dieciocho años de convento, y sufrió como una trapense y más. Por eso es bueno para Virginia, para el Instituto veronés y para la responsabilidad de usted que ella deje Verona. La protegerá San José, a quien la tengo encomendada, y basta. Pero antes de que abandone Europa quiero que haga la cura, que no podrá hacer fuera de Italia; y hable usted para esto con el Dr. Baschera. Le agradezco infinitamente cuanto ha hecho por Virginia. Yo espero de Jesús el paraíso por lo que he hecho por esta pobre infeliz, a la que sin duda Dios concederá la gloria, porque trabajó mucho por El y tuvo la verdadera caridad divina. Africa lo sabe.
Le bendigo a usted y a los Instos., mil saludos al P. Vignola, a Tabarelli, etcétera, y rece mucho por mí.
† Daniel Obispo
N. 1057; (1012) – TO FR GIUSEPPE SEMBIANTI
ACR, A, c. 15/118
N. 16
El Obeid, 20/4/81
Dear Father,
Nunca me acordé de rogarle que fuese a retirar de casa de Mons. Stegagnini (yo me olvidé de recogerlos en Verona, y Mons. Steg. de mandármelos a nuestro Instituto) los diversos ejemplares de los dos opúsculos sobre San José que compusieron las Hermanas Girelli de Brescia, y que me regalaron y enviaron para mí a ese Monseñor apenas publicados. Además desearía que cada misionero y cada Hermana de Africa Ctral. tuviese estos dos estupendos libros y se familiarizase bien con ellos (aparte del Kempis y el Rodríguez) para conocer bien las riquezas del Corazón de J. C. y la poesía de las grandezas de San José.
Estos dos tesoros, unidos a la fervorosa devoción a la gran Madre de Dios e Inmaculada Esposa del gran Patrón de la Iglesia Universal y de la Nigricia, son un talismán seguro para quien, ocupado en los intereses de las almas en Africa Central, ha de relacionarse con gentes de ambos sexos en estos países, pues dan el coraje y encienden la caridad de tratarlas familiarmente y con desenvoltura para convertirlas a Cristo y a la Virgen. Modelo de verdadera misionera es Sor Teresa Grigolini (ésta sí que resulta comparable o superior a Sor Josefina Tabraui, la maestra de Virginia; a la Madre Emilienne, que admitió a Virginia a los seis años, y a las mejores Hermanas de San José), la cual (y aquí le manifiesto a usted mi concienzudo juicio, que es compartido, entre otros, por Sor Victoria) es el primer y más logrado y perfecto miembro de la Congregación de las Pías Madres de la Nigricia (dejando aparte aparte la eminente santidad, digo santidad, de Sor María Josefa Scandola, que brilla demasiado en una persona de heroica humildad, etc.): inteligencia, capacidad, caridad y piedad fuera de lo común. Así, a la vez, se dan en ella las cualidades de una Hija de San Vicente de Paúl y la sublime vida interior de una Sacramentina y de una Hija de la Visitación.
A esto añade una salud de hierro y una actividad sorprendente, e incluso cierto conocimiento del árabe, en el que se defiende bastante: tal es el tipo de Hermana que yo quiero. Aquí y en Jartum ha atraído hacia Cristo y hacia la práctica de los Sacramentos algunas almas que yo nunca hubiera creído. Cuando llegue el tiempo en que yo establezca una casa en Siria, estoy seguro de que en sólo seis meses Sor Grigolini la hará florecer; y entonces la conocerá usted en Verona, y verá el verdadero modelo de Hermana de Africa Central. Mas para llegar a esto, o sea, para que cada una o gran parte de las Hermanas resulten auténticas misioneras de Africa Central, convengo con la Grigolini (que ni sueña que yo la tenga en tanta estima, porque incluso le regaño) en que es preciso educar a las novicias como se hace actualmente en nuestra Casa Madre de Verona, bajo la inspiración estigmatina. Y ¿por qué? Porque enviadas a Africa tan humildes, dóciles, sinceras y sencillas como fueron mandadas las que están en Sudán, se modelan para la vida práctica como se quiere.
Por tanto, en cuanto a la educación religiosa, usted siga haciendo como hasta ahora, y como es su deseo, porque yo conozco bien y profundamente su espíritu y su intención: formar elementos santos y capaces. Lo uno sin lo otro vale poco para el que sigue la carrera apostólica. El misionero y la misionera no pueden ir solos al paraíso. Solos irán al infierno. El misionero y la misionera deben ir al cielo acompañados de las almas salvadas. Y aunque ante todo han de ser santos, o sea, completamente ajenos al pecado y a la ofensa a Dios, y humildes, eso no basta: necesitan tener caridad, que es la que los hace capaces.
Una misión tan ardua y laboriosa como la nuestra no puede vivir de la apariencia, con santurrones llenos de egoísmo y pagados de sí mismos, que no se ocupan como es debido de la salvación y conversión de las almas. Hay que inflamar a sus miembros de una caridad que tenga su fuente en Dios, y del amor a Cristo; y cuando se ama de verdad a Cristo, entonces son dulces las privaciones, los padecimientos, el martirio. ¡Pobre Jesús!, ¡qué poco amor le tienen quienes deberían amarlo! Y yo estoy entre éstos. En secreto de confesión (para el P. Vignola no hay secretos de confesión: a él se lo puede contar todo) le digo que todas nuestras Hermanas han dado aquí un óptimo resultado, seguidas de cerca por la vigilante y hábil Sor Grigolini; pero si yo no hubiese contado con la mano de hierro de Sor Grigolini y de Sor Victoria, quizá –e incluso sin quizá– me habría visto en la necesidad de devolver a Verona a Sor Marietta Caspi, mi primogénita, que era sirvienta del padre del Camilo Franceschini, y que se confesaba con el Superior de los Filipenses, el P. Dalla Chiara.
Esta Hermana, buena, obediente, docilísima y muy querida de la Superiora de Verona, había venido a Africa con las primeras. Pero era fornecina, esto es, hija del pecado, ilegítima (y desagradó inmensamente a Sor Grigolini y a Sor Victoria que en la biografía de los Anales se diese a entender que era ilegítima: podría producir mala impresión a posibles aspirantes a nuestro Instituto), como también es ilegítima Augusta, la novicia que nos ha confiado D. Falezza. Yo siempre he sabido por experiencia ocular que los hijos e hijas ilegítimos son ardientes y llenos de fuego como quien los ha engendrado; y que aunque sean educados en la piedad y en la pureza, como haya ocasión se encienden y se enamoran fácilmente. Marietta Caspi, de no haber estado custodiada por una mano de hierro, habría caído en las redes de un granuja de médico, y luego en las de otro en el Kordofan y en Berber. Ella no intentaba hacer ni sombra de mal, pero quería hablar y escribir. Total que en dos distintas épocas, o sea, en 1878 (y entonces puse remedio al asunto con un prodecimiento similar al que tan hábilmente empleó usted con Jorge, suponiendo que si la hermana hubiese sido avisada no habría conseguido nada... y eso era de suponer) y en 1880, con el Dr. Zucchinetti, que la curaba, trajo por la calle de la amargura a Sor Grigolini, la cual estaba decidida a confinar en Verona a Marietta, si ésta sobrevivía y yo daba mi consentimiento. Pero nunca sucedió ni pizca de mal, y Marietta murió como verdadera religiosa, pidiendo perdón a las Superioras y a mí (como Grigolini me escribió a Verona).
Estudié ese asunto seriamente, e incluso me aconsejé bien en Roma. Los fundadores de Ordenes y Congregaciones excluyeron siempre del estado religioso (salvo raras excepciones) a los ilegítimos; y en esto veo con claridad meridiana que tenían buen olfato. Así que excluyamos también nosotros de los dos Institutos Africanos a los ilegítimos, o al menos que no vayan nunca a Africa. Por eso usted no mande a Africa a Sor Augusta, la de D. Falezza, aunque es buena; sino, después de la profesión, déjela definitivamente en Verona, destinándola a la cocina o a otro puesto. Pero convendría que se hiciese una buena cocinera, como era Sor Marietta Caspi, para que convirtiéndose en encargada permanente de la cocina, enseñe bien a las otras.
Así pues, silencio de olvido respecto a lo dicho de Sor Marietta Caspi. Tenga muy presente, en cambio, la norma de excluir a las ilegítimas, y el dejar a Augusta en Verona para siempre, o al menos hasta que se le pase la juventud. Toda regla tiene sus excepciones. Si se presentase una ilegítima con excelentes cualidades, buena dote, cultura, etc. (unido todo ello siempre a un buen espíritu), entonces la cosa cambia... y se hace la manga ancha... porque los tontos no van al paraíso.
Por lo demás, mi querido Rector, que no le desanime ninguna dificultad: las obras de Dios siempre han costado sangre, dolores, muerte, conflictos, etcétera. Antes al contrario, piense que todos los problemas, penas, cruces son meritorios, porque se trabaja únicamente por Cristo y por la gloria de su nombre, y por ganar las almas de los negros: es la obra más difícil del Apostolado de la Iglesia católica. Fíjese, por no hablar de otras, en las recientes misiones del Ecuador, donde no se hace ni media. Vea la misión del Alto Zambeze, confiada a los Jesuitas: en ella hay abundante y valioso personal de la Compañía de Jesús, y un clima más sano que el más saludable de Europa; y encima los Jesuitas han llevado máquinas y medios estupendos, etc. Sin embargo, hasta ahora no consiguen nada: lea las Missioni Cattoliche de Milán, o las Missions Catholiques, etc., y verá. Eche un vistazo, entre otros, al número 9, del viernes 4 de marzo de 1881, donde a partir de la pág. 97, se habla sobre la misión del Alto Zambeze fundada y llevada por los Jesuitas, etc., y esto en las Missioni Cattoliche de Milán (Revdo. Scurati); y mire, en las págs. 98-99, lo que escribe aquel Superior Jesuita, que durante 18 años fue misionero en Calcuta y Bombay, en la India.
«¡A cuántas dificultades no tendremos que enfrentarnos antes de habituar a este pueblo a las ideas y costumbres del Evangelio!... Exigir la práctica de la ley moral, la restitución, la renuncia al odio... la inviolabilidad del matrimonio, la castidad, la caridad... ¡todo esto es imposible para una naturaleza decaída! ¡Cómo tocamos aquí la necesidad de la gracia!... Lo único que nos impide caer en el desaliento es la historia de la Iglesia, que nos indica que más de un pueblo bárbaro, como nuestros Cafres de Africa, se ha sometido al yugo de Cristo. ¡Esto es lo que nos dice un gran misionero Jesuita, con una experiencia de veinte años de apostolado! Y ciertos Cardenales de Propaganda, que sólo han visto los salones dorados de París y Lisboa; que no conocen la historia de la Iglesia, y que jamás han sufrido ni padecido nada (como los Emmos. Orelia di S. Stefano, Meglia y algún otro, a los que nuestro Emmo. Padre y Obispo conoce bien), han dicho......
Pero basta, porque también esto es por disposición de Dios, que todo lo ordena bien... Estos Cardenales (y Mitterrutzner incluiría también al Cardenal Simeoni) miden y juzgan las misiones deAfrica con el mismo rasero que las de la India, de China y América; y esto es un grave error contra el que he luchado, lucho y lucharé en Propaganda (donde, bien entendido, reina todo el espíritu de Dios, el celo apostólico, la rectitud y la justicia; sólo que hay allí un poco de ignorancia... casi culpable, yo diría). Muchos otros Obispos, Patriarcas y Vicarios Apostólicos que piensan como yo, porque nosotros tenemos la experiencia y la gracia de la vocación (posuit Ep.pos reggere Ecclesiam Dei), murmuran con los otros (especialmente los frailes), pero no dicen nada en Propaganda; en cambio yo escribo libremente (aunque, eso sí, siempre obedecí y obedeceré a cualquier indicación, deseo o mandato de Propaganda, como lugarteniente que es del Papa, y lo haré ciegamente), fustigando del modo más suave, pero con toda tenacidad. En Roma se presta oído a todas las canciones y se oye todo.
Pero estoy seguro de que cuando cese toda la bambolla de los famosos cuatro Vicariatos de los Misioneros de Argel de Mons. Lavigerie, y de las nuevas Misiones confiadas a los Jesuitas, a los de Argel, a las Misiones Africanas de Lyón y a los Padres del Espíritu Santo del Vener. Libermann, en Propaganda tendrán que sopesar y aceptar la veracidad y exactitud de mis juicios, y se convencerán de que, a fin de cuentas, el Instituto de Verona ha conseguido algo en la más difícil de todas las obras del apostolado católico, de que nuestra Obra ha recibido ciertamente la bendición divina, y de que en verdad es obra de Dios. Por eso usted actúe bien y derecho en Verona, que yo haré frente y romperé los cuernos y patas a todos esos monstruos del abismo, que por muchos lados y con astucia increíble tratan de acabar con nuestra Obra o de inutilizarla. Cristo es más fino y diestro que el diablo.
Usted piense que adquirirá muchos méritos, y que una gran multitud de apóstoles, vírgenes y negros convertidos le acompañarán triunfalmente al paraíso; pero, repito, tendrá que verificarse en nosotros y cumplirse el pati, comtemni et mori pro te. Tendremos que sufrir, ser despreciados, calumniados (usted no, yo sí), acaso condenados, y morir... ¡pero por nuestro querido Jesús! Por el mundo yo no doy un céntimo, y menos aún por la opinión del mundo; pero por Cristo es poco el sacrificio, el martirio. En suma, valen más todos nuestros sufrimientos por Jesús que todas las glorias y esplendor del Zar, al que mataron las bombas de los nihilistas.
Perdone que sin querer me haya extendido demasiado. No duermo. Vale.
† Daniel Obispo
N. 1058; (1013) – TO FR FRANCESCO GIULIANELLI
ACR, A, c. 15/27
N. 9
El Obeid, Kordofan, The, 23 April 1881
Dear Fr Francesco,
Por las cartas de mi prima Sor Faustina, tapagujeros de nuestras Hermanas de El Cairo, me he enterado de su admirable, pronta y ciega obediencia a mis órdenes sobre las velas, etc., etc. Esas órdenes se las di tras haber visto en Jartum el enorme consumo de las velas de usted, que están mal hechas y se consumen demasiado pronto, produciendo un gasto superior a nuestras posibilidades y al dinero que Dios me manda. Ahora me han llegado a Jartum dos grandes cajas de velas que compré en Europa por más de 1.400 francos; de modo que, calculado lo que tenemos de antiguo y de nuevo, en dos años no necesitaremos más velas en el Vicariato, incluido el consumo que se haga en la hermosa y estupenda iglesia del Kordofán, de más de treinta metros de longitud, y toda cubierta de planchas de hierro galvanizado y de zinc, la cual dedicaré a Nuestra Señora del Sagrado Corazón.
Pero, ¡mi pobre D. Francisco! ¿No poder encender en El Cairo cuantas velas le plazca, y cuando quiera, para honrar a nuestro dulce y Sacratísimo Corazón de Jesús, que es el más sublime tesoro que tenemos? ¡Ni hablar! Retiro por completo las órdenes dadas, dejándole en plena libertad de consumir cuantas velas quiera, y de hacer cuantas novenas, funciones y exposiciones del Smo. Sacramento desee, en la seguridad de que con el Corazón de Jesús y con nuestra Madre Inmaculada no tenemos nada que perder, sino todo que ganar. Así que esté contento, haga funciones y novenas, queme cera a su gusto, y ruegue a Jesús que bendiga nuestra ardua e importante misión. Saludo y bendigo a su madre de usted, a Sor María Teresa Ferro y a todas las Madres Agustinas y Priora de S. Cat. dei Funari, de Roma. Don Juan Dichtl y D. José Ohrwalder son unos misioneros de primer orden, con gran espíritu de sacrificio y verdaderamente santos.
Don Juan predica ya en árabe en la Parroquia de Jartum cada quince días. Don Pablo Rosignoli se porta así así: no va mal. Don Bartolo, ya restablecido, quiere volver a Europa, y partirá con Calixto en junio. De todo el Vicariato, el misionero de más valía, mayor abnegación, y más hábil, sólido y positivo como misionero, párroco y administrador, es D. Luis Bonomi. Carece totalmente de modos pulidos y de gentileza, por lo que cae mal a muchos, incluso a los cónsules, pero es el más capaz y el más firme y fiel: Nigricia o muerte. El Superior de Jartum es D. Arturo Bouchard; el del Kordofán, D. Juan Bautista Fraccaro, y al de Gebel Nuba lo nombraré una vez que haya realizado yo la visita.
Dentro de pocos días espero en el Kordofán el telegrama anunciador de la llegada de los 6.000 francos que pedí al Sr. Holz. Me encuentro enormemente apurado, pero confío en el Sagrado Corazón y en San José. El gasto diario aquí, en El-Obeid, donde somos ochenta y cinco las bocas que comemos, es extraordinario. Sólo en agua sucia se nos van de siete a ocho táleros o escudos. Jesús mío, ayúdame.
Retiro también todas las órdenes sobre el envío de dinero, las cuales le di en un momento difícil (esto es, al pensar que de los 19.000 francos por usted recibidos no me había mandado ni un céntimo, cuando debía partir el mal por la mitad, porque si en El Cairo hay deudas urgentes, aquí son urgentísimas): me echo en brazos de Jesús y de la Providencia, y me fío completamente de usted, que me mandará lo más que pueda.
En cuanto al envío de los 3.100 litros de vino, es en absoluto innecesario. Nosotros tenemos aquí una provisión suficiente para todo el año, y es un disparate gastar en su transporte, habiendo una extrema necesidad de dinero. El vino lo mandará cuando haya oportunidad y en varias veces: por ejemplo, en envíos de unos mil litros. Pero no mande a acompañarlo ninguno de los laicos antes del jarif, es decir, de septiembre. Entre los laicos, al primero que enviará, y que yo quiero que venga a Sudán con la primera expedición (siempre después del jarif), es Bautista Felici, al que tengo preparado un puesto en Jartum.
Por lo demás es mi deseo: 1.°) Saber quien le mandó a usted comprar tanto vino, habiendo tanta necesidad de dinero en el Vicariato. 2.°) Que de ahora en adelante encargue a Santorino por medio de los frailes como mucho una sola cuba al año, y nunca más; y esto hasta nueva orden. Casi todos nosotros aquí, y yo el primero, bebemos la merisa del país, que preparan en casa nuestras negras, y consumimos poco vino. 3.°) Le ordeno que me envíe cada mes las cuentas de la administración, o al menos cada dos meses, porque necesito hacer mis cálculos. 4.°) ¿En qué punto se encuentran las obras de la nueva iglesia y de la casa masculina? Me alegro de que haya mandado hacer la nueva cocina. 5.°) He ordenado a Jartum que envíen a El Cairo con Calixto dos fornidas negras de las nuestras para que ayuden a las Hermanas de El Cairo en la cocina, en el lavado y en los trabajos de menos cuidado.
Una vez que haya leído usted esta carta que le dirijo, hágame el favor, si no le supone problema, de pasársela a mi prima Faustina, porque no tengo tiempo de escribirle. Le agradezco el interés que ha mostrado hacia las Hermanas enfermas. Rece y haga rezar por nosotros, que de seguro romperemos los cuernos al diablo y lo echaremos de aquí con la ayuda de Jesús.
Mandé al Superior de los Jesuitas una letra de Munich, por valor de 2.475 fr. con 54 cents., el 12 del pasado febrero, día en que asimismo escribí a dicha capital de Baviera. Desde ella yo recibí respuesta, pero no así del Superior de los Jesuitas de El Cairo. ¿Quizá se perdió la letra, por lo cual no les llegó los Jesuitas? Yo la certifiqué, y tengo el correspondiente justificante. Vaya a ver a ese Superior, infórmese del asunto y escríbame.
Estoy sobremanera contento del espíritu que reina entre nuestras Hermanas. y de las eminentes virtudes de la Superiora Provincial de Africa Central, Sor Teresa Grigolini. Vale mucho, y es lo que se dice una santa, como un ángel. Rece por ella y por las cuatro casas de Hermanas que tenemos en el Vicariato.
Rogándole que transmita mis saludos a los PP. Jesuitas, a los Frères, a Holz, al P. Pedro y los Franciscanos, y al P. Germán, el confesor, me declaro en el Corazón de Jesús
Suyo afmo. en el Señor
† Daniel Obispo y Vic. Aplico.
N. 1059; (1014) – TO HIS FATHER
BQB, Autografi, cart. 380, fasc II, 2
From our agricultural Colony at Malbes 24 April 1881
Dearest Father,
Te escribo desde un lugar del reino del Kordofán llamado Malbes, en el que hay algunos pozos, y donde hemos creado una pequeña comunidad cristiana (que se volverá grande en poco tiempo), con matrimonios formados por jóvenes y muchachas a los que casamos después de haberles impartido educación cristiana en nuestros establecimientos de El-Obeid. A todas y cada una de esas parejas les asignamos aquí un trozo de terreno de cuyo producto puedan vivir, como viven, y les compramos un burro. Dirige esta comunidad el negro D. Antonio Dobale, al que conociste en Verona y en Limone, y también hay aquí a menudo un par de Hermanas, a las que mando a esta colonia para que cambien de aires, por ser un lugar más sano (aunque más caluroso).
Pero pásmate: estas catorce nuevas familias no han tenido hasta hora ni un hijo un varón, sino ¡¡¡únicamente hembras!!! En El-Obeid, bendije los santos óleos el Jueves Santo e hice misa de pontifical el día de Pascua en la nueva iglesia, la cual bendeciré dentro de pocas fechas. Me quedé asombrado al verla tan hermosa, y toda cubierta de planchas de hierro galvanizado que hice traer de Francia (el zinc que mandé desde Milán vale poco). Sólo en el agua que hubo que comprar para construirla a la manera de aquí (donde no hay piedras ni cal) se gastaron 800 táleros. Con treinta y un metros y medio de largo, es la más grande de Africa Central, y por ello y por su belleza constituye la admiración de estos países. Los cristianos de El-Obeid contribuyeron a su construcción con 1.900 táleros en dinero y mucho en especie, como madera, etc. En ella trabajaron (aparte de un buen maestro de obras local) los jóvenes de ambos sexos de nuestros establecimientos, y el estupendo albañil Angel Composta, de Negrar, al que viste en Verona. Asimismo aportó su esfuerzo D. Fraccaro, que sudó como un mozo de cuerda, y yo , que tuve que poner el dinero que faltaba, bastantes miles de táleros. Pero el mayor mérito de esta obra, de los bellos adornos, estucos, etc., es del joven napolitano D. Vicente Marzano, al que yo ordené sacerdote en Jartum en abril de 1878, y que además ha hecho prodigios recaudando donativos de nuestros cristianos buenos y malos, e incluso de los concubinarios. Esta iglesia es la maravilla del país. Por eso, no queriendo quedar detrás de El-Obeid la ciudad de Jartum, el Cónsul francés de allí me ha propuesto, en una carta recibida hoy, hacer en Jartum una iglesia todavía mayor; y sin más, aprovechando el entusiasmo del momento, me dispongo a dar órdenes al Superior de aquel establecimiento, el americano D. Arturo Bouchard, al que conociste en Verona, para que se ponga manos a la obra.
Dentro de quince días marcharé a Gebel Nuba para fundar allí la nueva Estación de Golfan, entre unas tribus que van completamente desnudas. Tengo muchas noticias consoladoras que darte, pero no dispongo de tiempo. Aquí encontré a mi Superiora Provincial de Africa Central, Sor Teresa Grigolini, que es la clase de Hermana que pretendo tener: un verdadero ángel por actividad, bondad, desenvoltura y capacidad. Este es el verdadero modelo de Hija de la Caridad. Después de haber organizado bien el Vicariato, prepararé un informe general que alegrará a los buenos. He encontrado las cosas en el Vicariato mucho mejor de lo que los calumniadores habían propalado en Egipto, en Roma, en Francia y en Verona. El mismo D. Rolleri (el primero en hablar mal) quedó gratamente sorprendido en Jartum, y ahora dice que no le habían informado bien, y que encuentra fundados motivos de esperanza. Y eso que no ha visto más que un poco de Jartum (siempre está en su cuarto). Emprendió viaje con la caravana de los misioneros y las Hermanas; pero cuando llevaba dos días de camino hacia el Kordofán, le dio la fiebre y se volvió a Jartum. Y como cree que no tiene salud suficiente, siguiendo mi consejo ha decidido regresar a Egipto y a Europa (quizá me venga bien para Sestri). Partirá de Jartum a mediados del próximo mayo con Calixto Legnani, de Como, a cuyo hermano viste en Verona.
Lee en la Unità Cattolica y en los Anales del Buen Pastor la carta de recomendación que me hizo Rauf Bajá, un fanático musulmán, el cual es Gobernador General del Sudán, territorio que está también bajo mi jurisdicción, y que es cinco veces mayor que toda Italia. Si tengo paciencia, te la transcribo para tu satisfacción. Y para confusión de ellos, tendrían que leerla los reyes y potentados de Europa que injustamente atacan y persiguen al Papa, a los Obispos y a la Religión. Que aprendan de un turco. Es ésta: te la transcribo a la carrera.
(Traducción del árabe)
«A Su Excelencia Mohamed Said Bajá, Gobernador General del Kordofán, y Encargado de los asuntos de Darfur (antes imperio).
Comoquiera que Su Excelencia Monseñor Comboni, Obispo de todas las iglesias católicas de Sudán, y amigo nuestro, es persona merecedora de toda la veneración, respeto y honor, y dado que dentro de dos días a partir de esta fecha saldrá de aquí en dirección al Kordofán y a Gebel Nuba para visitar las iglesias allí existentes, a su llegada a los territorios que usted gobierna recíbalo como conviene a su dignidad, rindiéndole los honores y actos de respeto establecidos, y ofrézcale hermosas muestras de su amistad en el más alto grado, como nosotros mismos se las tributamos especialmente, porque se trata de un alto dignatario de su Religión, la cual debemos honrar, y porque está considerado en el mundo un personaje sabio y estimado por todos. Haga, pues, de modo que él quede satisfecho de usted.
Y cuando quiera marchar a los montes de Nuba, ponga todo empeño en facilitarle los medios necesarios para llegar allí, así como para volver cuando a él le plazca con toda comodidad; y que en todas partes y por todos sea recibido con honor, a fin de que cuando se reúna de nuevo con nosotros pueda manifestarnos su plena satisfacción.
Jartum, 28 de marzo de 1881.
(L.S.) El Gobernador General de Sudán
Rauf Bajá
Te bendigo a ti, a Teresa y a nuestros parientes y amigos.
† Daniel Obispo
Aquí bajaes, generales, faquíes, etc. me tienen mucho miedo, y saben que tengo poderes para impedir la trata de esclavos.
N. 1060; (1015) – TO FR FRANCESCO GIULIANELLI
ACR, A, c. 15/25
April 1881
A Short Note.