N. 1091; (1045) – TO FR GIUSEPPE SEMBIANTI
ACR, A, c. 15/128
J.M.J. ………..N. 29
El Obeid, 16 July 1881
Dear Father,
La tintura de Perigozzo es una óptima medicina para Sudán, la cual recomiendan todos nuestros misioneros y Hermanas para muchas enfermedades, fiebres, purgas, etc. Pero quien más la alaba de todos es D. Luis Bonomi, que mediante una nota que me fue entregada en Nuba me rogó que le enviase de esa tintura desde Jartum. En Africa Central (no se tiene idea en Europa ni en Roma de estos sacrificios, ni de cien otros, y por ignorancia se mide con el mismo rasero a todas las misiones; pero nosotros estamos por encima de esas pequeñeces y mezquindades, y trabajamos y sufrimos por puro amor a Dios y por las almas, y seguimos adelante), como dice a menudo Sor Grigolini, tres cuartas partes del año, de cada año, se pasan entre languideces, agotamientos, postraciones, etc., después de lo cual uno se mata a trabajar, duerme poco, carece de apetito, etc., etc. (Yo, puedo decirlo, me paso en este estado cinco sextas partes del año; pero como estoy fuerte de ánimo, me armo de valor y tiro adelante. La infeliz y desventurada Virginia, en cambio padecía menos de estos achaques, y trabajaba por cuatro, como saben nuestras Hermanas veronesas destinadas aquí.) Pues bien, la tintura de Perigozzo, tomada cuando uno se halla en ese estado, va de maravilla; pero igualmente es muy buena para prevenir fiebres, etc., etc.
Pero en su carta n.° 25 me habla usted de haberme escrito las instrucciones del Sr. Zamboni sobre la tintura en la de fecha 29 de enero de 1881. Mas buscada la carta correspondiente a esa fecha, encuentro en ella una alusión a tales instrucciones, pero no éstas mismas. ¿Pudiera ser que estuvieran en una hoja aparte que yo dejase olvidada en Jartum, donde recibí la carta en cuestión? El caso es que no las tengo, y no sé de qué se trata. ¿Querría usted rogar a Zamboni (a quien será tan amable de saludar de mi parte) que rehaga su escrito y me lo mande? La tintura es un remedio sumamente eficaz para el cólera, y he leído todas las pruebas acerca de esa cura, que es de lo más racional. Sin embargo, en Africa Central no hay cólera: aquí se muere más, pero debido a otras causas. Por eso he escrito a D. Luis –es el más competente– que redacte un informe sobre los buenos efectos de la tintura de Perigozzo en las enfermedades habituales aquí, y lo mandaré. Yo pienso hacer otro, en base a mi experiencia y a las afirmaciones de todos los nuestros.
Yo nunca he prometido ni hecho creer a Alberto (Isidoro ni siquiera sueña con llegar al sacerdocio, pues le falta capacidad hasta para hacer de catequista; fue Alberto el que me dijo a mí y a todos que Isidoro le seguía, y todos le dieron crédito, cuando el otro no habló ni habla nada al respecto, y hace de sacristán y arregla algún reloj, pero nunca estudia) que le iba a ordenar sacerdote: ni en El Cairo, ni en ninguna parte. ¿El dice que sí? Yo juro que no. En Verona (nemo propheta in Patria sua) se creerá a Alberto y no se me creerá a mí, como piensa D. Bartolo, y como ocurre en otros asuntos, en que se cree más a los campesinos que a los misioneros, etc. (no hablo de usted); pero si tanto he bajado en la consideración ajena, no importa: ya subiremos al paraíso. Quien sirve a Dios en el mundo debe padecer y ser humillado.
Alberto nunca me pidió ser sacerdote, ni en El Cairo ni durante el viaje. Fue en Jartum, después de que di las órdenes menores a Francisco, cuando él (que con otros negros se vistió de clérigo para asistir a la ordenación) me dijo que, puesto que tenía el hábito de clérigo, le permitiese conservarlo. En el momento en que me pidió esto se hallaban presentes cuatro o cinco de los nuestros, que me dijeron: Sí, sí, deje que lo tenga. Y le respondí afirmativamente. Alberto nunca trabajó en cosas manuales y de seglar, como hacen todos especialmente en El-Obeid, donde sacerdotes y laicos construyeron la iglesia haciendo incluso de peones (el P. Marani, de santa memoria, me contó en 1851, estando él enfermo en 1851, que también el Rmo. D. Bertoni trabajó manualmente como albañil, llevando piedras, etc., cuando en 1816 se construyó el convento de los Estigmatinos), y D. Fraccaro, D. Luis, D. Vicente, etc. hacen de todo.
Pues bien, viendo que Alberto no movía nunca ni una paja, y que durante el viaje, en las paradas, era preciso que otro o D. Luis mismo le extendiese la estera, y que nunca hacía leña, etc., sino que siempre estaba solo y con los libros en la mano, me preguntaron D. Luis –especialmente– y D. Fraccaro: «¿Quién es ese Alberto que no quiere hacer nada?» Entonces llamé a Alberto, y en presencia de D. José y de otros lo exhorté a hacer lo que hacían todos, etc., etc. Me respondió secamente: «Si no hubiese sido por usted, que es un verdadero padre, no habría venido a Sudán. Estoy escandalizado de todos y de las Hermanas, de El Cairo y de todas partes, que quieren que trabaje; pero yo no haré nunca nada, salvo lo que debe hacer un sacerdote, y sólo estudiar». Entonces le hice observar que también los sacerdotes en Africa trabajan todos, y que con mayor motivo debía trabajar él, que había hecho el juramento de venir como laico catequista. «No –me dijo–; yo tengo que ser sacerdote, o de lo contrario ahora mismo doy media vuelta y voy a Roma, a Propaganda, donde el Rector me ha prometido admitirme para ser sacerdote», etc., etc., etc.; y usted también me lo prometió». «No –contesté–, yo no te lo he prometido; antes al contrario, en Verona te habría dejado irte a tu casa si no hubieses jurado ser laico». «Sí, usted me lo prometió –insistía–; y se lo prometió también a Francisco, con el que ha mantenido su palabra y le ha destinado a Dichtl para que le enseñe. ¿Por qué no me asigna a mí un maestro? ¿Acaso soy menos que Francisco?» «No –repliqué–; veo difícil que puedas ser sacerdote dependiendo de mí, porque te falta la capacidad y la vocación». «Pues tengo más capacidad que Francisco –afirmó–, y verdadera vocación. Y si usted no me da enseguida un maestro con que el estudiar, me marcho enseguida a Roma, y me presento al Rector de Propaganda, que me hará sacerdote, etc., etc., etc»...
Pasaron algunos días (ya todos se habían dado cuenta de lo que era). A pesar de la regla del establecimiento, sin pedir permiso a nadie salía a diario, y se pasaba las horas fuera con dos protestantes prusianos [...]; y Sor Grigolini me dijo que tuviera cuidado con Alberto, porque no comprendía nada, etc. Entonces mandé que viniese al patio de las Hermanas, donde yo me encontraba, y en presencia de la Grigolini le hablé como verdadero padre, de lo que Sor Teresa quedó admirada. Pero él no respondió más que esto: «O sacerdote, o me vuelvo enseguida». Por la noche, una hora después del Avemaría, lo llamé para calmarlo, y le dije que estuviese tranquilo y obedeciese en todo al Superior, que tampoco San Francisco de Asís era sacerdote, y fue un gran santo, etc. Entonces él me dijo: «Usted, Monseñor, me dará enseguida un sacerdote para que me enseñe latín y teología; y luego me debe hacer un papel en el que declare en cuánto tiempo me ordenará sacerdote. Yo no haré nunca nada que no sea de sacerdote, ni trabajaré, ni moveré una paja, etc., etc., sino que únicamente estudiaré, y mi maestro me debe enseñar más horas al día, etc.»
Oyeron nuestra conversación algunos misioneros, que reían, etc., etc. «Pues mira –le dije–: aunque tuvieses la sabiduría de Salomón y los conocimientos de Santo Tomás de Aquino, con esos sentimientos no te haré sacerdote en la vida». Entonces saltó: «Deme el dinero necesario para partir mañana hacia Roma». «Ni siquiera un céntimo para regresar ahora, porque no tengo, etc., etc.» Los otros le dijeron que esperase hasta mi regreso a Jartum, que vendría conmigo. «No –respondió–, me marcho inmediatamente, y ya encontraré yo el dinero». Se llevó dos baúles, etc., y al cabo de dos días se fue con un comerciante. Se sabe que consiguió dinero de los hombres de negocios. Yo di orden a Jartum y a El Cairo (oído el parecer y el consejo de todos los nuestros) de que no se le recibiese en la misión, ni se le diese dinero, porque como le declaré en presencia de los otros, y de acuerdo con ellos: «desde el momento en que tú te separas del Instituto por tu voluntad, etc., no perteneces ya a la Obra, y por tanto te considero ajeno a ella; de modo que no tienes derecho a alojamiento ni a viaje». «No importa –repuso– Dios estará conmigo». Había recibido ya veinte táleros, y el camello corrió por cuenta de los prusianos. Pero en Jartum estaba D. Bartolo, y fue recibido. Desde entonces no sé nada de Alberto. Que él vaya, diga, etc., no me importa.
Está Dios que protege la Obra. Usted no tuvo ninguna intervención en cuanto a Alberto; sólo sabe que yo lo habría despedido desde Verona si no hubiera hecho el juramento de laico catequista. Pero es preciso –y esta es la norma que usted dice siempre, y de la que yo estoy convencido, aunque a veces apretado por las circunstancias he obrado de otro modo, cosa de la que estoy justificado ante Dios– que los aspirantes varones y hembras, sacerdotes y laicos, sean bien probados primero; y esto es lo que constituye la razón de existir y la máxima importancia de los Institutos de Verona. Las obras no se perfeccionan en un instante. ¡Pobres de las Hermanas de El Cairo si yo no hubiese admitido en Viena a aquel ángel de la novicia Ana!, que, como me escribe Faustina, fue el soporte y el apoyo de las enfermas. Pero esto son raras excepciones dictadas por la necesidad; y por norma se deben probar de la manera más completa y mejor posible, y durante el mayor tiempo que se pueda en Verona. Quedamos en esto.
Basta lo que usted ha hecho para protestar contra ese loco del Conde Dalbovo, que siempre estuvo chiflado, y al que conozco desde 1855, cuando por los servicios que a causa del cólera presté como sacerdote, médico y enfermero, S. E. el Delegado de Verona, De Jordis, aparte de una gratificación en polenta entregada a D. Mazza, me escribió oficialmente una carta de encomio por mi actuación en Buttapietra, etc., etc. –porque allí curé a casi todos los atacados por el cólera–, documento en el que se decía que cualquier petición mía sería siempre satisfecha en toda circunstancia, por ir acompañada de las lágrimas de los sufrientes de la humanidad, etc., etc. Pues bien, el Delegado de Verona redactaba y daba al alcalde de Buttapietra dicho documento el 2 de octubre de 1885; pero ese chalado me lo entregó sólo en febrero de 1856, y abierto. Por este abuso fue depuesto de alcalde. Por eso, porque conozco yo todas las locuras y desatinos de ese Conde, digo que no merece otra respuesta: a fin de cuentas está mal del Nomine Patris, y esto en Verona se sabe.
Me parece muy bien que se mande a Sor Matilde a El Cairo, pero no en el calor: basta en septiembre, a menos que por otros motivos hubiese que adelantarlo.
Aparte de un resumen administrativo en una simple hojita, le ruego que me envíe una lista detallada de todas las ayudas y limosnas y de quién se han recibido (me refiero a lo que ha llegado de Mitterrutzner y de otros, no a lo que le di yo o a lo que le mandó o mandará Giulianelli); en suma, todos los ingresos por donativos y limosnas para Verona o para la Obra, y esto desde el 15 de noviembre de 1880 hasta hoy. En media hoja entra todo. Igualmente, la renta del Buen Pastor; o sea, la suma total. Pero ésta quizá la indicará en el breve resumen. Bastan, por tanto, los donativos en dinero. Perdone por esta molestia.
Me ha escrito el negro D. Juan Farag, el cual es muy bueno, pero al que voy a responder que es una verdadera tentación del demonio la idea de querer cambiar Roma por Verona. Ya he informado del asunto al Rector del Colegio Urbano, dejando a él y a su prudencia el arreglo de todo. El Emmo. Card. Simeoni me ha escrito respecto a Lotermann; pero yo mandaré una carta al Obispo de Gante, en la que le explicaré todo sobre Lotermann, en la que le daré todas mis facultades y en la que declararé que exonero a Lotermann de la obligación de servir a Africa y lo dejo en sus manos: que él haga lo que quiera. Sólo le ruego que haga saber a Lotermann que tiene la obligación, de la que no lo exonero, de resarcir cuando pueda y como pueda al Instituto de Verona por los cuatro años: unos 1.500 francos.
En la suya del 28 de mayo me escribe usted: «Virginia, como se ve por las cartas de Monseñor, le escribe cosas no ciertas, exageradas, por lo cual Mons. se aflige y no duerme. Deje que yo le hable con el corazón en la mano y de modo franco, pues sabe la alta estima en que le tengo a usted, a su admirable Instituto, a Su Eminencia, etc.; y si le hablo claro, es sólo porque tiene la bondad de hablarme claro a mí, siempre por santo fin...» Pues bien, deje que por santo fin hable claro también yo, que acepto con gusto todas sus observaciones. Ojalá fueran todos los hombres así, la mayor parte de los cuales son aduladores. Y en cuanto a esto, viva siempre el Emmo. Canossa, que habla claro, mortifica, etc. A veces lo que piensa en el momento le lleva a reacciones exageradas, pero luego se serena, etc. Lo cual revela que es todo un señor.
Usted es un santo, ¡ya lo creo!, y sus fines también lo son; pero me concederá que también es un hombre, y que a veces se puede equivocar en algo, como yo me he equivocado a menudo. Y es que usted y yo comemos. Permita ahora que le hable con franqueza. Yo, en cuanto a Virginia, peco por exceso de estima y de apoyo; y usted, con Su Eminencia (y esto se debe a las siniestras impresiones que antes les metieron en el corazón el pérfido Grieff, el estúpido campesino Santiago –del que debo de tener en Jartum cartas de elogio sobre Virginia– y el tosco Esteban, los cuales, según me dijeron en Verona, se presentaron ante Su Eminencia a dar testimonio, etc.), tienen hacia Virginia demasiada antipatía y hostilidad, etc., etc. (claro que el principal motivo es el celo por Jesús y la preocupación por mí, a quien querrían ver incólume –y no objeto de habladurías– y estimado como debe ser estimado un Obispo, y por tanto no querrían ver ni oír nada que pudiese arrojar ni una sombra sobre mi fama, reputación y dignidad, de lo que les estoy y estaré siempre agradecido). Para mí Virginia es demasiado estimable; para usted demasiado despreciable: exageraciones de una parte y de la otra.
Yo encuentro buena intención en todo lo que hace usted; pero también en lo que a mí respecta se debe considerar todo, esto es, la causa de que yo proteja a Virginia. Dice Sor Grigolini por las claras que yo fui llevado a ser tenaz defensor de Virginia primero por justicia, porque lo mismo que los Camilos trataban de perderme a mí, querían perderla a ella; luego por necesidad de defenderme (por sentido de la justicia, como me defendió la Santa Sede, que después de haber sido yo objeto de las más infames acusaciones me hizo obispo), y finalmente por defenderla a ella, que puso en práctica eminentes virtudes, y era inocente. Pero más tarde en Verona, tras las primeras impresiones sobre Virginia a que dieron origen Grieff, Santiago, etc., ella siempre sufrió animadversión (no por parte de la Superiora, que lloró muchas veces y me aseguró que ella no estaba contenta ni veía la necesidad de que se la confinase en la casita, cosa que me dijo repetidamente). Y Virginia y yo nos vimos obligados a llorar y a callar, y a alzar los ojos al cielo, porque si hubiésemos insistido se habría derivado un mal mayor para la Obra: le habríamos perdido a usted como Rector. Para obviar ese mal he sacrificado a Virginia, y estaba dispuesto a mandarla a Siria, como usted quería; pero nunca pude acomodarme a ello, por el miedo a que se perdiese su alma.
Todos estos antagonismos, y el ver siempre a Virginia mortificada en el espíritu, hizo que aumentase todavía mil veces más mi interés por ella, viendo que sólo yo tengo el coraje de defenderla a capa y espada. Actitudes extremadas de una parte y de la otra. ¡Dios mío! Todos obrando por el mayor bien, y entretanto un verdadero martirio.
Una cosa es cierta, y la declaro ante Dios y ante todo el mundo: Virginia nunca me escribió las exageraciones a que usted se refiere en su mencionada carta. Igualmente ha hablado siempre bien de la Superiora. Pero me dijo que por las noches lloraba, y que era el ser más desdichado del mundo, con razón. Y esto, ¿por qué? Por todos los hechos sucedidos, desde el confinamiento en la casita hasta los últimos días del rechazo reiterado a admitirla en el Noviciado, así como por la expulsión de su hermano (por el cual lloraba también en Africa) sin que ella le pudiese hablar (lo que debe de haber sufrido por esto Virginia, aunque usted hizo bien en despedirlo): por todos estos sucesos entre usted y Virginia, desde lo de la la casita hasta hoy, ella ha deducido siempre, y verdaderamente con acierto, que en Verona no se la quiere ni en pintura, y que se habría cantado el Te Deum si se hubiese marchado y no hubiese oído nunca más el nombre de Comboni ni el de Africa (cuando está más inflamada de Africa y de su Jefe que todos y todas, lo que demostró con seis años de sublime apostolado y de padecimientos en Africa).
Ella se dio cuenta de esto desde el principio; yo no, porque soy obtuso. Siempre esperé que la Obra ganase a esta persona, que vale por cinco, dígase lo que se quiera. Virginia ha llorado y llora aún por esto; y tiene mil motivos, porque, como dice el Emmo., se cantaría el Te Deum en Verona si se fuera para siempre. Pues bien: el Te Deum se cantará (jamás por mi parte, porque estoy convencido, a pesar de lo que piensen Su Eminencia y todos los demás, de que su alejamiento de la Obra es una verdadera desgracia para la Misión), y se cantará pronto.
Destinado por gracia de Dios a padecer, y afligido a causa de esa pobre infeliz que no tiene a nadie, y de la cual sólo yo (que ella sepa, pero hay otras almas santas que tienen verdadera caridad) soy el padre exterior y protector (lo cual tengo a gloria porque espero una gran recompensa de Dios por ello, que es mérito mayor que tantos otros sacrificios que he hecho y haré por los negros), y confío en que solamente por esto Dios me dará el paraíso, y que en razón de las plegarias que se elevan por Virginia, ella también lo tendrá. La cosa es así. Usted no se ofenda porque le digo lo que siento. Yo me puedo equivocar, lo concedo; pero por esto haga cuanto pueda por la Obra, que todo lo que usted hace (excepto en el caso de Virginia) me inspira la mayor confianza y es de mi entera satisfacción. Sólo tengamos siempre en cuenta que ni la santidad, ni las profecías, ni los milagros, etc. tienen ningún valor sin esa caridad hacia el prójimo y por los infelices y pecadores, de la cual era modelo Santa Angela Merici.
Permítame que le hable francamente también sobre otro punto, porque en cuestión de apostolado y de conocimiento de verdadero misionero tengo no poca experiencia. Usted obró de modo irreprochable al despedir a Jorge: como usted pensaban los otros tres, y a juzgar por las cartas que Jorge me escribió, él merecía el castigo. Mas déjeme serle sincero. Quizá yo (digo quizá) con mi sistema, que mediante la ayuda de Dios ha salvado miles de almas arrabatándoselas al demonio y devolviéndoselas a Cristo, tal vez yo habría matado dos pájaros de un tiro, y obtenido:
1.° La corrección de Jorge con la caridad, porque la gracia de Dios es infinita (vea la conversión del Senador Littré, uno de los más grandes impíos de nuestro siglo). En cambio, Jorge fue abandonado, y será sólo un milagro (que sucederá, porque estamos en un buen punto) si vuelve al sendero de la virtud.
2.° Se habrían evitado los acaloramientos de Virginia, que ahora podrá decir siempre: «Me han quitado y alejado de repente a mi hermano, como si él hubiese cometido los más grandes delitos (y ella no sabe todavía que ha hecho); me lo han quitado sin darme ocasión de decirle una palabra, y me lo han alejado no desde Verona a Avesa o a Venecia, sino desde Verona a Siria (Asia)». Y lo mismo se ha dicho en Siria. Y por estas justas quejas de Virginia en momento de tanto dolor y angustia, ¿se afirma que es soberbia y arrogante, etc., y que ha contestado mal? Yo no acabo de entenderlo.
Digo, pues, quizá. No me es posible medir aquí las consecuencias funestas que se habrían derivado para el Instituto de no hacer partir a Jorge enseguida y a escondidas. Por eso digo quizá, y no doy un juicio definitivo, sino que le expongo esto en confianza y para su instrucción, como un caso de moral o de dogmática, tanto más cuanto que usted no ha cometido el menor error, puesto que ha obrado después de oír venerados consejos. No pierda el ánimo ni la confianza; piense que la Obra para la que trabaja es toda de Dios, y que usted y yo sólo somos unos pobres ineptos, que sin la divina asistencia cometeríamos mil veces más desatinos. Y no se resienta en su amor propio: no es usted aún fuerte en la virtud de la mortificación, del domar el yo, del llevar la cruz, y del abneget semetipsum y del nihilo reputari, porque veo que se quiere justificar –sin necesidad, porque le escribí con claridad que no se me pasó por la mente que usted tuviera sombra de culpa en las infames acusaciones de la carta de Jorge– y defenderse al decir: «No fui yo el que sugirió esto a S. Em.a, ni se lo hice decir por medio de S. Em.a, etc.», y al manifestarme que siempre se defenderá a sí mismo, etc., etc., cosas todas ellas, digo todas ellas, en que tiene toda la razón, pero que indican bastante que, aunque puro y santo en sus intenciones, en cuanto a sólida y viril virtud de verdadera y profunda humildad, y deseo de llevar la cruz y hacerse anatema como el Apóstol por los hermanos, está usted aún en mantillas y muy lejos de lograr el triunfo de seipsum práctico y profundo.
Perdone, mi querido Padre, si yo, que en todas estas virtudes estoy muy por debajo de usted –sin contar toda la caterva de defectos y debilidades que tengo, mientras que su vida es de ángel– me pongo a hacerle de maestro espiritual.
Pero soy Jefe y Fundador de la Obra más difícil de apostolado, que debe formar santos y santas para convertir Africa; y Dios ha querido que el primer instrumento para formarlos fuese usted, que debe aprender poco a poco lo que hace falta para ello, y a conocer a fondo la anatomía del espíritu humano, para poder formar santos apóstoles, etc., etc. Y por eso le hablo sin rodeos y le hago de maestro, seguro de que usted hará lo mismo también por mí, y todo esto para gloria de Dios, para confusión y enmienda nuestra (porque la perfección es una alta montaña, y nosotros sólo nos encontramos al pie) y para la la salvación de los pobres negros, que son las almas más abandonadas del mundo.
Más usted dirá: «Si tan en mantillas y carente de virtudes estoy, y si en consecuencia soy tan inepto para llevar a cabo mi deber de formar santos, más vale que lo deje y me vaya a mi convento, y que Dios mande aquí otro con más virtudes y capacidades: yo desespero de lograrlo». Y es aquí donde yo estaba esperando a mi querido P. Sembianti (porque intento darle un repaso, cosa que apenas he empezado a hacer, y esto por salvar a la Nigricia, y por la propia santificación suya).
¡Un momentito, mi querido Padre! Es cierto que usted está en mantillas en cuanto a virtudes. Pero acuérdese de una máxima que me inculcó el P. Marani, el cual era más tosco que usted, de maneras escasamente corteses, y a veces mostraba muy poca caridad (en esto no lo imite de ningún modo). Siendo yo estudiante de teología traté al P. Marani, hice con él la confesión general, y de él recibí el consejo definitivo sobre mi Vocación (aquella mañana, la del 9 de agosto de 1857, el P. Benciolini estaba fuera esperando a saber de mí la resolución del P. Marani), cuando me dijo: «A usted lo conozco desde que era estudiante. Le he aconsejado como estudiante y como sacerdote en todas sus cosas, y las sé: tengo en la mente como en un espejo toda su vida, sus cosas, su defecto capital, lo que ha hecho para dominarlo, etc., etc. Mire, yo empecé a examinar vocaciones en 1820, cosa que he venido haciendo durante todos estos años. Y tuve como maestro nada menos que a D. Gaspar. Así que anímese, y no tenga miedo (yo temblaba como una hoja porque temía que me dijese que no tenía ninguna vocación para Africa, temor que esa mañana había expresado al P. Benciolini, el cual me respondió: “Usted hará lo que quiera el Señor, así que pase a hablar con D. Marani, y haga lo que él le diga”); llevo muchísimos años examinando vocaciones de misioneros, de sacerdotes, de frailes, etc., y su vocación para la misión de Africa es de las más claras que he visto; y por aquí han pasado D. Vinco, el Jesuita Zara, y D. Ambrosi, y cien otros. Su vocación es de las más claras y seguras que he visto en mi vida, y ya soy viejo, con el pelo gris, y con sesenta y siete, casi sesenta y ocho años a las espaldas. Váyase en nombre de Dios, y esté alegre». Me arrodillé, me bendijo, le di las gracias llorando de dicha, y corrí a contar todo al P. Benciolini (que reía). Y ahora (perdone por el inciso) continúo.
Usted, querido Padre, acuérdese de esta máxima del P. Marani, la cual él me inculcó: «Quien confía en sí mismo, confía en el mayor asno del mundo». A lo que añadía: «Toda nuestra confianza debe estar en Dios». Y en esto fallan muchas almas santas que yo conozco, y muchos Jesuitas, y frailes, y sacerdotes píos y religiosos, que se ponen el cilicio y se dan golpes de pecho. Y trapenses y cartujos y almas de mucha oración, etc., etc., que con una vida santa y continuos rezos afirman confiar en Dios (yo mismo los he visto y oído, y no solamente a religiosos y sacerdotes, sino también a prelados, obispos y a algún cardenal), y dicen: Dios todo lo puede, Dios hará todo, cuidará de todo; llevemos la cruz, humillémonos, neguémonos a nosotros mismos, etc... Pero, llegada la tormenta, cuando desfallece la esperanza humana, y no ven brillar el dinero, y sólo hay cruces, y se produce la humillación, y sienten que no tienen crédito, etc., etc., entonces se derrumban, porque era cero su confianza en Dios (confiaban en el mayor asno del mundo), y la verdadera y real perfección se queda en nada.
Todo esto lo he vivido yo cien veces, y he concluido que el P. Marani tenía razón, y que el único arrimo, refugio y fortaleza es poner toda la propia confianza en Dios, que nunca falla –el único que nunca falla–, que tiene cabeza, corazón y conciencia, y que puede hacer que nosotros hagamos milagros. Y sé por experiencia la poca seguridad que se obtiene poniendo la total confianza en los hombres, ya sean obispos, santos (que comen), cardenales, príncipes, reyes, poderosos, etc. La plena confianza en el hombre, en suma, es susceptible de generar desilusión. Olvidaba una cosa (escribo después de haber escapado tres veces de mi cuarto, donde hay goteras, y después de haber cambiado la mesa hoy de sitio en tres ocasiones).
Dije que D. Marani era tosco, cascarrabias en ciertos momentos, con poca caridad (de bolsillo), etc., etc. (y en esto no lo imite). Pero D. Marani era un santo, un gran maestro espiritual, un gran consejero de almas, un hombre nacido y hecho para mandar y hacerse respetar, profundo conocedor del corazón humano, modelo de sacerdotes, de directores espirituales y celadores de almas, que no había estudiado mucho, pero que era doctísimo en las ciencias sagradas y en el gobierno de las almas, porque había estudiado profundamente y comprendido y devorado un gran libro divino: «D. Gaspar Bertoni». Requiescat in pace.
Pues bien: aunque incapaz, carente de virtudes, etc., usted ha sido destinado por Dios (y esto está más claro que la luz del día) a ser Rector de los Institutos Africanos, decisión que no ha dependido de usted para nada. Por tanto esté seguro de que desempeñará bien ese cargo (con la habitual diligencia y voluntad estigmatina: lo único que le pide Dios). Despojado de sí mismo, debe confiar en Dios, y estar tranquilo y seguro de que en su puesto hará lo mismo y más que haría el Venerable de Avila, el General de los Jesuitas, etc., porque usted no es más que una simple marioneta, un instrumento del Señor.
Así que no se desazone ni se desanime si recibe palos de ciego, destinados a hacerle abandonar su camino, etc.: Satanás nos hace ahora una guerra tremenda, porque se da cuenta de que no tardando mucho tendrá que largarse de Africa, y yo y usted (perdone por la santa humildad) estamos destinados a ser sus principales persecutores y enemigos. Tire, pues, adelante, espérese golpes tremendos, y continúe sin desviarse y en silencio.
¡Dios mío, cuántas digresiones! No crea que a personajes serios escribo a la buena de Dios, sin releer lo escrito (también usted repasa sus cartas). Así le parezco a usted mejor de lo que soy: un mediocre de comunes confessorum non pontificum, etc. Con usted tengo confianza; y si no me la da, me la tomo, y le escribo a vuelapluma, para que se dé cuenta de lo que soy. Pero a los grandes, a los reyes (ayer recibí una espléndida carta del Rey de los Belgas), a los cardenales... de Roma, etc., les escribo como si fuese un hombre serio, y con mi... consigo hacerme pasar por tal.
Estoy tan angustiado y afligido que me pongo a divagar sin darme cuenta. ¿Sabe por qué le he citado el juicio del P. Marani sobre mi Vocación? Ciertos locos veroneses de cabeza pequeña no comprenden, y se ponen a escupir sentencias y a decidir, etc. a costa del prójimo. Pero usted es hombre que comprende: adelante, pues. Le he sacado a colación y especificado este hecho solamente para decirle que en el curso de mi ardua y laboriosa empresa me pareció más de de cien veces encontrarme abandonado de Dios, del Papa, de los Superiores y de todos los hombres (cuando me encontraba bajo el peso de las más tremendas aflicciones y desolaciones, sólo una persona no me abandonó cuando podía hablarme, y me exhortó a poner toda mi confianza en Dios, protector único de la inocencia, de la justicia y de sus Obras, y esa persona es V. M.).
Viéndome así abandonado y desolado, tuve cien veces la más fuerte tentación (y también incitaciones de hombres píos, respetables, pero sin coraje y confianza en Dios) de abandonarlo todo, entregar la Obra, y como humilde siervo ponerme a disposición de la Santa Sede, del Cardenal Prefecto o de cualquier Obispo. Pues bien, lo que me hizo no dejar de ser fiel nunca a mi Vocación (incluso cuando me encontraba acusado por la más alta autoridad digamos de veinte pecados capitales, aunque sólo son siete; y también cuando tenía 70.000 francos de deuda, los Institutos de Verona desorganizados, y en Africa Central muchos muertos y ninguna perspectiva de luz, sino todo tinieblas, y encima yo estaba con la fiebre en Jartum), lo que me mantuvo el coraje de seguir firme en mi puesto hasta la muerte, o hasta diferentes decisiones de la Santa Sede, fue el convencimiento de la seguridad de mi Vocación; y esto siempre y toties quoties porque el P. Marani me dijo el 9 de agosto de 1857, después de maduro examen: «su vocación para las misiones de Africa es una de las más claras que he visto».
Ahora usted se encuentra en el caso en que estaba yo: pues tenga la seguridad de que Dios quiere que sea Rector de los Institutos Africanos. Su ánimo débil, pequeño, frágil, su virtud en mantillas no deben desanimarle en ninguna circunstancia adversa (hasta ahora ha seguido un sendero de rosas, pero vendrán las espinas), sino que debe usted tirar adelante sin rechistar, y sin decir nunca al Superior: «No puedo más, estoy abatido: tengo que vérmelas con locos, y especialmente con ese chiflado de Mons. Comboni que no hace más que divagar y dar lugar a confusiones, que dice y desdice, etc., etc. Yo quiero vivir tranquilo y volver a los Estigmatinos». Y así, querido Padre, permanecería siempre en mantillas en cuanto a la virtud. Conque ánimo, adelante, y en el cielo nos encontraremos.
Don Bartolo, a la primera fiebre (viajando desde Jartum hacia el Kordofán), se desanimó y se volvió. La fiebre continuó en Jartum por algunos días, y, acobardado, me suplicó que le permitiese abandonar el Vicariato porque no tenía salud. El mismo ruego me repitió por escrito cuando yo estaba en El-Obeid. Luego le pareció encontrarse mejor (enfermedades como la de D. Losi [lapsus por Rolleri] y más tremendas las hemos sufrido todos nosotros, muchas Hermanas, y sobre todo Sor Victoria y Sor Concetta; incluso esta última padece cada año enfermedades tres veces más fuertes que la de D. Bartolo; pero nadie pidió nunca el regreso), y me escribió (yo estaba a punto de partir hacia Nuba) que si me parecía, se arriesgaría a quedarse en las condiciones de las que hablé a usted en otra ocasión, y que consistían en hacerse con D. Losi el dueño de todo, Vicario Gral., Administrador Gral., nunca depender en nada de mí, salvo en decirme lo que haría, etc., etc., etc. Y pretendía probar esto con plena libertad de echarse atrás en caso de no resultar como él esperaba (y no tiene ninguna habilidad), y marcharse cuando le acomodase, porque él no estaba ligado a la misión por ningún juramento.
Nosotros dijimos: «Así estamos en el aire: si le vuelve fuerte la fiebre como antes, enseguida pide volver a Europa, etc., etc.», y yo no respondí palabra, porque a su primera petición accedí y le expedí la autorización de regreso. Digo esto como suplemento a lo que le escribí sobre D. Bartolo en respuesta a su carta n.° 26, donde dice: «Me gustaría que D. Bartolo pudiese quedarse en el interior».
Respecto a Sestri –quedamos en esto– haga cuanto ordena Su Eminencia; y me parece muy bien que destinemos a Sor Matilde a El Cairo, porque creo que nuestra retirada de Sestri es ya un hecho consumado. Mandé a Jorge la fe de su abjuración, porque el sacerdote católico se negó a confesarlo, creyéndolo todavía cismático. Rece por él.
¿Y no convendría que usted hiciese que Su Eminencia hablase a D. Tomba acerca de D Juan Beltrame, enemigo capital de la Obra? Yo creo que sí. Además tengo un montón de argumentos para desmentir las mendaces fanfarronadas, etc. que publicó respecto a que nadie pudo ayudarle a hacer el diccionario y la gramática de los Denka, y que él fue el primero, cuando es falso, porque los primeros fueron Mozgan y Lanz, con el cual D. Beltrame, D. Melotto y yo hicimos juntos el diccionario, la gramática y un largo tratado de Religión católica, que luego yo enseñé a las maestras en Verona. Recientemente D. Luis tomó de Jartum y me devolvió en Nuba un grueso volumen en denka: el tratado de Religión que habíamos hecho en común, y que yo poseía junto con D. Beltrame. El diccionario y la gramática los tiene Mitterrutzner.
Además están los sermones de Lanz, etc. y un gran catecismo todo obra de Lanz, que imprimiré; y Lanz murió en 1860 en brazos del Provicario y de D. Beltrame, antes de que éste se pusiera a perfeccionar el común trabajo, que publicó hace sólo unos años. Y hay discursos de Lanz en denka hechos antes de que llegásemos a los Kich, y de que comenzásemos en abril de 1858 a componer juntos el vocabulario de los Denka. Es un bribón, un soberbio, un egoísta, un hombre lleno de envidia, como sonriendo me dijo dos veces el Ministro César Correnti. Se lo conté a Baschera. Pobre Comini: D. Beltrame es una causa perdida. Basta. Es un verdadero liberal moderno, y con esto queda dicho todo.
Sobre Spazi, la Vicaria de las viejas, es mi opinión desde hace tiempo, y la opinión de Sor Teresa la de aquí, que no renueve más los votos, y que si no se tranquiliza con las viejas, se la mande a su casa. Lo que haga usted estará bien hecho.
El librote de Misas en canto llano, que trajo D. Policarpo, está en Jartum. Así me lo aseguró D. Luis. En la primera ocasión segura lo mandaré a Verona. Usted vuelva a recordármelo, aunque he escrito una nota para que no se me olvide. Entregué a D. Losi 20 francos del piacentino, etc. Vale. Pero ¡qué cansado y débil estoy, Jesús mío! Hágase la voluntad de Dios. Bendigo a D. Luciano, etc. Rece por
† Daniel Obispo
N. 1092; (1046) – TO HIS FATHER
BIB, Sez. Autograph, c. 380, fasc. II, n. 3
J.M.J.
El Obeid, 18 July 1881
My dearest Father,
Hoy he celebrado y rezado mucho por mamá. El próximo 21 es mi santo, S. Daniel Profeta. Para ese día la iglesia, que es la más grande de Africa Central, estará adornada de fiesta, con la intervención de todos los cristianos, buenos y menos buenos, que asistirán con los nuestros de los dos establecimientos de esta capital a la Misa de Pontifical, que celebraré después de haber bautizado solemnemente a bastantes adultos y administrado la Confirmación a muchos. Así lo han decidido mis misioneros, aunque yo hubiese preferido que mi onomástica hubiese pasado desapercibida.
También en Nuba he administrado solemnemente el bautismo a ocho adultos. Allí realicé una fatigosa pero importante exploración por más de cincuenta montes ya a caballo, ya a pie, durmiendo en esteras, comiendo sin sal, y bajo el peso de muchas privaciones penosísimas aunque bien aceptadas; y es que cuando se trabaja por Jesús todo resulta dulce. Habíamos subido a pie el monte Carquendi bajo un sol abrasador y sofocante, después de haber dejado yo mi caballo con los seis guardias turcos en la llanura. Me acompañaban D. Bonomi, D. Vicente Marzano, D. León Henriot y nuestro excelente laico José Regnotto, de Chiesanuova, paisano de D. Squaranti. Nos hicieron sentarnos en unos troncos nudosos, a la sombra, rodeados de una gran multitud de negros grandes y chicos y de mujeres jóvenes y viejas, todos los cuales, ellos y ellas, iban a la moda de nuestros primeros padres antes de que hiciesen la tontería de pecar.
Llegamos a las cuatro de la tarde sin que se pensase en hacernos gustar nada, y estábamos en ayunas desde la noche anterior. Sintiendo mis compañeros los ladridos del hambre, se decidieron a pedir al jefe algo de comer. Entonces un gallo viejo y grande sacudió las alas y cantó, casi saludándonos. En quince minutos aquel malhadado volátil pasó a encontrarse muerto, pelado, puesto al fuego y sobre las brasas, servido delante de nosotros tal como estaba, sin sal ni ningún otro condimento, dividido por nosotros en pedazos, engullido, y enterrado en la sepultura temporal de nuestro estómago. Luego nos marchamos; pero en mitad del monte nos sorprendió la lluvia, y buscamos refugio en la cabaña de un africano. Este, por su parte, nos dio una especie de gachas preparadas con agua amarga, sin sal ni otro aderezo, y comimos alegremente recordando el arroz seco de la familia Grigolini, en la Mariona, en esas comidas a una de las cuales asististe tú también en cierta ocasión con el Rector Dorigotti, los Párrocos de San Martín y Montorio, etc., etc.
He trazado un plan al Gobierno de Sudán para extirpar la trata de negros en estos montes de Nuba, donde cada año son diezmados sus habitantes. Vinieron a postrarse a mis pies los jefes, coyures y sultanes de estos países, suplicándome que los librase de este flagelo, por el que desde 1838, cuando fue robado el negro Bajit Miniscalchi, hasta hoy esta población ha sido casi destruida, quedando de ella sólo un habitante de cada quince. Lo conseguiré, porque tengo el apoyo del Gobierno y en nuestra casa de Delen se aloja (con orden de consultarme a mí) un capitán inspector francés de París con un contingente militar. Ya desde los primeros disparos, en que resultó muerto un jefe y hecho prisionero otro jefe de los Bagara, los mismos que robaron a Bajit, ha cundido el pánico entre estos bandidos asesinos, antes protegidos por el Gobierno y ahora no; y dentro de seis meses la abolición de la trata será un hecho consumado, con gran honra de la Iglesia y de la Misión, que ha sido el primer y más fuerte instrumento en la erradicación de esa lacra, para gloria de Dios y beneficio de estos desdichados pueblos.
Ahora estoy tratando con Gieglar Bajá, enviado desde Jartum para arrestar a los cabecillas, ahorcar a algunos de ellos, requisar los caballos de los Bagara y tomar las medidas que hagan falta. Yo me he limitado a exponer los hechos y la realidad de las cosas, contra cientos de ricos canallas, que se hicieron poderosos con la sangre de los negros y con los más horribles delitos, vendiendo y prostituyendo miles de honestísimas doncellas, que por ellos perdieron la virtud y la vida; y he dejado que el Gobierno actúe como crea conveniente.
El Gobierno opina que sin la fuerza no se conseguirá nada, como ha sucedido hasta ahora. Yo no he respondido nada a esto, pero en mi corazón creo que está en lo cierto. ¿Es que por salvar a diez bandidos asesinos se deben sacrificar miles de inocentes? Que sean colgados los asesinos, y que se salven los inocentes: para los primeros la horca y el infierno, para los segundos la libertad y el paraíso. Así es la justicia de Dios, que adoro. Por ahora no sé cuándo me moveré de El-Obeid, porque quizá sea preciso hacer cambiar de aires al Superior de aquí, D. Juan B. Fraccaro, que está malo habitualmente. Pero escríbeme a Jartum, donde a lo mejor estaré en dos meses.
Sobre las dos últimas cartas tuyas que he recibido, en las que me hablas de tu correspondencia epistolar con la Superiora de Verona, y con Verona respecto a la buena Virginia, no tengo anda que decir.
El Señor esté siempre contigo; y espero que también conmigo, porque le he servido siempre y le sirvo ahora, y así haré continuamente hasta el final, incluso en medio de las más grandes cruces y de los mayores padecimientos, y con el sacrificio de mi vida.
Te bendigo, así como a todos nuestros parientes y amigos. Por favor, saluda de mi parte al nuevo Ecónomo espiritual de Limone, del que me hablaste sin decirme su nombre y apellido, su lugar de origen, su edad, etc., etc. Y escribe a Herminia rogándole en mi nombre que me dé noticias de los suyos, y especialmente de Eugenio. Recuerdos a Pedro, a su mujer e hijo y a los de Riva.
Tu afectísimo hijo
† Daniel Obispo.
Da al nuevo sacerdote Ecónomo Espiritual esta estampa.
N. 1093; (1047) – TO FR FRANCESCO GIULIANELLI
ACR, A, c. 15/29
El Obeid, 23 July 1881
Order for expenditure.
N. 1094; (1048) – TO CARDINAL GIOVANNI SIMEONI
AP SC Afr. C., v. 9, ff. 149–150v
N. 10
El Obeid, 24 July 1881
Most Eminent and Reverend Prince,
A mi vuelta de la visita pastoral de Gebel Nuba encontré aquí sus veneradísimas del 22 y del 28 del pasado abril, en la primera de las cuales me comunica que el subdiácono Agustín Lotermann, de Bélgica, sigue pidiendo que lo releve del juramento de servir a la misión y le mande el exeat; y en la segunda me hace saber que el Sr. José Genoud, de Bolzano insiste en que le mande algún recuerdo de su hijo D. Policarpo, que murió en Jartum en 1878.
En cuanto a lo primero, me he negado hasta ahora a absolver a Lotermann del juramento de servir a la misión, no porque esperase que la vocación fuera a volverle, pues recientemente me ha escrito diciéndome que sus padres no le permiten volver más a Italia, porque le sienta mal el calor, y que por tanto le mande el exeat, a lo que he respondido que lo declaro separado para siempre de mi Instituto (no lo volvería a admitir por todo el oro del mundo, habiéndome dado cuenta de que nunca tendrá la vocación necesaria, y de que sólo hizo el paripé y se fingió santo para obtener la Sagrada Ordenación), sino porque a pesar de las promesas nunca había satisfecho ni un céntimo de la pensión que normalmente pagan por el tiempo de la prueba los que no son verdaderamente pobres. Y como también desde Bélgica hizo grandes promesas de cumplir dicha obligación y no ha mantenido su palabra en absoluto, le negué lo que pedía. Ahora, siguiendo el prudente consejo e invitación de V. Em.a, me haré un deber el mandar a su Obispo de Gante (no recuerdo el pueblo del postulante) no sólo el Exeat con la dispensa de servir a la misión, sino además un breve y concienzudo informe sobre dicho joven en los cuatro años que permaneció en mi Instituto, donde en cuanto a conducta se portó loablemente.
Respecto al asunto de Genoud, apenas Mons. Rampolla me rogó hacer de manera que el padre tuviese algún recuerdo del hijo muerto en Jartum, escribí al Superior de aquella casa ordenándole mandar a mi Rector de Verona todo cuanto pudiera encontrar que había pertenecido al difunto misionero. Después de tres meses ese Superior me respondió que no había encontrado nada, y que no sabía decir de ningún objeto que hubiese sido del extinto, también porque en la época de la muerte se encontraba en Gebel Nuba. Entonces recordé que, en efecto, no podía haber nada, porque yo, que asistí a su muerte, había hecho quemar y enterrar en el desierto todo lo que se encontraba en su habitación, por haber muerto de tifus exantemático, que es un mal de los más contagiosos, una verdadera peste.
A pesar de todo, al pasar yo por Bolzano el verano último, hice saber a Genoud por medio del prelado decano de allí que en cuanto me hallase nuevamente en el Vicariato haría lo posible por encontrar algo. Y en efecto, llegado a Jartum hallé varios objetos pertenecientes al difunto; esto es, algunas medallas al valor militar que había recibido en la campaña austro-italiana de 1866, un reloj turco de su propiedad y otras cosas, todo lo cual di al Superior de Jartum para que se lo entregase al Real Agente Consular de Italia, quien al parecer iba a partir en breve para Verona. Luego aquí, en El Obeid, encontré otro precioso reloj que él tenía ya en Bolzano, y que conoce su devotísimo padre, así como música compuesta por el hijo y varias cosas más, que enviaré cuanto antes, después de mi llegada a Jartum.
Inclinándome a besar la sagrada púrpura, me suscribo con el respeto más profundo
De V. Em.a Rma. obedmo., devotmo. hijo
† Daniel Obispo de Claudiópolis
Vicario Aplico. de Africa Central
N. 1095; (1049) – TO CANON CAMILLO MANGOT
AGSR, Carte Mangot
El Obeid, 26 July 1881
My dear Canon,
El otro día me llegaba de Delen la adjunta de nuestro querido D. Losi, y no quiero mandarla sin decirle algo de este pío Obrero evangélico, que en la visita pastoral que a esa misión he realizado me ha llegado al corazón.
La misión de Dar-Nuba es una de las más importantes, aunque más difíciles y laboriosas de Africa Central. El de allí es un pueblo primitivo, entre el que aún impera absolutamente la moda de nuestros padres Adán y Eva de cuando se hallaban todavía en estado de inocencia. Pero a pesar de esto, a pesar de los defectos que han contraído a causa del secular azote de la horrible trata de esclavos, que diezmando cada año a estas poblaciones casi las ha destruido, o por lo menos dejado reducidas a su doceava parte, este pueblo, moralmente sano, de buen temple, laborioso y capaz, doblará la frente ante la Cruz y se convertirá en parte selecta del rebaño de Cristo.
Gracias a las gestiones que hice a fin de obtener la fuerza para acabar con la esclavitud, he alcanzado espléndidos resultados; y por medio del providencial gobierno, o mejor gracias a las rectas intenciones y la absoluta voluntad de Su Alteza el Jedive de Egipto, y de su digno Representante Rauf Bajá, Gobernador General de Sudán (o sea, de un territorio más de cinco veces mayor que toda Francia), espero que dentro de un año la trata de esclavos en las tribus de Nuba haya quedado completamente eliminada, lo cual nos facilitará a nosotros la conquista para la santa Religión de esas gentes, que ven en nosotros el principal movimiento de su liberación.
En 1877, estando yo en El-Obeid, me escribió D. Juan diciéndome que le gustaría mucho que yo lo destinase a Gebel Nuba, porque al no imperar allí en absoluto el islamismo, esperaba él en aquellos africanos una disposición a abrazar el catolicismo con más facilidad. Accedí a su ruego y lo mandé allá bajo la dirección del Superior de la Misión, D. Luis Bonomi, con el cual estudió los primeros rudimentos de la lengua nuba, todavía desconocida para la ciencia, y que los dos solícitos misioneros, con increíble diligencia y esfuerzo, se pusieron a aprender, palabra por palabra, de labios de aquella gente.
Luego, habiendo yo llamado a Jartum al Superior de aquella Misión, D. Bonomi, para que me representase como Vicario General durante mi viaje a Europa, D. Losi continuó solo el difícil e importante estudio de aquella lengua; de modo que cuando llegué en el pasado mayo con misioneros y Hermanas a aquella Estación, nuestro D. Juan había compuesto un diccionario nuba-árabe-italiano de más de 3.500 vocablos, un catecismo católico en nuba y una traducción a esta lengua de las principales oraciones de nuestra santa Fe. Pese a la dificultad de hacerse entender por la gente de allí, convirtió a algunos a la fe, bautizó in articulo mortis muchos niños infieles, y con la elocuencia sublime de una conducta irreprochable, verdaderamente cristiana y sacerdotal, hizo amar y estimar el catolicismo.
Y cosa edificante y admirable: construyó una bella iglesia hecha de ramaje y barro, con techo de paja, en la que bauticé el día del Corpus algunos adultos y confirmé unos cuarenta cristianos. El, que reza el oficio casi siempre de rodillas, en los momentos libres está siempre orando en la iglesia, donde pasa gran parte de la noche, y los domingos y fiestas predica allí en árabe dos veces al día. No siente las necesidades de la vida, ayuna a menudo, y la comida más pobre le parece un festín. Duerme en el suelo o en una simple estera sobre el angareb, pero siempre vestido; y en cierta ocasión en que teniendo él una ardentísima fiebre le rogué que aceptase al menos una almohada, la rechazó. Está joven, ágil y lleno de vida cuando se trata de rezar, de hablar de las cosas de Dios, de salvar almas. Y es tal su celo por ellas que le hace mantenerse fuerte incluso en medio de las privaciones y de los más grandes sacrificios.
En suma, D. Juan Losi es una perla de obrero evangélico, el ángel de aquella interesante Misión; y la edificación que experimenté gracias a él en los cuarenta y seis días que empleé en la visita y exploración de aquella importante tribu, me alegró el corazón. La gente de allí quiere y venera a D. Juan como a verdadero padre, y recurren siempre a él, que espero ha de ser el primer y más válido instrumento de la conquista para la fe de aquellas almas abandonadas. Y hay algo también admirable que he tenido ocasión de ver y palpar.
Aunque D. Losi está siempre entre gente tosca, que va en traje adamítico, que no conoce sino el delito, las obscenidades y los bienes fugaces del mundo; aunque es testigo ocular de las horrendas tropelías de los bandidos Bagara, que viven de asesinatos, de robos, de ignominias, y aunque está rodeado de todo lo que hay en la tierra de más torpe y abominable, conserva todo el fervor de su devoción y del espíritu de piedad como el más fervoroso novicio Jesuita, y siempre muestra entusiasmo y amor por las cosas de Dios, de la Iglesia y de los Santos. Es un alma toda de Dios, que me inspira el ardiente deseo de poder tener otros fervorosos Hijos del gran Mártir tebano, que ha conservado la Fe y su fervor en la noble diócesis de Piacenza, cuyo recuerdo es imborrable en mi mente y en mi corazón.
Espero que le hayan satisfecho estas dos palabras que le he dicho sobre este dilecto hijo mío, que es su querido amigo.
No tan elogiosamente (dicho sea entre nosotros) puedo hablar de D. Bartolo Rolleri, al que llevé conmigo al Vicariato, y que a la primera fiebre un poco fuerte sufrida, me suplicó repetidamente que le permitiese regresar. Es Rolleri un sacerdote de buena conducta, pero que no sirve (después de doce años en Africa) para dar el catecismo a los niños, para predicar en ninguna lengua, ni para tratar seriamente un asunto con los africanos. No vale ni la centésima parte que D. Losi. Yo accedí a su ruego, y a estas horas ya habrá bebido las aguas de Peio y Recoaro: haec inter nos.
Muchos saludos de mi parte a sus veneradísimos Colegas, al Sr. Arcipreste, a Rossi, al Rector del Seminario, a todos los Rmos. Canónigos, Párrocos, y a mis conocidos de Piacenza y a mis pías anfitrionas, a quienes siempre tengo en la mente sin poderles casi nunca escribir.
Aquí se está terminando la iglesia más grande y hermosa de toda Africa Central, que he consagrado a Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Presente mis respetos al venerable y querido ángel de la diócesis de Piacenza, Mons. Scalabrini, al Vicario General y a D. Camilo, y al Seminario Alberoni. Vale et mi (...)
Tuissimo in Xsto. † Daniel Comboni
Ep.po et Vic. Ap.
N. 1096; (1050) – TO CARDINAL GIOVANNI SIMEONI
AP SC Afr. C. v. 9, ff. 145–148
N. 11
El Obeid, 27 July 1881
Most Reverend and Eminent Prince,
No frunza el ceño ante este irregular membrete: Episcopatus et Vic., porque yo no tengo ninguna culpa; fue esa cabeza gloriosa de D. Antonio Dobale, alumno de Propaganda, quien en casa del Cab. Melandri, en Roma, hizo imprimir semejante membrete en dos resmas de papel, que me trajo a Jartum. Y como tendré que utilizar de estas hojas muchas veces para escribir a V. Em.a y a esa Sagrada Congregación, sirva esto de aviso e información para siempre.
El nombramiento del elocuente y muy estimable P. Anacleto de S. Felice como Vicario y Delegado Aplico. de Egipto (de Arabia es una anomalía, un error de la Curia Romana, porque en Arabia nunca han existido ni existen obispos, iglesias ni parroquias, ni siquiera un católico de rito oriental, si se exceptúa el concubinario Nicolás Mardrus, de rito armenio, residente en Yeddah, y al que induje a dejar alguna ayuda económica a sus concubinas abisinias, y volverse a El Cairo, su lugar de origen, y casarse cristianamente, siguiendo el ejemplo de sus prudentes hermanos, lo que ya debe de haber hecho); este nombramiento del P. Anacleto, decía, aunque no conseguirá eliminar por completo el perniciosísimo monopolio franciscano del apostolado católico en Egipto (porque nadie muerde jamás su propia nariz), acarreará a Egipto mayores ventajas que las que supuso la designación de Mons. Ciurcia, tanto porque este distinguido Prelado está empapado de los principios y máximas de la S. Congr. de Propaganda, a la que servió con mucho celo e inteligencia desde 1877, como porque es un hombre de acción, hábil y experto en tratar los negocios, como lo demostró con el convento de S. Bartolomé de la Isla, que él salvó de las garras del demonio, digo del Patrimonio [aquí Comboni juega con las palabras «demonio» y «demanio» = conjunto y administración de los bienes del Estado]; pero sobre todo porque desde los púlpitos de Alejandría y de El Cairo hará tronar su elocuente palabra, con gran provecho de las almas de tantos miles de italianos y extranjeros que entienden el italiano, ya que en Egipto tienen una gran ansia de oír la Palabra de Dios (que no han oído ab immemorabili de labios de un Obispo, porque Mons. Ciurcia no predicaba, y los Franciscanos nunca dejaron que predicase un orador no franciscano). Espero, en suma, que Mons. Anacleto sentirá el deber de obrar primero como Pastor y luego como fraile, especialmente concediendo plenas facultades a los Jesuitas, que poseen todas las cualidades y fuerzas necesarias para hacer prodigios de bien en Egipto.
Como V. Em.a u otros en Roma me aseguraron que el Santo Padre, o la S. C., o V. Em.a , han decidido crear en Propaganda un magnífico Museo, que reunirá diversos productos u objetos que les sean mandados desde todas las misiones de la tierra, he enviado a V. Em.a por medio del señor A. Marquet dos magníficos colmillos de elefante (marfil finísimo) de tamaño no común (más grandes) y un peso de más de cien kilos entre los dos, para que sean expuestos en dicho Museo Pontificio de Propaganda según plazca a Vuestra Eminencia. Desde mi residencia de Jartum le mandaré la descripción detallada de los mismos en cuanto a origen, calidad, etc., porque ahora no tengo tiempo. Oportunamente le iré mandando otros objetos interesantes de Africa Central.
Tampoco tengo tiempo de informarle sobre la magnífica exploración que he realizado de los principales lugares de Gebel Nuba recorriendo más de cincuenta montes; sobre el entusiasmo de aquellos africanos, quienes se postraban a mis pies para suplicarme que los librase de los horrores de la trata de esclavos, que, diezmándolos cada año, casi los ha llevado al exterminio; sobre el apoyo del Gobierno, el cual aceptó y comienza a llevar a la práctica mi plan de liberación, con el que tengo la firme esperanza de obtener gran provecho para nuestra santa Religión; ni sobre el terror de los jefes asesinos (alguno de ellos ha matado centenares de Nuba y mandado a la esclavitud miles), que buscaron y buscan en mí favor y protección con respecto al Gobierno, para no sufrir la horca, el exilio u otro castigo, etc., etc.
Con increíble esfuerzo, por obra de dos misioneros, se ha conseguido componer un diccionario en lengua nuba, así como un catecismo, y se han traducido a la misma todas las Oraciones, etc., etc. Además he trazado un mapa muy exacto de esos territorios, el único que existe de ellos, y que enviaré a V. Em.a . En Delen administré solemnemente el bautismo a 9 adultos, y la confirmación a 43; y aquí he bautizado a 8 adultos y confirmado a 67. Cuando haya hecho aprender la difícil lengua nuba a los misioneros y a las Hermanas, hay muy fundadas esperanzas de conseguir gran fruto. Pero todo se lo expondré en el Informe General sobre el Vicariato que le mandaré dentro del presente año.
Es inaudito lo mucho que sufrimos nosotros: calor, fiebres, postraciones, inapetencias, hambre, sed, privaciones. Pero afortunadamente mis misioneros y Hermanas tienen una abnegación y un espíritu de sacrificio como no los he visto nunca en ninguna otra misión, porque en ninguna parte del mundo hay tanto que padecer como en Africa Central.
Una anécdota, y termino. Mis misioneros Bonomi, Henriot y Marzano (el cual, como ahora le concedo tres meses de merecido descanso para que vaya a ver a su anciano padre –del que es hijo único, y que repetidamente había suplicado a la S. Congr. para que se me indujera a conceder tal permiso–, se presentará en Propaganda y a V. Em.a en el próximo otoño), y yo con ellos, salimos a pie de Nama, capital del Golfan, y después de tres horas bajo un sol ardentísimo que nos abrasaba el cráneo, llegamos al monte Carquendi. Nos detuvimos a reponernos de la fatiga, y luego subimos al monte. En él se han fortificado esos africanos, para no caer en manos de los bandidos Bagara, los cuales han acabado con las cinco sextas partes de la población, que antes vivía en el llano, donde tenía sus ganados y sus cultivos. Llegados a la cima, fuimos recibidos en el santuario del coyur (pontífice-rey), donde da sus oráculos. En breve: nos encontrábamos en medio de una gran muchedumbre de hombres y mujeres en traje totalmente eva-adamítico; y al cabo de dos horas, sintiendo las dentelladas del hambre, uno de los misioneros pidió al pontífice y rey algo de comer. Rondando junto a unas cabañas había un enorme gallo, que cantaba a cada momento. En sólo diez minutos aquel gallo fue atrapado, muerto, despojado de sus gruesas plumas, puesto al fuego, y presentado ante nosotros sin sal ni ningún otro condimento; y en menos de otros diez minutos nos lo embuchamos y pusimos a digerir, acompañado sólo de agua. Le beso la sagrada púrpura y me declaro
Su devotmo., obedmo. hijo
† Daniel Obpo. y Vic. Aplico.
N. 1097; (1051) – TO FR GIUSEPPE SEMBIANTI
ACR, A, c. 15/129
N. 30
El Obeid, 30 July 1881
My dear Father,
Me olvidé de responderle sobre la vicaria de las viejas, a la que se le cumplen los votos. Por lo que me ha contado aquí la Madre Teresa Grigolini, y por lo que pude ver en Verona estando presente nuestra Superiora de allí, en ningún caso se le debe permitir que renueve los votos; sino con buenos modos dejar que se vaya a su casa, porque no tiene espíritu, y sólo sirve para crear molestias a la Superiora y turbar la paz interior del Instituto. En Africa yo no la querría ni aunque me la trajeran envuelta en oro; y si no se adapta a estar con las viejas, o la Superiora y usted creen que no conviene como vicaria de las viejas, despídasela. Por la escasez de lluvias se deduce que el próximo año va a haber una atroz carestía en el Kordofán. ¡Dios mío, cuantos sufrimientos! Pero misericordia eius super omnia opera eius.
Esta tarde me apresuro a salir de aquí hacia Jartum, donde me esperan importantísimos asuntos relacionados con la lucha contra la esclavitud. La Misión tendrá un gran mérito ante Dios y ante la humanidad; pero sobre todo saldrá beneficiada la fe, porque esos pueblos tienen a gran verdad que su liberación de la horrenda trata de esclavos, que casi los ha destruido, se ha originado y producido por obra de la Iglesia católica. Apresuro mi partida porque llevo conmigo a D. Fraccaro para salvarlo, porque de lo contrario, como siempre está enfermo, deja aquí la piel. Tengo la seguridad de que en dos meses de descanso y rehabilitación se recuperará, y podrá volver a su puesto.
También llevo conmigo a Jartum a D. Vicente Marzano, porque su anciano padre, que anda mal de salud desde hace cuatro años, ha insistido, incluso recurriendo a Propaganda, en tener ocasión de verlo por última vez. Además D. Vicente merece un poco de descanso, y se contenta con sólo dos meses de permiso, estando dispuesto a volver en noviembre al Vicariato. Por otro lado prefiero mandarlo ahora que en marzo, porque ahora es tiempo de enfermedades; y en enero me será mucho más útil, ya que entonces se habrá sacado esa espina del corazón. Y espero contar con él por muchos años, ya que es un misionero de valía, lleno de abnegación, aclimatado y estimado y querido de todos. Me lo alaba mucho Sor Teresa Grigolini. En el otoño él irá a Verona a pasar con usted algunas semanas. Como me acompañó en la exploración de todos los lugares de la tribu de Bajit, llame a éste al Instituto.
Don Vicente es protegido del muy famoso y docto Mons. Salzano, Arzobispo de Edessa, antiguo Representante de Pío IX en el exilio de los Obispos, Teólogo, Historiador, Canonista, etc., del cual recibí ayer carta desde Nápoles en la que además me hablaba de D. Vicente; por eso le mando la carta de este insigne Arzobispo, con quien prediqué en francés en la montaña de Nuestra Sra. de La Salette, en julio de 1868. Se trata del que hace un mes, respondiendo al ex P. Curci sobre su última sandez de la Nueva Italia, etc., escribió aquella magnífica carta que decía: «Antes había que contener a los jóvenes; ahora hay que poner el freno a los viejos, y llevarlos con las riendas bien sujetas», etc. Es uno de los más doctos y santos prelados Obispos con que cuenta la Religión católica.
Hace diez días recibí la última de usted, la n.° 30, del 10 y 11 de junio, que me ha colmado de dolor; está llena de imputaciones contra mí, que se hallan totalmente lejos de la verdad y que sólo existen en su mente. Hágase la voluntad de Dios. No respondo por ahora, porque estoy angustiado y casi deshecho; prefiero dejarlo para algún momento de calma y tranquilidad. Jesús, que murió en la Cruz, me ayudará a llevarlas todas. Le bendigo a usted y a los Instos.
† Daniel Obpo.
N. 1098; (1052) – TO THE DIRECTOR OF THE “CATHOLIC MISSIONS MUSEUM”
“Museo delle Missioni Cattoliche”, (14/8/1881)
July ? 1881
Fragment of a letter.
N. 1099; (1053) – MAP OF THE NUBA MOUNTAINS
ACR, Sez. Carte Geografiche
July ? 1881
Inscription accompanying the map of Dar Nuba.
N. 1100; (1054) – TO PELLEGRINO MATTEUCCI
“Museo delle Missioni Cattoliche” XXIV (1881), p. 720
El Obeid, July ? 1881 (Khartoum, 3 August 1881)
My dear Doctor,
A mi regreso de una importante exploración por los montes de Dar-Nuba me han comunicado la fausta noticia de su memorable viaje desde las riberas del Nilo, en Nubia, pasando por Darfur, Waday, Bornu, etc., hasta la costa de Guinea, con el valeroso Massari; noticia que me ha colmado de sincera alegría, tanto porque borra cualquier rastro de fracaso –si es que lo hubo– de sus dos viajes precedentes, que en todo caso fueron importantes, como porque su sensacional éxito actual compensa el mal resultado de otras expediciones, y también porque el viaje que ha hecho usted con Massari es nuevo, y tan memorable que se puede comparar al de Nachtigal y a los de otros célebres viajeros de Africa.
Reciba, pues, mis sinceras felicitaciones, porque las merece, como merece también el reconocimiento de la ciencia geográfica. No tengo ya más tiempo que para saludarle afectuosamente, y manifestarle que soy siempre
Su afmo. amigo
† Daniel Comboni
N.B. La fecha 3 de agosto de 1881 aparece en la revista.
El 3 de agosto Mons. Comboni no podía estar en Jartum, sino viajando desde El-Obeid hacia Jartum. Salido de El-Obeid el 30 de julio, llegó a Jartum el 9 de agosto (cf. Grancelli, p. 399).