N. 1111; (1065) – TO CARDINAL GIOVANNI SIMEONI
AP SC Afr. C., v. 9 ff. 161–166
N. 14
Khartoum, 29 August 1881
Most Eminent and Reverend Prince,
Le mando aquí el exactísimo mapa de Dar-Nuba, que mis compañeros y yo hemos trazado a raíz de la importante expedición que con mucha diligencia y con indecible esfuerzo y padecimientos llevamos a cabo por aquellas montañas el pasado junio, a fin de tomar las medidas necesarias para abolir allí la infame trata de esclavos, que ha ido diezmando cada año aquellas míseras poblaciones, e implantar nuestra santa fe. El correspondiente informe, que será muy interesante, lo haré y se lo mandaré lo antes posible, cuando me encuentre mejor y haya realizado otros trabajos urgentes. En Delen se ha terminado una iglesia el doble de grande que la mayor casa de los jefes, coyures y sultanes de Dar-Nuba, y la cual constituye la maravilla de aquella gente. En la fiesta del Corpus celebré allí de pontifical, y conferí solemnemente el bautismo a ocho o nueve adultos, y la confirmación a unos cuarenta católicos.
Tras vivas instancias del Revdo. D. Juan Losi, que de modo provisional estaba al frente de aquella misión, y que ha compuesto un diccionario de más de 3.000 palabras en la difícil lengua nuba, totalmente desconocida de la ciencia, y traducido a la misma las oraciones de la Iglesia y un catecismo, he nombrado Superior de dicha misión a D. Luis Bonomi, a quien en 1879 retiré de allí para que me representase en Jartum durante mi ausencia del Vicariato; porque, me decía D. Losi, D. Bonomi es el más capaz de dar impulso a aquella misión y de superar todas las dificultades que se presentan allí: y es verdad. Al comunicarle la noticia, contestó él a D. Losi: «Basta que lo desees o que lo quiera Monseñor, y yo acepto muy gustoso, porque sólo quiero hacer la voluntad de mis Superiores».
En cuanto a la abolición de la trata entre los Nuba, el Excmo. Rauf Bajá, Gobernador General de Sudán, ha adoptado al pie de la letra mis consejos, y dentro de un año, más o menos, será un hecho consumado la total abolición de la trata entre los Nuba. No hay que decir la gran alegría y entusiasmo de los jefes y poblaciones de aquella zona, a los que desde mi visita no se les ha robado ni un hijo o hija, ni una vaca, ni una cabra; y reconocen unánimemente que ha sido la Iglesia católica la que los ha liberado, sobre todo cuando han visto capturar a los jefes de los bandidos Bagara, tal como yo les había prometido de forma categórica. Esto hará menos difícil nuestro apostolado entre aquellas gentes. Rauf Bajá también ha adoptado mi sugerencia de segregar de la jurisdicción del Kordofán (donde tanto el gobernador como los funcionarios y los magnates son todos ladrones y asesinos, y cómplices y favorecedores de la trata en Nuba; respecto a lo cual he hablado con Su Excelencia para buscar un remedio, aunque es algo muy difícil) la zona comprendida entre el Birchet-Koli y el Bahar-el-Arab, y formar con ella una provincia especial, aparte, la cual se habrá de confiar a un europeo que no sea ladrón o embrollón. También esto será un hecho consumado dentro de un año, porque a estas horas el gran Bajá está buscando en Egipto el hombre adecuado, y porque ha informado de ello a Su Alteza el Jedive, quien sinceramente quiere acabar de una vez con la trata de esclavos, que aún continúa en la zona colindante con Abisinia, en los confines con el Darfur y en algunos otros lugares de los vastos dominios egipcios en la parte del Ecuador.
Dentro de mis limitadas posibilidades, a fuerza de hablar y de escribir, he logrado convencer profundamente a S. E. el Gobernador General (ya había hablado claramente del asunto al Jedive en El Cairo, el cual me dio muy buenas palabras) de la utilidad y necesidad de un ferrocarril que una el mar Rojo con el Nilo en Jartum. Además de inmensas ventajas materiales para Egipto y Sudán, de él se derivarían grandes posibilidades para las Misiones católicas, y para poner fin definitivamente a la horrible plaga de la trata de esclavos en Africa Central. El caso es que ayer vino a verme el Gobernador General, al que encontré entusiasmado con la idea del ferrocarril conectando el mar Rojo con el Nilo en Jartum. Me dijo que había escrito sobre ello al Diván de El Cairo (el cual se muestra contrario por la cuestión política), y que no lo dejará tranquilo hasta haber obtenido la aprobación; y la obtendrá.
También le seduce mucho la idea al Cónsul francés, quien me ha prometido gestionar el asunto con París para que presione a Egipto al respecto (si no muere: desde hace bastantes días le mando las Hermanas para que lo asistan, porque han hecho presa en él las ardentísimas fiebres del Sudán). Entretanto, Rauf Bajá va preparando una importante cantidad de dinero para empezar el tendido de la vía férrea.
Vuestra Eminencia verá en la parte inferior de mi mapa de Dar-Nuba el Bahar-el-Arab. Pues bien, el Bahar-el-Arab desde septiembre del año pasado (en que estando en Roma leí en las Missions Catholiques que el límite septentrional de las misiones de Mons. Lavigerie, como escribió este Prelado, es el Bahar-el-Arab) constituye para mí un fortísimo dolor de muelas, que no se me pasará hasta la muerte, o hasta que la S. Congr. tome otras decisiones más convenientes y necesarias. Al sur del Bahar-el-Arab viven inmensas poblaciones que se extienden hasta el Alberto Nyanza y el Ecuador, las cuales hablan o comprenden dos lenguas, de las que nosotros, con inmensas fatigas y estudios, hemos podido componer a lo largo de varios años el diccionario, la gramática y el catecismo, más otras obras ya publicadas (y un resto que publicaré), que forman en conjunto el elemento y el material necesario y suficiente para implantar en aquellas regiones la fe, tanto más cuanto que se trata de países incorporados a la Corona de Egipto, la cual se muestra tan favorable a las Misiones católicas de Africa Central. Pero confío en el dulcísimo Corazón de Jesús, y en la sabiduría, caridad y justicia de la Santa Sede, que lo arreglarán todo.
Otro dolor de muelas que ha venido hoy de Verona, debido a una absoluta discrepancia de opinión entre mi benefactor el Emmo. Card. de Canossa y yo, respecto a una virgen cristiana; esto es, sobre la vocación de una tal Virginia Mansur, a la que ese Emmo. pone por los suelos, y a la que yo pongo poco menos que por las nubes. Pero este dolor de muelas se me empieza a pasar, porque al parecer el Card. de Canossa ha dado cuenta de ello a V. Em.a (lo cual es para mí un gran alivio, porque en Roma se hará justicia), y mi querido Rector Sembianti ha recibido orden de V. Em.a de que mande a Virginia que no vaya por ahora a Africa, orden prudentísima, y para mí sumamente venerable y justa, que será cumplida puntualmente.
Es más, nada se debe hacer respecto a Virginia que no sea decidido y ordenado por V. Em.a, verdadero intérprete de la voluntad divina, después de que haya oído las dos versiones, es decir, la del Card. Obispo de Verona y la del Vicario de Africa Central, y esto para triunfo de la justicia, de la caridad y de la verdad, cuyo refugio bendito es sólo la Roma papal.
Estando próxima la expedición, no puedo empezar a escribirle a propósito de esto; pero lo haré con el próximo correo de sábado, o sea dentro de tres días, si Dios me da fuerza y salud, porque todavía estoy débil y sin sueño ni apetito.
Tras exponerle mis primeros argumentos rogaré de su bondad que, si lo considera justo, tenga a bien escribir al P. Sembianti que ordene y comunique a Virginia permanecer en el convento de Verona en la condición de postulante, que es la inferior en él, hasta nueva orden de V. Em.a Rma. El convento y la institución son míos, y por tanto el jefe de ellos es V. Em.a
Su indignmo. hijo
† Daniel Comb.
N. 1112; (1066) – TO FR GIUSEPPE SEMBIANTI
ACR, A, c. 15/132
N. 33
Khartoum, 30 August 1881
Dear Father,
Le mando un trocito del pequeño informe sobre nuestra exploración de Gebel Nuba escrito por D. Vicente. (Este ha llegado a Berber, y está a punto de partir para Suakin. Con él he mandado también a mi sirviente Domingo, que va a Roma, porque hubiera muerto de continuar aquí: está acostumbrado a servir a grandes señores, a ir en coche, y a comer bien y beber mejor, y aquí no puede adaptarse a soportar privaciones, etc. En su lugar he tomado a José, un toscano, que me resulta diez veces mejor que Domingo: es bueno, capaz, diligente, trabajador y lleno de buena voluntad. Todos están contentos con él. Este tenía necesidad de trabajar; el no hacer nada en El Cairo lo mataba. Gracias sean dadas a Jesús.) Puede publicarlo en él próximo número de los Anales. Pero el gran Informe, con el mapa que tengo ya hecho, lo prepararé cuando me encuentre mejor y disponga de tiempo, si antes no muero. El formato, etc. de los Anales es mucho mejor que antes, y se debe a su diligencia e interés: se lo agradezco mucho.
Todavía no veo claro sobre la salud de D. Francisco Pimazzoni; D. Arturo, alguna Hermana y otros dicen que su estado no les gusta nada. ¡Dios mío!, ¿lo habré de perder? En el Corazón de Jesús, confío en que no. ¡Ah, cuántas cruces y tribulaciones sobre mí! Pero Jesús fue el primero en llevar la cruz, y luego la han venido llevando todos sus seguidores. A la noche (no duermo casi nunca, pero anoche dormí tres horas y media) me encuentro contento de haber sufrido y padecido mucho las 24 horas precedentes; infinitamente más contento que cuando en Londres, París, Viena, o San Petersburgo volvía a casa después de un gran banquete aristocrático. Jesús es más amable con aquellos a los que quiere cuando los va a buscar entre las espinas. Las rosas son para el mundo. Estoy convencido de que también la pobre Virginia, que Dios ha confiado a mis cuidados hasta que decida sobre ella Roma, está cerca de Jesús, por el que de buena gana acepta padecer.
Ahora comprendo cuánta razón tenía en llorar por la noche y sufrir. Ella veía claro (y yo no lo veía) que no se la quería tener en el Instituto. No se la ha llamado a reunirse con las otras desde mayo, y ni la Superiora, ni usted, mi querido Rector, le han dicho el porqué. Me ha escrito ella una carta que es el lenguaje de la franqueza y de la verdad, y cuya lectura hizo decir a Sor Victoria: «Por los sentimientos que resuma esta carta se ve que su autora es un alma buena, llena de abnegación y con ansia de ser religiosa; en suma, por esta carta –me decía ayer– creo que debe de ser una especie de heroína». Usted moverá la cabeza, mi querido Rector, y dirá que es la pasión la que habla.
No; jamás anidó en mi corazón ninguna pasión, excepto la de Africa. De habérseme encendido una sola chispa de pasión (cosa que se da de tortas con mi carácter y con mi profunda, antigua, extraordinaria Vocación), no habría sido por Virginia, por una monja que se confiesa; y no la habría mandado a Verona, ni la habría confiado a aquellas Hermanas que fundé para hacerlas santas, etc. En resumen, todo es posible para las limitadas mentes de los campesinos, que quieren ir más allá de su esfera. Voy a mandar a mi Emmo. Superior el Card. Simeoni esta carta de Virginia, apenas me escriba sobre el asunto. ¡Oh, qué contento estoy de que Dios haya inspirado a nuestro querido Emmo. Obispo de Verona informar a Propaganda. De no haber sucedido esto, el Emmo. de Canossa, usted mi querido Sembianti y yo habríamos vivido y muerto con nuestra opinión sobre Virginia, tan opuesta la una de la otra.
Pero ahora, con la gracia de Dios, o yo, o usted y el Emmo., deberemos cambiar de opinión, ateniéndonos a lo que decida Roma, esa Roma papal y bendita, que es el oasis providencial donde tienen su refugio la verdad y la justicia, y que difunde su luz en medio de las lóbregas tinieblas que embargan el universo. Usted y el Emmo. de Verona están convencidos de que yo obro movido de pasión con respecto a Virginia; y a mí me parece indudable, en cambio, que el Emmo. y usted, teniendo siempre como guía el espíritu de Dios y un fin verdaderamente santo, obran movidos de pasión, pero en sentido contrario. Y en medio está Virginia, la víctima que sufre; y sin que nadie le proporcione un verdadero consuelo, porque la Superiora (que no es nada expansiva) a la pregunta que le ha hecho Virginia sobre lo que Su Eminencia dijo a Virginia de que ha sabido de la Superiora (o directamente, o por medio del Rector) el verdadero motivo por el que salió de la Congregación de San José, la buena Superiora ha contestado que ella nunca habló de ello, ni con el Cardenal ni con otros. Pero como usted me ha escrito que no es una buena razón aquella que la impulsó a dejar la Congregación, entonces tiene que ser cierto que la Superiora ha hablado, pues no puedo suponer que se lo hayan inventado el Emmo. y usted.
Por otra parte, un año antes de que se produjera la salida, Virginia discutió sobre ello con las Hermanas. En Egipto se examinaron las tres graves razones, y un Obispo fraile –que vive todavía– me dijo que las mismas eran válidas, etc.; de modo que Virginia al salir no obró a la ligera, sino tras mucho reflexionar y aconsejarse. Pero usted no me cree, ni tampoco Su Eminencia, y piensan que todo es por pasión, y se engañan. Ella invoca y obtiene el único consuelo de Dios y de mí, que, como mil veces me rogaba mi santa Provincial, su Superiora y Madre, le escribo precisamente para consolarla, y para que mantenga inamovible su confianza en Dios. Su Eminencia, usted y yo, decía, íbamos a vivir y morir con nuestra opinión.
Pero ahora que el asunto está en Roma, si Roma decide contra mí (hablo de la vocación, etc.) yo seré el primero en manifestar a usted y a S. Em.a que soy un tonto de capirote; y creo que el juicio de Roma lo aceptará sin pestañear también usted, de quien lo primero que puedo decir es esto: que es un santo, como santa es su Congregación; que trata mis asuntos de Africa con un empeño, un celo y una caridad mayores de los que yo emplearía al tratar los suyos; que es una auténtica bendición que Dios le haya destinado a cuidar de los intereses capitales de la Nigricia como Rector de los Institutos Africanos, y que deseo morir antes yo que usted por el bien de Africa.
En cualquier caso, todo sucede por adorable disposición de Dios; aceptémoslo, pues, de corazón, y pongamos toda nuestra confianza en El. Y usted, ánimo y adelante, pues un día cantaremos en el paraíso las glorias de Dios, porque, aunque indignos, nos ha hecho instrumentos de la redención de los negros, que son las almas más abandonadas del universo. A mí no me importan nada las habladurías que quizá ya corran por Verona en desdoro y descrédito de mi dignidad, de mi carácter, y me tiene sin cuidado que se piense y se diga (en contra de la verdad), que tengo pasión por una mujer, etc., como creen ciertos vilísimos campesinos, etc., etc.: cupio anathema esse pro fratribus; amo pro nihilo reputari, etc. Sólo me importa (y ésta ha sido la única y verdadera pasión de toda mi vida, y lo será hasta la muerte, y no me sonrojo por ella) que se convierta la Nigricia, y que Dios me conceda y conserve los instrumentos auxiliares que me ha dado y me dará.
¿Sabe lo que me han hecho los Jesuitas? Ya le he dicho repetidamente que en cuanto a santidad verdadera y recta, delicadeza, desinterés y puro espíritu de Dios, vale usted más que todas las Ordenes y Congregaciones de la Iglesia de Dios, e incluso que los Jesuitas, a los que no obstante quiero, estimo e idolatro tanto. Vea lo que me dijo D. Dichtl en presencia de D. Francisco, que estaba en la cama, cuando les conté el feo asunto del belga Neefs, venido de El Cairo. Los Jesuitas de allí invitaron varias veces a su casa a D. Francisco, D. Dichtl y D. José Ohrwalder, que ahora está en el Kordofán, y con palabras claras les propusieron que abandonasen al pobre Mons. Comboni, etc., y que se hiciesen Jesuitas, etc., etc. Más aún: cuando el P. Villeneuve vino a dar a los nuestros los Ejercicios, al tocar el tema de la elección de estado, les recomendó que examinasen una posibilidad y la otra, es decir, si debían ser Jesuitas o misioneros de Africa Central; y al sopesar ambas opciones puso todas las razones del lado de los Jesuitas. Entonces D. Dichtl y D. José respondieron que a ellos ya no les correspondía la elección de estado, porque cuando pronunciaron el juramento y fueron ordenados subdiáconos titulo missionis, ellos estaban seguros de la vocación de Africa, y que no la cambiarían en la vida. Y D. Francisco manifestó que desde el momento en que había pronunciado su juramento delante de Mons. Comboni, solamente reconocía a Mons. Comboni como único intérprete de la voluntad de Dios sobre él; que tenía una ilimitada confianza en Mons. Comboni; que había rechazado otros consejos de hombres santos que lo querían apartar de Mons. Comboni, y que Mons. Comboni era dueño de su vida y de su muerte, etc.
¡Maldito mundo! ¡Y maldito egoísmo frailuno religioso! Todo en el mundo es engaño, mentira, tentación. No hay nada firme y estable, excepto Cristo y su Cruz.
Bendigo a todos, a D. Luciano, al Convento femenino. Mil respetuosos saludos al Emmo., al Rmo. P. Vignola (¡vale por cien Jesuitas!, a los que sin embargo quiero) y a Bacilieri. Y rece por
Su indignísimo
† Daniel Obispo y Vic. Ap.
N. 1113; (1067) – TO FR ZEFERINO ZITELLI-NATALI
AP SC Afr., v. 9, f. 157
August ? 1881
Brief Note.
N. 1114; (1068) – TO CARDINAL GIOVANNI SIMEONI
AP SC Afr. C., v. 9, ff. 171–191
N. 15
Khartoum, 3 September 1881
Most Eminent and Reverend Prince,
Don José Sembianti, Rector de mis Institutos Africanos de Verona, me comunicó recientemente que usted le ha ordenado decir a Virginia Mansur, postulante oriental de mi Insto. de las Pías Madres de la Nigricia, que no debe emprender por ahora el viaje a Africa, y que le ha mandado hacer de modo que esta orden de V. Em.a sea ejecutada puntualmente. Aunque yo sé que mi Superiora Principal de Africa Central, la Madre Teresa Grigolini, así como la Superiora de Jartum, Sor Victoria Paganini, ambas mujeres de eminente virtud y prudencia, y que conocen muy bien las cosas, han pedido humildemente al Emmo. de Canossa que permita la venida de Virginia a Africa, de la cual ellas asumirían toda la responsabilidad, convencidas de que se derivará un gran bien para la misión (porque Virginia vale por tres, goza de salud, y está dispuesta a morir si es preciso en estas letales regiones), y al mismo tiempo conseguiría realizar su vocación, sin embargo no sé en absoluto si Virginia querría venir este año; incluso me escribió hace poco diciéndome que si los Superiores responden favorablemente a la petición de la Superiora Provincial de Africa, desearía ir primero a Beirut para intentar la conversión de su hermano Abdala, que es cismático griego; porque le notificaron desde Siria que lleva muchos meses enfermo y sin esperanza de curación.
En cualquier caso no tenga cuidado V. Em.a, que se cumplirá puntualmente su sabia y venerada orden, y que si Dios determina llamar a Africa a esa infeliz pero virtuosísima joven, ella no vendrá sino con el consentimiento y la disposición de V. Em.a, mi venerado Superior y Jefe de todas las Misiones del mundo.
Entretanto yo estoy contento de que el Emmo. de Canossa, como resulta de la mencionada orden que V. Em.a ha dado al P. Sembianti, haya puesto el asunto de Virginia en manos de V. Em.a, porque detrás de esta importante cuestión surgen otras no menos importantes, las cuales conciernen al bien de mi Obra, y deseo que sean conocidas en Roma, en esa Arca santa de la justicia y de la caridad, en ese Oasis providencial donde está refugiada la verdad, que difunde la más refulgente luz en medio de las lóbregas tinieblas del universo.
Hace ya tiempo que mi corazón tenía la necesidad de abrirse a Vuestra Eminencia sobre ciertos puntos, para el mayor bien de la Nigricia; pero sentía una grande, invencible repugnancia, por consideración al Emmo. de Canossa, quien después de todo es un gran bienhechor mío, por el poderoso apoyo moral que me concedió desde el principio, en 1876, para fundar la Obra, y sin el cual yo quizá no habría podido hacer nada. Mas siendo ésta la segunda vez que el mismo Emmo. me abre la brecha para entrar en Propaganda a dar cuenta de todos mis actos, que únicamente conciernen a la redención de Africa, no debo ya cohibirme por respeto humano hacia nadie, porque ante todo debe estar Dios y los grandes intereses de su gloria.
La primera vez que supe que el Emmo. de Canossa había abierto la brecha para Propaganda, sin que yo me hubiera dado cuenta antes, porque él nunca me había hecho la más mínima alusión, fue el pasado año, cuando V. Em.a se dignó ordenarme que librase a la Misión de una tal Virginia que había sido despedida por las Hermanas de S. José. Ese escrito me llegó el 3 de agosto en Ischl, donde estaba visitando al Emperador de Austria. Y el 15 de agosto recibía en Viena carta de Verona, en la que se me pedía que me encontrase allí el 22 de agosto para hacer el pontifical y la homilía de San Zenón en su gran basílica, porque el Emmo. se hallaba indispuesto. Yo estaba muy lejos de pensar que la orden que me había dado V. Em.a de despedir a Virginia hubiese tenido su origen en Verona, y menos aún en el Emmo. de Canossa.
Fui a Verona, y el día 22, tras hacer el pontifical y la homilía que se me habían solicitado, me presenté al Emmo. Le hablé de la carta y la orden recibida de V. Em.a, y le rogué que apoyase a Virginia, tras informarse sobre ella de la Superiora, que conocía bien a la postulante que deseaba ingresar en mi Insto., y que después escribiese a V. Em.a sobre ello. «Bien –me contestó–, iré al convento a hablar con la Superiora, y luego me ocuparé de lo relativo al Card. Simeoni. Usted esté tranquilo y siga adelante». Entonces me abrazó y me dio dos besos, diciéndome: «Le tengo mucho afecto». Yo me fui a casa, donde encontré una áspera carta del Emmo. de Canossa, escrita unas semanas antes, pero sólo entonces llegada a mis manos, en la que entre otras cosas me decía que se arrepentía de haber gastado seiscientas liras para viajar a Roma en junio de 1877 con objeto de conseguir que me hicieran Obispo (!!!). Encontraré la carta y se la mandaré a V. Em.a.
Desolado y lloroso, vuelvo a ver al Emmo. de Canossa y le pregunto los motivos de su arrepentimiento y de aquella carta. A lo que él, todo bondad y gentileza, me dijo: «Nada, nada, yo iré a hablar con la Superiora, y escribiré a Simeoni: usted tranquilo, y adelante». Y abrazándome, y dándome tres o cuatro besos, me despidió encargándome algunas cosas para Roma. Sólo entoces entreví que la orden que me había dado V. Em.a respecto a Virginia tenía su origen en Verona. ¡Ah, las cruces que manda Dios, aunque queridas y veneradas!
Fui a Roma, y habiéndome presentado a V. Em.a para hablar sobre Virginia y de otras cosas, me entero por V. Em.a de que el Emmo. de Canossa le ha escrito de modo favorable sobre Virginia, por lo cual la orden que me había dado de despedirla no tenía ya sentido. Yo me callé y no pensé más en esa pobre infeliz, absorto como estaba en el trabajo que he hecho sobre los cuatro Provicariatos de Africa Ecuatorial confiados a Mons. Lavigerie y en los preparativos de mi marcha a Africa.
Un día antes de partir de Verona para Africa, un buen laico de mi Insto., pero que fue de los dos primeros que se opusieron a la venida de los árabes a Verona, por no sentirse capaz de estudiar el árabe (aunque bueno, es bastante cerrado y testarudo, pero mi Rector le tiene en mucha estima), dijo estando delante mi sirviente Domingo Correia, al que ahora he mandado de vuelta a Roma, porque de lo contrario se me moría, y que va a ponerse al habla con su antiguo amo, el Emmo. Sanguigni para encontrar trabajo: «Ahora que el Obispo se va a Africa, pronto nos libraremos del maestro y de la maestra árabes». Yo no hice caso de esto; pero todo se ha cumplido.
Entro enseguida en la cuestión de Virginia, y luego le hablaré de otros asuntos, por los cuales V. Em.a comprenderá que si en Verona desde 1867, en que comencé la Obra, hasta hoy hubiese habido un verdadero Obispo, serio, realista, firme, siempre coherente consigo mismo, y generoso, como son Verzeri, de Brescia; Carsana, de Como; Scalabrini, de Piacenza; Zitelli, de Treviso, etc., mi Obra habría dado pasos de gigante, las Reglas de mis dos Institutos fundamentales de Verona habrían obtenido ya la aprobación de la Santa Sede, yo no me habría visto obligado a alejarme varias veces del Vicariato para poner en orden mis Institutos de Verona, etc., etc., y habría avanzado ya mucho, bajo la guía de Propaganda, hacia la conquista definitiva de Africa Central para la Fe.
Me es muy doloroso pronunciar estas expresiones desfavorables hacia el Emmo. de Canossa, que por otro lado posee tan bellas y sublimes virtudes; y sería feliz de engañarme en mi juicio, que nunca manifestaría a nadie en el mundo salvo a V. Em.a, mi venerado y adorado Superior, que sabe dar a las palabras el peso justo, y que por participar en todos los asuntos de la Iglesia y vivir en Roma –donde debe ser conocido el excelente Card. de Verona, especialmente en el Santo Oficio, en Ritos, en el Concilio, etc.–, puede calcular el verdadero valor de mis palabras y juicios. No crea V. Em.a que por encontrarme atrasado en la Obra pierdo el ánimo. No; yo no me desanimaré nunca, porque es Obra de Dios y porque, aunque yo sea un pobre monigote, un servus inutilis, en manos de Dios, estoy seguro de que con la gracia divina me recuperaré del retraso, y con la ayuda de la Santa Sede llevaré la Obra tan adelante que antes de morir, si la muerte no me viene demasiado pronto, la conquista de Africa Central para la fe llegará a a buen puerto.
En todo asunto, incluido el de Virginia, prometo a V. Em.a obediencia perfecta, aunque tuviese que morir de dolor y perder la vida, porque desde mi infancia hasta hoy y hasta la muerte he querido y querré siempre hacer la voluntad de Dios y de los Superiores; y estaría yo más contento de ser condenado a cadena perpetua y a muerte bajo el Papa por parte de la Iglesia mi señora y madre, que de ser rey y vivir glorioso y honrado en el mundo. Este maldito mundo está verdaderamente totus positus in maligno.
En cuanto a Virginia, he aquí la principal discrepancia entre el Emmo. de Canossa y yo. El dice que Virginia es una plaga para la misión, que no ha tenido nunca ni tiene vocación religiosa, que es retorcida, voluble e indigna de ser misionera en Africa, etc. En cambio, sumisamente, yo opino y digo justo todo lo contrario; y si es cierto que ahora no muestra vocación (de lo que en Verona no me han dado ningún argumento válido, sino que sólo lo afirman gratuitamente sin probarlo), Virginia la habrá perdido por las vejatorias disposiciones tomadas contra ella, sin oírme ni consultarme como debían, y sin hacerme caso en nada (lo que demostraré claramente y con argumentos muy fuertes a V. Em.a ). En cambio, puesta bajo otra dirección, sin prejuicios, etc. contra su persona, Virginia se depurará de los defectos contraídos en dos años de sufrimientos y humillaciones padecidos en Italia a la sombra de mi Insto., y estará contenta y será inmensamente útil para mi Obra bajo la dirección de mis admirables y santas Hermanas.
Tengo que hacer todavía dos declaraciones que son la pura verdad.
La primera es ésta: no se trata, a mi parecer, de que el Emmo. de Canossa esté en contra de Virginia, sino sólo el P. Sembianti. En esto el Emmo. de Canossa actúa como en otros asuntos, en que normalmente hace lo que le sugieren: un sacerdote, un clérigo es capaz de llevarlo a hacer determinada cosa, porque quiere el bien y le gusta complacer. En general, o al menos en muchísimos casos, ante el Card. de Canossa tiene razón el que está cerca de él y lo puede abordar cuando se encuentra en buen momento; cuando (como dicen los viejos párrocos y nobles de Verona) no le da la canossina, esto es, el mal humor producido por la palpitación del corazón, etc.
La segunda verdad es que tanto el Emmo. de Canossa como mi Rector Sembianti en el asunto de Virginia obran en conciencia, movidos por un santo fin, y buscando únicamente el bien de la misión y el mío (creo en cambio que el bien de esa pobre infeliz y de su hermano converso –cuya abjuración ante mí por orden de S. Em.a en la bella iglesia de su Congregación vio con buenos ojos el P. Sembianti– no es motivo de atención para ellos, como si fuera algo de segundo orden). Debo decirle, por otro lado, que tengo en mucha estima al R. P. Sembianti, si bien es testarudo como todos los santos, y pesimista y escrupuloso en exceso, porque además de ser un pío sacerdote y un hombre de bien, me prepara muy buen personal, y sin duda mandará a la misión gente de inmejorable espíritu y dispuesta a morir por Africa. Todas estas discrepancias son cosas dispuestas por Dios, que ha fabricado la cruz para que la llevemos; y Dios sabrá sacar de ello gran bien en favor de Africa y de las almas de todos nosotros.
Pues bien, ¿quién es esta Virginia? Aquí sólo toco al vuelo el asunto, pero después le explicaré y probaré todo valiéndome exclusivamente de la verdad. Ella es una huérfana destinada desde su nacimiento a sufrir en la tierra para luego gozar mucho en el cielo. Después de haber visto con sus propios ojos a su padre y a su hermano mayor degollados en la tremenda matanza de cristianos ocurrida en Siria en 1860, y después de haber visto quemadas las casas y fincas paternas, fue llevada con seis años de edad a Saida por la Superiora de las Hermanas de San José de la Aparición, Sor Emilienne Naubonnet. Esta, que murió en Jartum, en 1977, siendo mi Superiora Provincial, me contó cuando le digo. Teniendo Virginia ya 15 años, el Obispo griego cismático y los también cismáticos parientes de ella, favorecidos por un agente francés masón, la sacaron del convento y la llevaron a Beirut, donde a la fuerza se trató de casarla con un joven cismático, al que durante seis meses tuvo siempre a su alrededor. Pero ella se mantuvo firme como una columna. Y obligada a permanecer en casa, con absoluta prohibición de ir a la iglesia, confesarse y comulgar, porque la querían hacer cismática, por seis meses soportó este martirio. Finalmente una noche, viendo que nadie la vigilaba, huyó, y toda esa noche y el día siguiente estuvo caminando. Tenía los pies ya sangrantes cuando se encontró con un maronita, que la llevó a Saida; y desde allí la misma Madre Superiora la pasó subrepticiamente a Francia. Habiendo terminado su noviciado en el convento de San José de Marsella, fue mandada a Jartum a instancias de la Superiora del mismo, quien me decía que Virginia (en religión Sor Ana) Mansur valía por tres Hermanas.
Durante los seis años que estuvo en mi Vicariato tuvo un comportamiento excelente, y trabajó más que ninguna otra. Tuvo el cariño y la estima de las cuatro Superioras que se le murieron en esos seis años, pero fue muy odiada y perseguida –injustamente, como demostraré– por otras dos Hermanas no superioras. Cuando en Jartum se bautizaba solemnemente, a ocho o diez chicas que ella había instruido y preparado, mientras que para todas era aquello una fiesta, ella lloraba y decía: «Estoy aquí convirtiendo negros, y entretanto dejo que puedan perecer eternamente mi madre, mis hermanos y mis hermanas, que son cismáticos». Varias veces pidió a mi Provincial, la Madre Emilienne (la misma que en 1870 la había trasladado a Francia para hacerse monja) que le permitiese ir por algunos meses a su casa, a Beirut, para convertir a su familia. Pero aquella santa y buena Madre justamente le respondía que la Rma. M. General nunca permitiría que ella volviese ni siquiera por poco tiempo junto a su familia, porque como las Hermanas de San José la habían llevado a Francia de modo subrepticio, y la familia no había vuelto a tener noticias de ella, «la Congregación de San José en Siria podría quedar en muy difícil situación ante los cismáticos». Esto fue una espina en el corazón de Virginia, y el origen y la primera causa de que comenzase a pensar en abandonar su Congregación, que ella tanto quería, como en efecto acabaría haciendo movida por tres razones principales, que diré más adelante, porque ya se acerca la hora de hacer la entrega al correo.
Es, pues, una mentira de los de Verona el decir que la despidieron de su Instituto, porque cuando las Hermanas fueron llamadas de Africa Central ella tenía la obediencia, que yo vi, para una casa de la Congregación.
Y yo no tuve nada que ver en su determinación de dejar las Hermanas de San José, porque a las reiteradas peticiones que me hizo de palabra y por escrito siempre le respondí que no aconsejaré nunca a nadie dejar su Congregación u Orden, y por norma no admitiré en mi Instituto a quien proceda de otro.
Entre las principales razones por las que ella abandonó la Congr. de San José, le cito sólo (pero luego aportaré pruebas y documentos) las siguientes:
1.a Convertir a su familia.
2.a El que las Hermanas de San José abandonasen Africa Central, donde, dice ella, una sola casa de Hermanas convierte más almas de gentiles que todas las casas de Siria juntas.
3.a El haber sido maltratada horriblemente por algunas compañeras suyas, y haber sabido que en la casa de las Pías Madres de la Nigricia hay paz absoluta y un fraternal afecto entre las Hermanas.
4.a Finalmente, el que habiendo llegado a El Cairo, y pedido y obtenido la obediencia para ir a Marsella, dijese y asegurase a la Madre General que era una calumnia lo que a dicha Madre se le había escrito de que Monseñor Comboni había hecho padecer hambre a las Hermanas en Africa, porque «Mons. Comboni trató a las Hermanas mejor que a sí mismo, y más que como padre; y cuando faltó el agua en el Kordofán primero bebieron las Hermanas, luego los misioneros, etc.».
Fue en el mes de julio de 1879 cuando Virginia dejó San José y marchó a Siria, con dolor de muchas de sus compañeras. Así que estuvo en comunidad religiosa en las casas de la Congregación, haciendo mucho bien, desde 1860 hasta más de la mitad de 1879: por tanto, casi veinte años.
Por consiguiente digo que es un juicio muy aventurado, falso, el del Emmo. de Canossa y el P. Sembianti, que me escribieron afirmando que Virginia nunca ha tenido vocación religiosa, cuando ella estuvo veinte años en un Insto. aprobado por la Iglesia, y que es tan benemérito de las Misiones.
Dos meses después de su marcha a Beirut, me comunicó por carta que tres miembros de su familia estaban ya dispuestos a hacerse católicos, pero que era necesario alejarlos de su casa, que distaba más de dos horas de la iglesia católica más próxima; y también que a ella, acostumbrada a la vida religiosa de comunidad tras veinte años, le parecía un purgatorio el vivir en su casa, sobre todo porque para ir a misa necesitaba dos horas. Por ello me preguntó:
1.° Si yo la admitía entre mis Hermanas dispuesta a todo, y especialmente a morir en Africa y pronto (y de ello dio en Africa espléndidas pruebas durante seis años).
2.° Si la ayudaba a colocar a su hermano, a su hermana y a su primo Alejandro en alguna casa donde prepararse para abjurar.
A la primera pregunta, siendo yo el fundador y jefe de mis Institutos, y conociendo a quien se me ofrecía y las necesidades de mi Obra en cuanto a personal con dominio del árabe, contesté afirmativamente, aunque dejando para más tarde el reflexionar si debía mandarla para un noviciado, bien a Verona con la Superiora General, o bien a Africa con la Superiora Principal, Teresa Grigolini. Mientras, le dije que hiciera todo lo posible por convertir a su madre.
En cuanto a la segunda pregunta, habiendo vivido el gozo de mi santo Superior D. Nicolás Mazza cuando yo le llevaba al Insto. almas infieles y protestantes para convertir, respondí que recibiría a sus tres familiares en mis Institutos, ya fuera en Verona o en El Cairo.
Me detengo aquí, y continuaré con el próximo correo la narración del resto, para acabar proponiéndole sumisamente una pequeña cosa. El Emmo. Card. de Canossa nunca me ha hablado ni escrito de Virginia, ni me ha pedido jamás informes, explicaciones o algo similar. Siempre ha obrado por su cuenta, aunque siguiendo las sugerencias de alguien no competente, con la relativa excepción del Rector, que al fin y al cabo fue engañado por un tal Grieff, al que luego despidió, y por dos campesinos.
Todavía antes de que entrase de Rector el P. Sembianti, S. Em.a excluyó de los Institutos a Virginia y a los dos árabes, que eran unos ángeles, sin consultarme, mientras yo estaba en Roma en febrero de 1880, y los mandó confinar en una casita que tengo fuera de mis establecimientos, ordenando que no tuvieran ningún contacto con los Institutos fuera de la hora en que, vigilados, daban la lección de árabe. Imagínese el purgatorio de Virginia en tal aislamiento, habituada como estaba desde hacía veinte años a vivir en comunidad, y en una comunidad tan animada y activa como la de las Hermanas de San José. Fue por esto por lo que al cabo de algunos meses la mandé a Sestri.
Pero el Emmo. de Canossa en sus disposiciones respecto a Virginia no sólo no se dignó nunca consultarme a mí, que sin embargo era juez competente, sino que ni siquiera consultó a las Superioras de Verona y de Sestri antes de escribir el año pasado a V. Em.a para que me ordenase librar a la Misión de Virginia, despedida (sic) por las Hermanas de San José. Y prueba de esto es:
1.° Que habiendo hablado luego con la Superiora de Verona, escribió a V. Em.a en sentido contrario, o no conforme a lo que había escrito antes.
2.° Lo demuestran también los dos documentos manuscritos que le añado; esto es, una carta de mi Superiora General, la Madre María Bollezzoli, que aprueba el eminente espíritu religioso de Virginia (Anexo I), y otra de Sor Matilde Corsi, Superiora de Sestri, que hace lo mismo (Anexo II).
Seguramente creerá V. Em.a que el Card. de Canossa, antes de escribirle esta vez tan mal de Virginia para rogarle diese orden de que por ahora ella no venga a Africa, consultó a la Superiora de de Verona sobre la conducta de Virginia. Pues no es así, Emmo. Príncipe: él mismo me dice en una larga carta dirigida a mí el 27 del pdo. mayo (Anexo III, que le enviaré con el próximo correo, porque tengo que hacer la copia) que no consultó al Rector Sembianti (sic), ni a la Madre Superiora General. He aquí las palabras textuales de Su Eminencia:
«Virginia es una plaga para la Misión; es una mujer retorcida, caprichosa, voluble, sin ninguna vocación para la vida religiosa... y tal, que allí de donde se fue (la Congr. de S. José), y si se fuera, todos cantaron (sic) y cantarían el Te Deum, etc., etc.»
Después de este hermoso retrato añade: «No crea que el P. Sembianti o la Madre Superiora me han informado de esto; no, no me han hablado de esto en absoluto: ni siquiera saben que le escribo...... Pero por medias palabras de otros recogidas aquí y allí (Dios mío!), y por D. Tagliaferro, me he formado una idea de los hechos, que me fuerza a juzgar de este modo a Virginia».
Por el contrario, la Madre Superiora de Verona nunca me ha comunicado nada malo de Virginia, sino todo bueno; y hace un mes me escribió diciéndome que Virginia está alegre, que todas las postulantes y novicias la respetan, la aman y la quieren, etc. Pues, si todas la respetan y aman, ¿cómo dice el Emmo. que es una plaga, etc.? Más adelante le mandaré las cartas de la Superiora, que encontraré, porque ahora, Eminencia, estoy fatigado, cansado, lleno de achaques, al no ser capaz de conciliar el sueño, etc.
Ahora voy a pedirle una gracia, mi Emmo. Padre: tengo fundado temor de que los de Verona manden a Virginia inmediatamente a Siria, entre los cismáticos, con peligro de la pérdida de su alma, como hace dos meses hicieron con su hermano Jorge, a quien sin avisar previamente ni a él ni a Virginia, condujeron a Trieste y embarcaron para Siria.
Por eso, puesto que V. Em.a ha tenido la bondad y prudencia de ordenar a D. Sembianti que diga a Virginia que por ahora no debe ir a Africa, mande al mismo Sembianti dos líneas con el encargo de «ordenar a Virginia que permanezca en el Instituto en la condición de postulante, y esto hasta nueva orden de Vuestra Eminencia». El grado de postulante es el más bajo en mi Instituto; y requiere muy buena dosis de humildad y abnegación por parte de Virginia el permanecer allí, viendo que otras llegadas después que ella la adelantan y son admitidas al noviciado. Pero ella tiene esas virtudes.
He aquí la principal razón de esta humilde petición mía:
Apenas el hermano y el primo de Virginia y Bescir habían llegado a Verona, cuando los dos campesinos y Grieff, que tanta influencia tenían sobre mi buen P. Sembianti, que los creía a ellos cien veces antes que a mí, se pusieron a repetirle durante meses y meses que nunca se harían católicos dichos árabes. Estos soportaron las mayores humillaciones, injurias, la negación del saludo y su expulsión de la comunidad, más la confinación fuera de la misma, como le he dicho más arriba, y todo ello con una paciencia heroica. Finalmente, desesperando de convertirlos en Verona, mandé a Alejandro, el primo de Virginia, y a Bescir a Roma, al P. Dionisio Sauaia, para que me ayudase a hacerlos católicos. El buen P. Dionisio, que está en Via Frattina 17, y es Procurador de los monjes griegos de Monte Líbano, se ocupó de ellos. En breve: hable V. Em.a con el P. Sauaia, y le dirá lo buenos que fueron estos dos orientales. Uno de ellos abjuró ante Mons. Sallua; al otro lo bautizó un Obispo tras el catecumenado, y luego lo llevé yo a El Cairo.
El P. Sembianti, admirado de lo que se había hecho en Roma, tuvo la bondad de llevar a Jorge, el hermano de Virginia, a los Padres de su santa Congregación; y después de varios días de examen, habiendo encontrado en él elevados sentimientos de fe católica, decidieron que Jorge merecía hacer enseguida la abjuración. Y por orden de S. Em.a la pronunció ante mí, en la misma iglesia de los Padres Bertonianos, en un acto conmovedor al que asistió el Rmo. P. General.
El P. Sembianti quería mucho a Jorge, y lo llevaba a menudo a su Instituto, etc. Pero, ¿qué ocurrió después?
Antes de partir yo para el Kordofán recibí una carta de D. Sembianti, en la que me decía que siguiendo el consejo de S. Em.a y de los habituales consejeros (que son hombres muy píos), «metí a Jorge en un coche, y con él fui a S. Martino. Allí montamos en el tren, y llegados a Trieste, embarqué a Jorge en el Lloyd para Siria. Pero Virginia no sabe todavía nada, ni se lo imagina siquiera; mañana se lo comunicaré, y oiré lo que dice. He tenido que hacerlo por el bien del Instituto, por prudencia, y siguiendo el consejo de S. Em.a, etc.».
Yo admito, aunque no lo sé, que hayan actuado así por los más justos y santos motivos. Pero V. Em.a me concederá que se puede excusar a Virginia si al darle tal noticia quedó turbada y contestó con arrogancia. Yo habría reaccionado peor.
«Al día siguiente –me escribe Sembianti– fui al locutorio, y llamada Virginia a presencia de la Superiora, fríamente le comunico que he embarcado a su hermano en Trieste con dirección a Siria, y que por motivos de prudencia el Emmo. de Canossa no había creído conveniente avisarla, y que debía resignarse, etc.» Virginia, atónita, no podía darle crédito, y le preguntó qué había hecho de malo Jorge, etc., etc. Tras lo cual, dice Sembianti, ella añadió que quería irse, que no quería seguir sometida a su mandato, etc., etc. Luego, él me transmitió aquellas respuestas, etc. El P. Sembianti juzga en conciencia que Virginia no tiene vocación, ni paciencia, que está inquieta, etc. Pero la Madre Superiora me dijo en una carta que dos días después ella lloraba, sí, pero que estaba tranquila y terminó de quejarse del P. Sembianti, al que había dicho que no tenía corazón, y que si le hubiese permitido hablar primero con su hermano, lo habría corregido y él habría pedido perdón, etc. Pero con el P. Sembianti todo fue inútil.
Yo le mandaré las dos cartas del puño y letra del P. Sembianti, por las cuales juzgará V. Em.a . Pero, entretanto, ¿no cree que Virginia ha tenido razón para afligirse, al ver arrancado de su lado un hermano, sin oportunidad de decirle adiós, y saberlo enviado a Siria, entre los cismáticos, con peligro de que pierda la fe por el trato escasamente bueno recibido Verona; un hermano por el que ella lloró tantos años en Africa, y que le costó tantos sacrificios, como el haber dejado su Congregación para convertir a Jorge y sus otros familiares?
Esta es la verdad. Así pues, suplico a V. Em.a que escriba a Verona en el sentido que le he dicho.
Por otra parte, el P. Sembianti retiró de Sestri las Hermanas y el Instituto (tenía mil razones, que yo apruebo, por el cambio de Tagliaferro, el cual no se confiesa, dicen, desde hace treinta años, y va vestido como un seglar campesino; y porque Virginia, como verdadera misionera, exhortó dos veces a Tagliaferro a vestir de sacerdote para hacer honor a Monseñor [a mí], y a ponerse en orden con Dios para ir al paraíso, Tagliaferro me dijo que Virginia era una intrigante: no es extraño, pues, que hablase él mal de Virginia al Emmo. de Canossa, quien, como he dicho más arriba, cita a Tagliaferro como fuente por la que S. Em.a la juzga a ella tan mal), y a la una de la madrugada se marchó con las Hermanas, sin despedirse y sin haber avisado al dueño de la casa. No es que yo trate de expresar un juicio negativo; pero, en general, estos sistemas de prudencia no me gustan.
Beso la sagrada púrpura, etc.
Su hummo., obedmo., devotmo. hijo
† Daniel Comboni Obpo. y Vic. Ap.
Sigue el Anexo I.
N. 1115; (1069) TO THE PRINCE OF TEANO
ASGIR, v. IV, (18700), Esplorazioni e Spedizioni, c. 4
Khartoum, 3 September 1881
Most Excellent Prince,
Le pido excusas por mi tardanza en dar las gracias a V. E. y a los honorables Sres. el Comend. Malvano, el Prof. Dalla Vedova, y todos los miembros del Consejo de la Sociedad Geográfica Italiana, por el honor de que me han hecho objeto al nombrarme Socio Correspondiente de esa ilustre Sociedad que V. E. con tanta inteligencia y sabiduría preside. El documento con la carta que lo acompañaba me fue entregado sólo poco antes de partir de esta capital para la visita de las Misiones del interior. Y antes de darle respuesta deseaba ofrecerle una demostración práctica de que soy miembro correspondiente de esa ínclita Sociedad no sólo de nombre, sino también de hecho.
Por eso, habiendo efectuado con varios de mis misioneros una importante exploración por los montes de Dar Nuba, para organizar y ampliar allí las Misiones católicas, y además para acabar decididamente con la infame trata de esclavos, gracias a la poderosa ayuda y abierta y leal voluntad de S. A. el Jedive y de su digno representante Rauf Bajá, Gobernador General de Sudán, quienes me han prestado todo su apoyo, me apresuro a enviar a V. E. una copia del mapa que, después de diligentes observaciones, he trazado con mis misioneros, y que es muy exacto. Tenga además la seguridad de que en cuanto yo disponga de un poco de tiempo libre le escribiré el correspondiente informe sobre aquellas interesantísimas poblaciones, que con la divina ayuda y un buen número de misioneros y Hermanas veroneses, después de enormes dificultades, me he puesto a desbastar y civilizar.
Confío en que dentro de un año sea un hecho consumado la total abolición de la trata de esclavos en Dar-Nuba, que cada año diezmaba a aquellas nobles e infelices poblaciones. Espero asimismo que se lleve a cabo la propuesta que hice a ese prudentísimo y en verdad excelente Gobernador General, de segregar de la jurisdicción del Kordofán dichos montes dependientes de ella, y constituir una nueva provincia, llamada de Dar-Nuba, que se extienda desde Birkat el-Koli, a 12° de lat. Norte, hasta el Bahar-el-Arab y el Bahar-el-Ghazal, y esté dirigida por un mudir o gobernador europeo. Tengo también la esperanza de que la buena voluntad de S. A. el Jedive y la sabiduría de sus ministros produzca dentro de no mucho la concesión del permiso para un ferrocarril que una el mar Rojo y el Nilo en Jartum, habiendo quien se hace cargo de la financiación de la empresa. Rauf Bajá es un entusiasta de la misma y sabe explicar sabiamente las ventajas materiales que se derivarán de ella para Sudán y Egipto, y mucho más las morales, entre las que no figura en último lugar el axioma: «ferrocarril en Sudán, igual a abolición definitiva de la esclavitud».
Aparte de otros trabajos, hemos preparado con indecible esfuerzo un diccionario –que pronto publicaré– de más de tres mil palabras de la interesante lengua de Dar-Nuba, la cual es totalmente desconocida para la ciencia. Sólo quien tiene experiencia de ello, por haberlo intentado, puede comprender las enormes dificultades de hacerse con una lengua, de la que nada se conoce, de labios de los indígenas, entre los que hay alguno que sabe un poco de árabe, pero muy mal. Yo lo viví en 1858-59 cuando encontrándome en la tribu de los Kich con D. Beltrame y con D. Melotto (q.e.p.d.) en la Estación de Santa Cruz, al frente de la cual estaba el muy sabio tirolés D. José Lanz (que murió en Jartum en 1860), juntos logramos componer con enorme trabajo y estudio un diccionario, una gramática, y un no breve tratado de Religión en la lengua de los Denka, que luego (habiendo mandado nosotros los manuscritos a Bressanone) fueron publicados por el docto Profesor Mitterrutzner, y más tarde por el excelente D. Beltrame.
Dentro de poco publicaré un importante volumen manuscrito de D. José Lanz, con quien D. Beltrame y yo vivimos más de un año en la tribu de los Kich y estudiamos juntos el denka. El libro en cuestión, que encontré en esta biblioteca, consiste en un largo catecismo, bastantes discursos en denka dirigidos a aquellas gentes, y otro trabajo que hicimos juntos en esa misma lengua, y que puede servir de ayuda a los misioneros que sin mucha tardanza destinaré a aquellos pueblos, donde pretendo fundar nuevas misiones, estableciendo misioneros, Hermanas y artesanos laicos. Cuando fundé la estación de Delen en Dar-Nuba, todos los nativos, hombres y mujeres, seguían la moda de Adán y Eva. Nosotros introdujimos –especialmente mis buenos misioneros D. Luis Bonomi, de Verona, el Superior, y D. Juan Losi, de Piacenza, que tiene el principal mérito del diccionario nuba– la costumbre de comprarles nosotros lo necesario para comer con pedazos de tela; así, en la visita que ahora he hecho por esos países, encontré que una parte de la población en Dordor va vestida estando fuera de sus cabañas. Sin embargo no hay en Dar-Nuba ningún jefe indígena, ni hombres, ni mujeres, que vayan vestidos, sino todos literalmente desnudos.
Me alegro mucho del feliz resultado del inmenso viaje, único en esa dirección, en una parte, que han realizado el Dr. Matteucci y Massari, los cuales llegaron a Guinea, y ahora estarán ya de vuelta en Italia. Esto redunda en gran honor, después de los descalabros sufridos con la expedición de Antinori y con el desdichado Giulietti.
Dispongan de mí V. E. y esa ilustre Sociedad, en aquello que pueda resultar verdaderamente útil para la ciencia y la auténtica civilización en Africa Central, porque la divisa de mi ardua y laboriosa obra, que con tantos sudores he fundado, es: Religión católica y Civilización cristiana, como puede ver por un opúsculo que redacté en ocho días en Sestri Levante. Dicho opúsculo, que hice publicar en Verona antes de abandonar Europa el pasado septiembre, sin haber podido supervisar la impresión (contiene errores tipográficos), lleva por título: Cuadro histórico de los descubrimientos en Africa, y me permito mandárselo a V. E.
Además de este opúsculo, le mando otro en alemán, que he publicado en Viena, y que comprende una breve reseña sobre la historia del Vicariato Apostólico de Africa Central, desde su fundación hasta mi nombramiento como primer Obispo y Vicario Aplico. de Africa Central en 1877. Junto con estos dos opúsculos le mando un tercero y el n.° 25 de los Anales del Buen Pastor, que fundé en Verona, en el cual hay una carta de S. E. Rauf Bajá. En ella me encarga estudiar la cuestión de la esclavitud en Dar-Nuba y proponerle los oportunos remedios; algo que he llevado a cabo al pie de la letra, y con utilidad, puesto que el Gobernador General ha adoptado mis propuestas, como verá por el breve informe que le enviaré cuando lo haga, si es que recobro las fuerzas.
Desearía que a fin de poder yo mandar a V. E. relaciones para su posible aparición en las publicaciones de esa ilustre Sociedad con el debido conocimiento de las mismas, se dignase hacerme enviar a Jartum, mi residencia provincial, el boletín de la Sociedad, de lo que le quedaría muy agradecido.
Me honro en declararme con el más profundo respeto
De V. E. devotmo. y verdadero servidor
† Daniel Comboni Obispo
N. 1116; (1070) – TO HIS FATHER
AFC
Khartoum, 6 September 1881
Dearest Father,
Anoche, a las tres, celebré misa en mi salón (no durmiendo casi nada). Como por la mañana no tengo fuerzas ni para decirla ni para oírla, la digo después de medianoche, en que sí tengo fuerzas, en mis habitaciones. Y la de anoche la hice por ti, para celebrar los 78 años desde que viniste al mundo a armar líos y a servir de intriga a los demás.
He rezado para que Dios te santifique, y te dé muchas gracias espirituales que aseguren el gran negocio de tu alma.
No he rezado ninguna oración para que te prolongue los años, porque eso es demasiado terreno y mundano, aunque yo tendría un inmenso gozo en que vivieses hasta los cien años, si ello contribuyese a aumentarte la gracia y los méritos.
Si no es por esto, ¿para qué sirve este cochino mundo?
Sin embargo rezo mucho por la prolongación de la vida a quien vive mal lejos de la gracia de Dios, para que Dios le conceda tiempo de penitencia, al menos cuando el mundo está cansado de él, y no sabe qué hacer.
Ruego por nuestros parientes, porque tienen familia, etc.; pero ni por ti ni por mí me molesto una pizca en rogar respecto a la vida.
Debemos pedir, en cambio, el salvar muchas almas, y el ir al cielo no solos, sino con una gran multitud de convertidos.
Hace más de dos semanas se marchó D. Vicente Marzano, y con él Domingo, mi camarero, que antes fue a ver a las Hermanas y a la Superiora, y llorando les dijo: Por caridad, les encomiendo a Monseñor; el pobrecito no tiene nadie que le cuide, etc., etc., etc.
Si he de decirte la pura verdad, después de la marcha de Domingo he tomado como camarero a José, ese toscano alto, etc., al que conociste en Verona, y que me vino de Piacenza, aunque es de Toscana. Se trata de un hombre excelente que vale cien veces más que Domingo, porque además de servirme diez veces mejor, y con mayor habilidad que él, no me fastidia con chácharas y tonterías como solía Domingo, sino que trabaja, se mueve, hace, y calla; y es un modelo de gentileza, y me tiene cariño y respeto, etc.: en suma, un sirviente digno de un obispo.
Encima éste no bebe. Mientras que Domingo, bebiendo a escondidas, diciendo un montón de mentiras, etc., era para mí una deshonra; hasta el punto de haberme avergonzado de él varias veces en Verona, en Roma y en Africa.
¡Pues anda que no estoy ahora contento! Y más contentos aún todos los misioneros y Hermanas. Pero a Domingo lo he mandado a Europa con toda simpatía y amabilidad, porque con su lengua larga y su desvergüenza, habría podido perjudicar en Roma a algún misionero, y especialmente a D. Luis, quien se opuso a que viniese a Gebel Nuba, porque se necesitaban dos criados sólo para Domingo. Ahora, en Roma está en plena paz conmigo y con todos, y quiere escribirte e ir a verte (no tiene dinero, por lo que no irá), y mira todo lo que me pertenece como si fuera suyo.
Pero yo agradezco al Cielo que se haya ido. José, en cambio, no sólo no me ha dado ni una sola vez motivo de enfado, sino que incluso suscita mi respeto al verlo tan gentil, atento y modesto. Además José se presta a servir a todos aquí, por lo que todos los misioneros están entusiasmados con él.
Da mis saludos a nuestros parientes que seguramente irán en octubre de Milán y Suiza a Limone. Recuerdos también a Pedro y su mujer, a los de Riva, a Teresa y Faustino, etc.
Tu afmo. hijo † Daniel Obispo
P.S. Domingo se fue creyendo que yo me quedaba desolado a causa de su marcha.
N° 1117; (1071) - TO FR GIUSEPPE SEMBIANTI
ACR, A, c. 15/134
N. 35
Khartoum, 6 September 1881
My dear Father,
En su carta del 11 de junio, la n.° 30, usted me escribía: «No quiero terminar esta carta sin expresar a V. E. Rma. un temor que abrigo, y es el de que las Hermanas de Africa puedan ser sometidas a una presión tan penosa como injustificada para que muestren voluntad de tener a Virginia en el Vicariato. Yo no sé nada; pero el pasado me hace temer el futuro, y podría ocurrir que tuviéramos unas víctimas enmudecidas», etc.
Como es algo completamente ajeno a la verdad que en el pasado yo haya presionado a ninguna Hermana o Superiora de las Pías Madres de la Nigricia (y ésta es una de tantas aseveraciones falsas que se encuentran en las cartas que usted me escribe desde hace tres meses en relación con la pobre y desventurada Virginia), y dado que estando en Africa no puedo llamar a su presencia a esas Hermanas de Verona sobre las que usted afirma que yo he hecho presión, para darle a conocer la verdad de cuanto se refiere a las Hermanas de Africa (porque por el bien de la Obra me interesa que entre usted y yo haya la más sincera, franca y veraz estima recíproca, para que se puedan obtener más fácilmente los objetivos por los que trabajamos), desde el momento en que recibí su carta en el Kordofán decidí mandar a Verona a Sor Teresa Grigolini, a fin de que, puesta bajo su influencia, tenga usted oportunidad de sonsacarle, y de persuadirse de que jamás he hecho presión alguna, porque yo soy el más interesado en que las cosas vayan bien, y de que las Hermanas no sean víctimas de nadie, y menos de mí, que soy su primer padre y maestro y su fundador. Además he elegido a esta santa Hermana, que sin duda es el primer y más perfecto modelo de la verdadera Hermana hija de la caridad para los necesitados de Africa Central, porque ahora se encuentra reducida a la mitad de lo que era, y necesita un poco de descanso; y ha recaído en ella mi elección, aunque me supone el mayor de los sacrificios, también porque al decir de los misioneros que la conocen y de Sor Victoria, que la admira, constituye el más fuerte apoyo de Africa Central, además de mi alivio y mi consuelo, porque es un alma toda de Dios.
Luego, cuando leí en su carta n.° 35, del 24 de julio: «Hay que señalar que la Madre (de Verona) no tiene ya ni la energía ni la capacidad de resistencia de antes; necesita la ayuda de alguien que la sustituya en algunas funciones, etc., etc», me reafirmé todavía más en mi decisión; y ya he escrito al Kordofán, a la M. Grigolini, diciéndole que se prepare para venir a Jartum después del jarif, y ordenándole que avise en mi nombre a la que debe reemplazarla. En su viaje hasta El Cairo haré que vaya debidamente acompañada, y no tendrá problemas. Estoy seguro de que su ida a Verona por algunos meses hará bien a la Obra, al Instituto, y sobre todo a la Superiora, que durante ese tiempo podrá tomarse un descanso total, ir a la cura de aguas, etc. Llegará a Italia en la próxima primavera.
Al leer después en la carta de S. Em.a a Sor Victoria que ella pidió sumisamente la venida de Virginia por presión ajena (o sea, mía), entonces decidí mandar a la Madre Grigolini también a Roma, a dar cuenta a Propaganda del apostolado de las Pías Madres de la Nigricia, para que se sepa allí cómo son las cosas en Africa Central, y dar una respuesta inequívoca al Cardenal Simeoni sobre si yo hago presión sobre las Hermanas, en caso de que el Card. de Canossa hubiese dicho a Propaganda que yo las presiono y las convierto en víctimas.
Por otra parte, me interesa mandar a la M. Grigolini a El Cairo para que decida sobre la vocación de una postulante nacida en Egipto, y que nos ha sido ofrecida (!) por las Hermanas Franciscanas (!), así como para que examine el estado de salud de nuestras Hermanas de allí y vea a quién puedo hacer venir a Africa Central.
Brown me ha escrito desde Malta diciéndome que antes de abandonar él Roma preparó y apartó 400 libras esterlinas (10.000 francos), que yo le había pedido, para que me las entregase su hijo, y que no es culpa suya (del viejo) si su hijo, el Cab. José Brown, no me las ha dado. Y que además le encargó que me entregase a mí o a mis encargados un magnífico anillo de Pío IX con la autenticación de Mons. Ricci (certificado que yo he visto, así como el anillo, que Brown valoraba en 20.000 francos); pero no me lo ha entregado. Le incluyo aquí el billete que Brown ha escrito a su hijo, a Roma, y la carta que me ha dirigido a mí; y le rogaría a usted que tuviese la bondad de aconsejarse con el Dr. Cde. Teod. Ravignani, para ver si pudiese demandar a José Brown por retener lo que se me debe.
A tal objeto escribo al viejo Brown en italiano, porque lo entiende usted y lo entiende también Brown, invitándole a hacerme una declaración legal del modo que le indique el P. Sembianti, mi apoderado, y a mandársela a usted directamente de Malta. Para que le ayude en Roma, o para los asuntos en inglés, o bien para hacer hablar a Brown hijo, recurra a Mons. Antonio Grasselli, Arzpo. de Colossi i.p.i. y Secretario de la S Congr. de la Visita Aplica., que vive en el Colegio Griego, en Via Babbuino, de Roma, y que conoce bien a S. Em.a, al igual que a todos los Brown, y para el cual le adjunto un billete.
He aquí la traducción del billete que Brown padre escribe a Roma, al hijo, desde Malta.
Anexo I
(del inglés:) «Malta, 22 de julio de 1881
Sr. José Brown Junior,
131 Via Rasella, Roma
Como me parece que no has pagado a Mons. Comboni el dinero que preparé y destiné para él antes de marcharme de Roma, te pido que le des a él, o a quien él designe, el anillo precioso [de gran valor] de Pío IX con los documentos de autenticidad que te dejé, o el equivalente en efectivo, si es que lo has vendido.
H. G. Brown»
El mismo viejo Brown me escribió luego una larga carta, Anexo II, de la que extraigo los siguientes fragmentos:
42 Cathedral Street
Sliema - Malta
22 de julio de 1881
«¡Usted me acusa de premeditación! Pues yo le puedo probar que días antes de dejar Roma yo preparé y aparté para usted las 400 libras esterlinas que me había pedido, y estaban a su disposición, etc...... Esto, en cuanto a la premeditación (!!!) de que me culpa. Estoy enormemente sorprendido de que José haya podido decirle que las 400 libras se las reservé en Nápoles, cuando él sabía bien que yo había actuado inmediatamente después de recibir su aviso... [en realidad falló en muchas cosas, etc., y me ha tratado indignamente]. José [el hijo] ha sido nuestra ruina, etc., etc...
El anillo de gran valor de Pío IX, que siempre esperé que usted lograría vender [me había encargado de ello, pero no encontré quien lo comprase; y no me dejó el anillo, sino sólo un anuncio impreso], tenía un valor intrínseco de 2.000 fr.; pero con el documento de autenticidad que lo acompañaba, podían pagarse por él 20.000, y se dijo que incluso más de veinte mil liras. Siempre le he tenido destinado este anillo, y ahora le adjunto una orden de entrega con ese fin, aunque me temo que no conseguirá recuperarlo de él».
Reflexione sobre esto, y aconséjese con Ravignani para arrancar también el anillo a ese ladrón (así tengo derecho a llamar al Cab. Brown hijo en Roma, por todo lo que me cuenta en esta carta su pobre padre, al que escribiré en mejores términos de ahora en adelante).
Aparte de Mons. Grasselli (que para el inglés, etc. le puede servir), recurra si es preciso a quien di poderes para recuperar el saldo a mi favor que yo tenía con Brown y sólo sacó el 5% de los 13.000 francos que encontraron anotados en los libros del viejo; esto es, el Cab. Luis Pelagallo, persona excelentísima que vive en Roma, en 9 Via Capo le Case, 4.° piso.
Pero el viejo me escribe además en la misma carta que en agosto no recibió de mí ningún dinero en depósito. Realmente yo se lo mandé a él; pero en agosto se trató siempre con el hijo, también para la expedición, etc. Sin embargo, veo por mis libros y recuerdo con certeza que en agosto hice ese envío a Brown, a Roma (quizá lo recibió el hijo y no dijo nada al padre).
Desde Viena, el 7 de agosto de 1880, mandé a Brown una letra de Lyón (Vve. Guerin et Fils à Lyon, Compte n.° 335, Mandat 393) de 12.000 francos oro. La mandé; pero, como digo, el trato era entonces con el hijo, el cual me escribió con referencia a la orden que se había dado de mandar 5.000 francos a Giulianelli, diciéndome que como no sabía si este nombre era con G o con J., no había podido expedir la letra (ladrón). En suma, yo le mando todo a usted, y estoy seguro de que algo saldrá para los Institutos de Verona. ¡Ah, el anillo de Pío IX! A mí me queda pequeño; pero los príncipes lo pagarían muy bien.
Quería enviar a S. Em.a las cinco grandes hojas que son la continuación de las cuatro que le remití desde El-Obeid en contestación y justificación con respecto a su carta del 26 y 27 del pasado mayo, de Verona y Monteforte; pero ahora que el Emmo. ha dado parte al Card. Simeoni, ya no vale la pena mandarlas a Verona, donde sin duda se me escucharía tanto como he sido escuchado hasta ahora, o sea, nada. Por eso las retengo con intención de utilizarlas para Roma, si el Emmo. Simeoni me escribe sobre la cuestión.
Es algo total y absolutamente contrario a la verdad que el Arcipreste de Sestri me haya hablado claro sobre la vocación de Virginia, y le he escrito inmediatamente pidiéndole que me explique lo que pretende haberme dicho. Nunca me habló de Virginia ni bien ni mal, y en Sestri no se trataba de vocación. Allí el problema era su hermana, que dio muchos disgustos a Virginia y se escapó a veces del convento, por lo que Virginia tuvo que correr detrás de ella. Aprovechando este correo, voy a escribir de nuevo a ese Arcipreste, diciéndole que es mentira que él me haya hablado de Virginia, y mucho menos de vocación.
Termino esta carta con una anécdota del gran Pío, en la que yo participé en Roma.
En 1864, encontrándome en Roma después de la Beatificación de Alacoque, el Emmo. Barnabò (d.s.m.) me encargó ir al Colegio de Catecúmenos (donde fue preparado Bescir) a buscar a un joven de Damasco convertido del islamismo (hoy es un rico lord que vive en Londres), el cual había recibido ya el bautismo, para presentarlo al Papa Pío IX. Voy a los Catecúmenos y encuentro también allí a aquel pobre zapaterito judío de 10 años, que había recibido el bautismo con el de Damasco. El Rector del Colegio y yo entramos con los dos afortunados conversos en el coche de Mons. Jacobini, que entonces era el prelado jefe de los Catecúmenos y hoy es Card. Secretario de Estado de León XIII, y fuimos a ver al Papa. Volvimos, y Mons. Jacobini me condujo a Propaganda, donde debía informar al Emmo. Card. Prefecto. En esta circunstancia conocí bien al zapaterito del gueto, mucho más tosco y menos educado que nuestros zapateros de pueblo, pero feliz por haberse hecho cristiano.
El domingo siguiente, en octubre, me encontraba yo de invitado en una comida que daba el Conde de Sartiges, Embajador de Francia ante la Santa Sede, en compañía del Barón Visconti, Comisario de las Antigüedades, y de Mons. Place, entonces Auditor de la S. Rota Romana, luego Obispo de Marsella y hoy Arzpo. de Rennes. El Embajador nos contó que por encargo del Emperador Napoleón iii él había estado el día anterior visitando a Pío IX para comunicarle la voluntad del Emperador de que Su Santidad entregase el zapaterito bautizado a sus padres judíos, y que el Papa había contestado con un no rotundo y decisivo. «¡Qué locura –exclamó el Conde de Sartiges–, qué estupidez, qué cerrazón por parte del Papa, el negar al Emperador tan pequeña cosa! ¡Un zapatero! ¡Puro fanatismo! ¡Esto es demasiado! ¡Negar al Emperador de los franceses semejante insignificancia! No puede ser: esto no es política», etc.
Después de que el Commendador Visconti y Mons. Place hubieron hablado y respondido para justificar al Papa, el Embajador se dirigió hacia mí y me dijo: «Et Vous, mon cher Abbé, que pensez-vous? Vous n’auriez pas fait ainsi». «Le pido perdón, mi querido Embajador –respondí–, pero ¿no ve que el Papa es un perfecto imitador de Jesucristo, que habría derramado toda su sangre por una sola alma? ¿No ve el estupendo espectáculo de un Papa que da al mundo una espléndida lección de lo que cuesta un alma, por la que murió el divino Redentor? A mí, en cambio, me parece distinguir en este acto sublime del Sumo Pontífice la hermosura de nuestra Santa Fe. Sí; que la más grande autoridad de la tierra niegue al más poderoso emperador del mundo algo como la entrega a un zapatero judío de su pobre hijo convertido, es un espectáculo verdaderamente sublime y digno de la admiración del universo. Este sorprendente coraje de Pío IX al rechazar la petición de Napoleón III de entregar un zapaterito muestra la grandeza de ánimo, el celo apostólico y la caridad sobrehumana del Papa más grande de la edad moderna, al cual yo admiro, y hace verdaderamente sublime a Pío IX».
«¡Oh!, es usted un poeta, mi querido amigo», me dijo sonriendo el Embajador; y los otros aplaudieron mi respuesta.
Puede deducir de esto, mi querido Rector, que, en Roma, Virginia, aunque infeliz e insignificante, hallará mayor caridad que la que ha encontrado en ciertos lugares del mundo.
Ruegue por mí, mientras le bendigo de corazón, así como a los Institutos.
Suyo afmo. † Daniel Obispo
N. 1118; (1072) TO FR GIUSEPPE SEMBIANTI
ACR, A, c. 15/35
N.36
Khartoum, 10/9/1881
My dear Father,
Lea primero la carta que escribo a D. Rolleri, y así me ahorro el darle explicaciones sobre los motivos por los que he dejado que D. Rolleri vaya a Europa. Esto es en respuesta a lo que usted me decía de que podía retenerlo en Jartum (sobre Rolleri y sobre su salud no puedo hacer cálculos positivos) como administrador.
Le mando diversas cartas de Sestri, más el anuncio de Brown relativo al anillo de Pío IX, que él me encargó vender (sólo con la propaganda, sin entregarme el anillo) a algún príncipe; pero yo no tuve tiempo en Viena de mostrarlo a nadie.
Las cartas son tanto de Properzi, testigo de las promesas de Tagliaferro, como de Tagliaferro mismo. Quédese con los 6.300 fr. de París. Se va el correo. Hasta el próximo.
He recibido la magnífica colcha de Virginia, que tardó 32 días en ser traída desde Berber a Jartum. Las Hermanas han quedado encantadas, y dijeron que la colcha era digna de ser regalada al gran Bajá.
Bendigo a todos/as.
Suyo afmo. † Dan. Obispo.
N. 1119; (1073) – TO FR FRANCESCO GIULIANELLI
ACR, A, c, 15/32
Khartoum, 13 September 1881
My Dear Fr Francesco,
Le repito lo que le dije en mi última, n.° 1, del 6 del corriente: que le he nombrado procurador general con plena libertad de hacer y deshacer con los fondos confiados a su conciencia, de comprar cuando lo crea necesario en bien de la obra, etc., recomendándole la más concienzuda economía.
He recibido las suyas del 10, 15 y 22 de agosto con las cuentas del mes de julio en toda regla.
Poco a poco le iré mandando nota de todos los ingresos habidos en el presente año, y que no han pasado por sus manos, para que haga los correspondientes apuntes en el libro de la administración general.
A partir de ahora, y para lo que queda de año, no mande más dinero al P. Sembianti, porque con el que hay en su poder y el que recibirá, tiene suficiente para los Institutos de Verona durante todo el corriente año.
El dinero que usted reciba, una vez atendidas las estrictas necesidades de El Cairo, guárdelo en espera de mis órdenes y para lo que yo le diga. Téngalo a mi disposición.
Cada tres meses me dará cuenta de la administración general.
Además, cada mes continuará mandándome el informe mensual de ingresos y gastos.
Al escribirme, por razón de orden, ponga siempre al principio el número de referencia, como yo he empezado a hacer con usted, y como hace siempre Propaganda.
Espero que haya mandado a su casa a Domingo Donizzoni, y que Domingo Polinari acepte ir al Kordofán. Jartum lo tenemos cubierto. Infórmeme siempre de la conducta de los seglares y de todos sus subordinados.
Hace mucho tiempo que vengo insistiendo ante el Gobierno de Jartum para recibir el dinero del copto católico Armenios, del que parece reconocer al menos 47.000 piastras obtenidas con la venta de sus mercancías en el Nilo Blanco; pero hasta ahora no he conseguido que se me entregue nada. Salude de mi parte al Delegado Apostólico de los coptos, Abuna Marcos. Cuando vea al nuevo Delegado Aplico., Mons. Anacleto de S. Felice, preséntele mis respetos y póngame a su disposición.
[Sigue una nota administrativa]
He recibido las sales de quinina, etc.
Le informaré de otras cantidades, recibidas en Verona y mandadas al Vicariato, etc., etc. Saludos al P. Pedro, al P. Germán, etc.
Bendigo a todos/as.
Suyo afmo.
† Daniel Obispo y Vic. Aplico.
El 1 de enero de 1881 es la fecha a partir de la cual debe usted efectuar los apuntes de la administración general.
N.1120; (1074) – TO FR GIUSEPPE SEMBIANTI
ACR, A, c. 15/136
J.M.J…………..N.37
Khartoum, 13 September 1881
My dear Rector,
Con mi carta n.° 36 le mandé algunas cartas de D. Tagliaferro y de D. Properzi, que fue el intermediario. Don Properzi, que es un hombre de extraordinario talento y penetración previó todo lo que iba a suceder; o sea, que Tagliaferro no es capaz de un acto de generosidad, y que nunca me donaría (como nos había prometido a usted y a mí) su propiedad de Sestri. Properzi es abogado, y es agudo, etc. Yo le dije que le lograría sacar el convento, esperando luego ser la causa y ocasión de beneficiar espiritualmente a Tagliaferro, haciendo que volviese a estar en gracia de Dios, pues dicen que hace años y años que no se confiesa, y que es usurero, etc. ¡Dios mío! ¡Y fue religioso! Corruptio optimi pessima. Si Properzi se le ofrece (mantenga siempre cierta reserva hacia él, porque precisamente por el asunto de Tagliaferro, que él me propuso e inició, y por otras causas, dejé de hablarle), usted no se niegue definitivamente, sino dígale que si quiere hacer, que haga. Properzi es un hombre de gran corazón, que se vendería a sí mismo por los demás; un hombre lleno de virtudes y defectos. Es napolitano.
Yo escribí a Tagliaferro secamente, diciéndole que me ha engañado; que usted no podía por menos de retirar a las Hermanas, porque tenerlas en Sestri era un daño para el Instituto; y que un hombre –le dije– que se hace pagar los muebles, unas camas miserables, etc., difícilmente podía hacer la cacareada donación. Usted no pague tales cosas: contéstele que sobre esto no le he dado instrucciones de ninguna clase, y que se las entienda conmigo. Por lo demás, no veo que haya motivo de temor: el acuerdo no tiene valor, y no teniendo valor, nosotros no podíamos presentarlo al gobierno. En cuanto al alquiler que pretendería cobrar, se debe decir que él nos dio gratis (es verdad) el alojamiento, etc.
A Rolleri no le debo ni un céntimo. El depósito de 2.200 liras que le hizo a usted el pasado noviembre, se lo cobró en Jartum del dinero que le di como administrador para el viaje de El Cairo a Jartum.
Hace diez días leí en la Gaceta de Gratz que S. M. la Emperatriz María Ana de Praga ha enviado a Mons. Comboni 500 florines (pocos); yo le escribí (a Mons. Gaspardis) rogándole que mandase la limosna a Verona. ¡Regla general!: tanto los 6.300 francos de la Santa Infancia de París, como estos 500 florines y otros que le llegarán, etc., quédeselos usted para las necesidades de Verona; sólo le repito si yo tuviese extrema necesidad de tirar de los fondos de Verona para el Vicariato, lo haré, escribiéndole que mande a El Cairo, etc. la cantidad de que se trate. ¡Confianza en Diós!, que es tan rara incluso en las almas más pías, porque se conoce y se ama poco a Dios y a J. C. Si se conociese y amase de verdad a J. C., se movería montañas; y la poca confianza en Dios (así me lo dice una larga experiencia, y así pensaba el Emmo. Barnabò) es común a casi todas las almas buenas, incluidas las de mucha oración, las cuales tienen mucha confianza en Dios de labios para afuera, pero poca o ninguna cuando Dios los pone a prueba, o si alguna vez hace que les falte algo que quieren.
Esto lo he podido ver yo mismo en frailes, en Jesuitas, en Cartujos y en buenísimos sacerdotes. Yo no creía que así fuese, pero es así. Se lo digo para advertirle que tenga firme y decidida confianza en Dios, en la Virgen y en San José. Me ha impresionado la queja que me dirigió en una carta cuando supo que del envío de Lyón sólo le he asignado 6.000 francos. Modicae fidei, quare dubitasti? Quienes tienen verdadera fe y confianza en el de arriba, más que usted y que yo, y más que los santos que comen en Europa (o al menos que gran número de ellos) son Sor Teresa Grigolini, Sor Victoria Paganini y Sor Mª Josefa Scandola, más algunos de mis misioneros, Nöcker, el santo Párroco Presidente de nuestra Sociedad de Colonia, y otra mucha gente que conozco en el mundo. Conque a rezar y a confiar; pero a rezar no con palabras, sino con el fuego de la fe y de la caridad. Así se implantó la Obra africana, y así fueron implantadas la Religión y todas las misiones del mundo.
No tuve tiempo de informarle a usted sobre Domingo Polinari. El único que se muestra favorable a él en Africa soy yo, porque, aunque loco, es de buenas costumbres y gran trabajador, y porque es el más antiguo de los de la nueva fase del Vicariato; es decir, desde que el Vicariato me fue confiado a mí y al Instituto de Verona. Pero D. Bouchard, el Cónsul, los misioneros y las Hermanas (con mil razones para ello) no quieren ni oírlo nombrar. ¿Por qué desea presentarme a mí la administración del huerto? Su deber era dar cuenta de ella al Superior local, D. Luis, y obedecerle a él. Sin embargo vendía fuera y no llevaba nada a casa, y D. Luis nunca vio un céntimo. Ahora, en cambio, además de abastecer la casa, que está provista de todo lo que hay en el huerto, cada día se entrega al Superior uno y hasta dos táleros de limones, y cuando hay otros frutos, etc., entra más. Ahora, aparte de 400 táleros de dátiles, hay para vender okalib, caña de azúcar, etc., y todo entra en la misión. Con Domingo Polinari, la misión no vio nunca un céntino, y él no quiso dar cuentas a nadie: ¿y ahora quiere llevarme la administración? Está loco. Don Giulianelli me telegrafió desde El Cairo advirtiéndome que Polinari no quiere quedarse allí: «O va a Sudán, o se marcha». Así que rogué a D. Fraccaro que lo recibiese en el Kordofán, y él aceptó. Entonces, con otro telegrama, respondí a Giulianelli que para Jartum tengo destinado a Bautista (pero subordinado al negro Lonardo, el capataz del huerto, al que despidió Polinari sin decir nada al Superior, cuando llevaba en el huerto veintidós años), y para el Kordofán a Polinari.
No sé aún qué habrá decidido Domingo tras ese telegrama de respuesta. Entre todos, sólo a mí me agrada que venga. Escribiré a Trieste, al Barón de Bruck, a quien conozco bien: es hijo de aquel que era Ministro de Finanzas del Imperio austríaco, y que, me dicen, se suicidó. Yo tenía mucho trato con él, y fue en Viena, en el Ministerio de Finanzas, donde conocí al joven Barón de Trieste.
No logro todavía que aparezca el recibo de las 1.299,50 liras que pagué a Tagliaferro en noviembre, pero quizá lo encontraré.
D. Francisco Pimazzoni, que habiendo mejorado un poco se paseaba ya (quizá demasiado) por el jardín, ha recaído, y ahora no sé qué decir. Será una gran cruz si pierdo a este querido misionero.
¡Pobre Matteucci! Fue desde el mar Rojo hasta el Atlántico en un viaje nunca hecho por nadie, y que lo coloca al nivel de Stanley, etc., y ha muerto en Londres, como Gessi Bajá en Suez, en el momento de recoger los laureles del triunfo. ¡Qué vida esta! Porro unum est necesarium. El alma, los intereses de la gloria de Dios, y salvar almas. Muchos saludos al Emmo., al P. Vignola, a Bacilieri, a Ravignani y a D. Luciano. Bendigo a todos/as.
† Daniel Obispo
Con ésta le mando cartas de Tagliaferro y Properzi. Sería una gran alegría para mí poder recuperar de Brown el anillo de Pío IX.
[Arriba en la pág. 1] ¡Oh!, quedaría muy agradecido a Dios si me hiciese recuperar el anillo de Pío IX, del que sin duda sacaría veinte mil francos en París o en otra parte.
Usted haga todo lo posible, y mande rezar a San José ad hoc.
[Al margen, en págs. 1 y 3] Todas las Hermanas de aquí, especialmente Sor Victoria, Sor Mª Josefa, las piamontesas, etc. hacen elogios de la pequeña Elvira de Astori, cuya proveniencia se ignora, y dicen Sor Victoria y Sor Mª J. Scandola que estarían muy contentas de tenerla con ellas una vez profesa.