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Nº Escrito
Destinatario
Señal (*)
Remitente
Fecha
1001
Fr. Nazzareno Mazzolini
0
1880

N. 1001; (959) – TO FR NAZZARENO MAZZOLINI

ASC

1880

Autograph on a picture.

1002
Erminia Comboni
0
1880

N. 1002; (960) – TO ERMINIA COMBONI

AFC

1880

Brief Note.

1003
Note
0
1880

N. 1003 (961) – NOTE

ACR, A, c. 20/21 n. 3

1880

1004
Historical Outline of African Disc.
0
Verona
1880

N. 1004; (962) – HISTORICAL OUTLINE OF THE AFRICAN DISCOVERIES

ACR, A, c. 18/13

Verona, 1880


REPORT OF MGR DANIEL COMBONI TO THE RECTOR OF THE AFRICAN INSTITUTES IN VERONA

[6214]

Fe católica y Civilización cristiana en Africa Central, he aquí el sublime apostolado de la gran Obra de la Redención de la Nigricia. Bajo este sagrado y glorioso estandarte nosotros militamos, bendecidos por el Vicario de Cristo y por la Santa Sede Apostólica. Fe y Civilización nunca estuvieron reñidas; y a pesar de lo que diga la terrena filosofía, de lo que piensen los adoradores de los sentidos y de la materia, o de lo que vaya insinuando la soberbia incredulidad, queda siempre el hecho de que Fe y Civilización marchan juntas de la mano: nunca puede ir la una sin la otra. Por lo cual la Fe católica, con la predicación de sus dogmas, de sus máximas, de sus enseñanzas y de su moral divina, lleva siempre consigo, genera y produce la verdadera civilización cristiana; y ésta a su vez, aceptada y seguida por los pueblos infieles, mediante un irresistible impulso es llevada empujada necesariamente a abrazarse, como a su centro, a la auténtica fe, en la que reconoce su inseparable amiga, su maestra, su madre.


[6215]

Por eso en nuestros Anales trataremos de dar a conocer a nuestros queridos bienhechores, junto con las fatigas, las obras y los éxitos del apostolado de los misioneros y Hermanas de nuestros Institutos Africanos de Verona, también los progresos materiales por ellos promovidos, los descubrimientos, los trabajos científicos y los resultados de la verdadera civilización cristiana en Africa Central. Con ello pretendemos glorificar a Cristo, que es el único principio de redención y de vida, la verdadera fuente de civilización y de salvación de los pueblos infieles, el inamovible fundamento de la auténtica grandeza y prosperidad de las naciones civilizadas del mundo.

No pocos de nuestros lectores, incluso suficientemente instruidos y cultos, ignoran las cosas relativas a Africa: su geografía, su historia, sus costumbres, sus pueblos. Así, careciendo de una idea exacta y precisa del campo de nuestras fatigas apostólicas, no pueden formarse un justo criterio y juicio sobre la importancia, las dificultades y peculiaridades de nuestras santas Misiones.


[6216]

Es preciso, pues, que informemos con exactitud sobre el terreno, erizado de tantas espinas, en el que sudamos y trabajamos; es necesario que demos a conocer bien Africa, y especialmente la parte central. Razón por la cual de ahora en adelante hablaremos a veces de Africa, considerada desde el punto de vista histórico, físico y social; y en el presente número empezaremos por ofrecer a nuestros queridos suscriptores una breve noticia sobre la historia de los descubrimientos en Africa. Dada su gran importancia, aparecerá radiante el sublime espectáculo del movimiento religioso y científico al que asistimos, y que atrae todas las miradas de la Europa cristiana hacia Africa Central.


[6217]

Los avances científicos y los descubrimientos geográficos determinaron el paso desde la Edad Media a la Moderna, y registraron en el curso de cuatro siglos tan continuado incremento que la mente considera maravillada los cambios ya operados y los que están por ocurrir en la familia humana. el genio griego no podía aspirar a más luminoso triunfo. Este progreso –casi violento, diría–, que es fruto, como el de la industria, de la división del trabajo y de la asociación en él, no movería a maravilla, sino a espanto, si sólo estuviese dirigido a aumentar las comodidades de la vida para llevar a la humanidad a un materialismo mezquino. Pero si hemos de creer que los hallazgos científicos y el inmenso ámbito ocupado por las ciencias positivas, más que para oprimir a los pueblos servirán para promover su progreso moral, nadie duda de que este bien se obtiene principalmente con el incremento de nuestros conocimientos acerca de la tierra y de sus habitantes.


[6218]

La Geografía, que tiene su origen y desarrollo en las emigraciones y en el establecimiento de colonias, en el espíritu religioso y en la sed de conquistas, así como en los viajes científicos por tierra y mar, pide y suministra un gran número de datos a las ciencias positivas y a las morales; tiene un carácter vario, como los elementos que la constituyen, y los descubrimientos realizados en su campo son de una importancia no sólo científica, sino también política y religiosa.


[6219]

Razón por la cual, en las capitales de los principales Estados de Europa y de América, vemos surgir sociedades geográficas protegidas por los Gobiernos, así como Academias, publicaciones e instituciones de todo género, surgidas al socaire de los progresos científicos, en las que el erudito resuelve a veces cuestiones que más tarde confirma el ojo del viajero. Y entretanto vemos las Sociedades de las santas Misiones Apostólicas y ese ejército de pregoneros de Cristo, que penetran con la Cruz y con el Evangelio donde ni la espada, ni la codicia del dinero, ni el noble amor a la ciencia pudieron abrirse camino.


[6220]

De las partes de la tierra, Africa es la que dio origen en tiempos antiguos a las más arriesgadas y largas exploraciones marítimas, y en nuestros días a los más grandes e interesantes descubrimientos. Más de tres veces mayor que Europa, es un continente escaso de islas, y con un litoral poco accidentado, por lo cual no ofrece al navegante oportunas bahías ni bastantes puertos seguros. A quien se atreve a penetrar en su interior uniforme como el trazado de sus costas, se le presentan dificultades y peligros como no se dan ni en el inmenso océano con sus escollos, ni en las sabanas y selvas del Nuevo Mundo, ni en los hielos de los mares polares, ni en las altas cumbres de los Andes y del Himalaya, ni en las estepas de Asia central con sus tribus. Los mapas de Asia y de América están bastante completos. En cuanto a los mares polares, sus exploradores han soportado temperaturas negativas de 48°, y se dice que hasta de 55° y 60° Réaumur, y han pasado los polos glaciales y visto en las más altas latitudes el espectáculo de un mar de hielo; y todo esto después de pocos siglos de investigaciones y con pocas víctimas de la ciencia.


[6221]

En Africa, en cambio, los mismos ríos no constituyen, como los de los otros continentes, las grandes vías del comercio y de la civilización. Su navegación se hace muy difícil, y a veces imposible, ya sea por las cataratas, los bancos de arena y las numerosas islas; ya por las orillas bajas o por la configuración del lecho, que a veces forma como lagos que se intercomunican al rebosar, pero que al disminuir la corriente dan lugar a aguas estancadas; ya porque los ríos van lentos, con poco y delgado caudal, que a menudo, todavía lejos del mar, se pierde bajo las arenas y las dunas saladas. Pero venza el europeo todo obstáculo; cruce los inmensos y abrasadores desiertos de arena que separan a Africa del resto del mundo y una de otra sus regiones fértiles y bien pobladas; venza la naturaleza de los animales feroces que vagan del monte al llano, y que ocupan las orillas no menos que el fondo de los ríos y de los lagos; pase incólume entre las tribus de africanos, cuyos instintos no modera y refrena ninguna ley civil o religiosa: pues, con todo, siempre le quedará al europeo como enemigo el clima letal, con una temperatura que a la sombra y al norte asciende de 35° a 45° Réaumur, y al sol, en las candentes arenas del desierto, por las que debe caminar, rebasa a veces los 50°, los 55° y hasta los 60° Réaumur sobre cero.


[6222]

La historia de los descubrimientos en el continente africano es una dolorosa enumeración de héroes muertos por la religión y por la ciencia. Gumprecht, sólo desde el final del pasado siglo hasta 1848 cuenta cincuenta y tres ilustres exploradores europeos muertos en Africa: Monatsberichten de la Sociedad Geográfica de Berlín, 1848. Después de tantas víctimas generosas, después de tantas exploraciones, que empezaron muchos siglos antes de Cristo, todavía no conocemos perfectamente el sistema de los mayores ríos de Africa; y los mapas más recientes y más concienzudamente trazados sólo representan de modo satisfactorio para las exigencias científicas poco más de dos tercios de la gran superficie africana.


[6223]

Esta lucha del celo apostólico y del genio investigador contra todos los obstáculos que impiden penetrar en las regiones interiores del continente, lejos de cesar por la gravedad de los sacrificios y la parvedad de los progresos, nunca se ha emprendido con tanto ardor y tanta perseverancia como en nuestros días lo vienen haciendo la Iglesia católica, la civilización y la ciencia.

El movimiento de los descubrimientos geográficos, que desde 1840 hasta hoy se ha dedicado a Africa con maravillosa energía y perseverancia, es uno de los espectáculos más dignos de admiración y de interés del siglo XIX. Se diría que al darle una extensión y una actividad tan extraordinarias, las naciones de Europa, por acuerdo tácito, han obedecido a una misma preocupación: la de abrir a los esfuerzos, de iniciar en las conquistas de la civilización un continente que, sin plausible explicación, había sido objeto de un sistemático abandono. Parecía desde hace muchos siglos que Africa estaba condenada a retroceder más que a avanzar y progresar en esta vía. La historia recuerda, por ejemplo, la toma de la capital de Etiopía ocurrida cerca de cien años antes de la salida de los israelitas de Egipto, capital a la que José llama Saba, diciendo de ella que es muy fuerte y está situada junto al río Astosabos; y afirma que Cambises, rey de Persia, le cambió el nombre de Saba por el de Meroe, en honor de su hermana llamada así.


[6224]

La historia recuerda también (Heródoto II, 30 y sig.) la emigración de 240.000 guerreros egipcios, que, bajo Psamético, el primer monarca egipcio que reinó después de la expulsión final de los reyes etíopes de Egipto, se establecieron en una isla al sur de Meroe, esto es, al sur de la moderna Jartum, entre los ríos Astosabos (el Nilo Azul) y el Astapus (el Nilo Blanco hasta el Sobat), y a ocho días de viaje al este de las Nubae, o Nubatae (quizá las tribus de los Nuba del sur del Kordofán, entonces más extendidas hacia el este). Asimismo nos trae memoria del viaje alrededor de Libia [Africa] que realizaron los fenicios, por orden de Necao en el 609 antes de Cristo, como señala el mismo Heródoto (IV, 42); e igualmente el periplo del cartaginés Annón, intentado el año 500 antes de nuestra Era, como nos refiere la recopilación de geógrafos griegos menores impresa por Froben en 1533, según un manuscrito del siglo x conservado en la biblioteca de Heidelberg.


[6225]

Posteriormente las armas romanas se extendieron por aquellos lugares. Petronio, general romano del tiempo de Augusto, treinta años antes de la era cristiana tomó y destruyó Napata, la antigua capital de Tirhaka, situada en la gran curva norte del Nilo, en el monte Barjal, donde todavía se encuentran vastas ruinas. También Meroe, la capital de la reina Candace, de que se habla en el Nuevo Testamento (Hechos de los Apóstoles 8,27) cayó ciertamente en poder de los Romanos. Nerón, en los albores de su reinado, envió una expedición bastante importante, con fuerza militar, al mando de dos centuriones, para explorar las fuentes del Nilo y los países del oeste del Astapo, o Nilo Blanco, que en aquellos tiempos remotos se creía que era el verdadero Nilo. Asistidos por un soberano etíope, quizá Candace, atravesaron la región conocida con el nombre de Nubia Superior, hasta la distancia de 890 millas romanas de Meroe. En la última parte de su viaje llegaron a inmensos lagos, de los que nadie parecía conocer el fin, y entre los cuales había unos canales con tan poco caudal que la pequeña embarcación apenas podía pasar por ellos un hombre. No obstante, continuaron su viaje hacia el sur hasta que vieron el río caer o brotar de entre las rocas (quizá más allá de Gondókoro, entre Reyaf y Dufli, cerca del Alberto Nyanza); y entonces emprendieron el regreso, llevando consigo, para conocimiento y uso de Nerón, el mapa de las regiones por las que habían pasado. Después Plinio, Estrabón y otros autores romanos tuvieron noticia de esta parte del Africa interior, pero no dijeron al respecto nada importante o nuevo.


[6226]

Aunque la historia nos ha transmitido estas importantes expediciones de remotísimos tiempos, los antiguos no tenían un claro conocimiento de la configuración de Africa, ni de los países que el gran desierto del Sáhara separa de Berbería. Egipto, que desde la más remota antigüedad ocupó un puesto tan eminente en el mundo, y que se extendió hacia el mediodía, y propagó sus instituciones y sus costumbres a distancias apenas hoy día alcanzadas, parecía haber concluido su misión. Las ricas e industriosas poblaciones que la Antigüedad vio establecerse en las costas mediterráneas, en Cartago, en la Cirenaica, en Numidia y en Mauritania, había desaparecido, dejando apenas algún rastro de su paso. La barbarie había vuelto a adueñarse de estas hermosas provincias que la dominación había llevado a tan alto grado de cultura y de civilización. En la Edad Media el islamismo atravesó como un torrente el Africa septentrional desde un extremo a otro, llegando en sus correrías hasta el interior; y si bien logró modificar profundamente el estado de los espíritus y crear ideas y costumbres que han resistido a los siglos, en ninguna parte fundó un establecimiento político importante y duradero.


[6227]

Es preciso llegar hasta el siglo XV para entrever la aurora de una nueva era. Hasta entonces no se había tenido sino una imperfectísima idea de la configuración de Africa; y después de Tolomeo las nociones científicas al respecto se habían alejado de la verdad más que acercado a ella. De modo un poco preciso se conocía tan sólo la parte septentrional, y a pesar de ello las antiguas cartas geográficas de Sanudo, Bianco y Fray Mauro desfiguraban horriblemente los contornos. Las expediciones marítimas de los portugueses, debidas a la iniciativa y constancia extraordinaria de uno de los más grandes príncipes, Enrique el Navegante, cuyo nombre han inmortalizado, descubrieron y revelaron un nuevo mundo. En 1434 se reconoció el cabo Bojador; en 1842 se exploró el golfo de Guinea; en 1847 Bartolomé Díaz tocaba y rebasaba el cabo Tormentoso, llamado después de Buena Esperanza; y antes de finalizar aquel siglo, de 1497 a 1499, Vasco de Gama doblaba este promontorio y remontaba bordeando la costa oriental de Africa hasta la altura de Arabia.


[6228]

El mapa de Diego Ribera, publicado en 1529 en Sevilla, en España, y el de Dapper, que vio la luz en 1676 en Amsterdam, dieron por primera vez el perfil exacto del continente africano. Y parece incluso que este último mapa supera, en bastantes aspectos, los progresos de la geografía moderna.

A raíz de estos descubrimientos se fundaron muchos establecimientos comerciales en las costas de Africa, y se hicieron múltiples intentos para crear en ellas colonias. Pero tales ocupaciones siempre se realizaron en el litoral y nunca se extendieron mucho hacia el interior. No obstante, los portugueses exploraron muy tempranamente una gran parte de Africa Central, con lo que en cierta manera lograron preparar el camino, en las orillas del Zambeze y en la cuenca del Congo, para alguno de los descubrimientos de Livingstone. Después de los portugueses, los franceses en Senegambia y los holandeses en el cabo de Buena Esperanza tocaron parte del continente africano, pero sin acrecentar considerablemente los resultados que los esfuerzos de los lusitanos habían conseguido para la ciencia. El interior de esta inmensa altiplanicie, cuyos primeros escalones se perfilan a pocas millas del mar, permanecía todavía envuelto en un velo de misterio, tanto por la celosa política del Gobierno de Lisboa, que siguiendo el uso de los fenicios, ocultaba a los otros pueblos la situación de sus colonias y los resultados de sus empresas comerciales, como por las noticias demasiado vagas que daban los viajeros y los misioneros.


[6229]

El mapa de Africa de D’Anville constituye el fiel reflejo de los conocimientos geográficos a mediados del siglo XVIII.

Cualquiera que sea el interés que puedan presentar los datos y noticias de que somos deudores a hombres de mérito, como fueron Battel, Lancaster, Keeling, Fernández, Alvarez, Bonnaventura, Schouten, Le Maire, Brue, Barbot, el padre Krump, Kolbe, Atkins, Schaw, Smith, Moore, Norris, Sparman, Patterson, Le Vaillant, y cien más, que desde 1589 hasta 1790 se consagraron a las exploraciones del continente africano, los resultados de sus viajes no están al nivel de la ciencia geográfica moderna; y a excepción de rarísimos casos, hoy día no se pueden tomar en seria consideración.


[6230]

Die Institution, die den Reisen im allgemeinen einen wissenschaftlichen Charakter verlieh, und besonders jene nach Afrika förderte, ist die englische Vereinigung, die in London 1788 gegründet wurde, um die Entdeckungen in Afrika voranzubringen. Sie heißt British African Association oder Associazione Britannica Africana. Von ihr aus geht die große Bewegung der Erforschungen, die erst in unseren Tagen ihre ganze Ausdehnung erreicht hat. Die Forschungsreisen nehmen zu und sie werden nach einem allgemeinen Plan organisiert. Afrika wird von allen Seiten angegriffen. Die Geheimnisse des Inneren des Kontinents beginnen langsam aus der Finsternis ans Licht zu kommen.


[6231]

El primer viajero del nuevo período fue el inglés Brown, que de 1793 a 1796 fue desde Egipto hasta Darfur, atravesando el desierto de Libia por su parte oriental. En 1794 Watt y Winterbotton, ingleses también, penetraron en el país de los Fulbé. Un año más tarde el escocés Mungo Park llega a Joli-Ba. En 1799 Federico Hornemann parte de El Cairo, cruza los oasis de Siwa y Augila y llega a Morzuck, donde nunca había estado antes ningún europeo. Desde 1798 a 1800 Jacotin y Nouët, durante la campaña del general Bonaparte, trazan el mapa del Bajo, Medio y Alto Egipto.


[6232]

En el presente siglo XIX se multiplican los viajes emprendidos para explorar diferentes puntos de Africa desde el noreste, desde el noroeste, desde el norte y desde el oeste.

En 1802 Denon recorre el Alto Egipto, y recoge preciosas noticias sobre los límites occidentales del desierto de Libia. En 1803 Mohamed Ibn-Omar el-Tunsi, siguiendo la misma ruta que Browne, atraviesa el desierto de Libia, y por Darfur llega hasta Waday, donde toma importantes datos etnográficos; y en 1811, al regresar por el desierto de Libia, penetra en el país de los Tibu y llega a Murzuk. Badía Alí Bey el Abasi [aventurero español llamado en realidad Domingo Badía] recorre el interior de Teli, en Marruecos, fijando con observaciones astronómicas la posición de las ciudades principales. En 1810 Seetzen explora algunas partes del desierto de Libia, que más tarde, en 1820-1825, recorrerán por el Alto Egipto Minutoli. Ehrenberg, Hemprich, Scholtz, Gruoc y Soeltner, después de haber visitado el oasis de Siwa.


[6233]

En 1817-1820 Caillaud explora los oasis de Jarya y de Dâhhel, fijando sus posiciones astronómicas. Pacho explora en 1826 los de Marâdé y de Lech Erré, además de la Cirenaica; y Hoskyns en 1832-1833 llega al gran oasis de Tebe, del que establece la posición exacta. Partiendo de Trípoli, Ritchie llega a Murzuk, donde muere. El mismo camino recorre en 1819 Lyon, y Beechey traza en 1821 el mapa de las costas de la gran Syrte, y visita la Cirenaica; y también ese año el sultán Teima atraviesa el desierto de Libia para entrar en Darfur. En 1823 al paduano Belzoni, el gran descubridor de los monumentos de Egipto y de Nubia, en un viaje por Tombuctú le sorprende la muerte en las abrasadoras arenas del desierto.


[6234]

En el golfo de Guinea desemboca un río que por su largo recorrido, por la complicación de su curso y por el misterio de su origen ofrece una espléndida analogía con el rey de los ríos, el Nilo: se trata del Níger. Bien pronto los esfuerzos de los viajeros se orientaron hacia la solución de este problema hidrográfico. En los primeros años de este siglo Mungo Park penetró por Gambia en la cuenca del Níger. Entre los incesantes ataques de los indígenas, a costa de enormes sacrificios y de inauditos padecimientos, todavía siguió río abajo hasta Bûssa, donde pereció después de haber visto sucumbir a la mayor parte de sus compañeros de viaje. En 1810 Adams, tras un naufragio en la costa occidental de Africa, es hecho prisionero por la tribu de los Mauri y conducido al interior. En 1816-1820 Kurron llega a Kumasi, capital de los Ashanti.


[6235]

Los señores Peddie, Gray y Dochart en 1816-1821 exploran el río Núñez y llegan a Bâkel. En 1818 un viajero francés, Mollieu, imita la hazaña de Mungo-Park, y explora la cuenca del Senegal y de sus afluentes, el Falemé y el Bà Fing; no llega hasta el Níger, pero logra determinar las fuentes del Senegal, del Gambia y del Río Grande. Ese mismo año Bowdich recorre una parte del territorio de los Ashanti, y de la Costa de Oro. Laing esplora los países de los Timami, de los Kuranko y de los Sulimana, al sur de Gambia. Juan Adams en 1823 penetra en Dahomey.


[6236]

En 1824-1825 Grout de Beaufort realiza importantes observaciones geográficas en los ríos Senegal, Falémé y Gambia, y explora el Bambuk y el Kaarta. En 1825-1828 Ricardo Lander y Clapperton, desde el fuerte William, en la Costa de los Esclavos, atraviesan Dahomey y el país de los Yoruba, y por la ruta de Bussa y Zaria llegan al territorio de los Fulbé. Vital reconoce en 1826 la bocas del Níger, y traza su carta geográfica. El mismo año, Caillié, saliendo de Kahandi, en la costa occidental, pasa por Timbo, atraviesa las cuencas del Senegal y del Gambia, y luego, cruzando el país de los Mandinga, por la ruta de Ginni llega, el primero entre los europeos, a la misteriosa ciudad de Tombuctú, junto al Níger, en los límites meridionales del Sáhara. Desde allí, por Arauan, Taodermi, Bel' Abbas y Tafilalet, recorre toda la parte occidental de desierto del Sáhara, siendo también el primer europeo en realizar esta hazaña.


[6237]

En 1829 Roussin explora y reconoce toda la costa de Senegambia. En 1830 los hermanos Lander (Ricardo y Juan) remontan el Níger y llegan hasta Sokoto; y Ricardo Lander en 1832 busca por tercera vez en el Níger la confluencia con el Benué, y en compañía de Laird, Allen y Oldfield recorre navegando el curso inferior del Níger, llamado también Cuorra, cuyas bocas habían sido objeto de tantas discusiones e investigaciones, y las explora en 1833, siendo el primero en hacerlo después de Vidal. Desde 1836 hasta 1845 Beecroft remonta tres veces el gran río, explora en su delta el brazo de Wari, y señala el recorrido del río Efik, o Viejo Calabar. En 1839 Freeman visita una parte de territorio de los Ashanti, mientras que Duncan hace lo mismo con otras zonas del país en 1846, año en que se interna en el reino de Dahomey. En 1841 Trotter, Allen y Thomson exploran más minuciosamente el curso inferior del Níger; y en 1843-1844 Raffenel, Pereyre-Ferry y Huard-Bessinières recorren el Bambuk y el Falémé, y trazan un itinerario de Senegal a Gambia. En 1846 Denham visita una parte de Dahomey y de Costa de Oro, mientras que Raffenel emprende un segundo viaje de exploración del río Kaarta.


[6238]

Son interesantes los trabajos de Irwing, así como exploraciones de Forbes, que en 1850 viaja por Dahomey; las de Hornberger y Brutschin, que en 1853 visitan la Costa de los Esclavos y el territorio de Ew’é; las de Hutchinson, May, Crowther y Glover, que en 1854 se adentran por el brazo llamado Non del Níger y siguen su curso, así como el Benué inferior. Igualmente son célebres los trabajos de Ecquard y de Baikie sobre varios puntos de Guinea y sobre el curso inferior del Níger; y la exploración realizada por este último en 1854, cuando partiendo de la costa de Guinea llegó al lugar donde confluye con el Níger el Benué, río imponente, que él remontó hasta Jola, punto extremo alcanzado por Enrique Barth bajando del norte. Trazó un itinerario desde Lukoia a Nupé y a Kanó.


[6239]

Algunos años después, bajo los auspicios del general Faidherbe, a la sazón gobernador de Senegambia, varios oficiales de la marina francesa (Lambert, que en 1860 va de Kakandi a Senú-Debú atravesando el [macizo de] Futa Yallon, y Mage y Quintin, que de 1863 a 1866 llegan por el Kaarta a Segú) reconocen el curso superior del Níger. En 1869 Windwood Reade se acerca a sus fuentes en las montañas próximas al mar, que hacia el este constituyen los límites con la colonia de Sierra Leona. En 1855 Townsend va la región de los Yoruba; en 1857 Scala llega desde Lagos a Albeokuta, y visita la zona del litoral hasta el Viejo Calabar; en 1858 Anderson, por Sierra Leona, llega en el interior a la ciudad de Musardú; y Glover y May reconocen el curso inferior del Níger y recorren el país de los Yoruba.


[6240]

En 1859 Vallon de Waïda va dos veces a Abomey, la capital de Dahomey; Pascal explora en 1860 el Bambuk y las cataratas de Guina en el Senegal; y Jariez describe los ríos Siné y Salum. En 1861 Azan explora Walo, y Braouézec visita el lago Panié Ful y una parte del país de los Wolof. Vallon recorre en 1862 la región de Casamance, y Martin y Bagay trazan el mapa del país de los Serere. El célebre misionero apostólico D. Borghero, de Génova, estudia y da a conocer el reino de Dahomey después de una estancia de muchos años en él, durante la que se adentró muy en el interior; Robins visita Lukogia, junto al río Benué, y Gerard y Bonnat las bocas del Níger y el Nuevo Calabar. En 1873 Buchholz, Lühder y Reichenow recorren toda la costa occidental; y Bonnat en 1875 explora el río Volta hasta Salaga, ciudad tributaria de los Ashanti.


[6241]

En 1876 Dumaresq descubre en Wemi una vía fluvial que une Lagos con el interior de Dahomey; Crowther viaja desde Lukogia hasta Lagos, y Grenfell y Ross exploran en 1877 los países bañados por el curso inferior del río Kamarun, de los que dibujan la carta geográfica. Pese a las lagunas que aún quedan por colmar, estas exploraciones representan una conquista importante sobre el Africa interior. En efecto, en la cuenca del Níger hay una serie de grandes tribus y pueblos que empiezan a tener al menos un principio de organización. La reciente expedición de los ingleses contra los Ashanti ha servido, por su parte, para arrojar nueva luz sobre las regiones próximas, las cuales son de una fertilidad asombrosa; y hasta ahora, a los esfuerzos orientados a civilizarlas sólo se oponen los ardores de un clima abrasador y los miasmas mortíferos de sus pantanos.


[6242]

Al norte y al oeste, Argelia y el Senegal se han convertido en manos de los franceses en otros tantos puntos desde donde lanzarse a explorar el gran desierto del Sáhara, que llega hasta los confines de sus posesiones. En esta dirección, ellos encuentran primero la parte más inhóspita, el Sahel, vasta llanura arenosa y aridísima salpicada de algún raro oasis, y habitada en diversos puntos por poblaciones temibles a causa de su ferocidad. Leopoldo Panet, viajero francés partido del Senegal, recorre en 1852 su borde occidental, yendo de St.-Louis a Mogador por Adrar y Wad Nun. Paso en silencio las exploraciones en el Sáhara argelino de Renou, del Dr. Cosson, de Letourneux de la Perraudière, del Dr. Marès y de De Colomb, llevadas a cabo entre 1853 y 1861. En 1858 uno de los más sabios geógrafos de nuestros tiempos, H. Duveyrier, explora con pleno éxito el Sáhara, ese mar de arena donde han perecido tantos intrépidos viajeros.


[6243]

Recorre la meseta central del Sáhara, entre Laghouât, Biskra, Gâbès, Ghadâmès, Rhât, Murzuk y Trípoli, con las tierras montañosas de los Azgier. Son también muy interesantes los viajes y trabajos científicos de los exploradores que de 1860 a 1879 recorren la parte septentrional del continente africano, entre los cuales deben ser mencionados aquí los señores Vincent, Bourrel, Colonieu, Burin, Abu el-Moghdad, Mircher, Vatonne, De-Polignac, De Colomb, Beaumier, Tissot, Muchez, Dournaux-Dupéré y Joubert (asesinados en el desierto), Tirant y Rebatel, Roudaire, Parisot, Martin, Baudot, el Dr. Jaquemet, Le Châtelier, Largeau, Say, Masqueray, Des Portes y François.


[6244]

También desde Marruecos y Trípoli se emprendieron viajes científicos por la parte septentrional del continente africano. En 1829 Washington penetra en el interior de Marruecos hasta Marrakech, cuya posición determina; G. Davidson desde Tánger, por el Marruecos occidental, va a Wad Nun, alcanza Wady Dhra’a, y muere asesinado en Suekeya, en el Sáhara marroquí, en 1836. Barth explora en 1844-1845 el litoral de Marruecos, Argelia, Tunicia, Trípoli y Barqa [en la actual Libia] y de Egipto. En 1845 Richardson penetra desde Trípoli por Ghadames en Rhat. Fresnel en 1846-1849 recoge interesantes datos sobre Waday y Darfur. Prax en 1848 es el primero en realizar un viaje científico desde Túnez a Gerid, Soûf y Tugurt, del que regresa por Biskra. Berbrugger, Dickson y Hamilton recorren el Sáhara argelino, así como las tierras de Tunicia, Trípoli y Barqa, y una parte del desierto Líbico. De Bonnemain viaja en 1857 desde Biskra a Ghadames.


[6245]

En 1858 Abû-Derba atraviesa la región de los Areg, entre Laghuat y Rhat, y Mardokhai Abi Surrur viaja varias veces entre 1858 y 1863 a través el desierto de Akka, en Marruecos, hasta Tombuctú, pasando por Taoudenni y Arauán. En 1862-1864 Rohlfs recorre en varias direcciones Marruecos hasta Uadi Draá, llega al Atlas, visita y explora el oasis de Tafilalet, llega a In-Salah, Tuat, y Tidikelt, y vuelve por Ghadames a Trípoli. También los viajes emprendidos desde 1867 hasta 1878 por Balansa, De Wimpffen, Hooker (José Dalton), Maw y Ball, Fritsch y Rein, Soleillet (fue el primero en trazar la carta geográfica de la meseta desde Tademait y Warglá a In-Salah) y Von Bary son dignos de ser señalados, como también es interesante el que en 1869 realizó Nachtigal a Tu siguiendo la ruta de Trípoli, Murzuk y el desierto del Sáhara.


[6246]

En esa ruta sucumbiría en 1869, asesinada por su escolta, una desdichada mujer conocida nuestra, Alexia Tinne, holandesa de La Haya, que se hizo famosa por sus grandes y múltiples viajes por Africa Central. Más lejos, hacia el este, el Sáhara cambia de aspecto: el suelo se vuelve pedregoso, los oasis se multiplican, y los asentamientos humanos se hacen menos raros hasta las inmediatas proximidades de Egipto, donde el desierto vuelve a dominar. En el invierno de 1873-1874 Gerardo Rohlfs, ilustre ya en esa época por varias y muy relevantes empresas acometidas sobre los puntos más opuestos de Africa septentrional, acompañado de Jordan emprendió en el desierto de Libia una expedición científica cuyos resultados ha dado ya a conocer. Tras explorar los oasis de Khazgié, Dûkhel, Farâfra, Siwa y Bahariye constató que el Bahar Bêla Mâ (río sin agua) indicado en los mapas anteriores no existe.


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Al sur de esta región está situado el Sudán, que se confunde en muchos puntos con ella, y que ha sido ya en estos últimos tiempos objeto de notables empresas. Es aquí donde se encuentra el corazón y el centro de Africa; es aquí donde comienza la patria de la raza negra o etíope, que se extiende hacia el mediodía sobre toda la vasta superficie de la gran meseta de Africa.

Inglaterra y Alemania, más que las otras naciones, han contribuido en los últimos tiempos a acrecentar los conocimientos científicos sobre estas regiones casi totalmente desconocidas hasta la presente época. En 1823 Oudney, Denham y Clapperton cruzan el Sáhara entre Trípoli y Kuka, y llegan hasta la frontera de Adamawa; luego, tras avanzar por el delta del Chari y por la orilla sudeste del lago Chad, visitan Wandala y las provincias orientales del imperio de Sokoto. En este memorable viaje Clapperton y Denham descubren y exploran el lago Chad, gran cubeta interior que recibe las aguas de una vasta depresión de la que la meseta central y la del Sáhara constituyen los bordes.


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En las riberas de este gran lago se agrupan los estados más avanzados y populosos de Sudán, sobre todo los de Bornu, Kanem, Baguermi y Waday. Este último limita con Darfur, que en 1874 cayó bajo el poder de Egipto. En 1822-1826, desde Trípoli y Ghadames Laing va a In-Salah, atraviesa Mabruk y llega a Tombuctú. Al regreso será asesinado en los alrededores de Arauán.


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En 1849 tiene lugar la gran expedición de Richardson, Overweg y Barth, de la cual únicamente regresó este último, que en 1855 publicó el emocionante relato de la misma. El grupo había salido de Trípoli por Marzuk, y después de cruzar el gran desierto del Sáhara por una ruta completamente nueva, llegando a Rhât, y explorando antes el país de Air, o Azben, y el territorio de los Azger y de los Tuareg Kel-Owi, había penetrado en Sudán, y alcanzado el lago Chad. Overweg fue el primero entre los europeos en visitar el reino de Gober y en explorar las islas de Yedina en el lago Chad, hasta entonces desconocidas. Tras la trágica muerte de sus compañeros, Barth dobló hacia el oeste hasta el Níger, y visitó Tombuctú, que después de él ya ningún europeo pudo de nuevo ver y pisar. Este gran viajero exploró una gran parte de Baguermi hasta Massenya, ganó el Benué en la confluencia con el Faro, visitó Yola, atravesó los estados Haussa, deteniéndose en Sokoto, Kanó y Katsena, y por Tombuctú siguió a su regreso el Níger hasta Sai; y cruzando de nuevo el Sáhara, llegó hasta Trípoli y desde allí volvió a Europa.


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Sus investigaciones personales y las preciosas noticias que consiguió abarcan casi la mitad de toda la extensión de los estados musulmanes en la Nigricia. Caminando sobre sus huellas por el desierto del Sáhara y Kuka, Vogel explora una parte de Ba-Logomé y los pantanos de Tuburi, para llegar en 1856 a Wara, en el Waday, donde recibió la muerte por orden del soberano de ese imperio. Siete expediciones salieron sucesivamente en su busca. Una de ellas, mandada por Beurmann, alcanzó el objetivo; pero costó la vida a su jefe en 1863, después de haber recorrido desde Bengazi Augela, Murzuk la montaña de Harug, Vao y Kuka. Los otros viajeros partidos en busca de Vogel, entre los cuales citaré al Dr. von Heugling, así como a Steudner, Kinzelbach y Munzinger, siguiendo la ruta de Nubia exploraron una parte del territorio pantanoso situado al oeste del Alto Nilo.


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Entre 1865 y 1867 Gerardo Rohlfs, que anteriormente había sido objeto de la atención pública con su peligroso recorrido desde Marruecos a Trípoli por Tafilalet, Tuat y Ghadames, emprende ahora y lleva a feliz término su gran viaje a Bornu, tocando Gebes Es-Sôda y la Hamada de El-Homra; y atraviesa con pleno éxito el continente africano desde Trípoli, en el Mediterráneo, hasta Lagos, en el fondo del golfo de Guinea, en el océano Atlántico. Esta memorable expedición, una de las más osadas y fructíferas del presente siglo, es seguida por la del Dr. Nachtigal, que en 1870 llevó al sultán de Bornu regalos del rey de Prusia, en reconocimiento por los servicios que este soberano había prestado a Barth, Vogel y Rohlfs.


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En los años siguientes, Nachtigal prosigue sus exploraciones en los diversos Estados que situados a orillas del lago Chad: reconoce las depresiones del suelo en Batélé y en Egai; visita Borku y Gundi junto al río Chari, y explora el Ba-Logoné, el Balli y el Ba-Batscikam. Gracias a su aportación han avanzado mucho los conocimientos geográficos sobre estos países. El es, además, el primer europeo que por la ruta de Murzuk a Kuka ha penetrado, soportando los mayores peligros y las más grandes privaciones, en las tierras de los Tibbú Reschadé, y visitado Tibesti. Atravesó el imperio de Waday, esa tierra inhóspita en la que sucumbieron Vogel y Beurmann. Luego, por la ruta de Darfur llegó al Kordofán y a Jartum, donde nosotros le recibimos festivamente, y entró en Egipto hacia finales de 1874, enlazando así sus importantes descubrimientos con los de los exploradores del valle del Nilo.


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Esta expedición, que duró cinco años, es una de las más notables que se han realizado en los últimos tiempos; ha situado al Dr. Nachtigal entre los más importantes viajeros de Africa, y ha abierto nuevas perspectivas a quienes en adelante tomen las posesiones egipcias en Sudán como base de sus operaciones y como punto de apoyo de sus empresas.

Egipto, después del reinado del gran Mehmet Alí, adquirió una excepcional posición entre los Estados africanos. Frente a la incurable decrepitud del imperio otomano en Europa, este país se adentra cada vez más por los caminos de la civilización moderna.


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La espada del general Bonaparte parece haber sido el mágico poder que despertó en su tumba treinta veces secular el genio del antiguo Egipto. Gracias al impulso y a la iniciativa de sus virreyes, y especialmente del primer Jedive, Ismail Bajá, y con la cooperación de una falange de administradores de primer rango, elegidos de todas las naciones de Europa, el valle del Nilo ha cobrado un aspecto moderno. La navegación a vapor está organizada en todos los puntos del río, desde El Cairo hasta la primera catarata; y los barcos egipcios también recorren el gran río desde Berber hasta Jartum, así como el Nilo Azul y todos los puntos navegables del Nilo Blanco y de sus gigantescos afluentes. Las locomotoras pasan silbando junto al pie de las pirámides, y no tardarán en penetrar en el desierto gracias al plan de Fozler, que ha emprendido la construcción de una vía férrea desde la segunda catarata de Wady-Halfa a Dóngola y a Dabba, a través de la estepas de Bayuda, hasta Muhammad (casi enfrente de los Shendi) y Jartum, a lo largo de más de mil kilómetros.


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Este renacimiento de Egipto, con las ambiciones territoriales que el mismo no podía por menos de suscitar y estimular, ha favorecido poderosamente las abundantes conquistas de la geografía africana. El Gobierno del primer Jedive prestó con soberana munificencia una ayuda generosa y eficaz a los intrépidos cultivadores de la ciencia que eligieron sus estados como punto de partida de sus exploraciones.


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La determinación de la cuenca del Nilo, y en especial la búsqueda de sus fuentes, ha sido siempre la finalidad primordial de todas las empresas. Estas tomaron dos direcciones, correspondientes a los dos brazos del Nilo, que unen sus aguas en Omdurman, población cercana a Jartum, capital de las posesiones egipcias en Sudán, centro del comercio de la Nigricia oriental, y nudo, o punto de comunicaciones entre Egipto y Africa Central. Esos brazos son: el oriental, que es el Astosabos de los antiguos, o el Abbay de los abisinios, o el Bahar-el Azrek de los árabes, es decir, el Nilo Azul; y el occidental, que es el Astapus de los antiguos, o el Bahar-el-Abiad de los árabes, y que nosotros llamamos Nilo Blanco.

Antes de hablar del sistema oriental del Nilo es preciso tocar al vuelo los viajes y las exploraciones que se emprendieron en este siglo, para conocer bien las zonas de Etiopía relacionadas con este sistema.


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Enrique Salt entre 1805 y 1809 penetra dos veces en Etiopía oriental, y vuelve con valiosos e interesantes datos. De 1814 a 1817 Burckhardt recorre Nubia y el norte de la antigua Etiopía. Callaud descubre en 1819 las ruinas de la antigua ciudad de Meroe, situada al oriente del Nilo, entre el Atbara (que viene del Tecazze, el Astaboras de los antiguos) y el Bahar-el-Azrek, y que yo he visitado, admirando sus antiguas pirámides. Ruppel estuvo en 1827 en Nubia oriental por la parte del Abbay, donde fijó posiciones astronómicas y realizó descubrimientos zoológicos. En el mismo año el barón de Prokesch Osten explora el curso medio del Nilo.


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Combes y Tamisier, después de haber recorrido en 1834 las estepas de Bayuda y el territorio de los Ababda y de los Bisharin, visitan una parte de Etiopía. Von Katte recorre en 1836 el norte de Etiopía. Lefevre en 1838-1839 estudia las minas de Fazoglo, contando con la presencia –según me han asegurado algunos jeques– del mismo Mehmet Alí, virrey de Egipto. En 1840-1841 D’Arnaud, Sabatier y Werne realizan la segunda expedición ordenada por el virrey de Egipto, y visitan las región del Abbay. Krapf e Isemberg viajan en 1841 por Etiopía y por el territorio de los Afar. Th. Lefevre, Petit y Quartin-Dillon exploran Shiré, Gojam y Shoa de1839 a 1843. Rochet d’Hericourt entre 1839 y 1844 viaja dos veces al reino de Shoa, y llega hasta el país de los Herer.


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En 1842 Ferret, Galinier y Rouget recorren el Tigré y el Simen, donde recogen interesante información sobre la historia natural y el estado físico moral y político de esos países, con las correspondientes posiciones astronómicas. Pallme visita en 1844 Meroe y sus alrededores. De Jacobis, Sapeto y los hermanos d’Abbadie realizan importantes estudios sobre la moderna Abisinia erigida en Prefectura Apostólica, con los que aportan datos sobre su lengua y dialectos; y Montuori, Paúl napolitano, atraviesa con otro compañero Galabat y Cadaref y va por el Nilo Azul hasta Jartum, donde ejerce su ministerio. Penay, como inspector sanitario de las posesiones egipcias en Sudán, con residencia principal en Jartum, recorre en épocas diversas las provincias de Dóngola, Berber, Sennar, Taka y Fazoglo. El P. Ryllo, Knoblecher, Vinco, Pedemonte y Casolani, por Dóngola y el desierto de Bayuda van en 1848 a Jartum. Brehm en 1852 remonta el Bahar-el-Azrek hasta Rosères.


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Munzinger en 1854 va de Massaua al país de Bilen. Hamilton y C. Didier viajan en 1864 desde Suakin a Kassala y Cadaref. Burton, Speke, Herne y Stroyan exploran el país de los somalíes en 1854-1855. Beltrame va en 1855 desde Jartum a Benishangol. En 1857-1866 P. León des Avancher recorre el país de los Ilorma, al sur de Shoa; y Walkefield en 1870-1873 continúa la misma exploración por la costa oriental.


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Von Harnier va en 1859 de Massaua a Rosères; y el barón de Barmin y Hartmann exploran el Sennar y Fazoglo en 1860, mientras que Von Heulin, Steudner y Kinzelbach visitan las tierras de los Bilen y los Beni-Amer. En 1864 De Pruyssenaere cruza por diversos lugares la región comprendida entre el Nilo y el Abbay. Schweinfurth explora el territorio bañado por el Atbara y sus afluentes. Otón Reil recorre en 1868 los territorios de los Hadendoa, de los Beni-Amer y de los Habab. Rohlfs, agregado a la expedición inglesa, va desde el mar Rojo hasta Magdala y recoge datos topográficos. Munzinger explora toda la costa occidental del mar Rojo y el territorio de los Afar. Carlos Piaggia sigue varias veces el curso del Abbay y del Tomat; visita las tribus de los Barta y de los Berta, y Abisinia, especialmente el norte, y se familiariza de modo particular con aquellas gentes, sobre todo con las que habitan los alrededores del lago Dembea o Tsana, junto a las fuentes del Nilo Azul. Miles recorre el país de los somalíes, ya explorado por Burton; y Haggenmacher va allí de Barbera a Libaheli.


[6262]

Mokhtar y Fauzi en 1876 trazan diligentemente el mapa de Zeila a Herrer. Marno, de Viena, explora en 1871-1872 todos los países y tribus desde Jartum hasta Fadassi, siendo el segundo europeo, después de Mons. Massaia, en alcanzar este punto, y describe ampliamente en un hermoso libro todos los aspectos interesantes. Antinori, Chiarini y Martini desde Zeila, en la bahía de Tuyurra, viajan en 1876-1877 hasta Ankober, en el reino de Shoa; exploran diligentemente esas tierras, y el mismo año Chiarini muere en Gera prisionero aquel príncipe. En 1878 Gessi y Matteucci alcanzaron Fadassi por la ruta de Benishangol, e intentaban seguir adelante para reunirse en el reino de Kaffa con la expedición italiana dirigida por el marqués Antinori; pero les resultó imposible rebasar Fadassi, y se vieron en la necesidad de retroceder hasta Jartum.


[6263]

Expuestas estas nociones históricas, pasemos a hablar de los dos mencionados sistemas del Nilo. Nada diremos de las diversas opiniones de los geógrafos desde Heródoto hasta Klöden sobre sus fuentes. Nuestro objeto en estas pocas líneas es narrar en dos palabras cómo ha sido resuelto en estos últimos tiempos el gran problema de veinticinco siglos, con el positivo descubrimiento de toda la inmensa cuenca del Nilo y de sus famosas fuentes.


[6264]

El origen del sistema oriental de este gran depósito de aguas, o sea el Nilo Azul, se halla a 10° 50´ de latitud norte, en el monte Giesch, en la región de Sakala, al sur del lago Tszana, que luego atraviesa. Ese lugar, que exploraron los portugueses en el siglo XVIi, nos fue descrito a finales del pasado siglo por Bruce, quien creía que constituía las verdaderas fuentes del Nilo. Esta opinión tuvo aceptación hasta el princios de nuestro siglo, en que se vio que el Nilo Azul es inferior por su caudal al Nilo Blanco, que antes de la primera expedición egipcia de 1820 sólo era conocido de nombre.


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El sistema de las aguas del Nilo Azul y la configuración de la altiplanicie abisinia fueron más tarde explorados de una manera completa por dos franceses: Lefevre, que realizó su viaje de 1839 a 1843, y Leiean, que recorrió Abisinia entre 1862 y 1864. La expedición inglesa capitaneada por Sir Napier en 1867-1868, que terminó con la derrota del ejército abisinio y con la muerte del emperador Teodoro, ha divulgado los conocimientos sobre esta especie de Suiza africana, donde merced al heroísmo y capacidad de resistencia de los abisinios contra doce siglos de asaltos reiterados de las oleadas de fanáticos seguidores del Islam procedentes de La Meca, se ha conservado hasta nuestros días el Cristianismo, aunque contaminado y corrompido por la herejía de Dióscoro de Alejandría, la cual invadió las Iglesias de Egipto y de la Etiopía de San Frumencio.


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El señor Antonio d’Abbadie, miembro del Instituto de Francia, fue el primer europeo que descubrió y dio a conocer el vasto territorio de las tribus de los Gallas, que desde el reino de Shoa se extiende hasta el Ecuador, y constituye con Abisinia la gran altiplanicie etiópica. En 1838, en compañía de su hermano Arnaud y de Sapeto, penetró en Abisinia hasta Gondar; y desde allí, cruzando el Nilo Azul, por Gudrú y Nonno llegó a Enerea. Como se había ganado la amistad de aquel príncipe, que iba a casarse con la hija del rey de Kaffa (país originario del más exquisito café del mundo, hasta el punto de derivarse de Kaffa el nombre de ese producto), aprovechó la favorable ocasión para visitar dicho reino, acompañando como padrino de bodas la comisión que el príncipe de Enerea iba a enviar a Kaffa a buscar a la futura esposa.


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En Bongo, la capital del reino, permaneció quince días; y, rodeado de todas las consideraciones por parte de la corte, pudo llevar a cabo sus estudios científicos y obtener información exacta sobre la poderosa raza de los Uarata, que habita las regiones de Kullo, Gobbo, Ualamo, etc. Por la ruta de Gera y Gomma volvió con la comitiva real a Enerea, donde exploró y estudió gran parte del territorio de los Gallas, del que realizó una magnífica carta geográfica. El es el más docto conocedor de aquellas regiones y pueblos, de los que dio a conocer las lenguas y dialectos. Allí ejecutó grandes trabajos de geodesia sobre una longitud de miles de kilómetros, desde Massaua, junto al mar Rojo, hasta Bongo, la capital de Kaffa; halló los primeros cursos de agua tributarios del Juba, y efectuó importantes y muy fructíferas investigaciones sobre la física terrestre y la meteorología, así como sobre las razas humanas y su historia.


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En 1844-1845, habiendo ido a Quarata, junto al lago Tsana, escribió a la Sagrada Congregación de Propaganda Fide para proponerle la fundación de una misión entre los Gallas. Fue entonces cuando Gregorio XVI, en 1846, erigió el Vicariato Apostólico de los Gallas, confiándolo a los Capuchinos y poniendo al frente del mismo al Mons. Guillermo Massaia, Obispo de Cassia i.p.i. Este, después de haber visitado Abisinia para ordenar sacerdotes indígenas y consagrar para Obispo y Vicario Apostólico de allí al santo y docto Paúl De Jacobis, anduvo varios años por los alrededores de su misión sin poder entrar en ella. Fue el primero entre los europeos en visitar a los Shangalla, alcanzando Fadassi; hasta que en 1851 a través del Gojam llegó al principado de Enerea y al reino de Kaffa.


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Este valeroso apóstol de Africa Oriental trabajó y sudó incansablemente durante más de treinta años en pro de las naciones que la Santa Sede le había confiado; y después de haber sufrido con heroico coraje ocho veces el exilio, concluía recientemente su ardua y laboriosa misión, tras haber plantado el estandarte de la fe católica y de la civilización cristiana entre los pueblos Gallas.


[6270]

El sistema occidental del Nilo, o sea, del Nilo Blanco, es mucho más importante que el anterior. La exploración de esta gran cuenca empieza en este siglo con el viajero suizo Burckhardt, que desde 1812 a 1814 recorrió Nubia por cuenta de la Sociedad Africana de Londres, y murió cuando intentaba ganar el desierto de Libia, con objeto de llegar a Fezzan. Su sucesor inmediato fue el francés Francisco Caillaud, que se adentró en Nubia Superior hasta los 10° de latitud norte. Este viaje, que tuvo lugar de 1819 a 1822, dio un fuerte impulso a los estudios de arqueología egipcia. Las exploraciones del Nilo Blanco cobraron auge a partir de 1821, cuando Ismail Bajá, hijo del gran fundador de la dinastía reinante en Egipto, sometió a los Melek, o reyezuelos independientes de Nubia, el Sennar y el Kordofán (Ismail perdió la vida 1822, cuando sus enemigos lo quemaron vivo en la ciudad de Shendi).


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En junio de 1825 el ilustre geólogo italiano G. B. Brocchi llegó a Jartum, donde murió el 25 de septiembre de 1826, dejando un diario abundante en noticias científicas. En 1827 el francés Linant de Bellefont, que luego ha sido durante muchos lustros ministro de Mehmet Alí y de sus sucesores, y nuestro generoso benefactor, exploró el río hasta El-Ais, a dos grados de Jartum. No pasó de ese punto la expedición científica dirigida por el ilustre José Russegger, consejero ministerial austríaco, que acompañado por Kotschy llegó al reino del Kordofán en 1837, y visitó, el primero entre los europeos, la región de Takalé, y la de Dar-Nuba, donde nosotros hace unos años hemos establecido una misión católica. Sus viajes, realizados entre 1835 y 1841, y descritos en sus obras, publicadas en Stuttgard, son un rico tesoro para la ciencia y suministran importantes datos sobre cuestiones relativas a la geología y a la mineralogía de las tierras recorridas.


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Russegger y Kotschi habían sido precedidos en estos viajes al Nilo Blanco y al Kordofán por Rüppel, que desde 1824 a 1833 determinó allí posiciones astronómicas y efectuó hallazgos geológicos. Estos geógrafos fueron seguidos de Carlos Lambert, que en 1839 trazó la ruta de Jartum a El-Obeid y realizó la triangulación de todo el Kordofán central, estudiando al mismo tiempo las riquezas minerales. Con los datos de estos geógrafos, y con la descripción de la travesía del desierto de Bayuda entre Dóngola y el Kordofán, que efectuó por primera vez el ejército egipcio guiado por el Defterdar [intendente provincial] en 1821-1822, y por Holroyd en 1837, Pallme pudo llevar a cabo en 1844 su interesante exploración del Kordofán, y publicar al respecto importantísimas y detalladas noticias. Estas, a su vez, sirvieron para los viajes de De-Müller y de Brehm en 1848; para el de De-Schliefen, que en 1853 recogió información detallada sobre nuevas rutas seguidas por las caravanas entre Dóngola y el Kordofán a través de las estepas de Bayuda, y para el del conde D’Escayrac de Lauture, que recorrió el Kordofán hasta las fronteras de Darfur y pasó a Takalé.


[6273]

El reconocimiento del Bahar-el-Abiad en los territorios de las tribus negras independientes debía ser realizada bajo los auspicios del gran Mehmet Alí, que en 1839 ordenó un viaje de exploración. Oficiales turcos bajo el mando del capitán Selim, habiéndose dado a la vela desde Jartum el 17 de noviembre de 1839, navegaron hasta los 6° 30´ de latitud norte, y el 26 de marzo de 1840 estaban de regreso. La expedición constaba de ocho dahhabias, o veleros del Nilo dotados de cabina, con diez cañones, y veintisiete lanchas. En ella iban cuatrocientos hombres armados, entre los que figuraban dos franceses: M. d’Arnaud y M. Thibaut, los cuales llevaron por separado el diario del viaje, que luego fue publicado. Poco después Mehmet Alí preparó una segunda expedición, que partiendo el 3 de noviembre de 1840, llegó hasta Gondókoro, a 4° 42´ de latitud norte, y regresó a Jartum el 18 de abril de 1841. Jefe científico de la misma fue dicho Sr. d’Arnaud, el cual tuvo como compañeros a Sabatier y al prusiano Werne. Hicieron gran número de observaciones científicas. D’Arnaud publicó el mapa del itinerario, y Werne dio un informe del viaje.


[6274]

A continuación se hicieron diversas expediciones por el Nilo Blanco, y por el oeste, hasta Darfur y a los Fertit. No es oportuno hablar aquí de los viajes de Combes y Tamisier, de Tremaux, del conde Fernando de Lesseps, de Penay, de Johnson, de Taylor, de Gobat, de Lafargue, de Vauday, del Dr. Kuny, del duque d’Aumont, y del coronel ruso Kovalevski, que en 1848 emprendió un viaje por el Sudán, después de haber recorrido varias veces las inmensas estepas de su patria. Pero sí diré que, a raíz de las mencionadas expediciones científicas de los militares egipcios, Brun-Rollet, cónsul sardo, realizó una serie de viajes al vasto territorio situado entre Jartum y los 4° de latitud norte, y exploró y estudió minuciosamente las varias tribus que se encuentran al oeste del Nilo Blanco: los Hassanieh, los Abu-Rof, los Scheluk, los Denka, los Yangué, los Núer, los Kich, los Eliab, los Ghogh, los Arol, los Shir, y tantos otros pueblos.


[6275]

Tras recorrer varias veces el Bahar-el-Ghazal –que él llamó el Misselad– y el territorio occidental del Alto Nilo, y adentrarse en Banda, dio importantes noticias de los países visitados, y contribuyó a introducir y hacer factible el comercio europeo con las distintas tribus del Nilo Blanco. El vicecónsul británico Petherick emprendió cinco viajes desde Jartum por el Nilo Blanco, en los que recorrió el Niam-Aith, o Bahar-el-Ghazal, y el Bahar-el-Arab, y se internó en el país de los Yur, alcanzando los 4° de latitud norte. El Cab. Martin Hansal, miembro desde 1853 de la misión católica, y desde hace quince años cónsul austrohúngaro en Jartum, dio muchas e importantes noticias científicas sobre los países situados entre el Trópico y el Ecuador, especialmente después de haber pasado unos años en nuestra misión de Gondókoro, donde estudió también la lengua de los Bari. En 1857 los hermanos Poncet (Ambrosio y Julio) exploran el alto Nilo hasta Regaf, se internan en el país de los Núer y en el de los Yur hasta Dar-Fertit, y recogen información sobre los lugares que se hallan más al sur, hasta Bambura (Uelle). Alejandrina Tinne, Von Heuglin y Steudner exploran el Niam-Aith, y gran parte del territorio situado a occidente del Alto Nilo, que remontan hasta Gondókoro.


[6276]

Latif Efendi (el maltés De Bono) hizo en 1855-1857 una larga y fatigosa exploración por el río Sobat, uno de los más importantes afluentes del Bahar-el-Abiad. Este comerciante, como me contó él mismo, y me confirmó quien le acompañaba, pasó más de tres años en este río. Es cierto que ningún europeo se ha adentrado más que él en el Sobat; pero como su único fin era hacer trueques para conseguir marfil y luego enriquecerse con su comercio, no dejó escrita ninguna información importante, por lo cual, el verdadero curso del Sobat permanece aún envuelto en el misterio. En 1859 el Revdo. D. Beltrame, D. Melotto y yo, después de haber penetrado el año anterior con D. José Lanz en el país de los Ghogh, al oeste del Nilo Blanco, entre los 6° y los 7° de lat. N., nos adentramos por ocho días en el Sobat, hasta donde pudo llegar nuestra embarcación, y diligentemente levantamos el mapa de aquella parte, sobre la cual hemos publicado un informe. Después de nosotros hubo alguno que recorrió este grande y misterioso río, pero sólo durante algunas jornadas, y ya en 1876 Junker exploró el curso inferior hasta cierto punto, y trazó un mapa.


[6277]

Finalmente, la Misión católica de Africa Central, erigida mediante Breve pontificio del 3 de abril de 1846 por Gregorio XVI de s.m., e intalada por primera vez en Jartum en febrero de 1848, contribuyó poderosamente a dar a conocer con sus obras, estudios y exploraciones la geografía del sistema occidental del Nilo. En 1849 y 1850 el Dr. Ignacio Knoblecher, de S. Canziano, en Liubliana, jefe de la Misión católica, y D. Angel Vinco, del Instituto Mazza de Verona, junto con otros misioneros, llegaron al punto más extremo alcanzado por la expedición egipcia en 1841. Vinco, fue el europeo que más tiempo ha permanecido en el Nilo Blanco en aquella latitud, estancia durante la que observó el clima, la naturaleza del país. Habiéndose alejado algunas jornadas de la orilla, visitó a los Beri. Además vio nuevas tribus, cuya lengua, costumbres e índole fueron objeto de su estudio.


[6278]

Por obra suya se estableció la estación misionera de Gondókoro, en la que el Provicario Knoblecher, con gran estupor de aquellos pueblos, hizo construir según el sistema europeo la casa de la misión, dotada de un hermoso jardín y de una iglesia consagrada a la Virgen. El dio muy importantes noticias sobre el curso inexplorado del Nilo, sobre el de sus afluentes y sobre los pueblos que viven en las regiones ecuatoriales de sus buscadas fuentes. A esos pueblos y a esas fuentes estaba él a punto de emprender un viaje en 1852 acompañado de nativos, entre los que gozaba de enorme estima; pero atormentado incesantemente por las fiebres, no pudo llevar a cabo la audaz exploración. Sus fuerzas no dieron de sí tanto como su corazón, y el 22 de enero de 1853 la religión y la ciencia lo perdieron irreparablemente. Fue el primer mártir de la fe y de la civilización del Nilo Blanco.


[6279]

Mayor todavía es la aportación a los conocimientos científicos y geográficos del sistema occidental del Nilo realizada por Mons. Knoblecher, Provicario Apostólico de Africa Central.

El recorrió varias veces el gran Río desde Jartum hasta Gondókoro, trazó su curso, midió su anchura y profundidad, calculó la velocidad de su caudal, describió los pueblos y tribus que habitan sus riberas. Luego avanzó considerablemente hacia el sur para descubrir los misterios de esas tierras. El 16 de enero de 1850 alcanzó los 4° 9´ de latitud norte; y a primeros de junio de 1854 se adentró hasta los 3° de esa misma latitud, donde comienzan las cataratas, más allá de las cuales el gran río sale de la vasta cuenca del Alberto Nyanza. Ningún europeo antes que él había alcanzado hasta entonces un punto del Alto Nilo tan próximo al Ecuador. Mons. Knoblecher es el primer iniciador de la verdadera civilización cristiana en Africa Central.


[6280]

Desde Alejandría hasta Gondókoro es conocido con el nombre de Abuna Solimán (Padre Soleimán), que los pueblos de Nubia y del Nilo Blanco pronuncian con gran respeto. Sus obras de apostolado y los trabajos de sus misioneros –entre los cuales es preciso citar a Gostner, Kischner, Überbacher, Lanz y otros, y a los misioneros del Instituto Mazza de Verona–, así como los éxitos y los sudores de la Misión de Africa Central, y los estudios de las lenguas del Nilo Blanco, especialmente sobre el denka y el bari, están registrados en los Anales de la Propagación de la Fe de Lyón y París, de Viena y Colonia, en los boletines de la Sociedad Geográfica de Viena y en las obras del doctísimo Profesor Mitterrutzner de Bressanone.


[6281]

Estos descubrimientos recibieron un impulso extraordinario desde otro punto de Africa. Los maravillosos acontecimientos que voy a señalar, y que se han producido en sólo cinco lustros, han revelado los más importantes misterios de la geografía africana.

En 1848 y 1849 los dos viajeros alemanes Rebmann y Krapf descubren al norte de Zanzíbar, y casi alineadas, dos altas montañas cubiertas de nieves perpetuas, en las cuales creen reconocer los Montes de la Luna de Tolomeo, y la sede principal de las fuentes del Nilo. Este descubrimiento estimuló repentina y extraordinariamente el interés de los exploradores. Se entrevió desde aquel momento la posibilidad de penetrar por la parte sur en el valle del Nilo, y de llegar por este camino a la solución del gran problema.


[6282]

Dos oficiales ingleses del ejército de la India, los capitanes Burton y Speke, reciben de la Sociedad Geográfica de Londres la misión de intentar esta gran empresa. En 1857 parten de Zanzíbar, se dirigen en línea recta hacia el interior, y llegan el 13 de febrero de 1858 a las orillas del lago Tanganika. Esta es una fecha memorable en los anales de las exploraciones africanas. Después de cruzar el lago en toda su longitud, los dos viajeros se separan. A Burton lo agarran las fiebres, y lo dejan maltrecho. Speke avanza solo hacia el norte, y toca en esta dirección la playa meridional de un segundo y extenso lago, que los indígenas llaman Ukerewe, pero al que Speke pone el nombre de la reina de Inglaterra, conviertiéndolo en Victoria Nyanza.


[6283]

Convencido de haber encontrado esta vez el verdadero origen del Nilo, pronto organiza Speke un nuevo viaje, acompañado del capitán Grant. En 1861 los expedicionarios se encuentran junto al lago Victoria, que ellos rodean por la parte oeste, sin darse la menor cuenta de la proximidad de otro gran lago; y entran en el país de Uganda, cuyo rey, Mutesa, los acoge jubilosamente y con grandes muestras de amistad. En la orilla septentrional, Speke y Grant descubren el desaguadero del lago, que ellos señalan desde ese momento como el ramal original del Nilo. Aunque ellos no pudieron seguir continuamente su curso, las afirmaciones de los dos viajeros ingleses han recibido de las subsiguientes expediciones, y especialmente de la del coronel americano Long, en 1874, y de la de Stanley, en 1875, la más absoluta corroboración. A su regreso, Speke y Grant encuentran en Gondókoro a Samuel Baker, que ya había emprendido con su heroica campañera en sentido inverso la misma exploración. La conjunción de las dos expediciones anuncia evidentemente que la solución del gran problema está próxima.


[6284]

Prosiguiendo su marcha hacia el sur, a costa de increíbles privaciones y sacrificios, Baker vuelte a tomar el Nilo en las cascadas de Karuma, punto a partir del cual los dos capitanes, sus antecesores, se habían alejado, y descubrió que el río desagüa en un segundo y extenso lago, el Mwutan, al que da el nombre del augusto consorte de la reina de Inglaterra, convirtiéndolo en Alberto Nyanza. Era marzo de 1864. Aunque Baker no ha visto más que una pequeña parte de las orillas de este lago, ni hallado su desagüadero, el sistema principal del Nilo queda desde entonces casi determinado.


[6285]

Estos grandes descubrimientos impulsan y estimulan el ardor de los viajeros y de los hombres de ciencia, suscitando al mismo tiempo ambiciosos planes políticos. La idea de concentrar bajo el cetro del virrey de Egipto todos los territorios que componen la inmensa cuenca del Nilo se convierte en El Cairo en algo decretado y establecido, cuya realización pasa rápidamente al dominio de los hechos consumados. En 1870 Sir Samuel Baker, elevado al grado de Ferik Bajá, sale de El Cairo al frente de un pequeño cuerpo de ejército, con la misión de extender hasta los lagos Nyanza la autoridad del Jedive, aunque con el pretexto de reprimir la trata de esclavos. Esta expedición, que costó al tesoro egipcio la enorme cantidad de más de veintiséis millones de francos, no alcanzó de ningún modo su objetivo.


[6286]

En 1874 fue nombrado también Ferik Bajá un militar de origen británico, el coronel Gordon, que se había hecho célebre por su extraordinario valor en más de veinte famosas batallas en China, donde al servicio del celeste emperador había domado a los rebeldes. Un hombre capaz de estar a la altura de su misión. Dotado de heroico coraje y de entereza inquebrantable como soldado, pero también de un corazón generoso, con el firme propósito de evitar todo derramamiento de sangre partió a llevar a cabo su gran empresa. En ella consiguió brillantes resultados, plantando la bandera Egipcia a poca distancia de la residencia del gran rey Mutesa, cerca del Ecuador y no lejos del Victoria Nyanza.


[6287]

Con su valor perseverante, Gordon Bajá asestó un gran golpe a la horrible plaga de la trata de esclavos. Pero Gordon necesitaba un brazo fuerte, alguien que desde su misma perspectiva ejecutase sus planes e ideas. El hombre más adecuado para ayudarle poderosamente en la ardua tarea era el capitán Rómulo Gessi. Este veronés, versadísimo en el arte militar, y dotado de invicto coraje y sangre fría, de delgada pero férrea constitución, y de una constancia a toda prueba, en la guerra de Crimea había seguido al ejército británico como intérprete, siendo buen conocedor de los idiomas inglés, alemán, francés, turco, griego, armenio, y otros.


[6288]

Gessi necesitaba a Gordon; y Gordon no habría podido alcanzar el éxito en tan ardua empresa sin el brazo, la fidelidad, y la constancia de Gessi, que también fue elevado al grado de Bajá. Hablaré en otro lugar de las victorias de Gessi, el domador del fiero Soleimán Ziber y de muchos otros crueles negreros, mercaderes de carne humana, que él hizo pasar por las armas en el Bahar-el-Ghazal, asestando así un buen golpe al horrible tráfico de esclavos en el territorio meridional del ya sometido imperio de Darfur. Sólo diré que, con Gordon ayudado por Gessi, la dominación egipcia en las vastísimas regiones situadas entre el Sobat y el Nyanza adquirió un carácter de estabilidad y casi de seguridad; y el intento de transportar por el Nilo un barco de vapor al Nyanza Alberto, por obra de Gessi, se vio coronado con éxito. Después de increíbles dificultades logró ir por tierra, con el barco despiezado, desde Reyaf a Duffi, desde donde el río es navegable hasta el Mwutan. El fue el primer explorador en rodear a pie el Alberto Nyanza, cuya orilla encontró al sur interrumpida por una aglomeración de ambag (Aedemonia mirabilis); y las noticias que él suministró sobre toda la extensión de aquel gran lago las confirmaron quienes lo visitaron después por orden del Gobierno egipcio.

El curso del Nilo Blanco, es decir, de todo el sistema occidental del rey de los Ríos, quedó así establecido de forma definitiva.


[6289]

Otro viajero, famosísimo por la osadía y la fortuna de sus grandes empresas, es el americano Enrique Stanley, el cual, después de efectuar la circunnavegación del Victoria Nyanza, que recibe dieciséis ríos y mide más de 1.600 kilómetros de perímetro, pasó a completar en otro punto estos brillantes e importantísimos descubrimientos.

Por este lado, en efecto, se presentaba otro amplio campo de investigación. Se trataba de trazar a occidente la línea de las alturas que constituyen la demarcación de la gran cuenca del Nilo Blanco, y de reconocer el sistema de sus numerosos afluentes. De este modo, además, sería posible encontrarse con los viajeros que exploraban la parte central del Sudán e integrar en un todo las observaciones hechas partiendo de puntos opuestos.


[6290]

Aquí encontramos sucesivamente a: los hermanos Poncet, que en 1857-1860 exploran el país de los Yur y Dar-Fertit y recogen importante información sobre las regiones situadas más al sur hasta el río Uelle; De Malzac y Vayssière, que igualmente en 1857-1860 recorren Mareb, el Nam-Aith, los territorios de los Ghoth, de los Arol y de los Yur, y gran parte del oeste del Alto Nilo, hasta el país de los Runga (yo visité en 1859 a estos dos viajeros en sus estaciones comerciales en tierras de los Kich, y De Malzac me dijo que entre los Runga y otras tribus del interior vio cientos y miles de cabezas humanas de enemigos vencidos colgadas de los árboles del camino por el que había pasado, y que tal era el uso y sistema de los vencedores); Antinori, Miani y Carlos Piaggia, que en 1860 recorren las riberas del Bahar-el-Ghazal y el territorio de los Yur, y Piaggia solo alcanza el de los Fertit; Penay y De Bono, que visitan alguno de estos países de la parte del Nilo Blanco en 1861 (Penay muere allí el mismo año); el cónsul británico Petherick, que en sus reiteradas exploraciones y recorridos comerciales, entre 1848 y 1863, yendo hacia el sur llega hasta el país de los Niam-Niam, donde nuestro Carlos Piaggia permanece dos años, de 1863 a 1865.


[6291]

Dos alemanes, Teodoro de Heuglin y el botánico Steudner (el cual murió en el curso de estas exploraciones), llegan más allá del Bahar-el-Ghazal y del territorio de los Yur, visitando las tribus negras de Dar-Fertit; y Leiean, que desde el Kordofán alcanza el Bahar-el-Arab, y es el primer europeo en trazar el curso del Nam-Aith, afluente del Nilo Blanco. Todas estas expediciones preparan el grande, notable viaje del Dr. Shweinfurth, que, partido en 1869 de Jartum, llega hasta los 3° 35´ de latitud norte, atravesando el país de los Niam-Niam y el de los Mombutu. Describe con minuciosidad a estos pueblos hasta entonces desconocidos, toca de hecho la línea, por lo demás poco marcada, que separa la cuenca del Nilo de la del lago Chad, y descubre en la vertiente occidental un río aún misterioso, que él llama Uelle. Llegado a este punto, aún no había menguado el ánimo del audaz viajero, pero la falta de recursos pecuniarios lo obligó a retroceder. De haber podido disponer de mayores medios, seguramente habría convencido a su gente de escolta para penetrar hasta el corazón del Sudán, pues su intención era reunirse con el Dr. Nachtigal en Bornu o en otros reinos centrales.


[6292]

El animoso veneciano Miani, que en viajes anteriores se había acercado mucho al Ecuador, en 1859, aceptando del Excmo. Jafar Bajá, gobernador del Sudán egipcio, un estipendio mensual de mil piastras egipcias (260 francos) como viajero científico, se unió a una expedición comercial del señor Gattasc, hombre de negocios copto, y salió de Jartum navegando por el Nilo Blanco hasta Abukuka. Desembarcó en tierras de los Kich, y por las de los Ghogh, los Arol y los Yur llegó a Bakangoi, junto al río Uelle; y quebrantado por las privaciones, las fatigas y, todavía más, por las crueles vejaciones de su escolta, murió en el país de los Mombutu, dejando de herencia una pequeña colección de objetos etnográficos, y dos jóvenes Akka, para que fuesen enviados al rey Víctor Manuel II. De estos dos jóvenes se hizo cargo la noble familia Miniscalchi, que con paternal solicitud los instruyó en la religión católica y los encomendó al excelente maestro Scarabello, de Verona, para la enseñanza elemental. Por su parte, en 1875, el señor Marno efectuó un reconocimiento de la margen izquierda del Nilo Blanco, en dirección a las tierras que Schweinfurth había visitado siguiendo otra ruta; y exploró en compañía del coronel americano E. Long el territorio de los Makraka, que un año después recorrió Junker.


[6293]

Los señores Kemp, Chippendall, Watson, Linant de Bellefond y Long, con los otros miembros de la expedición mandada por Gordon Bajá, han trazado el mapa del verdadero Nilo hasta el Nyanza Victoria, desde Jartum a Reyaf, Makedo, Dufli, Magungo, Shoa-Moru, Foweira y M’ruli. Long, explorado el país de los Makraka, va a Rubaga, donde reside el rey Mutesa. Parte de allí, y descubre el lago Kabeki (o Ibrahim), que luego fue explorado por Carlos Piaggia; y Linant de Bellefond levantó el mapa de la ruta que él había seguido hasta la capital del rey Mutesa. El sabio y esforzado Emin Bey (el Dr. Schnitzler) exploró diligentemente en 1876-1877 los reinos de Unyoro y Uganda, y ofreció datos interesantísimos sobre la flora de Africa Central, desde el Sobat al Ecuador.


[6294]

Aquí debería referirme a las rutas que desde las costas orientales de Africa han seguido los exploradores hasta el interior de este inmenso continente. Smee en 1911 reconoce el curso inferior del Juba; Krapf, Rebmann y Erhard exploran de 1843 a 1855 el país que se extiende al pie del macizo de Kenia y del Kilimanjaro por la parte del sudeste. En 1845 Maizan, desde Bagamoyo, es el primero en penetrar en Uzaramo, donde lo mataron. Rebmann explora en 1846 el litoral entre Mombasa y Malindi. Guillain en 1846-1848 navega a lo largo de las costas de Zanguebar y del país de los Tuaheli, realizando interesantes trabajos hidrográficos. En 1861 Rigby recorre Juba hasta Berdera, donde es asesinado con muchos de sus compañeros. En 1865-1875 Wakefield y New hacen viajes por la costa oriental, y recogen datos seguros sobre caminos para llegar a los grandes lagos. El P. Horner se adentra en 1870 desde Bagamoyo hasta Kinolé, la capital de Ukami.


[6295]

En 1871 Brenner explora el país de los Ilmorna, entre el curso inferior del Dana y del Juba; mientras que Wakefield continúa su exploración de la costa oriental, y New emprende dos viajes al Kilimanjaro. En 1876 Hildebrant va de Mombasa a Kitui; y el mismo año Correrit y Price reconocen la orilla del Kilimane, y el camino de Sa’Adani a M’pwapwa. En 1876-1878 tiene lugar la gran expedición anglicana de la Sociedad de misioneros de Londres, llamada Church Missionary Society, que dotada de grandes medios materiales y de abundante dinero, y provista de una carta autógrafa de la reina Victoria dirigida al rey Mutesa de Uganda, según leí en un periódico francés, desde la costa de Zanguebar se dirige a los grandes lagos ecuatoriales para establecer allí misiones anglicanas. Son cerca de veinte misioneros ingleses, entre los que destacan el Dr. Wilson y los señores Shergold, Smith, Mackay, Hartnell, Clark, O’Neil y Robertson, los cuales, explorados Wami y Kingami, marchan por Bagamoyo al Nyanza, cuya gran cuenca atraviesan de sur a norte.


[6296]

Aparte de éstos, otros tres miembros de la misma Sociedad, el Dr. Felkin y los señores Pearson y Lichtfield, siguiendo la ruta de Berber (donde se alojaron en nuestra casa de Misión) y Jartum, en 1878 se dirigen por el Nilo Blanco a los Nyanza. Sin embargo, varios de los misioneros anglicanos murieron: algunos, de fiebre; y Smith y O’Neil, junto con cien hombres de escolta, fueron masacrados en una isla del lago Victoria. El Dr. Wilson con algunos compañeros permaneció algún tiempo en Rubaga, la capital del rey Mutesa; pero en 1879 se vieron obligados a abandonar su campo de acción, y se volvieron por la vía del Nilo a Inglaterra.


[6297]

Sin embargo, el celo apostólico que adquiere su fuerza de lo alto del cielo y al pie de la cruz, no pierde fuerza por las dificultades y las desgracias. Ese campo sublime, aunque sembrado de tantos abrojos, debía ser ocupado por una falange de verdaderos apóstoles, que recibieron de Dios la legítima misión de cultivarlo. La ínclita Congregación de los Misioneros de Argel, fundada por el eminente Arzobispo Mons. Carlos Marcial Allemand Lavigerie, con objeto de evangelizar las regiones todavía infieles de Argelia y el desierto del Sáhara, acudió, con la bendición del Vicario de Cristo, a predicar la fe a los pueblos de Africa Ecuatorial. Dos expediciones de casi treinta pregoneros del Evangelio se reunieron en Zanzíbar en 1878-1879, y por diversas días penetraron y se establecieron parte en el lago Tanganika, y parte en el Victoria Nyanza, donde les dispensó cortés acogida el rey Mutesa, quien hasta el momento los rodea de facilidades y de su alta protección.


[6298]

Entretanto se está abriendo a las investigaciones científicas y geográficas sobre Africa un campo vastísimo y totalmente nuevo. Es el centro mismo de Africa Ecuatorial el que espolea y aviva no menos la curiosidad y el coraje de los viajeros que el celo apostólico de los misioneros.

Estas vastas regiones desconocidas de la altiplanicie central, cuyo límite septentrional las expediciones de Sudán y del valle del Nilo han hecho fluctuar recientemente entre los 2° y los 10° de latitud norte, no raramente fueron exploradas alrededor de sus altas fronteras. En épocas bastante remotas, las expediciones portuguesas tuvieron en estos lugares una importancia que en general no se reconoce bastante. Los grandes estados de Kazembe y de Muata-Yanvo, que solamente hoy empiezan a salir de la oscuridad, fueron recorridos y explorados durante la primera mitad de este siglo por toda una serie de viajeros portugueses y de otras naciones, que desde la costa occidental alcanzaron el límite oriental de la inmensa altiplanicie.


[6299]

En 1793-1801 el médico portugués De Lacerda y Almeida, partiendo de Senna, gana el Zambeze y llega a Lusenda, capital de Kazembe, al este del lago Moreo. La ciencia es deudora a De Lacerda de las primeras determinaciones astronómicas de esa parte de Africa. En 1806-1815 los hermanos Pombeiro cruzan la parte meridional del continente africano, desde Luanda, en la costa occidental, a Sofale, en la oriental, pasando por la capital de Kazembe. Owen realiza en 1826 trabajos hidrográficos en el bajo Zambeze. Monteiro y Gamitto en 1831-1835 remontan el Zambeze y llegan hasta el imperio de Ulunda. En 1843-1846, Graça va desde Baguela hasta las proximidades del lago Moero. En 1841 Livingstone, Oswell y Murray exploran los territorios situados a oeste de la República del Transvaal, ganan Seckek, junto al Zambeze, y en 1848 descubren el lago Ngami.


[6300]

Gulton en 1850-1851 alcanza los confines del desierto del Kalahari, llega al país de Damara y establece sus posiciones astronómicas. En 1851-1853 Anderson cruza el país de Nama-Kwa, llegando hasta el curso inferior del Kumené.

Ladislao Anerigo Magyar, a quien su matrimonio con una princesa indígena de Bihé presta e imprime un carácter singular entre sus émulos, exploró una gran parte del oeste de la región de Urúa, y llegó a Yah Quilem en los alrededores de Kasal. Este gran viajero húngaro recorrió entre 1847 y 1857 el centro del Africa Austral, desde el océano Atlántico al Indico, entre los 4° y 22° de latitud sur, y exploró veintiséis ríos y muchos países que no se conocían ni siquiera de nombre; y después de haber recorrido Angola en 1860, muere en 1864 en Kuya, en la región de Benguela.

En 1853-1858 Silva-Porto atraviesa Africa desde Benguela al cabo Del Grado. Green y Wahiberg exploran en 1856 el lago Ngami, su tributario el río Tiogué y los países más al oeste.


[6301]

En 1860 Roscher viaja de Kondutshi a Kilwa, de Kilwa y Mesulé a Nusewa, en el lago Nyassa, y finalmende de Nusewa a Kisunguni. En 1860-1864 Von der Decken, Thornton y Kersten exploran la costa oriental entre Malindi y el río Ruvuma, el camino de Kilwa a Mesulé, el Zambeze hasta la confluencia con el Kafué y el monte Kilimanjaro, cuya triangulación efectúa Thornton. En 1873-1875 Güssfeldt, Bastian y Pechnel Lösche reconocen, en la región ecuatorial, el litoral del océano Atlántico entre el Zaire y el Kuilu. En 1876 Yung navega por el lago Nyassa, y constata que la cuenca del mismo se extiende hasta los 9° de latitud sur. Finalmente en estas exploraciones participan muy activamente los señores Von Homeyer, Pogge y Lux, miembros de la expedición germánica para la exploración de Africa Occidental. Von Homeyer toca Kassangi; Pigge y Lux siguen adelante hasta Kimbundu, y finalmente Lux avanza solo hasta Lujumba, la capital de Muata-Yanvo.


[6302]

En la costa occidental de Africa, el capitán inglés Tuckey remonta en 1816 el río Congo, sin lograr rebasar las cataratas de Yellala, y sucumbe a la influencia perniciosa del clima. Junto con Smith explora y reconoce el curso inferior de este gran río hasta las mencionadas cataratas. En el fondo de la bahía de Biafra, Burton y Mann efectúan en 1860 la ascensión del gigantesco pico de Mongo-Ma-Loba Camerum, visitan el país de los Fan y remontan el Congo hasta las cataratas de Yellala. Du Chaillu en 1856 y en 1864 explora sucesivamente las desembocaduras del Gabón, del Muni y del Ogué, y se adentra, al sur de este río, más de doscientos kilómetros en el interior del continente.


[6303]

En 1859 Braouézec reconoce los ríos que desembocan en el estuario del Gabón. Serval, Griffon du Bellay, Reade, Abigot y Genoyer y Aymes exploran el curso inferior del Ogowai (Ogué), y los dos primeros, además, los territorios de alrededor y el río Rhemboé. Después de éstos el inglés Walker, y los grandes viajeros franceses Marche y el marqués de Compiegne continúan la exploración del Ogué hasta el lugar de su confluencia con el Ivindo. Walker, en un segundo viaje, explora el Ogawai y el territorio vecino hasta Lopé, cuya posición astronómica determina. Estos últimos llegan en 1874 más allá de las cataratas de Boué, el punto extremo alcanzado hasta aquel año por los europeos. En 1875 Lenz, miembro de la expedición germánica mencionada, remonta el Muni y el Ogué hasta la confluencia con el Shebe.


[6304]

El conde Pedro Sarvognan de Brazzà, patricio romano al servicio de la marina francesa, y el Dr. Ballay y Marche, en 1875-1877 exploran el Ogué, trazando un mapa de su curso desde Lupé hasta la confluencia con el Bambi. Pero el conde Brazzà, acompañado de Ballay y de Marche, en 1877-1878 llega más al interior que todos los anteriores, a costa de muchas privaciones y sacrificios, en un dificilísimo viaje que arrojó mucha luz y dio importantes noticias sobre geografía de Africa, y que mereció la medalla de oro de la Sociedad Geográfica Italiana.


[6305]

Desde Africa Austral parten otras expediciones interesantísimas. En 1803-1806 el Dr. Lichtenstein recorre la colonia del Cabo de Buena Esperanza hasta los límites septentrionales. En 1814 Barrow explora el interior de la misma. En 1818, partiendo de El Cabo, el Dr. Kowan alcanza el río Limpopo. Burchell y Thomson atraviesan El Cabo en todas las direcciones, y exploran el norte. Phillip reconoce algunas partes de El Cabo, y en 1820 llega hasta Natal. Hallbeck explora en 1827 las orillas y el curso del Nu-Garlep, o río Orange. En 1828 Cowie y Green viajan al norte de El Cabo para atravesar el Estado Libre de Orange y ganar la bahía de Lagoa. En 1837 Alezander, desde la ciudad de El Cabo, pasando por el oeste, recorre el país de los grandes Nama-Kwa, y toca la bahía de la Ballena; y Harris en el mismo año visita el Estado Libre de Orange y la República del Transvaal. En 1841-1844 Wahlberg explora el norte de El Cabo, entre Natal y el Limpopo, y llega a la bahía de la Ballena y al lago Ngami. Owselle y Murray exploran los territorios al occidente de la República del Transvaal en 1841-1848, y llegan hasta Schek en el Zambeze. Gordon Camming recorre en todos los sentidos los territorios del Transvaal; y Macabe y Mahar exploran en 1852 los países del Ba-Rolong, y visitan las orillas septentrionales del Ngami.


[6306]

En 1854 Moffat y Edwars exploran la parte norte de la colonia de El Cabo. Chapman, en el mismo año, recorre en todos los sentidos el valle del río Zuga, en la cuenca del gran lago salado, al noroeste del Transvaal. Hahn y Rath exploran en 1857 el país de los grandes Nama-Kwa. En 1861-1863 Baines y Chapman, saliendo de la bahía de la Ballena, al norte de la colonia de El Cabo, tocan el borde oriental de desierto del Kalahari, y continúan hasta el lago Ngami y las cataratas del Zambeze. Son importantes los trabajos de Moffat sobre la región de El Cabo. El zoólogo alemán Fritsch pasa tres años, desde 1864 a 1866, en la República de Orange, y entre los Bechuana, y reúne en sus exploraciones científicas los elementos de su sabio trabajo sobre los pueblos de Africa meridional. En 1869 Ed. Mohr emprende su viaje a la gran catarata del Zambeze. Al mismo tiempo Ch. Mauch recorre el Transvaal y el reino de Mosilikatsé; llega a la zona aurífera de Tati, recorre y examina en 1872 toda la región del sudeste, y descubre a 20° de latitud sur las importantes ruinas de Zimbabue.


[6307]

En los años 1864-1875 Raines pone todo cuidado, en diversos viajes, para conocer bien el Transvaal, los reinos de Matien y de Sekelletu, y los territorios situados al norte del desierto del Kalahari. Hahn recorre el país de Damara, y Krönlein una parte del de los Nama-Kwa. En 1868 Erskine viaja por el país de los Amazulu, en la República del Transvaal, y por el reino de Ünzila, y sigue el curso del Limpopo hasta su desembocadura, determinando las posiciones astronómicas. El Dr. Griesbach en 1870 recorre las colonias de El Cabo y de Natal y el país de los Amazulu, cuyas posiciones astronómicas determina, y obtiene importantes conocimientos geológicos. Bullo, Hübner y Elton exploran en el mismo año, en diversas direcciones, el Estado Libre de Orange y la República del Transvaal. Erskine en 1872 emprende el segundo viaje al Transvaal y al país de los Zulúes, y recorre el curso inferior del río Limpopo. En 1874-1878 el Dr. Holub viaja por la parte occidental de la República del Transvaal, explora el reino de Matabelé, el gran lago salado en los confines septentrionales del desierto del Kalahari, y llega hasta Sechek junto al Zambeze. Finalmente, la reciente expedición militar inglesa contra los Zulúes, o Amazulu, ha contribuido poderosamente a que se conozcan exactos y abundantes datos sobre una parte de los países que constituyen el Africa Austral.


[6308]

Pero un viajero ilustre destaca entre todos los exploradores que le precedieron, entre sus contemporáneos y entre los que le han sucedido hasta hoy en el gran campo de las investigaciones y viajes por tierras africanas: se trata de David Livingstone, que ocupa brillantemente un lugar especialísimo en la historia de los descubrimientos en Africa. Durante más de treinta años este hombre admirable, con un ardor infatigable y con extraordinaria energía ejerció allí el más espléndido y sublime apostolado de la ciencia. Recorrió, él solo, de sur a norte y de oeste a este la mitad del continente africano, convertido en cierto modo en su segunda patria.


[6309]

Los viajes de investigación de Livingstone comienzan en 1840 en la misión anglicana de Kuruman, entre los pueblos Bechuana. En esos recorridos llega en 1845 a las orillas del lago Ngami, el primero de los mares interiores descubiertos en Africa. Sus exploraciones se extienden en esa época a los territorios situados al norte del Cabo de Buena Esperanza, donde se fundaría más tarde la República del Transvaal, y a Sechek, junto al Zambeze. Desde 1853 a 1856 Livingstone efectúa el primero de sus grandes viajes. Asciende por el norte hacia el curso superior del Zambeze, donde descubre la magnífica cascada [cataratas Victoria], más imponente aún que este río, e internándose en dirección oeste llega hasta Luanda, en la costa del océano Atlántico. Desde este punto vuelve atrás, atraviesa Africa en toda su profundidad, y va a parar a Quelimane, en el océano Indico, descubriendo el lago Didolo y las fuentes del Liba.


[6310]

Desde 1858 a 1861 efectúa una serie de viajes, que le permiten realizar la demarcación de la cuenca del Zambeze. Explora el curso inferior de éste, remonta a través de una serie de cataratas el afluente del Shiré, y comprueba que este río no es más que el canal de desagüe de un inmenso depósito, que es el lago Nyassa. Con su compañero de viaje, el señor Kirk, descubre además el lago Shirwa, que explora en toda su extensión.


[6311]

Después de un breve paréntesis durante el que vuelve a Inglaterra, Livingstone emprende en 1866 su tercera y última expedición. Sale de la bahía de Mikindami por la desembocadura del Rowuma, rodea el lago Nyassa por el sur, explora los países del Mazitú, va a la región de Loangwa, al monte Urungú, y por Itawa penetra en las tierras totalmente desconocidas que se extienden al oeste del Nyassa. Luego explora Ulunda, y visita la capital del Kazembé y las islas Mpabala del lago Bangueolo. Junto con éste encuentra otros lagos, como el Moero y el Kolomondo, formando una serie de depósitos que alimentan un importante curso de agua, el Lualaba o Luapula, que Livingstone cree erronéamente que es un brazo originario del Nilo, pero que los últimos descubrimientos han definido como perteneciente al sistema del río Congo. En 1869 llega al lago Tanganika, que en parte atraviesa; luego continúa el viaje hacia el oeste y alcanza Nyangwé, límite septentrional de sus exploraciones.


[6312]

Agotadas sus fuerzas y enfermo, regresa a Ujiji, donde en el otoño de 1871 encuentra a Enrique Stanley. Este había sido enviado a buscarlo, ya que en Europa repetidamente había corrido el rumor de que había muerto. Mientras Stanley vuelve a Zanzíbar, Livingstone, recuperado de su enfermedad y provisto de nuevos recursos, recorre la orilla oriental del lago Tanganika, se interna de nuevo en el centro, alcanza por Ufipa el lago Moero, y completa en diferentes puntos sus investigaciones. Pero bien pronto la fiebre contraída en esas tierras pantanosas, bajo lluvias torrenciales, se apodera de él nuevamente para ya no dejarlo. Al comienzo de 1873 pasó por el lago Bangueolo y llegó a la parte meridional de Chitambo, donde tuvo que detenerse. Allí murió en la noche del 1 de mayo, en un refugio que con hierbas secas habían improvisado sus sirvientes. En él fue encontrado por la mañana, arrodillado a los pies de su cama. La historia de las ciencias geográficas contiene pocas páginas más conmovedoras y de un carácter más sublime como el sencillo relato de esta muerte solitaria y silenciosa de un gran hombre, mártir de una gran causa.


[6313]

Ese mismo año, dos expediciones partieron de Inglaterra siguiendo sus huellas. Una, bajo el mando de Grandy, teniente de la marina británica, tomó la orilla del Congo como base de operaciones; pero no obtuvo ningún resultado. La segunda, puesta igualmente bajo la dirección de un oficial de marina, el teniente Cameron, entonces de veintiocho años de edad, alcanzó resultados de gran importancia. Guiado por los consejos de un personaje eminente, Sir Bartley Frère, que había estado muchos años en la India, y que era enviado extraordinario de la reina de Inglaterra en Zanzíbar, Presidente de la Sociedad Geográfica de Londres, y Presidente asimismo de la Comisión inglesa del Cabo de Buena Esperanza para la abolición de la esclavitud; guiado, decía, por los consejos de este hombre superior, Cameron partió de Zanzíbar a finales de 1873. A medio camino del lago Tanganika, en Kaseh, encontró a los sirvientes de Livingstone, que transportaban los restos mortales de su amo. Después de tomar todas las medidas para asegurar el traslado de esos restos (que serían depositados más tarde en el magnífico templo de Westminster, en Londres) y la conservación de los mapas y valiosos manuscritos del ilustre viajero, Cameron prosiguió resueltamente su exploración.


[6314]

El 2 de febrero llega al lago Tanganika, que surca en toda su extensión, y del que levanta el mapa exacto. En el curso de sus trabajos encuentra el emisario del lago, el río Lukuga, que dobla hacia el oeste y se une al Lualaba. Tal descubrimiento decidió a Cameron a descender por este río y continuar así la obra de Livingstone. Llega hasta Nyangwe, pero en ese punto la hostilidad de un jefe indígena le obliga a desviar su camino hacia el suroeste. En esta dirección explora la parte oriental del Urua (los lagos Nassali y Mohryal), atraviesa las cuencas del Kassai, del Kuangoy y del Zambeze, y la pobladísima región de Bulunda, y tras determinar y trazar el sistema de afluentes de la margen izquierda del Congo, en noviembre de 1875 llega al océano Atlántico, en las proximidades de Benguela. Esta memorable expedición, que enriqueció a la ciencia con 85 demarcaciones, o determinaciones astronómicas de posición, y con 3.718 mediciones de altitud, era digna de Livingstone, cuyo recuerdo había llevado a emprenderla. Tan brillante éxito fue acogido en Inglaterra y en toda Europa con un legítimo sentimiento de admiración.


[6315]

Hay todavía otro nombre que descuella majestuoso en el campo de los descubrimientos en Africa. Se trata de Enrique Stanley, uno de los viajeros corresponsales del «New-York Herald», que en 1871 supo encontrar a Livingstone, a quien todo el mundo daba por desaparecido. Desde 1874 a 1877 realizó un verdadero milagro, al atravesar el Africa Ecuatorial de este a oeste siguiendo un itinerario nuevo, y visitando países absolutamente desconocidos de los europeos, y en parte de los árabes; y fue el primero en trazar, habiéndolo visto, todo el curso del Lualaba, o Congo, una de las mayores arterias fluviales del mundo, que va desde el lago Tanganika hasta el océano Atlántico, y que él bautizó con el nombre de Livingstone. Y esto lo hizo en medio de tales dificultades que sólo con la ayuda del poder divino pudo superarlas. Cada día la fatiga, el hambre, las enfermedades, las flechas envenenadas o las balas de los africanos creaban huecos en las filas de la gente que le acompañaba. Los caníbales perseguían encarnizadamente a la expedición, invitándose mutuamente a lo que se les presentaba como el banquete más apetitoso y exquisito.


[6316]

Tres jóvenes ingleses, los hermanos Eduardo y Francisco Pocock y Federico Barker, a los que él había traído consigo, perecieron uno después de otro. Unicamente Stanley resiste frente a todas las pruebas, y se basta él solo para la tarea gigantesca, sublime, agobiante, que se ha impuesto. Mientras que todos los otros exploradores que lo habían precedido, entre ellos el heroico Livingstone, vieron malograrse sus intentos, él tuvo el ánimo de conducir a buen fin semejante empresa. El camino por donde avanza, va quedando sembrado de cadáveres. ¿Qué importa? El lo sigue impertérrito, con una tenacidad indomable, hasta llegar a la meta; y esto a pesar de que casi en el momento de alcanzarla él y los suyos estarán a punto de morir de inanición. Por eso el realizador de esta hercúlea hazaña es un hombre que pertenece a la historia.


[6317]

Esta memorable expedición es llamada anglo-americana, porque su organización y sostenimiento corrieron a cargo del periódico inglés «Daily Telegraph» y del americano «New-York Herald». Las instrucciones dadas al gran explorador americano eran que completase los descubrimientos de Speke y de Grant, que circunnavegase el Victoria Nyanza y el Tanganika y que asimismo completase los descubrimientos de Livignstone.

Partido de Londres con los tres jóvenes ingleses antes mencionados, recogió en Zanzíbar a su grupo de escolta, compuesto por 315 hombres, entre ellos algunos valientes que le habían acompañado a Ujiji en su primer viaje en busca de Livingstone. Dejando Bagamoyo el 17 de noviembre de 1874 fue a acampar a Shamba Gonera; y por Mpuapa, región de Usagaru, apartándose del camino de Unyamyembé seguido por las caravanas, avanzó hacia el norte entre las soledades de Mgunda Mkali y Ugogo, adonde llegó el 31 de diciembre.


[6318]

En Mukalala, en la región del Ikimbu, los guías desertaron. El, por la ruta de Uveriveri llegó a Suna, donde encontró un país bien cultivado, con una población de sorprendente belleza; y prosiguiendo hasta Chuyú, a 400 millas de Bagamoyo, según lo que marcaba el podómetro, llegó a Mangara. Luego, habiéndose detenido en Vinyata, en la orilla del Licumbu, y tras librar y vencer una feroz batalla con los Uatuuru, fue a acampar con todo el grupo expedicionario a Mgongo Tombo, en Iramba, y encontró que en menos de tres meses había perdido 120 hombres, y a Eduardo Pocock. Desde allí, bordeando por la parte occidental el país de los Massai, llegó el 27 de febrero de 1875 a Kagueyi, distrito de Uclamby, en Usukuma, junto al Victoria Nyanza.


[6319]

Reunidas y montadas las piezas de su barco, el Lady Alice, construido en Londres, lo echó al agua. Con once marineros y un guía, navegando al este por un estrecho que separa las islas de Uruma de las de Bugayeya, alcanzó la isla de Kriva; y después de una breve detención en la isla de Kibiki, por Ukafu fue a Beyal, en la bahía de Murchison. Allí desembarcó el 4 de abril en medio de una multitud de dos mil personas, y fue recibido solemnemente en Usavara por Mutesa, rey de Uganda, de Ksaragvé, de Usugo y de Usumi. Es éste un personaje inteligente, valeroso y temido, cuyos vastos dominios se extienden desde los 31° a los 34° de longitud este, y desde 1° de latitud norte a 3° 30´ de latitud sur, con cerca de dos millones de habitantes. El era antes idólatra; pero un rico y poderoso musulmán, Khamis Ben Abdullah, en 1871 lo convirtió al islamismo junto con toda su corte.


[6320]

En Uragara, o Ulagala, entonces capital y residencia de Mutesa (hoy lo es Rubaga) Stanley saludó al coronel francés Linant de Bellefond, que era hijo del célebre ministro de Mehmet Alí, el fundador de la actual dinastía egipcia, y que había sido enviado por Gordon Bajá al monarca africano, con el pretexto de acordar entre él y el Gobierno egipcio un tratado de comercio. Pocos meses después, Linant de Bellefond moría asesinado.


[6321]

Aquí paso en silencio la exploración que efectuó Stanley de todo el Alberto Nyanza, y sus peligrosas aventuras en este mar interior, respecto al cual pudo constatar que se trataba de un único gran lago, como opinaba Speke, y no un conjunto de lagos, como creía Livingstone. No hablo de los obstáculos y dificultades que tuvo que atravesar, ni del castigo que él infligió a los indígenas de Bambireh y los resultados del mismo. No describo las cadenas de montañas que él vio de Africa Ecuatorial; ni la raza de africanos de piernas largas que habitan las tierras situadas al oeste de Uganda, de Karagvé y de Ui, que se muestran enemigos mortales de los extranjeros; ni de la raza blanca de Gambaragara, la reina de las montañas, que tiene una altura de trece mil a quince mil pies sobre el nivel del mar; ni de las aguas que brotan calientes en Mtagata, ni de sus otros muchos importantes descubrimientos geográficos. Tocaré al vuelo su marcha infructuosa hacia el Alberto Nyanza, y su portentosa peregrinación a través del continente negro hacia el océano Atlántico.


[6322]

Realizada la exploración del Victoria Nyanza, Stanley partió con 2.280 hombres guiados por el general Sambuzi, que el rey Mutesa había puesto a su disposición para penetrar en el país de Unyoro, gobernado por el rey Kabba Rega, al que se había enfrentado en vano Baker Bajá, y contra el que Gordon Bajá luchaba todavía. El plan de Stanley consistía en llegar a orillas del Alberto Nyanza, y poniendo en el agua su barco el Lady Alice y las barcas en las que debían ir la mayor parte de sus acompañantes, realizar la exploración de todo el lago y penetrar en la región que se extiende al oeste, con intención de alcanzar Nyangvé, y luego resolver su ulterior itinerario.


[6323]

En efecto, en enero de 1876 llegó al Alberto Nyanza, cuya latitud, longitud y altitud averiguó, e hizo los preparativos necesarios para atravesarlo. Pero no le fue posible, porque se dirigió contra él una fuerza tan poderosa, enviada por el rey de Unyoro, Kabba Rega, enemigo capital del rey de Uganda, Mutesa, que Stanley hubo de retirarse precipitadamente. Vuelto a Uganda, rechazó un ejército de noventa mil hombres, cincuenta mil de ellos mandados por el general Sekibobo, y cuarenta mil por Mquenda, que el rey le había ofrecido para escoltarlo de nuevo al lago Alberto; y partió con la gente de su expedición hacia el sur, siguiendo una ruta paralela a la de Speke, pero más al oeste, y llegó al Karagvé. Empleó un mes en la exploración de aquella gran cuenca, que él bautizó con el nombre de Alejandra Nyanza, en honor de la esposa del príncipe de Gales, futuro rey de Inglaterra; y marchó hacia el sudeste para remontar el río hasta su nacimiento. Pero el hambre lo forzó a abandonar el proyecto de penetrar en el territorio meridional del Muta n’Zige, o Alberto Nyanza, al norte del lago Tanganika, y marchó a Ujiji.


[6324]

Allí supo que Cameron había abandonado el Lualaba. De todas formas, él se recorrió con el Lady Alice el Tanganika, y, desembarcando en Ukangara, por el camino de Uguhta llegó a Kambarré, donde siguiendo el Luama hasta su confluencia con el Lualaba, llegó por este río hasta Nyangvé a los cuarenta días de dejar el Tanganika. Era su intención penetrar en las regiones del norte hasta el país de los Mombutu, y luego atravesar Africa a lo largo de la cadena de montañas que separa la cuenca del Níger de la del Congo. Pero en Mayema vio a los árabes que habían escoltado a su predecesor a Utotera, país del rey Kasongo, de los que obtuvo pruebas ciertas de que Cameron se había dirigido hacia el sur en compañía de comerciantes portugueses. Fue entonces cuando decidió resueltamente intentar la gran empresa de atravesar el continente negro siguiendo el curso del Lualaba hasta las costas del océano Atlántico.


[6325]

Con una escolta de quinientos hombres partió Stanley de Nyangvé el 5 de noviembre de 1876, y viajando por tierra atravesó Uzimba y Uregga. No pudiendo continuar su marcha por lo espeso de la vegetación, y porque las selvas estaban infestadas de gente muy cruel y de bestias feroces, cruzó el Lualaba y continuó avanzando por la orilla izquierda a través del noroeste de Ukusú. Los indígenas se oponían a su paso, acosándolo día y noche; y con sus flechas envenenadas, que son siempre mortales, hirieron y mataron a muchos de la expedición. Fue una lucha desesperada en esta región de caníbales. Stanley trataba de apaciguarlos con suavidad y con regalos; pero ellos los rechazaban y tomaban su actitud paciente por una prueba de cobardía. Para hacer más difícil su situación, una escolta de 140 hombres enrolados en Nyanvé, en el Mayema, se negó a seguir adelante.


[6326]

En tal coyuntura, los indígenas hicieron un gran esfuerzo para aplastarlo por completo. El se defendió heroicamente; mas para escapar a una muerte segura no le quedaba más remedio que confiarse a sus embarcaciones, o volverse atrás y abandonar la empresa. Aunque en el agua tenía una indiscutible ventaja sobre aquellos bárbaros, cada jornada de camino no fue sino la repetición de la precedente. Continuó una lucha desesperada a lo largo del río, hasta que a fuerza de armas y de remos llegó a una serie de cinco grandes cataratas, no muy distantes entre sí, situadas al norte y al sur del Ecuador. Para pasarlas le fue necesario abrirse camino a través de trece millas de tupidísima selva, arrastrando con su gente las dieciocho barcas y el barco de exploración Lady Alice, y cambiando a menudo el hacha por el fusil cuando eran atacados.


[6327]

Pasadas estas cataratas, él y los suyos descansaron varios días para reponerse de las fatigas soportadas. A dos grados de latitud norte, el gran Lualaba abandona la dirección septentrional que ha seguido hasta entonces, para torcer al noroeste, luego al oeste y después al suroeste. Es un gran río de dos a diez millas de anchura, con gran cantidad de islas. Para evitar las continuas luchas con tantas tribus de feroces caníbales, que le agotaban las fuerzas, se vio obligado a avanzar remando entre isla e isla, hasta que desesperado por el hambre, habiendo estado a veces hasta tres días sin tomar ninguna clase de alimento, resolvió desembarcar en la orilla izquierda del río. Por suerte encontró allí una tribu que tenía alguna idea de comercio. Aquellos indígenas poseían cuatro fusiles procedentes de la costa occidental de Africa, y llamaban al gran río por el que Stanley navegaba Ikitu Ya Congo (río del Congo). El gran explorador se llenó de júbilo, porque entrevió que ya no estaba lejos de su meta. Realizó con aquellos africanos el hermanamiento de sangre (haciendo correr la sangre de uno de ellos con la de Francisco Pocock, señal de paz acordada y de amistad entre aquellos pueblos), compró cierta cantidad de provisiones y continuó el viaje por la orilla izquierda del río.


[6328]

Tres días después llegó al territorio de una poderosa tribu, cuyos habitantes estaban armados de fusiles, e intuyó que no se encontraba muy lejos de la costa del Atlántico. Apenas aquellos individuos vieron al hombre blanco, se echaron al agua con cincuenta y cuatro grandes canoas y fueron contra él. Sólo después de ver muertos a tres de sus hombres, Stanley dejó de gritar a aquellos negros que él era amigo. Entonces se entabló el más encarnizado combate jamás sostenido hasta entonces en aquel terrible río, y que se prolongó por espacio de doce millas. Fue ésta la penúltima de las treinta y dos batallas libradas en el Lualaba.


[6329]

Este río, después de haber cambiado a menudo de nombre, al acercarse al Atlántico toma el de Zairo o Kuango. Mientras atraviesa la gran cuenca entre los 26° y los 17° de longitud tiene un curso interrumpido, de más de 1400 millas, con magníficos afluentes al norte, y especialmente en la parte del sur, entre los que destacan al norte, en la orilla derecha, el Riuki, el Liru, el Urindi, el Lovva, el Lulu, el Kandora, el Mbura y el Aruvimi –que discurren por la región de los caníbales–, el Mongala, el Kunga, el Mpaha, el Río Blanco y el Yinemba; y al sur, por la orilla izquierda, el Rumani, el Yumba, el Sankuru, el Ikilemba o Uriki y el Nkutu. Desde allí, bordeando la alta cadena de montañas entre la gran cuenca y el océano, se despeña por más de treinta cataratas furiosas y rápidas, y se arroja en el Gran Río entre las cataratas de Yellala y el Atlántico.


[6330]

Las pérdidas de la expedición anglo-americana fueron gravísimas, incluida la de los tres jóvenes ingleses, uno de los cuales, Francisco Pocock, murió en las cataratas de Massassa. El mismo Stanley el 3 de junio se vio arrastrado casi hasta el vórtice de las cascadas de Mua, y seis semanas después él y todo la tripulación del Lady Alice se precipitaron desde lo alto de las furiosas cascadas de Mbelo, y salieron con vida sólo por un milagro de la Providencia divina. Finalmente, tras mil terrores y peripecias vividos dentro de aquella negra oscuridad en los misterios de lo desconocido, para regresar al reino de la luz; después de superar cincuenta y siete cataratas, y de librar treinta y dos combates, y de recorrer mil ochocientas millas desde Nyangvé a la costa occidental de Africa, Stanley, con los supervivientes de su intrépida escolta, a primeros de septiembre de 1877 llegó por Emboma y Kabinda a San Pablo de Luanda, en el océano Atlántico.


[6331]

Desde allí, por el cabo de Buena Esperanza, condujo a sus fieles campeones a Zanzíbar, remunerándolos con una generosa y bien merecida recompensa. Y por el mar Rojo llegó en enero de 1878 a El Cairo, donde tuve la dicha de estrechar con el gran héroe de Africa la más sincera y cálida amistad, y de asistir con mi llorado Vicario, D. Antonio Squaranti, al jubiloso banquete que dio en su honor el ilustre general Stone Bajá, Presidente de la célebre Sociedad Geográfica Jedivial Egipcia. En el momento en que escribo estas líneas se están llevando a cabo en el continente africano diversas empresas destinadas a ensanchar los conocimientos sobre Africa, entre las que me limito a citar solamente la que, organizada por el Rey de los belgas y dirigida por Stanley, tiene como objeto explorar todo el curso del río Livingstone. Me complazco además en señalar el interesante viaje del joven príncipe Don Juan Borghese, patricio romano, acompañado del Dr. Matteucci y del Sr. Massari, los cuales se han acercado ya en Darfur a las fronteras del imperio de Waday. El extraordinario movimiento de las exploraciones sobre todos los puntos de este gran continente prosigue siempre con el máximo ardor y energía, y en él toman parte casi todas las naciones civilizadas de Europa.


[6332]

Esta pequeña Memoria sobre el CUADRO HISTORICO DE LOS DESCUBRIMIENTOS EN AFRICA, no es más que el bosquejo y el resumen de una obra más voluminosa y completa, que, si Dios quiere, escribiré más adelante, y que irá seguida del CUADRO HISTORICO DE LAS MISIONES CATOLICAS fundadas por la Santa Sede Apostólica en las islas y en el gran continente de Africa.

Los resultados esenciales de las expediciones y descubrimientos señalados en esta Memoria, se pueden contemplar de una sola ojeada en el interesante mapa de Africa que publicó en 1874 el sabio geógrafo alemán H. Kiepert en el volumen viii del boletín de la Sociedad Geográfica de Berlín.


[6333]

Y todavía más completo es el mapa de Africa elaborado en 1879 por Keith Johnston, y que lleva por título: General Map of Africa, constructed from de most recent coast surveys, and embodying the results of all explorations to the present time, by Keith Johnston, F R. G. S., 1879. Ciertamente es un mundo nuevo, que se ha abierto a la actividad humana. Sin duda hay que llenar muchas lagunas, pues todavía falta por descubrir más de una cuarta parte de Africa, que aún permanece envuelta en el más profundo misterio. Pero el impulso dado a tales investigaciones es tan poderoso, que no pasará mucho tiempo sin que se vea llevar a término esta inmensa tarea. La obra inmortal ideada y organizada por Su Majestad Leopoldo II, Rey de los Belgas, con la gran actividad que gracias a él han cobrado los descubrimientos en Africa, por su noble fin de abolir de hecho la infame trata de negros (en lo que tanto y tan eficazmente han trabajado Inglaterra y Alemania) y promover la civilización en Africa Central, no dejará de producir sus frutos.


[6334]

Sin embargo, la fuerza prodigiosa que difundirá en todo su esplendor la luz de la verdadera civilización cristiana en todos los puntos del continente africano, será la Iglesia católica con la predicación del Evangelio, porque sólo Jesucristo es camino, verdad y vida; y la fe de Cristo, sus reglas, sus enseñanzas y su moral divina son el principio de la auténtica civilización, la fuente de la vida, la base de la grandeza y prosperidad de todos los pueblos y naciones del universo.


† Daniel Comboni


1005
Card. Luigi di Canossa
0
1880

N. 1005; (963) TO CARDINAL LUIGI DI CANOSSA

ACR, A, c. 18/38

1880

REPORT ON THE FAMINE AND PLAGUE of Central Africa in 1878–79


Most Eminent and Reverent Prince,

[6335]

Han transcurrido ya más de doce años desde que Vuestra Eminencia Reverendísima aceptó del milagroso Pontífice Pío IX (d. s. m.) el grave encargo de sostener mi debilidad y tutelar y dirigir la santa Obra de la Redención de la Nigricia; y al magnánimo, constante, ferviente celo de Vuestra Eminencia, ayudado por mi insignificancia y con la cooperación de nuestros buenos misioneros –entre los que cabe señalar, por no mencionar los vivos, los píos sacerdotes D. Alejandro Dalbosco, D. Antonio Squaranti y D. Salvador Mauro, de venerada memoria–, se deben los importantes resultados de que goza la naciente Iglesia de Africa Central.


[6336]

La firmeza, el ánimo de Vuestra Eminencia, Rmo. Príncipe, no titubeó ni se perturbó ante el formidable aparato de tantos obstáculos y dificultades que debía atravesar la Obra sublime, ni menguó en usted la inamovible confianza en el indefectible éxito final, a pesar de la debilidad de los instrumentos de que se debía servir la divina Providencia, y de la falta y escasez de los medios pecuniarios y materiales necesarios para la gigantesca empresa. Al contrario, confortado por el espíritu del Señor y por la palabra infalible de su glorioso Vicario, V. Em.a se dignó afianzar nuestro ánimo, sostenernos en nuestra debilidad, señalarnos los caminos y bendecir nuestros pobres esfuerzos. Y no contento su generoso corazón con cubrir con su magnífica tutela y patrocinio la santa empresa, puso en juego la poderosa y vasta influencia de su gloriosísimo nombre, a fin de que brotasen de muchas partes de Europa y de muy muníficos Príncipes abundantes recursos y alta protección. Nuestra debilidad y pequeñez bien poco habría conseguido sin su valioso y constante apoyo. Y como su caridad ha sido siempre larga en amparo, en ayuda, en consejo y en estímulo, permítame, Eminentísimo Príncipe, que le consagre este brevísimo apunte histórico sobre las espantosas calamidades de la Carestía y la Epidemia que afligieron y estragaron una vasta, enorme extensión del Vicariato Apostólico de Africa Central en 1878-1879. Apunte con el que verá claramente que la santa Obra por usted patrocinada es en verdad obra de Dios; y su alma animosa encontrará en él nuevos motivos por los que tutelar cada vez más esta sublime empresa, para mayor gloria de Dios, para mérito de la Iglesia veronesa y para salvación de nuestra infeliz pero siempre querida Nigricia.


[6337]

Las obras de Dios siempre deben nacer al pie del Calvario. La Cruz, las oposiciones, los obstáculos, el sacrificio son la ordinaria marca de santidad de una obra; y es siguiendo este camino sembrado de abrojos y espinas como las obras de Dios se desarrollan, prosperan y alcanzan su perfección y triunfo. Esta es la amorosa y sabia economía de la Providencia divina, que recibe plena confirmación en la historia de la Iglesia y en todas las Misiones Apostólicas de la tierra; y deja demostrado, como la más espléndida verdad, que nunca se pudo plantar en ningún reino ni en ningún lugar la verdadera religión de Jesucristo, sin los más duros sacrificios, las más fieras oposiciones y el martirio. Y la razón de ello es evidentísima: como todas las Obras de Dios tienden por naturaleza a destruir en el mundo el reino de Satanás y plantar en él la salvífica bandera de la Cruz, el príncipe de las tinieblas necesariamente tiene que desencadenarse, moverse, retorcerse y suscitar todos los poderes del abismo y todas las funestas pasiones de sus auxiliares del mundo, para a su vez ir contra su formidable y eterno enemigo, contra Jesucristo Redentor del género humano, a fin de resistirle, combatirlo y aplastarlo.


[6338]

Pues bien, entre las obras del apostolado católico a que ha dado vida la Iglesia de Cristo, una de las más arduas y laboriosas, y de las más sublimes e importantes del universo, es sin duda nuestra misión de Africa Central, que abarca una extensión territorial muy superior a la de toda Europa; que está poblada, según la estadística de Washington, por más de cien millones de infieles, sobre los que todavía no ha brillado el astro luminoso y vivificante de la fe, y que la Santa Sede confió a nuestro humilde Instituto de Misiones para la Nigricia, de Verona. Entre las furiosas tempestades que desde su nacimiento han agitado y sacudido a esta naciente Iglesia, de la cual, aunque indigno, soy el primer Obispo, destaca sobre todo la espantoda calamidad de la Carestía y de la Epidemia que sufrió en tiempos aún recientes, de las que se resiente todavía, y de las que aún lleva grabadas las huellas y soporta las dolorosas consecuencias.


[6339]

Pero es Obra de Dios; y purgada y depurada ahora en el crisol de los sufrimientos, de las cruces y del martirio, resurgirá con mayor vigor y fuerza para, animada de nueva vida, llevar a cabo su alta misión redentora y civilizadora entre las tribus de la Nigricia.


[6340]

La falta o escasez de lluvias en el año 1877 fue la causa principal de la espantosa sequía y concomitante carestía que asolaron buena parte de nuestro inmenso Vicariato. Y las regiones que resultaron más gravemente afectadas por el terrible flagelo fueron Nubia Inferior, Nubia Superior desde Dóngola al mar Rojo, los países bañados por el Nilo Azul y el Nilo Blanco, la región del Nilo comprendida entre Egipto y el Sobat, el reino del Kordofán, las provincias del Darfur, las tribus de Gebel-Nuba, la de los Scheluk, y todos los países que se extienden desde el Bahar-el-Ghazal hasta los Ñam-Ñam y el lago Alberto Nyanza.


[6341]

Las siembras y plantaciones efectuadas en esas fecundísimas tierras se secaron casi con los primeros brotes, y las hierbas, las flores y los prados se agostaron por los abrasadores rayos del sol; de manera que pronto aquellas míseras poblaciones carecieron del ordinario sustento, y también la falta de alimento hizo que casi todos los animales murieran. Considere, Eminentísimo Príncipe, la intensidad y el alcance de tanta desgracia como se abatió sobre aquellas pobres gentes no menos que sobre nuestra misión. El hambre padecida por los pueblos que habitaban a lo largo de los ríos fue espantosa sobremanera, y tremenda fue también la que sufrieron los árabes del desierto, gran parte de cuyos camellos murieron de inanición. Esto supuso para nuestras caravanas, obligadas a cruzar aquellos desiertos, grandes sacrificios y enormes gastos; porque el precio del alquiler de los camellos que se libraron de aquella muerte masiva fue cuadruplicado incluso para los animales débiles y agotados por el hambre, los cuales sólo eran capaces de llevar una tercera o cuarta parte de su carga normal. Y así continuaron nuestras expediciones con los gastos cuadruplicados hasta que prolongándose la situación por mucho tiempo, y postrados o muertos ya por el hambre camellos y camelleros, esos viajes tan necesarios para llevar socorros a las misiones afectadas por la carestía se nos volvieron sumamente difíciles o del todo imposibles.


[6342]

De ello se derivó que casi todos los alimentos de primera necesidad llegasen a faltar o alcanzasen precios fabulosos, esto es, diez, doce y hasta veinte veces más elevados que de ordinario. Por ejemplo, el mismo Cónsul austrohúngaro, el caballero Hansal, pagó el trigo a razón de 72 táleros el ardeb (saco de cerca de cien kilos), cuando antes se pagaba sólo a 5 táleros. Más tarde el trigo faltó también en Jartum, y no se encontraba a ningún precio; y en el reino del Kordofán se habría pagado hasta a 500 francos el ardeb, pero no lo había en absoluto. El durrah, (o maíz), que es el alimento principal de los habitantes de las posesiones egipcias en Sudán –las cuales suman un territorio cinco veces mayor que toda Italia–, y que constituye también la base de la alimentación de nuestros huérfanos y de los alumnos de ambos sexos en los establecimientos de Nubia, el durrah, decía lo llegamos a pagar en los mercados de Jartum hasta a 108 francos el ardeb, cuando normalmente antes costaba sólo entre cuatro y cinco francos; y el I. R. Cónsul austrohúnharo me aseguró haberlo pagado hasta a tres táleros el rub, o sea, a razón de 336 francos el ardeb.


[6343]

El dokhon (Penicillaria), especie de mijo, del que se nutren las poblaciones del reino del Kordofán y del imperio de Darfur, y que constituye el alimento ordinario de los alumnos, los huérfanos y los esclavos refugiados, acogidos en nuestros establecimientos del Kordofán, de su precio normal de unos tres táleros subió a treinta y siete táleros, y más, el ardeb; y en Darfur se pagó hasta a 140 táleros el ardeb, o sea, a un precio cuarenta y seis veces superior al normal. Lo mismo ocurrió con las carnes excesivamente magras, fibrosas, repugnantes, de animales consumidos por el hambre y convertidos casi en esqueletos, cuyo precio se puso diez o doce veces más caro de lo ordinario. Y algo similar o peor ocurrió en Gebel Nuba, donde encima faltó la sal, y durante mucho tiempo hubo que tomar alimentos tan mezquinos sin que estuvieran condimentados con ella.

Dicho esto, es fácil comprender que gran parte de la población nativa de la clase pobre careció en absoluto de sustento; y yo constaté con mis propios ojos la extrema miseria reinante en muchas zonas, en las que pueblos enteros diezmados por el hambre vivían de hierbas, de semillas de heno y hasta de excrementos de camello y de otros animales.


[6344]

Por este breve cuadro, Vuestra Eminencia bien puede imaginar la angustia de mi alma, y los graves aprietos en que me encontré para alimentar y sostener, además de los Institutos de Verona y de El Cairo, tantos establecimientos que habíamos fundado en el Vicariato, compuestos de personal no sólo indígena, sino también de Hermanas, Misioneros y Hermanos coadjutores europeos, que en aquel agobiante clima africano necesitaban, en medio de los apostólicos esfuerzos, una sólida alimentación. La Superiora de las Hermanas de San José en el Kordofán, mientras gemía oprimida por la fiebre, creyó que se reconfortaría probando un poco de pan de trigo mojado en agua. Inútilmente se buscó ese pan por toda la ciudad de El-Obeid, hasta que finalmente un generoso comerciante judío llevó un poco, y la Superiora lo comió; pero luego hubo de morir por su enfermedad. Para suministrar pan de trigo a los establecimientos del Kordofán, el llorado D. Antonio Squaranti compró a precio caro veinte ardeb de grano; y una vez que lo hubo molido en Jartum, buscó camellos para transportar la harina al Kordofán. Yo fui de un lado para otro, rogando a los principales comerciantes, e incluso al mismo Gobernador General de Sudán, para conseguir los camellos.


[6345]

El esfuerzo fue en vano: ya faltaban los camellos, ya los camelleros, porque casi todos habían muerto, o estaban enfermos, o exhaustos de hambre, o consumidos por las fiebres. La harina de trigo permaneció cuatro meses en Jartum; y en nuestros tres establecimientos del Kordofán, los misioneros y las Hermanas no pudieron durante muchos meses probar el pan de trigo, teniendo que alimentarse, como todos los indígenas del país, de dokhon.


[6346]

Sin embargo, todo esto no es más que una sombra de la extrema miseria que sufrieron esas desdichadas regiones. La sed, flagelo mucho más terrible que el hambre, llevó nueva desolación a esos inmensos países que, lejos de los grandes ríos, como el Nilo, el Nilo Blanco y el Bahar-el-Ghazal, sólo son bañados por las lluvias anuales, que en julio, agosto y septiembre, riegan normalmente aquellas tierras. Pero el año 1877 había sido el más seco que se recordaba en la historia de Africa Central; por eso los campos aparecían literalmente abrasados por los ardores de la canícula, y las praderas quemadas por el sol; y por eso también todas las cisternas estaban sin agua, y secos igualmente se hallaban en el Kordofán y en Darfur casi todos los pozos, que generalmente tienen una profundidad de veinte, treinta, y hasta cuarenta y más metros, y entre ellos se secaron los dos grandes pozos de nuestros establecimientos de la capital del Kordofán. Me estremezco al recordar los horribles estragos que la sequía y la sed causaron en las poblaciones y en los ganados del Kordofán y del imperio de Darfur. Tocaré sólo al vuelo la sed en El-Obeid y en Malbes, donde nosotros tenemos tres importantísimos establecimientos de Misión.


[6347]

Aunque nuestras misiones no raramente recibieron ayuda de nuestro Procurador, Jorge Papa; de algunos buenos católicos, entre ellos de un excelente señor sirio, Ibrahim Debane, y hasta de algún musulmán que apreciaba nuestra obra, los cuales nos llevaban agua, a pesar de todo nos vimos obligados a comprarla a elevado precio, con gran detrimento de nuestra flaca economía. Se tuvo que restringir mucho el consumo de agua para beber y para cocinar. A veces el misionero se encontraba en la necesidad de reservarse el agua que por la mañana había utilizado para lavarse la cara, a fin de saciar la sed durante el día; pero el agua de lavarse ya había sido medida severamente, y repartida en pequeñas dosis. Incluso se llegó al punto de no poder lavarse ya la cara por la mañana, para disponer de agua en los momentos de gran sed de la jornada. Además, durante más de cuatro meses no se pudo hacer la colada por falta de agua. Finalmente, habiendo quedado ésta reducida al mínimo en la capital del Kordofán, hubo que trasladar la mayor parte del personal de aquellos dos grandes establecimientos a Malbes, la colonia agrícola que habíamos fundado, donde, si bien había aún un poco de agua, escaseaban tanto los víveres que cuando por la mañana se encontraba algo de alivio tomando el desayuno, no se comía al mediodía; y cuando la satisfacción llegaba al mediodía, por la noche faltaba la cena.


[6348]

Y nótese que para conseguir tan escaso y mezquino sustento, no bastaron las generosas limosnas recibidas de tantos bienhechores de Europa. No me es posible describir con palabras las grandes privaciones que soportaron los misioneros, las Hermanas y las demás personas de nuestras misiones. Los niños, los alumnos y las chicas acudían a los misioneros y a las Hermanas a pedirles un poco de agua porque ardían de sed; y como no había con qué saciársela, los pobrecitos y las pobrecitas lloraban de modo que movían a compasión hasta a las piedras. Se repartían fraternalmente, para beber un poco cada uno, el agua sucia que había quedado en la jofaina donde tal vez el misionero o la Hermana habían podido lavarse. Querría decir más... pero se me cae la pluma de la mano... Dios ha escrito en el libro de la vida los sacrificios soportados por nuestros misioneros y nuestras Hermanas en un clima tan extenuante y abrasador.


[6349]

Y lo que hacían nuestras Hermanas es admirable ante Dios. Muchas veces, a las tres y media de la mañana, la bretona Sor Arsenia Le Floch, Superiora del establecimiento femenino partía en compañía de otra joven y laboriosísima Hermana, con varias bormas (recipientes de barro, de tres o cuatro litros de capacidad); y tras hacerse a pie tres o cuatro horas de camino, llegaba bajo un sol de fuego al lado de un pozo; y después de esperar su turno, soportando ásperas discusiones con los bárbaros guardianes del pozo, y a veces amenazas, conseguía obtener con increíble fatiga agua negra, fangosa, sucia, salobre y repugnante, que ella pagaba a tres, cuatro y hasta a cinco francos la borma; es decir, a un precio más caro que el vino en Italia. Luego, desandando con gran esfuerzo el camino, las dos Hermanas volvían a la misión, donde eran esperadas con ansia para el reparto a cada uno de una pequeña y medida cantidad de agua con que matar la sed. Y a menudo, a las tres o tres y media de la madrugada, a rehacerse de nuevo el camino a pie, y muchas veces cargando el agua sobre un asno rendido de cansancio, que a cada instante se caía; para luego, ya entrada la noche, o en ocasiones a medianoche, llegar de regreso a la misión.


[6350]

A alguna distancia de nuestra colonia agrícola, los misioneros y las Hermanas lograron después de muchos esfuerzos cavar un pozo, que daba un poco de agua sucia y fangosa. De guardianes nocturnos pusieron junto a él dos robustos negros catecúmenos, pero en vano: por la noche venían sedientos los ladrones, y por medio de la violencia se llevaban el agua para luego venderla. En Malbes la misión tenía tres vacas, a las cuales se daba un poco de beber dos veces a la semana; mas consumidas por la sed y sobremanera escuálidas, acabaron por no dar más leche. Claro que cuando la daban, la ración de leche para cada uno se quedaba en casi nada.


[6351]

Desde la colonia agrícola de Malbes, que carecía prácticamente de todo, salvo de un poco de agua, a menudo algunos de la misión tenían que ir a la capital, bien para llevar agua a los nuestros de El-Obeid, bien para buscar algo de primera necesidad que hacía falta en Malbes. El viaje, de siete horas y penosísimo, se debía hacer con frecuencia a pie, o bajo un sol abrasador, o bien de noche, cuando el camino estaba infestado de ladrones, y de animales feroces, como las hienas, o como los leones que no raramente rondaban por los contornos, y que con sus rugidos hacían temblar a los viajeros. Aquí podría citar muchos casos espantosos sucedidos el año pasado. Pero contaré sólo uno.


[6352]

Una tarde, estando en Malbes casi todos enfermos o extenuados, y sin nada con que restablecerse, y además sabiendo que la misión de El-Obeid tenía extrema necesidad de agua, una de nuestras esforzadísimas Hermanas, movida a compasión por tanto infortunio, y animada de un heroísmo de caridad, suplicó vehementemente y obtuvo de la Superiora permiso para ir en busca de agua y transportarla a El-Obeid, donde podría socorrer a aquellos sedientos y luego obtener víveres con los que volver a Malbes en ayuda de sus compañeros, que carecían de todo. Habiendo llegado a los pozos, y después de luchar animosamente con aquellos africanos, logró tras muchos esfuerzos comprar a precio caro dos gherbas (grandes odres) de agua; y, cargado el camello, partió a pie, con un negro recientemente rescatado, en dirección a la capital. Se trataba de un trayecto de siete horas, dificilísimo, y plagado de fieras y de ladrones y asesinos. Pero la caridad pudo más que todos los obstáculos, y llena de coraje, aunque no sin temor, la Hermana siguió su camino entre los aullidos de las fieras y de los perros, y el rugir de los leones, que la hacían temblar. Recorridas las tres cuartas partes, y más, del trayecto, el camello, ya débil por el hambre, no pudo con el cansancio y cayó pesadamente al suelo.


[6353]

La Hermana y el negro intentaron por todos los medios, incluso con enérgicos golpes de corbacho (1), que el camello se levantase y prosiguiese su camino; pero todos los esfuerzos resultaron inútiles. ¿Qué hacer en semejante situación?... Quedarse allí toda la noche era exponerse a ser devorados por las fieras o asaltados por los ladrones; dejar solo al negro e ir sola la Hermana a El-Obeid en busca de ayuda, era exponer al negro a ser robado con los dos odres de agua y correr ella misma un grave peligro. El miedo la atenazaba.


[6354]

Durante un cuarto de hora, la Hermana permaneció perpleja y temblorosa; pero luego, pensando en la extrema necesidad de los nuestros de Malbes y de El-Obeid, y confiando en ese Dios del amor que consuela a los afligidos y en esa Virgen Inmaculada que es el refugio de los pobres, decidió dejar al negro custodiando el agua, y ella se puso sola en camino para buscar socorro. Era una noche oscura, iluminada solamente por los rayos de una luna de tres o cuatro días. Pasado algún tiempo, oye furiosos ladridos de perros, que le indican la existencia de un poblado. Se detiene atemorizada, porque acercarse al poblado es arriesgarse a que la devoren los perros, que en aquellas tierras son peligrosos, aunque providenciales. Mas por otro lado ve la necesidad de pedir ayuda. Por eso, con todas sus fuerzas, se pone a gritar en dirección a ese poblado rodeado de perros: Ja Nas Taälu! Ja Nas taälu! (¡Eh, gente, vengan! ¡Eh, gente, vengan!). Al cabo de pocos minutos ve aparecer dos fuertes y peludos Bagara (árabes guardianes de los rebaños), que acuden a aquellos gritos desgarradores. «¡Pero, señora! –exclaman–, ¿cómo es que se encuentra aquí de noche sola, con peligro de ser devorada por las fieras, o de ser robada y asesinada?» Y ante los ruegos de la Hermana, con suma premura la acompañaron al lugar donde había dejado el agua, y allí encontraron al camello tumbado y al negro custodiándolo. Después de enérgicos y repetidos azotados, y de empujar con sus nervudos brazos al camello, lograron levantarlo; y no contentos con ello, aquellos buenos africanos acompañaron a la Hermana y al negro hasta El-Obeid, adonde llegaron a medianoche más muertos que vivos.


[6355]

No le diré nada, Eminencia Reverendísima, de la pena que causó a los misioneros el no disponer de vino para celebrar todos los días la Santa Misa, inefable consuelo de las almas afligidas. El vino escaseó de tal manera que no quedó más que un poco, el suficiente tan sólo para celebrar el divino Sacrificio los domingos y fiestas. Pero agotado el vino para la Santa Misa en la capital del Kordofán, me vi obligado a mandarlo allí en frasquitos por correo desde Jartum, para que se pudiera celebrar Misa en las fiestas. Por lo demás, ni los misioneros ni las Hermanas tuvieron vino para beber; sino que bebieron casi siempre agua sucia, salobre y repugnante.


[6356]

Mas debo declarar solemnemente, oh Eminentísimo Príncipe, que en medio de tan grande miseria tanto los misioneros como las Hermanas supieron mantener el ánimo y el celo por su difícil ministerio: firmes y sin desmayar en su ardua y santa vocación, permanecieron inamovibles en su puesto; y alegres y contentos en medio de tantas privaciones y sacrificios, trabajaron incansablemente por ganar almas para Cristo. Y lo que más hace resaltar la gracia de su santo y penosísimo apostolado: nuestros misioneros y nuestras Hermanas nunca titubearon, ni se sobresaltaron, ni se desanimaron ante la furia de la tormenta, ni en medio de las más terribles enfermedades, ni frente a la muerte de tantos hermanos y hermanas de apostolado; sino que permanecieron impávidos en medio de la espantosa tempestad, confiando en ese Dios que derriba y levanta, angustia y consuela, y en ese divino Salvador que después de su penosa Pasión y Muerte gloriosamente resucitó. Y la abnegación que mostraron destaca todavía más si pensamos que ellos mismos sufrían a menudo fiebres, y esto en un clima tórrido, donde además padecían la tortura de las picaduras de mosquitos y de otros insectos, que los martirizaban día y noche. En suma, gravitaba sobre todos ellos el dulcísimo peso de la Cruz y estaban privados de toda humana satisfacción; pero se encontraban llenos de fuerza, de coraje y de esperanza, precisamente por la Cruz de Jesucristo, que es la marca infalible de las obras del Señor.


[6357]

Pero además de todas esas privaciones y sacrificios, comunes a la totalidad de nuestros misioneros y Hermanas, yo tenía otra pesadísima cruz en mi espíritu, al igual que nuestro pío administrador general, D. Antonio Squaranti. Y era la enorme deuda de 46.784 francos que habíamos encontrado, y que unida, otra de más de 14.000 francos que habíamos debido contraer nosotros para proveer a las urgentísimas necesidades de una carestía siempre en aumento y no dejar morir la misión, y a otros 10.000 francos (invertidos en comprar una máquina de vapor para regar nuestra huerta de Jartum, a fin de evitar que se secase, con grave daño para la misión, y poder mantener nuestra única fuente de producción estable, fruto de tantas fatigas y del trabajo de años), nos encontramos debiendo la tremenda suma total de 70.000 francos.


[6358]

Con esto, Eminentísimo Príncipe, no necesito hablarle de tantas otras cruces y calamidades que inundaron mi corazón de amargura y congoja, para darle una ligera idea de mi crítica y desoladora situación. Pero todo ello era aún poco: otra calamidad aún más espantosa vendría a destrozar mi alma con el más profundo dolor.

Finalizando el mes de julio de 1878, comenzó a llenarse el cielo de densas nubes, y luego pareció como si los relámpagos, truenos y rayos fueran a llevar la destrucción a esas tierras ya devastadas. Bien pronto el cielo empezó a verter torrentes de lluvia; y fue ésta tan copiosa y abundante durante dos meses, que los más ancianos habitantes del país no tenían recuerdo de nada semejante. Esto dio origen a que los dos grandes brazos del Nilo, o sea, el Nilo Blanco y el Nilo Azul, crecieran hasta el punto de amenazar con desbordarse e inundar, junto con la capital de las posesiones egipcias en Sudán, nuestro grandioso establecimiento de Jartum. Por eso, mientras la numerosa guarnición de varios miles de soldados, dirigida por los ingenieros militares, levantaba alrededor de toda la ciudad fuertes defensas para detener las aguas e impedir la inundación, nosotros, con grandísimo dispendio, mediante gruesos maderos y cientos de altas palmeras cortadas en nuestro huerto, construimos un dique muy sólido en la orilla del Nilo Azul, frente a la misión; de modo que después de tres semanas de continuo trabajo, la ciudad y la misión quedaron seguras, y la fragorosa corriente no llegó a causar daños considerables.


[6359]

Se hundieron, eso sí, cientos, miles de casas en el país. Pero nuestros establecimientos quedaron intactos; y los diques, barreras o defensas construidos servirán por muchos años para preservar a la misión de futuras inundaciones.

Entonces los agricultores y los fellah, con las pocas semillas que habían podido conservar del calamitoso año anterior, se pusieron a sembrar trigo, durrah, sésamo, hortalizas, y todo lo que podían. Esos campesinos estaban sin fuerzas, pero las sacaron de su flaqueza para cultivar aquellos terrenos antes resecos, que la copiosidad de las lluvias había ablandado. La tierra se fecundó, y en muy breve tiempo, regada por las aguas torrenciales que seguían cayendo, empezó a dar fruto de todo en tal cantidad como no se había visto igual en años anteriores. Viendo esto, todos creían que la espantosa carestía iba a cesar, y que la abundancia de las cosechas inminentes iba a hacer desaparecer hasta las huellas de la tremenda miseria padecida hasta aquellos días.


[6360]

Pero no fue así. Seguía diluviando, y las casas y las cabañas de los pobres indígenas se hundían a centenares, a millares, porque estaban hechas de barro secado al sol, o de paja, o de cañas fragilísimas. Y los desdichados que las habitaban se encontraron de repente sin cobijo, viviendo día y noche al raso, ya lloviese a mares, ya brillase el sol con sus dardos de fuego. Expuestos así a la intemperie, una furiosa cohorte de violentísimas fiebres atacó a esos infelices; y eran de tan maligna naturaleza, que en poco tiempo aquellos países, en una enorme extensión, se vieron sembrados de cadáveres de todo sexo y edad, mientras que los pocos supervivientes, cadáveres ambulantes ellos mismos, vagaban por los caminos y los desiertos, pálidos y consumidos, pidiendo socorro. El terror y el espanto se difundieron por doquier; y la terrible, imparable epidemia se extendió por las ciudades, por los grandes pueblos y por las aldeas con tal ímpetu e intensidad que gran parte de aquellas regiones se convirtieron en breve en vastos cementerios.


[6361]

Nosotros fuimos testigos oculares de los estragos que produjo aquella tremenda epidemia en los países bañados por el Nilo Blanco y el Azul. En una hora, en media hora, en diez minutos, vimos cómo segaba la muerte a personas que antes gozaban de espléndida salud. También muchos de nuestros católicos caían casi repentinamente fulminados por este inexplicable mal, que se manifestaba con síntomas de fiebre nerviosa, a veces tifoidea, a veces petequial, y apenas nos daba tiempo a administrarles la extremaunción y la absolución in articulo mortis. En muchas ciudades, pueblos y aldeas, gran número de habitantes, entre ellos familias enteras, que habían padecido el hambre del año anterior, después de haberse alimentado con las primicias de la abundante cosecha caían muertos junto a los nuevos frutos amontonados en las cabañas o en los patios de sus viviendas. Y personas dignas de crédito, que regresaban a Jartum después de largos viajes por los países del Nilo Azul y de Nilo Blanco, me aseguraban haber encontrado ciudades y pueblos casi deshabitados, y las casas, las vías públicas y los campos llenos de cadáveres putrefactos, tendidos junto a la avena, el durrah, el trigo y el sésamo que habían recogido, y por cuyas letales exhalaciones la epidemia se había extendido sobre grandes territorios produciendo víctimas en todas partes.


[6362]

Yo mismo con nuestras cinco Hermanas del Instituto de las Pías Madres de la Nigricia –a las que fui a buscar a Berber para llevarlas a Jartum en un vapor que S. E. Gordon Bajá, Gobernador General de las posesiones egipcias en Sudán, había puesto a mi disposición– visité ciudades y pueblos situados entre Berber y Jartum, que otras veces había visto pobladísimos y provistos abundantemente de víveres y de todo, y los encontré casi vacíos y desiertos; y los raros habitantes escapados de la muerte, que de tan consumidos y macilentos parecían más bien cadáveres ambulantes, se alimentaban de semillas, de hierba y hojas, de nabak, y hasta de excrementos de camello, sin tener ya fuerzas para sembrar y trabajar los campos de alrededor, cuyo feracísimo suelo producía ahora de manera espontánea hierbas y plantas de hoja silvestres, con una lozanía y exuberancia verdaderamente asombrosas. Las cabañas y las casas estaban casi derruidas, y prácticamente había desaparecido toda clase de ganado. La majestuosa ciudad de Shendi, antigua capital de los reyes de Nubia, y el extenso país de Temaniat, aparecían casi despoblados, destruidos, etc., etc. Nosotros distribuimos aquí y allá grano y limosnas; y son indecibles las demostraciones de gratitud y reconocimiento de que nos hicieron objeto aquellos infelices.


[6363]

Es inútil, Eminentísimo Príncipe, que le dé más menudos detalles sobre el cuadro desolador de la espantosa carestía y mortandad en esta parte importantísima de nuestro Vicariato: necesitaría para ello muchos volúmenes. Bastará con señalarle de pasada los siguientes cuatro puntos, de cuya veracidad y exactitud me declaro totalmente responsable, y que le expongo muy moderadamente, sin retratar en toda su negrura la tremenda realidad.


[6364]

1.° Una gran parte de las abundantes cosechas de trigo y otros cereales, y de sésamo, etc., y una buena cantidad de durrah que aquellos feracísimos terrenos produjeron tras las lluvias extraordinarias de que hemos hablado, no se pudieron recoger de los campos por falta de brazos de colonos y de agricultores, que, o habían muerto, o estaban incapacidados para el trabajo. Por eso tras la nueva cosecha, continúa todavía, aunque en menores proporciones, la carestía en esos países. Muchos grandes propietarios de la zona del Nilo Azul se dirigieron al Gobierno para que mandase hombres y soldados a recolectar tan abundante producción de grano y demás, ofreciendo como compensación la mitad, y más, de lo que se recogiese. Pero el Gobierno, aunque sumido en la miseria por no haber podido recaudar aquel año ni una cuarta parte de los impuestos personales y sobre bienes raíces, y a pesar de que no había podido pagar a los funcionarios ni a las tropas de servicio (lo que llevó a muchos al robo y al saqueo para procurarse de qué vivir), tuvo que rechazar tan generosa oferta por falta de brazos, y por las luctuosas consecuencias del hambre y la epidemia, que habían producido bajas en gran escala entre los empleados de la administración y el personal militar.


[6365]

2.° En una parte de nuestro Vicariato mayor que toda Italia, desde Jartum a la redonda, por la carestía y la epidemia murieron la mitad de todos los habitantes de ambos sexos, y más de la mitad de los animales.

3.° En muchas otras zonas del Vicariato perecieron las tres cuartas partes de la población y de los animales.

4.° En numerosos pueblos y vastas comarcas del sudeste de Jartum, como repetidamente me contó el farmacéutico del Gobierno, el señor Fahmi, que durante mucho tiempo fue médico fijo de la Misión católica, el cual es habilísimo en curar el tifus y las fiebres predominantes en Sudán, y según lo que me manifestaron muchos testigos oculares, murió no sólo toda la población de ambos sexos, sino también todos los ganados, los camellos y demás animales, incluidos los perros, que son la providencial guardia de seguridad pública en esas desdichadas regiones.


[6366]

Vuestra Eminencia Rma. bien puede comprender, por lo poco que le he señalado así, al vuelo, cuán grande fue el desastre causado a la economía de toda la Obra por este tremendo, prolongado período de carestía y epidemia que azotó a nuestro querido Vicariato el año pasado, y cuántas privaciones y angustias trajo a nuestros misioneros, a nuestras Hermanas y a las numerosas personas acogidas en nuestros establecimientos de misión.


[6367]

Pero todo esto es aún poco. Lo que todavía en mayor medida inundó mi alma de profundo dolor y pesar, hasta casi morir de consternación y pena, fueron los estragos, las muertes que las privaciones y las enfermedades produjeron entre el personal activo de la misión, y las consecuencias funestas que, así queriéndolo la amorosa y siempre adorable Providencia divina, de ello se derivaron. Pero estas tremendas calamidades no pudieron, por gracia del Señor, menoscabar nuestro coraje ni disminuir la fuerza de nuestro espíritu; antes al contrario, tan durísimas pruebas contribuyeron poderosamente a que se fortaleciese nuestro ánimo, a que pusiéramos toda nuestra confianza en ese Dios de las misericordias que nos precedió en el camino de la Cruz y del martirio, y a que nos mantuviésemos firmes y constantes en nuestra ardua y santa vocación.


[6368]

A finales de septiembre, al declinar las lluvias, ardentísimas fiebres que degeneraron en tifoideas, enfermedades atroces de carácter mortal y dolencias de la más variada especie atacaron a casi todos los miembros de la misión, y una viruela maligna y un tifus exantemático acabaron con la vida de muchos. Todas las Hermanas de Jartum cayeron gravemente enfermas, y hasta la laboriosa e infatigable normanda Sor Javierina, que en los tres años que llevaba en el mortífero clima de Jartum nunca había padecido sombra de enfermedad, fue atacada de fortísima fiebre que la puso al borde de la tumba. Casi todas las alumnas y huérfanas del Instituto femenino cayeron enfermas, y la muerte segó la vida de muchas de ellas. Todos los sacerdotes, menos uno solo, con la totalidad de los hermanos coadjutores europeos y casi todos los miembros del establecimiento masculino sufrieron interminables, altísimas fiebres y otros tremendos males, y muchos estuvieron en las últimas.


[6369]

Don Policarpo Genoud, atacado por un tifus fulminante, en menos de veinte minutos exhaló el último suspiro; y la francesa Sor Enriqueta, flor de angelicales costumbres y auténtica heroína de la caridad, en la primavera de la vida cayó víctima de un terrible tifus exantemático, convirtiéndose así en la última de las nueve Hermanas de la benemérita Congregación de San José de la Aparición, que, llevadas del amor al prójimo, ofrecieron sus sudores y su vida por la redención de la infeliz Nigricia. Y seis buenos y píos hermanos coadjutores europeos, entre ellos el excelente Fernando Bassanetti, de la diócesis de Piacenza, y Antonio Iseppi, de la de Verona, sucumbieron uno detrás de otro, en pocos días. Asimismo murieron trece de nuestros mejores alumnos indígenas de ambos sexos, bien formados e intruidos en nuestra santísima religión y en las artes y oficios. Así las cosas, en poco tiempo los dos grandiosos establecimientos de Jartum se convirtieron en otras tantas enfermerías, que no tardaron en volverse vastos hospitales.


[6370]

Habiéndose restablecido algunos miembros del Instituto masculino, aunque débiles todavía por la violencia y el daño de las enfermedades sufridas, para que cambiasen de aires los mandé por el Nilo en una gran barca hacia Temaniat y Gebel Taieb, acompañados del único sacerdote que había permanecido inmune a la epidemia. Entonces quedé yo solo en la capital de Sudán para administrar los Sacramentos y asistir a las extremas necesidades tanto del numeroso personal interno de la misión, como de los externos de la ciudad de Jartum; de modo que tuve que desempeñar al mismo tiempo las múltiples funciones de obispo, párroco, vicario, superior, administrador, médico y enfermero. Pero Dios me tenía reservada una muy poderosa ayuda en dos habilísimas Hermanas, Sor Javierina y Sor Germana, las cuales también estaban quebrantadas por terribles fiebres. La primera, que casi siempre estaba enferma en la cama o sin poder salir de su cuarto, era consultada a cada momento respecto a las enfermedades, como muy experta conocedora de las fiebres y el tifus y competentísima en el gobierno de los enfermos.


[6371]

La otra, Sor Germana Assuad, natural de Alepo, y muy versada en árabe, su lengua materna, apenas me encontré solo en medio de tantas calamidades, y cuando yo pensaba que debía asistirla en trance de muerte, casi por milagro, animada de un espíritu de sublime caridad saltó de su lecho de dolor, y durante cuatro meses soportó indecibles fatigas día y noche en asistir a los enfermos, curarlos, y preparar a bien morir a los que hablaban el árabe, el italiano o el francés. Con esta animosa e incansable hija de la caridad compartí enormes fatigas, tremendas penalidades y trabajos indecibles. Ella se daba por completo a todos, y olvidándose de sus propios males, corría de un lado a otro, allí donde lo requería la necesidad del prójimo.


[6372]

Y no sólo estaba presta a curar las llagas y enjugar las lágrimas de aquellos infelices, y a asistir a los moribundos como habilísima enfermera, sino que además se prestaba con apostólico celo a curar las enfermedades del alma, y a estimular hacia la confesión y la penitencia a los que se encontraban hasta entonces en el sendero de la perdición; a instruir a los catecúmenos; a conducir por las vías de la eterna salvación a toda suerte de extraviados; a catequizar a los ignorantes, y a encender la llama de la fe y del amor a Dios en quien estaba a punto de comparecer ante el Juez supremo. ¡Ah!, ¡cuánto bien hizo Sor Germana Assuad, de Alepo!, ¡cuántas lágrimas enjugó, cuánto bálsamo de consolación derramó en el corazón de los desdichados! ¡Qué vigorosa asistencia me prestó en aquella desoladora calamidad! ¡Y qué angustias pasamos juntos cuando no podíamos proporcionar a nuestros misioneros, hermanas y hermanos coadjutores gravemente enfermos ni siquiera el alivio de un poco de caldo, porque nos resultaba imposible encontrar incluso a alto precio aquello con que prepararlo!, ¡qué congoja!, ¡qué zozobra! Sólo Dios conoce las dimensiones y la intensidad de nuestro dolor.


[6373]

Pero la aflicción más honda, la punzada más fiera y que me hirió más a lo vivo, hundiéndome en un océano de pena y amargura, fue la pérdida irreparable que sobrevino a la misión cuando Dios, en sus inescrutables pero siempre amorosos designios, quiso privarme del incomparable D. Antonio Squaranti, brazo derecho de la Obra santa, y mi verdadero ángel de consejo y consuelo, para ceñirle la corona reservada a las almas justas. Este hombre de absoluta lealtad, de rectitud y fidelidad sin parangón, pío, docto, prudente, de carácter dulce, humildísimo, obediente, con mucho celo por la gloria de Dios y la salvación de las almas, y todo fuego por la redención de la Nigricia; este digno sacerdote, al que Verona y sobre todo la parroquia de San Pablo no han olvidado, por el gran fruto que recogieron gracias a su celo sacerdotal, me había sido generosamente concedido por el ferventísimo celo de Vuestra Eminencia para suceder al pío D. Alejandro Dalbosco en la dirección de los Institutos Africanos de Verona; y en puesto tan importante y delicado, durante seis años ininterrumpidos me mostró cuánta capacidad de trabajo, cuánto juicio y cuántas bellísimas virtudes poseía esa alma grande, esa flor de sacerdote.


[6374]

En 1877, después de mi ordenación episcopal, por muchos y graves motivos que no viene al caso señalar, decidí llevarlo conmigo a Africa Central en calidad de administrador general de los bienes temporales del Vicariato, con ánimo de hacerle luego mi Vicario General, y más tarde, si se cumplían todas las condiciones requeridas, hacer que la Santa Sede lo nombrase mi Obispo Auxiliar, con futura sucesión en el gobierno de nuestra ardua, laboriosa y querida Misión. Aunque durante el viaje D. Antonio Squaranti trabajó mucho y pasó grandes fatigas, siempre conservó una salud sólida y probó que podía mantenerse firme y sin desfallecer en su nuevo ministerio.


[6375]

En los tórridos meses de junio y julio fue sorprendido por la debilidad y el cansancio que afecta a todos los europeos en la estación canicular, especialmente en su primer año de estancia en Jartum; pero al llegar las lluvias tropicales empezó a recuperar sus fuerzas.

Pero ya entrado el nuevo jarif, y con las lluvias torrenciales precipitándose sobre la tierra anormalmente reseca por el sol y por la tremenda sequía del año precedente, vi con toda claridad que íbamos al encuentro de una estación extraordinariamente mortífera y fecunda en terribles consecuencias y atroces calamidades. Entonces, para preservar a tan importante miembro de la misión de las perniciosas enfermedades que podían afectarle, por ser la primera vez que respiraba aquellos aires, por estar ya algo débil a causa de los fatigosos viajes realizados, y por su proclividad a las afecciones gastrointestinales, que le obligaban a ser muy sobrio y frugal, resolví hacerle cambiar de ambiente y ponerlo fuera de peligro en Berber, mandándolo a visitar aquella estación, donde ya se encontraban desde hacía seis meses las primeras cinco Hermanas del Instituto veronés que él, ayudado por la sabia Superiora, había formado en el espíritu y en la vida apostólica de Africa Central.


[6376]

Obedeció prontamente a mi sugerencia, y sin darse cuenta en absoluto de que yo lo alejaba de la inminente plaga para salvaguardarlo de la misma, partió en una embarcación fluvial en compañía de un comerciante sirio, y trece días después, en la festividad de San Miguel Arcángel, llegó a la misión de Berber, donde debía quedarse hasta que yo lo llamara a Jartum. En pocos días se restableció allí por completo. En efecto, a mediados de octubre me comunicaba por carta que se sentía tan fuerte y vigoroso, que nunca había gozado en Europa de salud tan perfecta.


[6377]

Entretanto hacía estragos en Jartum el tremendo flagelo de la epidemia, al que ya me he referido en estas páginas; y a oídos de D. Squaranti llegaron las noticias de las enfermedades y muertes en la misión. Como se enteró también de que desde hacía algún tiempo, en medio de aquella desolación, yo me encontraba solo para administrar los Sacramentos y asistir a los moribundos; aunque poco después del regreso de los convalecientes a Jartum recibí ayuda de D. Carmelo Loreto, joven sacerdote de Nápoles, que luego regresó a su tierra.


[6378]

Pues bien, cuando nuestro querido Squaranti supo mi crítica y tremenda posición, y que en la capital de las posesiones egipcias de Sudán había tantos infelices que necesitaban el ministerio sacerdotal, sin dilación montó con el sacerdote Vanni en la primera embarcación árabe que salía para Jartum. Esta iba atestada de pobre gente, hasta el punto de que los dos misioneros apenas podían moverse. Por no hablar de todas las dificultades de este viaje, que duró quince días, sólo diré que al undécimo sufrió un ataque de altísima fiebre: con el nerviosismo de una marcha precipitada, se había olvidado de llevar consigo, como solía hacer siempre, quinina y otros medicamentos. La fiebre se presentó aún con mayor violencia los días duodécimo y decimotercero. Pero en el último día el ataque fue tan fuerte y terrible que lo llevó a las últimas; y ya había hecho al Señor la oblación total y absoluta de su vida, y se preparaba para el gran viaje, cuando llegó a Jartum.


[6379]

Al verlo tan enteco y consumido por el letal proceso y deterioro de sólo cuatro días de fiebre, me quedé espantado. No obstante, aunque muy lánguida, aún me sonreía en el corazón la esperanza de salvarlo, y desplegamos toda solicitud para rodearlo de amorosos cuidados, consultando médicos, aplicando los más salutíferos medicamentos y no ahorrando nada para proporcionarle alivio y prolongarle la existencia. Pero todos los cuidados y atenciones resultaron inútiles: a los doce días de su llegada a Jartum, confortado con todos los auxilios de nuestra santa religión, totalmente tranquilo y resignado, con el semblante feliz, y consumido de amor divino, a las siete de la mañana del 16 de noviembre de 1878 voló al seno de su Creador, a recibir el galardón por sus sublimes virtudes. El heroísmo de su caridad al haber querido correr en mi auxilio al escenario de las más tremendas calamidades para sacrificarse por entero en la salvación de las almas, fue lo que le puso en la terrible situación que le llevó a la muerte; y su desaparición nos abismó a todos nosotros en un mar de desolación y de pesar.


[6380]

Esta gravísima y lamentable pérdida del brazo derecho de la misión, unida a las enormes fatigas sufridas y a la espantosa hueste de tantas desgracias y calamidades, angustias y aflicciones, para cuya descripción harían falta muchas páginas, acabaron por atacar y menoscabar seriamente mi robusta complexión y salud. Así, después de haber pasado muchos meses bajo el tremendo peso de tantas cruces y congojas, sin dormir nunca, ni de día ni de noche, una sola hora cada veinticuatro, en la tarde del 16 de enero de 1879, tras haber acudido a la cabecera de un infeliz y acaudalado comerciante heterodoxo, que por la mañana, fuerte y sano, había atendido normalmente su negocio, y por la tarde exhalaba el último suspiro, me atacó una fortísima fiebre que mermó grandemente mis fuerzas y me redujo a un deplorable estado.


[6381]

Ahora bien: ante tan espantosas calamidades, bajo el peso de tantas desdichas, el ánimo del misionero ¿habrá de encogerse y desfallecer?... Jamás. La cruz es el camino real que conduce al triunfo. El Corazón Sacratísimo de Jesús palpitó también por los pobres negros.


[6382]

El verdadero apóstol no retrocede nunca ante los más fuertes obstáculos, ante las más violentas oposiciones, y aguanta a pie firme el temporal de las tribulaciones, los embates de las desdichas: él marcha hacia el triunfo por la vía del martirio. Parejos a nuestros hermanos misioneros de China, que no se inmutan ante la muerte ni ante los más crueles suplicios, nosotros afrontaremos impávidos enormes fatigas, peligrosos viajes, espantosas privaciones, el lento martirio de un clima sofocante y de abrasadoras fiebres, los más duros sacrificios, y hasta la misma muerte, por ganar para la fe a los habitantes de Africa Central, a fin de reunirlos a todos a la sombra pacífica del único redil de Cristo.


[6383]

Pero mientras los humildes obreros de la infeliz Nigricia estemos soportando con entereza la impetuosa oleada de cruces y calamidades de nuestro difícil y laborioso Vicariato, también deberemos imitar a nuestros venerados hermanos los Vicarios Apostólicos de China, de Mongolia y de la India, haciendo un llamamiento a los generosos benefactores de las misiones para implorar socorro en pro de nuestros infelices y siempre queridos africanos, que gimen todavía bajo el peso de tantas desventuras. Clamat penuria pauperum, clamant nudi, clamant famelici (S. Bern. Epíst. xlii).


[6384]

Carestía, epidemia, hambre, sed..., ¡tremendas palabras!, ¡terribles males!, ¡penosísimos flagelos!... Desde David, que palidece y tiembla ante la amenaza del profeta Gad: veniet tibi fames in terra tua... erit pestilentia in terra tua (II Reyes 24,13), creo que pocas veces alguien, de alma naturalmente cristiana, con sólo oír pronunciar una de tales palabras temperet a lacrymis (Virg.), y sintiendo la violencia del escalofrío por las venas y en los pulsos, haya dejado de gritar: Libera nos Domine! Pues, ¿qué no habrá de suceder cuando el hambre, la sed y la epidemia, atrozmente confabuladas, se juntan en furioso torbellino para sembrar la miseria, la desolación y la muerte en la ya mísera y desolada tierra del maldecido Canaán?


[6385]

Entonces se tendrá el pandetur malum super omnes habitatores (Jeremías 1,14). Mi corazón, poco impresionable, todavía se me encoge al recordar, como he hecho en estas páginas, tanta ruina y tanto estrago como la carestía y la epidemia causaron en mi enorme Vicariato, de lo que en parte fui testigo ocular. Mas aunque con ello todo aquel dolor se me despierta y sólo de recordarlo me espanto, he traído aquí tan amarga historia, digna de mover a compasión y llanto, porque quod non audeo ego, audet et charitas, et cum fiducia charitas pulsat ad ostium amici, nequaquam putans pari se debere repulsam (S. Bern. Epíst. xi). Si hablo, es por los pobres negros; por los desnudos, hambrientos hijos del Africa interior; y es propter nomen Domini Dei nostri quaesivi bona tibi. Lleno de confianza en esa caridad bona mater charitas... diversis diversa exhibens, sicut filios diligit universos (S. Bern. Epíst. II), por los pobres negros y por el sublime apostolado de Africa Central hablaré llorando a la vez.


[6386]

Las naciones civilizadas de Europa y de América, y de modo especial el Episcopado y los generosos y fervientes católicos de Francia, del Imperio austrohúngaro, de Alemania, Italia, Inglaterra, Bélgica, etc., se conmovieron intensamente con la noticia del terrible flagelo del hambre y la carestía que desde hacía varios años azotaba muchas vastas provincias de China, de las Indias Orientales, de Mongolia, de Africa, y otras misiones de la tierra; y llevados de la más exquisita caridad y de la más tierna compasión hacia tantos desdichados, rivalizaron en socorrer eficazmente a los desolados hermanos. Nosotros, todos los Obispos y Vicarios Apostólicos de las Misiones Extranjeras en tierras de infieles, guardaremos eterno agradecimiento hacia el venerando Episcopado católico y hacia los generosos bienhechores de Europa, que nos prodigaron tantas ayudas; y desde nuestras misiones diariamente subirá al cielo atravesando las nubes el fragante incienso de las fervorosas plegarias que por ellos rezarán nuestros queridos hijos regenerados mediante la purificación salvífica del Bautismo. Sí; nuestros neófitos rogarán siempre por sus magnánimos bienhechores.


[6387]

No obstante, sin quitar nada a aquel espantoso cuadro del hambre y las calamidades que se abatieron en las remotas regiones asiáticas que hemos mencionado, estragos que fueron exactamente descritos por nuestros venerables hermanos los Pastores de aquellas importantes Misiones, e incluso por los Cónsules y representantes de las naciones civilizadas de Europa acreditados ante aquellos gobiernos extranjeros, no tengo la menor duda en emitir mi humilde parecer, y me atrevo a decir, después de madura y ponderada reflexión, la grave afirmación siguiente:

La carestía y la epidemia en Africa Central han sido mucho más terribles y espantosas que las de China, que las de la India, y que las de todas las otras Misiones apostólicas del universo.

He aquí los principales motivos:


[6388]

I. En la India y en China, aun con el hambre y la carestía, hay generalmente un clima moderado y soportable, que en muchas de aquellas provincias es más saludable que el de Europa. Además, allí se respira generalmente un aire tonificante y puro, y se bebe agua limpia, de sabor agradable y fresca. La suavidad del clima, y la pureza y frescura del aire y del agua son un delicioso alivio y un gran remedio para los pobres hambrientos.


[6389]

Por el contrario, en la mayor parte de los países de Africa Central, al hambre y a la más desoladora penuria se añade un clima pesado e insoportable, con unos calores excesivos y sofocantes incluso cuando se está cobijado del sol dentro de las casas y chozas. Y en los interminables desiertos, donde el misionero no encuentra refugio alguno, ni rastro de sombra, mientras viaja sufriendo los abrasadores dardos de la canícula desde las once de la mañana hasta las cuatro de la tarde, sin ver más que árida arena y un cielo en brasas bajo cuarenta, cincuenta y hasta sesenta grados de calor, es vano buscar alivio, y resulta completamente imposible hallar alguno de los mencionados remedios que confortan al pobre hambriento de la India y de China.


[6390]

Además, en las inmensas regiones que están lejos de los grandes ríos, como es el caso del Kordofán, Darfur y Gebel Nuba, o en las tribus interiores de los negros, al flagelo del hambre va asociado ese otro aún más terrible de la sed. En tan terrible coyuntura, el agua sucia, fangosa, salobre y repugnante, sacada de pozos de treinta y cuarenta metros de profundidad, se pagó a veces más cara que el vino en Italia; y hubo días en que fue imposible obtenerla a ningún precio, porque faltaba absolutamente. ¡Quién hubiera podido medir aquella congoja mía y lo tremendo de tantas privaciones!

Y no es de pasar en silencio el no menos grave caso de la falta de sal para condimentar los alimentos, que nosotros sufrimos a veces. Pondérense todas estas críticas circunstancias, que en el Africa interior agravan la situación de los hambrientos, y brillará resplandeciente la verdad de este primer punto de mi aserto, que señala y subraya la gravedad del azote del hambre y de la carestía en Africa Central, mucho más severas y espantosas que las sufridas en las otras misiones del mundo.


[6391]

II. Nunca oí, vi o tuve ocasión de leer en la historia ni en los informes sobre la carestía en la India, en China y en otros lugares de la tierra, que los artículos de primera necesidad faltasen a los misioneros, a las Hermanas y los Hermanos coadjutores idos de Europa a aquellas partes; o que de faltarles, tuvieran que comprarlos a precios exorbitantes y fabulosos de hasta diez, veinte, treinta veces su coste normal, como indiqué anteriormente. Sin embargo, todo esto ocurrió en Africa Central. Nuestros misioneros, nuestras Hermanas y nuestros Hermanos coadjutores veroneses en el Kordofán y en Gebel Nuba, como también algunos comerciantes y funcionarios en Darfur, en la región del Nilo Blanco y en la del Bahar-el-Ghazal, carecieron por completo de pan; y durante largo tiempo se vieron obligados, con no poco desagrado y repugnancia, a alimentarse de dokhon, que es una especie de mijo conocido en botánica con el nombre de Penicillaria, y que se pagó en Darfur hasta a 140 táleros megid el ardeb, o sea 636 francos oro, cuando su precio ordinario era antes de unos tres táleros megid el ardeb, equivalentes a poco menos de 15 francos oro; es decir, ese precio era ahora cuarenta y seis veces mayor. ¡Oh, qué grande la angustia de mi corazón, al verme en la absoluta imposibilidad de poner remedio a tan duras calamidades! ¡Cuánto me afligió la preocupación por la extrema penuria del Kordofán, que privó a la generosa Sor Arsenia Le Floch, Superiora de El-Obeid, del modesto alivio de un poco de pan de trigo mojado en agua, mientras gemía en su lecho de muerte y se disponía a emprender el vuelo al paraíso! Pero, además, entre la mayor parte de los pobres indígenas, la escasez sobrepasó todo cálculo y medida; y es que no hay ningún país del mundo tan mísero como una gran parte de la Nigricia.


[6392]

III. Tampoco oí nunca, ni leí en los périódicos y en los anales de las misiones de la India, de China y de las otras partes del mundo, que el hambre, la sed y la epidemia produjesen como consecuencia nada comparable a la espantosa y terrible mortandad de que he hablado en este sucinto informe, la cual, en algunas zonas considerables de Sudán acabó con gran parte de aquellas míseras poblaciones; y en algunos lugares no muy distantes de la capital de las posesiones egipcias en la Nigricia murieron la mitad, las tres cuartas partes e incluso la totalidad de los habitantes, pereciendo con ellos asimismo la mitad, las tres cuartas partes y hasta todos los animales, incluidos los perros, que, dotados de una gran resistencia y de enorme vitalidad, generalmente constituyen en esos países una providencial guardia de seguridad pública contra los ladrones, los asesinos y los animales feroces.


[6393]

IV. En la India y en China, la industria está muy avanzada y la cultura y la civilización son antiquísimas. Lo prueban, entre otras cosas, las grandes Exposiciones universales y mundiales, que desde hace más de cinco lustros venimos admirando en Londres, París, Filadelfia, Viena..., y que nos dan una idea de los grandes progresos de la industria y de la cultura en esos imperios del Extremo Oriente. Y en cuanto a mecánica y construcción se puede decir que, de alguna manera, y en determinados aspectos, la India y China compiten con la Europa civilizada. Allí, pese al hambre y la carestía, se cuenta no sólo con la moderación del clima y la salubridad y frescura del agua, sino también con cómodas casas ingeniosamente edificadas, en las que resguardarse de la intemperie y de los marcados fenómenos estacionales, como las lluvias torrenciales y los excesivos calores.

No ocurre lo mismo en las inhóspitas landas de las remotas regiones de la Nigricia, donde la industria humana, la cultura y la civilización andan aún en pañales. Incluso puede decirse con toda verdad que esos países son todavía primitivos; y muchos de ellos se encuentran más atrasados en cuanto a cultura y civilización que nuestros primeros padres, Adán y Eva, después de su caída...


[6394]

En todo el Vicariato de Africa Central, a excepción de la ciudad de Jartum, que desde la fundación de la misión católica posee algunas casas hechas de piedra y de ladrillo cocido, a ejemplo del establecimiento de la misión y de nuestra residencia, que fue lo primero que se construyó a la europea; en toda Africa Central, decía, no hay ninguna casa de piedra o de ladrillo cocido como las nuestras de Europa. En efecto, incluso las casas de los poderosos y ricos están hechas de arena, o de barro, o de adobe; pero de puro frágiles son de corta duración, y caen y se deshacen solas por las lluvias torrenciales, transcurridas muy pocas estaciones del jarif. Y estas casas, como digo, pertenecen a las familias privilegiadas y opulentas de las principales ciudades, donde tiene su sede un Bajá o un Gobernador provincial.


[6395]

Pero la mayor parte de las viviendas de Africa Central pertenecientes a la clase media están construidas con paja o con barro; y gran parte de la población pobre, o apenas tienen unas toscas cabañas en las que refugiarse de noche o en el tiempo del jarif (lluvias anuales), o se acurrucan en cuevas o bajo los árboles; e incluso muchos, a falta de todo lo anterior, se ven obligados a vivir al raso, expuestos a los calores achicharrantes y a los diluvios de la estación lluviosa. A esto hay que añadir la gravísima circunstancia de que casi todos los habitantes del Africa interior duermen siempre en el desnudo suelo, a excepción de los jefes y de los ricos, que se acuestan sobre una piel de vaca, de tigre o de otros animales. Además, gran parte de ellos van sin nada que los cubra, lo que se dice completamente desnudos, y así están siempre: lo mismo bajo los abrasadores rayos del sol, que en las noches a veces desapacibles y frías, que entre el soplo de los vientos impetuosos, en las estaciones húmedas y lluviosas; por lo cual, a menudo se ven afectados de fiebres peligrosísimas y de funestas enfermedades.


[6396]

Pero no sólo la clase pobre está sin cobijo en aquellas remotas tierras, sino también otras más acomodadas, en tiempo del jarif; porque al caer las torrenciales lluvias anuales muchas casas de ramaje, paja, arena, barro o adobe se derrumban, deshaciéndose como el azúcar o el chocolate cuando el agua las empapa. De este modo, la mayor parte de la población de Africa Central se ve privada de refugio en la época de las lluvias y expuesta a la intemperie, soportando el frío de la noche y el calor del día; de ahí que gran número de esos infelices se resientan en la salud, se contagien de graves enfermedades y pongan fin a una mísera vida con una muerte aún más mísera y desventurada.


[6397]

Considere, Eminentísimo Príncipe, la magnitud de las desdichas de tantas infelicísimas poblaciones africanas azotadas por el hambre, la sed, el calor, el frío, expuestas a todas las inclemencias de tan variadas y peligrosas estaciones, sin refugio ni cobijo, y sujetas a tantas y tan graves enfermedades. Compare todas estas desgraciadas condiciones y circunstancias con esas otras bastante menos rigurosas y más favorables de los pueblos de la India y del Extremo Oriente, y brillará esplendente la verdad de mi reiterada afirmación de que la carestía y la epidemia de Africa Central han sido mucho más terribles y espantosas que las de la India, China, Mongolia y las de otras misiones apostólicas del universo.


[6398]

V. Finalmente, el error pernicioso y funesto del fatalismo propio de la secta islámica, más la ignorancia de los pobres negros que gimen bajo el férreo yugo de la más cruel y horrible esclavitud, agravan excesivamente la situación de los hambrientos de Africa Central con respecto a los de la India, China y las otras misiones de la tierra. El fatalismo islámico, junto con la extrema ignorancia de los pobres negros embrutecidos bajo el peso de la esclavitud, es una de las principales razones por las que el propio hambriento no se preocupa en absoluto de su desgracia, sus miserias, su hambre, su sed, sus privaciones, sus enfermedades, ni de los peligros de su vida; y más indiferente se muestra todavía la sociedad de sus hermanos africanos dominados por la superstición del fatalismo, entre los que vive. El mahometano hambriento que no tiene o no encuentra con qué satisfacerse y mantener su vida (y todavía más el negro esclavo así enseñado por su amo), convencido como está de la fiera ley del fatalismo, según la cual debe sufrir el destino que Dios le tenga dispuesto, o sea, que debe morir necesariamente, puesto que Dios así lo quiere, él, sin la menor turbación o desconcierto, sin ningún ruido ni queja, sino absolutamente resignado a su suerte, permanece tranquilo y sereno, desentendido de todo, y sin hacer el menor esfuerzo para buscar un remedio y alejar de sí aquella tremenda desgracia. A menudo –siempre presa de su fatalismo– se coloca junto a la puerta, o a un lado de su vivienda, o detrás de una cabaña, o bajo un árbol; y allí, impasible y a sangre fría, espera impertérrito la muerte, exclamando con su profeta: Allah kerim (¡Dios es digno de honor!).


[6399]

Por el mismo principio y por el mismo motivo, su familia, sus amigos, sus compatriotas, ante una desgracia que en base a ese fatalismo consideran designio y voluntad de Dios, no se conmueven, ni hacen ningún ruido, ni se cuidan gran cosa de alejar tal infortunio; de ahí que no raramente en una misma ciudad, en un mismo pueblo, sucedan graves desgracias sin que el público se percate o se dé por enterado, o se esfuerce en conjurarlas o en ponerles remedio. Pero en la India, en China y en las otras misiones del mundo, los habitantes son en general más sociables, cultos, cívicos e industriosos. El hambriento, o el afectado por cualquier otra miseria, se mueve, espabila y pone manos a la obra para salir del aprieto. Con él colabora su familia, sus padres, sus amigos, sus conciudadanos; el sentimiento de humanidad y filantropía se enciende y se impone, y el infortunado saca alivio de sus propios intentos y de la ayuda de los demás.


[6400]

Por eso es considerablemente mejor y más soportable la situación de los hambrientos y de los desventurados en dichos grandes reinos e imperios.

Además aquellos gobiernos, que en cierto modo se pueden considerar regulares, porque mantienen relaciones diplomáticas con las grandes potencias de Europa y de América, hicieron grandes sacrificios por acudir en socorro de sus hambrientos. Hasta los príncipes y princesas de la India y los mandarines de China fueron pródigos en ayudas, y sobre todo el Gobierno de la reina de Inglaterra y emperatriz de las Indias les concedió ingentes auxilios; también se movieron y trabajaron activamente en favor de ellos los ministros plenipotenciarios, los cónsules y los representantes de las naciones civilizadas acreditados ante los gobiernos de esos países.


[6401]

Pero en Africa Central los gobiernos locales no se preocuparon lo más mínimo de las desgracias y calamidades de los pueblos dependientes de ellos. Lo único que les importa en general es sangrar a los que están bajo su jurisdicción, y sacarles con las gabelas y los impuestos cuanto les viene en gana, incluso mediante toda clase de violencia. El único personaje dotado de nobles sentimientos, lleno de buena voluntad y capaz de intervenir eficazmente en alivio de tanta calamidad, habría podido ser el Excelentísimo Gordon Bajá, gobernador general de las posesiones egipcias en Sudán; pero él estaba ausente en la época en que hacía mayores estragos el flagelo del hambre y la carestía. Y cuando volvió a su puesto en Jartum, se encontró en la absoluta imposibilidad de disponer al efecto de importantes ayudas: al no haber podido aquel año cobrar en varias provincias los múltiples impuestos con los que estaban gravadas, carecía hasta del dinero y de los fondos necesarios para mantener el ejército y las diversas administraciones en aquellas vastas y remotas posesiones. Incluso en medio de tanta penuria se vio en la necesidad de mandar a sus casas a muchos funcionarios, y a reducir considerablemente los efectivos del ejército egipcio indígena, por no poder abonar las pagas. De ello se derivó que muchos de los licenciados y no pagados se dieran al robo y a la violencia, con el pretexto de de buscar la supervivencia y no morir de hambre.


[6402]

Finalmente, en la India, en China, en Mongolia y en otras misiones, tan pronto como apareció el horrible flagelo de la carestía, los Obispos y Vicarios Apostólicos, así como los misioneros, alzaron su voz llena de autoridad, que resonó en los oídos de los generosos bienhechores de Europa, y merced a la bondad divina pudieron recibir abundantes socorros. En cambio, en Africa Central yo soy el único Obispo y Vicario Apostólico; y encima sólo demasiado tarde pude efectuar mi llamamiento, cuando todos los pensamientos y los espíritus estaban absorbidos por los hambrientos de la India y todas las miradas se dirigían a China, a Mongolia y a las otras desoladas misiones del mundo.


[6403]

Mi voz era débil y sola, y mi grito de angustia sonó demasiado tarde. Y aunque muchos y oportunos donativos de generosos y píos bienhechores vinieron luego a aliviar la congoja de mi alma y a mitigar extremas y grandes miserias, no consiguieron hacer frente a las más urgentes necesidades. Pero la misericordia divina, gracias a la eximia caridad de los benefactores, mantuvo aún en pie las arduas e importantes misiones del Vicariato, y salvó muchas almas atendiendo a las más extremas necesidades. Los misioneros, las hermanas, los hermanos coadjutores y las personas acogidas en la misión soportaron a pie firme, con inamovible constancia, coraje y resignación las más grandes privaciones y sacrificios. Sufrimos muchísimo; pero nos alegramos de ello, porque el Señor se dignó hacernos partícipes de su pasión, y nos ayudó poderosamente a llevar su cruz divina, símbolo de resurrección y de vida.


[6404]

Y aunque el Vicariato de Africa Central nota aún las consecuencias de aquellas tremendas calamidades, mantenemos en el corazón la más firme esperanza de que, ayudados todavía más eficazmente con las oraciones y las ayudas de nuestros píos, generosos, queridísimos benefactores de Europa, nuestra ardua y santa misión saldrá totalmente recuperada y fortalecida de dichos desastres y mortandad, de los que no hay ejemplo en la historia de Africa Central, y que sin punto de comparación superan todos los males sufridos por el Vicariato desde su primera fundación, el 3 de abril de 1846.


[6405]

Tal es mi humilde y subordinada opinión sobre la carestía y la epidemia de Africa Central en 1878-1879, que fueron más espantosas y tremendas que las de la India, China, Mongolia y todas las demás misiones apostólicas del universo.

Este simple cuadro sobre el gran desastre de la carestía y la epidemia en en nuestro Vicariato, revela bien a las claras que nuestra Misión de Africa Central es obra divina, porque lleva la marca del adorable sello de la cruz, como las más santas obras de Dios que desde los primeros siglos de la Iglesia surgieron para alegrar y embellecer a la veneranda Esposa de Cristo.


[6406]

Merece, pues, Eminentísimo Príncipe, el alto y piadoso patrocinio que V. Em.a le ha otorgado, y es digna de los magnánimos bienhechores, que han contribuido eficazmente a su fundación, a su desarrollo y a su alentador incremento hasta hoy. En esta gran Obra se ha visto palmariamente el dedo de Cristo: ha sonado, por tanto, la hora para la redención de los desdichados pueblos de Africa Central, que todavía hoy yacen sepultados en las tinieblas y sombras de muerte. Es cierto que por tratarse de la misión más difícil y laboriosa de cuantas existen, solamente el celo apostólico suscitado y coadyuvado por la gracia y voluntad divina ha conseguido hasta hoy hacer posible este difícil y laborioso apostolado, que exige las más viriles virtudes, los más duros sacrificios, el martirio.


[6407]

Pero cierto es también que en el seno de la Iglesia hierve todavía el celo y abunda la caridad para emprender, mantener y hacer prosperar las obras divinas que tienen como fin la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas más necesitadas y abandonadas del mundo, a pesar de todos los esfuerzos de las potencias infernales, que con diabólica intención se dedican a abatir y aniquilar la Religión católica y su maravilloso apostolado en el mundo. No; las fuerzas del abismo no conseguirán destruir la obra de Dios ni apagar en los católicos pechos la llama de la caridad generosa que le infunde vida, la sostiene y le da pujanza y prosperidad.


[6408]

Se trata de sacar de la barbarie y de la infidelidad cien millones de hombres, sobre los que todavía pesa tremendo el anatema de Canaán. Se trata de ganar este mundo de negros, que gimen bajo el peso de la más horrible esclavitud. Para lograr esta gran regeneración de la Nigricia tengo el sagrado deber, como primer Pastor, Obispo y Vicario Apostólico de Africa Central, de hacer un llamamiento a la fe y a la caridad de todos los católicos del mundo, a fin de que confiados en las indefectibles promesas de Aquel que dijo: petite, et accipietis; quaerite, et invenietis; pulsate, et aperietur vobis, todos eleven a Dios una diaria oración con este doble objeto:


[6409]

1.° Que Dios suscite en el seno de la Iglesia entusiastas y santos obreros evangélicos, y generosas y pías Hermanas de la caridad Madres de la Nigricia, que, unidos bajo la bandera del Vicario Apostólico de Africa Central, lo asistan y ayuden a conquistar aquellas almas para Cristo y para su divina Iglesia.


[6410]

2.° Que el Señor haga surgir también en la Iglesia y en la civilización cristiana generosos bienhechores, que con santas y abundantes limosnas coadyuven a esta gran Obra del apostolado de Africa Central, para que pueda realizar su importante tarea, y se establezcan en aquellos remotos lugares todas las obras católicas necesarias para mantener la fe y el culto divino, a fin de que aquellas gentes entren a formar parte del gran rebaño de Cristo.


[6411]

¡Cuántos méritos han adquirido y adquirirán ante Dios los que han prestado y prestarán su valioso apoyo a esta obra divina! Es ciertamente el importante negocio de la salvación eterna lo que con ello se aseguran.

Nosotros imploramos del Sacratísimo Corazón de Jesús, de Nuestra Señora del Sagrado Corazón y del ínclito Patriarca San José, Patrón de la Iglesia, a los cuales tengo consagrado el Vicariato Apostólico de Africa Central, todas las gracias y bendiciones espirituales y temporales sobre nuestros queridos bienhechores, firmes e inamovibles en nuestro grito de guerra: Nigricia o muerte, por Jesucristo y por Africa Central.

† Daniel Comboni

(1) El corbacho [kurbasch en árabe] es en Africa Central una especie de vergajo hecho con piel de hipopótamo, con el que se golpea a los esclavos y se incita a moverse a los animales.


1006
Note
0
1880

N. 1006; (1225) – NOTE TO A LETTER

ACR, A, c. 47/5 n. 10

1880

1007
Signature on a missal
0
1880

N.1007; (1175) – SIGNATURE ON A MISSAL

MPMV

1880

1008
Mgr. Joseph de Girardin
0
Suakin
07. 01. 1881

N. 1008; (964) – TO MGR JOSEPH DE GIRARDIN

AOSIP, Afrique Centrale

Suakin (on the Red Sea) 7 January 1881

Mr President,

[6412]

Me apresuro a enviarle el resumen correspondiente a la Santa Infancia, siguiendo los consejos recibidos de mi Superior de la misión de Jartum. Haré todo lo posible por organizar bien esta Obra en mi fatigoso Vicariato, pero le ruego insistentemente, señor Director, que acuda en mi ayuda. Es preciso conquistar para el Niño Jesús Africa Central, que nunca ha gozado de los beneficios de la fe.


[6413]

En los pasados años le he rogado que me mandase el subsidio de la Santa Infancia por medio del banquero católico Sr. Brown et Fils a Roma. Pero desgraciadamente este hombre ha dado en quiebra, y muchos eclesiásticos (incluso Monseñores y Cardenales) han perdido el dinero. En consecuencia no mande ya nada al Sr. Brown, que ha desaparecido de Roma.


[6414]

Como en París no tengo un medio, le ruego que el dinero destinado a Africa Central lo envíe al Superior de mis Institutos de El Cairo, en Egipto, esto es:

Al Revdo. P. Francisco Giulianelli

Superior del Instituto de Negros

para Africa Central

El Cairo (Egipto)


[6415]

He recibido la magnífica Encíclica del Papa para la Santa Infancia. Será mi deber dirigirme a todos los Obispos, Cardenales, etc. (sobre todo a los de Italia) de mi particular conocimiento, para moverlos a que escriban cartas pastorales, etc. y hagan lo posible por desarrollar la Santa Infancia. Esta Encíclica es providencial, y a usted, señor Director, se debe en gran parte, por haber inducido directamente al Santo Padre León XIII a la publicación de la misma, que salvará muchos millones de niños. Hay que aprovechar ahora: es preciso machacar el hierro en caliente. Los Obispos actúan con valor a pesar de los malos tiempos. Queda de usted, etc.



† Daniel Comboni

Obpo. y Vic. Aplico. de Africa Central



Mañana entro en el desierto (15 días hasta Berber) con 16 personas, entre misioneros y Hermanas.

Original francés.

Traducción del italiano


1009
Mgr. Joseph de Girardin
0
Suakin
07. 01. 1881

N. 1009; (965) – TO MGR JOSEPH DE GIRARDIN

AOSIP, Afrique Centrale

Suakin, 7 January 1881


Statistics and administrative notes.

1010
Jean François des Garets
0
Suakin
09. 01. 1881

N. 1010; (966) – TO COUNT JEAN FRANÇOIS DES GARETS

APFL, Afrique Centrale, 7

Suakin (on the Red Sea), 9 January 1881

Mr President!

[6416]

Llegado aquí, a la primera ciudad oriental de mi Vicariato, le envío los dos pequeños cuadros estadísticos para el próximo reparto. Falta mi informe anual, que creo conveniente no preparar por ahora, hasta que haya efectuado una parte de mi visita pastoral. En la espera le escribiré lo más a menudo que me sea posible, para informar de la naturaleza y circunstancias del laborioso apostolado de Africa Central, tan poco conocido de nuestros queridos bienhechores y socios.


[6417]

Y como es difícil hacerse una idea exacta de nuestro campo de trabajo sin conocer bien lo que la ciencia y la geografía han hecho por esta parte del mundo llamada Africa, la más cercana a Europa y en cambio la más desconocida (en lo que también tiene mucho que ver la Iglesia y sus Misiones católicas), me he propuesto dirigirle a usted un informe que lleva por título Cuadro histórico sobre los descubrimientos en Africa, que servirá de sólida base para conocer no solamente el alcance y la importancia de las Misiones católicas de Africa Central, sino también de todas nuestras Misiones de la totalidad de Africa.


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Pero me extenderé en detalles sobre todo acerca de las Misiones del interior, y respecto a los trabajos que son más necesarios para establecer bien una Misión entre las tribus primitivas, atendiendo a la experiencia. La labor apostólica en el interior de Africa es mucho más difícil y ardua que en las otras Misiones del mundo; y esto es lo que hay que explicar. En Roma, el digno y venerable Mons. Masotti (que es un hombre eminente y superior) me instó a escribir mucho e informar sobre el Africa Central, y lo haré en los momentos de descanso y en la medida en que me sea posible.


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Mas lo que ahora me preocupa es la escasez de recursos, muy inferiores a lo estrictamente imprescindible para las obras que tenemos en el Vicariato, y para las que es absolutamente preciso fundar con objeto de dar el desarrollo necesario a esta difícil Misión.

Por eso, señor Presidente, suplico su ayuda. Sobre todo las últimas Estaciones de la Misión necesitan ser ayudadas. ¡Ah, yo haré todo lo posible por conseguir que marchen estas Misiones!


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Acabo de recibir la magnífica carta Encíclica de León XIII sobre la Propagación de la Fe. Es un monumento de caridad por parte de este gran Pontífice, que lleva en su corazón las Misiones apostólicas; pero usted tiene un gran mérito por haber suscitado este acto del Soberano Pontífice. Y es que su caridad, su entrega y su celo resultan admirables. Nosotros somos pequeños pigmeos en comparación con los dignos miembros de los Consejos centrales de la Propagación de la Fe.


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Será mi deber escribir a todos los Obispos y Cardenales que conozco personalmente, en particular a los de las diócesis de Italia que tienen más medios, a fin de moverlos a escribir cartas Pastorales, pedir oraciones y hablar en las iglesias en favor de la Propagación de la Fe, la cual es la condición imprescindible para que puedan existir y desarrollarse las Misiones del mundo entero y sobre todo las del centro y del interior de Africa.


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Mañana por la tarde saldré de Suakin hacia Berber con mi caravana de cincuenta camellos. Atravesando en quince días el desierto que separa el Nilo del mar Rojo, y por la ruta de Jartum, pienso llegar al Kordofán y a Gebel Nuba para mediados de marzo. Llevo conmigo un grupo de dieciséis miembros de la Misión, cuyos nombres escribo en esta hojita para Les Missions Catholiques.

Sin dejar nunca de rogar y hacer rogar por usted y por la Obra de la Propagación de la Fe, le queda siempre reconocidísimo



† Daniel Comboni

Obispo y Vicario Apostólico

Original francés.

Traducción del italiano