Recordemos que en los domingos de este año litúrgico estamos leyendo, de manera continuada, el evangelio de Marcos y que, hasta ahora, hemos llegado al capítulo sexto. El domingo pasado habíamos dejado a Jesús conmovido ante la multitud que le seguía como “ovejas sin pastor”. Hoy tocaría seguir leyendo, en el mismo capítulo, lo que todos conocemos como la “multiplicación de los panes”. Pero, para meditar este episodio, la liturgia ha preferido ofrecernos la lectura del capítulo sexto de Juan.

La multiplicación
de los panes se realiza en el compartir

2 Reyes 4,42-44; Salmo 144; Efesios 4,1-6; Juan 6,1-15

Reflexiones
Una pregunta para reflexionar: ¿por qué el signo extraordinario de la multiplicación de los panes y de los peces se cuenta seis veces en los Evangelios, una vez en Lucas y Juan, y dos veces en Marcos y otras tantas en Mateo? ¡Más que todos los demás signos milagrosos de Jesús! Las primeras comunidades cristianas habían captado su importancia, al ser el hambre, en sus varias formas, una preocupación permanente y universal: el problema, la lucha por el pan de cada día. No es casual que la raíz hebrea de las palabras pan y combatir tengan las mismas consonantes. En efecto, la mayor parte de las guerras a lo largo de la historia se desencadenaron por problemas de hambre, de acumulación de bienes, y otras veces por motivos de venganza o prestigio personal o de grupo.

Hoy también la lucha por el pan de cada día afecta de cerca a todos los seres vivientes, aunque con resultados diferentes. A menudo opuestos: hasta llegar a una vida miserable e incluso a la muerte por hambre, como sigue ocurriendo en nuestros días, lamentablemente, a centenares de millones de personas. Los informes de la FAO (ONU) hablan de más de 800 millones de personas que padecen hambre. La solución a este escándalo vergonzoso y humillante no vendrá de nuevas multiplicaciones caídas del cielo, sino de decisiones valientes, programas concertados, estrategias globales para poner en marcha la solidaridad y el compartir en sus diferentes formas. Objetivo: ¡a ningún pueblo falte el pan! Estos son los desafíos que la ciudad de los hombres y mujeres debe afrontar hoy con determinación, equidad, rapidez, como nos espolea el Papa Francisco. (*)

El Evangelio de este domingo ofrece a la familia humana preciosas indicaciones para emprender este camino. San Juan coloca el signo extraordinario en la cercanía de la Pascua (v. 4). Lo que más importa destacar no es la información cronológica, sino el contexto de entrega total de Jesús que “los amó hasta el fin” (Jn 13,1): como lo vemos en el lavatorio de los pies, la última Cena con el don de la Eucaristía, la muerte y la resurrección de Jesús. El signo que pone Jesús brota de la profunda conmoción que siente por la gente cansada, desorientada, sin pastor, hambrienta. Para Él esa multitud (v. 2.5) no es anónima, tiene un rostro, una dignidad. Son hijas e hijos en la casa del Padre, no esclavos. Todos están invitados a la mesa: por tanto, manda decir a la gente que se siente. Sentarse a la mesa es un gesto de dignidad, que corresponde a Jesús y a sus primeros amigos (v. 3), pero también a la gente sencilla: Juan lo repite tres veces en dos versículos (v. 10.11). “Había mucha hierba” (v. 10), lo cual alude al cuidado del Pastor que invita a descansar “en verdes praderas” (Sal 23,2). Cuando los hijos se sientan en torno a la misma mesa y se comparte equitativamente el pan, cesan las contiendas y las guerras.

Los discípulos Felipe y Andrés reconocen la escasez de recursos para tanta multitud (v. 7.9). Jesús introduce aquí una lógica nueva: cumple el signo a partir de los cinco panes de cebada (pan de los pobres) y el par de peces que un joven está dispuesto a compartir (v. 9); recita la acción de gracias y lanza creativamente el compartir y la distribución, hasta llegar a los que están más lejos, hasta que sobre (v. 12-13), en la línea del milagro hecho por el profeta Eliseo (I lectura). En el texto evangélico no aparece el término multiplicación, sino la acción de compartir: la multiplicación abundante hecha por Jesús se realiza y se prolonga durante y a través del compartir. Nunca Jesús hubiera hecho el milagro de la multiplicación solo para satisfacer la avidez de unos pocos; Él quiere que la multiplicación llegue a todos a través del canal del compartir.

La clave de lectura de este signo es el joven que está en el origen del compartir. Representa al discípulo que está llamado a hacerse niño para entrar en el Reino (Mc 10,15): no puede acumular para sí; debe compartir con otros lo que posee. En cuanto cristianos, nosotros somos parte de un único cuerpo y compartimos con otros la misma fe en el único Señor (II lectura). Por tanto, la participación en la mesa eucarística nos ha de llevar a un compromiso coherente y creativo, para que haya pan suficiente en las mesas de todos; nos ha de llevar a asumir un estilo de vida ‘eucarístico’, generosos en el compartir. ¡Esta es nuestra misión!

Tras la multiplicación de los panes, Jesús hace una larga catequesis (ver todo el capítulo de Jn 6), al fin de llevar a la gente a no detenerse en el don-regalo, sino a reconocer, acoger y seguir al Donante. Él no es tan solo uno que da pan, sino uno que se hace pan, pan partido para todos: “Yo soy el pan vivo bajado del Cielo; Yo soy el pan de la Vida” (Jn 6,35). Al término de la multiplicación, Jesús se retira solo, sobre el monte, porque quieren proclamarlo rey (v. 15). Hoy Él quiere que el milagro continúe, pero que lo cumplan nuestras manos, nuestras comunidades, multiplicando el pan en el compartir. Por eso Jesús parte el pan y nos dice: “¡Hagan esto en memoria de mí!”

Palabra del Papa

(*) «No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida... Viendo sus miserias, escuchando sus clamores y conociendo su sufrimiento, nos escandaliza el hecho de saber que existe alimento suficiente para todos y que el hambre se debe a la mala distribución de los bienes y de la renta. El problema se agrava con la práctica generalizada del desperdicio».
Papa Francisco
Exhortación apóstolica Evangelii Gaudium (2013) n. 53. 191

P. Romeo Ballan, MCCJ

Pan en el desierto:
Lo imposible se hace posible

Comentario Jn 6, 1-15

Recordemos que en los domingos de este año litúrgico estamos leyendo, de manera continuada, el evangelio de Marcos y que, hasta ahora, hemos llegado al capítulo sexto. El domingo pasado habíamos dejado a Jesús conmovido ante la multitud que le seguía como “ovejas sin pastor”. Hoy tocaría seguir leyendo, en el mismo capítulo, lo que todos conocemos como la “multiplicación de los panes”.

Pero, para meditar este episodio, la liturgia ha preferido ofrecernos la lectura del capítulo sexto de Juan, que trata el mismo tema con mucha más extensión y con interesantísimas referencias teológicas. De hecho, nos vamos a quedar en esta lectura del capítulo sexto de Juan en este y en los próximos cuatro domingos. Después volveremos a Marcos, leyéndolo a partir del capítulo séptimo. En este domingo se nos ofrecen los primeros quince versículos de este capítulo sexto de Juan. Cada uno de nosotros está invitado a leerlo con atención. Por mi parte, me detengo en dos reflexiones:

1. Jesús, el nuevo Moisés

Juan empieza esta narración con una cierta solemnidad. Evidentemente nos quiere decir que algo grande está pasando. Tres elementos delatan está “solemnidad”:

– Jesús, partiendo de las orillas del Lago de Galilea, sube a la montaña. A estas alturas ya sabemos que, en el lenguaje bíblico, la montaña es mucho más que un accidente geográfico. Subir a la montaña nos recuerda, entre otras, la historia de Moisés que subió al Sinaí y allí experimentó la especial revelación del Dios liberador de Israel.

Al llegar a la montaña, Jesús “se sienta” con sus discípulos. El gesto nos habla de Jesús como Maestro con una autoridad que no tenía ninguno de los maestros de su tiempo. Como Moisés, que recibió en el Sinaí la Ley de Dios para su pueblo, Jesús transmite a sus discípulos la nueva Ley, la Palabra recibida del Padre.

Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Sabemos que la Pascua era la fiesta en la que se hacía memoria de la liberación experimentada, se fortalecía la identidad del pueblo y se renovaba la esperanza en una nueva y definitiva liberación.

Lo que Juan nos va a contar en el capítulo sexto de su evangelio se sitúa en este solemne cuadro de referencias teológicas.

Para los discípulos, y para nosotros, Jesús no es un maestro cualquiera, no es un profeta más o menos inspirado, no es un renovador de la ética. Es la Palabra de Dios que nos ilumina como una luz en la oscuridad, es el Pan de Dios que nos alimenta en el desierto, es el nuevo Moisés que, descendiendo de la montaña, guía al pueblo y lo sostiene en su caminar hacia una nueva tierra de libertad y plenitud. En él se centra la nueva Pascua, la nueva Alianza entre Dios y su pueblo.

2. Lo imposible se hace posible

Juan nos cuenta que Jesús preguntó a Felipe cómo alimentar a tanta gente en un descampado. Y Felipe le dio la respuesta sensata, realista: No es posible. Todos nosotros daríamos la misma respuesta, como de hecho lo hacemos cuando nos encontramos con problemas de difícil o imposible solución.

Felipe tenía tazón, pero parece que había olvidado la historia de su pueblo: alimentar a una multitud en un descampado es tan imposible como que un pequeño pueblo de esclavos se liberarse de las manos de un poderoso faraón; o como que ese mismo pueblo atravesase un desierto sin morir en el intento… Pero Dios hizo que lo que parecía imposible resultase posible: el pueblo se liberó, caminó por el desierto cuarenta años, alimentándose “milagrosamente” y llegó a la tierra prometida.

Pero no hay que entender esto mágicamente, como si Dios, con una barita mágica, resolviese nuestros problemas. Se trata, a mi juicio, de algo más sencillo y más profundo: cuando permitimos que Dios nos acompañe con se bendición y hacemos lo que está en nuestras manos, los poderosos se rinden, las aguas se separan, el pan se multiplica, el hambre y la injusticia se superan, los conflictos se superan y la comunidad humana se regenera avanzando hacia nuevas cotas de justicia y fraternidad, cumpliendo el sueño de Dios, de modo que se haga su voluntad “en la tierra como en el cielo”.

Cuando afrontamos los problemas con fe, esperanza y caridad (generosidad), lo imposible se hace posible, como se ha demostrado tantas veces en la historia universal y también en nuestras historias particulares. Cuando participamos en la Eucaristía, renovamos esta fe.
P. Antonio Villarino, MCCJ

EL GESTO DE UN JOVEN
Juan 6,1-15
José Antonio Pagola

De todos los hechos realizados por Jesús durante su actividad profética, el más recordado por las primeras comunidades cristianas fue seguramente una comida multitudinaria organizada por él en medio del campo, en las cercanías del lago de Galilea. Es el único episodio recogido en todos los evangelios. El contenido del relato es de una gran riqueza. Siguiendo su costumbre, el evangelio de Juan no lo llama “milagro” sino “signo”. Con ello nos invita a no quedarnos en los hechos que se narran, sino a descubrir desde la fe un sentido más profundo.

Jesús ocupa el lugar central. Nadie le pide que intervenga. Es él mismo quien intuye el hambre de aquella gente y plantea la necesidad de alimentarla. Es conmovedor saber que Jesús no solo alimentaba a la gente con la Buena Noticia de Dios, sino que le preocupaba también el hambre de sus hijos. ¿Cómo alimentar en medio del campo a una muchedumbre? Los discípulos no encuentran ninguna solución. Felipe dice que no se puede pensar en comprar pan, pues no tienen dinero. Andrés piensa que se podría compartir lo que haya, pero solo un muchacho tiene cinco panes y un par de peces. ¿Qué es eso para tantos?

Para Jesús es suficiente. Ese joven, sin nombre ni rostro, va hacer posible lo que parece imposible. Su disponibilidad para compartir todo lo que tiene es el camino para alimentar a aquellas gentes. Jesús hará lo demás. Toma en sus manos los panes del joven, da gracias a Dios y comienza a “repartirlos” entre todos.

La escena es fascinante. Una muchedumbre, sentada sobre la hierba verde del campo, compartiendo una comida gratuita un día de primavera. No es un banquete de ricos. No hay vino ni carne. Es la comida sencilla de la gente que vive junto al lago: pan de cebada y pescado en salazón. Una comida fraterna servida por Jesús a todos gracias al gesto generoso de un joven. Esta comida compartida era para los primeros cristianos un símbolo atractivo de la comunidad nacida de Jesús para construir una humanidad nueva y fraterna. Les evocaba, al mismo tiempo, la eucaristía que celebraban el día del Señor para alimentarse del espíritu y la fuerza de Jesús, el Pan vivo venido de Dios.

Pero nunca olvidaron el gesto del joven. Si hay hambre en el mundo, no es por escasez de alimentos, sino por falta de solidaridad. Hay pan para todos, falta generosidad para compartirlo. Hemos dejado la marcha del mundo en manos del poder económico inhumano, nos da miedo compartir lo que tenemos, y la gente se muere de hambre por nuestro egoísmo irracional.
José Antonio Pagola