Recordemos que en los domingos de este año litúrgico estamos leyendo, de manera continuada, el evangelio de Marcos y que, hasta ahora, hemos llegado al capítulo sexto. El domingo pasado habíamos dejado a Jesús conmovido ante la multitud que le seguía como “ovejas sin pastor”. Hoy tocaría seguir leyendo, en el mismo capítulo, lo que todos conocemos como la “multiplicación de los panes”. Pero, para meditar este episodio, la liturgia ha preferido ofrecernos la lectura del capítulo sexto de Juan.
Cinco panes y dos peces, ¡la receta del milagro!
“Este es verdaderamente el profeta.”
Juan 6,1-15
Este domingo, la liturgia interrumpe la lectura del evangelio de Marcos, cuando habíamos llegado al relato de la multiplicación de los panes, para incluir la lectura de la versión joánica de este milagro. Durante cinco domingos, escucharemos el capítulo 6 del evangelio de Juan, el capítulo más largo y uno de los más densos de los cuatro evangelios. La multiplicación de los panes es el único milagro que es contado por todos los evangelios. De hecho, lo encontramos seis veces, ya que se duplica en Marcos y Mateo. Esto nos hace comprender la importancia que los primeros cristianos le dieron a este evento tan sensacional.
El capítulo 6 de Juan es particularmente rico y profundo desde el punto de vista simbólico. Este “signo” (así llama Juan a los milagros) es meditado y elaborado con gran cuidado, como lo hace con todos los siete “signos” que recoge en su evangelio. En el centro del relato encontramos el “pan”, mencionado 21 veces (de 25 en todo el evangelio de Juan). En el trasfondo de la narración, y del discurso que sigue en la sinagoga de Cafarnaúm, encontramos la referencia a la eucaristía. Recordemos que Juan no cuenta la institución de la eucaristía, reemplazada por el lavatorio de los pies. Aquí presenta su meditación sobre la eucaristía.
El riesgo del reduccionismo
Antes de acercarnos al texto, me parece oportuno subrayar la necesidad de evitar algunos posibles reduccionismos:
1) Concentrar nuestra atención casi exclusivamente en el aspecto milagroso, es decir, en la dimensión histórica, en el “hecho” en sí. Los cuatro evangelistas dan versiones con detalles bastante diferentes. Esto nos hace entender que cada uno de ellos ya hace una relectura en función de su comunidad, por lo que el “hecho” se entrelaza con su interpretación catequética;
2) Considerar del relato solo la dimensión simbólica, vaciando el “signo” de su referencia histórica, reduciéndolo así a una “parábola”. Sin la veracidad del milagro no se explica por qué los evangelistas y la primera comunidad cristiana dieron tanta importancia a este “signo”;
3) Interpretar el relato exclusivamente en clave eucarística. Todos los evangelistas conectan el milagro con la eucaristía, pero la narración tiene un alcance más amplio y más rico. En el texto de Jn 6 la referencia explícita a la eucaristía aparece solo hacia el final del discurso de Jesús;
4) Hacer una lectura unívoca del texto, es decir, solo “religiosa” (el milagro como figura del alimento espiritual), o únicamente “material” (como una simple invitación a la compartición y la solidaridad).
Algunos elementos simbólicos
1) La nueva Pascua. “Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos”. La referencia a la Pascua no es solo una anotación temporal, sino que tiene un alcance simbólico. Esta “gran multitud” ya no va hacia Jerusalén para celebrar la Pascua, sino hacia Jesús. Él es la nueva Pascua que da inicio al éxodo definitivo de nuestra liberación.
2) El nuevo Moisés. “Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos”. Este subir al monte (primero con los discípulos y luego solo) nos recuerda a Moisés. La comparación es aún más evidente si consideramos que inmediatamente después sigue el relato de Jesús caminando sobre el mar (Jn 6,16-21). Jesús es el nuevo Moisés, el nuevo profeta y líder del pueblo de Dios que está por ofrecer el nuevo maná.
3) El verdadero Pastor. “Háganlos sentar. Había mucha hierba en ese lugar”. Esta anotación, además de ser una referencia a la primavera y al período de la Pascua, nos remite al salmo 23: “El Señor es mi pastor, nada me falta. En verdes pastos me hace descansar”. Jesús, que reúne a la multitud a su alrededor y percibe sus necesidades, es el Pastor prometido por Dios (Ezequiel 34,23).
4) El nuevo maná. “Recojan los pedazos sobrantes, para que no se pierda nada”. El maná no debía recogerse para el día siguiente, excepto para el día de sábado (Éxodo 16,13-20). Aquí, en cambio, Jesús recomienda recoger los pedazos sobrantes. No tanto para que no se desperdicie nada, sino como una alusión a la eucaristía. “Los recogieron y llenaron doce canastas”, tantas como las doce tribus de Israel, como las horas del día y los meses del año.
Dos puntos de reflexión
1) Convertirse a una visión global del Reino. Notamos, antes que nada, que Jesús se preocupa no solo del hambre espiritual de la gente, sino también del hambre física. No podemos ignorar que, además del hambre de la Palabra, hay también un hambre dramática de pan en el mundo. El Reino de Dios concierne a la totalidad de la persona. En nuestra mentalidad, sin embargo, persiste una visión dualista de la vida, una separación entre la esfera espiritual y la material. “La gente va a la iglesia a rezar; para comer, cada uno vuelve a su casa y se las arregla por su cuenta”: esta es nuestra lógica, muy práctica. Y era la de los apóstoles, como vemos en la versión del relato del evangelio de Lucas, donde ellos dicen a Jesús: “Se está haciendo tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y encuentren alojamiento y comida”. Sin embargo, Jesús parece carecer de sentido práctico y les responde: “Denles ustedes de comer” (Lucas 9,12-13). La Iglesia no puede alienarse de las condiciones en que vive la humanidad “caída en manos de los ladrones”!
2) De la economía del comercio a la del don. “¿Dónde podremos comprar pan para que estos tengan de comer? Lo decía [Jesús a Felipe] para ponerlo a prueba”. ¿Por qué se lo pregunta precisamente a Felipe? Porque es un tipo práctico y despierto (ver Jn 1,46; 14,8-9). De hecho, hace las cuentas rápidamente: “¡Doscientos denarios de pan no son suficientes para que cada uno reciba un pedazo!” Doscientos denarios eran muchos, teniendo en cuenta que un denario era el salario diario de un jornalero. En este punto, interviene Andrés, su amigo y compatriota, ya que Jesús había preguntado “dónde” se podía encontrar pan: “Aquí hay un muchacho que tiene [¿para vender?] cinco panes de cebada y dos peces”, pero al darse cuenta del absurdo, añade rápidamente: “¡pero qué es esto para tanta gente?”. Pero 5+2 hace 7, el número de la plenitud. Para Jesús es más que suficiente. ¡Y el milagro ocurre!
Hoy en día, se ven pocos milagros de este tipo. Como Gedeón, podríamos preguntarnos: “¿Dónde están todos los prodigios que nuestros padres nos han contado?” (Jueces 6,13). Pero si hoy no ocurren los “milagros”, no es porque “la mano del Señor se haya acortado” (Isaías 59,1). Él quisiera realizar muchos milagros: el milagro de hacer cesar el hambre en el mundo, de hacer desaparecer las guerras que matan a sus hijos e hijas y desfiguran su creación, de instaurar definitivamente un mundo nuevo donde reine la paz y la justicia… Sin embargo, hay un problema. Dios, después de crear al hombre, decidió no hacer nada más sin la cooperación de los hombres. El Señor quisiera realizar milagros, pero le faltan los ingredientes que solo nosotros podemos ofrecer. Le faltan los cinco panes de cebada y los dos peces, que nos empeñamos en querer vender, en lugar de compartirlos.
Para la reflexión semanal
1) ¿Cuáles son los “cinco panes de cebada y los dos peces” que el Señor me está pidiendo para cambiar mi vida?
2) ¿Qué lógica predomina en mi vida: la del acaparamiento o la de la solidaridad?
3) Para meditar:
– “Si compartimos el pan del cielo, ¿cómo no compartiremos el de la tierra?” (Didaché);
– “El pan del necesitado es la vida de los pobres, quien se lo quita es un asesino. Mata al prójimo quien le quita el sustento, derrama sangre quien niega el salario al trabajador.” (Sirácida 34,25-27);
– “En el mundo hay suficiente pan para el hambre de todos, pero insuficiente para la avaricia de unos pocos” (Gandhi).
P. Manuel João Pereira Correia MCCJ
Verona, julio de 2024
La multiplicación
de los panes se realiza en el compartir
2 Reyes 4,42-44; Salmo 144; Efesios 4,1-6; Juan 6,1-15
Reflexiones
Una pregunta para reflexionar: ¿por qué el signo extraordinario de la multiplicación de los panes y de los peces se cuenta seis veces en los Evangelios, una vez en Lucas y Juan, y dos veces en Marcos y otras tantas en Mateo? ¡Más que todos los demás signos milagrosos de Jesús! Las primeras comunidades cristianas habían captado su importancia, al ser el hambre, en sus varias formas, una preocupación permanente y universal: el problema, la lucha por el pan de cada día. No es casual que la raíz hebrea de las palabras pan y combatir tengan las mismas consonantes. En efecto, la mayor parte de las guerras a lo largo de la historia se desencadenaron por problemas de hambre, de acumulación de bienes, y otras veces por motivos de venganza o prestigio personal o de grupo.
Hoy también la lucha por el pan de cada día afecta de cerca a todos los seres vivientes, aunque con resultados diferentes. A menudo opuestos: hasta llegar a una vida miserable e incluso a la muerte por hambre, como sigue ocurriendo en nuestros días, lamentablemente, a centenares de millones de personas. Los informes de la FAO (ONU) hablan de más de 800 millones de personas que padecen hambre. La solución a este escándalo vergonzoso y humillante no vendrá de nuevas multiplicaciones caídas del cielo, sino de decisiones valientes, programas concertados, estrategias globales para poner en marcha la solidaridad y el compartir en sus diferentes formas. Objetivo: ¡a ningún pueblo falte el pan! Estos son los desafíos que la ciudad de los hombres y mujeres debe afrontar hoy con determinación, equidad, rapidez, como nos espolea el Papa Francisco. (*)
El Evangelio de este domingo ofrece a la familia humana preciosas indicaciones para emprender este camino. San Juan coloca el signo extraordinario en la cercanía de la Pascua (v. 4). Lo que más importa destacar no es la información cronológica, sino el contexto de entrega total de Jesús que “los amó hasta el fin” (Jn 13,1): como lo vemos en el lavatorio de los pies, la última Cena con el don de la Eucaristía, la muerte y la resurrección de Jesús. El signo que pone Jesús brota de la profunda conmoción que siente por la gente cansada, desorientada, sin pastor, hambrienta. Para Él esa multitud (v. 2.5) no es anónima, tiene un rostro, una dignidad. Son hijas e hijos en la casa del Padre, no esclavos. Todos están invitados a la mesa: por tanto, manda decir a la gente que se siente. Sentarse a la mesa es un gesto de dignidad, que corresponde a Jesús y a sus primeros amigos (v. 3), pero también a la gente sencilla: Juan lo repite tres veces en dos versículos (v. 10.11). “Había mucha hierba” (v. 10), lo cual alude al cuidado del Pastor que invita a descansar “en verdes praderas” (Sal 23,2). Cuando los hijos se sientan en torno a la misma mesa y se comparte equitativamente el pan, cesan las contiendas y las guerras.
Los discípulos Felipe y Andrés reconocen la escasez de recursos para tanta multitud (v. 7.9). Jesús introduce aquí una lógica nueva: cumple el signo a partir de los cinco panes de cebada (pan de los pobres) y el par de peces que un joven está dispuesto a compartir (v. 9); recita la acción de gracias y lanza creativamente el compartir y la distribución, hasta llegar a los que están más lejos, hasta que sobre (v. 12-13), en la línea del milagro hecho por el profeta Eliseo (I lectura). En el texto evangélico no aparece el término multiplicación, sino la acción de compartir: la multiplicación abundante hecha por Jesús se realiza y se prolonga durante y a través del compartir. Nunca Jesús hubiera hecho el milagro de la multiplicación solo para satisfacer la avidez de unos pocos; Él quiere que la multiplicación llegue a todos a través del canal del compartir.
La clave de lectura de este signo es el joven que está en el origen del compartir. Representa al discípulo que está llamado a hacerse niño para entrar en el Reino (Mc 10,15): no puede acumular para sí; debe compartir con otros lo que posee. En cuanto cristianos, nosotros somos parte de un único cuerpo y compartimos con otros la misma fe en el único Señor (II lectura). Por tanto, la participación en la mesa eucarística nos ha de llevar a un compromiso coherente y creativo, para que haya pan suficiente en las mesas de todos; nos ha de llevar a asumir un estilo de vida ‘eucarístico’, generosos en el compartir. ¡Esta es nuestra misión!
Tras la multiplicación de los panes, Jesús hace una larga catequesis (ver todo el capítulo de Jn 6), al fin de llevar a la gente a no detenerse en el don-regalo, sino a reconocer, acoger y seguir al Donante. Él no es tan solo uno que da pan, sino uno que se hace pan, pan partido para todos: “Yo soy el pan vivo bajado del Cielo; Yo soy el pan de la Vida” (Jn 6,35). Al término de la multiplicación, Jesús se retira solo, sobre el monte, porque quieren proclamarlo rey (v. 15). Hoy Él quiere que el milagro continúe, pero que lo cumplan nuestras manos, nuestras comunidades, multiplicando el pan en el compartir. Por eso Jesús parte el pan y nos dice: “¡Hagan esto en memoria de mí!”
Palabra del Papa
(*) «No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida... Viendo sus miserias, escuchando sus clamores y conociendo su sufrimiento, nos escandaliza el hecho de saber que existe alimento suficiente para todos y que el hambre se debe a la mala distribución de los bienes y de la renta. El problema se agrava con la práctica generalizada del desperdicio».
Papa Francisco
Exhortación apóstolica Evangelii Gaudium (2013) n. 53. 191
P. Romeo Ballan, MCCJ
Pan en el desierto:
Lo imposible se hace posible
Comentario Jn 6, 1-15
Recordemos que en los domingos de este año litúrgico estamos leyendo, de manera continuada, el evangelio de Marcos y que, hasta ahora, hemos llegado al capítulo sexto. El domingo pasado habíamos dejado a Jesús conmovido ante la multitud que le seguía como “ovejas sin pastor”. Hoy tocaría seguir leyendo, en el mismo capítulo, lo que todos conocemos como la “multiplicación de los panes”.
Pero, para meditar este episodio, la liturgia ha preferido ofrecernos la lectura del capítulo sexto de Juan, que trata el mismo tema con mucha más extensión y con interesantísimas referencias teológicas. De hecho, nos vamos a quedar en esta lectura del capítulo sexto de Juan en este y en los próximos cuatro domingos. Después volveremos a Marcos, leyéndolo a partir del capítulo séptimo. En este domingo se nos ofrecen los primeros quince versículos de este capítulo sexto de Juan. Cada uno de nosotros está invitado a leerlo con atención. Por mi parte, me detengo en dos reflexiones:
1. Jesús, el nuevo Moisés
Juan empieza esta narración con una cierta solemnidad. Evidentemente nos quiere decir que algo grande está pasando. Tres elementos delatan está “solemnidad”:
– Jesús, partiendo de las orillas del Lago de Galilea, sube a la montaña. A estas alturas ya sabemos que, en el lenguaje bíblico, la montaña es mucho más que un accidente geográfico. Subir a la montaña nos recuerda, entre otras, la historia de Moisés que subió al Sinaí y allí experimentó la especial revelación del Dios liberador de Israel.
– Al llegar a la montaña, Jesús “se sienta” con sus discípulos. El gesto nos habla de Jesús como Maestro con una autoridad que no tenía ninguno de los maestros de su tiempo. Como Moisés, que recibió en el Sinaí la Ley de Dios para su pueblo, Jesús transmite a sus discípulos la nueva Ley, la Palabra recibida del Padre.
– Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Sabemos que la Pascua era la fiesta en la que se hacía memoria de la liberación experimentada, se fortalecía la identidad del pueblo y se renovaba la esperanza en una nueva y definitiva liberación.
Lo que Juan nos va a contar en el capítulo sexto de su evangelio se sitúa en este solemne cuadro de referencias teológicas.
Para los discípulos, y para nosotros, Jesús no es un maestro cualquiera, no es un profeta más o menos inspirado, no es un renovador de la ética. Es la Palabra de Dios que nos ilumina como una luz en la oscuridad, es el Pan de Dios que nos alimenta en el desierto, es el nuevo Moisés que, descendiendo de la montaña, guía al pueblo y lo sostiene en su caminar hacia una nueva tierra de libertad y plenitud. En él se centra la nueva Pascua, la nueva Alianza entre Dios y su pueblo.
2. Lo imposible se hace posible
Juan nos cuenta que Jesús preguntó a Felipe cómo alimentar a tanta gente en un descampado. Y Felipe le dio la respuesta sensata, realista: No es posible. Todos nosotros daríamos la misma respuesta, como de hecho lo hacemos cuando nos encontramos con problemas de difícil o imposible solución.
Felipe tenía tazón, pero parece que había olvidado la historia de su pueblo: alimentar a una multitud en un descampado es tan imposible como que un pequeño pueblo de esclavos se liberarse de las manos de un poderoso faraón; o como que ese mismo pueblo atravesase un desierto sin morir en el intento… Pero Dios hizo que lo que parecía imposible resultase posible: el pueblo se liberó, caminó por el desierto cuarenta años, alimentándose “milagrosamente” y llegó a la tierra prometida.
Pero no hay que entender esto mágicamente, como si Dios, con una barita mágica, resolviese nuestros problemas. Se trata, a mi juicio, de algo más sencillo y más profundo: cuando permitimos que Dios nos acompañe con se bendición y hacemos lo que está en nuestras manos, los poderosos se rinden, las aguas se separan, el pan se multiplica, el hambre y la injusticia se superan, los conflictos se superan y la comunidad humana se regenera avanzando hacia nuevas cotas de justicia y fraternidad, cumpliendo el sueño de Dios, de modo que se haga su voluntad “en la tierra como en el cielo”.
Cuando afrontamos los problemas con fe, esperanza y caridad (generosidad), lo imposible se hace posible, como se ha demostrado tantas veces en la historia universal y también en nuestras historias particulares. Cuando participamos en la Eucaristía, renovamos esta fe.
P. Antonio Villarino, MCCJ
EL GESTO DE UN JOVEN
Juan 6,1-15
José Antonio Pagola
De todos los hechos realizados por Jesús durante su actividad profética, el más recordado por las primeras comunidades cristianas fue seguramente una comida multitudinaria organizada por él en medio del campo, en las cercanías del lago de Galilea. Es el único episodio recogido en todos los evangelios. El contenido del relato es de una gran riqueza. Siguiendo su costumbre, el evangelio de Juan no lo llama “milagro” sino “signo”. Con ello nos invita a no quedarnos en los hechos que se narran, sino a descubrir desde la fe un sentido más profundo.
Jesús ocupa el lugar central. Nadie le pide que intervenga. Es él mismo quien intuye el hambre de aquella gente y plantea la necesidad de alimentarla. Es conmovedor saber que Jesús no solo alimentaba a la gente con la Buena Noticia de Dios, sino que le preocupaba también el hambre de sus hijos. ¿Cómo alimentar en medio del campo a una muchedumbre? Los discípulos no encuentran ninguna solución. Felipe dice que no se puede pensar en comprar pan, pues no tienen dinero. Andrés piensa que se podría compartir lo que haya, pero solo un muchacho tiene cinco panes y un par de peces. ¿Qué es eso para tantos?
Para Jesús es suficiente. Ese joven, sin nombre ni rostro, va hacer posible lo que parece imposible. Su disponibilidad para compartir todo lo que tiene es el camino para alimentar a aquellas gentes. Jesús hará lo demás. Toma en sus manos los panes del joven, da gracias a Dios y comienza a “repartirlos” entre todos.
La escena es fascinante. Una muchedumbre, sentada sobre la hierba verde del campo, compartiendo una comida gratuita un día de primavera. No es un banquete de ricos. No hay vino ni carne. Es la comida sencilla de la gente que vive junto al lago: pan de cebada y pescado en salazón. Una comida fraterna servida por Jesús a todos gracias al gesto generoso de un joven. Esta comida compartida era para los primeros cristianos un símbolo atractivo de la comunidad nacida de Jesús para construir una humanidad nueva y fraterna. Les evocaba, al mismo tiempo, la eucaristía que celebraban el día del Señor para alimentarse del espíritu y la fuerza de Jesús, el Pan vivo venido de Dios.
Pero nunca olvidaron el gesto del joven. Si hay hambre en el mundo, no es por escasez de alimentos, sino por falta de solidaridad. Hay pan para todos, falta generosidad para compartirlo. Hemos dejado la marcha del mundo en manos del poder económico inhumano, nos da miedo compartir lo que tenemos, y la gente se muere de hambre por nuestro egoísmo irracional.
José Antonio Pagola