La solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo parece casi un duplicado del Jueves Santo. Y de hecho, de alguna manera, lo es. El Jueves Santo la Iglesia no pudo expresar toda su alegría y gratitud por el don supremo de la Eucaristía, dado el contexto de tristeza de la pasión. Este día de hoy es consagrado a la alabanza, al agradecimiento, a la contemplación y a la reflexión sobre este gran don que Jesús ha dejado a su Iglesia.
Cada cristiano es una eucaristía viviente enviada al mundo
“Esta es la sangre de la alianza mía, que se derrama por todos.”
Marcos 14,12-26
Sesenta días después de Pascua, el jueves después de la Santísima Trinidad, la Iglesia celebra la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Se trata de uno de los tres jueves más solemnes del año litúrgico: Jueves Santo, jueves de la Ascensión y jueves del Cuerpo y Sangre de Cristo. Por razones pastorales, en muchos países esta solemnidad se traslada al domingo después de la Santísima Trinidad. Aunque ya hemos concluido el tiempo de Pascua, esta referencia cronológica establece un vínculo de esta fiesta con la Pascua, además de con la solemnidad de la Santísima Trinidad.
La solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo parece casi un duplicado del Jueves Santo. Y de hecho, de alguna manera, lo es. El Jueves Santo la Iglesia no pudo expresar toda su alegría y gratitud por el don supremo de la Eucaristía, dado el contexto de tristeza de la pasión. Este día de hoy es consagrado a la alabanza, al agradecimiento, a la contemplación y a la reflexión sobre este gran don que Jesús ha dejado a su Iglesia.
¡Sacrificios y sangre!
Lo primero que llama nuestra atención al escuchar los textos bíblicos que la Iglesia nos propone hoy son las innumerables referencias a los SACRIFICIOS y a la SANGRE, presentes en las cuatro lecturas (salmo incluido). La relación de estas realidades con la Eucaristía no nos resulta familiar y puede chocar, incluso, con nuestra sensibilidad. Se trata ya de una concepción de la relación con Dios muy lejana a nuestra cultura. Los llamados de los Profetas han llevado adelante un camino de purificación de esta religiosidad de los sacrificios. “Quiero el amor y no el sacrificio, el conocimiento de Dios más que los holocaustos.” (Oseas 6,6). Jesús también retomará esta denuncia profética.
A menudo encontramos en el Nuevo Testamento la presentación de la muerte de Jesús como el sacrificio perfecto que ha redimido a la humanidad (ver Hebreos 9,11-15, segunda lectura). Eran las categorías bíblicas más idóneas para proclamar la absoluta singularidad de la muerte de Jesús. El problema se presenta cuando este “sacrificio” de Jesús se ve como una exigencia de la justicia divina. Tal afirmación tomada literalmente sería chocante y distorsionaría la imagen de Dios, presentándolo como un juez que exige la paridad de cuentas entre ofensa y reparación. ¡Nada más lejos de un Dios Padre! Desafortunadamente esta mentalidad tarda en desaparecer.
El “sacrificio” de la Eucaristía no solo involucra a Cristo, sino a cada uno de nosotros. Ese pan en manos de Jesús no es solo su cuerpo, su vida, sino también la nuestra. La Eucaristía no es un rito, sino un camino de vida. Cuando Jesús dice: “Hagan esto en memoria mía”, no se refiere solo a la repetición de un rito, sino a la emulación de su gesto. Tú eres ese pan en sus manos, es tu existencia la que él bendice, es tu vida la que él parte y ofrece a todos aquellos a quienes estás llamado/a a nutrir y amar. Cada cristiano es una eucaristía viviente enviada al mundo. Cada uno de nuestros gestos y momentos de la vida debería repetir: “Mi vida ha sido dada a ustedes”. Cada vez que celebramos la Eucaristía deberíamos volver a casa como los reyes magos: “por otro camino”, el camino eucaristico.
La nueva y eterna Alianza
La segunda palabra que surge de las lecturas es ALIANZA: “¡He aquí la sangre de la alianza que el Señor ha concluido con ustedes sobre la base de todas estas palabras!” (Éxodo 24,3-8, primera lectura); “Él [Cristo] es mediador de una nueva alianza” (Hebreos 9,11-15, segunda lectura); “Esta es la sangre de la alianza mía, que se derrama por todos.” (evangelio). La alianza es un tema central en la Escritura, especialmente en el Antiguo Testamento, donde encontramos 287 veces el término hebreo “berît”.
La idea de alianza nos es más familiar. La más común es la alianza matrimonial. La Eucaristía es la celebración de la alianza de Dios con la humanidad. Es el desposorio de Cristo con su Iglesia. La sangre de los sacrificios había sellado la primera alianza en el monte Sinaí, con la mediación de Moisés. La nueva y eterna alianza se sella con la sangre de Cristo en la cruz.
Hoy constatamos que, desafortunadamente, la Eucaristía, el sello de la Alianza, está “en crisis” en Occidente. La mayoría de los llamados fieles la desprecian, nuestras comunidades eucarísticas a menudo parecen frías, desmotivadas e indiferentes… Se habla de “misa descolorida”… ¡Qué lejos estamos de la experiencia de los mártires de Abitene (Túnez, 304 d.C.) que, interrogados por qué habían transgredido la orden del emperador que prohibía la reunión de los cristianos, respondieron: “¡Sin la Eucaristía no podemos vivir”! Si celebramos la Eucaristía con plena conciencia no podemos permanecer indiferentes ante tanto amor. Nos vendrá espontáneamente exclamar como San Pablo: “Esta vida, que vivo en el cuerpo, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí.” (Gálatas 2,20).
La Eucaristía, un don siempre en crecimiento
La Eucaristía es un don siempre en crecimiento, una herencia que continúa generando nuevas riquezas, el árbol de la vida del paraíso que, en su exuberante fecundidad, produce frutos en cada tiempo y estación, en respuesta a las necesidades específicas de cada época. ¿Cuáles son las necesidades de nuestro tiempo? Pienso sobre todo en cuatro.
El Pan de la sencillez. Nuestro mundo abunda en oferta de pan sustituto que parece “bueno para comer, agradable a los ojos y deseable para adquirir sabiduría” (Génesis 3,6), pero que no sacia. El Señor nos pregunta: “¿Por qué gastan dinero en lo que no es pan, sus ganancias en lo que no sacia?”. El Pan eucarístico, el Pan vivo y verdadero, el único Pan necesario, es un llamado a la esencialidad, a la sencillez y a la sobriedad en nuestro estilo de vida.
El Pan de la intimidad. En un mundo globalizado, donde las diferencias se sienten amenazadas, en una sociedad masificante, donde predomina el anonimato, en una cultura estandarizada, donde crece la incomunicación, la Eucaristía es el Pan de la intimidad, de la familiaridad, de los lazos de amistad, de la acogida y de la comunicación fraterna. Participando en la mesa eucarística, somos introducidos en la intimidad de la Trinidad, nos sentimos realmente personas amadas, comprendidas, consoladas, alentadas, y estamos reconciliados con nuestra vida, nuestra historia, con el mundo y la humanidad.
El Pan de la solidaridad. El “nuestro pan” hoy, es decir, los recursos de la tierra, crea divisiones y marginación, desigualdades e injusticia. El “nuestro pan” hoy genera guerras y destrucción, egoísmos e indiferencia. El “nuestro pan” hoy trae muerte, gotea sangre de los pobres, huele a podredumbre de una naturaleza pisoteada y explotada. El “pan cotidiano” que juntos pedimos al Padre es, en cambio, el pan de la solidaridad que trae vida y dignidad para todos. Es el pan de la paz y la justicia que suscita esperanza en todas partes. El Pan eucarístico recuerda el pan de la solidaridad, porque, como dice la Didaché (del siglo I-II, una especie de catecismo de los primeros cristianos): “Si compartimos entre nosotros el pan celestial, ¿cómo no compartiremos el pan terrenal?”.
El Pan del futuro. En el mundo de hoy, convulsionado por guerras e injusticias, dividido en bloques opuestos, amenazado por la crisis climática y la pesadilla de una guerra nuclear, crece el pesimismo respecto al futuro y disminuye la esperanza en un mundo mejor. Cada día pedimos al Padre: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. San Jerónimo sostenía, en cambio, que se debería traducir: “Danos hoy nuestro pan del mañana”, es decir, el del futuro. La Eucaristía es el Pan del futuro, el del Reino de Dios. Dice Jesús en el evangelio de hoy: “En verdad les digo que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el reino de Dios”. La Eucaristía es el vino nuevo de la alegría del Reino, de “cielos nuevos y tierra nueva”, objeto de nuestra esperanza.
Ejercicio espiritual para la semana
Antes de tomar la comunión, mira con asombro y maravilla el Pan puesto en tu mano y pregúntate, como los israelitas con el don del maná: Man hu? ¿Qué es esto? Y el Señor te responderá: ¡Es mi cuerpo!
P. Manuel João Pereira Correia, mccj
Verona, 30 de mayo de 2024