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Nº Escrito
Destinatario
Señal (*)
Remitente
Fecha
1121
Sr Matilde Corsi
0
Khartoum
13. 09. 1881

N. 1121; (1075) – TO SISTER MATILDE CORSI

APMR/F/1/2812

Khartoum, 13/9/81

[7068]

Recibí tus estimadas cartas de Sestri y de Verona, y comparto tu pena por aquella retirada. Pero es disposición de Dios, y el Rector no podía actuar de otro modo, dada la actitud de aquel vil usurero, que ha despreciado quizá la última y más poderosa gracia que Dios le había ofrecido de reconciliarse con El y de mejorar su imagen ante el mundo, haciendo una generosa donación a la Nigricia. Me dijo por carta que el convento sigue estando a mi disposición; pero yo le contesté reprochándole el haberme engañado a mí y el haber tratado de engañar al mundo. No sé cómo conciliar tan repugnante avaricia con algún rasgo de liberalidad, del que tú también has sido testigo. Lo cierto es que si no me dona con todos los requisitos legales convento y jardín, sin ninguna carga y sin la condición de ser él el administrador, que no cuente conmigo para nada. Animo: fundaremos otros Institutos.


[7069]

Tú ayuda por ahora a la Superiora. En la próxima primavera se dará una vuelta por Europa la Madre Teresina Grigolini, que llevará un poco de vitalidad al Instituto. Ya verás cómo te alegras. Es una verdadera perla de Africa Central, mi granadero más poderoso para convertir a la mujer africana. También Sor Victoria es una mujer superior; y en general estoy contento de todas y cada una de nuestras Hermanas, que desprecian la muerte, se desentienden del mundo y siguen derecho su camino. Tú ponte bien fuerte. Di a Sor Constanza que quiero que me escriba dándome noticias de su hermano. Bendigo a todas. Saluda de mi parte a la Superiora y a Virginia.


Tuyo afmo. † Daniel Obpo.


1122
Card. Giovanni Simeoni
0
Khartoum
17. 09. 1881

N. 1122 (1076) – TO CARDINAL GIOVANNI SIMEONI
AP SC Afr. C., v. 9, ff. 203–203v;208–208v

N. 18

Khartoum, 17 September, 1881

Most Eminent and Reverend Prince,

[7070]

Ayer recibí una carta del P. Sembianti, que le incluyo como Anexo V, de la cual resulta que dicho Padre me justifica ante el Emmo. de Canossa respecto a algo falso que el mismo Emmo. escribió al hacerme un reproche sobre Sestri.

Por otra parte, yo había transcrito al P. Sembianti desde el Kordofán un trozo de una carta recibida del mencionado Cardenal, o sea el Anexo III, en la que el Emmo. exponía su negativo y falso juicio sobre Virginia; esto es, le transcribí desde las palabras de la segunda página: «Pasión. Sí, permítame hablar claro, etc. Que le ha empujado a usted por segundos fines, etc. Virginia... es una plaga para la Misión, etc.», hasta esta frase de la página tercera: «A cuántos disgustos no dio lugar la parcialidad del santo Jacob por su santo José». Ahora el P. Sembianti, al que transcribí este fragmento que tanto denigra a Virginia, me responde que él nunca suscitó en el Emmo. estas lamentables ideas sobre Virginia. Incluso dice que al leer tales palabras sobre Virginia ha sentido enojo; y me anima a llevar con él, que quedó apenado, la cruz que nos conducirá a los dos al cielo, y me exhorta a perseverar en la santa Obra.


[7071]

Como V. Em.a tendrá dificultad en leer la mala letra del P. Sembianti, le transcribo aquí la carta de modo más claro.

«N.° 39

Verona, 17 de agosto de 1881

Excelencia Rma.:

La última suya de El-Obeid, del 9 de julio, me produjo gran dolor. ¡Oh, qué desgracia estar en este mundo! Cuántas aflicciones nacen, crecen y oprimen a causa, muchas veces, de un malentendido sin que tenga culpa nadie. Esto me decía también el egregio abogado Brasca; es decir, que la vida del hombre está llena de disgustos y amarguras, que por más que se traten de esquivar se acaban encontrando involuntariamente, sin que se tenga culpa. Todo esto no es más que la Cruz, esa querida Cruz, como suele escribir V. E. Rma., que debemos llevar en nuestro intento de seguir a Jesús. Pero hablemos de nosotros.


[7072]

Mi dolor, causado por el dolor y la aflicción que, como V. E. me escribe, le produjo la carta de S. Em.a de Canossa, nos ocasionó un nuevo dolor a ambos, sin quererlo, por un malentendido. En efecto, yo me encontraba en el palacio episcopal con S. Em.a, cuando él me preguntó: «¿Es verdad que retirando las Hermanas de Sestri Mons. Comboni debe pagar 20.000 liras? Y esto me lo decía bastante agitado. Entonces, por su agitación y por la falsedad de aquello, le respondí con asombro y con energía: “¡Oh, no Eminencia! No tiene que pagar nada, ya que están escritas estas precisas palabras: Mons. Comboni pagará otras tantas (20.000 liras) si utilizase el inmueble donado para usos ajenos a la Obra que preside”. Con esto se calmó; pero no mencionó quién se lo había dicho [fue ese impostor de Tagliaferro, con cuyas palabras se formó el Emmo. de Canossa –como escribe él mismo en el Anexo III– el adverso y negativo juicio sobre la pobre Virginia], ni me habló de que se lo había escrito a V. E. Rma.


[7073]

En su última carta, V. E. culpa a otros de la indisposición y enfado con que le escribe Su Eminencia: de quién sospecha, es algo que no sabría adivinar [yo sospechaba del mismo P. Sembianti; sería feliz de engañarme]. Sólo le diré que yo no inculqué en el Emmo. las ideas que expreso a V. E. Rma. respecto a usted y Virginia. Es más, para serle franco, al leer transcritas, como V. E. hace, tales ideas, sentí enojo; y podrá atestiguárselo D. Luciano, a quien no pude por menos de leer toda la carta.


[7074]

¡Ah, cuántas aflicciones, sin culpa de nadie! [aquí la culpa es del Emmo. de Canossa, que escribe sin reflexionar y a la buena de Dios]. ¡Qué desgracia estar en este mundo! Animo, Monseñor, llevemos juntos la Cruz, y ésta nos conducirá a nosotros al cielo. Dice V. E. que va a sucumbir; pero nada de eso: aún le están reservadas otras empresas, otras Obras y otras coronas más preciosas.



Suyo devotmo. J. Sembianti»



Le besa la sagrada púrpura



Su indignmo. hijo

† Daniel Comboni Obpo. y Vic. Ap.



Anexo V


[7075]

Carta autógrafa del P. Sembianti, en la que me justifica a mí ante el Emmo. de Canossa sobre lo que éste llama desdichado negocio de Sestri.

Luego declara haberse enojado del juicio de dicho Emmo. sobre Virginia, y me anima a mí a llevar junto con él, que queda dolorido y enojado, la Cruz, que nos conducirá a ambos al cielo, y me exhorta a perseverar en la Obra.


1123
Fr. Giuseppe Sembianti
0
Khartoum
17. 09. 1881

N. 1123; (1077) – TO FR GIUSEPPE SEMBIANTI

ACVV, XVII, 5, B

J.M.J.

Khartoum, 17 September 1881

My Dear Rector,

[7076]

Comienzo a tranquilizarme en cuanto a D. Francisco, al que he hecho aplicar un sinapismo, etc., y ahora respira, duerme y está alegre. Aunque virtuosísimo, nos hemos dado cuenta todos de que era novicio en el padecer y sufrir por Jesucristo, y en el no temer la muerte. En el Juicio universal los misioneros de Africa Central, tan despreciados por algunos como D. Bartolo –por lo que sería locura tener en cuenta ciertos juicios suyos sobre ellos–, e incluso no bien conocidos de Propaganda, por la razón de que nosotros le escribimos poco al respecto, saldrán muy bien librados, porque con la gracia de Dios han sabido padecer mucho por Cristo. Hablo de aquellos que han aguantado en el centro de Africa tres años. De los otros no se puede decir nada con certeza, aunque hay motivos para esperar mucho de ellos. Confío en que todos los que forme usted correspondan a la altísima vocación.


[7077]

Estoy supercontento de mi camarero José Fortini. Nunca, ni una sola vez, he podido reprenderle en nada, mientras que antes me pasaba la vida chillando al americano Domingo por su descaro en mentir, y por el vacío de su cabeza. Este trabaja siempre para la casa, obedece a todos, y mucho más, y encima se siente feliz y dice que finalmente ha alcanzado su meta, lo que deseaba.

Y más contento todavía estoy de D. Giulianelli. Lo he probado de todas las maneras, tentado, amenazado, e incluso le he restringido los poderes. Es un santo. Por eso lo he nombrado administrador general, y también porque casi todo el dinero pasa por sus manos y lo distribuye él. La cuestión de dónde debe estar el administrador general es algo que llevo pensando desde hace tres años. Provisionalmente voy a probar ahora con El Cairo. A su debido tiempo haré que Giulianelli se dé una vuelta por todo el Vicariato para que conozca las necesidades de cada Estación, y luego volverá a El Cairo.


[7078]

En Jartum no es segura la vida de un administrador, y todos los misioneros que tengo debo emplearlos en el Ministerio. Ya he enviado a Giulia-nelli informe de los ingresos recibidos en el Vicariato que no pasaron por sus manos. Usted, de todas formas, mándemelo todo a mí, porque Propaganda, al sugerirme que eligiese un administrador de mi confianza, me dijo que todo está bajo mi responsabilidad, como es natural. Si esto es así con todos los Vicarios Aplicos., con mayor razón en mi caso, siendo yo entre todos el que más recursos obtiene personalmente.


[7079]

Le recomiendo a D. Bartolo: después de Recoaro podría tomar las [aguas] acídulas catulianas en casa. Otro año, que la ida a Recoaro sea a primeros de julio para estar allí incluso todo agosto, del modo que diré.

Bendigo a todos/as.

† Daniel Obpo.


[7080]

En dos palabras: la curación de Sor Victoria es un milagro según mi subordinada opinión, o al menos una gracia portentosa de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, la mujer de mi Pepe. Dispense, en confidencia: también aquí sopla el aire de Montebaldo. Aquí gastábamos tres táleros diarios en agua. Ayer y hoy se han gastado cuatro táleros cada día, y a partir de ahora será más. Pero está Pepe, que paga.

Para mi querido amigo D. Luciano: te saludo y bendigo desde el Kordofán, así como a tu hermana Angelina, a la que escribiré, y a tu familia.

Tuyo afmo. † Daniel Obpo.


1124
Card. Giovanni Simeoni
0
Khartoum
24. 09. 1881

N. 1124; (1078) – TO CARDINAL GIOVANNI SIMEONI

AP SC Afr. C., v. 9, ff. 209–209v;220–223v; 229–241v; 85–90v.
N. 19

Khartoum, 24 September 1881 Feast of Our Lady of Ransom

Most Eminent and Reverend Prince,

[7081]

Bajo los auspicios de la Virgen de la Merced, espero que Dios me dé la gracia de tratar dignamente la causa de la Nigricia, y de adquirir ante El no poco mérito defendiendo la causa sacrosanta de Virginia, tan injustamente y contra todas las reglas de la caridad, oprimida en Verona. Y confío en que con ayuda de la Virgen podré lograrlo, tanto porque tal causa se trata en Propaganda, en el tribunal de la justicia y de la caridad, como porque estoy profundamente convencido de que, al igual que yo obro por deber de conciencia y por el más santo fin del doble inmenso beneficio de mi Misión y de la santificación de la excelente y atribulada Virginia, también son santos los fines que guían al Emmo. de Canossa y a mi querido P. Sembianti en su actuación.


[7082]

Nos encontramos en los campos más opuestos por culpa de nadie, quizá sólo por la involuntaria impericia del dignísimo P. Sembianti, el cual, disponiéndolo así Dios para sus amorosos proyectos, salió de su convento sin haber conocido nunca el mundo, y se encontró en mi Instituto tan deplorablemente prevenido, como dije, por el pérfido D. Grieff y el campesino Santiago, contra Virginia, que desde aquel día la más inocente se convirtió en una verdadera víctima. Continúo la narración.


[7083]

Virginia, a pesar de todas las contrariedades mencionadas, y especialmente la de haber sido apartada de la vida en común con las demás y confinada en una casita mía, después de haber estado habituada desde los seis años de edad y por casi veinte años a vivir en religiosa comunidad, se comportó como una verdadera cristiana y mostró edificante resignación lo mismo en Verona que en Sestri, como se ve claro por dos escritos de las Superioras de Verona y de Sestri, que son los dos primeros Anexos que envié a V. Em.a el día 3 del corriente, con la carta n.° 15. Ahora se trata de ver cómo se ha comportado Virginia como postulante en Verona desde que entró en mi Instituto en noviembre pasado hasta mayo de este año, cuando Su Eminencia declaró que ella no tenía vocación religiosa, y dejó de ser llamada a participar con las otras en las prácticas del Postulantado, hasta hoy. Las Superioras, y especialmente la Madre General, se llevaron una alegría cuando Virginia fue admitida al Postulantedo. No así el P. Sembianti, el cual declaró, sin haberla visto nunca en la Obra, que no creía que diera resultado. Y el campesino Santiago, que tiene gran influencia, dijo el día antes de mi partida para Africa: «Ahora que se va a Africa Monseñor, nos libraremos pronto de los árabes, hermano y hermana».


[7084]

Virginia, por su parte, me expresó sus temores: «Yo me quedo aquí para ser monja, y estoy dispuesta incluso a morir; pero ya verá Monseñor cómo una vez que esté en la misión tendrá el disgusto de oír que me han despedido, porque ni Su Eminencia ni el P. Sembianti me quieren para nada. Pero yo, por amor a Dios y por su querida misión, haré también este intento: usted no tendrá queja de mí, pues con la ayuda de Dios cumpliré con mi deber».


[7085]

Después de mi marcha se le dijo a Virginia que nunca hablase en árabe con su hermano, que de cuando en cuando iba a verla, y al que las más de las veces no recibía; y se entiende que, como es regla, ella nunca se presentó en el locutorio sin la Superiora. Las cartas en árabe que le llegaban de su madre y de su familia de Beirut, como el Superior de los Jesuitas me hizo ver en El Cairo, se enviaban a El Cairo para su traducción, y luego se efectuaba su entrega. Por lo demás, Virginia me escribía a Africa diciéndome que la Superiora era muy buena con ella, así como todas las demás, y no le hacía nunca ningún reproche; pero que veía claramente que nunca contaría con la aprobación del P. Sembianti y de Su Eminencia, porque nunca era admitida a la Reunión como las otras.


[7086]

Ocho veces se presentó a la Superiora para que se le permitiera vestir el hábito; y la Superiora le decía que, aunque estaba contenta con ella, el vestir el hábito dependía del Rector, y éste le contestaba bien que no la conocía bastante, bien que para ese asunto había que dirigirse a Su Eminencia. Por eso Virginia, que es muy perspicaz y tiene un buen conocimiento de las cosas, me escribía contándome que era desdichada, la más desdichada de las criaturas, porque veía claro que ni el Emmo. ni el Rector la querían de religiosa. Y esto concordaba más o menos con lo que me escribía el P. Sembianti, quien me decía que no conocía todavía bastante a Virginia, y no estaba persuadido de su vocación; pero nunca me expuso una razón, un motivo, de su severo y muy injusto juicio.


[7087]

Una sola vez me expresó el P. Sembianti un juicio detallado de Virginia, abandonando su sistema de escribir únicamente: no tiene espíritu religioso, no tiene vocación. Y fue cuando el 16 de febrero de este año me dio la noticia de haber comunicado a Virginia que había embarcado a su hermano en Trieste para Siria.


[7088]

El 9 de febrero me escribía a Jartum y me notificaba que el hermano de Virginia, Jorge (el mismo por cuya abjuración abogó el P. Sembianti ante el Emmo., por mantenerse firme en nuestra fe y ser de edificante conducta) se portaba mal, y que por eso, tras aconsejarse con S. Em.a, lo había conducido a Trieste, donde le dijo que tenía que partir inmediatamente para Beirut en un barco de la Compañía Lloyd. Jorge se negaba a marcharse, porque antes quería al menos despedirse de su hermana; pero finalmente se vio obligado a hacerlo. Me explicaba también el P. Sembianti que por medidas de prudencia y por el bien del Insto. había juzgado conveniente no avisar a la hermana, la cual creía que Jorge estaba a Verona. Terminaba la carta diciéndome que cuando regresara de Trieste a Verona comunicaría el asunto a Virginia y me informaría del resultado.


[7089]

En efecto, el 16 de febrero me escribió que el día 13, en presencia de la Superiora, había hecho saber a Virginia que su hermano ya no estaba en Verona, y que tuvo que mandarlo a Siria sin haberle podido permitir, por orden de Su Eminencia, que antes se despidiese de ella. «Conté a Virginia –escribe el P. Sembianti– el asunto de la marcha de Jorge con todos los detalles. Ella escuchó la narración con entereza, sin dar muestras de sorpresa, y cuando hube terminado me dijo en tono imperioso, y con lágrimas, que se le diese la dote prometida por V. E. [cuando estaba en la casita alejada de la comunidad, y me explicaba llorando que no podía presentarse en ningún Instituto porque no tenía dote, etc.; a lo cual yo le dije que, en caso de que Dios la llamase a algún otro Instituto, me sentía en la obligación de proporcionársela por medio de tantos benefactores como tengo; y el P. Sembianti me escribió que esto era justo], pues quería unirse a las Monjas de Bélgica, que también van a Africa [Virginia siempre ha suspirado y suspira por Africa, y yo estaría loco de atar si dejara que se me escapase, conociendo sus eminentes dotes y virtudes].


[7090]

»Junto con la Madre, yo traté de calmarla [después de darle el golpe de muerte, la quiso reanimar], y le aconsejé que lo pensara despacio, que una decisión tomada en un momento de tanta conmoción podría no ser acertada. Ella me respondió que lo tenía decidido desde hacía tiempo, y añadió: o la dote para entrar en las Monjas de Bélgica, o el hábito y el traslado a Africa cuanto antes. Hoy, 15 [dos días después], ha vuelto sobre lo mismo: que se le dé la dote, o que se la mande a Africa, porque en conciencia no puede seguir aquí. Dice que quiere ir al Cardenal con la misma petición; pero como Su Eminencia anda estos días de visita, tendrá que dejarlo para más adelante. Lo que más la apenas es que se le haya alejado a Jorge sin haberla avisado [y tiene razón, y mil razones], porque, dice ella, lo habría corregido, y de no enmendarse habría encontrado algún buen pretexto para mandarlo a su casa [y también aquí tiene toda la razón Virginia]. Yo le respondí que también había pensado en esto, y que si no ordené que se le dejara Jorge a ella para que lo corrigiese, fue por el temor de que por la corrección pudiera darse cuenta de que se habían revelado sus faltas e hiciera alguna desagradable escena; lo cual habría sido error peior priore.


[7091]

»Así lo creyeron todos aquellos de los que había solicitado yo consejo. Respecto a la petición de que se le diese el hábito y se la enviase cuanto antes a Africa, traté de hacer comprender a Virginia que era preciso pasar antes aquí el tiempo establecido [Virginia pidió ocho veces a la Superiora y al P. Sembianti que se le dejara vestir el hábito, y decía: “Si quieren que yo haga algo díganmelo, que estoy dispuesta a todo; si les molesta que escriba a Monseñor, no le escribiré más. Pero hablen”]. Y ella: “¿Cuánto tengo que estar aquí? [Esto dice el P. Sembianti, pero... hay que considerar y tener en cuenta la angustia de su corazón ese 15 de febrero, o sea, dos días después de que el P. Sembianti le comunicase la marcha del hermano... sin verlo... y de aquel modo.] Yo llevo aquí ya dos años [y ahora viene el gran ‘delito’ que indujo al P. Sembianti a creer que Virginia no tiene vocación] y aunque permanezca aquí incluso treinta años seré siempre la misma, yo no cambiaré”. [Si Virginia sigue siendo la descrita por las Superioras de Verona y de Sestri, ¿habría tan grave inconveniente en que no cambiase? Porque resulta que aquellas Superioras me escribieron a mí, y S. Em.a de Canossa a usted, en agosto del año pasado, manifestando que Virginia era buena y digna de ser admitida en mi Instituto.]


[7092]

»Estimo que si Virginia ha dicho alguna vez algo atinado y verdadero, es precisamente esto: que no cambiará. A su edad no es posible [tiene 27 años, o menos], y tal y como es hoy será siempre, lo confiesa ella misma. [El argumento no es justo, especialmente porque Virginia se expresó así en un momento de conmoción. Además, cuando ella afirmó que no cambiará, fue con la convicción, como precisamente dice la Superiora, de haber cumplido con su deber; y quien ha estado cumpliendo con su deber durante veinte años en las Hermanas de San José, puede decir que obrará así siempre, y que no cambiará. Pero Sembianti falsea el sentido de esa afirmación partiendo de su idea errónea, expresada otras veces, de que Virginia nunca tuvo vocación religiosa –lo cual es una afrenta a la Congregación de San José, a la que perteneció durante veinte años–, que no la tiene ahora –esto está por comprobar– y que nunca la tendrá –y esto ya es demasiado, porque ni el P. Sembianti ni el Emmo. de Canossa pueden medir la magnitud de los tesoros de la gracia divina, que hace los santos.] Y Virginia tal como es hoy [16 de feb., o sea tres días después del golpe tremendo de la marcha del hermano sin haberle podido decir adiós] será siempre: lo confiesa ella misma.


[7093]

»Ella no está hecha para venir con nuestras Hermanas, ni, añado, con Hermanas de ninguna religión [sic] que sean verdaderas Hermanas. [De modo que, según el P. Sembianti, las Hermanas de S. José, aprobadas por la Iglesia, que sirven tan bien a las misiones, y de las que V. Em.a es Card. Protector, no son verdaderas Hermanas; son Hermanas que no tienen espíritu. Esto es una injuria a la Santa Iglesia, que aprobó la Congregación de San José, donde con muchos elogios estuvo Virginia veinte años; es un agravio a Propaganda, de la que dependen más de treinta casas de esas Hermanas, y es una afrenta a V. Em.a, que es su Protector.] Ella no está hecha para pertenecer a ninguna Congregación religiosa de verdaderas Hermanas. [Las Pías Madres de la Nigricia por mí fundadas son buenísimas y hacen todas, sin ninguna excepción, todas, mucho bien a Africa; pero estaría muy contento y orgulloso si pudiese formar una Congregación aprobada por la Iglesia, como la de San José de la Aparición. Lo espero, mas aún tengo que avanzar antes de alcanzar ese punto.]


[7094]

»Los defectos de que parece afectada [en la mente del P. Sembianti], o diría mejor, a los que parece habituada [pero él es su Rector sólo desde hace tres meses; es decir, desde el 15 de nov. de 1880 hasta el 16 de febrero, en que escribe esta carta], no me permiten esperar nada bueno, sino que me hacen prever muchos males.


[7095]

»Petulante [sic], falsa [sic, etc.], embustera, totalmente inclinada a interpretar mal, y a suponer mal hasta en las cosas más indiferentes [el P. Sembianti debería probármelo con hechos, no con chácharas, a mí, fundador, Obispo y Superior General de mis Institutos; pero todo aquello en que se basa –nunca me mencionó otras circunstancias– es esa conversación que tuvo con Virginia al notificarle haber echado a su hermano sin avisarla previamente; y lo echó no de Roma a Frascati, sino de Verona a Beirut, entre los cismáticos, con peligro de que se pierda eternamente]; de espíritu inquieto y turbulento, se muestra privada de esa franqueza [sic, sic, sic, etc. in omnibus et quoad omnia] y sinceridad que en las otras Hermanas permite ver hasta el fondo de su corazón; carece de simplicidad y rectitud de ánimo, de docilidad espontánea, de capacidad de abandono en manos de los Superiores. [Pero ¿cómo puede Virginia abandonarse en manos de un hombre como Sembianti, que no quiso entrar de Rector en mi Instituto sin que antes Virginia fuese alejada de la comunidad, después de veinte años de comunidad religiosa, que siempre la vio con malos ojos –las mujeres son finas, y se dan cuenta fácilmente–, y que en todos los encuentros mostró no querer saber de ella? ¿Acaso Virginia no tiene todos los motivos para ser desconfiada, y no abandonarse en manos del P. Sembianti, aunque por mucho tiempo se abandonó?


[7096]

Confianza nace de confianza], y de respeto a las Reglas [Virginia ha observado, y de buena gana, todas las Reglas], tan necesarias para que una Hermana pueda vivir contenta ella misma, y no servir de carga y de tropiezo a las demás; falta de ese buen criterio [sic] que da el justo valor a las cosas y lleva a hablar y actuar con sensatez [me parece que es el P. Sembianti el que no da el justo valor a las cosas, no habiendo calculado el momento crítico de la repentina marcha del hermano, que le costó a ella tantas lágrimas]; voluble [pregunto yo si es voluble Virginia, cuando soportó tantas pruebas por ser religiosa, hasta el punto de huir a los quince años de su familia, que le había preparado un marido, para hacerse religiosa, etc., etc., y que después de tantas pruebas insiste todavía ahora, e insistirá hasta la muerte, en ser religiosa misionera]. Total, repito, que no la considero hecha para convivir con nuestras Hermanas, ni para estar en ninguna comunidad religiosa bien regulada.

José Sembianti»


[7097]

Este negativo juicio sobre Virginia me lo escribió el P. Sembianti tres días después de haber contado él a Virginia que echó a su hermano del Instituto y lo mandó a Siria, entre los cismáticos, con peligro de perderse eternamente. Así se expresó después de haber visto a Virginia en la más crítica situación en que se pueda encontrar una Hermana, una misionera, una virgen cristiana, que nunca ha pensado más que en la salvación de las almas; en una circunstancia del más justo dolor... Yo no sé qué pensar ante este juicio injusto e irrazonable, procedente de santos... que comen, como mi querido P. Sembianti, y que muestran carecer por completo de la reina de las virtudes, la Caridad, sin la cual, según el lenguaje de las Escrituras, de nada sirven ni la santa vida, ni las profecías, ni los milagros, ni todas las buenas obras.


[7098]

Pero no pretendo aquí, Emmo. Príncipe, discutir las razones por las cuales el Emmo. de Canossa y el P. Sembianti echaron del Instituto y mandaron a Siria a Jorge sin avisar a su hermana (en esto no veo de ningún modo la Caridad, porque por la determinación del Emmo. y de Sembianti, el hermano de Virginia está ciertamente expuesto a perderse eternamente); incluso admito que hayan tenido justos motivos y obrado perfectamente. De hecho respondí al P. Sembianti (recibí la comunicación al mediodía y contesté ese mismo día a las tres de la tarde) que habían hecho bien, y que yo se lo agradecía de corazón; si bien escribí así no por convicción, sino in verba magistri, ofuscado en ese momento por la autoridad del Emmo. y por la estima que profeso al P. Sembianti y a los dos consejeros.


[7099]

Pero pretender que Virginia escuchase a pie firme tan dolorosa e inesperada noticia como la de la expulsión y posible perdición eterna de un hermano que le había costado tantas lágrimas y sacrificios; pretender que no rechistase, y que incluso se mostrase contenta y diera las gracias a los autores de tan extraña, y hasta injusta, determinación, e inferir de la turbación y conmoción de Virginia por esta gran desgracia suya que no tuvo, ni tiene, ni tendrá nunca vocación, esto es demasiado, y no lo entiendo. No, el juicio del Emmo de Canossa y del P. Sembianti sobre Virginia no es un juicio recto, sino contrario a la justicia y a la caridad.


[7100]

Desde el 16 de febrero hasta hoy el P. Sembianti me ha escrito siempre en el mismo sentido, mas no probándolo con hechos y con razones consistentes, sino limitándose a repetir su irrevocable juicio. Y desde aquel día, sin que se dijera nada a la infeliz Virginia (con tres meses de Postulantado), ella fue excluida de los ejercicios y prácticas de las postulantes, y aislada; por lo cual no hace más que llorar, y ha llegado a escribirme que desea la muerte antes que continuar en esa dolorosa e insufrible situación.


[7101]

Vuestra Eminencia Rma. ya conoce el juicio del Emmo. de Canossa y del P. Sembianti respecto a Virginia.

Ahora bien, ¿cuál es la opinión que se ha formado sobre ella la Madre María Bollezzoli, Superiora General de las Pías Madres de la Nigricia, y Superiora local de la Casa Madre de Verona, a quien el Emmo de Canossa no consultó ni escuchó en absoluto, según me asegura él mismo en el Anexo III?... Desde el pasado noviembre , en que Virginia fue admitida en el postulantedo, hasta hoy la M. Superiora General me ha escrito dieciséis cartas, de las que en nueve cita a Virginia o habla de ella. En esas nueve cartas la Superiora no se extiende en elogios sobre Virginia; incluso se muestra muy parca y reservada, porque sabe muy bien cómo piensan de ella el Emmo. de Canossa y el P. Sembianti.


[7102]

La M. Bollezzoli es una mujer piadosa, dotada de criterio y perspicacia, pero tímida, humildísima, muy falta de confianza en sí misma, y respetuosa sobremanera hacia sus Superiores inmediatos, y especialmente hacia el Emmo. Card. Obispo, hasta el punto de renunciar en muchas circunstancias a su propia opinión para plegarse a la de los mismos. Pues bien, por el conjunto de estas pocas y breves cartas de la M. Superiora Gral. de Verona, que yo mando como otros tantos Anexos a V. Em.a , usted se convencerá de que el juicio de la Superiora General sobre Virginia es diametralmente opuesto al del Emmo. de Canossa y del P. Sembianti. Le citaré brevísimos fragmentos para no aburrir a V. Em.a Rma.


[7103]

El 16 de diciembre de 1880, la Madre Superiora me escribía así:

Anexo VII

«Estas queridas hijas son todas buenas, sanas y alegres, incluida Virginia, que cuenta algunas historias divertidas. Todas rezan mucho de corazón por la salud y conservación de su Excelentísimo Padre, y tratan de apresurar el momento de poder reunirse con sus Hermanas que están ya en su gran campo de trabajo». De lo que resulta claramente que Virginia es buena, que reza con las otras y que trata de apresurar el momento de unirse a sus Hermanas de Africa, a las que se encuentran en el campo de batalla.

El 25 de enero de este año la Madre Superiora me escribía:

Anexo VIII


[7104]

«Virginia se muestra alegre, habla incluso afablemente con el P. Rector, lo que me produce mucha satisfacción. Desde el 3 del corriente han empezado las clases de árabe; las estudiantes son siete, y todas educadas, por lo que espero que harán honor a la Maestra».

Aquí sigue el Anexo IX, carta en la que la Madre Superiora me habla de cuando el P. Rector anunció a Virginia que su hermano Jorge había partido para Siria, sin que se le hubiera permitido verla. Y ésta es la primera y la única queja que la Superiora me ha dado de Virginia desde que está en Italia.


[7105]

Y ¿cuál es esa queja? La Superiora dice que en aquella terrible circunstancia Virginia se ha portado poco bien con el Rector, dándole alguna respuesta poco respetuosa y mostrando desconfianza hacia el mismo. Y me cuenta en secreto que se manifiesta testaruda también con ella, que trataba de persuadirla para que alejase ciertos prejuicios contra el Rector (es imposible que Virginia aleje los prejuicios contra el P. Sembianti, que desde el primer día que la vio se ha mostrado siempre contrario a ella con las palabras y con la elocuencia de los hechos, como he contado más arriba). Pero la Superiora tiene el mayor interés por Virginia, y me ruega que le escriba para que con mis palabras la ayude a hacerle ver que está equivocada. He aquí la carta:


[7106]

«Verona, 16 de febrero de 1881. Con pesar escribo la presente, porque debo ser mensajera de poco agradables noticias; pero lo exige mi deber, al que tengo que obedecer.

En estos días Virginia se ha portado poco bien con el Rector, y le ha dado alguna respuesta poco respetuosa, mostrando incluso desconfianza [¡Dios mío! ¿Puede tener Virginia confianza en el P. Sembianti?]; y le digo en secreto que se muestra un poco testarudilla también conmigo, porque trato de persuadirla de que aleje ciertos prejuicios que tiene contra el mismo Rector, del que no habla muy favorablemente. De esto ninguna sabe palabra; pero considero que debo advertírselo a V. E. Rma., a fin de que con su innata caridad tenga a bien hacer ver a Virginia que está equivocada. Yo no dejo de exhortarla a humillarse, pero... no se doblega mucho [verá V. Em.a en el próximo Anexo que pocos días después se humilló y doblegó efectivamente, y que pidió perdón]. Sírvase V. E. Ilma. y Rma. rogar por esta intención, lo que yo no dejo de hacer. Termino manifestando mi gran confianza en las ferventísimas oraciones de usted. No faltan las cruces, pero tampoco faltará la asistencia divina.

Su hum. serv. María Bollezzoli»


[7107]

El 14 de marzo la Madre Superiora me escribía (Anexo X) que Virginia, aunque angustiada por la marcha de su hermano, se humilló y, de rodillas, pidió perdón al Rector, con total satisfacción de la misma Superiora, que muestra el mayor interés y afecto por Virginia.

«Por estos días Virginia me pidió hablar con el Rector, el cual de buen grado vino a verla, y ella lo recibió con buenas maneras; luego lo volvió a llamar, y entonces le pidió perdón por todo, de lo que él se mostró contento. Yo le confieso de verdad que tal humillación me agradó mucho, porque puede redundar en beneficio de la propia Virginia. Ahora está ella de buen humor, y alegre con todas».


[7108]

El 19 de abril, la M. Superiora me escribía de nuevo (Anexo XI).

«He tardado algunos días en decidirme a escribir la presente, porque tenía esperanza de poder dar a V. E. alguna noticia consoladora; y no me equivocaba, pues el buen Dios ha escuchado una humilde plegaria mía. Ayer Virginia y yo estuvimos algún tiempo con el Rector, el cual habló a Virginia con afabilidad verdaderamente paternal; y ella le correspondió con amabilidad y gentileza. Esto me produjo gran satisfacción, porque me dolía mucho verla un poco áspera. Tengo la esperanza, incluso la seguridad, de que continuará mostrándose como ahora, y de que estará siempre contenta. Esté tranquilo, Monseñor, y tenga a bien animarla a perseverar en su serenidad y alegría, lo que sin duda le supondrá un bien. Yo puedo bien poco, pero dentro de ese poco no ahorraré esfuerzos, porque me interesa mucho el bienestar de Virginia, la cual es todavía joven, y puede trabajar aún mucho en la viña del Señor, que es el mío».


[7109]

De este espléndido testimonio puede deducir V. Em.a que si mi Superiora General (que es tan reservada y reflexiva) llega a declarar que el bienestar de Virginia le interesa más que el propio, porque Virginia puede trabajar aún mucho en la viña del Señor, es señal evidente de que ella se ha formado un gran concepto y opinión de Virginia y le tiene verdadera estima, a lo cual se debe que el juicio de la Superiora General sobre Virginia sea diametralmente opuesto al del Emmo. de Canossa y del P. Sembianti. Y es precisamente por el interés y el bien de Africa Central por lo que yo defiendo la causa de esta excelente colaboradora, que puede trabajar aún mucho en la viña del Señor; y creo que yo cometería una estupidez si obrase de otro modo, porque en Virginia hay capacidad, docilidad, salud, abnegación, y coraje heroico para morir por Cristo y por Africa, como pude constatar con mis propios ojos durante los seis años que ella permaneció en Africa bajo mi jurisdicción.


[7110]

Cuando el P. Sembianti con la carta del 16 de febrero (Anexo VI) me comunicó la conversación mantenida con Virginia sobre la repentina marcha de Jorge a Siria, y el juicio siniestro y horrendo que él se formó entonces, afirmando que Virginia no tiene vocación para ninguna comunidad religiosa de buen espíritu que esté bien regulada (y Virginia estuvo veinte años en la Congregación de las Hermanas de San José con plena satisfacción de todas sus Superioras, o sea, General, Provincial y locales), yo escribí a Virginia diciéndole que se preparase para marchar de Verona, porque allí, bajo el peso de tan negativos juicios del Emmo. de Canossa y del P. Sembianti, no podía estar tranquila (esto no se lo dije a ella, se entiende), y que con el próximo correo le indicaría el lugar adonde podía dirigirse entretanto.


[7111]

El día de correo, queriendo escribir lo que le había prometido, me puse a pensar dónde mandarla, pero me encontré en gran dificultad para decidir. Porque tenía gran temor de ponerla en peligro de perderse si la mandaba a Beirut con su familia cismática, por la continua presión de ésta, y dado que el hermano, por haber sido echado sin contemplaciones y de improviso, no habrá hablado de la caridad de los católicos de Verona. En cuanto a mandarla a otro Instituto, ¿con qué valor podría yo recomendarla desde Africa, habiendo sido desechada de Verona, y habiendo pertenecido a otra Congregación religiosa? Y ni pensar en mandarla a un beaterio a morir de melancolía, como querría el P. Sembianti: no es ésa su vocación...


[7112]

Le confieso, Emmo. Príncipe, que pasé días de purgatorio; y, con todo, no supe tomar ninguna resolución. Habiendo expuesto confidencialmente el asunto a mi Superiora Principal, o Provincial, de Africa Central, la Madre Teresa Grigolini, mujer superior en todos los aspectos y de eminente virtud, que nunca ha visto a Virginia, pero que conoce todas sus virtudes, cualidades, valor y abnegación, y cuánto ha padecido, y que sabe que las Superioras la apreciaban grandemente, y sobre todo su bondad, me dijo: «Cálmese, Monseñor, todos estos conflictos son cosas dispuestas por Dios para el bien de esa alma grande que tanto ha sufrido aquí en Africa y en Verona, y para el bien de nuestra santa Misión, que de este modo podrá tener antes a Virginia. Yo misma escribiré al Emmo. Obispo y al P. Rector para que manden sin más a Virginia al Vicariato; y yo me hago totalmente responsable de ella: de su conducta, de su noviciado, de todo. Y haré que también Sor Victoria escriba a Su Eminencia y al Rector [Sor Victoria Paganini es la Superiora de la casa de Jartum, y mujer de eminente virtud y talento, auténtica misionera y habilísima Superiora], que tanto desea tener a Virginia. Yo estoy segura de que Virginia resultará una buena religiosa, porque aquí estará en su elemento y tendrá en qué emplear su gran actividad.


[7113]

»Y si acaso no diera resultado entre nosotros, porque con tantas contrariedades hubiese perdido el espíritu, o bien por otro motivo, yo le hablaré francamente, y rogaré a V. E. que la mande a otra parte, fuera de nuestra Misión. A veces bajo el peso de tantas calamidades y cruces, especialmente cuando falta un ángel de consuelo, como sería V. E., que anime al que siempre sufre, éste pierde la brújula y el primitivo fervor, languidece y se desmoraliza; mas espero que tal cosa no haya ocurrido con Virginia. Recemos y confiemos en el Corazón de Jesús, en la Virgen y en San José, que nunca nos han abandonado».


[7114]

Tal lenguaje me sirvió de alivio, porque ésta es la solución más práctica y conforme a la vocación de Virginia. Por eso me mostré satisfecho, y respondí que escribiría también; y en efecto escribí sobre ello al Emmo. La contestación recibida tanto de Su Eminencia como del P. Sembianti ha convencido a estas dos principales Superioras mías de que en Verona se procede contra Virginia con pasión violenta, y que, buena o mala, se la quiere echar fuera de la Misión y de la Obra. Y ahora están más persuadidas que nunca de que si no se libera a Virginia rápidamente de su crítica situación en Verona, y no se la hace venir al Vicariato para someterla a una prueba bajo la supervisión de ellas, Virginia podría llegar a trastornarse mentalmente y ser hasta la muerte una mujer desgraciada, sin provecho para sí misma ni para nadie. Mis Superioras de Africa han leído y considerado toda la correspondencia sobre Virginia del Emmo., del P. Sembianti y de la misma Virginia; y la Superiora de Jartum, Sor Victoria Paganini, al leer algunas cartas de Virginia me ha dicho: «Virginia debe de ser un alma grande, franca, abierta, y se ve claro que sólo suspira por Africa. Por eso sería una crueldad y un error si se la abandonase; pero es preciso buscar rápido remedio».


[7115]

Y la propuesta de mis dos Superioras de Africa, y especialmente de la Principal, la Madre Grigolini, será la que humildemente, con lágrimas y suspiros, someteré a Vuestra Eminencia al final de este informe, y ello en nombre de la justicia y de la caridad. ¡Que Dios escuche mi humilde súplica! De mi Superiora Principal de Africa Central, la Madre Teresa Grigolini (que ahora está en el Kordofán), no voy a hacer yo el panegírico a V. Em.a, sino que dejaré hablar a mi Superiora General de Verona, con las palabras que hace poco me escribía (Anexo VII).


[7116]

Mi Superiora General me decía el 21 de mayo desde Verona:

«Su venerada del pdo. 13 de abril me llenó de satisfacción al comunicarme el buen comportamiento de Sor Teresa Grigolini. Sí, Excelencia Ilma. y Rma., Sor Teresa es un alma verdaderamente grande, elaborada por la misma gracia divina, y que comprende bien la sublimidad de su vocación. Le confieso de veras que desde el primer instante en que la vi me inspiró tal sentimiento de veneración que hasta de buena gana me habría ofrecido a servirla... Y ahora que se encuentra en medio del campo de acción que le ha destinado la Providencia, y que en toda la extensión puede desplegar su celo, me imagino lo que habrá llegado a ser. ¡Oh, alma generosa! ¡Si pudiese yo imitarla siquiera de lejos! Mas ya ha pasado el tiempo, y no me queda más que un estéril arrepentimiento». Pero mi Superiora General, que así habla, sólo tiene 54 años.


[7117]

Apenas vuelva a Jartum en noviembre de su visita al Kordofán y a Gebel Nuba, la Madre Teresa Grigolini irá a El Cairo para organizar bien aquella casa según el criterio y los deseos del nuevo Delegado Aplico. de Egipto, Mons. Anacleto, y cambiar impresiones con él. Luego partirá hacia Verona para resolver ciertos asuntos, y para acompañar, a la vuelta a El Cairo, a la Superiora Matilde Corsi, que está destinada a dicha capital, y que ha sido retenida en Verona para que asista a la Madre Gral. en su trabajo. Si esto se lleva a cabo según lo previsto, mandaré a la Madre Teresa que pase por Roma, a fin de que tenga la satisfacción de besar los pies al Santo Padre y de conversar con V. Em.a sobre la ardua pero importantísima, e incluso necesaria contribución de las Hermanas al apostolado de Africa Central, y para dar ocasión a esta excelente Superiora de escuchar las prudentísimas opiniones e instrucciones de V. Em.a sobre el modo de conducirse en cada caso. Además podrá dar V. Em.a a dicha Superiora Principal de Africa Central todas aquellas órdenes que tenga a bien sobre Virginia. Los de Verona se escandalizan cada vez más porque me tomo tanto interés por ella; pero haría lo mismo por cualquier otra Hermana, incluso la más insignificante, si fuese atacada y perseguida injustamente como Virginia, porque tal es mi deber de justicia y de caridad.


[7118]

Veo que he hecho una digresión demasiado larga; pero vuelvo a lo que iba diciendo a V. Em.a. Y era que tras la conversación del P. Sembianti con Virginia en la que le comunicó la marcha de su hermano a Siria, y después de la sentencia irrevocable del P. Sembianti de que Virginia no puede estar en una comunidad religiosa bien regulada (sic), yo le había escrito que se dispusiera a partir de Verona. Al tiempo que el P. Sembianti me enviaba su carta del 16 de febrero (Anexo VI), Virginia escribía expresándome su infelicidad y desolación porque el Emmo. y el P. Sembianti no la querían de Religiosa nuestra, y diciéndome que lloraba día y noche. Entonces informé de todo esto a la Superiora General, que consternada por lo que yo le contaba, el 26 de abril me dirigió la siguiente carta (Anexo XIII), que le adjunto:


[7119]

«Sorpresa y consternación me produjo su venerada del 15 del pasado marzo, por la que tuve conocimiento de su angustia respecto a Virginia, así como de su decisión.

»Bien es cierto que Virginia estuvo apenada por la marcha de su hermano; pero no hubo medio al que yo no recurriera para tranquilizarla [muy bien; mientras, sin embargo, el hermano está en peligro de perderse eternamente, y Virginia tiene motivo para llorar]; y como sabrá por otra carta mía, habló luego con el Rector, mostrándose desenvuelta y afable, y así continúa actualmente.


[7120]

»Ayer tuvo una conversación de una hora con el Rector, y cuando salió la vi contenta [sic]. [El Rector hace todo esto por complacer a la Superiora; pero él, de acuerdo con el Emmo. ha condenado a Virg. para siempre.] Por tanto ruego fervientemente a V. E. que se tranquilice, que las cosas no son como se las figura. [Pero entretanto ellos han engañado a la Superiora y a Virginia, y el Emmo. de Canossa escribió a V. Em.a lo que escribió; y por parte de ellos Virginia no tiene nada que hacer. Pero yo no soportaré nunca estas injusticias y crueldades:¡ni aunque me costase la vida! ¡El Corazón de Jesús ayudará a esa víctima infeliz e inocente, que no merece este trato inicuo!]


[7121]

»Aquí todas la respetan, y yo, en lo poco que puedo... etc., etc. El Rector quiere que dentro de unos días haga yo un viaje a Trento, y desea que lleve conmigo a Virginia, lo cual haré con agrado. Consuélela, pues, con alguna de sus veneradas cartas, y asegúrele que aquí todas le tienen afecto».

Todo esto está muy bien. Pero ¿cómo la respetarán y estimarán cuando vean admitidas al hábito religioso a las otras que entraron después que ella, y a Virginia no porque el Rector y el Emmo. se lo niegan? La quieren fuera.


[7122]

La Superiora, consternada porque avisé a Virginia que se preparase para marchar de Verona, escribió una carta incluso a mi padre (esto ha debido de ser una jugada del P. Sembianti con objeto de dar mayor alcance al asunto y tener más argumentos para sostener que Virginia carece de vocación), en la que le comunicó también que yo escribí a la Superiora que Virginia es desgraciada y llora día y noche. He aquí la carta (Anexo XIV), escrita el 25 de abril:

«Dignísimo Señor:

»No sé que habrá escrito Virginia a Monseñor, que le ha producido tanta consternación. El me ha escrito que ella es desgraciada, que llora día y noche, que se siente observada [sí, porque no le permiten ir a la reunión con las otras, y cuando vean que no es admitida al hábito religioso la observarán aún más]; y que por esto ha decidido ordenar que se vaya.


[7123]

»Ciertamente Virginia estuvo bastante apenada por la marcha de su hermano; pero yo en todo momento hice cuanto podía para tranquilizarla, y de hecho al cabo de unos días ella se mostró desenvuelta y alegre, y así sigue ahora; y todas la respetan. [Virginia también me escribe que está muy contenta con la Superiora y con todas, y que todas la miran como hermana. Pero el Emmo. y el Rector no la quieren ni de religiosa ni de misionera: ¿no tiene razón para llorar?] Ayer, viéndola consternada por la carta recibida de su Excmo. hijo, en la que le comunica el proyecto de la partida de Verona [y Virginia ignora adónde le diré que vaya], la exhorté a escribirle a usted pidiéndole consejo; y creo oportuno añadir también yo una palabra para rogar de su bondad que tenga a bien decirle pronto lo que su caridad y prudencia le sugieran, porque me urge, etc.» Como el Rector sabe muy bien que mi Padre, engañado, como he dicho, por las mentiras del campesino Santiago –o por lo que inimicus homo le ha hecho creer–, no quiere que Virginia venga a Africa, y conociendo que mi padre tiene conceptuados –lo que es cierto– a mi Superiora y a él (el P. Sembianti) como dos santos, sabe que la respuesta y el consejo de mi padre a Virginia será que ella se quede siempre, toda la vida, en Verona para santificarse bajo la guía de esas dos almas santas: la Superiora y el P. Sembianti.


[7124]

Pero yo no he fundado el Instituto para que las Hermanas se queden en Verona, y mucho menos las que tienen coraje, salud y celo, y que conocen bien la lengua, como Virginia, sino para que vengan a Africa a convertir a estos pobres infieles que no conocen a Dios.

Y aquí deseo volver a señalarle que tanto mi padre, al que escribió el P. Sembianti, como el mismo P. Sembianti, me comunicaron que éste y el Emmo. preguntaron a Virginia si estaba dispuesta a permanecer de por vida en el Instituto de Verona, y que ella contestó que no. Lo cual hizo que mi padre se escandalizase, y que el P. Sembianti pudiese remachar el clavo diciendo que no tiene vocación.


[7125]

Pero si Virginia es una plaga, turbulenta, recelosa, etc., ¿por qué proponerle que se quede para siempre en Verona, en la Casa Madre y modelo, donde no debe haber ni plagas, ni turbulentos, ni recelosos, etc.? Así que Virginia hizo bien respondiendo con un no rotundo. ¿Cómo pretender que ella sea feliz estando subordinada al P. Sembianti, que desde el principio se negó a entrar en mi Instituto como Rector si antes no salía Virginia de la comunidad, y que fue siempre contrario a ella y enemigo de su vocación religiosa?


[7126]

Tengo además, Eminencia, cuatro cartas recientes de la Superiora, en las que me dice que Virginia es buena, está alegre, tiene el respeto y el afecto de todas, y que ella misma la quiere y estima mucho, y que mira más por Virginia que su propia persona, porque todavía puede hacer un gran bien y trabajar mucho en la viña del Señor, y que tiene todo el interés por ella, etc., etc.; pero temo añadir aún más aburrimiento al que V. Em.a ha debido de acumular hasta ahora.

Todavía le tengo que mandar el resumen de mi respuesta al Emmo. de Canossa por su carta del 26 de mayo, la cual constituye el Anexo III, que le he enviado, y lo haré.


[7127]

Estoy dispuesto a responder a cualquier animadversionem que Vuestra Eminencia creyese deber hacerme al respecto, o que hiciesen el Emmo. o el P. Sembianti.

Pero me parece haberle expuesto en estas hojas, documentado con pruebas y testimonios, lo necesario para que V. Em.a pueda estar bien informado del asunto de Virginia. Por eso pongo punto por ahora, y concluyo:


[7128]

El juicio del Emmo. de Canossa y del P. Sembianti sobre Virginia (que es diferente por completo del de mi Superiora General de Verona, y diametralmente opuesto al mío) no tiene como base la verdad de los hechos, sino que fue concebido y pronunciado sin las debidas pruebas –que sin embargo se me debían dar a conocer– y sin razonables motivos. Por ejemplo: el Emmo. y Sembianti dicen que Virginia es inquieta. ¿Qué ha hecho ella para que se la juzgue así? ¿Ha alterado el Instituto, la Comunidad, la tranquilidad de las otras? Pero, en cambio, la Superiora afirma que está alegre y contenta, y que todas la respetan, estiman y quieren. Los mismos dicen que Virginia es voluble; pero la historia de su vida, que le he mencionado al vuelo, muestra que desde la edad de 14 años, cuando habiendo sido sacada del convento de Saida por su familia, con la que estuvo seis meses, y que la quería casar con un joven que la visitaba a diario, ella huyó de noche para hacerse religiosa, ha perseverado en la misma idea hasta hoy, y es desdichada precisamente porque tratan de impedirle seguir ese camino.


[7129]

El P. Sembianti dice que es embustera; pero no menciona qué embustes ha dicho, dónde, cuándo a quién y en qué circunstancias. Dice que es recelosa; sí, pero únicamente lo es hacia él, que desde el principio y siempre le ha dado motivos no sólo para recelar, sino para tener la seguridad de que está en contra de ella y que no la quiere en el Instituto ni en la Misión, oponiéndose así al deseo y aspiración capital de su vida. Dice que Virginia no se abandona plenamente en manos de los Superiores. En las manos de él, claro que no. Ella sabe bien que su destino no depende de la Superiora, en cuyas manos se abandonaría por completo, sino de Sembianti; y en las manos de éste no tiene ningún motivo para abandonarse, porque antes incluso de verla se opuso a sus mayores deseos, a las más fervientes aspiraciones de su corazón, como la de consagrarse a Dios en las misiones de la Nigricia. Sembianti dice que es falsa.


[7130]

Cuando leí esto a mis misioneros que la conocen, se echaron a reír porque, dijeron, Virginia tiene sus defectos, pero en ningún caso el de la falsedad; y aquel que me traje del Kordofán, donde era Superior desde la época en que estaba allí Virginia, dijo en dialecto paduano: «Sembianti está para unas gafas». Este es D. Juan Bautista Fraccaro, hombre de conciencia, maduro y muy avezado en el ministerio, al que he traído conmigo a Jartum desde el Kordofán para hacerle mi Vicario General. Sembianti dice que Virginia es inquieta y agitada; y expresa este juicio habiéndola visto llorar al oír de sus labios que ha echado de aquel modo al hermano. Pero la Superiora dice todo lo contrario; y es cierto, porque si no Virginia no contaría con el respeto y el afecto de sus compañeras, como escribe la Superiora Gral. en los Anexos que le he mandado.


[7131]

El Emmo. de Canossa dice que Virginia es una plaga para la Misión; y habla así en Verona, sin aducir la menor prueba. En cambio mis Superioras de Africa, que están en el lugar de los hechos y conocen el heroísmo de Virginia, mostrado en las más críticas circunstancias de muertes, enfermedades, carestía, etc., dicen que Virginia sería una verdadera bendición para la Misión; y por ello escribieron varias veces al Emmo. y al P. Sembianti rogándoles que mandasen aquí a Virginia, y comprometiéndose ellas a asumir la responsabilidad de todo. ¿Es acaso la Madre Teresa Grigolini una mujer a la que se le deba negar con desprecio el envío de Virginia, como han hecho el Emmo. y Sembianti? Estas Superioras mías querían repetir la petición sobre Virginia a Vuestra Eminencia; pero yo les dije que no lo hicieran, sino que rezasen y dejasen hacer a Dios y a Roma, que tiene la luz del Espíritu Santo.


[7132]

Y así podría refutar todas las otras acusaciones que, por disposición de Dios, ha generado la fantasía del P. Sembianti, hombre receloso por naturaleza, como comprobé en muchas circunstancias, el cual tiende a ver las cosas negras (como queda de manifiesto por el Anexo VI), saca consecuencias ilógicas, etc.; y esto a pesar de ser un sacerdote de santa vida, y de trabajar para mis Institutos con un celo y diligencia que me conmueven y me consuelan. Sólo en el asunto de Virginia no nos entenderemos nunca: para acomodarme a su juicio en esto, yo tendría que violentar mi conciencia, y llamar negro a lo blanco, mentira a la verdad y virtud al pecado, cuando soy juez más competente que él ¿Acaso la cabezonería del P. Sembianti habría de suponer la desgracia de Virginia? No, ¡jamás!


[7133]

Yo siempre he salvado almas, y nunca he perdido ni una. Virginia se debe hacer santa en su vocación, salvando todavía muchas almas. Por tanto debe ser apartada del P. Sembianti y de su jurisdicción, y ser puesta a prueba bajo cualquiera, menos él, para comprobar su vocación.


[7134]

Finalmente el Emmo. de Canossa, como se ve por su carta Anexo III, después de haber declarado que no había hablado con el P. Sembianti (sic: es una absoluta mentira) ni con la Madre Superiora para emitir su negro y siniestro juicio sobre Virginia enunciado en dicho Anexo III, declara que es él (el Emmo.) el que juzga, y por sí mismo, después de lo que ha observado. Pues bien. ¿en qué bases funda el Emmo. su extraño y negativo juicio? Abra V. Em.a su carta Anexo III, y vea. El Emmo. funda todo su juicio en lo siguiente:


[7135]

1.° En medias palabras de otros recogidas aquí y allá.

2.° En D. Tagliaferro, que según el Emmo. es «poco reverendo», y que no veía con buenos ojos a Virginia, porque ella con buenos modos y como verdadera misionera lo exhortó a vestir de sacerdote y no de campesino, como hace, y a ir a la iglesia al igual los demás sacerdotes, dado que más tarde no podría hacerlo, por tener ya 74 años.


[7136]

Y sobre estos dos fundamentos el Emmo. de Canossa, con inconcebible ligereza, me escribe a mí, que soy Obispo, tengo cincuenta años, y conozco el mundo, y que durante seis años he visto a Virginia en Africa Central (seis años de Africa Central en una joven Hermana que ejerce el más difícil apostolado entre enfermedades, hambre, sed, etc. es un prodigio: para estar seis años trabajando en esta viña tan ardua se necesita una virtud mayor que para estar veinte años de misionera en Oriente, en Egipto o en Europa); sobre estos dos fragilísimos fundamentos, decía, el Emmo. de Canossa basa su negativo juicio sobre Virginia; y me lo dice a mí, que por haber hecho con la gracia de Dios lo que he hecho, no debo de ser completamente tonto. Llevo dos meses, Emmo. Príncipe, reflexionando sobre este extraño modo de proceder del Emmo. de Canossa en perjuicio de un alma que ha costado la sangre de Cristo, de una virgen cristiana que tiene tantos...



[aquí hay cuatro renglones borrados]

... méritos con respecto a Africa Central, donde para permanecer seis años en medio de aquellas extraordinarias calamidades que sufrió a causa de la epidemia y la carestía, no sólo se necesita una ordinaria virtud, sino el heroísmo de la virtud; y vocaciones tan sólidas, generosas y sublimes son bien raras. Ante tal proceder del Emmo., me quedo confuso y estupefacto. No es la primera vez que obra de semejante manera. Pero basta.


[7137]

Por lo cual, después de haber rezado mucho y de haberme aconsejado con un prudentísimo Fraile Obispo (porque como fraile defiende con sus consejos los derechos y los intereses de la Orden o Congregación religiosa, y como Obispo tutela los derechos de la Iglesia y los intereses de las almas), acepté hace dos años a Virginia en mi Misión de Africa Central, y avisé de ello a la Superiora, que se alegró enormemente. Hice esto con todo conocimiento y por un santo fin; y además con pleno derecho y poder, porque soy Vicario Aplico. de dicha Misión, y porque soy Fundador y Jefe supremo de los Institutos que sirven a Africa Central.


[7138]

Admitida en la Misión, que conoce a fondo, Virginia se preparaba para dedicarse a ella con toda su alma bajo la dirección de mis Hermanas de Africa, de las cuales había oído hablar tan favorablemente a sus mismas compañeras de la Congr. de San José que habían tenido ocasión de conocerlas bien por una convivencia de tres meses en El Cairo y de un mes en Jartum. Sólo per accidens fue Virginia temporalmente a Verona a enseñar allí el árabe, a fin de proveer de maestras estables a aquel Instituto. Ella estaba destinada a hacer el noviciado de mi Congregación no en Verona, porque ya se había curtido en Africa, sino en Jartum o en el Kordofán, bajo la dirección de mis buenas y capaces Superioras Teresa Grigolini y Victoria Paganini, donde a la vez que era formada por éstas en el espíritu de mi Congregación podía, por su dominio del árabe, ser de gran utilidad para la Misión.


[7139]

Pues bien, Emmo. Príncipe, ¿habré de renunciar a mis derechos y deberes de Vicario Apostólico y de Fundador de mis Institutos? ¿Habré de faltar a mis obligaciones y a las sagradas promesas hechas a quien confiando absolutamente en mí y en mi Obra se entregó a ella con toda el alma? ¿Habré de ceder yo ante un P. Sembianti, que incluso antes de ver a Virginia, antes de examinar sus dotes, antes de entrar como Rector en mis Institutos, quiso que Virginia fuese alejada de la comunidad de mis Hermanas, y sólo tomó posesión de su cargo cuando Virginia llevaba diecisiete días en la casita, fuera de la comunidad? ¿Tendré que abdicar de mis sacrosantos deberes y derechos por la tozudez de un hombre que no aprobaría la vocación de Virginia ni aunque la viese hacer milagros?


[7140]

¡Oh, no! No cederé jamás, porque no se debe ceder ante tales injusticias con detrimento de las almas: antes prefiero la muerte. Sólo la obediencia podrá hacerme ceder. Y obedeceré ciertamente, pero me costará la vida, porque es verdadero y real el desprecio que el P. Sembianti y el Emmo. Card. de Canossa muestran hacia mi dignidad y carácter de Obispo y de Vicario Aplico y de Jefe de mis Institutos de Verona, y yo no he hecho nada para merecer esto; antes bien, espero que Dios me premie por lo que he hecho en favor Virginia tanto o más que por los méritos que yo pueda haber contraído esforzándome toda la vida y muriendo por salvar a la Nigricia.


[7141]

Unicamente vivo y he vivido siempre para salvar almas, y no para perderlas, como quizá hayan hecho ellos echando de aquel modo al hermano de Virginia de Verona y poniéndolo en peligro de perderse eternamente.


[7142]

Además, si yo cediese a las injustas pretensiones de los de Verona, Virginia tendría derecho a echarme en cara que la he traicionado, como ya (creyendo que yo estoy de acuerdo con el P. Sembianti, y hasta que es orden mía el que no se la admita como Hermana) ha empezado a decirme en sus cartas. Mas yo, sabiendo cuánta confianza ha puesto Virginia en mí, en mi carácter de Obispo, de Fundador y de Padre, no puedo ni debo defraudarla. Y al no serle posible hacerse religiosa en Verona por la absoluta oposición del P. Sembianti, tengo el deber y el derecho de someterla a las necesarias pruebas de su sublime vocación aquí en el Vicariato, bajo personas de mi confianza, y no contrarias a ella de antemano como el P. Sembianti. Personas que conozcan la misión y sean jueces competentes, como son mis Superioras Teresa Grigolini y Victoria Paganini, y el Rmo. D. Juan Baut. Fraccaro, Superior y mi futuro Vicario General, hombre devoto, prudente, justo, recto, como ha mostrado ser en los cuatro años que ha estado de Superior en el Kordofán, y como siempre fue tanto en Verona, donde dos veces hizo las funciones de Rector, y en su diócesis de Padua, en la que estuvo siete años de coadjutor, y como consta por los informes que hemos recibido del Obispo de Padua.


[7143]

Y si después de al menos un año de prueba bajo la dirección inmediata de las personas mencionadas Virginia no resultase apta para integrarse definitivamente en mi Congregación (y de que resultará apta estoy seguro), ya fuera porque los enormes padecimientos y aflicciones le hubiesen hecho perder la fe, o por otra causa –porque a veces las contrariedades y las cruces hacen perder la brújula–, en tal caso, como por ser el fundador e iniciador de mis Institutos nadie puede tener más interés que yo en la buena marcha de éstos y de mi santa Misión, consideraría un deber absoluto mandar a Virginia fuera del Vicariato y de la Obra, porque entonces, no habiendo superado ella la razonable prueba en la Misión, cesarían todas mis obligaciones respecto a Virginia, y sólo a título de caridad podría ayudarla a encontrar un sitio donde le fuera posible asegurarse el negocio de su eterna salvación.


[7144]

Por eso, teniendo yo ahora que defender sus derechos no sólo por deber de conciencia, sino también en deuda de gratitud por los inmensos servicios prestados durante seis años seguidos en Africa Central, en las circunstancias más difíciles y duras de hambre y sed, de enfermedades y epidemias, y de muertes, circunstancias en las que realizó actos heroicos de caridad y de constancia, superiores a los que cabía esperar de su edad y de su condición de mujer, y en las que estuvo tres veces al borde de la tumba, yo, arrodillado a los pies de Vuestra Eminencia, con lágrimas y suspiros imploro humildemente la gracia de que lo antes posible dé V. Em.a las órdenes oportunas a Verona para que Virginia sea puesta a disposición de mi Superiora Principal de Africa Central, la Madre Teresa Grigolini, y a disposición mía, y que tales veneradas órdenes se le comuniquen inmediatamente a Virginia para tranquilizarla, y para sacarla de esa desoladora aflicción e incertidumbre que la oprime, y que exacerbada podría producirle tristes y deplorables consecuencias. Y notifico a V. Em.a que mi Superiora y yo tomaríamos inmediatamente las medidas necesarias, a fin de que antes de trasladarse a Africa pudiera ir bien y con seguridad a Beirut a ver a su madre y demás familiares, para que le fuera posible procurar la salvación eterna de los suyos, y especialmente de su hermano enfermo crónico, Abdalla, como ella desea.


[7145]

Elevo a V. Em.a esta humilde y ferviente súplica, mientras me encuentro aquí, en el campo de batalla, expuesto a perder a cada instante la vida por Jesús y por los infieles, y mientras estoy inmerso en un océano de tribulaciones y calamidades, que me abruman, y que me desgarran el alma.

Anteayer me llegó la noticia de la muerte de mi buen D. Matías Moron, tan pío, al que había ordenado título Missionis, y que tenía un principio de neumonía. Hemos celebrado el oficio y la misa de requiem por el descanso de su alma.


[7146]

No se había retirado aún el catafalco, cuando recibí aviso de la muerte de D. Antonio Dobale, alumno del Colegio Urb. de Propaganda, afectado en El-Obeid por una intensísima fiebre tifoidea; de modo que ayer por la mañana celebramos por su alma el oficio y la misa de réquiem.


[7147]

Luego, a media mañana, estando todavía puesto el catafalco, me llegaba un telegrama del Kordofán para anunciarme la desaparición, con una muerte edificante y envidiable, de Sor María Colpo, de las Pías Madres de la Nigricia, a la que una fiebre tifoidea con disentería había arrebatado a una multitud de negras, que ella formaba en la piedad y en el fervor cristiano. Por lo cual esta mañana hemos celebrado el habitual servicio fúnebre; y ordené dejar intacto el catafalco en medio de la iglesia.


[7148]

Aquí tenemos un hermano laico, habilísimo herrero y maestro de este oficio para los negros, que ha contraído el tifus y todavía no está fuera de peligro.

Este año, por primera vez ad immemorabili después de tantas lluvias, no se ve una gota de agua en los pozos, por lo cual, como nos viene ocurriendo desde hace diez meses, nos tocará hasta el año que viene gastar ocho o diez escudos diarios en la compra de agua para beber y preparar las comidas. Desde hace dos años compruebo que el clima del Kordofán está empeorando mucho; por eso ando preocupado viendo de tomar las medidas necesarias en tal circunstancia.


[7149]

En suma, la cruz que tenemos que llevar es pesadísima. Un consuelo para nosotros es que las grandes cruces vienen a dar verdadera firmeza y consolidación a las Obras de Dios. Por otra parte debo confesar que nunca he tenido tanta abundancia como ahora de verdaderos y probados misioneros y Hermanas; todos se mantienen firmes, enteros y constantes en las dificultades. Necesitamos una especial bendición del Santo Padre y de V. Em.a, a quien beso la sagrada púrpura.



Su devotmo. hijo † Daniel Comboni

Obispo y Vic. Aplico.


Siguen los varios Anexos (v. vol. VIII, pp 3155ss).


1125
Girelli Sisters
0
Khartoum
26. 09. 1881

N. 1125; (1079) – TO THE GIRELLI SISTERS

ACR, A, c. 14/136 n. 1

Khartoum, 26 Sept. 1881

Most revered Sisters,

[7150]

Desearía rogarles que me dieran a conocer el actual paradero de una tal Delfina Vercelino, que fue postulante en mi Insto. de las Pías Madres de la Nigricia, en Verona, y que luego marchó a Brescia, me parece que en 1876, recomendada a su caridad. Mi Superiora de Jartum suplicaría a ustedes que hiciesen llegar a Delfina la carta aquí incluida, porque desea ardientemente tener noticias de ella.


[7151]

Yo querría escribir a la señora Bettina muchas cosas acerca de los escritos sobre San José, el Sdo. Corazón y la Vida de J. C., que todos los días se leen y son objeto de meditación por parte de los misioneros y de las Hermanas de Africa Central. Pero ahora no tengo tiempo, y estoy con grandes tribulaciones, porque así lo quiere Jesús, que, como dicen los veroneses, ha puesto los güitos en las cerezas. El otro día celebramos oficio y misa de réquiem por uno de mis misioneros, muy pío, muerto recientemente, al que yo había ordenado sacerdote: el polaco D. Marías Moron. Antes todavía de levantar el catafalco, me llega la noticia de la muerte de otro misionero mío, D. Antonio Dobale, alumno de Propaganda (al que yo rescaté en las Indias Orientales en 1861 y llevé a Verona), fallecido de fiebre tifoidea en El-Obeid, capital del Kordofán; y ayer por la mañana celebramos el correspondiente oficio y misa de réquiem.


[7152]

Apenas terminada la fúnebre ceremonia, recibo un telegrama: Sor María Colpo, de mi Insto., murió en Malbes, en el Kordofán, como santa y heroína, más contenta y alegre que unos novios el día de la boda, y fue enterrada al pie de un baobab (Adansonia digitata), árbol de 27 a 30 metros de grosor. ¿Qué hacer? Esta mañana, después de celebrados los servicios fúnebres por esta afortunada Hermana de Vicenza, ordené dejar intacto el catafalco, porque me espero otras caricias de las manos amorosas de Jesús, que ha mostrado más talento (en cierto aspecto y por así decir) y prudencia al fabricar la Cruz que al crear los cielos. En el Kordofán llevo diez meses gastando de 40 a 50 francos diarios en agua sucia, para no morir de sed. Y este año es el primero, desde que el mundo es mundo, en que después de tres meses de lluvia no hay aún una gota de agua en los pozos. ¡Ah, Jesús mío, qué cruz para un obispo misionero! Pero, querido Jesús, nosotros somos muy obtusos, y encima cortos de vista: si ésta alcanzara lo suficiente y pudiéramos ver por qué Dios obra de este modo, tendríamos que alabarlo y bendecirlo, porque las cosas están bien así en todos los aspectos.


[7153]

En las tribus de los Nuba, donde impera aún la moda de Adán y Eva antes de que cayeran en el primer pecado, he gozado verdaderamente con la lectura y meditación de la Vida de Santa Angela publicada en 1871, y la he mandado leer a mis Hermanas de aquella Misión. Nunca en todos mis años había disfrutado tanto con la Vida de nuestra gran Santa. Qué caridad tan generosa, ¡sublime! Y cómo la pone de relieve la autora. Santa Angela Merici es un excelso modelo de caridad para los Obispos misioneros, para los misioneros y para las Hermanas de la caridad; y yo querría que todos los Vicarios Aplicos. y todas las Misiones la tuvieran, para que aprendieran a envolverse en ese santo fuego en que ardía. Sta. Angela.


[7154]

¡Oh, cuánto mérito han contraído ustedes con Sta. Angela! ¡A ver si me ceden una pizca, y rezan por mí y por mi ardua misión! A Monseñor el Obispo, al Secret. Carmin., a Capretri, al P. Rodolfo y al santo P. Chiarini, mil respetuosos saludos. Y reciban mi bendición ustedes, a cuyas oraciones me encomiendo.

† Daniel Obispo

y Vic. Ap. de A. C.


1126
Fr. Francesco Giulianelli
0
Khartoum
27. 09. 1881

N. 1126; (1080) – TO FR FRANCESCO GIULIANELLI

ACR, A, c. 15/33

Khartoum, 27 September 1881

My dear Giulianelli,

[7155]

Jesús nos apalea y nos da la Cruz. Estos días ha habido que utilizar el catafalco tres veces, sin moverlo, para el oficio y la misa de réquiem.

Anteayer por D. Marías Moron, ayer por D. Antonio Dobale y hoy por Sor María Colpo. Bendito sea siempre Jesús. En la Cruz tiene su sólido fundamento nuestra santa Obra. No mande aquí ninguna Hermana, ni laicos recién llegados (excepto a Domingo Polinari), sino sólo a Bautista Felici.


[7156]

Comunique estas noticias en mi nombre a D. Vicente Marzano, en Nápoles, porque yo no tengo tiempo, y salúdele cordialmente en mi nombre.

Ruegue siempre a Jesús y a Su Smo. Corazón por mí, que estoy crucificado, a fin de que yo ame verdaderamente cada vez más la Cruz y las espinas, que convertirán a la Nigricia.

Al P. Pedro, al P. Germán, a los Frères y a los Jesuitas, mil respetuosos saludos.


Suyo afmo. † Daniel Obispo


1127
Card. Giovanni Simeoni
0
Khartoum
29. 09. 1881

N. 1127; (1081) – TO CARDINAL GIOVANNI SIMEONI

AP SC Afr. C., v. 9, ff. 91–95v

N. 20

Khartoum, 29 September 1881

Most Eminent and Reverend Prince,

[7157]

Le envío aquí las tres últimas hojas, con las que termino de exponer el asunto de Virginia y formulo mi humilde petición. He puesto fin a la narración por no terminar de aburrir a V. Em.a, que bastante aburrido debe de estar ya, y porque me parece haberle dado una idea suficientemente completa del caso, para que V. Em.a pueda emitir su autorizado juicio y resolución. Muchas otras cosas tendría que decir aún al respecto, pero estoy cansado y más que cansado de la cuestión. No obstante, si V. Em.a quisiera preguntarme sobre cualquier clase de animadversiones, estoy dispuesto a contestar a vuelta de correo.


[7158]

Le haré llegar también el resumen de la respuesta que di al Emmo. de Canossa por su multiforme carta del 26 y 27 de mayo, que le expedí como Anexo III; pero he de esperar unos días, porque estoy débil, y porque tengo que ocuparme de examinar a 26 adultos a los que mis misioneros y Hermanas han preparado para el bautismo, el cual les administraré solemnemente el día del Smo. Rosario. Hasta ahora sólo tengo aprobados 13, quizá 14 de ellos, entre los que hay una fervorosa chica musulmana. Esta lleva dos años con nuestras Hermanas, el tiempo que hace de la muerte de su padre, que era un miralai (jefe o general del ejército), a raíz de cuyo fallecimiento la madre nos la entregó a nosotros para su educación, pero prohibiendo que se hiciese católica. La chica, de unos 13 años, al ver la vida de las Hermanas –aunque reacia a convivir con negras, que aquí son miradas siempre como esclavas–, se enamoró tanto de nuestra santa fe, que después de unos meses manifestó a su madre el deseo de hacerse cristiana; pero obtuvo un «no», sobre todo porque la madre teme al Gobierno, que le paga la pensión. Total, que esta chica no sólo se quiere hacer cristiana, sino también religiosa como nuestras Hermanas (ya veremos); y tanto insistió ante la madre que ésta le dio el consentimiento; de modo que la chica no cabe en sí de alegría. Yo no tengo ningún miedo al Gobierno turco, y estoy dispuesto a entablar batalla hasta con el gran sultán; pero por precaución, y también por reclamar del Gobierno (que es turco, y por tanto ladrón) una buena cantidad de dinero que el difunto dejó a su hija, pero que no le han dado todavía, llamé a mi salón al I. R. Cónsul austrohúngaro, y también a madre e hija y a la Superiora, y le hice extender un documento legal con seis testigos, en el cual se declara que la hija, tras dos años de reflexión, por su propia voluntad se quiere hacer católica, para lo que la madre, de buena gana, le da permiso. Y madre e hija firmaron, y la madre, musulmana (aunque no está lejos de hacerse católica), puso como firma el signo de la Cruz.


[7159]

Con tal documento, además de hacer valer nuestras razones aquí en Sudán, podemos probar que la chica, haciéndose católica, pasa a ser no sólo una protegida de la Misión (que es el primer y más fuerte poder moral de Sudán), sino también una protegida de Austria. El bautismo en la iglesia, abiertamente y en público, de un musulmán es algo que jamás se han atrevido a efectuar los Vicarios Apostólicos de Egipto, porque nunca ha sido eliminada y abolida la pena de muerte contra el musulmán que se hace cristiano y contra el que le administra el bautismo; por eso los Hermanos de las Escuelas Cristianas de El Cairo me han mandado ya cinco jóvenes musulmanes que estaban a su servicio, y que ellos han convertido; y a todos los he bautizado en Jartum. También el año pasado el coadjutor franciscano y los Jesuitas de El Cairo me mandaron a Verona un joven de Alepo, de 22 años, y de buena familia, el cual se había refugiado en Egipto, para el bautismo.


[7160]

Y está ese Bescir, a cuya llegada a Verona dijeron el campesino Santiago, Esteban y otros que no tenía ni idea de hacerse cristiano, y al cual me vi obligado a mandar con Alejandro, el primo de Virginia, a Roma, recomendado al P. Dionisio Sauaya, de Via Frattina, 17; allí ingresó en el Colegio de Catecúmenos, y al cabo de un mes era bautizado y luego conducido ante el Santo Padre León XIII. Ahora está aquí en Jartum, y es un excelente catequista en la misión, y muy pío.


[7161]

Esta chica tiene mucho fervor, y creo que con la gracia de Dios llegará a ser como Blanca Lemuna, la joven que tengo en la Misión de El-Obeid, que aunque nacida de padres negros es de un color totalmente blanco sonrosado, y que yo describí no hace mucho en un artículo publicado en el Buen Pastor de Verona y en el Osservatore Romano. Esta joven, sin duda la más hermosa flor de virtud, fe y pureza que tenemos en todo el Vicariato, fue convertida, instruida y preparada para el santo bautismo en El-Obeid por esa plaga de la Misión, por esa petulante, embustera, inquieta, caprichosa y turbulenta Virginia Mansur, de quien el Emmo. de Canossa y el P. Sembianti han declarado que no tiene la menor vocación religiosa y que nunca podrá convivir en una comunidad bien regulada y dotada de espíritu religioso.


[7162]

Cierro esta carta mandándole una nota del Emmo. de Canossa, por la cual conocerá una vez más cómo trata dicho Emmo. los asuntos, y que adjunto como Anexo XV.

Recordará V. Em.a que el año pasado, en agosto, se dignó ordenarme que me dirigiese al Emmo. de Canossa para obtener un Vicario General que me auxiliase en el gobierno de mi Vicariato; es más, sé que por su extraordinaria caridad V. Em.a también se dirigió al Emmo. Obispo de Verona para que me ayudase en esta Obra. En breve: ese Vicario Gral. se encontró en la persona de D. Francisco Grego, Arcipreste de Montorio, con plena satisfacción mía y del Emmo. de Canossa, y tanto el Emmo. como yo informamos a V. Em.a de la conclusión del asunto.


[7163]

Pero durante los tres meses que transcurrieron desde el informe que el Emmo. y yo hicimos el informe a V. Em.a hasta mi marcha a Africa, algunos amigos sacerdotes veroneses me confiaron que el tal D. Grego se encontraba muy mal en su parroquia, y que tenía enfrentamientos con algunas autoridades, e incluso con el Emmo. Obispo, el cual se disponía a poner otro Arcipreste en Montorio en lugar de D. Grego. En este ínterin se produjo el asunto de mi Vicario General, y entonces el Emmo. tuvo a bien cedérmelo. Yo no sabía nada de estos asuntos secretos; pero cuando fui a decir a D. Grego que se preparase para partir dentro de tres semanas, y él me puso como condición que para poder dejar él a su madre, su hermana y su tío debía yo obligarme a pagarles de por vida tres liras diarias y facilitarles una vivienda, por esto y por lo que yo había oído de él, y que he mencionado más arriba, decidí no aceptarlo, y escribí al Emmo. diciéndole que no veía clara la vocación para Africa de D. Grego., y que no estaba dispuesto a pagar tres liras diarias a la madre, a la hermana, al tío, etcétera.


[7164]

A lo que el Emmo. me responde en el Anexo XV en estos términos:

«¿No le dije yo siempre [menos cuando escribió de ello a V. Em.a ] que D. Grego no tenía verdadera vocación? La misma era sólo un medio de beneficiarse. Quédese, pues, aquí: poco perdía yo antes, y poco gano ahora.

El Cardenal de Canossa, Obispo de Verona»

Tome nota Vuestra Eminencia. Esta era la manera que nuestro querido Emmo. de Canossa tenía de atender y corresponder gentilmente a la confianza de V. Em.a y a mi humilde ruego: concediendo para Africa Central como Vicario General un párroco veronés, con cuya pérdida para su diócesis poco perdía, y con cuya recuperación poco ganaba. Sic itur ad astra. Beso la sagrada púrpura.



Su hummo., obedmo. hijo

† Daniel Comboni Obispo y Vic. Aplico.

ANEXO XV


[7165]

Documento autógrafo importante del Emmo. Card. de Canossa, cuya explicación está en página hoja n.° 27.

«¿No le dije yo siempre que D. Grego no tenía verdadera vocación? La misma era sólo un medio de beneficiarse. Quédese, pues, aquí: poco perdía yo antes, y poco gano ahora.

El próximo domingo, el día 14, si Dios quiere, haré servicio en Verona, y así tendré el placer de verle y hablarle.

Le saludo a usted y a todos, y a la par le envío las expresiones obsequiosas y atentas de todos los míos, los cuales están a punto de concluir el veraneo. Ayer, en la gran iglesia de Valeggio, llena de gente, y en medio de una gran solemnidad, administré el bautismo, la confirmación y la comunión a una evangélica de unos cuarenta años, con gran edificación, etc.

Grezzano, 9 de noviembre de 1880».

P. Scriptum.


[7166]

¿Cómo es que el Emmo. de Canossa y el P. Sembianti (los cuales, repito, creo que obran con buen fin) son tan rigurosos con Virginia?... Yo lo estuve pensando, y al final encontré el verdadero origen de ello.

Hay que señalar que cuando las Hermanas de San José fueron llamadas de Africa, partieron en primer lugar Sor Ana, o sea Virginia Mansur, y Sor María Josefa Azzapardi, maltesa, enemiga acérrima de Virginia. De acuerdo con las otras cuatro Hermanas que estaban en Jartum, yo confié estas dos al hermano laico Santiago, ya enfermo en Jartum, y al que por su estado de salud mandaba a El Cairo.


[7167]

Durante el viaje de dos meses, Sor Azzapardi insultaba y maltrataba en todo momento a Virginia, que cocinaba y servía durante el viaje a todos. Y Virginia, cansada, le contestaba, y una vez le dijo que de encontrar otra caravana se iría de la suya, porque la compañía de ella era insufrible. Así me escribió y me dijo luego Santiago, el cual afirmaba que Virginia tenía la paciencia del santo Job. Pero al mismo tiempo Sor Mª J. Azzapardi contó a Santiago tantas cosas malas de Virginia, que él, aunque creyó en parte a Sor Azzapardi, se escandalizó de las dos, y dijo que esto era una plaga de las Hermanas de San José, que ambas estaban siempre discutiendo y no había entre ellas concordia y paz, como había observado entre las de Jartum. Esto en cierto modo es verdad respecto a las antiguas Hermanas de Jartum.


[7168]

Con tan mala impresión de las Hermanas de San José en general, y de las dos en particular, Santiago fue a Verona; y cuando vio que Virginia había llegado allí con los árabes, contó todo a los miembros del Insto., y luego al P. Sembianti, etc., afirmando que donde había una Hermana de San José se perdía la paz, e hizo saber a los mismos todas las calumnias que había oído a Sor María J. Azzapardi. Por lo cual el P. Sembianti no quiso entrar de Rector en mis Institutos mientras Virginia no fuera alejada de la comunidad, situación en la que ella sigue hoy.


[7169]

Pero ¿cuál es, en cambio, la pura verdad? Virginia y Sor Mª J. Azzapardi estuvieron juntas dos meses en El Cairo, dependiendo de la Superiora que tengo allí desde hace diez años, Sor Verónica Pettinati, de Empoli, la cual fue testigo todos los días de las injurias e insultos que recibía Virginia de su compañera Mª Josefa, con la cual había estado dos años en el Kordofán. He aquí lo que me declaró dicha Superiora de El Cairo, lo cual digo a V. Em.a bajo juramento, y V. Em.a puede comprobarlo, porque Sor Verónica Pettinati, que es una buena mujer, está en Italia: «Hace dos meses, Monseñor, que tengo aquí a Sor Ana (Virginia). La he examinado, la he estudiado, y encuentro que es una Hermana excelente. He presenciado y oído cómo Sor Mª J. la insulta e injuria a cada momento, y declaro que es un verdadero milagro que Virginia haya podido estar dos años con esa Hermana. Yo no habría aguantado ni cinco minutos».


1128
Mgr. Henri Tetu
0
Khartoum
30. 09. 1881

N. 1128; (1082) – TO MGR HENRI TETU

Mgr Henri Tetu, “Le R.P. Bouchard”, Québec 1897, pp. 66–68

Khartoum, 30 September 1881

[7170]

... Tendría muchas cosas que escribir sobre esta Misión de Africa Central; pero no dispongo de tiempo para ello, y además estoy pasando ahora crueles pruebas. Hace unos días celebramos la misa y el oficio de difuntos por uno de mis misioneros, Mateo Moron, polaco, al que yo mismo había elevado al Sacerdocio. Aún estaba sin quitar el catafalco, cuando me entero de la muerte de otro misionero mío, Antonio Dobale, al que yo había comprado en Oriente en 1861, y que había sido educado en Propaganda.. Ha muerto a causa de las fiebres tifoideas en la capital del Kordofán. Ayer por la mañana celebrábamos nuevamente el oficio y la misa de réquiem, cuando llegó un telegrama anunciando la muerte de Sor María Colpo, de mi Instituto de Malta [lapsus: Verona], un poco más allá del Kordofán. Ha muerto como una santa y una heroína, yéndose con alegría y felicidad a las bodas del Cordero. ¿Qué le vamos a hacer?


[7171]

Así que esta mañana he ordenado dejar el catafalco en la iglesia, porque me espero nuevas pruebas de amor de Jesús, que muestra mayor sabiduría mandándonos cruces que la que mostró al crear los cielos.


[7172]

En el Kordofán llevo diez meses gastando de cuarenta a cincuenta francos al día en comprar agua sucia con la que impedir que la gente muera de sed. Este año, por primera vez desde la creación del mundo, después de tres meses de lluvia no hay una sola gota de agua en nuestro pozo. ¡Oh, Jesús mío, qué cruz para un Obispo misionero! Nosotros, mi dulce Jesús, no tenemos suficiente sabiduría para comprender estas cosas. ¡Ojalá pudiésemos entender por qué Dios actúa así con nosotros! Pero debemos bendecirlo y alabarlo, porque todo lo que El hace es verdaderamente bueno.


[7173]

En medio de las primitivas tribus de Nubia, que no conocen otra moda en cuanto a vestir que la de nuestros primeros padres antes de su caída, he leído y meditado con gran placer la vida de Santa Angela, publicada en 1871, y la he dado a leer, releer y releer de nuevo a aquellas de mis Hermanas que se encuentran en esta Misión. Nunca vida de santa me había causado tan feliz impresión. ¡Qué generosa y sublime caridad! Santa Angela Merici es un sublime modelo de caridad para las Hermanas de la caridad. Yo quisiera que todos los Vicarios Apostólicos y todos los misioneros pudiesen leer esta vida admirable, a fin de que aprendieran a llenar sus corazones de aquel fuego sagrado en que ardía el corazón de Santa Angela Merici...



† Daniel Comboni

Obispo y Vicario Aplico. de Africa C.


Original francés.

Traducción del italiano

N.B. En el libro figura la fecha del 30 de agosto de 1881; pero ésta no puede ser la verdadera, entre otras cosas porque la noticia de la muerte de Sor María Colpo llegó a Jartum el 27 de septiembre.


1129
Card. Giovanni Simeoni
0
Khartoum
09.1881

N. 1129; (1083) – TO CARDINAL GIOVANNI SIMEONI

AP SC Afr. C., v. 9, ff. 156–159; 193–202

N. 17

Khartoum, September 1881

Most Eminent and Reverend Prince,

[7174]

Por causa de enfermedad no pude escribir, como le había prometido en mi última carta, la n.° 16, para continuar con el primer correo la narración de la estancia de Virginia como postulante en mi Instituto de Verona. Ahora, encontrándome un poco menos mal, reanudo el trabajo, no sin un gran dolor por verme obligado a causar fastidio y molestia a V. Em.a, ya bastante ocupado en negocios de la más alta importancia. Pero me conforta el pensamiento de que se trata de hacer justicia y caridad a un alma consagrada a Dios, a la que sin fundamento se querría desviar de su vocación, con peligro de que pueda perderse eternamente. El sublime espectáculo, bien conocido de V. Em.a, que dio al mundo con su extraordinario celo y caridad el gran Pío IX, de santa memoria, cuando en 1864 tuvo el coraje de desairar al poderosísimo Emperador Napoleón III, negándose a entregar a un judío zapatero su hijo, un pobre niño de once años, que se había hecho católico, y al que yo mismo llevé desde el Colegio de Catecúmenos (del que era Presidente Mons. Jacobini, hoy Card. Secretario de Estado) a la audiencia pontificia, estoy seguro de que dará animo a V. Em.a, para que con su eximia caridad se ocupe en tutelar la vocación de una virgen cristiana, que según mi subordinado parecer es muy digna de ello en todos los aspectos.


[7175]

Desde hacía muchos años, por medio de Mons. Darauni, en Roma, del Patriarca de los maronitas, y de algunos Obispos y Superiores orientales, cuyo favor había buscado, yo trataba de dotar a mis Instos. Africanos de Verona de un maestro y una maestra de árabe. Todos me hacían ofrecimientos, los cuales siempre me suponían un gasto de al menos quince francos al día, todo incluido, por lo que no pude arreglar nada: tal gasto me resultaba demasiado gravoso.


[7176]

Fue entonces cuando escribí a Beirut, a Virginia, como indiqué a V. Em.a en mi carta n.° 15, respondiéndole que la aceptaba como Hermana en mi Obra, y que admitía también a su hermano Jorge, a su hermana Khatum y a su primo Alejandro en uno de mis establecimientos, a fin de hacer que se los instruyese y preparase para abjurar de la herejía griega. Le pedí que me buscase un maestro y una maestra árabes para mis Instos. de Verona; y al no lograrlo, me respondió que si yo mismo iba a Siria encontraría no sólo maestros y maestras, sino también vocaciones árabes (también me lo han asegurado los Jesuitas de El Cairo, todos los cuales vinieron de Siria). Pero ella añadió: «Hasta que a V. E. le sea posible hacer un viaje a Siria con ese fin, puede poner de maestro de árabe a mi primo Alejandro, que lo domina bien. Como maestra de árabe iría yo provisionalmente a Verona, llevando conmigo a mi hermano y mi hermana, a fin de prepararlos allí para la abjuración; de este modo podrán imbuirse de las máximas de nuestra santa fe mejor que en El Cairo, y así V. E. no tendrá más gasto que el simple mantenimiento del maestro».


[7177]

Después de tantos años de inútiles búsquedas, me costaba creerme que las cosas saliesen tan bien, pudiendo dotar de maestro y maestra de árabe a mis Instos. veroneses, y encima preparar a los tres cismáticos para la abjuración. Con lágrimas en los ojos di gracias a Dios de corazón, y ordené a Virginia que marchase con todos a Verona. Ella llegó allí en septiembre de 1879.


[7178]

La Superiora y el Insto. femenino se llenaron de alegría al contar con Virginia y poder convertir a su hermana a nuestra fe. No así el Vicerrector del Insto. masculino, el luxemburgués Grieff (al que luego el P. Sembianti me rogó despedir, y que ahora está en América), y el hermano laico Santiago Cavallini (hombre de buenas costumbres, pero de pocas luces), los cuales habían vuelto de Africa y habían hecho creer que sabían el árabe; pero con la llegada del maestro Alejandro al Insto. todos se dieron cuenta de que Grieff y Santiago no sabían ni jota. Ambos acogieron con el máximo desprecio a los árabes, y los trataron tan mal que de no haberse mantenido éstos firmes e inamovibles (por mérito de Virginia, quien los convenció de la verdad de la fe) en su deseo de abrazar el catolicismo, habrían vuelto a Siria y a su herejía.


[7179]

En vano trató D. Mainardi, Rector septuagenario, que durante diecisiete años había sido Jesuita, de que se comportaran como debían. Solapadamente ellos habían hecho ya sus planes para hacer expulsar a los árabes, hombres y mujeres. Y como entre todos los nuestros yo era él único que conocía la lengua árabe, me reunía a menudo con los dos árabes, y todos los días iba a pasar un rato de recreo al Instituto femenino, donde llamaba al huerto a las árabes (pero siempre con la Superiora y nunca sin ella, aun siendo yo el Fundador y el Superior General), por eso Grieff y Santiago, sin que yo pudiera darme cuenta de nada, se pusieron de acuerdo con el campesino que servía en el convento femenino, un tal Esteban, y me hicieron una acusación ante el Cardenal Obispo, diciendo que yo no veía por otros ojos que por los de los árabes, y que tenía excesivo trato en el Instituto femenino (yo, el fundador y jefe del mismo) con Virginia, por la cual mostraba parcialidad, etc.


[7180]

El Emmo. escuchó, pero nunca me dijo nada. Por su parte, el laico Santiago llegó al extremo de amargar la vejez de mi padre, hombre de setenta y ocho años, temeroso de Dios, que jamás en toda su larga vida ha dejado de confesarse una vez cada semana, ni de comulgar más veces; porque en secreto (sin advertirme nunca nada a mí) le dijo que yo tenía demasiada familiaridad con Virginia, lo cual podría serme perjudicial. Mi padre, hombre auténticamente santo, en los diecisiete días que Virginia estuvo en su casa de Limone con mi devotísima prima, dijo –en lo que también mi prima estaba de acuerdo– que Virginia era una verdadera santa; y por tal la tuvo hasta marzo de 1880, cuando el laico Santiago le habló en contra de ella. Desde entonces me aconseja que me libre de Virginia, y citándome a San Hilarión, San Antonio Abad, los santos y las Escrituras, me dice que con las mujeres hay que tener mucha y toda la cautela (y en esto no le falta razón); pero yo siempre la he tenido, a pesar de lo cual no he dejado de atraer muchas a la fe y a la piedad, ya fueran protestantes, infieles, cristianas, etc., y me doy por satisfecho de haber realizado mi vocación de misionero en Verona, Viena, Dresde, Berlín, París, Londres, San Petersburgo y en Roma, lo mismo que en Egipto y en Africa Central.


[7181]

En Roma hay dos antiguas protestantes que viven como santas católicas, y que Dios ganó para la fe por medio de mí: María Kessler y Ernestina Talkenberg, ambas sajonas.

Pero sigamos con el asunto. El mencionado D. Grieff (al que se creía santo, pero que era un hipócrita, un pícaro, un astuto) suspiraba por ser Rector de mis Institutos, como pudo darse cuenta el P. Sembianti cuando me suplicó que lo dejara irse del Insto. Mas como Grieff (a quien yo mismo describí al P. Sembianti como buenísimo, basándome en el autorizado juicio de un pío padre Filipense de Verona, su confesor, el Cde. Antonio Pérez) sabía positivamente de que yo andaba en tratos con el Superior General de los Bertonianos para poner al P. Sembienti de Rector en mis Institutos, a fin de desanimarlo y disuadirlo de aceptar el cargo fue en secreto con los mencionados laicos Santiago y Esteban a ver al General y al P. Sembianti, y les describió con negras tintas los árabes y sobre todo mi pretendida parcialidad por Virginia. Entonces los Bertonianos fueron a aconsejarse con el Emmo. de Canossa (quien mientras que nunca se dignó consultarme o escucharme al respecto a mí, Obispo, fundador y jefe de los Institutos, tuvo a bien –según se me dijo– llamar a los dos campesinos laicos, Santiago y Esteban, y oír su juicio), el cual decidió (sin haber consultado siquiera a la Superiora, que, como me contó, sufrió mucho por Virginia y por mí, pues yo quedaba de este modo excesivamente humillado) que el P. Sembianti aceptase ser Rector, a condición de que fuesen enviados fuera de la comunidad tanto Virginia con su hermana como su hermano con el primo: justo lo que querían conseguir los dos campesinos.


[7182]

Yo me encontraba en Roma cuando tuve información cierta de esta decisión, y para asegurarme al P. Sembianti como Rector definitivo de mis Institutos, y por el bien de la Obra, hice este gran sacrificio al Señor, sometiéndome a la gran humillación de ver despreciado mi juicio, etc. Y aunque sabía el dolor y la humillación que iba a causar a los árabes, y especialmente a Virginia, ordené desde Roma a los cuatro que salieran de los Institutos, para ir a vivir a una casita de mi propiedad aneja al convento femenino, pero sin comunicación con éste, y que se instalasen los dos varones en la primera planta y las mujeres en la segunda, esperando yo disponer luego las cosas de modo más caritativo para esos cuatro infelices.


[7183]

Es increíble la desolación que produjo a Virginia tal medida. Habituada desde hacía casi veinte años a vivir en comunidad religiosa con monjas, y monja ella misma durante diez años, y en una comunidad tan alegre como la de las Hermanas de San José en Oriente, el encontrarse confinada sólo en compañía de su hermana en una habitación, donde no veía más que una vez al día a la Superiora, la hizo pasar día y noche en continuo llanto, aunque resignada y confiada en Dios, su único consuelo además de la Virgen y San José, de los que siempre ha sido y es devotísima.


[7184]

Yo rogué desde Roma al Arcipreste de San Lucas, decano de los párrocos de Verona con sus 37 años al frente de la parroquia, y tío de mi ex Vicario General D. Bonomi (hoy Superior de la Misión de Dar-Nuba), que fuese a ver y consolar a Virginia, y que mandase a hacerle compañía sus tres sobrinas, hermanas de D. Bonomi.

Allí fue el viejo párroco, y allí estuvieron yendo sus sobrinas durante cuatro meses. Y después de haber conocido a Virginia me dijo que es una mujer de eminentes virtudes, de criterio, y de mente recta y aguda, una verdadera santa. El habló muchas veces con Virginia, y largamente, mientras que el Emmo de Canossa habló con ella en sólo cuatro ocasiones, y poco. Pero Su Eminencia prestó oídos a dos campesinos, sin preguntar a este venerable párroco, que desde hace treinta años tiene dos conventos de monjas en su parroquia, los cuales dirige, y que de los predicadores de Verona es quizá el que mejor predica sobre Jesucristo Crucificado.


[7185]

Al cabo de unos cuarenta días volví a Verona; y como encontré a aquellos cuatro árabes afligidos y sin hablar nunca con nadie, yo, que conozco el árabe, iba a menudo a verlos, tratando de proporcionarles consuelo e instrucción, y de reforzar su decisión de convertirse. Esto dio motivo a que yo, que siempre era espiado por los dos campesinos, quizá por encargo del P. Sembianti y de Su Eminencia (¡qué cosa tan reprobable!), fuese acusado ante el Cardenal de lo mismo que antes: que mostraba preferencia y parcialidad hacia los árabes, especialmente hacia Virginia, y que además todos ellos gozaban y parecían revivir cuando me veían. Lo cual, por otra parte, hacen también en Africa mis misioneros, mis Hermanas y mis convertidos, que exultan cuando me ven; y es natural, pues saben que yo soy su padre, que me sacrifico por su bien.


[7186]

Cuando de Roma llegué a Verona y visité a Virginia, quien sufría un verdadero purgatorio en aquel tremendo aislamiento suyo con respecto a la comunidad, a la que sólo iba cinco horas a la semana para enseñar el árabe, ella me dirigió estas palabras, la pura expresión de la verdad, y a las que únicamente le pude contestar que confiase en Dios, vindicador de la inocencia y de la justicia:


[7187]

«Monseñor, usted me admitió en su Misión de Africa Central, la cual amo hasta el punto de haber abandonado por ella mi querida Congregación de San José; y confiada en usted, que es jefe y fundador del Instituto de las Pías Madres de la Nigricia, hice todos los sacrificios para ser Religiosa de Africa Central y consagrar mis modesto trabajo a la salvación de aquellas pobres almas, que son las más desdichadas y abandonadas del mundo. Usted me aceptó, y me llamó a Verona para que enseñase el árabe, a lo cual obedecí. Pero aquí me han echado de la comunidad, y no me quieren para nada. Yo creía que usted era el superior y fundador de su Instituto, y que tenía autoridad para mandar.


[7188]

Pero veo todo lo contrario. O usted, Monseñor, no tiene ninguna autoridad ni mando en su Instituto, o no quiere tenerme en su Instituto ni en su Obra. Si yo he hecho alguna cosa mala, que me lo digan, que estoy dispuesta a hacer la penitencia. Pero si no he hecho mal, ¿por qué se me aleja del Instituto? Ah, me siento la persona más desgraciada del mundo. Y he sido traicionada por usted: yo le creía un padre, y pensé que me aceptaba de verdad en su santa Obra. Pero no importa: el Señor me ayudará, como siempre me ha ayudado. Iré a servir y a sufrir por toda la vida, pero espero salvar mi alma. Y como veo que aquí no sólo se está contra mí, sino también contra mi hermano, mi hermana y mi primo, a quienes ni el Rector, ni el Cardenal, ni Santiago, ni Esteban pueden ver, y a los cuales se niega hasta el saludo, le ruego que nos ayude para que podamos volver los cuatro a Beirut, que Dios y María nos asistirán también a nosotros».


[7189]

A este discurso, en el que Virginia decía la verdad, respondí que no creía conveniente que volviesen a Siria antes de que los tres cismáticos hubiesen abjurado: en Siria, en medio de los cismáticos, quizá no pudiesen hacerlo, de lo que se derivaría un nuevo dolor para Virginia. Por eso decidí mandar el hermano y el primo a Roma, y Virginia y su hermana a Sestri, adonde pensaba enviar las tres Hermanas que estaban destinadas a Africa, incluso antes de que viniese de Rector el P. Sembianti. Después yo pensaría lo que habría de hacerse.


[7190]

Es natural, Emmo. Príncipe, que Virginia tuviese cierta antipatía y mirase con malos ojos al P. Sembianti, sabiendo y creyendo que él era el autor de su alejamiento del Instituto. Y Virginia tenía mucha razón en su actitud, aunque el P. Sembianti es un digno Religioso, que seré siempre feliz de tener al frente de mis Institutos, porque es un hombre de Dios, y una excelente persona; y aunque todavía carece de práctica, y es testarudo y cabezota como todos los santos que comen, y además tímido y muy falto de confianza en sí mismo, a pesar de todo estoy seguro de que formará para Africa Central personal capaz y de excelente espíritu, que hará mucho bien a la Misión. Pero el P. Sembianti estuvo muy mal predispuesto hacia Virginia desde un principio a causa de los diabólicos manejos de Grieff, ayudado por dos buenos pero estólidos campesinos. Sabe bien V. Em.a lo poderosas que son, incluso en las almas buenas, las primeras impresiones negativas; y de esto he visto a veces ejemplos muy deplorables en frailes, e incluso en excelentes prelados romanos, porque conozco bien el mundo y la anatomía del humano espíritu. El P. Sembianti obra en conciencia; pero Virginia tiene razón en mirar –y así lo ha mirado siempre– al P. Sembianti con malos ojos, como claramente demostraré más abajo.


[7191]

Fui a ver al Emmo. de Canossa para que se mejorase la situación de los árabes, y le hice grandes elogios de Virginia, de la que yo había sido Ordinario durante seis años, y Director, y a la que conocía a fondo. Mas él me contestó que si ordenaba que los árabes fuesen admitidos de nuevo en el Instituto, se retiraría el P. Sembianti. En todos los Institutos religiosos de la Alta Italia hay pías maestras que viven en comunidades religiosas; éste podía ser el caso también de Virginia, de quien la Superiora se había declarado siempre contenta por su modestia, humildad, obediencia y caridad, hasta el punto de ser Virginia la sirvienta de todas.


[7192]

Yo querré y veneraré siempre el Emmo. de Canossa, porque moralmente me ayudó mucho en la implantación de mi Obra. Pero me ha causado y hecho sufrir tales humillaciones de veinte años a esta parte, que habrían bastado para matar a un hombre; si bien yo no me resiento en absoluto de ellas, porque estoy dispuesto ad plura et maiora tolleranda por amor a Cristo y a Africa. El Anexo III, que ahora le mando, está lleno de falsas imputaciones totalmente ajenas a la verdad, como demostraré al presentarle la respuesta que di a Su Eminencia (a esa desagradable carta Anexo III, que le mando), a fin de que V. E. conozca todo –incluso lo que el Emmo. de Canossa no le habrá escrito–, en la seguridad de que brillará la verdad y de que V. Em.a podrá juzgar con certeza. Pero la humillación más terrible de todas me la produjo el Emmo. de Canossa al escribirme que se arrepiente de haber gastado 600 liras en viajar a Roma para hacerme obispo, como figura en el Anexo IV, que por brevedad y por no aburrir a V. Em.a he insertado delante del Anexo III, escrito del puño y letra del mismo Emmo. Y yo, con delicadeza, buscaré un modo de devolverle las 600 liras que dice haber gastado en hacerme obispo (¡Dios mío!), para que se quede satisfecho.


[7193]

El nunca ha dado ni un solo céntimo a Africa, como no da nada a nadie, porque su pingüe patrimonio lo dejó a su noble familia cuando se hizo jesuita, y hoy vive del sueldo de Obispo; y lo que le queda después de cubrir sus necesidades de alimentación y vestido, lo reparte muy sabiamente entre los pobres o lo da a Obras de la diócesis veronesa. Mas para Africa nunca ha dado un céntimo (Pío IX y algún cardenal creyeron un tiempo que el Emmo. daba mucho dinero para Africa). Incluso las cartas que él ha escrito para mí o para la Obra a Roma o a algún alto benefactor (que por consideración a Su Eminencia me dio miles de francos) siempre las pagué yo o mis representantes, y dígase lo mismo de las que él ha escrito a V. Em.a contra Virginia o contra mí. Hasta el punto de que hace un mes, habiendo mandado para mí el Obispo de Piacenza (como resultado de las cartas que escribí desde el Kordofán a una bienhechora piacentina) 2.240 liras al Emmo. de Canossa, el P. Sembianti me escribió que el Emmo. le había entregado 2.239 liras con 80 céntimos, porque los 20 céntimos restantes se los había quedado para el sello de la carta de agradecimiento al Obispo de Piacenza.


[7194]

Me da vergüenza escribir estas cosas; pero me siento muy ofendido de que el Emmo. de Canossa haya intervenido últimamente en mi Instituto sin pedirme la menor opinión a mí, que además de haber dado la Regla al Insto. lo mantengo totalmente mediante los miles de escudos que cada año consigo para él con tantos sacrificios y con los sudores de mi frente. Pero yo doy todo al Señor, porque todo es disposición divina para el bien de la Obra y para nuestra perfección.

Virginia llevaba tres meses en la casita separada de la comunidad cuando, viendo yo cómo día a día se iba deteriorando sensiblemente su salud, seguí el consejo del médico de sacarla de la triste atmósfera que la rodeaba, y la mandé a Sestri Levante, donde se encontraban ya mis Hermanas.


[7195]

No hablo de la heroica virtud y paciencia que mostró Virginia con su hermana Jatum (a la que ella convirtió al Cristianismo e instruyó en él), la cual no estaba perfectamente en sus cabales:

1.° Porque aún le quedaba la impresión del horror vivido cuando en 1860, con sus propios ojos, como Virginia, vio degollados a su padre y a su hermano mayor.

2.° Porque a la edad de 8 años se había caído en Beirut de un tercer piso y le saltaron los sesos a un metro de distancia. Por eso a veces, en Sestri, encontrando la puerta abierta, salía del convento, y Virginia se veía obligada a ir tras ella por las calles. En ocasiones iba al huerto de D. Tagliaferro, y en su inconsciencia arrancaba un melocotón o un higo, o cualquier otro fruto, y D. Tagliaferro reprochaba a Virginia que no cuidaba bien de su hermana, etc., etc.


[7196]

Cierto es que Virginia se comportó bien en Sestri, como lo manifiesta el testimonio de la Superiora de allí (Anexo II), que he mandado a V. Em.a. Pero esto no valió nada para mi querido y testarudo P. Sembianti, que habiendo venido conmigo a Sestri para establecer el Acuerdo y decidir sobre aquel asunto, estaba siempre con las Hermanas, a las que daba recuerdos, y nunca dirigía una palabra a Virginia, como yo mismo pude ver. Por lo cual Virginia me decía: «Ya verá, Monseñor, que cuando yo vaya a Verona y usted haya marchado a Africa este querido amigo suyo [yo había dicho a Virginia que el P. Sembianti era un verdadero amigo mío, no de palabra, sino de hechos, por haberse consagrado con tanto celo y amor de Dios a desempeñar el cargo de Rector de mis Institutos] me echará, porque no puede verme: le soy antipática. Usted es demasiado bueno, pero es así. Iré a Verona, y allí moriré».


[7197]

Como el Emmo. escribió el año pasado a V. Em.a , Virginia pidió y obtuvo el ingreso en el Instituto de las Pías Madres de la Nigricia en Verona. Y en noviembre de ese mismo año, pocos días antes de salida para Africa, ella fue de Sestri a Verona y entró como postulante en el Insto.

Qué sucedió allí y cómo se comportó Virginia, será el objeto de mi próxima carta.

Mientras, le beso la sagrada púrpura, y soy de V. Em.a



Indignmo. y crucificado hijo

† Daniel Comboni, Obpo. y Vic. Ap.



Anexo III


[7198]

Carta autógrafa del Emmo. de Canossa, en la que paternalmente lanza muchas acusaciones injustas contra Mons. Comboni (que a todas las cuales responde al Emmo., y transcribirá el resumen de la misma al Emmo. Card. Prefecto).

Describe con los más negros colores a Virginia, y luego declara que para emitir un juicio tan negativo no consultó ni escuchó al Rector, ni tampoco a la Madre Superiora del Insto., sino que se formó ese juicio él mismo:


[7199]

1.° Por medias palabras recogidas aquí y allá.

2.° Por D. Tagliaferro (sacerdote de 74 años, ex fraile), que no se confiesa desde hace más de treinta años, y al que Virginia exhortó a vestir y vivir como sacerdote también en atención a quien él facilitó el convento para meter a las Hermanas, o sea, Mons. Comboni.

Anexo IV

Escrito autógrafo del Emmo. de Canossa, que manifiesta a Mons. Comboni estar arrepentido de haber gastado 600 liras en ir a Roma para conseguir que le hicieran Obispo (¡ay, Jesús mío!). Mons. Comboni estará siempre agradecido al Emmo. de Verona por los beneficios recibidos de él.

N.B. La carta n.° 15 al Card. Simeoni es del 3/9/1881 (N. 1114). No tenemos la carta n.° 16; la carta n.° 18 es del 17/9/1881 (n.° 1122). Por tanto es de suponer que esta carta, la n.° 17, fue escrita entre el 3 y el 17 de septiembre de 1881.


1130
Stone Pasha
0
Khartoum
09.1881

N. 1130; (1176) – TO STONE PASHA

Bulletin de la Société Khédiviale de Géographie Serie II. n. 6, February 1885, pp. 287–288

Khartoum, September 1881

Your Excellency,

[7200]

Me permito ofrecer a V. E. un pequeño mapa de Dar-Nuba, que he trazado a raíz de una exploración que he llevado a cabo con mis misioneros por aquellos montes. Nuestro objetivo era estudiar, a ruegos de S.E. Rauf Bajá, el digno gobernador general de Sudán, la muy importante cuestión de la esclavitud y de proponer al respecto remedios prácticos y eficaces; lo que he hecho con plena satisfacción de S. E.


[7201]

Dar-Nuba se convertirá en un país muy importante para el Gobierno egipcio y constituirá, al mismo tiempo, una posición estratégica que facilitará la introducción de la civilización en otra buena parte de Africa Central.


[7202]

Se ha dibujado este mapa con toda la diligencia posible, después de visitar paso a paso más de cincuenta montes habitados por una raza de las más interesantes y más simpáticas de Africa Central.

Hemos compuesto, además, un diccionario de la lengua nuba, de 3.500 palabras.


[7203]

Cerca de los Nuba se halla un pueblo que habita nueve montes y que se llama de los Nyuma, cuya lengua es completamente diferente. Este pueblo, aún inaccesible para el Gobierno egipcio, nos recibe siempre con los brazos abiertos, porque los misioneros –dicen ellos– no hacen ningún mal, sino siempre el bien. Pero una vez que los Nuba hayan experimentado los beneficios del Gobierno, que los liberará de los bandidos Bagara, estoy seguro de que también los Nyuma abrirán sus puertas, hasta ahora cerradas, a S. E. el Jedive ......

[† Daniel Comboni]

Original francés.

Traducción del italiano