Llegar a ser lo que somos – Vivir el carisma comboniano en comunidad

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Noviembre 2024
La propuesta de este tema, realmente cautivador e incluso “desafiante”, en el sentido de exigente, ambicioso, arduo, complejo – “Llegar a ser lo que somos - Vivir el carisma comboniano en comunidad” – nos parece el más adecuado para concluir esta serie de reflexiones, porque la llamada a ser “un Cenáculo de Apóstoles” –como quería el mismo Comboni, porque lo quería Cristo mismo– debe marcar el ambiente, el estilo, la atmósfera, el método, la finalidad y el alma misma de nuestro “vivir la misión”. [Foto Pixabay]

Llegar a ser lo que somos
Vivir el carisma comboniano en comunidad

La Guía para la implementación del XIX Capítulo General (2022), en cumplimiento del mandato capitular sobre la Formación Permanente, pidió a los coordinadores del Centro de Formación Permanente (Cfp) que dedicaran el año 2023 [definido como «Año de Iniciación»] «a la espiritualidad y, en particular, a la reflexión y oración sobre la Palabra de Dios». Para el bienio 2024-2025, período «Esquema del proceso», propuso la siguiente tarea: «En el bienio 2024-2025, la formación permanente se centrará en los temas de la identidad misionera y la vida comunitaria, y será coordinada y acompañada por el Secretariado General de Formación».

El Secretariado de la Formación pasó inmediatamente a la acción, proponiendo al Centro de Formación Permanente la elaboración de un programa y la preparación y difusión de subsidios que facilitaran la reflexión y el debate en las comunidades sobre los temas sugeridos por la Implementación, publicándolos, con cierta regularidad, como «insertos» de Familia Comboniana.

El primer inserto, en febrero de 2023, invitaba a las comunidades a “ponerse en camino para convertirse en personas marcadas para la misión”. En diciembre de 2023, siguió el inserto sobre la Palabra: «De la lectura de los signos de los tiempos al don de sí en Misión».

En vísperas de la Pascua, en febrero de 2024, el inserto, titulado “La Palabra – Escuela de formación comunitaria permanente para un camino misionero renovado”, presentaba la Lectura popular de la Biblia como un método de acercamiento al texto bíblico en el que la vida y la Biblia están en el centro, en un círculo virtuoso en el que se relacionan y se remiten mutuamente, permitiendo que la Biblia hable a cada persona y a través de cada persona.

En preparación de la solemnidad de Pentecostés, en abril de 2024, se presentó el inserto “La Misión vivida en el Espíritu Santo que la anima”, al que siguió, en junio, un subsidio sobre el tema “El Corazón de Jesús, fuente y meta de la Misión”.

Este último inserto-subsidio, centrado en el tema de la comunidad, fue preparado por el P. David Glenday, a quien va nuestro “agradecimiento de corazón”. La propuesta de este tema, realmente cautivador e incluso “desafiante”, en el sentido de exigente, ambicioso, arduo, complejo – “Llegar a ser lo que somos – Vivir el carisma comboniano en comunidad” – nos parece el más adecuado para concluir esta serie de reflexiones, porque la llamada a ser “un Cenáculo de Apóstoles” –como quería el mismo Comboni, porque lo quería Cristo mismo– debe marcar el ambiente, el estilo, la atmósfera, el método, la finalidad y el alma misma de nuestro “vivir la misión”.

Los próximos meses nos invitan a acoger las conclusiones del Sínodo sobre la Sinodalidad («Por una Iglesia sinodal Comunión, participación y misión») y a entrar en el Año Jubilar 2025 (cuyo lema es «Peregrinos de la esperanza») con esperanza, con los sentimientos expresados en el siguiente pasaje de la Carta a los Hebreos: «También nosotros, rodeados de tal multitud de testigos, despojados de todo lo que nos pesa y del pecado que nos asedia, corramos con perseverancia en la carrera que tenemos por delante, con la mirada fija en Jesús, el que suscita la fe y la lleva a cumplimiento» (Hb 12,1b-2).

Conviene que esta reflexión vaya precedida de una «lectura orante» de cualquiera de los cuatro relatos evangélicos de la última velada de Jesús con sus discípulos en el Cenáculo, la noche anterior a su suplicio. El Cenáculo comienza allí.

Foto Pixabay

¡El Cenáculo, por supuesto!
¿Pero de qué cenáculo estamos hablando?

Cuando los misioneros combonianos hablamos de nuestro Fundador y de la vida comunitaria, no es raro que digamos frases como: Comboni decía que nuestro Instituto es un Cenáculo de Apóstoles; o incluso, Comboni insistía en que nosotros podíamos ser tal Cenáculo.

En realidad, sin embargo, vale la pena prestar más atención a lo que Comboni realmente dijo.

En el capítulo 1 de sus Reglas del Instituto de Misiones para la Nigrizia, 1871, encontramos lo siguiente: “Este Instituto... viene a ser como un pequeño Cenáculo de Apóstoles para África” (Escritos, 2648), y notamos tres palabras pequeñas, pero realmente poderosas: “viene a ser”, “como”, “pequeño”. En conjunto, estas palabras indican una visión y una experiencia profundamente dinámicas de la comunidad comboniana; indican un camino, un crecimiento en humildad, discreción, paciencia, perseverancia, un proceso, una comunidad en construcción.

Estas tres preciosas palabras sugieren que la pregunta que Comboni nos anima a hacernos sobre nuestra vida comunitaria no se refiere tanto al grado de correspondencia con el ideal, sino más bien con qué corazón estamos haciendo juntos este camino. Y lo fascinante y alentador es que, si dirigimos nuestra atención al Cenáculo de los Evangelios y a cómo se presenta en la víspera de la Pasión y Muerte de Jesús, la pregunta que surge es la misma.

Cenáculo – En camino con Jesús

Los cuatro evangelistas -y en ellos, por supuesto, el propio Espíritu Santo- difícilmente podrían habernos ofrecido un retrato más claro de una comunidad más radicalmente frágil que la de Jesús en el Cenáculo. Encontramos ambición descarada («¿Quién de nosotros ha de ser considerado mayor?» – cf. Lc 22,24b), sordera profunda («Señor, contigo estoy dispuesto a ir... hasta la muerte» – Lc 22,33; «Señor... ¡daré mi vida por ti!» – Jn 13,37b), la traición trágica («Uno de vosotros... me entregará» – Mc 14,18b) y la presunción ciega («Empezaron... a preguntarle, uno tras otro: “¿Seguro que no soy yo?”» – Mc 14,19); «Judas, el traidor, dijo: “Rabbí, ¿seguro que no soy yo?”» – Mt 26,25a), todo ello resaltado en el contexto de la entrega total de Jesús. Sin embargo, esta comunidad tan insatisfactoria, este cenáculo de débiles, es la comunidad de Jesús.

La comunidad de Jesús, por tanto, no es claramente la comunidad que corresponde aquí y ahora a su visión y a su proyecto, sino más bien la comunidad en la que Él está presente, acompañándola pacientemente como comunidad-en-vida.

Y así, una vez más, la pregunta es: ¿dónde está Jesús presente entre nosotros para formarnos en un Cenáculo de Apóstoles? ¿Y cómo puedo ayudarle en esto? Es una cuestión de discernimiento y decisión, una visión muy dinámica.

Jesús crea el Cenáculo

Para nosotros que estamos más preparados para discernir y decidir, los Evangelios nos ofrecen un retrato muy rico de Jesús que nos entrena para convertirnos en Cenáculo. Lo hace:

  • llamándonos y reuniéndonos; estamos en el Cenáculo porque Él nos quiere, y nuestros compañeros nos han sido dados por Él; no puede haber Cenáculo duradero sin esta fe radical;
  • comenzando y recomenzando una y otra vez, desde donde nos encuentra; nos espera con paciencia sin límites y no desdeña conducirnos, una y otra vez, por el proceso de convertirnos en su comunidad;
  • permaneciendo con nosotros a pesar de todo; su fidelidad y su perdón son el fundamento y la esperanza de nuestro camino comunitario; la gratitud por todo ello alegra nuestro estar juntos;
  • motivándonos con la misión; nos dice: «sed uno, para que el mundo crea» (cf. Jn 17,21); de ahí la importancia vital de mantener los ojos de nuestro corazón bien abiertos a lo que sucede en nuestro mundo;
  • rezando por nosotros: vive eternamente para interceder por nosotros (cf. Hb 7,25); la Santísima Trinidad, “los Tres Amados”, está plenamente comprometida e implicada en nuestro camino comunitario;
  • y, sobre todo, entregándose por nosotros; mi hermano es un hermano «por el que Cristo murió» (1 Co 8,11), y también para nosotros, en definitiva, la construcción de la comunidad es una cuestión de amor radicalmente exigente.

Por eso, aquí y ahora, en esta comunidad misionera tan humana y, por tanto, frágil en la que me ha tocado vivir, ¿dónde discierno la presencia de Jesús que llama, reúne, espera, permanece, reza, perdona y qué respuesta decido, por su gracia, dar?

En este camino humilde, gradual, paciente, paso a paso, nuestra comunidad comboniana tiene la alegría de ser ¡llegar a ser! ese «punto luminoso que envía... rayos que brillan juntos y calientan... y revelan la naturaleza del Centro del que emanan» (Escritos, 2648).

Roma, 13 de octubre de 2024
Padre David Glenday, mccj