Ser el primero y el más grande es una ambición instintiva, presente en el corazón de cada persona y en todas las culturas, incluso en las comunidades cristianas de antigua o de reciente fundación. Jesús invierte esta lógica humana y mundana. Lo afirma con palabras; más tarde dará testimonio de ello, arrodillándose, como un esclavo, para lavar los pies a sus discípulos. Él, “el Señor y el Maestro” (Jn 13,14) ha escogido el último lugar.

El anuncio entre el camino y la casa

El último de todos y el servidor de todos.
Marcos 9,30-37

La palabra de Dios de este domingo vuelve sobre el tema de la muerte y resurrección de Jesús. Es la segunda vez que Jesús anuncia a sus discípulos el evento trágico de su muerte, que marcará su mesianismo. La primera vez, lo hizo cerca de Cesarea de Filipo, en territorio pagano (8,31). Hoy repite este anuncio mientras atravesaban Galilea (9,31). La tercera vez, lo hará en el camino para subir a Jerusalén (10,32-34). Tres veces para subrayar su importancia.

La reacción de los apóstoles ante este anuncio es, cada vez, de incomprensión: “Pero ellos no entendían estas palabras y tenían miedo de preguntarle”. El evangelista subraya esta incomprensión relatando cada vez un episodio en el que los apóstoles se comportan de manera contraria a lo que Jesús les está diciendo. La primera vez es Pedro quien lo reprende por esta predicción inaudita, provocando una fuerte reacción de Jesús, que lo llama “Satanás”. La segunda vez (hoy) los apóstoles discuten entre ellos sobre quién es el más grande. La tercera vez serán Santiago y Juan, quienes pedirán a Jesús sentarse uno a su derecha y el otro a su izquierda, provocando la indignación de los otros diez. Ante esta incomprensión y terquedad, Jesús responde cada vez con una catequesis: la primera vez sobre la cruz; la segunda (hoy) sobre la pequeñez; la tercera vez sobre el servicio.

¿Cómo se puede explicar tal obstinación? San Marcos no nos presenta una imagen idealizada de los apóstoles. Más bien, subraya sus límites y debilidades. Jesús no eligió personas perfectas, sino personas normales, como nosotros. San Pablo incluso dirá que Dios eligió a los últimos en la escala social para llevar adelante su proyecto: “Considerad, hermanos, vuestra vocación: no hay entre vosotros muchos sabios desde el punto de vista humano, ni muchos poderosos, ni muchos nobles… para que nadie pueda gloriarse ante Dios.” (1 Corintios 1,26-29).

La dificultad de los apóstoles para seguir al Señor nos conforta y nos fortalece en la esperanza de que la gracia de Dios puede realizar en nosotros lo que ha hecho en la vida de los apóstoles.

Puntos para la reflexión

1. Jesús hace los tres anuncios caminando. San Marcos gusta de presentar a Jesús en movimiento, en el camino. Imparta su enseñanza mientras camina. Es un rabino itinerante y viene a nuestro encuentro en los caminos de la vida. Se acerca y camina con nosotros como compañero de viaje, muchas veces sin ser reconocido de inmediato, como en el caso de los dos de Emaús. El signo de su paso es la relectura iluminada de los eventos dolorosos de la vida y el ardor que despierta en nuestro corazón.

2. Jesús “enseñaba a sus discípulos”, revelándoles el proyecto de Dios. “Pero ellos no entendían estas palabras y tenían miedo de preguntarle”. ¿Por qué tenían miedo de preguntarle? ¡Porque no querían entender! A veces también a nosotros nos pasa que no queremos hacerle preguntas sobre ciertas situaciones de nuestra vida, porque tememos la respuesta. Preferimos no entender, porque no estamos listos para actuar en consecuencia.

3. “Quando estuvo en casa, les preguntó…”. Jesús sale de casa para recorrer los caminos y encontrarse con la gente, pero también le gusta volver a casa para disfrutar de la intimidad con los suyos. Allí comentan los hechos del día y los discípulos piden explicaciones sobre lo que no han entendido (esta vez no, sin embargo). La casa de Jesús (que en realidad es la de Pedro) está abierta a cuantos acuden para escucharlo o ser sanados. Jesús se deja molestar y no fija horarios de citas. También le gusta visitar la casa de sus amigos y de aquellos que lo invitan, sean fariseos o publicanos. A veces incluso se invita a sí mismo, como hizo con Zaqueo. Esta costumbre suya se ha mantenido. De hecho, en el Apocalipsis dice: “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré a su casa, cenaré con él y él conmigo.” (3,20).

4. “¿De qué discutíais por el camino? Y ellos callaban. Porque en el camino habían discutido entre ellos sobre quién era el más grande”. ¿No sucede algo parecido entre nosotros? Todos buscamos un pequeño lugar al sol del aprecio y la estima de los demás. Todos queremos destacar en algo. Y nuestra psique es realmente ingeniosa para encontrarlo, incluso en situaciones de infelicidad, atrayendo la compasión de los demás. Por eso también nosotros guardamos silencio. Nos avergonzaríamos de decirlo. Pero, ¿por qué no preguntarnos personalmente: ¿dónde busco yo sobresalir? Sería una buena ocasión para desenmascarar la serpiente de nuestra vanagloria.

5. “Se sentó, llamó a los Doce y les dijo…”. El Maestro se sienta en cátedra, los llama y les habla. Esta vez lo hace con calma y paciencia. ¡No como el domingo pasado con el pobre Pedro, cuando parecía haber perdido los estribos! Pues bien, ¿queréis saber quién es el más grande? “¡El último de todos y el servidor de todos!”. Así que, ¡tienes que ir al final de la fila! Y para ser más claro, a la palabra añade un gesto: “Tomó a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: Quien recibe a uno de estos niños en mi nombre, me recibe a mí…”. El niño era el símbolo de la pequeñez, de quien no contaba entre los “grandes” de la casa. Hoy, sin embargo, tal vez Jesús colocaría en medio de nosotros a otra persona. ¿A quién? Tal vez a uno de los que menciona en Mateo 25: “En verdad os digo: todo lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, me lo hicisteis a mí.”

P. Manuel João Pereira Correia, mccj

Servidores humildes y testigos valientes
del Evangelio

Sab  2,12.17-20; Sl  53; Stg  3,16-4,3; Mc  9,30-37

Reflexiones
El Evangelio no es un código de leyes, sino el autorretrato de Jesucristo. En el pasaje del Evangelio de hoy Marcos presenta a Jesús maestro que instruye, repetidamente, a sus discípulos acerca de su identidad de Hijo del hombre que será matado, pero a los tres días resucitará (v. 31). Es una lección que los discípulos no pueden entender, porque están preocupados por los primeros puestos (v. 34). Jesús desarma sus ambiciones  de poder, definiéndose a sí mismo como “el último de todos y el servidor de todos” (v. 35). Es el pequeño, el niño, a quien el Padre ha enviado (v. 37).

Ser el primero y el más grande es una ambición instintiva, presente en el corazón de cada persona y en todas las culturas, incluso en las comunidades cristianas de antigua o de reciente fundación. Jesús invierte esta lógica humana y mundana. Lo afirma con palabras; más tarde dará testimonio de ello, arrodillándose, como un esclavo, para lavar los pies a sus discípulos. Él, “el Señor y el Maestro” (Jn 13,14) ha escogido el último lugar. De esta manera, Jesús tiene autoridad moral para enseñar a cada persona y a todos los pueblos un nuevo estilo de relaciones humanas, espirituales y sociales. La primera relación que toda persona está llamada a vivir es la filiación con Dios, es decir, la relación filial respecto a Dios, Padre-Madre y Creador. Le sigue la relación de fraternidad con sus semejantes: todos somos hijos del mismo Padre y, por tanto, hermanos/hermanas. Cultivar estas relaciones de filiación y fraternidad hace vivir, da serenidad y alienta el corazón de las personas.

En cambio, las relaciones ‘patrón-dependiente’, ‘superior-súbdito’ son posteriores, empobrecedoras y estériles. La mera relación de dependencia a menudo contamina las relaciones humanas y sociales, incluso en el seno de la Iglesia. En efecto, enseña el apóstol Santiago (II lectura) que las “envidias y rivalidades” (v. 16) son pasiones que perturban las relaciones humanas y provocan desorden, guerras, contiendas... Todo lo contrario de la “sabiduría que viene de arriba”, la cual produce frutos de paz, mansedumbre, misericordia, servicio (v. 17). “Dios no se identifica con el héroe sino con el Dios frágil que asume el escándalo del amor. Porque, si la cruz como condenación es injusta y violenta (un acuerdo entre poder político y religioso), su ir hacia la muerte es, en cambio, la consciente y libre adhesión a ese Reino de justicia que es el contenido mismo de su misión. Si los brazos de Jesús son clavados en la cruz por un poder perverso, Él por toda la vida abre los brazos como estilo de su entrega. En este sentido Jesús asume la injusta condena, pero la vive desde dentro como extrema consecuencia de su amor entregado” (Marco Campedelli). (*))

Jesús, que no ha venido para ser servido, sino para servir (Mc 10,45) y ser “el servidor de todos”, hace el gesto muy significativo de acercar a un niño, ponerlo en medio de ellos y abrazarlo, invitando a sus discípulos a hacer lo mismo (v. 35-37). Un gesto que revela un mensaje y un etilo. Lanza un mensaje de atención amorosa a las personas más débiles, indefensas, necesitadas que dependen en todo. El hecho de que Jesús tome y abrace a un niño  -más adelante acariciará y bendecirá a varios niños-  (cfr. Mc 10,13-16) nos confirma que Él era una persona agradable, afable. Aunque los Evangelios nunca dicen que Jesús haya reído o sonreído, el estilo de su relación con los niños nos revela que era una persona amable, acogedora, sonriente. De lo contrario, los niños no se hubieran acercado, sino que se habrían alejado de Él. El llamado de Jesús en favor de los niños tiene plena actualidad, ante los muchos casos de pequeños víctimas de guerras, abusos y faltas de atención. El objetivo de la “Jornada para los Niños de la Calle” (30 de septiembre) está en sintonía con el Evangelio.

Se acerca el octubre misionero y el Sínodo sobre los jóvenes . La conducta transparente y humilde, pero firme, de la persona honesta, que sirve a su Dios y ama al prójimo, provoca a menudo la indignación de los malvados, que la quieren eliminar (I lectura). Esta es la historia, antigua y moderna, de muchos misioneros asesinados porque eran testigos incómodos: o bien porque denunciaban injusticias y abusos (por ejemplo, Juan el Bautista, Óscar Romero...), o bien porque eran un estorbo por su servicio silencioso (Carlos de Foucauld, Pino Puglisi, Annalena Tonelli...). Con afecto y oración recordamos siempre a los anunciadores del Evangelio (misioneros, simples fieles y comunidades cristianas) que dan testimonio y difunden el Reino de Dios en situaciones de persecución, opresión, cárcel, discriminación, tortura, muerte. Pero el que cree y sufre con amor no está nunca solo. Porque está seguro de que “el Señor sostiene mi vida” (Salmo responsorial). Así va creciendo el Reino de Dios.

Palabra del Papa

(*)  “Ponerse al seguimiento de Jesús significa tomar la propia cruz… para acompañarle en su camino, un camino incómodo que no es el del éxito, de la gloria pasajera, sino el que conduce a la verdadera libertad, la que nos libera del egoísmo y del pecado… Jesús nos invita a perder la propia vida por Él, por el Evangelio, para recibirla renovada, realizada y auténtica… Hay jóvenes aquí en la plaza: chicos y chicas. Yo les pregunto: ¿habéis sentido el deseo de seguir a Jesús más de cerca? Piensen. Recen. Y dejen que el Señor les hable”.
Papa Francisco
Angelus, domingo 13 de septiembre de 2015

P. Romeo Ballán, misionero comboniano

El secreto de Jesús

Un comentario
a Mc 9, 30-37

Marcos sigue presentándonos a Jesús como un profeta itinerante que peregrina por los pueblos de Galilea, encontrando multitudes, pronunciando palabras luminosas y realizando acciones liberadoras, que son signos del amor de Dios a los pobres, los enfermos y los pecadores.

Pero algunas veces Marcos nos dice, como en el texto que leemos hoy, que Jesús “no quería que ninguno supiese” de su presencia en algún lugar; en esos momentos, Jesús se dedica, más bien, a “instruir a sus discípulos”, a los que habla de cosas que muchos (incluidos los más íntimos) no son capaces de entender.

Efectivamente, en el texto de hoy Jesús anuncia, por segunda vez, su “secreto”: “Que el Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres y lo matarán, pero al tercer día resucitará”.  Nosotros hemos oído tantas veces estas palabras que ya no nos impresionan y seguramente no las entendemos, como no las entendieron los apóstoles hasta que no experimentaron la muerte y la resurrección del Maestro.

Jesús no es un profeta brillante, pero superficial, como tantos. Jesús afronta la muerte y la vence, desde una confianza radical en el Padre. Este es su gran secreto. Y quien sigue a Jesús de cerca recorre el mismo camino. De hecho, después de Jesús, muchos de sus discípulos hicieron la misma experiencia, afrontando la cruz y la muerte desde una actitud de confianza radical en el Padre: Pienso, por ejemplo, en San Maximiliano Kolbe que, en la Segunda Guerra Mundial, se ofrece a ser asesinado en el lugar de un padre de familia; pienso en San Daniel Comboni que, agonizando en África derrotado por las enfermedades y contrariedades, afirma: “Yo muero, pero mi obra no morirá”. Pocos le creerían en aquel momento, pero la historia le dio la razón.

En esta lógica se inscribe la segunda parte del texto de hoy: “Si alguno quiere ser el primero sea el servidor de todos”. También esta frase la hemos oídos muchas veces y no acabamos de creérnosla. También éste es un secreto que pocos entienden. En todos nosotros hay una tendencia a ser protagonistas, a luchar por los primeros puestos, como si tuviéramos miedo de ser relegados y despreciados, a no ser tenidos en cuenta. Ante esta “angustia” por ser siempre los primeros, Jesús nos dice, si me lo permiten expresarlo a mi manera: “Calma, relájense, miren a este niño, vivan la vida como un don, sean agradecidos, piensen primero en el Reino de Dios y su justicia, den con generosidad y recibirán con generosidad”. Pienso que, en el fondo, todos intuimos la verdad de este “secreto” de Jesús, pero no acabamos de fiarnos.

Pidamos al Señor que, al celebrar la Eucaristía, nuestro corazón se abra y, compartiendo el secreto de Jesús, haga de nosotros personas confiadas, generosas y dispuestas a dar la vida, sabiendo que sólo quien da la vida la ganará.
P. Antonio Villarino
Bogotá

Marcos 9, 30-37

¿POR QUÉ LO OLVIDAMOS?
EL ARTE DE EDUCAR

José Antonio Pagola

Camino de Jerusalén, Jesús sigue instruyendo a sus discípulos sobre el final que le espera. Insiste una vez más en que será entregado en manos de los hombres y estos lo matarán, pero Dios lo resucitará. Marcos dice que “no entendían lo que les quería decir, pero les daba miedo preguntarle”. No es difícil adivinar en estas palabras la pobreza de muchos cristianos de todos los tiempos. No entendemos a Jesús y nos da miedo ahondar en su mensaje.

Al llegar a Cafarnaún, Jesús les pregunta: “¿De qué discutíais por el camino?”. Los discípulos se callan. Están avergonzados. Marcos nos dice que, por el camino, habían discutido sobre quién era el más importante. Ciertamente, es vergonzoso ver a Jesús, que camina hacia la cruz, acompañado de cerca por un grupo de discípulos llenos de estúpidas ambiciones. ¿De qué discutimos hoy en la Iglesia mientras decimos seguir a Jesús?

Una vez en casa, Jesús se dispone a darles una enseñanza. La necesitan. Estas son sus primeras palabras: “Quien quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos”. En el grupo que sigue a Jesús, el que quiera sobresalir y ser más que los demás, ha de ponerse el último, detrás de todos; así podrá ver qué es lo que necesitan y podrá ser servidor de todos.

La verdadera grandeza consiste en servir. Para Jesús, el primero no es el que ocupa un cargo de importancia, sino quien vive sirviendo y ayudando a los demás. Los primeros en la Iglesia no son los jerarcas sino esas personas sencillas que viven ayudando a quienes encuentran en su camino. No hemos de olvidarlo.

Para Jesús, su Iglesia debería ser un espacio donde todos piensan en los demás. Una comunidad donde estemos atentos a quien más nos pueda necesitar. No es sueño de Jesús. Para él es tan importante que les va a poner un ejemplo gráfico.

Se sienta y llama a sus discípulos. Luego acerca un niño y lo pone en medio de todos para que fijen su atención en él. En el centro de la Iglesia apostólica ha de estar siempre ese niño, símbolo de las personas débiles y desvalidas, los necesitados de acogida, apoyo y defensa. No han de estar fuera, lejos de la Iglesia de Jesús. Han de ocupar el centro de nuestra atención.

Luego Jesús abraza al niño. Quiere que los discípulos lo recuerden siempre así: Identificado con los débiles. Mientras tanto les dice: “El que acoge a un niño como éste en mi nombre a mí me acoge, y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado”.

La enseñanza de Jesús es clara: el camino para acoger a Dios es acoger a su Hijo Jesús presente en los pequeños, los indefensos, los pobres y desvalidos. ¿Por qué lo olvidamos tanto? ¿Qué es lo que hay en el centro de la Iglesia si ya no está ese Jesús identificado con los pequeños?

EL ARTE DE EDUCAR

El que acoge a un niño… Mc 9, 30-37

Hay quienes afirman que la tragedia más grave de la sociedad contemporánea es la crisis de la relación educativa. Los padres cuidan a sus hijos y los maestros enseñan a sus alumnos, pero en no pocos hogares y colegios se ha perdido «el espíritu de la educación».

Y, sin embargo, si una sociedad no sabe educar a las nuevas generaciones no conseguirá ser más humana, por muchos que sean sus avances tecnológicos y sus logros económicos. Para el crecimiento humano, los educadores son más importantes y decisivos que los políticos, los técnicos o los economistas.

Educar no es instruir, adoctrinar, mandar, obligar, imponer o manipular. Educar es el arte de acercarse al niño, con respeto y amor, para ayudarle a que se despliegue en él una vida verdaderamente humana.

La educación está siempre al servicio de la vida. Verdadero educador es el que sabe despertar toda la riqueza y las posibilidades que hay en el niño. El que sabe estimular y hacer crecer en él, no sólo sus aptitudes físicas y mentales, también lo mejor de su mundo interior y el sentido gozoso y responsable de la vida. La célebre educadora M Danielou decía que «el niño más humilde tiene derecho a una cierta iniciación a la vida interior y a la reflexión personal».

Cuando en las instituciones educativas se ahoga «el gusto por la vida», y los enseñantes se limitan a transmitir de manera disciplinada el conjunto de materias que a cada uno se le han asignado (asignaturas), allí se pierde «el espíritu de la educación».

Por otra parte, la relación educativa exige verdad. Se equivocan los educadores que para ganarse el respeto y la admiración de sus alumnos se presentan como dioses. Lo que los niños necesitan es encontrarse con personas reales, sencillas, cercanas y profundamente buenas.

Asimismo, el verdadero educador respeta al niño, no lo humilla, no destruye su autoestima. Una de las maneras más sencillas y nefastas de bloquear su crecimiento es repetirle constantemente: «no hay quien te aguante», «eres un desastre», «serás un desgraciado el día de mañana».

En la relación educativa hay además un clima de alegría, pues la alegría es siempre «signo de creación» y, por ello, uno de los principales estímulos del acto educativo. Así escribía Simone Weil: «La inteligencia no puede ser estimulada sino por la alegría. Para que haya deseo tiene que haber placer y alegría. La alegría de aprender es tan necesaria para los estudios como la respiración para los corredores».

Hace unos días se han abierto los colegios y centros de enseñanza. Miles de niños han vuelto de nuevo a sus maestros y enseñantes. ¿Quién tendrá la suerte de encontrarse con un verdadero educador o educadora? ¿Quién los acogerá con el respeto y la solicitud de aquél que un día en Cafarnaum abrazó a uno de ellos diciendo: «Quien acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí?»
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