Después del relato de la multiplicación de los panes, hoy, y durante los próximos tres domingos, continuaremos la lectura del capítulo 6 del evangelio de San Juan, una larga catequesis sobre el significado del “signo” (milagro) realizado por Jesús. Regresados de las cercanías de Tiberíades, ahora estamos en Cafarnaúm, en la sinagoga (v. 59). Recordemos el contexto. [...]
“Yo soy el Pan de la vida.”
Juan 6,24-35
Después del relato de la multiplicación de los panes, hoy, y durante los próximos tres domingos, continuaremos la lectura del capítulo 6 del evangelio de San Juan, una larga catequesis sobre el significado del “signo” (milagro) realizado por Jesús. Regresados de las cercanías de Tiberíades, ahora estamos en Cafarnaúm, en la sinagoga (v. 59). Recordemos el contexto. Después del milagro, “Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para hacerlo rey, se retiró de nuevo al monte él solo”, mientras sus discípulos, al atardecer, subieron a la barca y se dirigieron hacia Cafarnaúm. La liturgia ha omitido esta segunda unidad del capítulo (6,16-21), que narra el episodio de Jesús que, caminando sobre las aguas, alcanza a sus discípulos en la barca.
Un discurso en diálogo
La reflexión sobre el “signo” se presenta en forma de diálogo entre la multitud y Jesús. Encontramos tres preguntas y una petición de la multitud, a las cuales Jesús responde con otros tantos intervenciones.
1. “Rabí, ¿cuándo llegaste aquí?”. La MULTITUD quedó sorprendida porque no había encontrado a Jesús donde había estado el día anterior, es decir, en las cercanías de Tiberíades.
– JESÚS, en lugar de responder a su pregunta, va directo a la intención de su BÚSQUEDA: “En verdad, en verdad os digo: vosotros me BUSCÁIS no porque habéis visto signos, sino porque comisteis de aquellos panes y os saciasteis”; y concluye con una exhortación: “Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que permanece para vida eterna”.
2. “¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?”. La MULTITUD pide una aclaración sobre el que “hacer”, es decir, qué OBRAS realizar.
– JESÚS les responde que una sola OBRA es necesaria: “Esta es la OBRA de Dios: que creáis en aquel que él ha enviado”.
3. “¿Qué signo haces tú para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas?”. Dado que Jesús reclama una confianza total en su persona, la MULTITUD pide una señal adicional, una obra más grande que la que Jesús había hecho. Jesús había alimentado a una multitud de cinco mil y una sola vez, mientras que, según ellos, Moisés con el maná había alimentado a todo un pueblo durante cuarenta años.
A lo que JESÚS responde: “En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio el PAN del cielo, sino que es mi Padre quien os da el PAN del cielo, el verdadero”. Es decir, no Moisés sino el Padre, que había dado el maná en el pasado, ahora les ofrece el “pan verdadero”, realmente “bajado del cielo”.
Esta primera parte del diálogo se concluye con la “oración” de la multitud: “Señor, danos siempre de ese pan”. ¿Pero qué pan? Jesús responde con una revelación: “¡Yo soy el pan de la vida!” YO SOY (“Egō eimì”, en griego) es una alusión al nombre de Dios.
Hasta aquí se podría decir que la multitud manifiesta una cierta receptividad. Al fin y al cabo, han buscado a Jesús, han pedido explicaciones y han formulado una especie de “oración”. Sin embargo, notamos una persistente ambigüedad de fondo. Mientras Jesús intenta llevarlos a la lectura espiritual, profunda, del “signo” milagroso, la multitud permanece fijada en el pan material. Veremos qué sucederá en los próximos tres domingos. No podemos sin embargo juzgarlos y mucho menos condenarlos, ya que ellos no son más que el espejo de nuestra realidad.
Profundizar el signo
Tratemos de profundizar en el “signo”, pidiendo al Padre que nos atraiga hacia Jesús. Él nos dirá el próximo domingo: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió” (v. 44). Hagamos este trabajo de profundización a través de tres vocablos o conceptos que sintetizan el diálogo entre Jesús y la multitud: la búsqueda, la obra y el pan.
1. La BÚSQUEDA. El relato comienza con la búsqueda. La multitud busca a Jesús y lo encuentra en Cafarnaúm. La búsqueda es una actitud natural de quien experimenta su propia indigencia, en sus variadas formas. Es también la actitud del creyente sediento de Dios: “Desde el alba te busco, oh Dios” (Salmo 63). El tema de la búsqueda es querido por San Juan. Las primeras palabras de Jesús son: “¿Qué buscáis?”, dirigidas a los dos que lo siguen (Juan 1,38). Denunciando la no autenticidad de la búsqueda de la multitud, Jesús interpela también a cada uno/a de nosotros. ¿Qué busco yo en mi relación con Cristo? ¿Simplemente una ayuda, un beneficio, una gracia o una consolación? ¿O realmente busco establecer con él un vínculo auténtico de amor y confianza? Nuestra respuesta puede parecer casi obvia, pero no es así. Solo un examen continuo y sincero de nuestras motivaciones más profundas llevará adelante un largo, arduo y a veces incluso doloroso trabajo de purificación.
2. LA OBRA. La única obra del creyente es buscar, conocer y amar cada vez más a su Señor. Cada día nos afanamos por ganarnos el pan material. Un esfuerzo similar debería ser puesto en el conocimiento del Señor, a través de la Palabra de Dios, la oración y la reflexión sobre los eventos de la vida. ¡El día en que no he crecido en el conocimiento del Señor ha sido un día desperdiciado!
3. EL PAN. El pan es el tema central de las lecturas. Lo encontramos mencionado innumerables veces en la primera lectura, en el salmo y en el evangelio. ¿De qué pan se trata? Sí, se trata también del pan material, porque cuando falta el pan fácilmente se pierde la libertad. Lo vemos bien retratado en la primera lectura (Éxodo 16) donde Israel añora el tiempo de la esclavitud en el que podía comer carne y pan hasta saciarse. Por comer, los jornaleros se dejan explotar muchas veces por los capataces. Por comer, tantas jóvenes mujeres se ven obligadas a prostituirse en las calles de nuestras ciudades. Por comer, vendemos nuestra dignidad, ¡como Esaú por un plato de lentejas!
Pero “no solo de pan vive el hombre”. La Palabra de Dios nos invita a tomar conciencia de los diferentes tipos de hambre que hay en nuestro corazón y de cómo y con qué los estamos saciando. Jesús se propone como el “Pan de vida” que sacia el hambre y la sed de vida que llevamos dentro de nosotros. Jesús no está aún hablando de la eucaristía, sino de sí mismo como la PALABRA bajada del cielo. “La Palabra se hizo carne” (Juan 1,14). Entonces podemos orar en verdad como la multitud del evangelio: “Señor, danos siempre de este pan”, el Pan que eres tú, Palabra del Padre, bajada del Cielo.
P. Manuel João Pereira Correia mccj
Verona, agosto de 2024
El verdadero Pan de la vida: Más allá de las apariencias
Un comentario a Jn 6, 24-35
Seguimos leyendo el capítulo sexto de Juan, que hemos comenzado a leer el domingo pasado con el signo de los panes abundantes. La verdad es que de un domingo a otro nos saltamos una parte que habla de Jesús que desaparece de la vista de la multitud satisfecha, atravesando el mar, y de la multitud que le busca afanosamente. Lo que leemos hoy es parte de la respuesta de Jesús a la inquietud de la gente. Con ello Juan nos explica la fe de los primeros discípulos que creen en Jesús como el verdadero Pan de la vida.
Para entender esta respuesta, les propongo algunas reflexiones sobre el valor del Pan en la tradición bíblica y en nuestra fe:
1. El pan que permite sobrevivir
Hubo una primera experiencia que quedó marcada en la historia de Israel: el alimento que milagrosamente pudieron obtener en los momentos más difíciles de su marcha hacia la tierra prometida. Todos recordamos la historia del maná, aunque no sabemos cómo sucedió la cosa físicamente, aunque los exégetas hacen varias hipótesis plausibles. Pero lo importante es que lo que sucedió permitió al pueblo de Israel sobrevivir y ellos siempre vieron en este hecho la presencia de la mano providente de Dios.
Pienso que algo parecido nos pasa a nosotros muchas veces: Cuando estábamos desesperados, encontramos un trabajo que nos permite ganar la vida, nos va bien un negocio, encontramos una ayuda inesperada, superamos una enfermedad… En esos casos podemos pensar que es una casualidad, que ha sido todo mérito nuestro… o que Dios está guiando la historia a nuestro favor. Eso es lo que hicieron los judíos y lo que sigue haciendo tanta gente sencilla y llena de fe, yendo más allá de las apariencias y de la superficie de los acontecimientos.
2. Del Pan a la Palabra-Ley
Cuando Moisés presentó a su pueblo la tabla con los diez mandamientos y el conjunto de la Ley, Israel experimentó que la LEY era un favor tan grande como el alimento del desierto. Con la Ley el pueblo crecía, se defendía, progresaba, sabía cómo orientarse en los momentos de duda y encontraba armonía y felicidad. Poco a poco el pueblo aplicó a la Ley su experiencia con el pan físico y afirmó: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.
Pienso que también nosotros hemos hecho esta experiencia, tanto a nivel personal como comunitario. A veces despreciamos el valor de las leyes, pero una buena Ley puede ayudar a un pueblo a vivir mejor. Sin ley caemos en la anomia y la anarquía, que normalmente favorece a los más poderosos y violentos. Tener una buena Ley (o un buen proyecto de vida personal) es tan importante como tener las necesidades básicas cubiertas.
3. De la Ley a la Palabra-Sabiduría
Pero la Ley no era la única manifestación de la sabiduría divina, que guiaba al pueblo. Estaban los profetas, los salmistas, los poetas, los filósofos de otras culturas, los ancianos sabios… Toda manifestación de sabiduría fue considerada como PAN que alimenta el espíritu. Si el pan es imprescindible para la vida del cuerpo, la sabiduría es imprescindible para la vida del espíritu.
También nosotros necesitamos alimentarnos de toda sabiduría que la humanidad produce en la ciencia y la filosofía, en las religiones y en el arte. Todo pensamiento positivo, toda palabra luminosa puede ayudarnos a vivir mejor.
4. De la Palabra-Sabiduría a Jesucristo
Lo que los discípulos experimentaron es lo que viene explicado en el evangelio de hoy: El pan que nos alimenta en el desierto no es más que la imagen de Jesucristo como verdadero Pan que alimenta nuestra vida espiritual. Su Palabra -repartida en parábolas, sermones, diálogos y dichos-, su cercanía a los enfermos y pecadores, y toda su presencia era como el Pan del Desierto, como la Ley de Moisés, como la más alta Sabiduría de la humanidad. En él se encuentra la plenitud de la Vida que Dios quiere para todos sus hijos.
Cierto, todos nosotros queremos tener aseguradas las necesidades básicas de la vida (pan vestido, techo) y Jesús –como la Iglesia hoy- sale al encuentro de la gente en esas necesidades básicas, pero no se queda ahí: nos invita a aspirar al Pan verdadero que es la Palabra-Sabiduría-Amor de Dios hecho carne en Jesús de Nazaret.
Aceptar esto, “comerlo” y dejar que forme parte de nuestra vida es abrirse una vida en plenitud, capaz de superar las pruebas de cualquier desierto que nos toque atravesar.
P. Antonio Villarino
Bogotá
EL PAN DE VIDA ETERNA
José Antonio Pagola
¿Por qué seguir interesándonos por Jesús después de veinte siglos? ¿Qué podemos esperar de él? ¿Qué nos puede aportar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo? ¿Nos va a resolver acaso los problemas del mundo actual? El evangelio de Juan habla de un diálogo de gran interés que Jesús mantiene con una muchedumbre a orillas del lago Galilea.
El día anterior han compartido con Jesús una comida sorprendente y gratuita. Han comido pan hasta saciarse. ¿Cómo lo van a dejar marchar? Lo que buscan es que Jesús repita su gesto y los vuelva a alimentar gratis. No piensan en otra cosa.
Jesús los desconcierta con un planteamiento inesperado: «Esforzaos no por conseguir el alimento transitorio, sino por el permanente, el que da la vida eterna». Pero ¿cómo no preocuparnos por el pan de cada día? El pan es indispensable para vivir. Lo necesitamos y debemos trabajar para que nunca le falte a nadie. Jesús lo sabe. El pan es lo primero. Sin comer no podemos subsistir. Por eso se preocupa tanto de los hambrientos y mendigos, que no reciben de los ricos ni las migajas que caen de su mesa. Por eso maldice a los terratenientes insensatos que almacenan el grano sin pensar en los pobres. Por eso enseña a sus seguidores a pedir cada día al Padre pan para todos sus hijos.
Pero Jesús quiere despertar en ellos un hambre diferente. Les habla de un pan que no sacia solo el hambre de un día, sino el hambre y la sed de vida que hay en el ser humano. No lo hemos de olvidar. En nosotros hay un hambre de justicia para todos, un hambre de libertad, de paz, de verdad. Jesús se presenta como ese Pan que nos viene del Padre no para hartarnos de comida, sino «para dar vida al mundo».
Este Pan venido de Dios «da la vida eterna». Los alimentos que comemos cada día nos mantienen vivos durante años, pero llega un momento en que no pueden defendernos de la muerte. Es inútil que sigamos comiendo. No nos pueden dar vida más allá de la muerte.
Jesús se presenta como «Pan de vida eterna». Cada uno ha de decidir cómo quiere vivir y cómo quiere morir. Pero quienes nos llamamos seguidores suyos hemos de saber que creer en Cristo es alimentar en nosotros una fuerza imperecedera, empezar a vivir algo que no acabará en nuestra muerte. Sencillamente, seguir a Jesús es entrar en el misterio de la muerte sostenidos por su fuerza resucitadora.
Al escuchar sus palabras, aquellas gentes de Cafarnaún le gritan desde lo hondo de su corazón: «Señor, danos siempre de ese pan». Desde nuestra fe vacilante, a veces nosotros no nos atrevemos a pedir algo semejante. Quizá solo nos preocupa la comida de cada día. Y a veces solo la nuestra.
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