Después de ser rechazado por los habitantes de Nazaret Jesús, según Marcos, inicia una nueva etapa de su misión, involucrando a los Doce, semilla de un nuevo pueblo que acoge el Reino de Dios y lo hace germinar en pueblos y ciudades. En el texto de Marcos que leemos este domingo hay muchas claves y puntos de meditación para nuestra vida de discípulos misioneros. (...)

La misión con las sandalias en los pies y el bastón en la mano

Jesús llamó a los Doce y los envió de dos en dos.

Marcos 6,7-13

La temática central de las lecturas de este XV domingo es la vocación y la misión:
– la vocación/misión del profeta: 
“El Señor me sacó de detrás del rebaño y me dijo: “Ve a profetizar a mi pueblo Israel”.” (primera lectura, Amós 7,12-15);
– la vocación/misión del cristiano: “En Padre nos ha elegido en Él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor.” (segunda lectura, Efesios 1,3-14);
– la vocación/misión del apóstol: “Jesús llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros.” (evangelio).

Algunas reflexiones sobre la Vocación

Antes de pasar al pasaje del evangelio, reflexionemos un momento sobre este binomio vocación y misión, es decir, llamada y mandato, elección y encargo, seguimiento y apostolado… las dos dimensiones inseparables del ser y del hacer.

Primero que todo, eliminemos de la mente la vieja idea de que la vocación atañe solo a sacerdotes y monjas, religiosos y misioneros o, en el mejor de los casos, a algún laico llamado a desempeñar una tarea particular en la comunidad cristiana. En realidad, la vida cristiana es vocación, ya sea vivida en una especial consagración o en la vida laical y matrimonial. Es más, se podría decir, en un sentido amplio, que la “vocación” caracteriza toda vida humana, como búsqueda de sentido.

En segundo lugar, sería engañoso pensar que la cuestión de la vocación atañe solo a los jóvenes en busca de un proyecto de vida o del plan de Dios sobre ellos. Abarca todo el arco de nuestra existencia. La “búsqueda vocacional” no cesa una vez que hemos aprendido qué quiere Dios de nosotros, sino que continúa toda la vida. “Cada mañana despierta mi oído para que escuche como los discípulos” (Isaías 50,4). Vivir nuestra vida en tensión vocacional da a cada momento un sabor de frescura y novedad. De lo contrario, fácilmente caemos en el cansancio de la gris cotidianidad. Para ser fieles a la vocación no basta avanzar por inercia. Hay que reavivar continuamente el fuego de la llamada, como Pablo recomendaba a Timoteo: “Te recuerdo que reavives el don de Dios que está en ti mediante la imposición de mis manos.” (2Timoteo 1,6). Nuestro “Sí” debe ser renovado cada día, de lo contrario se desgasta y descolora.

Finalmente, me atrevería a decir que nuestro “Sí” no atañe solo al presente y al futuro, sino incluso al pasado porque, por extraño que nos pueda parecer, la fidelidad pasada nunca está segura hasta el “Sí” final. Hoy puedo arrepentirme de una elección que, en su momento, hice con alegría y generosidad. Es más, el gran “Sí” renovado al pasado puede ser aún más comprometedor que el “Sí” de hoy, hecho, tal vez, por fuerza o por inercia. Esto explica cómo tantas vocaciones, consagradas o matrimoniales, terminan en amargura o fracaso. Aquí reside la suprema bienaventuranza – la de la salvación – que Jesús proclama precisamente en el contexto del envío de los Doce en misión: “El que persevere hasta el fin será salvo” (Mateo 10,22).

Después de estas consideraciones, tal vez no del todo pertinentes, pasemos a subrayar algunos aspectos del evangelio de hoy.

Las tres etapas de la vocación

El pasaje del evangelio comienza diciendo que “Jesús llamó a los Doce”. Hay tres llamadas especiales en nuestra vida. Primero, está la llamada personal: “Pasando, Jesús vio a Simón y a Andrés… a Santiago y a Juan… y los llamó” y ellos se convirtieron en DISCÍPULOS (Marcos 1,16-20). ¡Esta llamada también nos ha alcanzado a cada uno de nosotros!

En un segundo momento, está la llamada comunitaria: “Subió al monte, llamó a los que quiso y ellos fueron a él. Designó a doce – a los que llamó apóstoles –, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar.” (Marcos 3,13-14). Así los discípulos se convirtieron en una COMUNIDAD. Todos somos “convocados”, ‘llamados juntos’. ¡No hay vocaciones ‘privadas’!

Finalmente, está la vocación apostólica, el envío en misión. Es el momento presentado en el evangelio de hoy: “Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos” y ellos se convirtieron en APÓSTOLES. Toda vocación desemboca en la misión. Una misión comunitaria (de dos en dos), eclesial, ¡no de francotiradores!

Aquí se trata del primer envío de los Doce, un ensayo en vista del envío final, después de la resurrección, que los caracterizará definitivamente como “apóstoles”, enviados, misioneros: “Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda criatura.” (Marcos 16,15). Veamos, pues, más de cerca esta tercera etapa.

Nuestra misión prolonga la de Jesús

Los apóstoles prolongan la misión de Jesús (Marcos 3,14-15): anunciar el Reino de Dios, expulsar demonios y sanar a los enfermos. Por eso, el Señor les transmite su poder: “los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros”. El Evangelio de Marcos es conocido por resaltar la actividad de Jesús al expulsar espíritus impuros. ¿Por qué lo hace? No solo para demostrar el poder divino de Jesús, sino para evidenciar que el Reino de Dios está avanzando y derrotando el reino de Satanás.

Los apóstoles son conscientes de haber recibido este “poder sobre los espíritus impuros” y lo ejercen con éxito. Lamentablemente, con nosotros a menudo no es así. No tenemos fe en este don que nos es conferido con el sacramento de la confirmación. Por miedo o cobardía, a menudo no combatimos el mal y así permitimos que los “espíritus impuros” se expandan en nuestros ambientes de vida.

La misión del bastón y las sandalias

Una vez conferido este poder, el Señor “Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni provisiones, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas”. Esta orden de Jesús pone en crisis a cualquier misionero. Es la única vez en el evangelio de Marcos que Jesús ordena algo a los discípulos. Lo ordena porque esto no es algo natural. Nosotros estamos tentados a hacer misión con medios poderosos y eficaces. En el fondo, no confiamos en el poder de la Palabra de Dios y su providencia. Instintivamente, buscamos otras seguridades humanas.

Hasta que no seas pobre, todo lo que des es solo ejercicio de poder”, dice Silvano Fausti. La vida y la misión, sin embargo, se encargan de despojar al apóstol. El fracaso, las desilusiones, la oposición, la fragilidad… nos llevan a la conclusión de que la misión se lleva a cabo en la debilidad para que pueda manifestarse en nosotros el poder de Dios (2Corintios 12,7-10).

Si echamos un vistazo a los textos paralelos de Mateo (cap. 10) y Lucas (cap. 9 y 10), notaremos que Jesús dice que no se procuren ni siquiera el bastón y las sandalias. En este caso, el bastón es considerado el arma del pobre y la misión debe hacerse desarmada. Para Marcos, en cambio, el bastón es el utensilio del peregrino que le ayuda a caminar. Además, es el signo del poder que Dios da a su enviado, como el bastón de Moisés. Las sandalias para Mateo y Lucas son un lujo. Para Marcos, en otro contexto cultural, son signo de libertad. Los esclavos iban descalzos. La evangelización, sin embargo, lleva un mensaje de libertad.

Para concluir, preguntémonos:

1) ¿Soy un cristiano peregrino o un cristiano sedentario, con demasiados “equipajes” para poder moverme?
2) ¿En mis debilidades reconozco la acción de Dios que me despoja de las falsas seguridades?
3) ¿Cuál es el “bastón” en el que me apoyo para caminar?
4) ¿Soy un cristiano pascual, “con el cinturón ceñido, las sandalias en los pies y el bastón en la mano” (Éxodo 12,11), siempre listo para partir?

P. Manuel João Pereira Correia mccj
Verona, julio de 2024

La misión de los Doce y la nuestra

Un comentario a Mc 6, 7-13

Después de ser rechazado por los habitantes de Nazaret Jesús, según Marcos, inicia una nueva etapa de su misión, involucrando a los Doce, semilla de un nuevo pueblo que acoge el Reino de Dios y lo hace germinar en pueblos y ciudades. En el texto de Marcos que leemos este domingo hay muchas claves y puntos de meditación para nuestra vida de discípulos misioneros. Yo me detengo brevemente en cuatro puntos:

1) Llamó a los Doce y comenzó a enviarlos
La misión no es fruto de una iniciativa personal, sino de una llamada. En el camino del discipulado misionero hay momentos en los que parece que somos nosotros quienes tomamos la iniciativa y queremos difundir en el mundo nuestro proyecto de humanidad, nuestra ideología, nuestra manera de ver las cosas. Pero el discipulado verdadero sólo empieza de verdad cuando, superada la etapa del protagonismo personal, nos damos cuenta que es el Señor el que nos llama y nos envía.
Ya Moisés y otros grandes profetas experimentaron como la misión fracasa estrepitosamente cuando se asume como un modo de auto-realizare o de ser alguien importante en la sociedad, mientras se vuelve fecunda cuando se asume como respuesta a una llamada.
Y los artistas cuentan algo parecido. Los poetas, por ejemplo, dicen que no son ellos que buscan las palabras, sino que las palabras les buscan a ellos, es decir, que una poesía alcanza una especial fuerza expresiva cuando de alguna manera “se impone” al poeta que, a lo mejor ha trabajado por horas sin que su esfuerzo llegara a nada concreto. Igualmente, en el discipulado misionero, se requiere un momento de gracia inesperada, una toma de conciencia de haber sido llamado/a gratuitamente, un darse cuenta que la misión recibida supera nuestro auto-control, nuestra auto-realización, nuestras perspectivas ideológicas o de protagonismo… para ser la misión de Aquel que nos llamó y non envió. Sólo entonces la misión se hace fecunda, incluso cuando ello supone aparente fracaso o cruz.

2) De dos en dos
Al enviar a sus discípulos “de dos en dos”, Jesús sigue la práctica judía de enviar los mensajeros en parejas: el portavoz debería tener a su lado a un compañero como ulterior confirmación de la autenticidad del mensaje. Al hacer la misión de dos en dos, los discípulos se ayudan mutuamente en el testimonio, dando credibilidad al mensaje de un Reino de fraternidad.
Además, la misión “de dos en dos” supera la experiencia individual, subjetiva, para hacerse propuesta social, compartida. Ciertamente, Jesús hace muchas horas de oración en solitario, pero su misión se desarrolla siempre en público, en plazas y sinagogas, casas, caminos, pueblos y ciudades. La misión no es un asunto privado, no es una iluminación individual; es un asunto público, comunitario, compartido. No es que la misión en común sea más fácil que la misión individual, pero es más auténtica, más fiable.

3) Entrar en las casas
En la práctica misionera de Jesús no hay lugares reservados a la misión: entra en las sinagogas, habla en la calle, junto al mar, en casas de familia… en todas partes. La misión no excluye el templo, pero tampoco permanece atada a él. Es evidente que la misión de la Iglesia hoy, sin dejar las parroquias, debe ir mucho más allá: salir al encuentro de las personas allí donde se encuentran y viven, con sus alegrías, luchas y preocupaciones.

4) Anunciar la cercanía del Reino
Cercanía: esa es una palabra clave en la experiencia de Jesús y de sus discípulos. Jesús anuncia sin descanso, con palabras y gestos, que Dios es cercano a las personas y por ello realiza gestos de sanación, de liberación, de perdón, de amor que hacen que las personas se pongan en pie y caminen. Ese es el poder de Jesús, el poder que comparte con sus discípulos misioneros, el poder de hacer que las personas se levanten y caminen como hijos e hijas.
P. Antonio Villarino, MCCJ

Misioneros ligeros de equipaje

Amós 7,12-15; Salmo 84; Efesios 1,3-14; Marcos 6,7-13

Reflexiones
¡Pobres para ser libres y creíbles! En síntesis, es este el mensaje de Jesús, que llama y envía a sus discípulos al mundo, de dos en dos (Evangelio), con un mensaje de vida: invitar a la conversión y liberar a la gente de los espíritus impuros y de las enfermedades (v. 7.12-13). El lenguaje de Jesús sobre el modo de llevar el anuncio es duro y exigente, hasta la paradoja. La finalidad es clara: que los discípulos entiendan que la eficacia de la misión (la de Jesús y la de los discípulos) no depende de la cantidad de medios materiales ni del favor de los poderosos que, eventualmente, la promueven o la protegen. A menudo estos medios humanos no hacen sino desvirtuar el mensaje evangélico, privarlo de su fuerza interior y condicionar tanto al misionero como a los destinatarios del anuncio.

La abundancia de medios, la organización, el favor de los poderosos no deben contaminar la transparencia y la credibilidad del mensaje que el profeta-misionero ha de anunciar con libertad. La experiencia del profeta Amós es emblemática (I lectura). Amasías, sacerdote del templo de Betel, en el reino de Samaria, goza de los favores del rey Jeroboam II (VIII s. a.C.); es un alto funcionario de la corte, pero ha perdido su libertad; llega hasta rechazar a Amós, profeta de Dios, procedente del sur y enviado al reino del norte: “Vidente, vete, refúgiate en tu tierra de origen” (v. 12). Amasías, cómplice de la estructura real, no tolera que Amós, hombre rudo, pastor y campesino (v. 14), tenga la osadía de atacar ásperamente los abusos de los poderosos, incluyendo al rey, de los propietarios de tierras, de los comerciantes… que explotan ávidamente a los pobres (ver los cap. 5-6-8). Además, Amós no duda en denunciar la práctica religiosa, exterior e incoherente. A la hostilidad de Amasías, Amós responde presentando decididamente sus credenciales: el Señor mismo lo ha sacado del establo y de los campos, y lo ha enviado allí como profeta. Por tanto, él no se moverá de ahí.

Jesús sigue los pasos de los profetas más radicales. Fuerte es su insistencia sobre la pobreza (Evangelio), como condición para la misión: ni pan, ni alforja, ni dinero. “Es una pobreza que es fe, libertad y ligereza. Ante todo, libertad y ligereza: un discípulo con bultos pesados se vuelve sedentario, conservador, incapaz de captar la novedad de Dios y muy hábil en buscar mil razones de comodidad para considerar irrenunciable la casa en la cual se ha hospedado y de la cual no quiere salir (hacer las maletas, renunciar a ciertas seguridades). Pero la pobreza es también fe: es signo del que no confía en sí mismo, pero se fía de Dios. El rechazo está previsto (v. 11): la Palabra de Dios es eficaz, pero a su manera. El discípulo debe proclamar el mensaje y en eso jugarse la vida, pero debe dejar a Dios el resultado. Al discípulo se le confía una tarea, no se le garantiza el éxito” (Bruno Maggioni). El éxito es obra del Espíritu, alma de la Iglesia. (*)

Es oportuno recordar aquí la reflexión del domingo pasado, partiendo del testimonio de san Pablo: la misión auténtica se realiza en la debilidad. Todos los discípulos - cada uno de nosotros - estamos llamados y enviados a llevar el Evangelio de Jesús, pero no como una hazaña personal, sino en cuanto miembros de la nueva fraternidad inaugurada por Jesús (los mandó “de dos en dos” - “donde dos o tres están reunidos en mi nombre). Ir de dos en dos era una costumbre del pueblo hebreo y de otros pueblos cuando se debía dar un testimonio en un juicio o llevar un mensaje importante. Jesús subraya que la misión se realiza con el aporte de varias personas, en un camino comunitario. Porque el primer milagro, que hace creíbles a los mensajeros, son las relaciones fraternas y sinceras en la vida de cada día.

Por eso, todo discípulo ha recibido gratuitamente de Dios el maravilloso don de conocer a Jesucristo. Pablo (II lectura) lo confirma con un lenguaje altamente inspirado: en Cristo el Padre nos ha elegido y bendecido para ser santos, irreprochables, hijos adoptivos, redimidos y perdonados (v. 3-7), con el signo del Espíritu: En Cristo «también ustedes, que han escuchado la palabra de verdad, el Evangelio de su salvación, en el que creyeron, han sido marcados por Cristo con el Espíritu Santo» (v. 13). De esta manera hemos sido habilitados para la misión al servicio del plan de Dios (v. 14), para que la familia humana tenga vida en abundancia.

Palabra del Papa

(*) «El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. Sin Él, ¿a qué se reduciría la Iglesia? Ciertamente, sería un gran movimiento histórico, una institución social compleja y sólida, tal vez una especie de agencia humanitaria. Y en verdad es así como la consideran quienes la ven desde fuera de la perspectiva de la fe. Pero, en realidad, en su verdadera naturaleza y también en su presencia histórica más auténtica, la Iglesia es plasmada y guiada sin cesar por el Espíritu de su Señor. Es un cuerpo vivo, cuya vitalidad es precisamente fruto del Espíritu divino invisible».

Benedicto XVI

Fiesta de Pentecostés, 31-5-2009

P. Romeo Ballan, MCCJ

 

NUEVA ETAPA EVANGELIZADORA
José Antonio Pagola

Marcos 6,7-13

El papa Francisco nos está llamando a una «nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría de Jesús». ¿En qué puede consistir? ¿Dónde puede estar su novedad? ¿Qué hemos de cambiar? ¿Cuál fue realmente la intención de Jesús al enviar a sus discípulos a prolongar su tarea evangelizadora?

El relato de Marcos deja claro que solo Jesús es la fuente, el inspirador y el modelo de la acción evangelizadora de sus seguidores. No harán nada en nombre propio. Son «enviados» de Jesús. No se predicarán a sí mismos: solo anunciarán su Evangelio. No tendrán otros intereses: solo se dedicarán a abrir caminos al reino de Dios.

La única manera de impulsar una «nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría de Jesús» es purificar e intensificar esta vinculación con Jesús. No habrá nueva evangelización si no hay nuevos evangelizadores, y no habrá nuevos evangelizadores si no hay un contacto más vivo, lúcido y apasionado con Jesús. Sin él haremos todo menos introducir su Espíritu en el mundo.

Al enviarlos, Jesús no deja a sus discípulos abandonados a sus fuerzas. Les da su «poder», que no es un poder para controlar, gobernar o dominar a los demás, sino su fuerza para «expulsar espíritus inmundos», liberando a las personas de lo que las esclaviza, oprime y deshumaniza.

Los discípulos saben muy bien qué les encarga Jesús. Nunca lo han visto gobernando a nadie. Siempre lo han conocido curando heridas, aliviando el sufrimiento, regenerando vidas, liberando de miedos, contagiando confianza en Dios. «Curar» y «liberar» son tareas prioritarias en la actuación de Jesús. Darían un rostro radicalmente diferente a nuestra evangelización.

Jesús los envía con lo necesario para caminar. Según Marcos, solo llevarán bastón, sandalias y una túnica. No necesitan de más para ser testigos de lo esencial. Jesús los quiere ver libres y sin ataduras; siempre disponibles, sin instalarse en el bienestar; confiando en la fuerza del Evangelio.

Sin recuperar este estilo evangélico no hay «nueva etapa evangelizadora». Lo importante no es poner en marcha nuevas actividades y estrategias, sino desprendernos de costumbres, estructuras y servidumbres que nos están impidiendo ser libres para contagiar lo esencial del Evangelio con verdad y sencillez.

En la Iglesia hemos perdido ese estilo itinerante que sugiere Jesús. Su caminar es lento y pesado. No sabemos acompañar a la humanidad. No tenemos agilidad para pasar de una cultura ya pasada a la cultura actual. Nos agarramos al poder que hemos tenido. Nos enredamos en intereses que no coinciden con el reino de Dios. Necesitamos conversión.
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