Ser profeta de Dios, portador del Evangelio de Jesús, ha sido siempre una misión ardua en toda época y latitud. Sin necesidad de buscar laureles de heroísmo, la historia ofrece abundantes pruebas de tales dificultades. Las tres lecturas de este domingo invitan a reflexionar sobre el ‘escándalo del profeta’ y nos presentan su vocación y misión. [...]

El escándalo vencedor del Profeta

Ezequiel 2,2-5; Salmo 122; 2Corintios 12,7-10; Marcos 6,1-6

Reflexiones
“Yo te envío a un pueblo rebelde, que se ha rebelado contra mí… son testarudos y obstinados…” (Ez 2,3-5). Con un lenguaje que hoy no se dudaría en tildar de atrevido y agresivo, el Señor ha enviado al joven Ezequiel (I lectura) como profeta entre los israelitas (VI s. a. C.), deportados y esclavos en Babilonia. El lenguaje duro indica la difícil misión de ser profeta. Era difícil entonces; lo fue para Jesús (Evangelio) y para Pablo (II lectura). Ser profeta de Dios, portador del Evangelio de Jesús, ha sido siempre una misión ardua en toda época y latitud. Sin necesidad de buscar laureles de heroísmo, la historia ofrece abundantes pruebas de tales dificultades. Las tres lecturas de este domingo invitan a reflexionar sobre el ‘escándalo del profeta’ y nos presentan su vocación y misión.

El profeta auténtico no es nunca un auto-candidato, sino un llamado por Dios, que lo envía. A menudo, la llamada de Dios se realiza por etapas, que ayudan a comprender el sentido y el alcance de una vocación. Así le ocurrió a Abraham, a Moisés, al mismo Jesús, a los Doce apóstoles, a Pablo y a muchos otros. Para Ezequiel la llamada se realiza en tres momentos: en primer lugar, la visión del “carro de Iahveh” en medio de un escenario rico de imágenes difíciles de comprender (Ez 1). Sigue la llamada propiamente dicha, expresada en términos directos (I lectura): Dios interviene y entra en el profeta (v. 2), lo pone en pie y este escucha la voz de Dios que lo envía (v. 3.4) a esos “testarudos y obstinados” (v. 4). Pero el profeta - es el tercer momento de la vocación - no debe tener miedo, no debe dejarse impresionar por esas caras rebeldes, que son como cardos, espinas, escorpiones… (v. 6-7). Él se presenta ante ellos fuerte por la Palabra que ha comido: el rollo de la Palabra se vuelve en su boca dulce como la miel. El profeta será aguerrido: no dirá palabras suyas, sino tan solo las que escuchará del Señor y que acogerá en su corazón. De esta manera, él será centinela fiel y valiente para transmitir los mensajes de Dios. Le hagan caso o no le hagan caso (Ez 3).

San Pablo es un modelo de profeta, escogido por el Señor para una misión de primer anuncio del Evangelio a los paganos. Una misión que él cumplió con determinación, generosidad, amplitud de horizontes geográficos y culturales, entre pruebas de todo tipo, como lo explica en los textos que anteceden al pasaje de hoy (II lectura). Fue una misión ardua, vivida al mismo tiempo en humildad y debilidad, con una espina en la carne (v. 7). Rogó con insistencia para verse libre de ese sufrimiento, pero al final comprendió que la gracia del Señor estaba con él (v. 8-9). Es más, Pablo descubre que la misión es más fuerte y más auténtica cuando se realiza en la debilidad: con insultos, privaciones, persecuciones, dificultades sufridas por Cristo (v. 10). Porque de esta manera aparece claramente que misión y vocación son obra de Dios y no simples inventos humanos. La experiencia histórica de los misioneros y de las Iglesias fundadas y sostenidas por ellos son una prueba de esta paradoja, sobre la cual solamente el misterio de Cristo arroja un poco de luz. (*)

Parecería lógico que por lo menos la misión profética del Hijo de Dios en carne humana resultara clara para todos, aceptada sin rechazos ni contestaciones. En cambio, en su misma patria, entre los suyos, Jesús fue incomprendido (Evangelio) y, más tarde, en la ciudad santa de Jerusalén fue eliminado en un complot organizado por sus adversarios religiosos y políticos. En Nazaret la gente, asombrada (v. 2), vacila de un prejuicio al otro, entre varias interpretaciones: se plantean cinco preguntas sobre la identidad de Jesús (v. 2-3), pasando del asombro al escándalo, a la envidia y hasta el rechazo de ese conciudadano, que resulta ser demasiado divino (por sabiduría, prodigios…), pero, al mismo tiempo, demasiado humano (es carpintero, uno de ellos, de una familia conocida…). Extrañado por su falta de fe, Jesús cura solo a algunos enfermos (v. 5).

A pesar de la cerrazón e incomprensión de esos habitantes, Jesús responde con un doble signo: primero, recorre los pueblos de alrededor, se conmueve viendo a la gente, les enseña muchas cosas (v. 6 y 34); y luego llama a los Doce y los envía de dos en dos entre la gente, dándoles también “poder sobre los espíritus inmundos” (v. 7). Los Doce, una vez llegado el tiempo de su misión plena por las rutas del mundo, vivirán las mismas experiencias de su Maestro: tendrán reconocimientos y acogidas, pero, más a menudo, incomprensiones y persecuciones, sospechas y desprecio, junto con enfermedades y defectos personales.

Son estas las vicisitudes comunes a todo misionero, llamado a seguir los pasos de Jesús, el cual lo había predicho: “Si me han perseguido a mí, los perseguirán también a ustedes; si han observado mi palabra…” (Jn 15,20). Y siempre con la certeza de Pablo: la fuerza de Cristo y de su plan de salvación “se realiza en la debilidad” (2Cor 12,9). A través de la fragilidad de los instrumentos humanos, aparece más claramente que la fuerza de la misión viene de Dios. Este es el escándalo del profeta; es el escándalo vencedor de la cruz.

Palabra del Papa

(*) «La misión recorre este mismo camino (de Cristo) y tiene su punto de llegada a los pies de la cruz. Al misionero se le pide «renunciar a sí mismo y a todo lo que tuvo hasta entonces y a hacerse todo para todos»: en la pobreza que lo deja libre para el Evangelio; en el desapego de personas y bienes del propio ambiente, para hacerse así hermano de aquellos a quienes es enviado y llevarles a Cristo Salvador».
San Juan Pablo II
Encíclica Redemptoris Missio (1990) n. 88

P. Romeo Ballan, MCCJ

Dios anda entre los pucheros:
Jesús carpintero, hijo, hermano, vecino

Comentario a Mc 6, 1-6

Marcos nos muestra a Jesús como un maestro peregrino, que, después de recorrer aldeas y pequeñas ciudades de Galilea, en las cercanías del Lago de Galilea, vuelve al pueblo donde creció, Nazaret, y donde, al parecer, en vez de acogerlo, como hicieron tantos vecinos de los alrededores, lo rechazaron. Marcos lo explica con la famosa frase de Jesús: “Ningún profeta es aceptado en su propio pueblo y en su propia casa” y concluye diciendo que Jesús se maravillaba de su incredulidad.
La experiencia de Jesús –ser rechazado por los suyos– es una experiencia bastante común, que a mi modo de ver refleja dos errores que todos cometemos con frecuencia:

1) Imaginarnos a Dios como alguien lejano de la vida cotidiana

Ha pasado en todas las etapas de la historia y en todas las religiones: Muchos piensan que a Dios hay que buscarlo en lo extraordinario: un lugar maravilloso, una gran catedral, un santuario muy especial, un personaje con cualidades extraordinarias, más allá de las nubes… Como si Dios no tuviera nada que ver con lo que somos y vivimos e nuestra cotidianidad. Sin embargo Jesús muestra todo lo contrario: que Dios se hace uno de nosotros (Emanuel): nace como emigrante, trabaja como carpintero, va los sábados a la sinagoga, suda, bebe, come, hace amigos… Y en y todo eso se manifiesta como el Hijo amado del Padre.

La mejor manera que encuentro para explicar esta experiencia de Dios que hicieron los primeros discípulos de Jesús –y los que ahora siguen como discípulos- es la famosa frase de Santa Teresa de Ávila: “Dios también anda entre los pucheros”. Lo dicho: No busquemos a Dios en lo extraordinario, sino en lo ordinario de cada día: en el trabajo, en las relaciones familiares, en las amistades, en la lucha sincera por los derechos de los pobres, en el esfuerzo por la justicia y la honestidad, también en la oración sencilla y sincera (sin aspavientos ni pretensiones retóricas)… “entre los pucheros”.

2) Volvernos escépticos y duros de corazón, con los que viven con nosotros

Dice un viejo dicho que no hay persona menos respetuosa en un templo que el sacristán: acostumbrado a moverse en un lugar sagrado, termina por perder el respeto… Nos puede pasar a nosotros con las personas que viven cerca de nosotros: miembros de nuestra familia o de nuestra comunidad, compañeros de trabajo, los catequistas o el párroco de mi parroquia… Viviendo cerca de estas personas, corremos el riesgo de ver sólo sus límites y defectos, ignorando quizá el mucho bien que hacen. Lejos de aprovecharnos de su cercanía para amarlos y aprender de ellos, terminamos por enredarnos en una visión hipercrítica y dura que nos imposibilita para descubrir el mensaje que Dios nos quiere transmitir a través de ellos, a pesar de sus límites y defectos… Dios no se nos presentará con el disfraz de una persona perfecta, sino con la realidad de las personas concretas que nos rodean.

Al escuchar el evangelio de hoy, pido al Señor para mí y para todos esta humildad que nos hace capaces de reconocer a Jesús en el humilde profeta de Nazaret y en tantas personas que hoy viven conmigo y me ayudan a descubrir la presencia divina en medio de la realidad que estoy viviendo, con sus oportunidades y problemas, con sus aciertos y fracasos.

Señor, no permitas que me vuelva arrogante o cínico como los habitantes de Nazaret. Que mi corazón esté siempre abierto a reconocer tu humilde presencia a mi alrededor, a pesar de mis propios límites y los de los demás.
P. Antonio Villarino, MCCJ

RECHAZADO ENTRE LOS SUYOS
Marcos 6, 1-6
José Antonio Pagola

Jesús no es un sacerdote del Templo, ocupado en cuidar y promover la religión. Tampoco lo confunde nadie con un maestro de la Ley, dedicado a defender la Torá de Moisés. Los campesinos de Galilea ven en sus gestos curadores y en sus palabras de fuego la actuación de un profeta movido por el Espíritu de Dios.

Jesús sabe que le espera una vida difícil y conflictiva. Los dirigentes religiosos se le enfrentarán. Es el destino de todo profeta. No sospecha todavía que será rechazado precisamente entre los suyos, los que mejor lo conocen desde niño.

Al parecer, el rechazo de Jesús en su pueblo de Nazaret era muy comentado entre los primeros cristianos. Tres evangelistas recogen el episodio con todo detalle. Según Marcos, Jesús llega a Nazaret acompañado de discípulos y con fama de profeta curador. Sus vecinos no saben qué pensar.

Al llegar el sábado, Jesús entra en la pequeña sinagoga del pueblo y «empieza a enseñar». Sus vecinos y familiares apenas le escuchan. Entre ellos nacen toda clase de preguntas. Conocen a Jesús desde niño: es un vecino más. ¿Dónde ha aprendido ese mensaje sorprendente del reino de Dios? ¿De quién ha recibido esa fuerza para curar? Marcos dice que Jesús «los tenía desconcertados». ¿Por qué?

Aquellos campesinos creen que lo saben todo de Jesús. Se han hecho una idea de él desde niño. En lugar de acogerlo tal como se presenta ante ellos quedan bloqueados por la imagen que tienen de él. Esa imagen les impide abrirse al misterio que se encierra en Jesús. Se resisten a descubrir en él la cercanía salvadora de Dios.

Pero hay algo más. Acogerlo como profeta significa estar dispuestos a escuchar el mensaje que les dirige en nombre de Dios. Y esto puede traerles problemas. Ellos tienen su sinagoga, sus libros sagrados y sus tradiciones. Viven con paz su religión. La presencia profética de Jesús puede romper la tranquilidad de la aldea.

Los cristianos tenemos imágenes bastante diferentes de Jesús. No todas coinciden con la que tenían los que lo conocieron de cerca y lo siguieron. Cada uno nos hacemos nuestra idea de él. Esta imagen condiciona nuestra forma de vivir la fe. Si nuestra imagen de Jesús es pobre, parcial o distorsionada, nuestra fe será pobre, parcial o distorsionada.

¿Por qué nos esforzamos tan poco en conocer a Jesús?
¿Por qué nos escandaliza recordar sus rasgos humanos?
¿Por qué nos resistimos a confesar que Dios se ha encarnado en un profeta?

¿Intuimos tal vez que su vida profética nos obligaría a transformar profundamente nuestras comunidades y nuestra vida?
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