Si el domingo pasado Jesús usaba una imagen “ganadera” para construir la alegoría del Buen Pastor, ligada a la cultura de un pueblo de pastores, hoy la imagen escogida es la de la vid, ligada a un pueblo de campesinos. La vid es una planta mediterránea, que se está extendiendo cada vez más por otros geografías.( ...)

La vid, los sarmientos y la poda

Comentario a Jn 15, 1-8

Si el domingo pasado Jesús usaba una imagen “ganadera” para construir la alegoría del Buen Pastor, ligada a la cultura de un pueblo de pastores, hoy la imagen escogida es la de la vid, ligada a un pueblo de campesinos. La vid es una planta mediterránea, que se está extendiendo cada vez más por otros geografías. En nuestro tiempo, casi todos han probado ya el fruto de la vid, el vino, aunque quizá no conozcan directamente la planta de la que procede. En todo caso, pienso que no es difícil para ninguno de nosotros entender esta metáfora, que transmite una enseñanza muy importante para nuestra vida de discípulos y discípulas misioneras.

Para que haya uvas y vino (fruto), además de una tierra adecuada, hacen falta tres elementos esenciales:

1. La vid, es decir, la planta, que transforma los elementos químicos en vida

Jesús se compara en esta alegoría con la vid, que es plantada en la tierra, alimentada y podada por el Padre, para que dé sabrosas uvas. Jesucristo, con las raíces de su persona cultivadas por Amor del Padre, nos transmite a su vez Vida-Amor, para que todos nosotros tengamos vida en abundancia y demos mucho fruto. Algunos parecen afirmar hoy que la vida puede crecer y desarrollarse “autónomamente”, como si la vid pudiese crecer sin tierra y dar fruto sin un “cultivador”. Los discípulos y discípulas de Jesús, por nuestra parte, hemos comprendido que sin la “Vid” Jesucristo y sin el cultivo amoroso del Padre, nosotros no damos fruto, nos volvemos estériles.

Algunos, incluso cristianos de nombre, también parecen confundir la Iglesia con una asociación política, una organización humanitaria o hasta una especie de club filosófico. Pero la Iglesia es, en primer lugar y sobre todo, la comunidad de aquellos y aquellas cuya  vida está ligada a Dios por medio de Jesucristo. La Iglesia es y hace ciertamente muchas cosas; dirige miles de hospitales, escuelas y otras muchas actividades con importantes efectos sociales, económicos y hasta políticos. Pero, no confundamos las cosas, la Iglesia es, en primer lugar, un espacio de fe y relación con el Padre a través de Jesucristo. Si desaparece esa fe, desaparece la Iglesia.

2. Los sarmientos o ramas, que, naciendo de la planta, dan fruto

Jesús dice que nosotros somos esos “sarmientos”, las ramas del árbol o, como dice San Pablo, miembros de su cuerpo. Para que estos sarmientos transmitan la vida que vine de la Tierra a través de la planta, es fundamental evitar dos errores igualmente peligrosos:

* Romperse, separarse de la planta: Recuerdo cuando con mi padre caminábamos entre los viñedos: ¡Cuánto cuidado teníamos en no “desgajar” los sarmientos!; si eso sucedía, sabíamos que habíamos perdido el fruto con su promesa de vino. Así sucede con nosotros cuando, por accidente o por orgullo, nos separamos de Jesucristo, pensando que somos capaces de hacer grandes cosas por nosotros solos. Si caemos en esa tentación, es el final de nuestra capacidad de dar frutos de fe, esperanza y amor.  Es fundamental permanecer unidos a Jesucristo por el afecto, por el estudio de su palabra, por la obediencia a sus mandatos, por la comunión con los otros discípulos, por la apertura a su Espíritu.

* Olvidar la poda: Los agricultores saben muy bien que una viña no podada es una viña que se vuelve pronto vieja y estéril. Yo mismo recuerdo una viña que teníamos en una de nuestras comunidades; por años fue dejada sin podar y, aparte de no dar fruto, se estaba muriendo; cuando decidimos darle una poda a fondo, la viña inmediatamente comenzó a renovarse y a dar fruto. El significado de esta comparación es muy claro, aunque a veces nos cueste aceptarlo en la realidad concreta de nuestro camino humano: Una vida que “se abandona”, que “no se poda”, que no se deja corregir por los acontecimientos mediante los cuales Dios nos guía, se vuelve caótica, selvática y estéril, mientras que una vida constantemente “cultivada” da mucho fruto para sí misma y para el mundo. Todos conocemos el caso de los atletas y los que se dedican a la danza, la música… o cualquier otra actividad: Sin disciplina, no progresan. Pues lo mismo sucede con nuestro discipulado misionero. Se construye desde la fe gratuita, pero también desde la poda continua, que el Padre hace en nosotros por medio de tantas dificultades, enfermedades, contrariedades, estudio, fidelidad humilde, etc.

3. El fruto:  la uva, de la que sale el vino “que alegra el corazón del hombre” y es capaz de transformar una comida triste en un banquete de fiesta, como en Caná

Todos queremos dar fruto, conducir vidas que sean creativas y fructíferas. Pero hay que recordar que el fruto no es algo artificial que se coloca superficialmente en las ramas de los árboles; el fruto no viene del exterior, sino del interior. Sólo la vida interior de la planta asegura que llegue el fruto. De la misma manera, un discípulo/discípula sólo dará fruto si tiene vida interior, relación profunda con Jesucristo y si se deja podar oportunamente. Si hace así, dará abundantes frutos, como dice, San Pablo; frutos de bondad y generosidad, de alegría y de paz, de humildad y de servicio… frutos de una vida nueva, que encuentra su raíz en Jesucristo y se sostiene con el cultivo permanente del Padre.
P. Antonio Villarino, MCCJ

“Ustedes son los sarmientos”:
podados y fecundos para la Misión

Hechos 9,26-31; Salmo 21; 1Juan 3,18-24; Juan 15,1-8

Reflexiones
Jesús en el Evangelio se identifica con la vid: “Yo soy la vid verdadera” (v. 1). La afirmación de hoy va unida a la serie de definiciones que Jesús da de sí mismo, y que encontramos en el Evangelio de Juan: “Yo soy el Pan vivo” (Jn 6); Yo soy el agua fresca (cfr. Jn 4); “Yo soy la luz del mundo” (Jn 9); Yo soy la puerta, el Buen Pastor” (Jn 10); “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11); “Yo soy el camino, la verdad, la vida” (Jn 14)… Y hoy: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos” (v. 5). Estas afirmaciones nos recuerdan la auto-definición del Dios del Éxodo: “Yo-Soy me ha enviado a Ustedes” (Éx 3,14). Se ve claramente que las revelaciones de la identidad de Dios, y de Jesús, son en sí mismas un Evangelio, una buena noticia, y contienen una misión, un mandato que llevar a otros. Después de la última cena con los discípulos, en un contexto de despedida, ya de por sí cargado de significado y emociones, se inscribe el pasaje evangélico de hoy sobre ‘la vid y los sarmientos’, en el cual Jesús hace propia la rica temática bíblica de la vid, que fue objeto de cánticos en los profetas (Isaías, Jeremías, Ezequiel) y en los salmos (80). Él es la vid verdadera del nuevo Israel, que no decepcionará las esperanzas divinas, porque dará mucho fruto.

En el pasaje de la vid y los sarmientos hay una revelación trinitaria: el Padre es el viñador, el Hijo es la vid, el Espíritu Santo es la savia vital y amorosa en el seno de la Trinidad y en el corazón de los discípulos, que son los sarmientos. Jesús explica: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos” (v. 5). ¡En cada uno de nosotros hay la misma savia de Cristo, la misma vida! ¡Cristo en mí! ¡Yo en Cristo! Juntos para dar mucho fruto y ser sus discípulos! (v. 8). La condición indispensable para dar fruto es la unión del sarmiento a la cepa. Jesús nos invita a una verdadera simbiosis, es decir, vivir juntos: “porque fuera de mí nada pueden hacer” (v. 5). A este respecto, la experiencia de la vida agrícola no admite alternativas ni excepciones. De ahí la insistencia de Jesús: “Permanezcan en mí y yo en ustedes” (v. 4).

En el breve pasaje de hoy se emplea hasta siete veces el verbo “permanecer”. No es suficiente cualquier presencia, de paso, como un vuelo de pájaro de un árbol a otro, o una mariposa de una a otra flor; ‘permanecer’ indica estabilidad, morada fija, residencia. Es decir, amistad, comunión, empatía, oración. El Papa Francisco nos invita a invocar al Espíritu Santo y estar “bien apoyados en la oración, sin la cual... el anuncio finalmente carece de alma”. (*) Una amistad que se fortalece con la “podadura”, que se ha de asumir como paso necesario de purificación y de fecundidad, “para que dé más fruto” (v. 2). Nos lo asegura también Job, un experto en podaduras: ¡feliz el hombre a quien Dios corrige! Él llaga y luego cura con su mano (cfr. Job 5,17-18).

La invitación a fiarse siempre de Dios - incluso en los meandros del dolor - nos llega también de san Juan (II lectura), porque “Dios es más grande que nuestro corazón y lo conoce todo” (v. 20). Él nos dona el Espíritu Santo (v. 24), para que nos ayude a no amar de palabra, “sino de verdad y con obras” (v. 18). Un testimonio de tan gran amor nos lo ofrece la historia de Saulo-Pablo (I lectura): tras haber perseguido a los cristianos, descubre en ellos la presencia del Señor que cambió su vida. En el camino de Damasco no nació solo un cristiano, sino el apóstol, el gran misionero, que - gracias a la mediación de Bernabé que lo presentó a los apóstoles - predicaba en Damasco y en Jerusalén con valentía, abiertamente, en el nombre del Señor Jesús (v. 27-28).

Hay que subrayar con fuerza el papel de Bernabé como amigo, acompañante, consejero y socio de Pablo en la misión. El miedo y las sospechas hacia Pablo eran grandes, no solamente porque había sido un perseguidor, sino más bien porque «Pablo manifestaba una fuerza y una amplitud de miras que sorprendió y atemorizó a cristianos que ya habían hecho sus vidas sin el soplo misionero que traía el neo-convertido. Este predicaba con valentía y no temía enfrascarse en discusiones con judíos de origen griego. Su mensaje y su vehemencia le proporcionaban dificultades, pero Pablo tomada en serio lo que tanto nos cuesta: amar al prójimo en su situación concreta» (Gustavo Gutiérrez).

En lugar de refugiarse en proyectos personales, Pablo, podado y fecundado con el sufrimiento, afronta incomprensiones y divergencias, acepta confrontarse con los demás apóstoles, no se aísla; por el contrario, busca y mantiene la comunión con el grupo. Es un ejemplo para aquellos que, hoy también, se entregan con pasión a la causa misionera del Evangelio y encuentran dificultades y discrepancias en la misma comunidad eclesial. La tentación de abandonar parecería la cosa más fácil. Pablo, por el contrario, luchó y resistió. Renovó a la Iglesia desde dentro. Buscando siempre la comunión. ¡Con amor!

Palabra del Papa

(*) «El Espíritu Santo infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente. Invoquémoslo hoy, bien apoyados en la oración, sin la cual toda acción corre el riesgo de quedarse vacía y el anuncio finalmente carece de alma. Jesús quiere evangelizadores que anuncien la Buena Noticia no solo con palabras, sino sobre todo con una vida que se ha transfigurado en la presencia de Dios».
Papa Francisco
Exhortación apostólica Evangelii Gaudium (2013) n. 259

P. Romeo Ballan, MCCJ

NO SEPARARNOS DE JESÚS

La imagen es sencilla y de gran fuerza expresiva. Jesús es la «vid verdadera», llena de vida; los discípulos son «sarmientos» que viven de la savia que les llega de Jesús; el Padre es el «viñador» que cuida personalmente la viña para que dé fruto abundante. Lo único importante es que se vaya haciendo realidad su proyecto de un mundo más humano y feliz para todos.

La imagen pone de relieve dónde está el problema. Hay sarmientos secos por los que no circula la savia de Jesús. Discípulos que no dan fruto porque no corre por sus venas el Espíritu del Resucitado. Comunidades cristianas que languidecen desconectadas de su persona.

Por eso se hace una afirmación cargada de intensidad: «El sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid»: la vida de los discípulos es estéril «si no permanecen» en Jesús. Sus palabras son categóricas: «Sin mí no podéis hacer nada». ¿No se nos está desvelando aquí la verdadera raíz de la crisis de nuestro cristianismo, el factor interno que resquebraja sus cimientos como ningún otro?

La forma en que viven su religión muchos cristianos, sin una unión vital con Jesucristo, no subsistirá por mucho tiempo: quedará reducida a folklore anacrónico que no aportará a nadie la Buena Noticia del evangelio. La Iglesia no podrá llevar a cabo su misión en el mundo contemporáneo si los que nos decimos «cristianos» no nos convertimos en discípulos de Jesús, animados por su espíritu y su pasión por un mundo más humano.

Ser cristiano exige hoy una experiencia vital de Jesucristo, un conocimiento interior de su persona y una pasión por su proyecto que no se requerían para ser practicante dentro de una sociedad de cristiandad. Si no aprendemos a vivir de un contacto más inmediato y apasionado con Jesús, la decadencia de nuestro cristianismo se puede convertir en una enfermedad mortal.

Los cristianos vivimos hoy preocupados y distraídos por muchas cuestiones. No puede ser de otra manera. Pero no hemos de olvidar lo esencial. Todos somos «sarmientos». Solo Jesús es «la verdadera vid». Lo decisivo en estos momentos es «permanecer en él»: aplicar toda nuestra atención al evangelio; alimentar en nuestros grupos, redes, comunidades y parroquias el contacto vivo con él; no apartarnos de su proyecto.
José Antonio Pagola