Las tres lecturas de este domingo son una respuesta de Dios al dolor humano. La incontestable dureza de la vida humana - que presenta la historia de Job - encuentra momentos de alivio y de esperanza solo en la fe en Dios, el cual es siempre Padre de la vida. En el Evangelio de hoy, Jesús muestra con gestos concretos cuál es la respuesta de Dios ante el dolor humano: una respuesta de cercanía, solidaridad, compartir, misión. Lo vemos en los cuatro momentos de esta jornada de Jesús.
La casa-comunidad, “hospital de campaña”
Comentario a
Mc 1, 29-39
Continuamos, en el V Domingo del Tiempo ordinario, con la lectura del primer capítulo de Marcos, que nos narra una jornada de Jesús en Cafarnaum. El domingo pasado nos quedábamos en la primera parte, contemplando a Jesús en la sinagoga, enfrentado al espíritu “impuro”. Hoy le vemos fuera de la sinagoga. Para mi comentario, me fijo en cuatro palabras calve:
La casa
Jesús deja la sinagoga y entra en la casa de Simón Pedro, en compañía de Andrés, Santiago y Juan, además, naturalmente de Simón, cuya casa se convierte por algún tiempo en centro de operaciones de aquella primera comunidad de discípulos misioneros. En los evangelios, se habla frecuentemente de esta experiencia de Jesús entrando en las casas de la gente, especialmente en casas de personas reconocidas como “pecadores públicos”: Leví, Zaqueo, Simón el fariseo… Sus comidas en las casas son un signo de fraternidad y fiesta, de perdón y vida nueva. También las primeras comunidades cristianas se reunían en las casas de algunos discípulos o, mejor, discípulas. Eso le daba a la Iglesia un estilo de familia y fraternidad, de vida cercana a los gozos y sufrimientos de las personas.
También hoy, conozco a tantas familias que acogen al Señor en sus casas de mil maneras, que hacen de sus viviendas un lugar de encuentro para los que creen en Jesús y para cualquier persona en necesidad de ayuda. Ellos son verdaderos discípulos de Jesús. Con ellos sueño una Iglesia laical, “casera”, pegada a la vida concreta de las personas; una Iglesia hecha de pequeñas células de amigos y amigas, que se visitan, se ayudan mutuamente, se protegen en los momentos de debilidad y se sirven unos a otros, como hacía la suegra de Simón.
La casa convertida en “hospital de campaña”
Con la presencia de Jesús, la casa de Simón y de su suegra se convierte en un lugar que irradia salud, dignidad (la suegra “se pone en pie”) y servicio a la vida. En la casa de Simón, como en la sinagoga, Jesús se muestra como la revelación de la bondad del Padre para sus hijos necesitados, como una expresión de amor gratuito, que sana, dignifica, perdona, reconcilia, anima e invita a servir.
Eso es lo que el papa Francisco, con su lenguaje concreto y eficaz, ha definido como “hospital de campaña”, una Iglesia servidora en medio de las muchas violencias de este mundo, que produce tantos heridos física, económica y moralmente. Afortunadamente, muchos hemos podido experimentar la realidad de esta Iglesia-Hospital: ¡Cuantos centros de salud promueve la Iglesia en los lugares más apartados del planeta! ¡Cuántas escuelas para niños pobres! ¡Cuántos ancianos acompañados en su vejez y escuchados con paciencia! ¡Cuántos personas que encuentran una palabra de consuelo, de perdón y de ánimo! Pienso que, en alguna medida, podemos estar sanamente orgullosos de una Iglesia que en el mudo es una instancia de los más variados servicios al ser humano herido en las mil batallas de la vida.
Pero, junto a un cierto “orgullo”, siento también un fuerte llamado a la conversión: a buscar que la Iglesia a la que yo pertenezco (comunidad, parroquia, movimiento), no sea un castillo encerrado, sino una casa convertida en “hospital de campaña”.
Atardecer y Amanecer: Trabajo y oración, palabra y silencio
Al amanecer, Jesús se va a un lugar solitario, evidentemente a encontrarse en la intimidad con la Fuente de su vida interior, a restablecer los lazos afectivos con el Padre (después de las luchas de cada jornada), a discernir y renovar el sentido de todo lo que está haciendo, por qué y para qué, evitando así perderse en la vorágine de un activismo alocado.
Alguien ha dicho que el futuro será de los contemplativos, no de los que alocadamente corren de un lugar para otros, multiplicando palabras vacías y corazones resecos. Pienso que invertir en oración, con una fiel y perseverante disciplina, es una de las mejores inversiones para nosotros y para la comunidad. Si esa oración, somos como hojas que se lleva el viento de un lado para otro, sin ton ni son.
Buscar nuevas fronteras
En la lectura de hoy, los discípulos, como las masas de beneficiados, quieren retener a Jesús, atraparlo en las redes de un afecto interesado. “¡Qué bien estamos aquí! ¡Hagamos tres tiendas y gocémonos en la belleza de nuestro encuentro!”, parecen decir. Pero Jesús no se deja atrapar, se mantiene libre, para extender el anuncio del Reino a otros lugares, sin confundir la misión con la propia satisfacción personal o con el aplauso de los incondicionales.…
El éxito es siempre una posible trampa, que nos hace acomodar con lo ya adquirido: tanto para las personas como para las comunidades o las parroquias. Pienso en tantas parroquias en las que están contentos porque la iglesia se llena en las cinco misas. Pero la parroquia tiene en su entorno 30 mil o más habitantes, y las cinco misas llenas no llegan a los 2.000. ¿Dónde están los otros?
Pienso que la pasión misionera de Jesús nos debe empujar a ir siempre más allá, a romper nuevas fronteras, a abrirnos a personas, grupos y pueblos nuevos, a no contentarnos con lo ya adquirido sino buscar nuevos horizontes, tanto en la vida personal como en la comunitaria.
P. Antonio Villarino, MCCJ
Anuncio del Evangelio: respuesta al dolor humano
Job 7,1-4.6-7; Salmo 146; 1Corintios 9,16-19.22-23; Marcos 1,29-39
Reflexiones
La vida en la tierra es “un duro servicio”, afirma Job (I lectura). El personaje y el libro pertenecen, desde siempre, a la literatura mundial. La historia de Job, en efecto, constituye un desafío permanente para todos, porque induce necesariamente a reflexionar sobre el problema del dolor y del mal en el mundo; sobre la relación entre mal físico y mal moral; sobre la fe en Dios y su aparente lejanía y hasta su impotencia frente al mal, en especial frente al sufrimiento de las personas inocentes. La vida humana sobre la tierra es para Job un duro trabajo de esclavos (v. 1-2), entre “ilusiones y noches de dolor” (v. 3), sin esperanza, porque “mi vida no es más que un soplo” (v. 7).
Las tres lecturas de este domingo son una respuesta de Dios al dolor humano. La incontestable dureza de la vida humana - que presenta la historia de Job - encuentra momentos de alivio y de esperanza solo en la fe en Dios, el cual es siempre Padre de la vida. En el Evangelio de hoy, Jesús muestra con gestos concretos cuál es la respuesta de Dios ante el dolor humano: una respuesta de cercanía, solidaridad, compartir, misión. Lo vemos en los cuatro momentos de esta jornada de Jesús.
1. Jesús sana a la suegra de Pedro. Hay varios detalles en la escena: los discípulos hablan a Jesús de ella, le suplican; Él se le acerca, se hace próximo, la toma de la mano, la levanta (Marcos usa el verbo griego ‘egeiro’, propio de la resurrección), la sana en el cuerpo y en el espíritu, y “ella se puso a servirles” (v. 31). La salud se recupera con vistas al servicio. Toda la escena desemboca en el servicio a los demás, porque el servicio da sentido y es la expresión más alta de la vida.
2. Jesús cura “a muchos aquejados de diversas enfermedades”, expulsa demonios, etc., pero no quiere publicidad (v. 34). Estas escenas, que se repiten a menudo en los Evangelios, nos invitan a reflexionar cómo Dios reacciona ante el dolor: escucha a la gente que sufre, se hace cercano, sufre, se conmueve, llora, interviene, resuelve algunos casos... Pero no elimina todo el mal del mundo; es más, el mismo Jesús será víctima inocente del mal. ¿Por qué? ¿Por qué existe el mal en el mundo? Mientras estamos en la tierra, las respuestas, incluso las de la fe, son tan solo parciales. No nos queda sino mirar al Crucificado, confiar en Dios Padre. ¡Él sabe por qué! Ha sido este también el fuerte testimonio del Papa Francisco ante los que sufrieron por el tifón que en 2013 causó miles de víctimas y destruyó enteros territorios en Filipinas. (*)
3. Al final de una intensa jornada, Jesús se toma unas pocas horas de descanso, se levanta temprano, se va a un lugar solitario y allí hace oración (v. 35). El sábado por la mañana Jesús ya había rezado en la sinagoga (v. 29) con la comunidad; ahora reza solo. Siente fuertemente la necesidad de hablar con su Padre, entender su plan para serle fiel. ¡Por amor! En la oración, Jesús, el misionero del Padre, comprende cada vez mejor cuál es su misión y cómo cumplirla.
4. Todos buscan a Jesús, quieren acapararlo. Jesús no cede ante estas solicitudes interesadas y responde poniendo en evidencia la amplitud universal de su misión: “Vamos a otra parte... para que también allí pueda yo predicar” (v. 38). La misión de Jesús - y, por tanto, la de la Iglesia - consiste siempre en salir, ir más allá, avanzar, superar fronteras, sin ceder a las peticiones de unos pocos, sin instalarse en los logros adquiridos, ni conformarse con algunos resultados. Porque la misión tiene como campo específico el mundo entero. En el Evangelio de hoy se repiten varias veces los adjetivos: todos, muchos... Es verdad que el dolor tiene el marchamo de la universalidad, pero aún más cierta y universal es la salvación de Dios para todos.
El apóstol Pablo (II lectura) lo entendió muy bien e hizo del anuncio del Evangelio a los paganos la razón de su vida. Lo sentía como un deber urgente: “¡Ay de mí si no anunciare el Evangelio!” (v. 16). Él predica en la más completa gratuidad, se hace “siervo de todos”, “todo a todos” (v. 19.22), tiene como única pasión el anuncio del Evangelio (v. 23). Recordando el hecho de la conversión de Pablo (que se ha celebrado recientemente), se constata que en el camino de Damasco no ha nacido solamente el cristiano Pablo, sino también Pablo misionero, el mayor apóstol de los pueblos no cristianos.
Muchos siglos después, el testimonio de Pablo nos alcanza y nos sustenta: el Bautismo hace de cada cristiano un misionero. ¡Por toda la vida! Cada uno según su condición, se convierte en hombre/mujer de la caridad, de la misión. El anuncio del Evangelio a los pueblos es un servicio de caridad exquisita; es la respuesta más completa al dolor y a las necesidades del hombre. Es el mejor servicio integral, que, como cristianos, podemos ofrecer al mundo.
Palabra del Papa
(*) «Estoy aquí para decirles que Jesús es el Señor, que Jesús no defrauda... Lo miro ahí clavado y desde ahí no nos defrauda... Ahí pasó por todas las calamidades que nosotros tenemos... Por eso, Él es capaz de entendernos..., es capaz de llorar con nosotros, es capaz de acompañarnos en los momentos más difíciles de la vida. Tantos de ustedes han perdido todo, incluso parte de la familia. Yo no sé qué decirles. Él sí sabe qué decirles... Solamente guardo silencio, los acompaño con mi corazón en silencio… Yo no tengo otras palabras que decirles. Miremos a Cristo: Él es el Señor, y Él nos comprende... Y junto a Él en la cruz estaba la Madre... Miremos al Señor... Y miremos a nuestra Madre».
Papa Francisco
Homilía en Tacloban, Filipinas, 17-1-2015
P. Romeo Ballan, MCCJ
A LA PUERTA DE NUESTRA CASA
Marcos 1,29-39
José Antonio Pagola
En la sinagoga de Cafarnaún, Jesús ha liberado por la mañana a un hombre poseído por un espíritu maligno. Ahora se nos dice que sale de la «sinagoga» y marcha a la «casa» de Simón y Andrés. La indicación es importante, pues en el evangelio de Marcos lo que sucede en esa casa encierra siempre alguna enseñanza para las comunidades cristianas.
Jesús pasa de la sinagoga, lugar oficial de la religión judía, a la casa, lugar donde se vive la vida cotidiana junto a los seres más queridos. En esa casa se va a ir gestando la nueva familia de Jesús. En las comunidades cristianas hemos de saber que no son un lugar religioso donde se vive de la Ley, sino un hogar donde se aprende a vivir de manera nueva en torno a Jesús.
Al entrar en la casa, los discípulos le hablan de la suegra de Simón. No puede salir a acogerlos, pues está postrada en cama con fiebre. Jesús no necesita de más. De nuevo va a romper el sábado por segunda vez el mismo día. Para él, lo importante es la vida sana de las personas, no las observancias religiosas. El relato describe con todo detalle los gestos de Jesús con la mujer enferma.
«Se acercó». Es lo primero que hace siempre: acercarse a los que sufren, mirar de cerca su rostro y compartir su sufrimiento. Luego «la cogió de la mano»: toca a la enferma, no teme las reglas de pureza que lo prohíben; quiere que la mujer sienta su fuerza curadora. Por fin «la levantó», la puso de pie, le devolvió la dignidad.
Así está siempre Jesús en medio de los suyos: como una mano tendida que nos levanta, como un amigo cercano que nos infunde vida. Jesús solo sabe de servir, no de ser servido. Por eso la mujer curada por él se pone a «servir» a todos. Lo ha aprendido de Jesús. Sus seguidores hemos de vivir acogiéndonos y cuidándonos unos a otros.
Pero sería un error pensar que la comunidad cristiana es una familia que piensa solo en sus propios miembros y vive de espaldas al sufrimiento de los demás. El relato dice que ese mismo día, «al ponerse el sol», cuando ha terminado el sábado, le llevan a Jesús toda clase de enfermos y poseídos por algún mal.
Los seguidores de Jesús hemos de grabar bien esta escena. Al llegar la oscuridad de la noche, la población entera, con sus enfermos, «se agolpa a la puerta». Los ojos y las esperanzas de los que sufren buscan la puerta de esa casa donde está Jesús. La Iglesia solo atrae de verdad cuando la gente que sufre puede descubrir dentro de ella a Jesús curando la vida y aliviando el sufrimiento. A la puerta de nuestras comunidades hay mucha gente sufriendo. No lo olvidemos.
José Antonio Pagola