Una vez terminado el discurso en parábolas sobre el Reino de Dios, el evangelio de Mateo ofrece una sección que podríamos titular «Del escándalo a la fe» (13,53-16,20). El escándalo se da en Nazaret, donde sus paisanos lo rechazan; la fe, en la confesión de Pedro en Cesarea de Felipe. En conjunto se trata de nueve episodios, de los que la liturgia ha elegido cuatro para los próximos domingos: la multiplicación de los panes (domingo 18); la tempestad calmada (domingo 19); la curación de la hija de la mujer sirofenicia (domingo 20); la confesión de Pedro (domingo 21).

Pan para el camino

Mt 14, 13-21  

La multiplicación de los panes es descrita por todos los evangelistas. Lo que es un indicio de su importancia en la vida cristiana. Para entender bien este relato hay que tener en cuenta toda la historia del Pueblo de Israel. Si recordamos bien, el pueblo, en una gesta heroica y milagrosa, se liberó de la esclavitud, pero después tuvo que recorrer un largo camino por el desierto, padeciendo hambre y sed, con el riesgo de morir en la miseria y la derrota. En ese momento duro de su historia, el pueblo volvió a experimentar la cercanía de Dios cuando, en contra de todas las evidencias, encontró el alimento que le permitió, no sólo seguir viviendo, sino también seguir avanzando hacia la tierra prometida.

Más tarde, cuando ya habían consolidado una historia de libertad, los judíos comprendieron que para ser pueblo libre, justo y feliz, no les bastaba el pan ordinario. Necesitaban otro tipo de “pan”, otro alimento que les ayudase a caminar en justicia, verdad, respeto mutuo y sabiduría. Y Dios le dio a Moisés la Ley, la Palabra que alimentaba el camino espiritual del pueblo.

Desde entonces los hebreos alababan a Dios, no sólo por el alimento material, que les permitió sobrevivir en el desierto, sino también por el pan espiritual, que les permitió tener sabiduría para crecer en medio de las dificultades, dudas, tentaciones y falsas sabidurías.

Sobre este trasfondo se entiende el “signo” de hoy. Jesús es quien nos da el Pan de Dios, la sabiduría que nos permite caminar en comunidad, en medio del desierto y de la soledad de la vida. Cuando ” comemos” el cuerpo de Cristo, comemos su Palabra sabia, nos identificamos con su amor al Padre y a los hermanos. Con él ya no arriesgamos morir en el desierto de la dificultad o el pecado. Con él nos unimos a la comunidad para festejar la vida, sentados para participar del banquete del amor y de la fraternidad. Sin Jesús nos amenaza el ” hambre”, la falta de sabiduría, el desconcierto. Con Jesús estamos seguros de no desfallecer de hambre espiritual, de sabernos siempre amados por quién os ha creado y nos espera al final del camino.

Participar en la Eucaristía es alimentarse para seguir adelante en el camino de la vida.
P. Antonio Villarino
Bogotá

Compartir con los muchos ‘Lázaros’ hambrientos que pueblan el planeta

Isaías 55,1-3; Salmo 144; Romanos 8,35.37-39; Mateo 14,13-21

Reflexiones
El proyecto de Dios es claro: ¡que todos tengan vida en abundancia! (Jn 10,10). En las lecturas de hoy se habla de abundancia, de gratuidad. Esta es la salvación que nuestro Dios ofrece generosamente. ¡A todos! El profeta (I lectura) invita a todos a beber agua, vino y leche en abundancia, “sin dinero, sin pagar” (v. 1), promete que comerán y comerán bien. El Salmo responsorial insiste sobre la ternura y bondad del Señor, que es clemente y misericordioso con todos, sacia de favores a todo viviente y está cerca de los que lo invocan con corazón sincero. El apóstol Pablo (II lectura) afirma con entusiasmo que ninguna criatura nos podrá apartar del amor de Cristo, porque en todo “vencemos fácilmente por Aquel que nos ha amado” (v. 37). Un signo tangible de esa abundancia es la multiplicación de los panes y peces (Evangelio), en la que todos comieron “hasta quedar satisfechos”, y hasta sobró.

Para las primeras comunidades cristianas la multiplicación de los panes fue un acontecimiento extraordinario. Los cuatro evangelistas nos lo narran hasta seis veces. La inicial situación de carencia (es tarde, lugar desértico, falta de comida y de dinero, cantidad de gente…) queda superada por la compasión de Jesús hacia el gentío (v. 14). Él no duda en renunciar incluso al tiempo de luto por la muerte de su amigo y pariente Juan el Bautista (v. 13), activa su poder milagroso y el compartir, a fin de que el alimento llegue a todos, y con abundancia. La primera reacción de Jesús es la compasión, le empatía con la gente: capta su cansancio, la desesperación, los escucha, sana sus enfermos (v.14). Después decide tomar una solución innovadora, ejemplar.

Para resolver el problema de la gente hambrienta, la primera reacción suele ser superficial: ‘vayan a comprarse algo, cada uno se las arregle…’ También los discípulos piensan en dos soluciones: despedirlos o comprar… Jesús se opone a estas dos propuestas. “Jesús no despide a la gente, jamás ha despedido a nadie. Los discípulos hablan de comprar, Jesús habla de dar. Abre una nueva manera de ser: dar sin calcular, dar sin pedir, generosamente, gratuitamente. Cuando mi pan se convierte en nuestro pan, el don es semilla de milagro” (Hermes Ronchi). Jesús involucra a los discípulos y los compromete en la solución del problema: “Denles ustedes de comer” (v. 16). El milagro comienza a partir de lo poco que los discípulos ofrecen: cinco panes y dos peces, que en las manos de Jesús se convierten en muchos, hasta sobreabundar. Comprar se sustituye con compartir. El sistema de comprar crea afortunados y desafortunados: los hay que pueden y otros que no pueden. Según el Evangelio la palabra de orden es: ¡compartir!

Jesús quiere que los discípulos tomen conciencia de ello; que busquen con creatividad y audacia las soluciones posibles. ¡Sin descargar sobre otros y sin retrasos! Solamente en la lógica del compartir es posible superar problemas tan graves como el hambre en el mundo, las enfermedades endémicas… Donde no hay compartir prevalece la lógica de la acumulación, por la cual la mayor multiplicación de bienes acaba en las manos de pocas personas. Donde no hay compartir impera el egoísmo. Son frecuentes los llamados de los Papas a la solidaridad y al compartir, con documentos, en las cumbres de la FAO, de los G8 y en otras ocasiones, levantando la voz contra el escándalo del hambre y en favor de los pobres de la tierra, especialmente de África, continente a menudo postergado y muy necesitado. (*)

Sobre los arenales de Villa El Salvador, en la periferia del sur de Lima (Perú), la mañana del 5 de febrero de 1985, el Santo Papa Juan Pablo II se reunió con un millón de pobres. Durante la liturgia de la Palabra, se proclamó el Evangelio de la multiplicación de los panes y el Papa pronunció su homilía. Al final del encuentro, visiblemente emocionado por el comportamiento humilde y devoto de esa muchedumbre, improvisó una síntesis de su mensaje con estas palabras: “Hambre de Dios, SÍ. Hambre de pan, NO”. Inmediatamente esta síntesis misionera dio la vuelta al mundo y quedó grabada también en el monumento que recuerda, para perpetua memoria, esa visita del Papa. Se trata de una síntesis que explica y sustenta el trabajo misionero: una tarea exigente para fomentar el hambre de Dios y acabar con el hambre de pan.

Las palabras y los gestos de Jesús en la multiplicación de los panes son los mismos de la Última Cena; por tanto, el milagro tiene una evidente referencia a la Eucaristía, sobre todo en cuanto banquete del Pan de vida que se parte y se multiplica para todos. También la misión es pan partido para la vida del mundo. Eucaristía, misión y compartir constituyen un trinomio inseparable. La Eucaristía es el banquete de los pueblos: la misión convoca a todas las gentes para este banquete de la Vida de gracia; y estimula a compartir de manera fraterna y solidaria, para que haya pan sobre la mesa de todos. Nosotros los cristianos, que nos alimentamos con el pan de la Palabra y de la Eucaristía, y a menudo estamos hartos del pan sobre la mesa, estamos fuertemente interpelados para un mayor compromiso con la misión y con la sustentación de los pobres.

La mejor manera de participar en la Eucaristía es hacer de nuestra vida un don, es hacerse pan partido para los demás. Aquel muchacho dio de lo suyo (su comida) y se hizo solidario con todos. La Eucaristía que celebramos se convierte en signo auténtico de un mundo que cambia, cuando mi pan se convierte en pan nuestro. Oremos “que el pan multiplicado por la Providencia sea partido en la caridad” y que nos abramos “al diálogo y al servicio hacia todos” (Oración colecta). ¡Para que todos tengan Vida en abundancia! (Jn 10,10).

Palabra del Papa

(*) “Hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata ... No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve … Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes»”.
Papa Francisco
Exhortación apostólica Evangelii Gaudium (2013), n. 53

Voces en sintonía

“El pan que te sobra es el pan del hambriento.
El vestido colgado en tu armario es el vestido del desnudo.
Los zapatos que no usas son los zapatos del que va descalzo.
El dinero que tienes escondido es el dinero del pobre.
Las obras de caridad que no cumples
son otras tantas injusticias que cometes”.

San Basilio Magno
330-379, obispo de Cesarea (Capadocia)

P. Romeo Ballan, MCCJ

NECESIDADES DE LA GENTE

Mateo 14,13-21

Mateo introduce su relato diciendo que Jesús, al ver el gentío que lo ha seguido por tierra desde sus pueblos hasta aquel lugar solitario, «se conmovió hasta las entrañas». No es un detalle pintoresco del narrador. La compasión hacia esa gente donde hay muchas mujeres y niños, es lo que va a inspirar toda la actuación de Jesús. De hecho, Jesús no se dedica a predicarles su mensaje. Nada se dice de su enseñanza. Jesús está pendiente de sus necesidades. El evangelista solo habla de sus gestos de bondad y cercanía. Lo único que hace en aquel lugar desértico es «curar» a los enfermos y «dar de comer» a la gente.

El momento es difícil. Se encuentran en un lugar despoblado donde no hay comida ni alojamiento. Es muy tarde y la noche está cerca. El diálogo entre los discípulos y Jesús nos va revelar la actitud del Profeta de la compasión: sus seguidores no han de desentenderse de los problemas materiales de la gente.
Los discípulos le hacen una sugerencia llena de realismo: «Despide a la multitud», que se vayan a las aldeas y se compren de comer. Jesús reacciona de manera inesperada. No quiere que se vayan en esas condiciones, sino que se queden junto a él. Esa pobre gente es la que más le necesita. Entonces les ordena lo imposible: «Dadles vosotros de comer».

De nuevo los discípulos le hacen una llamada al realismo: «No tenemos más que cinco panes y dos peces». No es posible alimentar con tan poco el hambre de tantos. Pero Jesús no los puede abandonar. Sus discípulos han de aprender a ser más sensibles a los sufrimientos de la gente. Por eso, les pide que le traigan lo poco que tienen. Al final, es Jesús quien los alimenta a todos y son sus discípulos los que dan de comer a la gente. En manos de Jesús lo poco se convierte en mucho. Aquella aportación tan pequeña e insuficiente adquiere con Jesús una fecundidad sorprendente.

No hemos de olvidar los cristianos que la compasión de Jesús ha de estar siempre en el centro de su Iglesia como principio inspirador de todo lo que hacemos. Nos alejamos de Jesús siempre que reducimos la fe a un falso espiritualismo que nos lleva a desentendernos de los problemas materiales de las personas. En nuestras comunidades cristianas son hoy más necesarios los gestos de solidaridad que las palabras hermosas. Hemos de descubrir también nosotros que con poco se puede hacer mucho. Jesús puede multiplicar nuestros pequeños gestos solidarios y darles una eficacia grande. Lo importante es no desentendernos de nadie que necesite acogida y ayuda.
José Antonio Pagola
http://www.musicaliturgica.com

JESÚS ALIMENTA A SU COMUNIDAD

Una vez terminado el discurso en parábolas sobre el Reino de Dios, el evangelio de Mateo ofrece una sección que podríamos titular «Del escándalo a la fe» (13,53-16,20). El escándalo se da en Nazaret, donde sus paisanos lo rechazan; la fe, en la confesión de Pedro en Cesarea de Felipe. En conjunto se trata de nueve episodios, de los que la liturgia ha elegido cuatro para los próximos domingos:

― la multiplicación de los panes (domingo 18)
― la tempestad calmada (domingo 19)
― la curación de la hija de la mujer sirofenicia (domingo 20)
― la confesión de Pedro (domingo 21)

Suave tarea veraniega

Quienes no sepan en qué entretenerse durante el mes de agosto, pueden leer estos capítulos de Mateo, con las sugerencias que ofrezco a continuación.

a) El tema capital de la sección es la pregunta: ¿quién es Jesús? Encontrará respuestas muy distintas:

  • los nazarenos: un hombre (13,55-56)
  • Herodes: Juan Bautista resucitado (14,2)
  • los de la nave: Hijo de Dios (14,33)
  • la cananea: Señor, hijo de David (15,22)
  • la gente: diversidad de opiniones (16,14)
  • Pedro: el Mesías (16,16)

b) Jesús intensifica su contacto con los extranjeros viajando a Tiro, Sidón (15,21) y Magadán (15,39). Por el contrario, su patria, Nazaret, lo rechaza; y de Jerusalén viene el peligro, la oposi­ción (15,1).

c) Jesús aparece en continuo movimiento. Mateo parece sugerir que la actividad misionera es intensa, aunque la mayoría de los episodios se sitúa en torno al lago de Galilea. A pesar del movimiento continuo, la gente cada vez se une más a él. Y Jesús les demuestra su preocupación y afecto de modo cada vez mayor.

d) El tema de los milagros (dynameis) es fundamental; más aún que en los capítulos anteriores. Se convierten en signo de la salvación mesiánica y, al mismo tiempo, de la aceptación o rechazo de Jesús, de la fe o incredulidad.

Jesús alimenta a su comunidad (la multiplicación de los panes)

Cuando los discípulos de Juan le comunican a Jesús la muerte del maestro, Jesús se retira en barca a un sitio apartado. Este detalle es significativo de la postura de Jesús. No va en busca de Herodes a denunciarlo. Huye, para poder seguir cumpliendo su misión.

Le sigue mucha gente de todas los pueblecillos, Jesús siente lástima y cura a los enfermos. Pero lo más importante ocurre al caer la tarde, cuando Jesús multiplica los panes para alimentar a una gran multitud formada por cinco mil varones acompañados de mujeres y niños. ¿Cómo hay que interpretar este episodio?

Problemas de la interpretación puramente histórica

Podríamos entender el relato como el recuerdo de un hecho histórico que demostraría el poder de Jesús y su preocupación, no sólo por la formación espiritual de la gente, sino también por sus necesidades materiales. Esta interpretación histórica encuentra grandes dificultades cuando intentamos imaginar la escena.

Se trata de una multitud enorme, quizá diez o quince mil personas, si incluimos mujeres y niños. Para reunir esa multitud tendrían que haberse quedados vacíos varios pueblos de aquella zona.

La propuesta de los discípulos de ir a los pueblos cercanos a comprar comida resulta difícil de cumplir: harían falta varios Hipercor y Alcampo para alimentar de pronto a tanta gente.

Aun admitiendo que Jesús multiplicase los panes, su reparto entre esa multitud, llevado a cabo por sólo doce camareros (a unas mil personas por cabeza) plantea grandes problemas.

¿Cómo se multiplican los panes? ¿En manos de Jesús, o en manos de Jesús y de cada apóstol? ¿Tienen que ir dando viajes de ida y vuelta para coger nuevos trozos cada vez que se acaban?

¿Por qué no dice nada Mateo del reparto de los peces? ¿Es que éstos no se multiplican?

Después de repartir la comida a una multitud tan grande, ya casi de noche, ¿a quién se le ocurre ir a recoger las sobras en mitad del campo?

¿No resulta mucha casualidad que recojan precisamente doce cestos, uno por apóstol? ¿Y cómo es que los apóstoles no se extrañan de lo sucedido?

Estas preguntas, que parecen ridículas, y que a algunos pueden molestar, son importantes para valorar rectamente lo que cuenta Mateo. ¿Se basa su relato en un hecho histórico, y quiere recordarlo para dejar claro el poder y la misericordia de Jesús? ¿Se trata de algo puramente inventado por el evangelista para transmitir una enseñanza?

Problema de la interpretación racionalista y moralizante

En el siglo XIX, por influjo especialmente de la Vida de Jesús de Renan, se difundió la tendencia a interpretar los milagros de forma racionalista, que no supusieran una dificultad para la fe.

En concreto, lo que ocurrió en la multiplicación de los panes fue lo siguiente: Jesús animó a sus discípulos y a la gente a compartir lo que tenían, y así todos terminaron saciados. El relato pretende fomentar la generosidad y la participación de los bienes.

Esta opinión, que sigue apareciendo incluso en libros pretendidamente científicos, inventa algo que el evangelio no cuenta, incluso en contradicción expresa con él, e ignora el mundo en el que fueron redactados los evangelios.

La interpretación simbólica y eucarística

A la comunidad de Mateo este episodio no le resultaría extraño. Con su conocimiento del Antiguo Testamento vería en el relato la referencia clarísima a dos pasajes bíblicos.

En primer lugar, la imagen de una gran multitud de hombres, mujeres y niños, en el desierto, sin posibilidad de alimentarse, evoca la del antiguo Israel, en su marcha desde Egipto a Canaán, cuando es alimentado por Dios con el maná y las codornices gracias a la intercesión de Moisés.

Hay también otro relato sobre Eliseo que les vendría espontáneo a la memoria. Este profeta, uno de los más famosos de los primeros tiempos, estaba rodeado de un grupo abundante de discípulos de origen bastante humilde y pobre. Un día ocurrió lo siguiente:

«Uno de Baal Salisá vino a traer al profeta el pan de las primicias, veinte panes de cebada y grano reciente en la alforja. Eliseo dijo:
– Dáselos a la gente, que coman.
El criado replicó:
– ¿Qué hago yo con esto para cien personas?
Eliseo insistió:
– Dáselos a la gente, que coman. Porque así dice el Señor: Comerán y sobrará.
Entonces el criado se los sirvió, comieron y sobró, como había dicho el Señor”
(2 Reyes 4,42-44).

Cualquier lector de Mateo podía extraer fácilmente una conclusión: Jesús se preocupa por las personas que le siguen, las alimenta en medio de las dificultades, igual que hicieron Moisés y Eliseo en tiempos antiguos.

Al mismo tiempo, quedan claras ciertas diferencias. En comparación con Moisés, Jesús no tiene que pedirle a Dios que resuelva el problema, él mismo tiene capacidad de hacerlo. En comparación con Eliseo, su poder lo sobrepasa también de forma extraordinaria: no alimenta a cien personas con veinte panes, sino a varios miles con solo cinco, y sobran doce cestos. La misericordia y el poder de Jesús quedan subrayados de forma absoluta.

Sin embargo, aquellos lectores antiguos se preguntarían qué sentido tenía ese relato para ellos. Porque su generación no podía beneficiarse del poder y la misericordia de Jesús para saciar su hambre en momentos de necesidad. Y sabían que otros muchos contemporáneos de Jesús habían pasado hambre sin ser testigos de ningún milagro parecido. En el fondo, la pregunta es: ¿sigue saciando Jesús nuestra hambre, nos sigue ayudando en los momentos de necesidad?

Aquí entra en juego un aspecto esencial del relato: su relación con la celebración eucarística en las primeras comunidades cristianas. Es cierto que estos detalles no pueden exagerarse. Por ejemplo, el levantar la vista y pronunciar la bendición antes de la comida era un gesto normal en cualquier familia piadosa. También era normal recoger las sobras.

Sin embargo, Mateo ofrece un detalle importante: omite los peces en el momento de la multiplicación. Algunos autores se niegan a darle valor a este detalle. Pero es interesantísimo. Cuando se come pan y pescado, lo importante es el pescado, no el pan. Carece de sentido omitir la mención del alimento principal. Si se omite, es por una intención premeditada: acentuar la importancia del pan, con su clara referencia a la eucaristía. Porque en ella acontece lo mismo que en la multiplicación de los panes.

Jesús la instituye antes de morir con el sentido expreso de alimento: «Tomad y comed… tomad y bebed». Los cristianos saben que con ese alimento no se sacia el hambre física; pero también saben que ese alimento es esencial para sobrevivir espiritualmente. De la eucaristía, donde recuerdan la muerte y resurrección de Jesús, sacan fuerzas para amar a Dios y al prójimo, para superar las dificultades, para resistir en medio de las persecuciones e incluso entregarse a la muerte.

Un cristiano de hoy debería sacar el mismo mensaje de este pasaje: Jesús se compadece de nosotros y manifiesta su poder alimentándonos con su cuerpo y su sangre, mucho más importante que la multiplicación de los panes y los peces.

También podríamos sacar otras enseñanzas: la obligación de preocuparnos por las necesidades materiales de los demás, de poner a disposición de los otros lo poco o mucho que tengamos. Así, los benedictinos alemanes han querido recordar la preocupación de Jesús por los necesitados instituyendo en el sitio donde se recuerda la multiplicación de los panes un centro de atención a niños disminuidos físicos. Pero lo esencial del relato es lo que decíamos anteriormente.

José Luís Sicre
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