Concluimos la lectura de las siete parábolas que Mateo reproduce en el capítulo 13, explicando cómo funciona el Reino de Dios. Hoy nos tocan tres muy breves parábolas: el tesoro, la perla y la red. Son casi como tres modernos “twits”, frases muy breves, pero contundentes y llenas de significado. (...)
Un comentario a Mt 13, 44-52
Concluimos la lectura de las siete parábolas que Mateo reproduce en el capítulo 13, explicando cómo funciona el Reino de Dios. Hoy nos tocan tres muy breves parábolas: el tesoro, la perla y la red. Son casi como tres modernos “twits”, frases muy breves, pero contundentes y llenas de significado. Yo me detengo brevemente las dos primeras, que son muy parecidas y tienen un mismo significado; hablan de “un tesoro escondido” y de “una perla de gran valor”, algo por lo que merece la pena venderlo todo. El Reino de Dios (su amor, su verdad, su justicia y misericordia) es más valioso que todo lo demás.
Estas parábolas me recuerdan el testimonio de San Pablo, que en la carta a los filipenses dice lo siguiente: “Lo que entonces (antes de mi conversión) consideraba una ganancia, ahora lo considero pérdida por amor a Cristo…Es más, pienso incluso que nada vale la pena si se compara con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, y todas las tengo por basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3, 7-8).
En la historia de la Iglesia hay muchas personas que lo han dejado todo por seguir a Cristo; personas que han renunciado a riquezas, honores y hasta sabiduría humana, porque todo eso le parecía poco importante ante el hecho de ser discípulo de Jesús de Nazaret y de consagrarse a su Reino.
Pienso, por ejemplo, en Ignacio de Loyola que abandonó su carrera militar y sus deseos de gloria para dedicarse totalmente a la causa del Reino de Dios; o en Daniel Comboni, que renunció a una prometedora carrera eclesiástica en Europa, para dedicarse, cuerpo y alma, a la misión africana en nombre de Jesucristo; o la Madre Teresa de Calcuta, que dejó su colegio de niñas bien para irse, en nombre de Jesús, a atender a los moribundos de Calcuta… Pienso en los misioneros y misioneras que abandonan su tierra y su familia para “comprar” la alegría de una vida dedicada al servicio del Evangelio y de los más pobres y abandonados.
A ninguno de ellos les costó dejar sus “riquezas” y comodidades, sino que les pareció un buen negocio. Han cambiado una riqueza efímera y unos honores humanos por la alegría de vivir como discípulos de Jesús y obreros de su Reino de amor y de paz, de justicia y de verdad.
Hoy es un día para preguntarme: ¿Me contento con alguna perlita de poco valor (mi autoestima, mi confort, mi comodidad, mis pecadillos) o busco la perla del Reino de Dios? ¿Sé dejar lo que sea para vivir como discípulo de Jesús? ¿Estoy haciendo un buen negocio con mi vida o me contento con valores menos importantes?
P. Antonio Villarino
Bogotá
Jesucristo, tesoro por descubrir, amar y compartir
1Reyes 3,5.7-12; Salmo 118; Romanos 8,28-30; Mateo 13,44-52
Reflexiones
Es siempre apasionante la búsqueda de un tesoro escondido; el encanto de una perla preciosa enciende la fantasía… Tesoro y perla (Evangelio), descubiertos de manera gratuita, remiten directamente a la palabra de Jesús: “Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6,21). El discurso parabólico de Jesús, que abarca siete parábolas (Mt 13), concluye con las tres parábolas de hoy: el tesoro escondido (v. 44), la perla preciosa (v. 45-46) y la red para pescar (v. 47-48). El tesoro y la perla tienen una conexión ideal con las parábolas (anteriores) del sembrador, del granito de mostaza y de la levadura; mientras que la cizaña y la red tienen una dinámica parecida entre sí.
Las siete imágenes son instrumentos didácticos que Jesús utiliza para introducir a sus discípulos en la comprensión de la realidad misteriosa del Reino de Dios o Reino de los cielos. Las siete llevan a una opción de vida: el discípulo debe optar; la puesta en juego en esta opción es el mismo Jesús, porque Él es la plenitud del Reino. El tesoro es Dios, que se manifiesta en la vida, acciones y palabras de Jesús. El Reino es el proyecto, el sueño de Dios que se manifiesta en la vida de Jesús. Él es la semilla buena, la Palabra que el Padre siembra en el campo del mundo, con capacidad para transformarlo desde dentro, por la fuerza intrínseca del granito de mostaza y de la pizca de levadura. Él es el tesoro escondido y la perla preciosa, que es preciso buscar y preferir a cualquier otro valor, abriéndole camino a Él, solamente a Él, evitando así el riesgo de ser tirados como la cizaña y los peces malos (v. 48).
Con la imagen del tesoro y de la perla, Jesús evoca las tradiciones, fábulas y novelas de muchos pueblos en la búsqueda legendaria de tesoros y de joyas. Mirando el Evangelio y la experiencia cristiana, el Reino de los cielos es multiforme en su realidad y expresiones: para Jesús el Reino de los cielos es ante todo Dios mismo amado, gozado y anunciado; el Reino es la hermosura de la gracia divina, que nos hace semejantes al Hijo (II lectura); es la misión que hay que llevar a los pueblos que aún no conocen a Cristo; es la fidelidad en el amor familiar; es la vocación de consagración; es un proyecto de bien por realizar; es la sabiduría del corazón, que Salomón implora de Dios (I lectura), don más importante que una vida longeva, la riqueza o la victoria sobre los enemigos.
Para Jesús descubrir el “tesoro” es descubrir el sentido de la vida; es descubrir que Él mismo da ese sentido. Por este valor supremo, por Jesucristo, los mártires dieron su vida, los misioneros dejan la familia y la patria, el cristiano renuncia a muchas cosas. ¡Con gozo y determinación! (v. 44). Las parábolas subrayan el momento del descubrimiento del tesoro y de la perla: “llenos de gozo”. Escoger a Jesús y el camino de las Bienaventuranzas quiere decir escoger la ruta que nos hace gustar plenamente la vida. Porque en el encuentro con Jesucristo y su Evangelio “siempre nace y renace la alegría”. (*) Pensar que ser cristiano/a es “un regalo-un tesoro” significa concebir la fe no como una renuncia o una carga de deberes, sino como una energía vital, que transforma la vida en una relación constructiva y gozosa con la naturaleza, con los demás, con Dios. Este es el tesoro que Dios nos ofrece y el sentido verdadero de la vida.
En resumen, podemos decir que el tesoro es Cristo, un don totalmente gratuito; la plenitud del Reino es el mismo Jesucristo, conocido, amado, anunciado. El Papa Pablo VI nos dejó un vivo testimonio de ello en la apasionada homilía misionera del 29 de noviembre de 1970, ante dos millones de personas en el “Quezon Circle” de Manila: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio! (1Cor 9,16). Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Él es el Maestro y Redentor de los hombres. Él es el centro de la historia y del universo. Él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de nuestra vida, hombre de dolor y de esperanza... Yo nunca me cansaría de hablar de Él; Él es la luz, la verdad, más aún, ‘el camino, y la verdad, y la vida’ (Jn 14,6). Él es el pan y la fuente de agua viva que satisface nuestra hambre y nuestra sed; Él es nuestro pastor, nuestro guía, nuestro ejemplo, nuestro consuelo, nuestro hermano... A todos lo anuncio: Jesucristo es el principio y el fin; el alfa y la omega, el rey del mundo nuevo, la arcana y suprema razón de la historia humana y de nuestro destino; Él es el mediador, a manera de puente, entre la tierra y el cielo; Él es el Hijo del hombre por antonomasia, porque es el Hijo de Dios, eterno, infinito, y el Hijo de María. ¡Jesucristo! Recuérdenlo: Él es el objeto perenne de nuestra predicación; nuestro anhelo es que su nombre resuene hasta los confines de la tierra y por los siglos de los siglos». (cf. Liturgia de las Horas, II lectura, Dom. XIII T.O.). Hoy también, Jesucristo es el tema principal del anuncio misionero, porque la mayor parte de la familia humana aún no lo conoce. ¡Hace falta un mayor número de testigos y mensajeros!
Palabra del Papa
(*) “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”.
Papa Francisco
Exhortación apostólica Evangelii Gaudium (2013) n. 1
P. Romeo Ballan, MCCJ
Se parece a un tesoro escondido.
No todos se entusiasmaban con el proyecto de Jesús. En bastantes surgían no pocas dudas e interrogantes. ¿Era razonable seguirle? ¿No era una locura? Son las preguntas de aquellos galileos y de todos los que se encuentran con Jesús a un nivel un poco profundo.
Jesús contó dos pequeñas parábolas para «seducir» a quienes permanecían indiferentes. Quería sembrar en todos un interrogante decisivo: ¿no habrá en la vida un «secreto» que todavía no hemos descubierto?
Todos entendieron la parábola de aquel labrador pobre que, estando cavando en una tierra que no era suya, encontró un tesoro escondido en un cofre. No se lo pensó dos veces. Era la ocasión de su vida. No la podía desaprovechar. Vendió todo lo que tenía y, lleno de alegría, se hizo con el tesoro.
Lo mismo hizo un rico traficante de perlas cuando descubrió una de valor incalculable. Nunca había visto algo semejante. Vendió todo lo que poseía y se hizo con la perla.
Las palabras de Jesús eran seductoras. ¿Será Dios así?, ¿será esto encontrarse con él?, ¿descubrir un «tesoro» más bello y atractivo, más sólido y verdadero que todo lo que nosotros estamos viviendo y disfrutando?
Jesús estaba comunicando su experiencia de Dios: lo que había transformado por entero su vida. ¿Tendrá razón? ¿Será esto seguirle?, ¿encontrar lo esencial, tener la inmensa fortuna de hallar lo que el ser humano está anhelando desde siempre?
En los países del Primer Mundo mucha gente está abandonando la religión sin haber saboreado a Dios. Les entiendo. Yo haría lo mismo. Si uno no ha descubierto un poco la experiencia de Dios que vivía Jesús, la religión es un aburrimiento. No merece la pena.
Lo triste es encontrar a tantos cristianos cuyas vidas no están marcadas por la alegría, el asombro o la sorpresa de Dios. No lo han estado nunca. Viven encerrados en su religión, sin haber encontrado ningún «tesoro». Entre los seguidores de Jesús, cuidar la vida interior no es una cosa más. Es imprescindible para vivir abiertos a la sorpresa de Dios.
José Antonio Pagola
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