En sus bienaventuranzas, Jesús advierte que un día se invertirá la suerte de los ricos y de los pobres. Es fácil que también hoy sean bastantes los que, siguiendo a Nietzsche, piensen que esta actitud de Jesús es fruto del resentimiento y la impotencia de quien, no pudiendo lograr más justicia, pide la venganza de Dios.
Bienaventuranzas: retrato de Jesús y del Misionero
Jeremías 17,5-8; Salmo 1; 1Corintios 15,12.16-20; Lucas 6,17.20-26
Reflexiones
“El sermón de la montaña ha ido derecho a mi corazón. Gracias a este sermón he aprendido a amar a Jesús”, afirmaba Gandhi, padre de la India moderna y promotor de la estrategia de la noviolencia-activa. La admiración nace en particular de las Bienaventuranzas, que constituyen el corazón del programa de Jesús. Un claro mensaje sobre el sentido de la existencia humana: acertar o equivocarse, vencer o perder, lograrlo o ser derrotados, conformarse o ir a contracorriente, acabar con un ‘bendito’ o con un ‘maldito’ (cfr. Mt 25). La lista de alternativas opuestas podría continuar. Jesús añade su alternativa en el sermón programático de las Bienaventuranzas (Evangelio): “Dichosos... ay de ustedes...” (v. 20.24). El estilo literario empleado por Jesús es parecido al de Jeremías (I lectura). Enseñar con imágenes contrastantes, paralelas y repetitivas, era una praxis común entre los maestros de esa época, a fin de facilitar el aprendizaje a pueblos de cultura oral. Es un método didáctico que los misioneros conocen bien y se encuentra hasta nuestros días entre numerosos grupos humanos.
Más que el estilo literario, es importante captar el mensaje: la puesta en juego entre las dos alternativas expresadas por Jeremías y por Jesús es la vida, la salvación, la misma salvación eterna. Las dos opciones son: ser como un cardo en la estepa, es decir, vivir en un desierto sin frutos y sin vida; o bien ser como un árbol plantado junto al agua, que no siente el estío y no deja de dar fruto. Opciones que el profeta califica con un veredicto contundente: maldito... o bendito... La razón moral de tanta severidad, reside, para Jeremías, en la elección de confiar en el hombre (v. 5), o de confiar en el Señor (v. 7). ‘Confiar’ es el verbo de la fe: o sea, fijar el punto de solidez de la casa, poner el fundamento del edificio sobre la roca. El salmo responsorial retoma el tema con abundantes imágenes tomadas de la vida agrícola y de las costumbres sociales.
Jesús propone un programa idéntico (Evangelio): organizar la vida, poniendo a Dios como centro de toda referencia, lleva naturalmente a un resultado positivo, o sea al ‘dichosos ustedes...’, y no un ‘ay de ustedes...’ Optar por Jesús significa trabajar en favor de los necesitados, descubrir motivos de gozo aun dentro de realidades que normalmente se consideran negativas, perdedoras, según las opiniones de la mayoría: bienaventurados los pobres, los que ahora tienen hambre, los que lloran, los que reciben insultos y repulsas... ¡Alégrense! (v. 20-23). El paralelismo de Lucas continúa con las imágenes opuestas, ritmadas por el ‘ay de ustedes’ (v. 24-26). El 'ay de ustedes', sin embargo, no es una amenaza o un castigo, sino el lamento de Jesús, la tristeza por la situación de los que persiguen planes mundanos de opulencia, poder, satisfacciones egoístas, atropellos, prestigio, honores... Jesús lo lamenta: ¡lo siento por ustedes!
Solamente el que se fía completamente de Dios logra vivir la gratuidad, compartir sin acumular, alegrarse con pocas cosas, encontrar ‘perfecta alegría’ aun recibiendo insultos, rechazos y persecución. El gozo espiritual de las bienaventuranzas no tiene nada que ver con satisfacciones masoquistas. Sin embargo, no elimina el sufrimiento propio de las situaciones difíciles, pero sabe leer en ellas un mensaje superior, una sabiduría nueva, un camino de salvación, una misteriosa fecundidad pascual, un “signo de humanidad renovada” (oración colecta). Aunque de no fácil comprensión.
Las Bienaventuranzas son un autorretrato de Jesús: Él mismo es el pobre, sufriente, perseguido... Ha escogido el camino de la pasión, muerte y resurrección para dar la vida al mundo (II lectura). El programa que Jesús confía a los apóstoles -y a los misioneros de todos los tiempos- no puede ser distinto: el misionero es el hombre/mujer de las Bienaventuranzas, como los ha definido Juan Pablo II. En particular, las Bienaventuranzas de la persecución y de la pobreza, vividas compartiendo la vida. Lo confirman las decenas de misioneros que cada año caen víctimas de la violencia. ¡En el 2018 han sido 40! A su testimonio hay que asociar el de otros testigos (voluntarios, periodistas, agentes del orden público...) caídos en acto de servicio. En el origen de tales asesinatos están a menudo bandidos y asaltantes; otras veces son más evidentes las motivaciones religiosas y sociales. Optar por Cristo significa actuar siempre en favor de los débiles y de los necesitados, con los cuales Él se identifica: hambrientos, desnudos, enfermos, encarcelados, forasteros… Tenemos certeza de ello con las dos sentencias finales: “vengan, benditos de mi Padre”, o “aléjense, malditos...” (Mt 25,34.41). Hay coherencia entre el Evangelio de las Bienaventuranzas y el test del juicio final. El camino de las Bienaventuranzas lleva a la bendición definitiva. A la felicidad auténtica y duradera.
Palabra del Papa
“El misionero es el hombre de las Bienaventuranzas. Jesús instruye a los Doce, antes de mandarlos a evangelizar, indicándoles los caminos de la misión: pobreza, mansedumbre, aceptación de los sufrimientos y persecuciones, deseo de justicia y de paz, caridad; es decir, les indica precisamente las Bienaventuranzas, practicadas en la vida apostólica (Mt 5,1-12). Viviendo las Bienaventuranzas el misionero experimenta y demuestra concretamente que el Reino de Dios ya ha venido y que él lo ha acogido”.
Juan Pablo II
Encíclica Redemptoris Missio (1990), n. 91
A cargo de P. Romeo Ballán – MCCJ
El sermón de la llanura
Comentario a Lc 6, 17. 20-26
Jesús cambia de plan
La primera parte del evangelio de Lucas termina con una frase lapidaria, pero altamente reveladora del enfrentamiento que se estableció entre Jesús y el sistema establecido en Jerusalén. Después de contar como Jesús cura en sábado a un hombre que tenía una mano paralizada, Lucas concluye: “Pero ellos, llenos de rabia, discutían qué podrían hacer con Jesús” (Lc 6, 11). La propuesta renovadora de Jesús evidentemente no es acogida por los líderes del pueblo.
Lucas nos cuenta entonces que, ante esta crisis, “Jesús se retiró al monte para orar y pasó la noche orando a Dios”. Es decir, en los momentos de crisis, Jesús se vuelve a las fuentes de su vida y de su espiritualidad, allí donde encuentra la luz y la fuerza para su caminar humano. De aquella experiencia de oración, en la que sin duda se encontró consigo mismo, con el amor del Padre (entendido y experimentado desde la concreta y dura realidad del momento), Jesús parece salir transformado, con nuevas luces sobre lo que hay que hacer, y decidido a empezar un nuevo camino, una nueva etapa.
“Al hacerse de día reunió a sus discípulos, eligió de entre ellos a doce, a quienes dio el nombre de apóstoles” (Lc 6, 13). Es decir, si el viejo proyecto de Israel no vale para acoger el reino, se inicia un nuevo proyecto, cuyas columnas serán estos doce hombres, escogidos a la luz de la oración.
a) La gente que seguía a Jesús
Personas “de toda Judea y Sidón, que habían venido para escucharlo y para que los curara de sus enfermedades. Los que estaban atormentados por espíritus inmundos quedaban curados; y toda la gente quería tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos” (Lc 6, 17-19). Si leemos este texto desde la realidad de hoy, no encontramos muchas diferencias. Las multitudes que iban a escuchar a Jesús se parecen bastante a las que hoy buscan sanación, comprensión, consuelo, fortaleza para sobrellevar las luchas de la vida. A estas personas se dirige Jesús.
b) Cuatro grandes mensajes
Lo que dice Jesús se divide en cuatro grandes mensajes: Bienaventuranzas y amenazas, Amor a los enemigos, contra las hipocresías, buenos y malos frutos y los dos cimientos. La lectura litúrgica de hoy se detiene en el primero de estos mensajes: Las bienaventuranzas. El conjunto de este Mensaje central es claro. Jesús pone entre los preferidos de Dios a los pobres, humillados, sufrientes y se revela contra los que construyen su riqueza o su autoestima sobre el dolor de los demás.
Según el cardenal Martini, “las bienaventuranzas son la proclamación del modo de ser de los hombres evangélicos, discípulos auténticos de Jesús, hombres y mujeres afortunados y felices” (Las bienaventuranzas, San Pablo, Bogotá, 1997, pág. 14). A sus discípulos y seguidores, que eran personas sencillas frecuentemente aplastadas por los poderosos y por las luchas de la vida, Jesús les dice: “ánimo, no se desanimen, ustedes están en el camino correcto, Dios está con ustedes”.
Al leer hoy este texto, desde nuestra realidad, también nosotros podemos escuchar el eco de las palabras de Jesús como una invitación a no rendirnos y a confiar, si somos pobres y necesitados; si nos consideramos ricos y poderosos, las palabras de Jesús nos pueden sonar como una advertencia: “tengan cuidado que por ahí no van bien”. En los dos casos, las palabras de Jesús son orientadoras y salvadoras. Acojámoslas con fe y como discípulos dóciles.
P. Antonio Villarino, MCCJ, en Bogotá
FELICIDAD
José A. Pagola
Uno puede leer y escuchar cada vez con más frecuencia noticias optimistas sobre la superación de la crisis y la recuperación progresiva de la economía. Se nos dice que estamos asistiendo ya a un crecimiento económico, pero ¿crecimiento de qué? ¿crecimiento para quién? Apenas se nos informa de toda la verdad de lo que está sucediendo.
La recuperación económica que está en marcha, va consolidando e, incluso, perpetuando la llamada “sociedad dual”. Un abismo cada vez mayor se está abriendo entre los que van a poder mejorar su nivel de vida cada vez con más seguridad y los que van a quedar descolgados, sin trabajo ni futuro en esta vasta operación económica.
De hecho, está creciendo al mismo tiempo el consumo ostentoso y provocativo de los cada vez más ricos y la miseria e inseguridad de los cada vez más pobres.
La parábola del hombre rico “que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día” y del pobre Lázaro que buscaba, sin conseguirlo, saciar su estómago de lo que tiraban de la mesa del rico, es una cruda realidad en la sociedad dual.
Entre nosotros existen esos “mecanismos económicos, financieros y sociales” denunciados por Juan Pablo II, “los cuales, aunque manejados por la voluntad de los hombres, funcionan de modo casi automático, haciendo más rígidas las situaciones de riqueza de los unos y de pobreza de los otros”.
Una vez más estamos consolidando una sociedad profundamente desigual e injusta. En esa encíclica tan lúcida y evangélica que es la “Sollicitudo rei socialis”, tan poco escuchada, incluso por los que lo vitorean constantemente, Juan Pablo II descubre en la raíz de esta situación algo que sólo tiene un nombre: pecado.
Podemos dar toda clase de explicaciones técnicas, pero cuando el resultado que se constata es el enriquecimiento siempre mayor de los ya ricos y el hundimiento de los más pobres, ahí se está consolidando la insolidaridad y la injusticia.
En sus bienaventuranzas, Jesús advierte que un día se invertirá la suerte de los ricos y de los pobres. Es fácil que también hoy sean bastantes los que, siguiendo a Nietzsche, piensen que esta actitud de Jesús es fruto del resentimiento y la impotencia de quien, no pudiendo lograr más justicia, pide la venganza de Dios.
Sin embargo, el mensaje de Jesús no nace de la impotencia de un hombre derrotado y resentido, sino de su visión intensa de la justicia de Dios, que no puede permitir el triunfo final de la injusticia.
Han pasado veinte siglos, pero la palabra de Jesús sigue siendo decisiva para los ricos y para los pobres. Palabra de denuncia para unos y de promesa para otros, sigue viva y nos interpela a todos.
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El sermón de la llanura