Sábado, 14 de noviembre 2015
“Este ha sido el primer Capítulo de la nueva era del Instituto comboniano, una era que se presenta marcada por la presencia de muchos combonianos africanos, jóvenes maduros que han participado en la asamblea capitular con libertad, competencia e identidad comboniana. Esto nos ha dado mucha esperanza. No una esperanza basada en suposiciones, sino en el dato real que tenemos muchos jóvenes compañeros que viven el carisma, aman la misión y quieren participar en la vida del Instituto. La multiculturalidad de los capitulares no ha sido un problema sino un don, una alegría, una fuente de vitalidad y esperanza”, escribe P. Antonio Villarino, misionero comboniano.
P. Antonio Villarino,
misionero
comboniano.
EL XVIII CAPÍTULO GENERAL
DE LOS MISIONEROS COMBONIANOS
Y LA EVANGELII GAUDIUM
Antes de entrar en el tema, quisiera hacer unas breves anotaciones personales sobre la experiencia capitular de septiembre del 2015:
Por esto último, pienso que una buena manera de interpretar y asimilar lo que en el Capítulo se vivió es seguir la línea de las citas de la EG. Es lo que me propongo hacer a continuación.
1. La alegría del Evangelio, propia de los Combonianos, es la vida entregada (inspiración)
“Llamados a vivir la alegría del Evangelio: una vida entregada a Jesús y a su pueblo es una vida bella que da alegría” (EG 268). Así comienza el cuarto de los seis párrafos con los que el Capítulo explica el tema inspirador: “discípulos misioneros combonianos, llamados a vivir la alegría del Evangelio, en el mundo de hoy”.
El texto capitular pone en seguida en relación esta afirmación del Papa Francisco con otra de Comboni, que nosotros bien conocemos: “El más feliz de mis días será aquel en el que pueda dar mi vida por vosotros” (SS 3159).
He aquí una de las claves que el Capítulo, siguiendo la EG y a Comboni, nos ofrece para ser misioneros alegres: dar la vida. Me hace recordar la famosa frase de Tagore: “La vida, la recibimos gratis y la merecemos dándola”. O aquella otra del Evangelio: solo quien pierde su propia vida, la tendrá en abundancia. La fuente de nuestra alegría y de nuestra plenitud de vida no es ninguna otra cosa sino la misma vida entregada.
La alegría que nosotros buscamos no es una alegría “a buen precio”. El Capítulo dice: “Es una alegría cara: para defender la vida de las ovejas debemos afrontar lobos y ladrones. Nos lo recuerdan nuestros mártires. Nosotros, Misioneros Combonianos, vivimos nuestra identidad cuando amamos con pasión a la gente y luchamos para que todos los hombres y mujeres puedan vivir una vida plena, más humana y más digna”.
Esta frase capitular me lleva a pensar, entre otras cosas, en el ejemplo de Ezequiel Ramin, que, como sabemos, no era un hombre perfecto, pero, como reconocen los que le han conocido, “tenía un sueño” e invitaba a los campesinos de Cacoal a luchar por un futuro mejor: “Tengan un sueño”, les decía. Y él entregó su vida por este sueño. No es tan importante saber si tenía razón o no, sino saber que ha entregado su vida por la vida de los otros.
El Capítulo cita el número 268 de la EG, que significativamente tiene como título “El gusto espiritual de ser pueblo” y dice así: “La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene, pero allí mismo, si no somos ciegos, empezamos a percibir que esa mirada de Jesús se amplía y se dirige llena de cariño y de ardor hacia todo su pueblo. Así redescubrimos que Él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado”. En línea con todo esto, el Capítulo recuerda el icono del Buen Pastor y de la Vida: Yo he venido para que todos tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10, 10). Uniendo los textos de la liturgia de San Daniel Comboni y de la Evangelii gaudium, podemos recordar que el buen pastor “hace causa común” y comparte el olor de las ovejas, para que éstas tengan vida.
Una pregunta para nuestra meditación: ¿Vivo demasiado centrado en mí mismo o logro vivir para los demás? ¿Cómo puedo entregar mejor mi vida?
2. Queremos ser un Instituto “en salida”, con un sueño: pasar de la globalización de la indiferencia a la globalización de la ternura (misión)
Después de la sucinta, pero, a mi parecer, muy eficaz descripción de la identidad comboniana contenida en el tema inspirador del Capítulo, el documento capitular se detiene brevemente en la situación del mundo, de la Iglesia y del Instituto. En este apartado, se citan dos números de la EG: el 54 y el 20. A través de estas dos citas, el Capítulo nos ayuda a comprender la llamada a la conversión misionera que el Espíritu nos hace como Instituto en este momento de la historia, siguiendo tres pasos:
a) La “globalización de la indiferencia” (EG 54)
El tema está muy bien explicado en el número 54 de la exhortación, pero, para entenderlo mejor, conviene recordar lo dicho en la última parte del número 53 sobre la “cultura de la exclusión”: “Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes»”. Y sigue el número 54: “Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia… La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera “.
Una pregunta para nuestra meditación: ¿He caído también yo en la indiferencia y en la incapacidad para sentir compasión? ¿Me he vuelto, con la edad, el trabajo y la rutina, indiferente o insensible?
b) Llamada a la Iglesia para que salga a las periferias
Ante este mundo caracterizado por una cultura de la exclusión y de la indiferencia, la Iglesia está llamada a salir a todas las periferias con la luz del Evangelio, como explica el Papa en el número 20 de la EG: “En la Palabra de Dios aparece permanentemente este dinamismo de «salida» que Dios quiere provocar en los creyentes. Abraham aceptó el llamado a salir hacia una tierra nueva (cf. Gn 12,1-3). Moisés escuchó el llamado de Dios: «Ve, yo te envío» (Ex 3,10), e hizo salir al pueblo hacia la tierra de la promesa (cf. Ex 3,17). A Jeremías le dijo: «Adondequiera que yo te envíe irás» (Jr 1,7). Hoy, en este «id» de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva «salida» misionera. Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio”.
Una pregunta para la meditación: ¿De cuál comodidad debo salir yo? ¿De cuál rutina debería salir mi comunidad para ponerme en una nueva actitud misionera? ¿Cuál es la periferia hacia la que debería salir yo y mi comunidad?
c) Un Instituto en salida: la conversión misionera a la que estamos llamados
Ante la realidad actual del mundo y de la Iglesia, el Capítulo siente la llamada a soñar y a la conversión: “Verdaderos discípulos-misioneros-combonianos, nos inspiramos en el Corazón de Jesús apasionado por el mundo, queremos seguir a la escucha de Dios, de Comboni y de la humanidad, sabiendo acoger y proponer en la misión de hoy los signos de los tiempos y de los lugares” (documento capitular, n. 22, edición provisional). Este deseo de conversión, el Capítulo lo concreta en cinco propuestas:
3. Personas que encuentran a Jesús
El Capítulo trata, bajo la categoría de “persona”, algunos temas fundamentales de nuestra vida: la espiritualidad, el cenáculo de apóstoles, la interculturalidad, la regla de vida, la formación. En este apartado el Capítulo cita algunos números de la EG (235, 236, 259, 262, 264), que ponen el acento sobre cinco dimensiones de nuestra vida:
a) En la comunidad, la persona no se anula, sino que se desarrolla
Es necesario hundir las raíces en la tierra fértil y en la historia del propio lugar, que es un don de Dios. Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia. Del mismo modo, una persona que conserva su peculiaridad personal y no esconde su identidad, cuando integra cordialmente una comunidad, no se anula sino que recibe siempre nuevos estímulos para su propio desarrollo. No es ni la esfera global que anula ni la parcialidad aislada que esteriliza. (EG 235)
b) El modelo no es la esfera, sino el poliedro ( la confluencia de las partes)
El modelo no es la esfera, que no es superior a las partes, donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros. El modelo es el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad. Tanto la acción pastoral como la acción política procuran recoger en ese poliedro lo mejor de cada uno. Allí entran los pobres con su cultura, sus proyectos y sus propias potencialidades. (236)
c) Evangelizadores con Espíritu: Vidas transformadas
Evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo… El Espíritu Santo, además, infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente. Jesús quiere evangelizadores que anuncien la Buena Noticia no sólo con palabras sino sobre todo con una vida que se ha transfigurado en la presencia de Dios. (EG 259)
d) Evangelizadores que oran y trabajan
Evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que oran y trabajan… Siempre hace falta cultivar un espacio interior que otorgue sentido cristiano al compromiso y a la actividad. Sin momentos detenidos de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga. La Iglesia necesita imperiosamente el pulmón de la oración. Existe el riesgo de que algunos momentos de oración se conviertan en excusa para no entregar la vida en la misión, porque la privatización del estilo de vida puede llevar a los cristianos a refugiarse en alguna falsa espiritualidad. (EG 262)
e) Evangelizadores que hacen experiencia del amor de Jesús que salva
La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más. Pero ¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer? … ¡Cuánto bien nos hace dejar que Él vuelva a tocar nuestra existencia y nos lance a comunicar su vida nueva! Entonces, lo que ocurre es que, en definitiva, «lo que hemos visto y oído es lo que anunciamos» (1 Jn 1,3). La mejor motivación para decidirse a comunicar el Evangelio es contemplarlo con amor, es detenerse en sus páginas y leerlo con el corazón. Si lo abordamos de esa manera, su belleza nos asombra, vuelve a cautivarnos una y otra vez. (EG 264)
4. Reorganización
El Capítulo ha tomado nota de que el “nuevo contexto de la sociedad y de la misión nos desafía a ser audaces y creativos y repensar los objetivos, las estructuras y métodos de evangelización y animación misionera, conscientes de no poder responder a todas las necesidades de nuestro tiempo. Guiados por el Espíritu Santo que nos precede en este camino, nos dedicamos a este servicio realizándolo en una experiencia de plenitud evangélica, incluso en la debilidad (2 Cor 12, 10; Rm 5, 20)” (edición provisional , n. 39).
En este apartado se hacen dos citas de la EG: 33 y 27, con las que se establecen dos principios básicos:
a) Del “siempre se ha hecho así” a la audacia y creatividad:
La pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del «siempre se ha hecho así». Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades. Una postulación de los fines sin una adecuada búsqueda comunitaria de los medios para alcanzarlos está condenada a convertirse en mera fantasía. Exhorto a todos a aplicar con generosidad y valentía las orientaciones de este documento, sin prohibiciones ni miedos. Lo importante es no caminar solos, contar siempre con los hermanos y especialmente con la guía de los obispos, en un sabio y realista discernimiento pastoral. (EG 33)
b) Una impostergable renovación eclesial:
Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación. La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad. Como decía Juan Pablo II a los Obispos de Oceanía, «toda renovación en el seno de la Iglesia debe tender a la misión como objetivo para no caer presa de una especie de introversión eclesial (EG 27).
Conclusión
El Capítulo –escriben los capitulares en su carta a los miembros del Instituto- ha sido una “celebración de fraternidad y de pasión compartida por la misión. Nos ha acompañado el sufrimiento de la gente con la que hacemos causa común. Ha sido una experiencia de gozo y de unidad que nos ha asombrado a nosotros mismos: Hemos redescubierto la belleza de nuestra vocación misionera comboniana”. Y concluyen: Cuando reciban los Documentos Capitulares pueden estar seguros de que son verdaderamente de ustedes: nosotros hemos sido apenas instrumentos de Dios. Todos juntos podemos encarnarlos en actitudes misioneras llenas de la alegría del Evangelio que hoy el mundo pide con insistencia”.
P. Antonio Villarino