Cona (Venecia)
Pajule (Uganda)


Nació Egidio en Foresto de Cona (Venecia), el 22 de septiembre, y fue el último de sus hermanos. Creció repartiendo su tiempo entre la casa, la escuela, la iglesia y el trabajo del campo. Su padre era guardía rural, pero con esta única ocupación no podía mantener a la familia, por lo cual, antes de que el amo diese su acostumbrada vuelta por allí, él iba a un campito que le habían encomendado y trabajaba duramente para conseguir algunos recursos mas siempre escasos para dar de comer a sus hijos.

Hay que emigrar
Cuatro años después de morir su mujer, Antonio reunió a sus hijos y les dijo: "Algunos de vosotros ya estáis en edad de trabajar. Pero aquí, en esta tierra ajena, no tenéis ningún porvenir. He pedido consejo al párroco y... también a vuestra madre que desde el cielo nos acompaña y nos ayuda. Me pare ce que ha llegado la hora de irnos a Milan, donde hay buena tierra y buen mercado y hay también industrias. Qué opináis de esto?"
"Lo que tu decides esta bien -respondió el mayor-. Mas aun, creo que es lo mejor que podemos hacer. ¡Si supieras cuanto me molesta ver al amo que nunca esta contento y oír las quejas de los campesinos contra ti!".
"Si es por eso, no te hagas ilusiones. Los amos son todos iguales. También en Milan temerán siempre que se trabaje poco y los colegas siempre tendrán algo que decir".
"Yo -dijo Elena- siento tener que dejar la parroquia y mis compañeras, pero si tenemos que hacer el sacrificio de marcharnos, mas vale que lo hagamos ahora que somos jóvenes. Así nos acostumbraremos a la nueva vida".
"Y todos juntos", añadió otro.

Un misionero demasíado pequeño
Don Domenico Locatelli, párroco del pueblo, acogió a la familia con sincera cordíalidad.
"Pobres de vosotros si os consideráis forasteros - dijo al padre mientras distribuía caramelos a los pequeños. Aqui somos todos una familia y estamos contentos al ver que de golpe ha aumentado en siete personas".
"Procuraremos ser bueños feligreses", respondió sencillamente Antonio. "La carta de su párroco me asegura de que san ustedes bueños cristianos. Así es que nos entenderemos muy bien".
El domingo siguiente don Domenico quiso saludar desde el púlpito a los recién llegados después de haberlos presentado a la gente.
Egidio fue en seguida monaguillo y los otros hermanos frecuentaron asiduamente el oratorio.
Una mañana después de la misa, Egidio, antes de ir a la escuela, dijo al párroco que le gustaría ser misionero.
"Desde cuando tienes esa idea?", le preguntó don Doménico.
"Desde que pasó por el pueblo un misionero con barba que nos puso unas filminas sobre Africa y la labor que hacen los misioneros en tierra de misión. Desde ese día siento dentro de mi el deseo de ir allí a llevar el Evangelio".
"Eres tan pequeño que te perderás entre la yerba", dijo sonriendo el sacerdote.
"Eso no importa nada, don Doménico. Haré que los africanos me lleven a cuestas como hace a veces mi padre".

Encuentro con el P. Semini
El fin de las clases elementales de Egidio coincidió con el estallido de la guerra, por la cual, en vez del camino del seminario, tuvo que seguir el de los campos, lo mismo que su padre y sus hermanos.
Mientras tanto procuraba vivir la vida cristiana lo mejor que podía. Y así, por ejemplo, antes de ir al campo, asistía a misa y por la tarde nunca dejaba de hacer una escapada al oratorio.
Un día paso por el pueblo el P. Gaetano Semini, entusiasta animador misionero. Habló a los jóvenes de la vocación al sacerdocio y también de la vocación de Hermano.
"En la misión, dijo el orador, no se necesitan solamente sacerdotes; también hacen falta hermanos laicos que estén en condiciones de echar una mano al sacerdote para construir iglesias, casas, talleres, escuelas, hospitales..., todo lo que sirve para el progreso de Africa y de la Iglesia africana. Los misioneros también tienen que comer. Por lo tanto se necesitan campesinos que sepan trabajar bien la tierra, de modo que dé sus frutos..."
"Yo entiendo de eso, se dijo Egidio. Si no puedo ser sacerdote, puedo ser Hermano. También ésa es una hermosa vocación".
Al final se acercó al misionero expresándole su deseo.
El P. Semini estuvo de acuerdo en que a los quince años era difícil comenzar la primera media. Por eso le sugirió solicitar su admisión en el Instituto como Hermano.
"Es verdad -dijo el párroco-, Egidio desde pequeño quería ser sacerdote. Pero luego, por la guerra, por las necesidades de la familia y por su timidez, todo ha caído en el olvido. Pero le aseguro que es un buen muchacho que hará mucho bien".

El mejor
También estabamos en plena guerra cuando, en 1943, Egidio, acompañado por su padre, partió para Thiene (Vicenza), donde los combonianos preparaban a los que iban a ser Hermanos.
En la escuela/seminario de aquel pueblo, junto con el estudio técnico, se hacían ejercicios prácticos de carpintería, mecánica y agricultura. Egidio mostró en seguida una afición particular por la mecánica.
Así pues, la finalidad de su vida era ayudar a los pueblos del Tercer Mundo con el trabajo de sus manos. El superior del seminario de Thiene escribió al pie de la carta de Egidio: "Este joven me parece el mejor de todos: piedad sólida, humildad, obediencia, laboriosidad y capacidad en el trabajo. Se ha especializado en mecánica" .
Con estas credenciales, el 1ó de julio de 1947, Egidio entró en el noviciado comboniano de Venegono Superiore (Varese).

Trabajo serio
En el noviciado, el Hno. Egidio se aplicó con todas sus fuerzas a aprender las costumbres y reglas de la congregación comboniana; estudió su historia y la metodología misionera y procuró ejercitarse en las virtudes que harían de él un hábil misionero y un perfecto religioso.
El 7 de octubre de 1947, fiesta del Rosario, Egidio vistió el habito de los misioneros combonianos. Fue una ceremonia emocionante que reunió en torno al futuro misionero a sus familiares, a los sacerdotes que lo habían conocido y ayudado y a sus amigos.
El motivo de una asistencia tan numerosa era que, nada mas tornar el habito, el Hno. Egidio saldría para Inglaterra para completar los dos años de noviciado.

Al fin misionero
El Padre maestro se detenía en las capacidades de Egidio, tan importantes para un Hermano.
"Da pruebas de buen sentido practico, de amar al trabajo, realmente eficaz y ordenado. Le gusta el orden y la limpieza en todo. Destaca entre los otros por su inteligencia y aprende el inglés muy bien y rápidamente. Es respetuoso, amable y delicado en el trato. Tiene un carácter muy bueno, afable y paciente. Le gusta el silencio y la aplicación a su trabajo.
Goza también de una salud espléndida. Si el tiempo lo permitiera, seria muy conveniente que hiciera unos cursos de especialización de cualquier profesión. Seguramente tendría éxito en todo. Es muy amable con todos. Los miembros de la comunidad creen que si continua así será un Hermano verdaderamente útil a nuestra congregación".
El 15 de agosto de 1949, Egidio hizo los votos de pobreza, castidad y obediencia, que lo consagraron como misionero de Africa. El Padre maestro, la víspera de esa fecha, escribió en la ficha personal de Egidio, conservada en el archivo: "Si la maldad del mundo no cambia su corazón, un día tendremos un santo".

Mecánico especializado>/B>
Egidio, con el entusiasmo de sus veintidós años, ardía en deseos de marchar a Africa. Pero los superiores, por sugerencia del Padre maestro, lo dejaron en Inglaterra para darle la posibilidad de realizar un curso de mecánica. En Uganda, donde estaba destinado, se necesitaban mecánicos hábiles, porque las maquinas se venían usando desde hacia tiempo y los obreros mecánicos tenían mucho trabajo. Egidio obedeció con el entusiasmo de siempre y después de seis meses, con su diploma en el bolsillo, pudo zarpar hacia las costas africanas. Antes, sin embargo, pasó por su pueblo, donde el párroco y los jóvenes del oratorio recordaron el tiempo pasado, las primeras aventuras de la nueva familia en aquella nueva tierra y la amistad sincera que había trabado con todos.

Doble bendición
La noche de la despedida, su padre lo llamó aparte y le dijo: "Pensar que mi hijo mas pequeño ha sido elegido por el Señor para su servicio me hace muy feliz porque tu madre y yo hemos rezado mucho al Señor para que se dignase llamar al sacerdocio a alguno de nuestros hijos. No eres sacerdote, pero trabajas con ellos y para el mismo fin.
Procura amarlos siempre como a hermanos tuyos y tu considérate el mas pequeño de la familia, igual que has hecho con nosotros..., el mas pequeño para servir, no para ser servido".
Después de un largo silencio, su padre se arrodilló y pidió a su hijo que lo bendijese.
"Yo no soy un sacerdote para darte la bendición, papá".
"No eres sacerdote, pero estás consagrado a Dios, por lo tanto eres una persona sagrada... Anda, dame la bendición, porque tengo el presentimiento de que no volveremos a vernos en esta tierra".
"¡Qué cosas dices, papá!, exclamó Egidio arrodillándose a su vez delante de su padre. No recuerdas cuando me decías que eras sano y fuerte y me cogías en hombros después de una jornada de trabajo?" "¡Claro que si!, pero desde entonces ha pasado mucho tiempo, demasiado tiempo. Y además, estas manos han hecho demasiados mangos de arados. Pero no lo siento, ¿sabes? Pienso en tu madre que me espera, que nos espera a todos allá arriba donde ya no habrá que sufrir".
Los dos pasaron un largo rato abrazados y luego rezaron juntos y se bendijeron recíprocamente.
Confortado con las palabras de su padre y fortalecido con su oración -sabía bien que nunca le faltaría-, Egidio subió al tren que lo llevó a Verona, donde le esperaban otros compañeros para marchar a Africa.

Entre carretas y motores
El Hno. Egidio fue destinado en seguida al gran taller de Gulu, donde iban a parar no solo los coches de las misiones de la circunscripción, sino también los de la gente.
Cuando se trataba de echar una mano donde había mas necesidad, no le importaba pasar del taller a la huerta, de la cantera a la carpintería o de la cocina al establo.
El P. Santi escribió: "Es, indiscutiblemente, un hermano ejemplar, de carácter paciente y dócil. Si tiene un defecto, es el de fiarse demasiado de la gente, que a veces le engañan. Tiene un alma de niño en la que no hay malicia".
Egidio, escribiendo a su familia, decía: "Estoy en la misión mas hermosa del mundo. La vida del misionero es una aventura que merece la pena. Deseo que otros jóvenes del oratorio vengan pronto conmigo para experimentar lo que significa trabajar por el Señor y por los africanos".

Instructor
Después de trabajar tres años en Gulu fue a Layibi, donde necesitaban un mecánico hábil.
El Hno. Egidio no se limitaba a trabajar; fiel al encargo de Mons. Comboni, se preocupaba por enseñar el oficio a los africanos. Uno de sus hermanos combonianos escribe: "Egidio tenia una habilidad especial para enseñar el oficio a los jóvenes que acudían al taller. El secreto de su éxito residía en el gran amar y la profunda estima que profesaba a los africanos. Nunca le he visto perder la paciencia.
Antes de realizar una obra explicaba como debía hacerse; luego animaba al aprendiz a empezar y él seguía animando e interviniendo solamente cuando el otro se equivocaba" .
Los superiores querían que se encargase también del taller. Para esto necesitaba un diploma que podía conseguir en Londres. "Si es para el bien de los africanos, voy incluso al Polo Norte", respondió. De 1958 a 1959 estuvo en Inglaterra en el Paddington Technical College y, una vez obtenido el diploma, regresó a Layibi como instructor.

Y catequista
Los domingos iba a alguna misión en compañía del sacerdote y enseñaba a los niños, explicándoles el catecismo o algún pasaje de la Historia Sagrada.
Entre 1963 y 1964 estuvo en Italia para las vacaciones. Lo primero que hizo fue a ir a rezar a la tumba de su padre. Recordó una por una todas las palabras que le había dicho al despedirse trece años antes. Su padre había sido buen profeta, probablemente porque ya sentía la muerte en los huesos. Murió poco después de marchar su hijo a la misión.
Tres meses mas tarde, Egidio volvió a Layibi, que parecía ya su misión. El trabajo abundaba y la gente lo quería. Fue nombrado responsable de la escuela técnica y algún tiempo después de la de Ombaci.

Los acontecimientos se precipitan
El Hno. Egidio había presenciado en 1962 el paso de Uganda de colonia británica a nación independiente; había asistido a la subida al poder de Milton Obote, un protestante que causó bastantes sufrimientos a los misioneros; había visto a Uganda iniciar su marcha para convertirse en un país adelantado, casi a la vanguardia de las naciones africanas. Sin embargo, estaban a la puerta las grandes tribulaciones con sus oleadas de mártires y de sangre que alguien vislumbraba ya.
En esos años la Iglesia dio en Uganda unos pasos de gigante. Se multiplicaban las diócesis y seminarios y muchas misiones pasaban al clero local que era numeroso y, en general, bien preparado.
Entre las reformas conciliares, hubo una referente a la revalorización del diaconado.
"Aunque no he podido ser sacerdote -dijo el Hno. Egidio-, porqué no podría ser diácono? Parece que pueden ser diáconos incluso laicos que no han hecho votos religiosos y hasta personas casadas". Resurgía el antiguo sueño que siempre había guardado en el fondo de su corazón. El Hermano misionero tenia la posibilidad no sólo de ser diácono, sino que incluso podía aspirar al sacerdocio.
Egidio salto de alegría. ¡El Señor no le había rechazado! Es verdad que le había hecho esperar un poco, pero al fin había sonado su hora. Después de unos días de intensa oración, escribió al Superior General: "He trabajado veinte años en la misión, destinado casi siempre a la enseñanza en las escuelas técnicas. Hace años que siento gran atractivo por el sacerdocio. A decir verdad, siempre la he ocultado y he procurado no pensar en eso, ocupándome más en el trabajo material y dejando de lado voluntariamente el apostolado directo, esperando que este tormento -la palabra es algo fuerte- se calmaría y disminuiría. A pesar de todo, lo siento más vivo que nunca y me inquieta.
Reconozco, sinceramente, que no tengo las cualidades requeridas para un sacerdote de nuestros tiempos, pero confío en la gracia divina y en la protección de la Virgen. Doy gracias al Señor por haber gastado mis mejores años en el campo del trabajo social. De lo que tendría que lamentarme es de haber hecho poco".

Sacerdote
En 1971 el Hno. Egidio Biscaro fue admitido en el Pontificio Colegio Beda, de Roma, para realizar los estudios teológicos. Entregarse al estudio no resulta ya fácil a un hombre de cuarenta y un años, acostumbrado a las ciencias experimentales, pero el entusiasmo y el amor que le impulsaban hacían que considerase las horas de estudio como un "grato placer".
Al estudio añadió Egidio una oración intensa. Sabia que no era empresa fácil de ser sacerdote en una época sacudida por las revueltas del 1968 en Europa y por innumerables trastornos políticos en los territorios de misión.
Fue ordenado en Milan el 6 de abril de 1974. Del corazón del nuevo sacerdote brotó un Magnificat que no acababa. Escribió a un hermano: "El Señor es verdaderamente admirable. Tira de la cuerda, te hace sufrir y, cuando parece que todo esta ya perdido, interviene con su poder divino. Quiere que creamos realmente en El, en su bondad, misericordia y omnipotencia como creyeron Abraham y la Virgen".

La gran tribulación
Al regresar a Uganda ejerció el ministerio sacerdotal en las misiones de Alito y Aber. La sonrisa que siempre le había acompañado en sus trabajos materiales no le abandonó tampoco en el ejercicio del ministerio sacerdotal. Su baja estatura y sus maneras afables le conquistaban las simpatía de la gente.
Mientras tanto estaban ocurriendo en Uganda acontecimientos realmente tristes. Bajo la dictadura de Amin Dada, unos misioneros fueron expulsados y otros amenazados.
Varias misiones fueron devastadas; algunos misioneros asesinados, otros gravemente heridos por ráfagas de metralleta y los cocodrilos del Nilo estaban ahítos de carne humana". Carne de africanos, en general inocentes, claro está.
Un día el P. Egidio recorría en su moto una carretera cuando empezaron a dispararle. Se echó rápidamente entre la hierba y logró salvarse, pero el susto fue tan grande, que le ocasionó un par de infartos que afortunadamente superó.
Después de esa experiencia, dejó definitivamente la moto y empezó a usar el auto, un "Fiat 127". Mientras se dirigía a Lira le hicieron unos disparos. Aunque con los neumáticos agujereados, consiguió huir y llegar a la misión.
El Hermano que lo acogió se dio cuenta de que tenia un brazo manchado de sangre. "Qué ha pasado?", le preguntó. "Me han disparado, pero no es nada. Dame un poco de alcohol para desinfectar la herida".
De sus labios solo salían palabras de comprensión y de perdón para los que le habían herido. Al fin añadió:
"¡Pobrecillos!, si han querido asaltarme con tanta violencia significa que tenían mucha hambre, pero yo no tenia nada que darles".

Todos en sus puestos
Dada la situación, los superiores dijeron a los misioneros que, si no se sentían con fuerzas, podían regresar a su patria. Ninguno se movió. Quién iba a tener el valor de abandonar al pueblo en el momento del peligro?
"Antes eran las enfermedades las que mataban a los misioneros -escribió uno-, ah ora son las balas; pero nosotros no dejamos nuestros puestos, no dejamos sola a la gente en un momento tan desesperado".
Y siguieron trabajando en constante peligro de muerte "movidos únicamente por el amor a Dios y a los hombres, por fidelidad a su opción misionera".
En este contexto también resultaba difícil el ejercicio del ministerio. Ayudar a uno significaba ser enemigo del otro y viceversa. Los misioneros procuraban no enfrentarse con ninguno y ayudar a todo el que lo necesitase, independientemente de su tribu o religión. El P. Egidio escribió en una carta: "El Señor quiere que nos demos a los demás, que trabajemos, que pongamos en común nuestros bienes, que empleemos nuestras facultades intelectuales y nuestro trabajo para bien de todos".
Coherente con este principio, se dedicó a los más pobres y perseguidos, poniendo a su disposición todo lo que tenia.

Los últimos acontecimientos en Uganda
A pesar de los esfuerzos por la paz realizados por el gobierno del presidente actual, Museveni, el resurgimiento de algunas industrias y unas cosechas particularmente buenas, los últimos meses de 1989 estuvieron cargados de tensiones y sucesos imprevistos y poco tranquilizadores.
Los atropellos por bandorelismo, no contra el gobierno, sino contra la población indefensa, se multiplicaban sobre todo en la zona de Kitgum y en la del este de Uganda. Los rebeldes, derrotados en el terreno militar, se solían esconder en los bosques, convirtiéndose en bandidos que, para sobrevivir, atacaban las aldeas de las zonas rurales y saqueaban los mercados.
Sufrieron atentados los PP. Rossi, Fortuna, Simeoni, Mantovani, Bernareggi, Maffeis, La Braca, McGinley, Novelli, Ambrosi, Cristoforetti... Algunos tuvieron que ser repatriados para curarse de sus heridas; otros, en cuanto se restablecieron, regresaron a sus misiones sin preocuparse del peligro.
Este era el clima dominante cuando los combonianos se preparaban a celebrar el 80 aniversario de su llegada a Uganda. La misión de Pakwach, nacida de la de Omach, que fue precisamente la primera misión comboniana en Uganda, ha sido cedida a una congregación religiosa africana fundada por un comboniano.
Esto es un signo evidente del camino efectuado por la Iglesia, gracias al impulso de los seguidores de Comboni.
En 1989, el P. Egidio fue a Italia para un curso de aggiornamento en Roma, que concluyó con una peregrinación a Tierra Santa. Como es natural, fue también a su pueblo para ver a sus parientes y amigos. Uno de ellos ha dicho: "El P. Egidio respiraba espíritu misionero por todos sus poros. Era entusiasta de la misión y comunicaba a todos su entusiasmo".

Por un acto de caridad
El P. Egidio Biscaro estaba en la misión de Pajule (diócesis de Gulu), cuando el lunes 29 de enero de 1990 decidió hacer un acto de caridad en favor de una mujer que necesitaba urgentemente ser hospitalizada en Kitgum.
Otro comboniano, el P. Aldo Pieragostini, consciente del peligro a que se exponía el que salía de la misión, se ofreció a acompañarlo. "Esperemos que los bandidos no nos vean o por lo menos que se detengan antes de dispararnos. Nosotros estamos dispuestos a darles todo lo que tenemos", se dijeron antes de subir al "Land Rover".
Esa era la orden de los superiores: no discutir con los ladrones, sino entregarles todo lo que pidieran, incluso la ropa. Bien lo sabia uno de los hermanos, que tuvo que regresar a la misión en calzoncillos. Se los dejaron sólo porque era sacerdote, pues a un amigo médico se los quitaron también. Cosas que pasan cuando se vive en medio de la desesperación.

El martirio
El P. Egidio, el P. Aldo y la mujer salieron a las 8,45 horas, yendo al volante el P. Aldo. En Porogali, a diez kilómetros de Pajule, el auto recibió unas ráfagas de metralleta, disparadas por gente escondida entre la hierba. Algunas balas dieron en la parte delantera y sobre todo en el lado izquierdo donde iba el P. Egidio. Irene, la mujer que viajaba con ellos, fue herida en los pulmones y murió casi en seguida.
Al P. Egidio un proyectil le destrozó la pierna derecha; otros le dieron en los hombros, una oreja y la frente. También el P. Aldo fue herido en piernas y brazos y en la cara, donde una bala, después de cortarle una arteria y desgarrarle el labio casi hasta la oreja, se detuvo en la mandíbula.
El motor se paró solo. El P. Aldo comprendió en seguida la gravedad de la situación en que se hallaba el P. Egidio, pero no podía hacer nada porque se estaba desangrando por la boca y las otras heridas.
Unos instantes después se acercaron varios individuos. Eran los bandidos que habían tramado la emboscada.
Miraron un poco, hablaron entre ellos y luego, en vez de prestarles auxilio, se alejaron rápidamente. Un habitante de la zona, alarmado por los disparos, fue a avisar a los militares de Pajule, que tardaron hora y medía en llegar. En este intervalo los dos misioneros se habían preparado a morir.
El P. Egidio estaba agonizando y repetía de vez en cuando: "¡Mama, mama, ayúdame! Señor, ten piedad de mi. Virgen Santa, protégeme. Perdono a mis asesinos; ofrezco mi vida por la paz en Uganda", y otras frases parecidas. El P. Pieragostini pronunció a duras penas la formula de la absolución, aunque sin conseguir hacer la señal de la cruz por estar prácticamente inmovilizado. El P. Egidio dio luego un suspiro mas largo que los otros, reclino la cabeza y ya no hablo mas. Estaba muerto. Los soldados cargaron a los tres en su vehículo y los llevaron al hospital de Kitgum. El P. Aldo, único superviviente, sufrió un shock enorme. Inmediatamente le hicieron varias transfusiones y poco a poco se fue restableciendo.

Descansa junto a la estatua de la Virgen
EI cadáver del P. Egidio estuvo expuesto en la iglesia de Kitgum hasta el medio día del 30. Al funeral asistió una gran multitud, a pesar de que, desde hacia unas semanas, la población de la zona estaba en el ojo del ciclón por causa de los ladrones y guerrilleros que habían vuelto a las andadas con una ferocidad increíble.
El P. Egidio fue sepultado en el cementerio de Kitgum junto a la estatua de la Virgen, a la que había invocado antes de morir.
El obispo dijo: "Hay mucha gente que bendice a este misionero porque comprenden que los quería. Ha gastado bien su vida y ahora es justo que descanse entre nosotros como un don de Dios a los africanos".
El P. Riccardo Bolzanella dice al comentar la muerte de Egidio: "Era tímido hasta el exceso y, sin embargo, cuando se trataba de ayudar a los demás, era muy decidido. En las misiones de Aber y de Aboke fue varias veces atacado y robado por los ladrones, corrió muchas veces peligro de muerte, pero siempre consiguió salvarse".
La noticia del asesinato de este misionero causó gran impresión incluso en Italia. Los superiores recibieron el pésame de gentes desconocidas y de autoridades religiosas y civiles. Todos eran conscientes de que la sangre de este nuevo mártir, caldo por solidarizarse con el pueblo que consideraba suyo, pedía paz, reconciliación y concordia en un mundo desgarrado por la violencia y la injusticia.
Estamos seguros de que el pequeño P. Egidio, siempre pronto a sonreír, interceder a desde el cielo por las misiones que llevan ya tanto tiempo sufriendo.

P.L.G.

Pajule (Uganda) 29 de enero de 1990 años 61